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¿Por qué besan la piedra de Blarney?

¿Por qué besan la piedra de Blarney?

¿Por qué besan la piedra de Blarney?

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN IRLANDA

TODO comienza, según cuenta la leyenda, durante una audiencia ante la reina Isabel I de Inglaterra en la que un hombre, tras comunicarle malas noticias sobre un jefe irlandés, espera temblando su previsible estallido de cólera. Inesperadamente, la reina rompe a reír y exclama: “¡Así es Blarney! ¡Pura palabrería!”. En un abrir y cerrar de ojos, la tensión desaparece.

Probablemente, esta soberana, que reinó entre 1558 y 1603, nunca se imaginó que su comentario daría pie a una singular tradición en Irlanda: besar la que se conoce como piedra de Blarney. Todos los años, miles de personas acuden al pueblito de Blarney, situado a unos cuantos kilómetros al norte de la ciudad de Cork, para llevar a cabo este curioso ritual. Se dice que quienes besan la piedra reciben el don de la elocuencia.

¿Qué circunstancias rodearon el origen de esta leyenda? ¿Y cómo surgió la costumbre de besar la piedra? Si queremos hallar las respuestas a estas preguntas, hemos de retroceder casi diez siglos en la historia.

Un castillo con una larga historia

En sus orígenes, en el siglo X, el castillo de Blarney no era más que un fortín de madera. Con el tiempo, un edificio de piedra más sólido ocupó su lugar. A mediados del siglo XV, el clan MacCarthy había convertido el castillo en una pequeña villa fortificada. Por aquel entonces se trataba del castillo mejor protegido de esa zona de Irlanda, con muros que superaban los cinco metros de grosor.

El jefe del clan, Cormac MacCarthy, que vivió entre 1411 y 1494, quiso dejar un monumento permanente en memoria de sí mismo. Así pues, eligió un enorme bloque de piedra caliza e hizo que en él se grabara una inscripción en latín que decía: “Cormac MacCarthy el Poderoso me erigió en el año 1446 de nuestro Señor”. Los mamposteros colocaron esta piedra arriba en la gran torre del castillo de Blarney. En un principio sirvió de simple placa conmemorativa, y no fue sino hasta más de un siglo después que se la empezó a relacionar con la elocuencia y el don de la persuasión.

Blarney y el habla persuasiva

Aunque probablemente haya más mito que verdad histórica en la leyenda narrada al comienzo, lo cierto es que encaja en el contexto de la época. La reina Isabel quería que los jefes irlandeses fueran leales a la corona inglesa. Los MacCarthy ya habían organizado a unos mil soldados para luchar al menos una batalla a favor del bando de la reina, de modo que esta confiaba en convencer fácilmente al por entonces jefe del clan, Cormac McDermod MacCarthy, para que se comprometiese a prestarle total adhesión.

Puesto que la reina Isabel no podía dirigir las negociaciones en persona, era lógico que alguien nombrado por ella la representara. El libro The Blarney Stone (La piedra de Blarney) explica que cuando tal intermediario envió a una delegación para tratar de convencer a MacCarthy de que jurase lealtad a la corona, los delegados fueron recibidos con “extensas, elocuentes y melosas parrafadas que prometían mucho, pero no garantizaban nada”.

Al final, cuenta el relato, el propio intermediario de la reina Isabel fue a hablar con MacCarthy. Acto seguido viajó hasta Inglaterra para transmitirle personalmente el informe a la soberana. Sabía que le desagradarían las noticias: MacCarthy de nuevo había “pedido una prórroga” para asesorarse mejor.

Tras la reacción inicial, descrita al comienzo del artículo, la soberana hizo una propuesta referente a la novedosa expresión que acababa de emplear. “Deberíamos hacer llegar esta palabra [blarney] al maestro Shakespeare. Está hecha especialmente para él”, dijo. * De este modo, si lo que dice la leyenda es cierto, la reina Isabel fue la primera en darle a esta palabra inglesa el sentido de “lenguaje elocuente, adulador y lisonjero”. Cierto diccionario añade que blarney implica “mentir con insolente desfachatez”.

Sea como fuere, ya en 1789 había la costumbre de besar la piedra de Blarney. La ubicación de la piedra en el muro del castillo ponía en peligro a todo aquel visitante que tuviera la osadía de intentar besarla. Por ello, durante la renovación del castillo, la piedra se colocó en un lugar más accesible, donde se encuentra en la actualidad. Con el tiempo, los dueños del castillo reemplazaron la piedra de MacCarthy por otra en la que grabaron su propia inscripción.

De visita al castillo

Hace poco fuimos de visita al castillo, del que llama la atención la gran torre donde se halla la famosa piedra de Blarney. Entramos en la torre y subimos por los gastados peldaños de piedra de una escalera de caracol que nos lleva al exterior a través de una pequeña y estrecha salida. La piedra se encuentra en el muro de enfrente.

Nos acercamos para ver cómo una mujer besaba la piedra. Tuvo que tumbarse de espaldas para introducir la cabeza y los hombros por una abertura de unos tres metros de largo y un metro de ancho. “Es muy seguro —dijo el vigilante—. No puede caerse por el agujero porque hay una rejilla de seguridad en todas las aberturas. Además, yo la sostengo firmemente.”

La mujer extendió los brazos por encima de la cabeza y se agarró a dos barras metálicas adosadas al muro, en cuya parte inferior está la piedra. Luego, ocultándose lentamente de nuestra vista, comenzó a descender cabeza abajo por el hueco hasta que llegó a la altura de la piedra. Por la abertura vimos que a sus espaldas había una caída de más de 25 metros.

Besó la piedra lo más rápido que pudo y entonces empezó a impulsarse hacia arriba valiéndose de las barras de hierro. Con un poco de ayuda del vigilante, logró recuperar su posición sentada y luego ponerse en pie. ¡Le había llegado el turno de realizar las mismas contorsiones al siguiente aventurero!

Echamos un vistazo y vimos lo decolorada que estaba la piedra. “Presenta ese aspecto debido a todas las personas que la han besado a lo largo de los años”, nos explicó el vigilante, y enseguida añadió: “Pero no se preocupen, la lavamos cuatro o cinco veces al día para mantenerla limpia”.

Ya había más personas esperando en fila a que les tocara el turno. Nosotros no queríamos intentarlo siquiera, pues la tradición parece estar muy enraizada en la superstición, la mentira y puede que incluso en el espiritismo. Curiosamente, según otra leyenda, la tradición tiene su origen en la historia de una anciana que con un encantamiento concedió la elocuencia a un rey que la salvó de morir ahogada. Así que, en vez de besar la piedra, nos dirigimos a la visitante que acababa de hacerlo y le preguntamos si de veras creía que había adquirido el don de la persuasión y la elocuencia.

“¡Claro que no!”, respondió. Solo lo había hecho por diversión y, según parece, sin pensar demasiado en el significado de su acción. Al igual que muchos visitantes de este enclave histórico, tan solo deseaba poder contar a sus amigos que había besado la piedra de Blarney.

[Nota]

^ párr. 13 Aludía así a su famoso contemporáneo, el dramaturgo inglés William Shakespeare.

[Ilustración de la página 18]

La torre del castillo de Blarney