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Cómo alimentar el deseo de aprender

Cómo alimentar el deseo de aprender

Cómo alimentar el deseo de aprender

“Enseña al niño el camino que debe seguir, no se apartará de él mientras viva.” (Proverbios 22:6, La Nueva Biblia Latinoamérica, 1989.)

¿HA INTENTADO acostar a un niño mientras sucedía algo interesante? Aunque esté agotado, lloroso e irritable, luchará por seguir despierto y activo. Su “necesidad de comprender el mundo y desenvolverse en él es tan intensa como la de alimentarse, descansar o dormir, o incluso puede que más”, sostiene el escritor John Holt.

El reto consiste en que mantenga ese deseo de aprender no solo durante la etapa escolar, sino durante el resto de su vida. Aunque no se han descubierto fórmulas infalibles, existen varias estrategias eficaces que pueden aplicar padres, maestros y niños. Ahora bien, hay algo mejor que cualquier método: el amor.

El amor saca lo mejor de los niños

Los hijos ansían el amor de sus padres. La seguridad que ese cariño les da los mueve a comunicarse, hacer preguntas y explorar. El amor impulsa a los padres a hablar regularmente con sus hijos y a interesarse en su educación. Según ciertas investigaciones, “parece que los progenitores son el principal motor que induce a los niños a aprender”, señala el libro Eager to Learn—Helping Children Become Motivated and Love Learning (Deseos de aprender. Cómo motivar a los niños y hacer que les guste aprender). Esta influencia se potencia cuando los padres colaboran con el personal docente. “Nada renueva más la motivación del niño para aprender que el trabajo conjunto de padres y maestros”, señala el libro.

Los padres también influyen en la capacidad de aprendizaje de sus hijos. En un estudio a largo plazo de 43 familias, publicado en el libro Inside the Brain (El interior del cerebro), los investigadores “descubrieron que los niños cuyos padres les hablaban más [durante los tres primeros años de vida] presentaban coeficientes de inteligencia mucho más elevados”. La obra añade que “los progenitores que conversan más con sus hijos tienden a elogiar sus logros, responder a sus preguntas, dar guía en lugar de órdenes y usar gran cantidad de palabras combinadas de muy diversas maneras”. Así pues, pregúntese: “¿Tengo una comunicación regular y significativa con mis hijos?”.

Amor: sinónimo de bondad y comprensión

Las habilidades de cada niño son diferentes y, como es de esperar, los padres no querrán permitir que este hecho influya en el cariño que le dan. Sin embargo, como la sociedad actual suele valorar a la gente por sus aptitudes, algunos niños podrían “creer que su valía personal depende de superar a los demás”, asegura el libro Thinking and Learning Skills (La capacidad de pensar y aprender). Además de “dejarlos expuestos al sentimiento de fracaso”, dicha visión podría someterlos a mucha tensión y ansiedad. La revista India Today comenta que la ansiedad causada por la presión escolar y la falta de apoyo familiar se considera un factor determinante de que el índice de suicidios entre adolescentes se haya triplicado en la India en los pasados veinticinco años.

Asimismo, calificar a los pequeños de “tontos” podría causarles daño emocional. El uso de apelativos crueles no solo no incentiva el aprendizaje, sino que lo frena. Por el contrario, los padres amorosos siempre han de proceder con bondad y apoyar el deseo natural del muchacho por aprender, eso sí, a su ritmo y sin temor a ser humillado (1 Corintios 13:4). Si un hijo tiene problemas de aprendizaje, los padres tratan de ayudarlo y jamás le hacen sentir que es un tonto o un inútil. Es cierto que esto tal vez requiera paciencia y tacto, pero bien vale la pena. ¿Cómo se puede, entonces, cultivar dicho amor? El primer paso sería adoptar un enfoque espiritual.

El enfoque espiritual favorece el equilibrio

La espiritualidad basada en la Biblia es muy valiosa por varios motivos. Por un lado, nos ayuda a ver la educación académica desde su justa perspectiva: su importancia es relativa, no absoluta. Las matemáticas, por ejemplo, pueden tener muchas aplicaciones, pero no aportan principios morales.

Por otro lado, la Biblia nos exhorta a ser equilibrados en la cantidad de tiempo que dedicamos a la formación académica, al decir: “El hacer muchos libros no tiene fin, y el aplicarse mucho a ellos es fatigoso a la carne” (Eclesiastés 12:12). Hay que reconocer que el joven precisa una buena educación básica, pero no debería usar todo su tiempo en obtenerla. También necesita dedicarse a otras actividades sanas, sobre todo las de carácter espiritual, que son las que forman la personalidad.

Otra faceta de la espiritualidad bíblica es la modestia (Miqueas 6:8). La persona modesta reconoce sus limitaciones y no cae víctima de la ambición insaciable y la competitividad despiadada que se observan en numerosos centros de estudios. Estos rasgos perniciosos “generan depresión”, informa la revista India Today. Seamos jóvenes o mayores, a todos nos va mejor cuando seguimos consejos bíblicos como este: “No nos hagamos egotistas, promoviendo competencias unos con otros, envidiándonos unos a otros”. O también: “Que cada uno pruebe lo que su propia obra es, y entonces tendrá causa para alborozarse respecto de sí mismo solo, y no en comparación con la otra persona” (Gálatas 5:26; 6:4).

¿Cómo pueden aplicarse estos principios al educar a un hijo? Una manera es animándolo a fijarse metas y a compararse consigo mismo. Por ejemplo, después de realizar una prueba de matemáticas o de ortografía, pídale que compare ese resultado con alguno anterior. Entonces, según sea el caso, encómielo o anímelo a mejorar. Así, sin compararlo con los demás, se le enseña a marcarse objetivos que estén a su alcance, observar su propio progreso y corregir algún punto débil.

Al mismo tiempo, algunos jóvenes competentes no se esmeran en clase por temor a las burlas de sus compañeros, pues creen que “no está de moda ser buen estudiante”. ¿Es práctico el enfoque espiritual en este asunto? Claro que sí. Colosenses 3:23 dice: “Cualquier cosa que hagan, háganla con toda el alma, como si fuera para el Señor y no para hombres” (Nueva Biblia Española). ¿Existe razón más poderosa para esforzarse al máximo que tratar de complacer a Dios? Este noble objetivo proporciona la fuerza necesaria para resistir la presión de grupo nociva.

Fomente en los niños el gusto por la lectura

La lectura y la escritura son elementos fundamentales para una buena educación, tanto académica como espiritual. Los padres pueden fomentar en sus hijos el gusto por la palabra escrita leyéndoles desde tierna edad. Daphne, que trabaja de correctora de pruebas, se alegra de que sus padres le leyeran regularmente desde pequeña. “Cultivaron mi afición por los libros —señala—. Por eso, ya sabía leer antes de ir al colegio. También me enseñaron a buscar por mí misma las respuestas a mis preguntas, preparación que me ha sido muy útil hasta el día de hoy.”

Con todo, John Holt, a quien se citó anteriormente, advierte que leer a los pequeños “no es una fórmula mágica, pues si ambas partes no disfrutan, el efecto será contrario al esperado. [...] Ni siquiera los niños a quienes les gusta que se les lea [...] disfrutan cuando los padres lo hacen a disgusto”. De ahí que este autor recomiende a los padres que escojan lectura que también sea de su agrado, dado que los niños quieren que les lean los libros vez tras vez. Dos obras que a millones de padres de todo el mundo les encanta leer a sus pequeños son Aprendamos del Gran Maestro y Mi libro de historias bíblicas, editadas por los testigos de Jehová. Estas publicaciones destinadas al público infantil contienen abundantes ilustraciones, invitan a la reflexión y transmiten principios divinos.

Timoteo, cristiano del siglo primero, tuvo la dicha de contar con una madre y una abuela que se interesaron mucho en su educación, sobre todo en sentido espiritual (2 Timoteo 1:5; 3:15). Con el tiempo se convirtió en un hombre sumamente responsable y confiable, cualidades que no puede producir por sí misma la educación académica (Filipenses 2:19, 20; 1 Timoteo 4:12-15). Gracias a la labor de padres amorosos y de inclinación espiritual, en las congregaciones de los testigos de Jehová de todo el mundo también hay numerosos muchachos y muchachas como Timoteo.

¡Enseñe con entusiasmo!

Para el maestro que desea inculcar pasión por aprender, “la palabra clave es entusiasmo —afirma el libro Eager to Learn—. La mera presencia de un docente entusiasta basta para comunicar a sus alumnos que le gusta lo que enseña, sentimiento que les transmite con fuerza”.

La realidad es, sin embargo, que no todo padre o maestro rebosa de entusiasmo. Por eso, los buenos estudiantes procuran motivarse ellos mismos y responsabilizarse de su propio aprendizaje. Al fin y al cabo, como menciona el libro antes citado, “nadie va a sentarse junto a nuestro hijo el resto de su vida para ayudarlo a estudiar, pensar, efectuar un trabajo de calidad y hacer el esfuerzo adicional que se requiere para ser un buen profesional”.

Así pues, vuelve a destacarse que la clave no radica tanto en la escuela, sino en el hogar y en los valores que en él se enseñan. Padres, ¿les entusiasma aprender? ¿Es su casa un espacio de aprendizaje sano donde los valores espirituales cobran protagonismo? (Efesios 6:4.) No olviden que su ejemplo y sus enseñanzas seguirán influyendo en sus hijos mucho después de que terminen sus estudios y se vayan de casa (véase el recuadro “El éxito del aprendizaje en la familia”, de la pág. 7).

Cada cual aprende de forma diferente

No existen dos mentes idénticas; cada cual aprende de forma distinta. Lo que funciona en determinados casos quizá no vaya tan bien en otros. Por eso, el doctor Mel Levine, en su libro Mentes diferentes, aprendizajes diferentes, dice: “Dar el mismo trato a todos los niños equivale a no tratarles por igual. Distintos niños tienen diferentes necesidades de aprendizaje, y tienen el derecho a que estas necesidades se tengan en cuenta”.

Por ejemplo, hay personas que captan y recuerdan mejor las ideas con dibujos o gráficos. Otras, en cambio, prefieren la palabra escrita o hablada, o ambas, si es posible. “La mejor forma de recordar algo es cambiarlo, transformar la información de algún modo —sostiene Levine—. Si es visual, hagámosla verbal; y si es verbal, hagamos un diagrama o un dibujo.” Aparte de eficaz, este método es más divertido.

Claro está, cada cual debe tratar de descubrir qué método le produce mejores resultados. George, un señor mayor que solo había cursado estudios básicos, comenzó a analizar la Biblia con Hans, evangelizador de tiempo completo. Como a George le costaba captar y recordar las ideas, Hans decidió ilustrar los conceptos clave con dibujos sencillos en un cuaderno. “Entonces se produjo el milagro —dice Hans—. Comenzó a entender y retener las ideas tan bien que hasta él mismo se sorprendió. Cuando descubrí cómo funcionaba su mente, me di cuenta de que era mucho más inteligente de lo que creí en un principio. Enseguida aumentó su confianza personal y empezó a esperar las clases como nunca.”

Nunca es tarde para aprender

“Las posibilidades del cerebro dependen de cuánto se use —asegura el libro Inside the Brain—, pues esta compleja máquina con ansias de aprender se deteriora con la inactividad.” La misma obra señala: “Las investigaciones demuestran que, tal como el deporte mantiene a los mayores en forma, el ejercicio mental hace lo mismo con el cerebro envejecido. Siempre se había creído que el envejecimiento era un proceso de deterioro irreversible que desembocaba en un embotamiento mental. Sin embargo, los nuevos datos disponibles indican que tal resultado se produce precisamente por no mantener ocupada la mente. Además, tampoco se pierden grandes cantidades diarias de neuronas con el paso de los años, como se pensaba antes”. El fuerte declive en las funciones mentales suele deberse a un trastorno específico, por ejemplo, una enfermedad cardiovascular.

Es cierto que en esta etapa de la vida pueden debilitarse un poco las facultades mentales, pero esto no implica forzosamente un deterioro grave. Según los especialistas, un cerebro activo resiste el desgaste, y aún más si el individuo sigue un buen programa de ejercicio físico. “Cuanto más aprendemos, mayor es nuestra capacidad de aprendizaje. Quienes nunca dejan de aprender tienen una mente más ágil”, señala el libro Elderlearning—New Frontier in an Aging Society (La educación en la tercera edad. Una nueva frontera en una sociedad de gente mayor).

Este hecho quedó demostrado en un estudio de dos décadas de duración realizado en Australia a ciudadanos de 60 a 98 años. En numerosos casos, las pruebas de inteligencia revelaron solo una disminución del 1% anual, pero “en otros (incluidos algunos nonagenarios) no se observó ningún retroceso”, señala el informe. “Se trataba de personas que habían participado en experimentos de aprendizaje sistemático, como el estudio de una lengua extranjera o clases para aprender a tocar un instrumento musical.”

George, mencionado anteriormente, tenía más de 70 años cuando comenzó a estudiar la Palabra de Dios. De igual modo, Virginia —quien cuenta más de 80 años— y Robert, su difunto esposo, iniciaron un curso bíblico ya de mayores. “Aunque estaba prácticamente ciego —explica ella—, Robert pronunciaba breves discursos bíblicos de memoria en el Salón del Reino. A mí nunca me había gustado la lectura, pero ahora me encanta. De hecho, esta mañana leí un número completo de ¡Despertad!”

George, Robert y Virginia son solo tres de las muchas personas mayores que no se han dejado llevar por los estereotipos y saben aprovechar su mente. Los científicos afirman que setenta u ochenta años de aprendizaje son para el cerebro como una gota de agua en un barril: casi nada. Ahora bien, ¿a qué se debe semejante capacidad? El siguiente artículo contesta dicha pregunta.

[Ilustración y recuadro de las páginas 4 y 5]

Internet y la televisión: ¿buenos recursos para aprender?

“El uso de internet tiene sus pros y sus contras”, señala el libro Mentes diferentes, aprendizajes diferentes. Resulta muy útil saber documentarse, pero algunos estudiantes, según esta obra, se limitan a “bajarse información sin llegar a comprenderla o integrarla. Dicho de otro modo, este proceso puede acabar convirtiéndose en un nuevo modo de aprendizaje pasivo y quizás en una manera más moderna de plagiar”.

Ver demasiada televisión, a juicio de los especialistas, puede retrasar el desarrollo de la capacidad de escuchar y resolver problemas, además de entorpecer la imaginación y no aportar nada a la formación del carácter. “El televisor debería venir con una advertencia, como el tabaco, sobre el peligro que supone para el usuario”, sostiene el libro Eager to Learn.

Lo que más necesitan los niños, apunta cierta fuente, es “exponerse al lenguaje (oral y escrito), al amor y a muchos abrazos”.

[Ilustraciones y recuadro de la página 7]

El éxito del aprendizaje en la familia

Los siguientes consejos contribuirán a que el aprendizaje sea un éxito en su familia:

▪ Recuérdeles a sus hijos frecuentemente las elevadas pero razonables expectativas que ha depositado en ellos, y hágalo con cariño

▪ Vea el esfuerzo como una de las claves para tener éxito

▪ Huya del sedentarismo; lleve una vida activa

▪ Asegúrese de que los niños pasen mucho tiempo aprendiendo en casa cada semana y en actividades como las tareas escolares, la lectura por placer, sus aficiones, los trabajos en familia y los quehaceres domésticos

▪ Considere a la familia un espacio donde conseguir apoyo y ayuda para resolver problemas

▪ Establezca normas claras y cúmplalas

▪ Manténgase en comunicación con los maestros

▪ Haga hincapié en el crecimiento espiritual

[Ilustración]

Padres, ¿enseñan a sus hijos a disfrutar de la lectura?

[Reconocimiento]

Información basada en el libro Eager to Learn—Helping Children Become Motivated and Love Learning.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 8 y 9]

Cómo mejorar el aprendizaje y convertirlo en una experiencia agradable

Ponga interés Aprendemos con mayor facilidad si cierto asunto nos cautiva. El libro Motivated Minds—Raising Children to Love Learning (Mentes motivadas. Cómo infundir en los hijos el deseo de aprender) señala: “Los investigadores han mostrado inequívocamente que cuando el niño disfruta del estudio, los conocimientos que adquiere son más profundos, significativos y duraderos. Además, aumenta su constancia, creatividad y disposición de asumir nuevos retos”.

Relacione lo que aprende con la vida real El escritor y educador Richard L. Weaver II afirma: “Cuando existe una relación directa entre lo aprendido en el aula y la propia experiencia, salta la chispa que enciende la bombilla de la comprensión”.

Procure comprender lo que estudia Tratar de entender un asunto estimula la capacidad de pensar y la memoria. Y aunque memorizar es importante, la comprensión es insustituible. “Con todo lo que adquieres, adquiere entendimiento. Estímal[o] altamente, y [...] te ensalzará”, dice Proverbios 4:7, 8.

Concéntrese “La concentración es crucial para aprender”, indica el libro Teaching Your Child Concentration (Cómo enseñar a su hijo a concentrarse). “Tanto es así que muchos la consideran una condición fundamental para la inteligencia e incluso la equiparan a ella.” Es posible aprender a concentrarse. Una clave para lograrlo es comenzar con sesiones breves de estudio y extenderlas paulatinamente.

Sintetice En el libro Mentes diferentes, aprendizajes diferentes, el doctor Mel Levine dice: “Es probable que los estudiantes más capaces de cualquier aula sean los que más capacidad tienen para parafrasear”, es decir, para dividir la información en elementos pequeños y manejables, más fáciles de recordar. Quienes toman buenos apuntes aplican este principio y no escriben palabra por palabra.

Asocie conceptos En su obra The Brain Book, Peter Russell asemeja los recuerdos a ganchos que cuelgan de antiguos recuerdos. En pocas palabras, la memoria aumenta cuando asociamos claramente los nuevos conocimientos con lo que ya sabemos. Cuantos más nexos establezcamos, mejor será nuestra memoria.

Visualice lo que aprende Las imágenes perduran más, así que trate de visualizar lo que aprende, como hacen los especialistas en mnemotecnia, quienes a menudo forman imágenes mentales exageradas o cómicas para ayudar a la memoria.

Haga repasos El 80% de lo que estudiamos puede olvidarse en veinticuatro horas. Nuestra capacidad de retención aumentará enormemente (hasta alcanzar cerca del 100%) si hacemos un breve repaso al final de la lección y lo repetimos al cabo de un día, una semana, un mes e incluso seis meses.

[Ilustraciones de la página 8]

Padres y maestros deben cooperar a fin de ayudar a los niños a aprender

[Ilustraciones de la página 10]

La edad no tiene por qué obstaculizar el aprendizaje