Ir al contenido

Ir al índice

¿Quién responde a su llamada de auxilio?

¿Quién responde a su llamada de auxilio?

¿Quién responde a su llamada de auxilio?

Con tan solo pulsar un interruptor, las luces de emergencia de nuestra ambulancia empiezan a reflejarse en vehículos y edificios. El alarido de la sirena hace que los automóviles y los peatones nos cedan el paso mientras serpenteamos por el tráfico en respuesta a una llamada de auxilio.

HACE más de veinte años que trabajo de paramédico, prestando servicios de emergencia prehospitalarios a enfermos y heridos. * Cada jornada es como un viaje a lo desconocido. He afrontado situaciones que van desde lo común hasta lo extraordinario, y he visto finales felices, pero también algunos muy tristes.

Influencia en la comunidad

En Canadá, por ejemplo, los paramédicos desempeñan una función esencial en el sistema de asistencia médica. El competente servicio que prestan antes de que los pacientes lleguen al hospital puede salvar vidas y reducir las secuelas de algunos accidentes o enfermedades graves. *

En muchas zonas, los paramédicos están disponibles veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año. Puede que sean empleados de un servicio de emergencias municipal, comercial u hospitalario. Algunos colaboran con empresas de ambulancias o con departamentos de bomberos.

Estos hombres y mujeres especializados entran en acción segundos después de recibir una llamada de socorro, que puede llegar en cualquier momento. Veamos lo que un paramédico titulado puede hacer.

Preparados para salvar vidas

Aunque los niveles de formación y sus respectivas denominaciones difieren en las diversas provincias de Canadá, por lo general se distinguen cuatro grados de especialización: 1) primera respuesta, 2) cuidados primarios, 3) cuidados avanzados y 4) cuidados críticos. Varias ramas del gobierno, así como las autoridades médicas, exigen una titulación para ejercer como paramédico.

Para recibir la instrucción básica aquí en Canadá, hay que pasar muchas horas en clase, en un hospital y en una ambulancia. En nuestro caso, mis compañeros y yo aprendimos a medir los signos vitales, a usar equipos de ventilación y de suministro de oxígeno y a practicar resucitación cardiopulmonar (RCP). Además, nos enseñaron a poner vendajes, a entablillar miembros fracturados y a colocar aparatos para inmovilizar la columna vertebral.

Luego recibimos en varios hospitales otras trescientas horas de valiosa preparación en salas de urgencias, de cuidados intensivos y de partos. El primer parto en el que yo ayudé resultó ser una experiencia inolvidable: ¡fue como presenciar un milagro! Este y otros sucesos me prepararon para el siguiente paso de mi formación, que consistió en pasar más de trescientas horas afrontando situaciones de la vida real en una ambulancia bajo la tutela de dos paramédicos experimentados. Tras aprobar exámenes teóricos y prácticos, obtuve el título de asistente en emergencias médicas, que ahora se denomina paramédico de cuidados primarios.

Durante varios años trabajé tanto en zonas rurales como urbanas. No tardé en darme plena cuenta del valor de lo que había estudiado. Cierto día, un trabajador de construcción entró en la sala de urgencias con un dolor en el pecho, y al poco rato sufrió un paro cardíaco. Colaboré con los médicos y enfermeras que le practicaron la resucitación cardiopulmonar y la desfibrilación, y que le administraron medicamentos. En unos minutos recuperó el ritmo cardíaco y empezó a respirar por sí solo. Luego fue trasladado a la Unidad de Cuidados Críticos (UCC). Al día siguiente me enviaron a esa unidad, y un médico me presentó a un señor que estaba sentado en una cama conversando con su esposa. No lo reconocí hasta que me dijo: “¿Se acuerda de mí? ¡Usted me salvó la vida ayer!”. Fue una sensación increíble.

En la última parte de mi preparación, un médico me acompañó durante una jornada de doce horas y observó cómo atendía a los pacientes. Finalmente, aprobé tanto los exámenes teóricos como los prácticos y recibí mi título de paramédico de cuidados avanzados.

Los paramédicos trabajamos bajo la supervisión de un director médico, que normalmente colabora con un comité asesor de médicos para crear protocolos de tratamiento. Nosotros nos basamos en estos protocolos cuando atendemos urgencias médicas, o nos comunicamos directamente por radio o teléfono con un grupo de médicos. Por eso se ha dicho que somos los ojos, oídos y manos del médico. Sea en el hogar del paciente, en un edificio público o en el escenario de un accidente automovilístico, el tratamiento que aplicamos puede variar desde administrar oxígeno, medicamentos y desfibrilación hasta seguir procedimientos que implican cirugía e intubación (véase el recuadro  “Tratamientos que ofrecen los paramédicos”, en la página 15).

Riesgos y problemas

Los riesgos y los problemas forman parte de la labor diaria del paramédico. Trabajamos en todo tipo de condiciones climáticas y, a veces, en áreas o circunstancias peligrosas. Incluso el viaje al lugar de la emergencia puede ser arriesgado.

La exposición a sangre, fluidos corporales y enfermedades infecciosas entraña un constante peligro. Para protegernos, usamos guantes, máscaras, gafas, caretas o trajes especiales, según sea necesario.

La atención a los pacientes abarca comunicarnos con sus familiares, sus amigos y hasta con extraños, y sus reacciones pueden ser impredecibles, incluso extremas. Y no es para menos. Por ejemplo, es trágico que la muerte separe a una pareja que lleva décadas de matrimonio. No es nada fácil dar esta noticia al cónyuge sobreviviente. En cierta ocasión tuve que informarle a una señora que su esposo había fallecido. ¿Su reacción? Me dio un puñetazo y salió corriendo de la casa gritando y llorando. Cuando logré alcanzarla, se dio la vuelta, me abrazó y lloró desconsoladamente en mi hombro.

Tratar con quienes padecen trastornos emocionales o están bajo la influencia del alcohol o las drogas exige empatía, prudencia y compasión. Las personas en ese estado pueden ser impredecibles. Ha habido pacientes que me han mordido, escupido y agredido de otras maneras porque no podían controlarse.

El trabajo también es físicamente agotador, pues hay que levantar cargas pesadas, a veces en posiciones muy incómodas. Pasamos mucho tiempo arrodillados e inclinados para atender a los pacientes. Así que las lesiones laborales están a la orden del día. Las más comunes son las sufridas en la espalda, los hombros y las rodillas. Algunas son tan graves que el paramédico no puede seguir ejerciendo su profesión. También se espera que trabajemos en distintos turnos, y eso resulta extenuante.

Por otro lado, atender a personas con enfermedades o heridas que pudieran ser mortales provoca gran tensión mental y emocional. Aun así, se espera que los paramédicos mantengamos la calma y tomemos decisiones juiciosas en momentos críticos. Somos testigos oculares de muchos sufrimientos y desgracias. Vemos a personas con horribles daños físicos y nos interesamos por ellas. No puedo olvidar a un joven que fue aplastado en un accidente laboral. Casi no se le reconocía de la parte inferior del tórax hacia abajo, y nos rogaba a mi compañero y a mí que no lo dejáramos morir. Tristemente, a pesar de todos nuestros esfuerzos y los de un equipo de médicos y enfermeras, el joven murió en menos de una hora.

En otra ocasión acudimos temprano por la mañana a una casa que se había incendiado. Un hombre llegaba del trabajo cuando vio que su esposa y su hijita de tres años escapaban de las llamas. Sin embargo, otros tres niños —de entre cuatro meses y cinco años— y su abuelo se quedaron atrapados en la casa hasta que los bomberos pudieron sacarlos. Yo estuve en uno de los equipos de paramédicos que lucharon para salvarles la vida, pero no fue posible. En efecto, algunas escenas son desgarradoras.

Quizás en este momento se pregunte por qué querría alguien ser paramédico. Yo mismo me he planteado esa pregunta. Me viene a la memoria la parábola de Jesús sobre el buen samaritano que con gusto se sacrificó para ayudar a un herido (Lucas 10:30-37). Pues bien, responder a una llamada de auxilio conlleva un gran sacrificio físico y emocional. Personalmente, esta profesión me ha dado muchas satisfacciones, aunque espero con gran ilusión el día en que ya no volveré a ejercerla. ¿Por qué no? Porque Dios promete que muy pronto ya nadie dirá: “Estoy enfermo”. De hecho, ‘la muerte y el dolor no serán más’ (Isaías 33:24; Revelación [Apocalipsis] 21:4). (Relatado por un paramédico de Canadá.)

[Notas]

^ párr. 3 Si desea más información sobre los conflictos de conciencia que pudiera enfrentar un cristiano que es paramédico, vea La Atalaya del 15 de abril de 1999, página 29, y la del 1 de septiembre de 1975, páginas 535 y 536.

^ párr. 5 En ciertos países, los paramédicos no disponen de ambulancias, sino que el conductor de la ambulancia es responsable de transportar al paciente al hospital lo antes posible.

[Comentario de la página 13]

No lo reconocí hasta que me dijo: “¿Se acuerda de mí? ¡Usted me salvó la vida ayer!”. Fue una sensación muy especial

[Comentario de la página 14]

Ha habido pacientes que me han mordido, escupido y agredido de otras maneras porque no podían controlarse

[Ilustraciones y recuadro de la página 15]

 TRATAMIENTOS QUE OFRECEN LOS PARAMÉDICOS

El paramédico está preparado para mantener abierta la vía aérea del paciente, de modo que el aire entre en los pulmones. Para ello quizás tenga que recurrir a la intubación, que implica insertar un tubo endotraqueal de plástico flexible hacia la tráquea a través de la boca y las cuerdas vocales, empleando un laringoscopio. O tal vez la situación requiera una cricotirotomía, en la que se utilizan una aguja, un pequeño catéter, un alambre guía y un bisturí para introducir un catéter más grande directamente en la tráquea, a través del cuello del paciente. Y cuando ocurre un colapso pulmonar, que es potencialmente mortal, se introducen una aguja y un catéter en la pared torácica.

Otro tratamiento es la terapia intravenosa. Se emplea una aguja para meter un catéter en una vena. De este modo se pueden administrar soluciones, como el suero salino. También se puede usar una aguja intraósea para inyectar sustancias directamente en la médula ósea.

El paramédico puede emplear un desfibrilador con monitor para observar el electrocardiograma del paciente. Además, con este aparato puede aplicarse la desfibrilación (administración de descargas eléctricas para normalizar el ritmo y el funcionamiento del corazón cuando hay paro cardíaco), o puede practicarse la cardioversión (administración de descargas eléctricas sincronizadas para disminuir un ritmo cardíaco peligrosamente acelerado). Asimismo, puede usarse temporalmente como marcapasos externo a fin de acelerar un ritmo cardíaco demasiado lento.

[Reconocimiento]

Fotos tomadas por gentileza de City of Toronto EMS

[Reconocimiento de la página 12]

Foto tomada por gentileza de City of Toronto EMS