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Herodes el Grande y sus magníficas construcciones

Herodes el Grande y sus magníficas construcciones

Herodes el Grande y sus magníficas construcciones

HACE más de dos milenios, reinó durante tres décadas en Judea y en algunos territorios circundantes. Tanta fue su magnificencia que pasó a la historia como Herodes el Grande.

Pero lo cierto es que pervive en el recuerdo como monarca envidioso y criminal que asesinó a miembros de su propia familia e incluso a bebés indefensos. En efecto, avisado por astrólogos orientales de que había nacido un infante que recibiría la realeza, fingió deseos de ir a rendirle homenaje y les pidió que lo localizaran y luego regresaran a informarle. Como ellos no lo hicieron, pues Dios así se lo indicó, ordenó el exterminio de todos los niños menores de dos años que vivían tanto en Belén —la ciudad en la que los sabios habían hallado a Jesús— como en sus contornos (Mateo 2:1-18).

Sin embargo, años antes, aquel soberano se había ganado el favor popular por sus extraordinarios logros arquitectónicos, entre los que figuraban templos, anfiteatros, hipódromos, acueductos y fortalezas palaciegas provistas de lujosas casas de baños. Aun hoy, tales obras impresionan a los ingenieros que las estudian.

Herodes eligió lugares de gran belleza escénica y supo integrar muy bien la arquitectura en la topografía. Decoró sus palacios con hermosos frescos, estucados y pavimentos de mosaico. También introdujo los baños romanos en Judea, con sus salas calientes y templadas y conductos de calefacción bajo el suelo. Hasta edificó ciudades enteras, una de ellas dotada de puerto artificial.

La ciudad portuaria de Cesarea

Uno de los mayores puertos marítimos del mundo romano fue el de Cesarea, cuyas dimensiones llenan de asombro a los arqueólogos. Podía albergar un centenar de naves, lo que atestigua la relevancia de aquella localidad en el comercio internacional de la época.

Los estudiosos saben que los constructores de sus muelles y rompeolas emplearon las más avanzadas técnicas del momento. Pero por largo tiempo fue un enigma cómo habrían logrado mover los colosales bloques que menciona el historiador judío Flavio Josefo, de 15 metros de largo, 3 de alto y 2,7 de ancho (50 por 10 por 9 pies). El misterio se aclaró gracias a exploraciones subacuáticas recientes, las cuales revelaron que dichos bloques no eran de piedra, sino de hormigón. Se fabricaron vertiendo el cemento en un encofrado (o molde) de madera, y luego fueron hundidos y anclados al fondo.

La propia ciudad estaba muy bien planificada e incluía un templo consagrado a César Augusto, un palacio, un hipódromo, un teatro con aforo para 4.000 personas sentadas, una red subterránea de alcantarillado y un sistema de acueductos y túneles que traían agua desde el macizo del monte Carmelo, a unos seis kilómetros (cuatro millas) de distancia.

Jerusalén y el templo de Herodes

Sin duda, la obra más grandiosa del monarca fue la reconstrucción del templo de Jerusalén. El original lo había levantado el rey Salomón en conformidad con los planos que su padre David había recibido por inspiración divina (1 Reyes 6:1; 1 Crónicas 28:11, 12). Cuatrocientos veinte años después, aquel centro de adoración había sido arrasado por los babilonios, y nueve décadas más tarde, el gobernador judío Zorobabel lo había sustituido por otro más modesto.

Con referencia al santuario que Herodes edificó en el mismo solar, Josefo escribió: “La parte exterior [...] estaba recubierta por todos los lados por gruesas placas de oro y así, cuando salían los primeros rayos del sol, producía un resplandor muy brillante y a los que se esforzaban por mirarlo les obligaba a volver sus ojos, como si fueran rayos solares. Desde lejos, a los extranjeros que se acercaban allí les parecía que era un monte cubierto de nieve, ya que el mármol era muy blanco en las zonas que no estaban revestidas de oro”.

Miles de hombres intervinieron en la construcción de los muros de contención de la explanada del templo, que en el tramo occidental alcanzaban una longitud de medio kilómetro (1.600 pies). Los bloques de piedra, colocados sin ninguna argamasa, eran enormes. Uno de ellos pesaba casi 400 toneladas y, en palabras de un respetado historiador, “su tamaño no tenía rival en la antigüedad”. ¡Con razón causaron tanta impresión a los discípulos de Jesús! (Marcos 13:1.) En lo alto de los muros se encontraba el monte del Templo, la mayor plataforma artificial de la época, donde habrían cabido más de veinte campos de balompié.

Herodes mandó realizar muchas otras edificaciones en Jerusalén, como la fortaleza Antonia, adyacente al templo, un palacio y tres singulares torres de varios pisos a la entrada de la ciudad.

Samaria y Jericó

Herodes recibió como donación de César Augusto la antigua ciudad de Samaria, a la que cambió el nombre a Sebaste. También la embelleció con diversos monumentos, entre los que destaca uno que al parecer era un estadio rodeado de columnatas. Asimismo erigió grandes edificios que exhibían elaborados frescos.

Otro escenario de sus proezas arquitectónicas fue Jericó, ciudad ajardinada que abarcaba unas 1.000 hectáreas (2.500 acres). Situada en el valle del Jordán, a unos 250 metros (820 pies) bajo el nivel del mar, goza de un clima subtropical. Por esa razón, Herodes levantó allí un palacio de invierno combinando tres palacios que él mismo había construido antes. De este modo formó un amplio conjunto en el que cada edificio contaba con salones de recepción, termas, jardines y piscinas. No es de extrañar que esta fuera su residencia invernal predilecta.

Magníficos palacios-fortalezas

Claro, Jericó no era la única opción que tenía el rey para el tiempo frío. También había edificado un baluarte en Masada, una meseta rocosa que se alza a más de 400 metros (1.300 pies) sobre el mar Muerto. Allí había mandado hacer un elegante palacio de tres niveles con terrazas y piscinas, así como otra residencia con baños romanos que incorporaban tuberías de calefacción en las paredes e incluso letrinas con sistema de descarga de desechos.

En medio del desierto más inhóspito, Herodes creó un auténtico centro de salud para la realeza que contaba con una docena de cisternas con capacidad para 40.000.000 de litros (10.500.000 galones). Dado que el recinto disponía de una eficiente red de recogida de lluvia, había suficiente agua para los cultivos y para las piscinas y baños.

Otra de sus grandes proezas de ingeniería fue la fortaleza palaciega del Herodión, situada en una elevada colina a cinco kilómetros (tres millas) al sureste de Belén. Constaba de dos secciones: la superior y la inferior. El Herodión alto comprendía un imponente palacio-fortaleza coronado al este por una torre de cinco pisos —hoy en ruinas— que dominaba el horizonte. Hace dos años, las agencias de noticias internacionales difundieron el hallazgo de restos de la tumba de Herodes en la ladera superior y subrayaron que confirmaba el relato que hizo Josefo en el siglo I sobre la procesión funeraria que tuvo lugar en aquel punto.

El Herodión bajo contaba con un complejo de oficinas y anexos del palacio. El punto más importante era un jardín romano adornado con columnas que rodeaba una alberca inmensa —el doble de una piscina olímpica— con una isleta ornamental en el centro. Cumplía la función de depósito, pero también se usaba para nadar y pasear en barca. La abastecía un manantial a través de un acueducto de cinco kilómetros (tres millas y media).

Hace años, un turista habló así del paisaje circundante: “Al este, la vista se extendía hasta el mar Muerto. Ante nosotros teníamos el desierto de Judea, donde David logró eludir a su perseguidor, Saúl. Al ver lo accidentado que es el terreno, entendimos que consiguiera ocultarse, sobre todo ya que desde joven debía de conocer bien la zona. También pensamos en que, mientras apacentaba sus ovejas, bien pudo haber subido más de una vez a lo alto de esta misma colina para disfrutar como nosotros del extraordinario panorama que ofrece”.

Mucho se ha escrito sobre el programa arquitectónico de Herodes el Grande, y aún se especula sobre las razones por las que lo emprendió. Hay quienes dicen que lo movía la sed de gloria o el deseo de conseguir favores políticos. Sea como fuere, el breve repaso que hemos hecho nos confirma que este monarca, si bien fue un déspota sin entrañas, también fue un magnífico constructor.

[Ilustración de la página 25]

CESAREA

Representación artística

[Ilustración de la página 25]

PALACIO DE JERUSALÉN

Maqueta

[Ilustración de la página 25]

TEMPLO DE HERODES

Maqueta

[Ilustración de la página 26]

MASADA

Ruinas del palacio de tres niveles

[Reconocimiento]

Pictorial Archive (Near Eastern History) Est.

[Ilustración de la página 26]

HERODIÓN

Representación artística

[Reconocimientos de la página 25]

Cesarea: Hiram Henriquez/National Geographic Stock; palacio: por gentileza del Museo de Israel (Jerusalén) y Todd Bolen/Bible Places.com