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La naturaleza fue primero

La naturaleza fue primero

La naturaleza fue primero

“Pregunta, por favor, [...] a las criaturas aladas de los cielos, y ellas te informarán [...;] la misma mano de Jehová ha efectuado esto.” (Job 12:7-9)

CADA elemento del cuerpo de las aves parece estar concebido para el vuelo. Por ejemplo, el eje, o raquis, de las plumas del ala debe soportar todo el peso del ave cuando esta vuela. ¿Cómo pueden las alas ser tan livianas y al mismo tiempo tan resistentes? Si cortamos el eje de una pluma, obtendremos la respuesta. Observaremos que su estructura es similar a la que los ingenieros llaman estructura sándwich con alma de espuma: esponjosa por dentro y dura por fuera. Los ingenieros han estudiado el eje de las plumas y utilizan este mismo tipo de estructura en la construcción de aeronaves.

Los huesos de las aves también están extraordinariamente diseñados. Casi todos son huecos, y algunos van reforzados en su interior por piezas oblicuas formando una armadura triangulada llamada celosía Warren. Curiosamente, las alas del transbordador espacial se construyeron siguiendo un diseño similar.

Los pilotos gobiernan la inclinación de los aviones modernos accionando unos cuantos alerones en las alas y la cola. Un ave, por su parte, es capaz de utilizar alrededor de cuarenta y ocho músculos del ala y el hombro para modificar la configuración y movimiento de sus alas y algunas plumas individuales, haciéndolo varias veces por segundo. Es comprensible, pues, que la habilidad acrobática de las aves sea la envidia de los ingenieros aeronáuticos.

El vuelo, en especial la fase de despegue, consume muchísima energía, por lo que las aves necesitan un “motor” de combustión rápida y elevado rendimiento. El corazón de un ave late más deprisa que el de un mamífero del mismo tamaño y es, por lo general, más grande y más potente. También sus pulmones son diferentes y más eficaces, ya que están diseñados para que el aire circule en una sola dirección.

Muchas aves están diseñadas para realizar vuelos asombrosamente largos sin que les falte combustible. En un vuelo de diez horas, el zorzal migratorio pierde casi la mitad de su peso. Cuando la aguja colipinta sale de Alaska con rumbo a Nueva Zelanda, su grasa corporal representa más de la mitad de su peso, y, por increíble que parezca, vuela unas ciento noventa horas (ocho días) sin parar. Ningún avión comercial puede igualar tal hazaña.