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Apéndice: Los padres preguntan

Apéndice: Los padres preguntan

APÉNDICE

Los padres preguntan

“¿Qué tengo que hacer para que mi hijo hable conmigo?”

“¿Cómo hago para que no llegue tan tarde a casa?”

“¿Qué puedo hacer para que mi hija deje de obsesionarse con el peso?”

Estas son solo algunas de las diecisiete preguntas que se responden en este apéndice. La información que aquí se presenta está organizada en seis secciones y contiene referencias a distintos capítulos del primer y del segundo volumen de esta publicación.

Léala y, si es posible, analícela con su cónyuge. Luego trate de aplicarla con sus hijos. * Los consejos que aquí hallará son confiables, pues en vez de apoyarse en la sabiduría humana, se basan en la Palabra de Dios (2 Timoteo 3:16, 17).

290  Comunicación

297  Reglas

302  Libertad e independencia

307  Noviazgo y sexualidad

311  Conflictos emocionales

315  Espiritualidad

 COMUNICACIÓN

¿Por qué es tan importante que trate de no discutir con mi cónyuge o con mis hijos?

En el matrimonio es imposible evitar por completo los desacuerdos, pero sí es posible resolverlos sin discutir. A los hijos les afectan muchísimo las discusiones de sus padres. De hecho, lo que observan en casa determinará cómo se comportarán ellos mismos cuando estén casados. ¿No convendría que aprendieran a resolver los desacuerdos civilizadamente? La próxima vez que tenga una diferencia con su cónyuge, intente lo siguiente:

Escuche. La Biblia recomienda “ser presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira” (Santiago 1:19). Recuerde que devolver mal por mal solo avivará la discusión (Romanos 12:17). Así que, aun si su cónyuge no parece muy dispuesto a escuchar, hágalo usted.

Explique, no critique. Intente explicarle de manera calmada cómo repercuten en usted sus acciones. Dígale algo así como: “Eso que hiciste me dolió porque...”. Además, resista el impulso de criticarlo con expresiones del tipo “Es que yo no te importo” o “Tú nunca me escuchas”.

Espere a estar más tranquilo. Si los ánimos se caldean, es mejor dejar el asunto para más adelante. La Biblia señala: “El principio de la contienda es como alguien que da curso libre a las aguas; por eso, antes que haya estallado la riña, retírate” (Proverbios 17:14).

Pida disculpas a su cónyuge y, de ser necesario, a sus hijos. Mire lo que dice Brenda, de 14 años: “Mis padres saben que a mi hermano y a mí nos duele verlos discutir, por eso hay veces que se disculpan con nosotros”. Una de las lecciones más valiosas que los padres pueden enseñarles a sus hijos es la de ser humildes y pedir perdón.

¿Y qué puede hacer cuando surgen choques con sus hijos? Primero, trate de no añadirle leña al fuego con lo que dice. Por ejemplo, vaya a la página 15 de este libro y repase la discusión que aparece al principio del capítulo 2. ¿Qué comentarios de la madre de Raquel cree que contribuyeron a la riña? Aquí le damos algunas sugerencias para que no vaya a cometer el mismo error:

● Cuando hable con su hijo, evite enojarse y usar expresiones categóricas como “Tú siempre haces eso” o “Tú nunca haces aquello”. Solo conseguirá que el joven se ponga a la defensiva y no le haga caso. Pensará que usted está exagerando y que lo que hizo no es tan grave.

● En vez de atacarlo, explíquele cómo se siente usted. Quizá podría decirle: “No me gusta cuando haces eso, porque me siento de tal y tal manera”. Aunque no lo parezca, a su hijo sí le importan sus sentimientos. Y entender el efecto que tienen en usted sus acciones tal vez lo motive a hacer cambios. *

● Por difícil que sea, procure no hablar mientras está molesto; tómese un tiempo para calmarse (Proverbios 29:22). Si el problema es que el joven no hace su parte en el hogar, explíquele pacientemente cuáles son sus deberes. Dele una lista con lo que usted espera de él y, si es necesario, dígale lo que sucederá si no cumple con sus tareas. Preste atención a lo que tenga que decir, incluso cuando crea que está equivocado. La mayoría de los jóvenes responden mejor a un oído atento que a un sermón.

● En vez de concluir que su hijo está hecho un rebelde, tenga en cuenta que muchos aspectos de su conducta forman parte del desarrollo. Quizás se ponga a discutir para demostrar que ya no es un niño. Así que no se deje provocar. Recuerde: la forma en que usted responda le servirá de modelo a él. Tenga paciencia, mucha paciencia, y le dará un buen ejemplo que imitar (Gálatas 5:22, 23).

VEA EL CAPÍTULO 2 DEL PRIMER VOLUMEN Y EL CAPÍTULO 24 DEL SEGUNDO

¿Qué debo contarles sobre mi pasado?

Imagínese que está cenando con su cónyuge, su hija y unos amigos de la familia. En la conversación sale a relucir que usted estuvo saliendo con otra persona antes de conocer a su cónyuge. Su hija casi se atraganta de la sorpresa. “¡¿Cómo?! ¿Hubo alguien más?”, pregunta. Nunca le habían contado esa historia, y ahora se muere por conocerla. ¿Qué le dirá?

Por lo general, a los padres les gusta que sus hijos les hagan preguntas. Al fin y al cabo, es una manera de establecer cierta comunicación con ellos, algo que la mayoría de los padres buscan.

Ahora bien, ¿cuánto debe revelarles a sus hijos sobre su pasado? Probablemente prefiera que algunas cosas permanezcan en el olvido. No obstante, el hecho de que usted reconozca algunos de sus errores o luchas internas pudiera serles de provecho.

Veamos un ejemplo. En cierta ocasión, el apóstol Pablo admitió con franqueza: “Cuando deseo hacer lo que es correcto, lo que es malo está presente conmigo. [...] ¡Hombre desdichado que soy!” (Romanos 7:21-24). Jehová mismo se aseguró de que estas palabras se conservaran en la Biblia para nuestro beneficio. ¿Y quién no se ha sentido igual que el apóstol?

De la misma manera, es probable que sus hijos se sientan más cerca de usted si, además de contarles sus aciertos, les cuenta también sus desaciertos. Es verdad que los suyos eran otros tiempos, pero la naturaleza humana sigue siendo la misma, y los principios bíblicos no han cambiado (Salmo 119:144). Hablar de los problemas que tuvo y de cómo logró superarlos puede ayudarles mucho. Un joven llamado Cameron afirma: “Descubrir que tus padres se enfrentaron a situaciones parecidas a las tuyas te acerca más a ellos. Después, cuando se te presenta un nuevo problema, quieres saber si ellos también pasaron por eso”.

Una advertencia: no acabe todos los relatos con una moraleja. Tal vez tema que sus hijos lleguen a una conclusión equivocada o que crean que si usted hizo algo malo, tienen derecho a hacer lo mismo. Pero, aun así, deje que sean ellos quienes saquen la lección. No le dará buen resultado terminar con algo como: “Ya ves por qué tú nunca debes hacer eso”. Mejor es explicarles brevemente cómo se siente usted, diciendo por ejemplo: “Cuando lo pienso, lamento haber hecho tal cosa porque...”. De este modo, sus hijos aprenderán lecciones valiosas sin tener la sensación de que los están sermoneando (Efesios 6:4).

VEA EL CAPÍTULO 1 DEL PRIMER VOLUMEN

¿Qué tengo que hacer para que mi hijo hable conmigo?

Cuando era pequeño, su hijo le contaba absolutamente todo. Usted le hacía cualquier pregunta, y él enseguida respondía. Lo que es más, a veces ni siquiera tenía que preguntarle nada. Hablaba hasta por los codos. Pero ahora que ha crecido, no hay quien le saque una palabra. Con sus amigos conversa de lo más bien, pero a usted no le dice ni pío.

No piense que ya no lo quiere o que no desea que usted sea parte de su vida. En realidad, ahora es cuando más lo necesita. Tal vez le sorprenda saber que, según cierta encuesta, para la mayoría de los adolescentes los consejos de sus padres son muy valiosos, más incluso que lo que les dicen sus amigos o lo que aprenden en los medios.

Entonces, ¿a qué se debe ese silencio? A continuación verá por qué algunos jóvenes dicen que les cuesta hablar con sus padres. Analice cada comentario. Luego, hágase las preguntas que lo acompañan y busque los textos citados.

“Hablar con mi padre es un poco difícil. Tiene muchas responsabilidades en el trabajo y la congregación. La verdad es que no parece tener ni un minuto para conversar.” (Andrés.)

“¿Doy la impresión de que estoy demasiado ocupado para hablar? ¿Qué puedo hacer para mostrarme más accesible? ¿Puedo sacar tiempo para conversar con mis hijos?” (Deuteronomio 6:7.)

“Un día llegué llorando de la escuela porque había tenido una discusión, y cuando le conté a mi madre lo que había pasado, me regañó. Yo pensaba que me consolaría. Desde ese día no le cuento nada.” (Kenji.)

“¿Cómo reacciono cuando mi hijo me viene con un problema? Aun si ha metido la pata, ¿no podría escucharlo con calma y empatía antes de aconsejarlo?” (Santiago 1:19.)

“Si tus padres te dicen que hables con ellos, que no se van a enojar, pero al final se molestan, sientes que te han engañado.” (Raquel.)

“Si mi hijo me cuenta algo que me molesta, ¿cómo suelo reaccionar?” (Proverbios 10:19.)

“Muchas veces le conté cosas muy íntimas a mi madre, y ella iba y se las contaba a sus amigas. Tardé mucho tiempo en volver a confiar en ella.” (Chantelle.)

“¿Respeto los sentimientos de mi hijo y no ando contando a otros sus asuntos personales?” (Proverbios 25:9.)

“Hay muchas cosas que quisiera contarles a mis padres, pero no sé por dónde empezar.” (Courtney.)

“¿Puedo iniciar yo las conversaciones? ¿Cuál es el mejor momento para hablar?” (Eclesiastés 3:7.)

Esforzarse por estrechar los lazos de comunicación entre padres e hijos puede tener excelentes resultados. Tomemos por caso lo que sucedió entre Junko, una joven de 17 años de Japón, y su madre. Junko cuenta: “Un día le confesé a mi madre que me sentía más cómoda con mis compañeros de clase que con los hermanos de la congregación. Al día siguiente encontré sobre mi escritorio una carta suya en la que me decía que a ella también le había costado hacer amigos en la congregación. Me señaló que hubo personajes bíblicos que sirvieron a Dios solos, sin nadie que les diera su apoyo. También me felicitó por haberme esforzado por hallar amigos que valieran la pena. Me sorprendió ver que yo no había sido la única con ese problema, que mi madre también lo había tenido. Me emocioné tanto que me eché a llorar. Las palabras de mi madre me animaron muchísimo y me dieron fuerzas para hacer lo que está bien”.

Esta experiencia demuestra que los adolescentes solo se abren con sus padres si están seguros de que no los van a criticar ni se van a burlar de ellos por lo que digan. Pero ¿qué puede hacer si nota que su hijo se molesta, o incluso se enfada, cada vez que tiene que hablar con usted? No deje que le contagie el enojo (Romanos 12:21; 1 Pedro 2:23). Por difícil que se le haga, dele el ejemplo y trátelo con la misma cortesía y respeto que usted espera recibir de él.

Recuerde que los adolescentes están a medio camino entre la niñez y la edad adulta. Según los expertos, la conducta de los adolescentes fluctúa: a veces se comportan con mucha madurez y otras veces como niños malcriados. ¿Qué puede hacer usted cuando su hijo actúe de forma muy infantil?

No lo regañe ni se ponga a discutir con él. Más bien, trátelo como un “aprendiz de adulto” (1 Corintios 13:11). Por ejemplo, puede que le irrite muchísimo que su hijo le salga con algo como esto: “¿Tienes que estar siempre encima de mí? ¡Déjame en paz!”. Ahora bien, si usted pierde los estribos, se verá atrapado en una discusión. Sería mejor responderle: “Mira, veo que estás muy molesto. ¿Por qué no hablamos del asunto cuando te tranquilices?”. De este modo, usted mantiene el control. Y cuando el joven esté listo, en vez de tener una discusión, tendrán una conversación.

VEA LOS CAPÍTULOS 1 Y 2 DEL PRIMER VOLUMEN

 REGLAS

¿Cómo hago para que no llegue tan tarde a casa?

Usted está sentado junto a la puerta esperando que su hijo llegue a casa. Ya hace media hora que debería haber vuelto. Por fin, escucha la llave en la cerradura y ve que la puerta se abre lentamente. Seguro que él cree que usted está en la cama. Ni se imagina que se lo va a encontrar de frente al entrar. El muchacho asoma la cabeza y lo ve. ¿Qué hará usted? ¿Qué le va a decir?

Hay diversas maneras de reaccionar: pudiera minimizar el asunto pensando que todos los chicos son así y no hacer nada, o irse al otro extremo y prohibirle que vuelva a salir en su vida. Pero antes de hacer nada de lo que luego se pueda arrepentir, escúchelo. Quizá haya una razón válida que justifique su demora. Además, esta es una buena oportunidad para enseñarle una valiosa lección de puntualidad. ¿Cómo?

Sugerencia: Dígale que hablarán al día siguiente. Entonces, busque un momento adecuado para explicarle con calma lo que piensa hacer. Por ejemplo, algunos padres le dicen al muchacho que la próxima vez tendrá que llegar media hora antes de la que habían acordado originalmente. Pero, por supuesto, si su hijo demuestra ser puntual y confiable, contemple la posibilidad de concederle mayor libertad y dejar que de vez en cuando llegue un poco más tarde. Es importante que el joven sepa a qué hora se espera que esté de vuelta y que tenga claro cuáles serán las consecuencias de no cumplir con su palabra. Usted, por su parte, debe ser consecuente y hacer valer sus normas.

Ahora bien, la Biblia aconseja: “Llegue a ser conocido [...] lo razonables que son ustedes” (Filipenses 4:5). En vez de simplemente imponer una hora de llegada, hable con su hijo del asunto y pregúntele a qué hora le gustaría llegar. Deje que exponga sus razones y, al tomar una decisión, vea si puede tener en cuenta sus preferencias. Si siempre ha sido cumplidor y lo que le pide no es irrazonable, tal vez pueda hacer algo para complacerlo.

En la vida hay que aprender a ser puntual. Fijarles una hora de llegada a sus hijos no solo los protegerá contra los peligros de la calle, sino que les permitirá adoptar una costumbre que les beneficiará incluso cuando se hayan ido de casa (Proverbios 22:6).

VEA EL CAPÍTULO 3 DEL PRIMER VOLUMEN Y EL CAPÍTULO 22 DEL SEGUNDO

¿Cómo hago para que cambie su forma de vestir?

Repase la introducción del capítulo 11 de este libro (página 77). Imagínese que Helena es su hija. Cuando ve que está a punto de salir con ese vestidito tan corto, se escandaliza y le suelta: “¿Adónde crees que vas así vestida? O te cambias, o no sales”. Es posible que ella sí se cambie, pero porque no le quede más remedio. Ahora bien, ¿qué es lo que usted quiere? ¿Que se cambie de ropa, o que cambie también la actitud que hay detrás de esa forma de vestir?

● En primer lugar, los hijos tienen que comprender cuáles son las consecuencias de andar mal vestidos. Ellos no quieren hacer el ridículo ni llamar la atención de personas indeseables. Por eso, hay que explicarles con paciencia por qué una forma de vestir provocativa o descuidada no les favorece y sugerirles algunas alternativas. *

● En segundo lugar, hay que ser razonable. Pregúntese si la prenda en cuestión viola algún principio bíblico, o si es que a usted sencillamente no le gusta (2 Corintios 1:24; 1 Timoteo 2:9, 10). Si es esto último, ¿podría ser más flexible?

● Finalmente, no se limite a condenar la ropa indecente o estrafalaria. Ayude a sus hijos a escoger prendas que los hagan verse bien. Puede serles muy provechoso contestar juntos las preguntas de las páginas 82 y 83 de este libro. El tiempo y esfuerzo que dediquen a este asunto será una excelente inversión.

VEA EL CAPÍTULO 11 DEL PRIMER VOLUMEN

¿Debo prohibirle los videojuegos?

Los juegos electrónicos de hoy no tienen nada que ver con los que había cuando usted era adolescente. ¿Cómo puede ayudar a su hijo a reconocer y evitar los peligros que encierran?

Hay padres que insisten en que todos los videojuegos son perjudiciales y una total pérdida de tiempo. Pero la verdad es que no todos son malos. Eso sí, pueden ser muy adictivos. Por lo tanto, además de fijarse en la clase de juegos que le atraen a su hijo, fíjese también en cuánto tiempo pasa jugando. Tal vez convenga hacerle preguntas como estas:

● ¿Qué videojuego está de moda entre tus amigos?

● ¿De qué trata?

● ¿Por qué les gusta tanto?

Puede que descubra que el muchacho está muy al día con el tema de los videojuegos, y que quizás ha jugado con algunos que usted considera violentos o indecentes. Si así es, no ponga el grito en el cielo. Aproveche la oportunidad para ayudarlo a desarrollar su capacidad de pensar (Hebreos 5:14).

Por medio de preguntas, trate de que él mismo entienda por qué le atraen ese tipo de juegos. Por ejemplo, pudiera preguntarle:

● ¿Te molesta ser el único que no puede jugar con ese videojuego?

Tal vez él solo quiera tener algo de qué hablar con sus amigos. En ese caso, los consejos que usted le dará no serán los mismos que si nota que le atraen las escenas violentas o eróticas del juego (Colosenses 4:6).

Pero ¿qué hará si se da cuenta de que sí le atraen esas cosas? Algunos jóvenes se excusan diciendo que la violencia de los juegos es ficticia y que no les afectará. Afirman: “Es solo un juego. No lo voy a hacer en la vida real”. Si esa es la opinión de su hijo, pídale que lea Salmo 11:5. Como aclara este versículo, Jehová no solo odia a los violentos, sino también a quienes aman la violencia. Y lo mismo siente por aquellos a quienes les gusta la inmoralidad sexual o cualquier otro vicio condenado en su Palabra (Salmo 97:10).

Si ve que su hijo debe elegir mejor sus videojuegos o pasar menos tiempo con ellos, puede que estas sugerencias le sean de utilidad:

● No le permita jugar donde usted no pueda verlo. No deje que se encierre a jugar en su dormitorio.

● Póngale reglas. Por ejemplo: “Cero videojuegos antes de la cena (o hasta que no hayas terminado tus deberes)”.

● Anímelo a participar en actividades que requieran ejercicio físico.

● Siéntese a verlo jugar, o mejor aún, juegue con él de vez en cuando.

Por supuesto, si a usted le preocupa el tema de los videojuegos que elige su hijo, asegúrese de darle un buen ejemplo. ¿Qué programas y películas elige usted? No le quepa la menor duda: si no se rige por las mismas normas, su hijo enseguida se dará cuenta.

VEA EL CAPÍTULO 30 DEL SEGUNDO VOLUMEN

¿Qué puedo hacer si mi hijo vive pegado al celular, la computadora o el MP3?

¿Pasa su hijo mucho tiempo conectado a Internet? ¿Envía y recibe demasiados mensajes de texto? ¿Le parece que le tiene más cariño al MP3 que a usted? ¿Qué puede hacer?

Una opción sería quitárselos. Pero no piense que todos los aparatos electrónicos de hoy son cosa del Diablo. Lo más probable es que usted mismo use algunos que no existían en tiempos de sus padres. Así que, en vez de sencillamente confiscarle a su hijo los suyos —a no ser que haya una buena razón para hacerlo—, enséñele a emplearlos con sensatez y moderación. ¿Cómo?

En primer lugar, explíquele con calma qué es lo que le preocupa. Luego escuche bien lo que tenga que decir (Proverbios 18:13). Y finalmente, traten de hallar juntos alguna solución práctica. No tema fijarle límites, pero sea razonable. “Cuando tuve un problema con los mensajes de texto —cuenta Ellen—, mis padres no me quitaron el teléfono; lo que hicieron fue ponerme normas. Así me enseñaron a controlarme y a no mandar tantos mensajes; ya no hace falta que ellos estén pendientes.”

¿Y si su hijo se pone a la defensiva? No piense que sus palabras han caído en saco roto. Sea paciente y dele tiempo para pensar. Es muy probable que en el fondo sepa que tiene que cambiar. A muchos adolescentes les pasa lo mismo que a Sandra, quien confiesa: “Me ofendí cuando mis padres me dijeron que me había hecho adicta a la computadora. Pero luego, después de pensarlo un poco, me di cuenta de que tenían razón”.

VEA EL CAPÍTULO 36 DEL PRIMER VOLUMEN

 LIBERTAD E INDEPENDENCIA

¿Cuánta libertad debería darle?

Supervisar debidamente a los hijos y a la misma vez respetar su privacidad no es un asunto sencillo. Por ejemplo, digamos que su hijo quiere estar solo en su habitación y cierra la puerta. ¿Entrará sin llamar? O si su hija sale corriendo para la escuela y olvida el celular sobre la mesa, ¿le echará un vistazo a sus mensajes?

Tal vez no se le haga fácil responder a estas preguntas. Es cierto que, como padre o madre, usted tiene el derecho de saber en qué anda su hijo, así como la obligación de velar por su bienestar. Pero no siempre podrá vigilar con lupa todos y cada uno de sus movimientos. ¿Cómo hacer para darle una supervisión equilibrada?

En primer lugar, si su hijo o hija desea cierta privacidad, no concluya que está escondiendo algo. Por lo general, esta también es una etapa normal de su desarrollo. Hacer cosas por su cuenta le da la oportunidad de “probar sus alas”, por así decirlo. Le permite forjar sus propias amistades y afrontar los problemas valiéndose de su capacidad de pensar, facultad esencial de un adulto responsable (Romanos 12:1, 2). Además, un poco de privacidad le dará la oportunidad de reflexionar antes de tomar decisiones y hallar la solución a cuestiones complejas (Proverbios 15:28).

En segundo lugar, no intente controlar hasta el más mínimo detalle de su vida. A menudo, eso provoca resentimiento y rebeldía (Efesios 6:4; Colosenses 3:21). Pero tampoco lo deje a rienda suelta. Su objetivo como padre debe ser educar bien la conciencia de su hijo (Deuteronomio 6:6, 7; Proverbios 22:6). Recuerde: es mejor dirigirlo que vigilarlo.

Finalmente, hable del asunto con su hijo y permítale expresar lo que siente. ¿Habrá ocasiones en las que pueda complacerlo? Dígale que le dará cierta medida de privacidad siempre y cuando no abuse de su confianza. Deje claro qué consecuencias habrá si desobedece y, de ser necesario, administre disciplina. Con el tiempo, verá que sí es posible concederle mayor libertad a su hijo sin faltar a su deber de padre.

VEA LOS CAPÍTULOS 3 Y 15 DEL PRIMER VOLUMEN

¿Le dejo que abandone los estudios?

“¡Es que me aburro!” “Me mandan demasiados deberes.” “¿Para qué seguir? Si por más que lo intente, no me va a ir mejor.” Debido a tales frustraciones, algunos jóvenes se ven tentados a dejar sus estudios antes de haber adquirido las destrezas necesarias para ganarse la vida. ¿Qué puede hacer si su hijo o su hija está pensando en rendirse? Ponga en práctica lo siguiente:

Examine su propia actitud hacia la preparación escolar. ¿Cómo ve usted la educación? ¿Solía ver la escuela como una pérdida de tiempo, una “condena” que había que cumplir hasta que pudiera emprender otros proyectos? En tal caso, es probable que su actitud haya influido en su hijo. Pero lo cierto es que una buena educación lo ayudará a adquirir “la sabiduría práctica” y “la capacidad de pensar” que necesita para alcanzar sus metas (Proverbios 3:21).

Suminístrele lo necesario. Algunos jóvenes podrían obtener mejores calificaciones, pero sencillamente no saben estudiar. Otros no disponen del ambiente adecuado. Para estudiar hace falta —además de un lugar tranquilo— una mesa despejada, suficiente luz y algunas obras de consulta. Si se asegura de que su hijo cuente con un lugar en el que pueda concentrarse y reflexionar en lo que aprende, lo ayudará a progresar tanto en el plano seglar como en el espiritual (compárese con 1 Timoteo 4:15).

Involúcrese. Los profesores y los orientadores vocacionales no son el enemigo, sino todo lo contrario. Conózcalos bien y trabaje con ellos. Hábleles sobre las metas de su hijo y las dificultades que afronta. Si su hijo tiene bajas calificaciones, averigüe por qué. ¿Será porque piensa que si sobresale, los demás se van a burlar de él? ¿Tiene problemas con algún profesor? ¿Se siente sobrecargado debido a los cursos que está tomando? Recuerde que las clases deberían potenciar sus habilidades, no asfixiarlo. Otra posibilidad: ¿tendrá un problema de salud, como mala visión, o un trastorno de aprendizaje?

Cuanto más comprometido esté en la educación seglar y espiritual de sus hijos, mayores serán las probabilidades de que les vaya bien (Salmo 127:4, 5).

VEA EL CAPÍTULO 19 DEL PRIMER VOLUMEN

¿Podrá vivir por su cuenta?

Serena, citada en el capítulo 7 de este libro, teme irse de su casa. Ella explica por qué: “Cada vez que quiero comprar algo con mi dinero, papá no me deja. Dice que para eso está él. Así que me asusta la idea de tener que pagar mis propios gastos”. No hay duda de que el padre de Serena tiene las mejores intenciones, pero ¿cree usted que le está enseñando a su hija a administrar un hogar? (Proverbios 31:10, 18, 27.)

¿Tiene su hijo o hija el mismo problema? ¿Le sobra protección y, por tanto, le falta preparación para vivir por su cuenta? ¿Cómo puede averiguarlo? A continuación retomamos los cuatro aspectos mencionados en el subtítulo “¿Estás preparado?”, del capítulo 7. ¿Por qué no los analiza desde la perspectiva de un padre?

Administrar el dinero. ¿Entiende su hijo lo que tiene que hacer para cumplir con las leyes de impuestos? (Romanos 13:7.) ¿Utiliza responsablemente las tarjetas de crédito? (Proverbios 22:7.) ¿Sabe hacer un presupuesto que se ajuste a sus ingresos y se atiene a él? (Lucas 14:28-30.) ¿Ha sentido la satisfacción de comprar algo con dinero que él mismo haya ganado? ¿Ha experimentado la satisfacción aún mayor de invertir parte de su tiempo y recursos en ayudar al prójimo? (Hechos 20:35.)

Tareas domésticas. ¿Le ha enseñado a cocinar? ¿Ha aprendido a lavar y planchar su ropa? Si tiene un automóvil, ¿sabe cómo realizar labores básicas de mantenimiento, como cambiar un fusible, el aceite o un neumático? (Nota: Tanto los hijos como las hijas deben saber cómo realizar todas estas tareas.)

Habilidades sociales. Cuando surgen desacuerdos entre su hijo y sus hermanos, ¿tiene que hacer usted siempre de árbitro e imponer la solución? ¿O le ha enseñado a resolver los conflictos de forma pacífica y, entonces, informarle a usted de lo acordado? (Mateo 5:23-25.)

Hábitos espirituales. ¿Está su hijo convencido de lo que cree, o siempre le ha dicho usted lo que tiene que creer? (2 Timoteo 3:14, 15.) En vez de simplemente darle las respuestas a sus preguntas, ¿le ha enseñado a desarrollar su “capacidad de pensar”? (Proverbios 1:4.) ¿Está conforme con el ejemplo que le ha dado en cuanto al estudio personal de la Biblia, o preferiría que tuviera mejores hábitos que los que ve en usted? *

Sin duda, preparar a su hijo en todos estos aspectos exige tiempo y esfuerzo. Pero cuando llegue el día —triste y alegre a la vez— en que le dé un fuerte abrazo de despedida, verá que valió la pena.

VEA EL CAPÍTULO 7 DEL PRIMER VOLUMEN

 NOVIAZGO Y SEXUALIDAD

¿Tendré que hablar con mis hijos sobre sexo?

Los niños se ven expuestos al tema del sexo a edades cada vez más tempranas. Como bien predijo la Biblia hace siglos, estos “últimos días” son “tiempos críticos, difíciles de manejar”. La gente ya no tiene autodominio ni respeto por Dios; solo viven para los placeres (2 Timoteo 3:1, 3, 4). La tendencia a ver las relaciones sexuales como un juego no es más que una de las múltiples indicaciones de que se está cumpliendo esta profecía.

El mundo en el que usted se crió es muy distinto del actual. Sin embargo, hasta cierto punto, las cuestiones son las mismas. Por eso, no piense que no va a poder contrarrestar las malas influencias a las que se enfrentan sus hijos. Usted puede ayudarlos a seguir este consejo que hace casi dos mil años dirigió el apóstol Pablo a los cristianos: “Pónganse la armadura completa que proviene de Dios para que puedan estar firmes contra las maquinaciones del Diablo” (Efesios 6:11). La realidad es que muchos jóvenes cristianos están combatiendo con éxito las influencias nocivas que los rodean. ¿Cómo puede usted ayudar a sus hijos a hacer lo mismo?

Una forma es hablar con ellos sobre sexo. Puede valerse de la información de algunos capítulos de la sección 4 de este libro y de las secciones 1 y 7 del segundo volumen. Ahí hallará pasajes bíblicos que les harán pensar. Algunos de dichos pasajes ofrecen ejemplos reales de personas que decidieron cumplir con las normas divinas y fueron bendecidas, y de individuos que pasaron por alto las leyes de Dios y sufrieron las consecuencias. Otros textos ayudarán a sus hijos a ver que conocer los principios de Dios y servirle es un gran privilegio. ¿Por qué no fija un momento para repasar con ellos esta información?

VEA LOS CAPÍTULOS 23, 25, 26 Y 32 DEL PRIMER VOLUMEN Y LOS CAPÍTULOS   DEL PRIMER VOLUMEN Y LOS CAPÍTULOS   DEL PRIMER VOLUMEN Y LOS CAPÍTULOS   DEL PRIMER VOLUMEN Y LOS CAPÍTULOS   DEL PRIMER VOLUMEN Y LOS CAPÍTULOS 4 A 6, 28 Y 29 DEL SEGUNDO

¿Debo dejar que empiece a salir con alguien?

Tarde o temprano, su hijo se va a plantear la posibilidad de salir con alguien. “No es que yo ande detrás de ninguna chica —dice Phillip—. Son ellas las que me invitan a salir, y entonces pienso: ‘Uy, ¿y ahora qué hago?’. Porque la verdad es que algunas son muy guapas, y me cuesta muchísimo decirles que no quiero tener novia.”

Para ayudar a su hijo, lo mejor es hablar con él. ¿Por qué no aprovecha el capítulo 1 del segundo volumen para iniciar una conversación? Trate de ver a qué dificultades se enfrenta en este particular, sea en la escuela o en la congregación cristiana. No hace falta que sea una conversación muy formal. Tal vez lo pueda hacer un día en que ambos estén tranquilos en casa o cuando vayan de camino a algún lugar (Deuteronomio 6:6, 7). Eso sí, no olvide ser “presto en cuanto a oír [y] lento en cuanto a hablar” (Santiago 1:19).

Si se entera de que su hijo está interesado en alguien, no se horrorice. Una adolescente explica: “Cuando mi papá supo que tenía novio, se puso furioso. Quiso desanimarme con todas esas preguntas de si estaba lista para casarme, y cosas así. Pero eso, cuando eres joven, lo único que logra es que quieras seguir con la relación, aunque sea para demostrarles a tus padres que se equivocan”.

Tenga cuidado. Si su hijo cree que en su casa no se puede ni tocar el tema, tal vez decida salir con alguien a escondidas. “Cuando los padres reaccionan de forma exagerada —señala una chica—, los jóvenes no cortan la relación, solo la disimulan mejor.”

Obtendrá resultados más positivos si aprende a conversar abiertamente de ese tema con su hijo. Virginia, una joven de 20 años, cuenta: “Mis padres siempre han sido muy abiertos con el tema de los muchachos. Se preocupan por saber quién me gusta, y eso me parece algo muy bonito. Mi padre le busca conversación al chico. Y si hay algo que a él o a mi madre les inquieta, me lo dicen. Muchas veces yo sola me doy cuenta de que no es para mí y ni siquiera llego a salir con él”.

Al leer el capítulo 2 del segundo volumen, puede que se pregunte si su hijo o su hija sería capaz de salir con alguien en secreto. Para saber por qué hay jóvenes que se sienten tentados a hacerlo, analice lo que algunos comentan. Luego reflexione en las preguntas que se plantean a continuación.

“Quienes no encuentran en casa el apoyo emocional que necesitan lo buscan en una relación.” (Wendy.)

¿Qué puede hacer para dar a su hijo apoyo emocional? ¿Hay algún aspecto en el que podría mejorar?

“Cuando tenía 14 años, un estudiante de intercambio me pidió que fuera su novia, y yo acepté. Pensé que sería lindo que un chico me abrazara.” (Diane.)

¿Qué haría usted si Diane fuera su hija?

“Con el celular es superfácil tener un novio en secreto. Los padres ni se enteran.” (Annette.)

¿Qué precauciones puede tomar si su hijo tiene teléfono celular?

“Salir con alguien a escondidas es mucho más fácil cuando los padres no están muy al tanto de qué hacen sus hijos ni con quién.” (Thomas.)

¿Cómo podría estar más pendiente de la vida de su hijo y, aun así, permitirle un margen razonable de libertad?

“Algunos jóvenes pasan demasiado tiempo solos en casa. Y los padres a veces son muy confiados y los dejan ir a cualquier sitio con quien sea.” (Nicholas.)

Piense en su hijo y en su mejor amigo. ¿De verdad sabe con quiénes están y qué hacen cuando nadie los supervisa?

“Si los padres son demasiado estrictos, es más probable que el hijo salga con alguien a sus espaldas.” (Paul.)

Sin violar las leyes y principios bíblicos, ¿cómo puede demostrar que es un padre razonable? (Filipenses 4:5.)

“Cuando entré en la adolescencia, tenía baja autoestima y estaba desesperada por que me prestaran un poco de atención. Empecé a escribirme por Internet con un muchacho de otra congregación y me enamoré de él. Me hizo sentir que yo era especial.” (Linda.)

¿Cree que los padres de Linda pudieran haber atendido mejor sus necesidades? ¿Cómo?

¿Por qué no usa el capítulo 2 del segundo volumen, así como esta sección del apéndice, para conversar con su hijo? A fin de evitar que un joven oculte las cosas, no hay nada mejor que la comunicación franca y sincera (Proverbios 20:5).

VEA LOS CAPÍTULOS 1 A 3 DEL SEGUNDO VOLUMEN

 CONFLICTOS EMOCIONALES

¿Qué hago si mi hijo tiene ideas suicidas?

En algunos países, los datos sobre el suicidio juvenil son alarmantes. Por ejemplo, en Argentina, el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 24 años; en Estados Unidos, en solo dos décadas se ha duplicado la cantidad de suicidios en niños de entre 10 y 14 años, y en México, el suicidio se incrementó un 275% en los últimos treinta años, siendo el más afectado el grupo de 15 a 29 años de edad. Corren mayor riesgo de suicidarse los jóvenes que padecen trastornos mentales, tienen antecedentes familiares de suicidio o lo han intentado previamente. He aquí algunos síntomas que suelen presentar los adolescentes cuando están contemplando el suicidio:

● Se aíslan de la familia y los amigos.

● Sufren alteraciones en el apetito y el sueño.

● Pierden interés por las actividades que antes les gustaban.

● Experimentan un cambio brusco de personalidad.

● Consumen drogas o abusan del alcohol.

● Regalan sus objetos más preciados.

● Hablan de la muerte o se interesan por ese tema.

Uno de los errores más graves que puede cometer como padre es pasar por alto estas señales. Y si su hijo amenaza con quitarse la vida, tómeselo muy en serio. No intente convencerse de que es solo una etapa y de que ya se le pasará.

Tampoco se sienta avergonzado de buscar ayuda si sospecha que su hijo o su hija sufre de depresión grave u otro trastorno mental. Y si teme que esté pensando en quitarse la vida, pregúntele. No es cierto que hablar del suicidio es meterle ideas en la cabeza. De hecho, muchos jóvenes se sienten aliviados cuando sus padres sacan el tema. Si su hijo admite que ha pensado en el suicidio, averigüe si ha ideado un plan y cuán detallado es. Y recuerde: cuanto más detallado sea, más pronto debe intervenir.

No piense que la depresión se irá sola. Aun si pareciera que se está yendo, no crea que el problema está resuelto. Al contrario, ese pudiera ser el momento más peligroso. ¿Por qué? Porque es posible que si está muy deprimido, el joven no tenga fuerzas para quitarse la vida; pero al recuperarse un poco, tal vez tenga la energía para intentarlo.

Es muy lamentable que haya jóvenes que por desesperación quieran ponerle fin a todo. Pero si los padres y otros adultos comprensivos permanecen atentos a las señales y siguen el consejo bíblico de hablar “confortadoramente a las almas abatidas”, se convertirán en un refugio para ellos (1 Tesalonicenses 5:14).

VEA LOS CAPÍTULOS 13 Y 14 DEL PRIMER VOLUMEN Y EL CAPÍTULO 26 DEL SEGUNDO

¿Debo disimular ante mis hijos el dolor que siento por la muerte de mi cónyuge?

Si su cónyuge ha muerto, sin duda usted está sufriendo profundamente. Además, sabe que su hijo también está sufriendo y que necesita su ayuda. ¿Cómo puede brindarle ese apoyo, mientras intenta aliviar su propio dolor? Tal vez estas sugerencias puedan servirle.

No trate de ocultar sus sentimientos. Su hijo ha aprendido muchas de las lecciones más valiosas de la vida al observarlo a usted. Aprender a sobrellevar el dolor no será la excepción. De modo que no piense que, para hacerle un favor, tiene que aparentar que no le pasa nada. Con eso solo conseguirá que él también reprima sus emociones. En cambio, si usted expresa sus sentimientos, él aprenderá que por lo general hace bien exteriorizarlos y que es normal sentir tristeza, frustración o incluso ira.

Anime a su hijo a que se desahogue. Trate de que le abra el corazón, pero sin hacer que se sienta obligado. Si no parece muy dispuesto a conversar, lean juntos el capítulo 16 de este libro. Háblele también de los gratos recuerdos que guarda de su cónyuge. Admita que se le hará muy difícil seguir adelante con su vida. Ver cómo usted expresa sus sentimientos le dará una idea de cómo poner en palabras los suyos.

Reconozca sus limitaciones. Es natural que no desee fallarle a su hijo durante estos momentos difíciles. Pero no olvide que usted ha sufrido la pérdida de su amado cónyuge y que, por algún tiempo, estará emocional, mental y físicamente más débil (Proverbios 24:10). Así que tal vez necesite pedirles ayuda a familiares y amigos. Reconocer las propias limitaciones es una señal de madurez. De hecho, Proverbios 11:2 muestra que “la sabiduría está con los modestos”.

Ahora bien, el mejor apoyo que usted puede tener es el de Jehová mismo. En Isaías 41:13 leemos lo siguiente: “Yo, Jehová tu Dios, tengo agarrada tu diestra, [yo soy] Aquel que te dice: ‘No tengas miedo. Yo mismo ciertamente te ayudaré’”.

VEA EL CAPÍTULO 16 DEL PRIMER VOLUMEN

¿Qué puedo hacer para que mi hija deje de obsesionarse con el peso?

¿Qué puede hacer si nota que su hija tiene un trastorno alimentario? Primero, trate de entender cuál ha sido la causa del trastorno.

Se ha observado que, por lo general, quienes padecen trastornos alimentarios tienen una imagen distorsionada de sí mismos y son muy perfeccionistas, lo que los lleva a fijarse objetivos inalcanzables. Por eso, haga todo lo posible por reforzar la autoestima de su hija y tenga cuidado de no fomentar su perfeccionismo (1 Tesalonicenses 5:11).

Además, examine su propia actitud hacia la comida y el peso. ¿Les ha dado usted demasiada importancia a estos asuntos, ya sea por sus palabras o por sus acciones? Recuerde que muchas jóvenes están muy pendientes de su apariencia y son muy influenciables. Así que hasta un chiste inocente sobre su cuerpo regordete o sobre cuánto ha crecido últimamente puede crearle complejos.

Tras meditar y orar sobre el asunto, siéntese con su hija y háblele con el corazón en la mano.

● Planee bien lo que le va a decir y cuándo se lo va a decir.

● Exprésele claramente su preocupación y su deseo de ayudarla.

● No se sorprenda si su primera reacción es ponerse a la defensiva.

● Escúchela con paciencia.

Después, lo más importante será que apoye los esfuerzos de su hija por vencer el problema. Su recuperación debe ser el objetivo de toda la familia.

VEA EL CAPÍTULO 10 DEL PRIMER VOLUMEN Y EL CAPÍTULO 7 DEL SEGUNDO

  ESPIRITUALIDAD

¿Cómo logro que mi hijo adolescente haga suyas las verdades bíblicas?

La Biblia dice que Timoteo fue instruido en los caminos de Dios “desde la infancia”, y seguramente usted lleva algún tiempo haciendo lo mismo con su hijo (2 Timoteo 3:15). Pero ahora que es un adolescente y posee la capacidad de captar conceptos abstractos y mucho más complejos que los que solía manejar de niño, tal vez usted sienta que debe modificar sus métodos de enseñanza y apelar a su “facultad de raciocinio” (Romanos 12:1).

En una de sus cartas a Timoteo, Pablo lo animó de la siguiente manera: “Continúa en las cosas que aprendiste y fuiste persuadido a creer” (2 Timoteo 3:14). Es igual en el caso de su hijo: las verdades bíblicas que usted le ha venido repitiendo desde niño deben echar raíz en su corazón. Pero para eso, él mismo tiene que convencerse de que son ciertas. ¿Cómo puede usted ayudarlo? Creando oportunidades para conversar sobre dichas verdades y animándolo a plantearse preguntas como las siguientes:

● ¿Qué es lo que me convence a mí de que Dios existe? (Romanos 1:20.)

● ¿Es cierto lo que mis padres me han enseñado de la Biblia? ¿Cómo puedo estar seguro? (Hechos 17:11.)

● ¿Estoy convencido de que seguir las normas divinas es lo mejor que puedo hacer? (Isaías 48:17, 18.)

● ¿Qué garantía tengo de que las profecías de la Biblia se vayan a cumplir? (Josué 23:14.)

● ¿Es verdad que nada en este mundo supera al “sobresaliente valor del conocimiento de Cristo Jesús”? (Filipenses 3:8.)

● ¿Qué importancia tiene para mí el sacrificio de Cristo? (2 Corintios 5:14, 15; Gálatas 2:20.)

Tal vez crea que no conviene que su hijo se haga estas preguntas porque teme descubrir que él no sabrá cómo responderlas. Pero eso sería tan absurdo como negarse a mirar el indicador de combustible de su auto por temor a descubrir que el tanque está casi vacío. Si así fuera, más vale saberlo cuanto antes para poder llenarlo. Del mismo modo, sería bueno averiguar qué preguntas o dudas sobre la fe cristiana tiene su hijo y ayudarlo ahora —mientras todavía vive con usted— a estar convencido de lo que cree. *

No hay nada de malo en que su hijo evalúe sus creencias. Diana, de 22 años, recuerda lo que le sucedió cuando era adolescente: “Quería estar segura de lo que creía. Al hallar respuestas claras y convincentes a mis preguntas, me di cuenta de lo bueno que es ser testigo de Jehová. A partir de entonces, siempre que alguien me pregunta por qué no hago esto o aquello, le contesto: ‘Porque no creo que esté bien’, en lugar de: ‘Es que mi religión no me lo permite’. El punto de vista de Dios ha llegado a ser mi punto de vista”.

Sugerencia: Para ir poniendo a prueba la capacidad de su hijo de razonar a partir de los principios bíblicos, la próxima vez que surja un problema, pídale que intercambien los papeles. Pongamos por caso que su hija desea ir a una fiesta. Usted sabe que esa fiesta no es apropiada para cristianos. Y es probable que en el fondo ella también lo sepa. Pues en vez de negarle el permiso sin más, dígale algo como: “Me gustaría que te pusieras en mi lugar. Mira lo que vamos a hacer: piensa un poco en esa fiesta a la que quieres ir, investiga el tema (tal vez usando el capítulo 37 de este libro y el 32 del segundo volumen), y mañana hablamos. Pero entonces intercambiaremos los papeles: yo te pediré permiso para ir a la fiesta, y tú me dirás si es buena idea o no”.

VEA EL CAPÍTULO 38 DEL PRIMER VOLUMEN Y LOS   Y LOS   Y LOS CAPÍTULOS 34 A 36 DEL SEGUNDO

A mi hijo ya no le atraen los asuntos espirituales. ¿Qué puedo hacer?

Para empezar, no asuma que su hijo ya no quiere tener nada que ver con su religión. En la mayoría de los casos, el joven solo tiene que resolver algún conflicto interno. Por ejemplo, es posible que se encuentre en alguna de las siguientes circunstancias:

● La presión de grupo lo intimida, y obedecer los principios bíblicos hace que se sienta diferente.

● Ve que otros jóvenes (tal vez alguno de sus hermanos) llevan una vida cristiana ejemplar y siente que nunca podrá ser tan bueno como ellos.

● Se muere por tener amigos, pero no se halla a gusto entre los cristianos que conoce.

● Se ha dado cuenta de que algunos jóvenes “cristianos” llevan una doble vida.

● Intenta encontrarse a sí mismo y cree que para ello tiene que poner en duda los valores que le han inculcado sus padres.

● Nota que sus compañeros hacen lo que les da la gana y que, al parecer, no les sucede nada malo.

● Está tratando de complacer a su padre o madre no creyente.

Conviene señalar que estos conflictos no atentan contra los fundamentos de la fe cristiana. Tienen que ver, más bien, con circunstancias que hacen que al joven le cueste vivir en conformidad con sus creencias, al menos por ahora. ¿Cómo puede ayudarlo?

Facilítele las cosas, pero sin violar los principios bíblicos. Primero determine por qué se ha enfriado su entusiasmo, y luego trate de allanarle un poco el camino para que se le haga más fácil progresar (Proverbios 16:20). Por ejemplo, la tabla “Estrategia contra la presión de grupo”, de las páginas 132 y 133 del segundo volumen, tal vez le permita darle a su hijo la confianza que necesita para hacerles frente a sus compañeros de clase. O si el joven se siente solo, quizás pueda ayudarlo a rodearse de buenos amigos.

Búsquele un mentor. A veces, a los jóvenes les viene bien contar con el apoyo de un adulto que no sea de la familia. ¿Conoce a alguien maduro en sentido espiritual que pueda servirle de inspiración a su hijo? ¿Por qué no busca la manera de que pasen algún tiempo juntos? No piense que con eso estará relegando su responsabilidad. Recuerde el caso de Timoteo. Su amistad con Pablo lo ayudó muchísimo, y Pablo mismo se benefició de su compañía (Filipenses 2:20, 22).

Es verdad que mientras su hijo viva en su casa, usted tiene el derecho de exigirle que participe en las actividades espirituales de la familia. Sin embargo, su objetivo no debe ser que siga mecánicamente una rutina, sino que ame a su Creador. Si quiere que abrace la religión verdadera, asegúrese de darle un buen ejemplo. Sea razonable en lo que espera de él. Búsquele un mentor y rodéelo de amigos que lo edifiquen. Así, algún día su hijo podrá hacer suyas las palabras del salmista: “Jehová es mi peñasco y mi plaza fuerte y el Proveedor de escape para mí” (Salmo 18:2).

VEA EL CAPÍTULO 39 DEL PRIMER VOLUMEN Y LOS   Y LOS CAPÍTULOS 37 Y 38 DEL SEGUNDO

[Notas]

^ párr. 7 Para simplificar la redacción, emplearemos el género masculino, aunque en algunos temas usaremos el femenino. Sin embargo, los principios son aplicables a jóvenes de ambos sexos.

^ párr. 23 Tampoco intente manipular al muchacho haciéndolo sentir culpable.

^ párr. 64 A los jóvenes les preocupa mucho su físico, así que tenga cuidado de no crearle complejos por su apariencia.

^ párr. 188 El capítulo 36 del segundo volumen muestra a los jóvenes cómo utilizar su “facultad de raciocinio” para asegurarse de que Dios existe.