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CAPÍTULO 80

El pastor excelente y los rediles

El pastor excelente y los rediles

JUAN 10:1-21

  • JESÚS HABLA DEL PASTOR EXCELENTE Y DE LOS REDILES

Jesús sigue enseñando a la gente en Judea y ahora les habla de algo que les resulta muy familiar: de ovejas y rediles. Pero les está hablando en sentido figurado. Los judíos seguramente recuerdan las palabras de David, quien declaró: “Jehová es mi Pastor. Nada me faltará. En prados cubiertos de hierba me hace reposar” (Salmo 23:1, 2). Y, en otro salmo, David dijo a la nación: “Delante de Jehová, nuestro Creador, arrodillémonos. Porque él es nuestro Dios y nosotros somos el pueblo de sus pastos” (Salmo 95:6, 7). Así que a los israelitas, que están bajo la Ley, siempre se les ha comparado a un rebaño de ovejas.

Están en un “redil” en el sentido de que nacieron en una nación que se halla bajo el pacto de la Ley de Moisés. La Ley es como una cerca que los separa de las malas costumbres que practica el resto de la gente. Pero algunos israelitas tratan mal al rebaño de Dios. Jesús explica: “De verdad les aseguro que el que no entra en el redil de las ovejas por la puerta, sino que trepa por otro lado, ese es un ladrón y un saqueador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas” (Juan 10:1, 2).

Estas palabras quizás hacen pensar a los que escuchan a Jesús en aquellos hombres que han afirmado ser el Mesías o Cristo. Estos son como ladrones y saqueadores, impostores a quienes el pueblo no debe seguir. Más bien, debe seguir al “pastor de las ovejas”, de quien Jesús dice lo siguiente:

“Es a este a quien el portero le abre, y las ovejas escuchan su voz. El pastor llama a sus ovejas por su nombre y las conduce afuera. Después de sacar a todas sus ovejas, va delante de ellas. Las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños” (Juan 10:3-5).

Tiempo atrás, Juan el Bautista actuó como un “portero” cuando identificó a Jesús como el pastor a quien deben seguir las ovejas simbólicas que están bajo la Ley. Algunas de ellas, tanto en Galilea como aquí en Judea, han reconocido la voz de Jesús. Sin embargo, otros no entienden lo que les está diciendo (Juan 10:6). Por eso, tal vez se preguntan: “¿Adónde las conduce?” y “¿Qué les sucederá si lo siguen?”.

Jesús dice: “De verdad les aseguro que yo soy la puerta para las ovejas. Todos los que han venido haciéndose pasar por mí son unos ladrones y unos saqueadores, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta; el que entre por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (Juan 10:7-9).

Está claro que Jesús está hablando de algo nuevo. Los que lo escuchan saben que él no es la “puerta” al pacto de la Ley, que lleva siglos vigente. Lo que debe querer decir es que las ovejas que “conduce afuera” deben entrar en otro redil. ¿Con qué fin?

Jesús da más detalles sobre su función. Dice: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el pastor excelente, y el pastor excelente entrega su vida por las ovejas” (Juan 10:10, 11). Antes, Jesús les había dado estas palabras de ánimo a sus discípulos: “No teman, rebaño pequeño, porque su Padre quiere darles el Reino” (Lucas 12:32). Jesús conducirá a los que son parte del “rebaño pequeño” a un nuevo redil, a fin de que “tengan vida y la tengan en abundancia”. ¡Qué maravilloso es pertenecer a ese rebaño!

Sin embargo, Jesús añade lo siguiente: “Tengo otras ovejas, que no son de este redil; a esas también las tengo que traer, y ellas escucharán mi voz. Formarán un solo rebaño con un solo pastor” (Juan 10:16). Esas “otras ovejas” “no son de este redil”, es decir, son de un redil diferente al del “rebaño pequeño”, que heredará el Reino. Cada grupo de ovejas tendrá un futuro distinto. Pero los dos se beneficiarán del papel de Jesús. Él dice: “El Padre me ama por esto: porque yo entrego mi vida” (Juan 10:17).

Muchos empiezan a decir: “Tiene un demonio y ha perdido la cabeza”. Pero otros están escuchando con atención y demuestran que quieren seguir al “pastor excelente”, pues dicen: “Esas no son palabras de un endemoniado. Un demonio no puede abrirles los ojos a los ciegos, ¿verdad?” (Juan 10:20, 21). Seguro que se refieren a la ocasión en que Jesús curó a un hombre que había nacido ciego.