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¿La bolsa, o la vida?

¿La bolsa, o la vida?

¿La bolsa, o la vida?

Es posible que hayamos oído alguna vez de los bandoleros que mientras blandían un arma frente al rostro de sus víctimas, les decían: “¡La bolsa, o la vida!”. En la actualidad, nos trae el eco de estas legendarias palabras una compleja disyuntiva ante la que todos nos encontramos, en especial quienes vivimos en países prósperos. En esta ocasión no son ladrones los que exigen que nos decidamos, sino una sociedad que cada vez pone más énfasis en el dinero y el éxito económico.

DICHO énfasis ha dado origen a todo un nuevo conjunto de problemas y preocupaciones. ¿A cuánto hay que renunciar para conseguir dinero y bienes materiales? ¿Podríamos contentarnos con menos? ¿Está sacrificando la gente la verdadera vida, “la vida que realmente lo es”, por el materialismo? ¿Es el dinero “el pasaporte a la felicidad”?

La obsesión por el dinero

El amor al dinero rivaliza con los demás deseos y pasiones del hombre, legítimos o no, por conseguir el primer lugar en su corazón. A diferencia del apetito sexual y las ganas de comer, la obsesión por el dinero es constante y no tiene fin. La edad avanzada no parece saciarla; al contrario, en muchos casos lo que hace es incrementar el interés y la preocupación por el dinero y lo que este puede comprar.

La codicia parece estar intensificándose. El personaje principal de una popular película dijo: “La avaricia funciona. La avaricia es buena”. Aunque muchas personas llamaron a la década de 1980 la era de la codicia, los sucesos previos y posteriores indican que la manera de reaccionar ante el dinero apenas ha cambiado a lo largo de los años.

Lo que probablemente sea nuevo es el hecho de que mucha gente ve oportunidades de satisfacer al instante su afán por poseer más. Parece que gran parte del mundo dedica casi todo su tiempo y energías a producir y adquirir una cantidad cada vez mayor de cosas materiales. Tal vez concordemos con que, en la vida moderna, tener posesiones y gastar dinero se ha convertido en una empresa apasionada y, con frecuencia, muy imaginativa.

Ahora bien, ¿es la gente más feliz debido a ello? Salomón, un rey sabio y muy rico de hace tres mil años, respondió: “Un simple amador de la plata no estará satisfecho con plata, ni ningún amador de la riqueza con los ingresos. Esto también es vanidad” (Eclesiastés 5:10). Los estudios de la sociedad moderna han llegado a conclusiones igualmente interesantes.

El dinero y la felicidad

Uno de los hallazgos más sorprendentes respecto al comportamiento humano es que la acumulación de dinero y posesiones no se traduce necesariamente en un aumento correspondiente de satisfacción y felicidad. Muchos investigadores se han percatado de que cuando se alcanza cierto nivel de prosperidad, la sensación de bienestar no depende de cuántos bienes materiales se tienen.

Así, la búsqueda desenfrenada de posesiones y dinero induce a mucha gente a plantearse esta cuestión: “Dado que parece que disfrutamos de todas las cosas nuevas que compramos, ¿cómo es que, a fin de cuentas, estos placeres no nos causan más satisfacción?”.

Jonathan Freedman escribe en su libro Happy People (Gente feliz): “Una vez que se consiguen unos ingresos mínimos, la cantidad de dinero que se posee influye poco en la felicidad. Superado el umbral de la pobreza, la relación entre ingresos y felicidad es increíblemente pequeña”. Muchas personas han llegado a comprender que lo que de verdad importa para ser felices son los haberes espirituales, las actividades significativas en la vida y los valores morales. También es de importancia gozar de relaciones humanas y no tener conflictos ni limitaciones que nos impidan disfrutar de lo que poseemos.

Muchos consideran que la raíz de todos los males sociales de la actualidad está en la tendencia a recurrir a la prosperidad material para resolver problemas que en realidad son internos. Algunos comentaristas de asuntos sociales hablan de la existencia de un pesimismo y un descontento generalizados. También han observado en la población de las sociedades prósperas una creciente tendencia a consultar a terapeutas o acudir a gurús, sectas y grupos cuasiterapéuticos en busca de sentido en la vida y paz interior, lo cual atestigua que los bienes materiales no dan verdadero significado a la existencia.

Para qué sirve y para qué no sirve el dinero

Es cierto que el dinero es útil. Con él es posible comprar buenas casas, ropa elegante y mobiliario lujoso. También nos permite conseguir la admiración, la sumisión y la adulación de los demás, y hasta unos pocos amigos temporales y complacientes. Prácticamente no sirve para nada más. Lo que no se puede adquirir con dinero es lo que más necesitamos: el amor de un amigo verdadero, tranquilidad de ánimo y algo de consuelo sincero al acercarse la muerte. Y para aquellos que valoran su relación con el Creador, el dinero tampoco puede conseguir la aprobación divina.

El rey Salomón, que tenía todo lo bueno que en sus días se compraba con dinero, reconoció que la confianza en los bienes materiales no resulta en felicidad duradera (Eclesiastés 5:12-15). Es posible perder el dinero debido a la quiebra de un banco o a la inflación. Tormentas violentas pueden destruir los bienes raíces. Y aunque las pólizas de seguros reintegran parte de las pérdidas materiales, no compensan las pérdidas emocionales. Existe la posibilidad de que las acciones pierdan su valor de la noche a la mañana debido a una repentina recesión económica. Hasta los empleos bien remunerados son fugaces.

Entonces, ¿cómo mantener el dinero en su debido lugar? ¿Qué papel deben desempeñar el dinero o los bienes en nuestra vida? Ahondemos más en este tema para ver cómo poseer algo de verdadero valor: “la vida que realmente lo es”.

[Ilustraciones de la página 4]

Los bienes materiales no dan felicidad duradera