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¿Es realmente dulce la venganza?

¿Es realmente dulce la venganza?

¿Es realmente dulce la venganza?

HAY quienes dicen que la venganza es dulce. Y es que, por naturaleza, nuestro sentido del bien y del mal exige que se repare cualquier injusticia. Por eso, sentimos indignación cuando se nos ofende o agravia de algún modo. Pero ¿es vengarse la solución?

Existen, por supuesto, distintas situaciones en las que muchas personas sienten ganas de vengarse, como cuando reciben un insulto, una bofetada o un empujón, o son víctimas de maltrato físico, robo u otra clase de atropello. ¿Cómo reaccionamos cuando sufrimos en carne propia una injusticia? La tendencia común es pensar: “El que me la hace, me la paga”.

Esta sed de venganza se refleja en todo campo de la vida. En Estados Unidos, por ejemplo, se han dado casos de alumnos de entre 13 y 15 años que, para desquitarse de maestros que los habían corregido, los acusaron falsamente de maltrato o acoso. Y aunque termine por demostrarse que se trataba de calumnias, el daño que causaron es irreparable. Según Brenda Mitchell, presidenta del sindicato de profesores de Nueva Orleans, “desde el momento en que se presentan cargos contra un maestro, su reputación ya queda manchada”.

En el ámbito laboral, una creciente cantidad de empleados que están descontentos con su trabajo o que han sido despedidos buscan vengarse de sus jefes. Para ello, dañan o eliminan archivos electrónicos importantes de la red de la empresa. Y hay otros que roban información confidencial para revelarla o venderla. Aparte de este tipo de delitos, “muchos siguen incurriendo en el clásico robo de pertenencias de la compañía”, informa el periódico The New York Times. Para impedir que esto suceda, diversas empresas se valen de un guardia de seguridad que acompaña al ex empleado a su oficina, espera a que termine de recoger sus cosas y se asegura de que salga de la propiedad.

Se ha visto, sin embargo, que es más común querer vengarse cuando el ofensor es alguien allegado, como un compañero, un amigo o un familiar. A veces basta con una palabra poco amable o una acción irreflexiva para que nos sintamos tentados a pagarle con la misma moneda. Si un amigo o un familiar dice o hace algo que nos molesta, ¿empezamos a planear la manera de devolverle la ofensa? En efecto, es más fácil reaccionar así cuando el que nos lastima es alguien cercano.

La venganza es amarga

Algunas personas piensan que vengándose aliviarán su dolor. Pero ¿es eso así? Veamos el caso de los hijos de Jacob, un patriarca del antiguo pueblo hebreo. La Biblia dice que cuando se enteraron de que su hermana Dina había sido violada por un cananeo llamado Siquem, “quedaron [...] heridos en su sensibilidad, y se encolerizaron mucho” (Génesis 34:1-7). Para vengar esta ofensa, dos de ellos —Simeón y Leví— tramaron un plan contra Siquem y su familia. Valiéndose de un engaño, terminaron asesinando a Siquem y a todos los varones de la ciudad (Génesis 34:13-27).

¿Consiguieron algo con aquella masacre? La respuesta la encontramos en lo que Jacob les dijo a sus hijos cuando supo lo ocurrido: “Ustedes me han traído dificultades, haciéndome odioso entre los habitantes del país [...], ellos se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa” (Génesis 34:30, Nueva Biblia de los Hispanos). Así es, lo único que lograron Simeón y Leví fue empeorar el problema. A partir de entonces, la familia de Jacob tuvo que cuidarse de los posibles ataques de sus indignados vecinos. Quizás para impedir que eso sucediera, Dios le ordenó a Jacob que se mudaran a Betel (Génesis 35:1, 5).

Este relato nos enseña una importante lección: los actos vengativos suelen provocar una interminable espiral de violencia. Como a veces se ha dicho, “la venganza llama a más venganza”. ¡Qué ciertas son esas palabras!

Una espiral de odio y violencia

Dedicar todas nuestras energías a alimentar el rencor nos perjudica enormemente. Cierto libro describe así a quien vive atrapado por el resentimiento y la indignación: “Lo consume su propia ira. Le hace gastar tiempo y energía, mientras sigue cocinándose en sus dolorosas experiencias pasadas, lanzando maldiciones contra los que le hicieron daño y planeando cómo desquitarse” (Saber perdonar: cómo hacer las paces con su pasado y vivir sin rencores). Con gran claridad, la Biblia describe el efecto de albergar sentimientos negativos cuando afirma: “Los celos son podredumbre a los huesos” (Proverbios 14:30).

Además, ¿cómo puede ser feliz alguien que está lleno de odio y resentimiento? “El que piense que la venganza es dulce —comentó cierto autor— que mire la cara de quien ha vivido durante años sumido en el rencor.”

¿Y qué se puede decir de los conflictos étnicos y religiosos que azotan al mundo entero? ¿No es cierto que una muerte lleva a otra, y así sucesivamente, hasta que se vuelve el cuento de nunca acabar? Tomemos por caso las palabras que una mujer pronunció tras un atentado terrorista. Luego de que una bomba segara la vida de dieciocho jóvenes, ella exclamó llena de rabia y aflicción: “¡Deberíamos hacerle lo mismo a esa gente, pero multiplicado por mil!”. Por desgracia, reacciones de este tipo solo consiguen avivar las llamas de la violencia.

“Ojo por ojo”

Nunca falta quien se justifique citando las conocidas palabras bíblicas de “ojo por ojo, diente por diente” (Levítico 24:20). A simple vista, parecería que la ley de pagar “ojo por ojo” fomenta la idea de tomar represalias. Pero la verdad es que se estableció para frenar o limitar la venganza sin sentido. Veamos por qué decimos esto.

Si un israelita agredía a otro y le hacía perder un ojo, la Ley dictaba el debido castigo. De modo que la víctima no podía tomarse la justicia por su propia mano, atacando al agresor o a su familia. La Ley, más bien, exigía que se llevara el asunto ante las autoridades correspondientes, es decir, los jueces. Además, esta disposición detenía a todo el que quisiera atentar contra la integridad de los demás, pues era bien sabido que se le haría sufrir un daño igual al causado por él. Pero este mandato implicaba mucho más.

Antes de dictar esa ley, Jehová Dios le había dicho a Moisés que diera este mandato a Israel: “No debes odiar a tu hermano en tu corazón. [...] No debes tomar venganza ni tener rencor” (Levítico 19:17, 18). En efecto, debían considerar el mandato de pagar “ojo por ojo, diente por diente” dentro del contexto de toda la Ley mosaica, que Jesús sintetizó en estos dos mandamientos: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente” y “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-40). Ahora bien, si un cristiano es víctima de una injusticia, ¿cómo debería reaccionar?

La senda de la paz

La Biblia señala que Jehová es “el Dios de la paz”, y anima a quien le sirve a que “busque la paz y siga tras ella” (Hebreos 13:20; 1 Pedro 3:11). Pero ¿de veras conviene seguir la senda de la paz?

Pensemos en el caso de Jesús, a quien sus enemigos persiguieron, escupieron y azotaron mientras cumplía con su ministerio en la Tierra. Por si esto fuera poco, un amigo lo traicionó y sus propios seguidores lo abandonaron (Mateo 26:48-50; 27:27-31). ¿Cómo respondió él? “Cuando lo estaban injuriando, no se puso a injuriar en cambio —afirmó el apóstol Pedro—. Cuando estaba sufriendo, no se puso a amenazar, sino que siguió encomendándose al que juzga con justicia.” (1 Pedro 2:23.)

Este mismo apóstol explicó: “Cristo sufrió por ustedes, dejándoles dechado para que sigan sus pasos con sumo cuidado y atención” (1 Pedro 2:21). Como vemos, la Biblia insta a los cristianos a imitar a Jesucristo, incluso cuando sufran alguna injusticia. A este respecto, el propio Jesús declaró en el Sermón del Monte: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen; para que demuestren ser hijos de su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:44, 45).

En vista de que los cristianos regimos nuestra vida por un amor como este, ¿cómo deberíamos reaccionar cuando creemos que alguien nos ha ofendido? Proverbios 19:11 indica: “La perspicacia del hombre ciertamente retarda su cólera, y es hermosura de su parte pasar por alto la transgresión”. Además, tomamos a pecho la siguiente exhortación: “No te dejes vencer por el mal, sino sigue venciendo el mal con el bien” (Romanos 12:21). ¡Qué diferente al espíritu que predomina en este mundo sediento de venganza! El amor cristiano puede ayudarnos a superar las ganas de devolver mal por mal y a “pasar por alto la transgresión”, pues el amor “no lleva cuenta del daño” (1 Corintios 13:5).

Ahora bien, ¿significa esto que, si somos víctimas de un delito o corremos algún peligro, hemos de quedarnos con los brazos cruzados? ¡De ninguna manera! Cuando la Biblia nos exhorta a seguir “venciendo el mal con el bien”, no quiere decir que debamos empeñarnos en ser unos mártires. Por el contrario, tenemos el derecho de defendernos. Si alguien nos ataca o irrumpe en nuestra propiedad, haremos bien en llamar a la policía. En caso de que el peligro se presente en el trabajo o en el centro de estudios, podemos acudir a las autoridades correspondientes (Romanos 13:3, 4).

Con todo, es bueno recordar que en este mundo es muy difícil hallar verdadera justicia. Muchas personas han pasado toda su vida tratando de que se haga justicia, pero solo terminan llenas de amargura y frustración.

No hay nada que le complazca más a Satanás que ver un mundo dividido por el odio y la sed de venganza (1 Juan 3:7, 8). Los cristianos, sin embargo, preferimos seguir este consejo bíblico: “No se venguen, amados, sino cédanle lugar a la ira; porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré, dice Jehová’” (Romanos 12:19). De modo que, si confiamos en Jehová, nos libraremos del rencor, la rabia y la violencia. Al dejar los asuntos en sus manos, nunca tendremos que probar el amargo sabor de la venganza (Proverbios 3:3-6).

[Comentario de la página 22]

“Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente.” “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”

[Ilustraciones de la página 23]

El amor “no lleva cuenta del daño” (1 Corintios 13:5)