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Un día en la playa

Un día en la playa

Carta de Granada

Un día en la playa

POCAS emociones son comparables a la de ser enviado a otro país a servir de misionero. Uno se muere de ganas por ver el lugar, conocer a sus habitantes y disfrutar de gratas vivencias en la predicación. ¡La imaginación echa a volar como la de un niño!

Así pues, figúrese cómo nos sentimos mi esposa y yo cuando fuimos asignados a Granada. Estábamos deseando conocer esta hermosa isla tropical, que cuenta con unas cuarenta y cinco playas. De hecho, poco después de llegar pasamos un día inolvidable en una de ellas. Pero, como podrá comprobar, lo que hizo tan especial esta ocasión tuvo poco que ver con el sol y el surf.

El trayecto desde nuestra casa hasta la playa conocida como Grand Anse Beach no es muy largo, pero es toda una delicia. La carretera está llena de curvas, y detrás de cada una se abren ante nosotros unas vistas impresionantes: montañas de vegetación exuberante, selvas tropicales, bellas cascadas, el inmenso océano... ¡No me extraña que vengan tantos turistas de todo el mundo a esta isla! El paisaje es tan increíble que uno tiene que hacer un esfuerzo para no despistarse y olvidarse del volante. Eso sí, con tanto zigzag, el camino a veces se estrecha de tal manera que uno se pregunta cómo es posible que los vehículos no choquen al cruzarse.

Por fin llegamos a nuestro destino: el centro de convenciones, que está situado junto a la carretera, frente a Grand Anse Beach. Ese día nos reunimos allí casi seiscientos testigos de Jehová para recibir instrucción bíblica y disfrutar de la compañía mutua. Iba a ser un día muy especial, sobre todo para Lesley y Daphne, un matrimonio de más de 70 años. ¿Por qué? Porque Lesley iba a bautizarse como testigo de Jehová. Su esposa llevaba soñando con que llegara este feliz momento desde 1958, año en que ella se bautizó.

Y es que el bautismo —un acto en el que se sumerge a la persona por completo en agua— es una ocasión muy importante para los testigos de Jehová. Es un paso que se da cuando uno ha alcanzado un conocimiento exacto de las enseñanzas bíblicas y las está poniendo en práctica en la vida. Se trata de una ceremonia en la que la persona hace pública su decisión de dedicar su vida a Jehová Dios.

Yo fui el encargado de pronunciar un discurso para explicar a los asistentes lo que las Escrituras dicen sobre el bautismo. Al llegar al final, Lesley se puso de pie. Estaba todo sonriente, con su corbata y su camisa blanca perfectamente planchada. A su lado había una pareja que también iba a bautizarse. Entonces les formulé la siguiente pregunta: “¿Se ha arrepentido de sus pecados y se ha dedicado a Jehová para hacer Su voluntad?”. Los tres respondieron al mismo tiempo con un “¡Sí!” que les salió de lo más profundo del corazón.

Para mí fue muy emocionante ver ahí a Lesley, pues conozco su historia. Durante varias décadas, él se negó a estudiar la Biblia. Pero un día, mientras visitaba una isla cercana con su esposa, quedaron en que cada uno asistiría a sus propios servicios religiosos. “Tú ve a tu iglesia, que yo iré a la mía”, le dijo Lesley.

Así es que dejó a Daphne en la entrada de un Salón del Reino de los Testigos de Jehová y se fue a una iglesia anglicana cercana. Cuando su servicio terminó, volvió para recogerla. En cuanto entró al local, varios Testigos se le acercaron para darle una calurosa bienvenida, y eso que no lo conocían de nada. Aquello le tocó el corazón, pues en su iglesia nadie había hablado con él. Entonces le dijo a su esposa: “¿Puedes creerlo? Desde que entré hasta que salí de mi iglesia, nadie se molestó en dirigirme la palabra. ¡Ni siquiera el pastor! No pienso volver nunca más”. Dicho y hecho: Lesley jamás volvió a pisar su antigua iglesia.

Fue así como comenzó a estudiar formalmente la Palabra de Dios. Y por fin llegó el día de su bautismo. Tras el discurso, Lesley y la otra pareja salieron hacia la playa, y los demás fuimos detrás de ellos. Los testigos de Jehová suelen instalar una piscina bautismal en la mayoría de sus congresos, pero aquí no hacía falta. Teniendo el mar tan cerca, ¡bastaba con cruzar la carretera!

La playa lucía espectacular, con sus tres kilómetros (dos millas) de arena blanca y sus cálidas aguas azules. ¿Puede imaginarse la cara de los turistas al vernos allí a todos, los hombres con camisa y corbata y las mujeres con faldas y vestidos? Lesley ya se había cambiado y llevaba una camiseta y un pantalón corto. ¡Y qué contenta estaba Daphne! Tras cincuenta años de espera, por fin veía bautizarse a su marido. El sol del mediodía no brillaba tanto como su sonrisa. Curiosamente, hasta los turistas se contagiaron de la alegría de la ocasión y también aplaudieron después de cada bautismo.

En fin, está claro que esta hermosa playa, con su cielo azul y su fina arena, es capaz de alabar al Creador sin necesidad de articular palabras. Aun así, para todos los presentes, lo más destacable de este paradisíaco lugar fue que tres nuevos siervos de Dios se bautizaran en sus plácidas aguas. ¡Qué experiencia tan conmovedora! ¿Entiende ahora por qué dije antes que para nosotros —y en especial para Lesley y Daphne— aquel día en la playa fue algo inolvidable?