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El poder de la Palabra de Dios en una familia hindú

El poder de la Palabra de Dios en una familia hindú

NUNCA olvidaré la mañana del lunes 22 de agosto de 2005. Estábamos todos sentados para el desayuno y yo tenía algo importante que comunicarle a mi familia. Mi vida corría peligro porque tenía un tumor cerebral de gran tamaño. Mi esposo, Krishna, hizo una oración, y después yo les dirigí a los demás estas palabras:

“Voy a ingresar en el hospital para una operación de alto riesgo, así que deben estar preparados para lo que pueda pasar. He dejado todo organizado para mi funeral, por si fuera necesario. A los que adoran a Jehová, les pido que no se rindan. A los demás, les ruego que acepten la invitación de estudiar la Biblia y que asistan a las reuniones cristianas. De esa forma podrán tener la misma fe que yo en que vendrá un nuevo mundo en el que los siervos fieles de Dios vivirán para siempre con salud perfecta en una Tierra paradisíaca”.

Pero antes de contar el desenlace de la operación, me gustaría hablar un poco de mi vida y de cómo llegué a conocer al Dios verdadero.

Criada en el hinduismo

En brazos de mi madre

Mi familia vivía en una gran casa de madera con techo de chapa situada en una colina de la ciudad costera de Durban (Sudáfrica). Para llegar hasta el portón de entrada, primero teníamos que subir los 125 escalones que había desde la carretera principal del valle. Esos escalones conducían a un caminito bordeado de arbustos que daba a un portón de hierro. A un lado del portón se hallaba el santuario de mi abuela, lleno de cuadros e imágenes de dioses hindúes. La abuela me decía que yo era una “hija del templo” (en hindi, mandir kī baccā) y que había nacido gracias a los dioses que adorábamos. Frente al santuario había un tramo de escalones rojos encerados, que llevaban a la puerta principal. La casa era muy grande, tenía un pasillo largo, una gran cocina con fogón de carbón, siete dormitorios y una edificación anexa con un dormitorio más. Allí vivíamos 27 personas: mis abuelos paternos, mi padre, sus tres hermanos menores, su hermana menor y sus respectivas familias.

Nuestra casa familiar

No era fácil atender las necesidades de tantas personas. Pero vivir juntos nos mantuvo unidos y nos proporcionó muchos recuerdos felices. Las cuatro nueras, incluida mi madre, Gargee Devi, compartían las tareas del hogar turnándose para cocinar y limpiar. Mi abuelo era el jefe de familia y se ocupaba de comprar alimentos para todos. Cada miércoles mis abuelos iban al mercado y traían carne, fruta y vegetales para toda la semana. Solíamos esperar a que volvieran del mercado sentados a la sombra de un pino en el borde de la colina que daba al valle. En cuanto los veíamos salir del autobús con sus grandes cestos, bajábamos corriendo los 125 escalones para ayudarles a subir la compra a casa.

Junto a los 125 escalones

En nuestro jardín teníamos una palmera muy alta donde habían hecho su nido unas aves llamadas minás, a las que veíamos volar de un lado a otro y oíamos trinar. Mi abuela se sentaba en los escalones de la puerta principal y nos contaba historias, como si estuviera traduciendo los sonidos que hacían las minás. Tengo muchos recuerdos hermosos de la vida que compartimos en aquella casa. Nos reíamos, llorábamos, jugábamos, en fin, disfrutábamos de vivir juntos como una gran familia. Y más importante aún, fue allí donde empezamos a aprender sobre nuestro Creador, Jehová, y su Hijo, Jesucristo.

Antes de conocer a Jehová, nuestra adoración hinduista incluía muchos rituales diarios. Además, solíamos organizar en nuestra casa grandes celebraciones en las que invitábamos a los presentes a venerar a diferentes dioses y diosas. En algunas de esas ocasiones, mi abuela entraba en trance y se comunicaba con los espíritus, y exactamente a medianoche, se hacían sacrificios de animales para apaciguarlos. Mi abuelo también era muy conocido en la comunidad por sus donativos para la construcción y el funcionamiento de escuelas públicas y templos hinduistas.

Cómo aprendimos la verdad sobre Jehová

En 1972 mi abuelo enfermó y murió. Algunos meses después, mi tía Indervathey, a la que también llamábamos Jane, aceptó las revistas La Atalaya y ¡Despertad! que le ofrecieron dos señoras testigos de Jehová. Siempre les decíamos a los Testigos que se fueran, pero esa vez ella se sintió culpable por no haberlas invitado a entrar en casa. Por eso, cuando volvieron a visitarla, las hizo pasar y les habló de un problema matrimonial relacionado con el alcoholismo de mi tío. Los vecinos y parientes le aconsejaban a mi tía que pidiera el divorcio. Las Testigos le explicaron el punto de vista de Dios sobre el matrimonio (Mateo 19:6). Ella quedó impresionada por el consejo bíblico y por la promesa de una vida mejor aquí en la Tierra. * Cambió de opinión respecto a dejar a mi tío, y empezó a estudiar la Biblia regularmente con las Testigos. Mientras ella estudiaba en la sala de casa, las otras nueras escuchaban desde sus habitaciones.

Con el tiempo, todas las nueras se unieron al estudio bíblico. La tía Jane hablaba de lo que aprendía y solía leernos y explicarnos a los más pequeños historias del libro Escuchando al Gran Maestro. * Cuando mis tíos se enteraron de que sus esposas estaban estudiando la Biblia, empezaron a oponerse. Uno de ellos tomó todas las publicaciones, incluso la Biblia, y las quemó. Nos insultaron y nos pegaron por ir a las reuniones. Mi padre fue el único que no mostró esa actitud; nunca se opuso a que aprendiéramos de Jehová. Las cuatro nueras siguieron asistiendo a las reuniones y aumentando su amor por Jehová.

En 1974, la tía Jane se bautizó como testigo de Jehová, y mi madre y otras de mis tías lo hicieron poco después. Con el tiempo, mi abuela abandonó las prácticas religiosas del hinduismo. Durante años yo las acompañé a todas las reuniones cristianas. Entonces, en una asamblea grande de los testigos de Jehová, una Testigo llamada Shameela Rampersad me preguntó: “¿Cuándo te vas a bautizar?”. Yo le contesté: “No puedo, nadie me ha dado clases de la Biblia”. Ella se ofreció a dármelas, y el 16 de diciembre de 1977, en la siguiente asamblea, me bauticé. Al final, de los 27 miembros de mi familia que habíamos vivido juntos, 18 nos bautizamos. Sin embargo, para el tiempo de mi operación, mi padre, Sonny Deva, seguía siendo hinduista.

“No se inquieten por cosa alguna”

Las palabras de Filipenses 4:6, 7 han sido de gran ayuda para mí, en especial desde que me diagnosticaron el tumor cerebral. Estos versículos dicen: “No se inquieten por cosa alguna, sino que en todo, por oración y ruego junto con acción de gracias, dense a conocer sus peticiones a Dios; y la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales mediante Cristo Jesús”. Resulta difícil no inquietarse cuando te dicen que puedes morir en cualquier momento. Al principio, lo único que hacía era llorar, pero luego oré a Jehová. A partir de entonces, experimenté “la paz de Dios que supera a todo pensamiento”.

Era como si Jehová me hubiera tomado de la mano; realmente sentí que dirigía mis pasos en todo momento (Isaías 41:13). Me ayudó a explicar con valor al personal médico mi decisión de obedecer el mandato bíblico de abstenerse de sangre (Hechos 15:28, 29). Como resultado, el cirujano y un anestesista estuvieron dispuestos a realizar la operación sin hacer transfusiones de sangre. Después, el cirujano nos explicó que la operación había salido bien y que habían conseguido eliminar el tumor del todo. También dijo que nunca había visto a ningún paciente recuperarse tan rápido después de una operación de semejante magnitud.

Tres semanas después volví a dar clases bíblicas, aunque desde la cama. Al final de la séptima semana, comencé de nuevo a conducir mi automóvil, salir a predicar y asistir a las reuniones. Agradecía mucho la ayuda de mis hermanos y hermanas cristianos que colaboraban conmigo en la obra de evangelizar; ellos se aseguraban de que nunca estuviera sola y de que llegara a casa sin problemas. Creo que escuchar las grabaciones bíblicas y centrarme en los aspectos espirituales de mi vida contribuyó a que mi recuperación fuera tan rápida.

También tuve la alegría de que, tras mi operación, mi padre aceptara estudiar la Biblia con los Testigos. Se bautizó a los 73 años y ahora sirve fielmente a Jehová. Hoy día, más de cuarenta de mis familiares son Testigos. Aunque he perdido visión en el ojo izquierdo y mi cráneo se mantiene sujeto con piezas de metal, espero con anhelo el tiempo en que Jehová hará “nuevas todas las cosas” en el venidero paraíso terrestre (Revelación [Apocalipsis] 21:3-5).

Con mi esposo (izquierda), mi hija y mis padres

He sido bendecida con un esposo amoroso, que sirve como superintendente cristiano, y una hermosa hija, Clerista, que me apoya en mi servicio como evangelizadora de tiempo completo. Jehová también me ha dado muchas bendiciones en el ministerio. Hasta ahora, he podido ayudar a bastantes de mis estudiantes de la Biblia a ver el poder de la Palabra de Dios en su vida. Más de treinta ya están dedicados a Dios y bautizados.

Con el corazón lleno de esperanza, anhelo el tiempo en que Jehová Dios nos libre de este doloroso sistema de cosas y nos introduzca en el paraíso terrestre.

^ párr. 12 Si desea más información sobre el propósito de Dios para la Tierra, consulte el capítulo 3 del libro ¿Qué enseña realmente la Biblia?, editado por los testigos de Jehová.

^ párr. 13 Editado por los testigos de Jehová; agotado.