BIOGRAFÍA
Aprendimos a no decirle nunca que no a Jehová
RELATADA POR KATHLEEN LOGAN
DESPUÉS del tifón, las aguas del río estaban muy agitadas y a su paso arrastraban lodo y piedras. Teníamos que cruzar al otro lado del río, pero las aguas se habían llevado el puente. Mi esposo, Harvey, y yo estábamos con nuestro intérprete del idioma ami. Los tres estábamos muy asustados. Al otro lado del río, estaban unos hermanos, muy preocupados, esperando a que cruzáramos. Subimos nuestro auto a la parte de atrás de un camión que era un poco más grande. No había cuerdas ni cadenas para sujetar el auto; aun así, el camión comenzó a cruzar el río lentamente. El camino se nos hizo eterno, y no dejábamos de orarle a Jehová, pero al final llegamos al otro lado del río. Era el año 1971, y estábamos en la costa este de Taiwán, a miles de kilómetros de nuestros lugares de origen. Permítanme contarles nuestra historia.
CÓMO LLEGAMOS A AMAR A JEHOVÁ
Harvey era el mayor de cuatro hermanos. Su familia conoció la verdad en lo que antes era la ciudad de Midland Junction, en el estado de Australia Occidental, durante la crisis económica de los años treinta. Harvey llegó a amar a Jehová y se bautizó a la edad de 14 años. Poco después, aprendió a no rechazar asignaciones teocráticas. En una ocasión, cuando todavía era un muchacho, le pidieron que leyera en el estudio de La Atalaya, pero él se negó porque pensaba que no sería capaz de hacerlo bien. Sin embargo, el hermano que habló con Harvey le dijo: “En la organización de Jehová, cuando alguien te pide que hagas algo, es porque cree que puedes hacerlo bien” (2 Cor. 3:5).
Yo aprendí la verdad en Inglaterra, así como mi madre y mi hermana mayor. Mi padre aceptó la verdad mucho más tarde, pero al principio se oponía mucho. Aunque él no quería, me bauticé a los 9 años. Me puse la meta de ser precursora, para luego ser misionera. Pero mi padre no me iba a permitir ser precursora hasta que cumpliera 21 años. Yo no quería esperar tanto tiempo. Así que, cuando tenía 16 años, con el permiso de mi padre, me mudé a Australia para vivir con mi hermana mayor, que había emigrado a ese país. Y, cuando cumplí 18 años, por fin comencé el precursorado.
En Australia, conocí a Harvey. Los dos teníamos el deseo de ser misioneros. Nos casamos en 1951. Después de servir juntos como precursores durante dos años, nos invitaron a la obra de circuito. Nuestro circuito abarcaba una región extensa de Australia Occidental, así que estábamos constantemente viajando largas distancias en auto por zonas remotas y áridas.
SE CUMPLE NUESTRO SUEÑO
En 1954, nos invitaron a la clase número 25 de Galaad. ¡Nuestro sueño de ser misioneros estaba a punto de cumplirse! Llegamos en barco a Nueva York y comenzamos un curso de estudio de la Biblia muy profundo. En las clases de Galaad, teníamos que aprender español, pero a Harvey le resultaba difícil porque le costaba pronunciar bien las erres.
Los instructores anunciaron que los que estuvieran interesados en servir en Japón podían apuntarse a clases de japonés. Nosotros decidimos no apuntarnos porque preferíamos que fuera la organización la que decidiera dónde serviríamos. Cuando el hermano Albert Schroeder, uno de los instructores de Galaad, se enteró de que no nos habíamos apuntado, nos dijo: “Piénsenlo un poco más”. Como vio que seguíamos dudando, nos dijo: “Los otros instructores y yo ya los hemos apuntado. Prueben a ver cómo se les da el japonés”. A Harvey se le hizo más fácil aprender este idioma.
Llegamos a Japón en 1955. En aquel entonces, solo había 500 publicadores en todo el país. Harvey tenía 26 años y yo 24. Nos enviaron a la ciudad portuaria de Kobe, y allí estuvimos durante cuatro años. Después, nos invitaron de nuevo a la obra de circuito, cerca de la ciudad de Nagoya, y eso nos alegró mucho. Nos encantaba servir en Japón: los hermanos, la comida, el paisaje... Pero, poco después, se nos presentó otra oportunidad de demostrar si estábamos dispuestos a hacer lo que Jehová nos pide.
SE PRESENTAN NUEVOS DESAFÍOS
Después de tres años en la obra de circuito, la sucursal de Japón nos preguntó si estábamos dispuestos a ir a Taiwán para predicarles a los amis, un pueblo indígena. Algunos hermanos amis se habían hecho apóstatas, y la sucursal de Taiwán necesitaba a un hermano que supiera hablar japonés para que ayudara a remediar la situación. * La decisión no era fácil, porque nos encantaba nuestra vida en Japón. Pero Harvey había aprendido a no rechazar nunca una asignación, así que decidimos ir.
Cuando llegamos a Taiwán, en noviembre de 1962, allí había 2.271 publicadores. La mayoría eran amis. Ahora necesitábamos aprender chino, y solo teníamos un libro de texto y una profesora que no hablaba inglés. Aun así, lo aprendimos.
Poco después de llegar a Taiwán, a Harvey lo nombraron siervo de sucursal. Como la sucursal era pequeña, Harvey podía atender sus responsabilidades allí y predicar con los hermanos amis varias semanas al mes. También servía como superintendente de distrito de vez en cuando, lo que incluía dar discursos en las asambleas. Podía haber dado esos discursos en japonés, y los amis los habrían entendido, pero el Gobierno solo permitía que las reuniones religiosas se celebraran en chino. Así que Harvey discursaba en chino, aunque todavía no dominaba el idioma, y un hermano traducía al ami.
En aquel entonces, en Taiwán se había establecido la ley marcial. Los hermanos tenían que conseguir permisos para celebrar asambleas. Obtener esos permisos no era fácil, y a menudo la policía se demoraba en darlos. Si llegaba la semana de la asamblea y la policía todavía no había concedido el permiso, Harvey iba a la comisaría y se sentaba allí hasta que lo concedieran. A los policías les daba vergüenza tener a un extranjero esperando en la comisaría, así que esa táctica funcionaba.
LA PRIMERA VEZ QUE ME TOCÓ ESCALAR
Cuando predicábamos con los hermanos, normalmente caminábamos una hora o más subiendo por montañas empinadas y cruzando ríos. Recuerdo la primera vez que me tocó escalar. Después de un rápido desayuno, tomamos un autobús a las cinco y media de la mañana hacia una aldea lejana. Cruzamos el lecho de un río y comenzamos a subir por una montaña. Era tan empinada que los pies del hermano que iba delante de mí me quedaban a la altura de los ojos.
Esa mañana, Harvey había estado predicando con algunos hermanos del lugar mientras yo predicaba sola en una pequeña aldea donde vivían personas que hablaban japonés. Como a la una de la tarde me faltaban las fuerzas, porque ya llevaba sin comer varias horas. Cuando por fin me encontré con Harvey, los hermanos ya se habían ido. A Harvey le habían dado tres huevos a cambio de unas revistas. Él me enseñó a comer huevos crudos haciéndoles un agujero en cada extremo y sorbiendo por uno de ellos. Aunque no me atraía mucho la idea, me comí uno. Pero ¿quién se comería el tercero? Me lo comí yo, porque Harvey no iba a poder cargar conmigo montaña abajo si me desmayaba por el hambre.
UN BAÑO PECULIAR
En una ocasión, durante una asamblea de circuito, me pasó algo inesperado. Estábamos alojados en la casa de un hermano que vivía al lado de un Salón del Reino. En la cultura de los amis, bañarse es muy importante. Por eso, la esposa del superintendente de circuito lo preparó todo para que nos diéramos un baño. Como Harvey estaba muy ocupado, me dijo que fuera yo en primer lugar. La hermana preparó tres recipientes: un balde de agua fría, otro de agua caliente y una palangana vacía. Me sorprendió mucho que los colocara fuera de la casa a la vista de los hermanos que estaban en el Salón del Reino preparando la asamblea. Le pedí que me diera una cortina o algo parecido, ¡pero me dio una cortina de plástico transparente! Se me ocurrió que podía irme detrás de la casa, pero allí había unos gansos dispuestos a darle picotazos a cualquiera que se acercara. Entonces pensé: “Los hermanos están demasiado ocupados para darse cuenta de que me estoy lavando. Además, si no me baño, podría ofenderlos. Así que voy a hacerlo”. Y lo hice.
LAS PRIMERAS PUBLICACIONES EN AMI
Harvey se dio cuenta de que a los hermanos amis les costaba progresar porque muchos no sabían leer; además, no tenían publicaciones en su idioma. Aprovechando que hacía poco se había empezado a escribir el ami —para lo cual se usaba el alfabeto latino—, nos pareció bueno enseñarles a los hermanos a leer en su propio idioma. Esto fue un trabajo enorme. Pero, con el tiempo, los hermanos pudieron estudiar por su cuenta. A finales de los años sesenta, se empezaron a producir publicaciones en ami. Y en 1968 se empezó a publicar La Atalaya.
Sin embargo, el Gobierno no quería que se distribuyeran publicaciones en otro idioma que no fuera el chino. Por eso, para evitar problemas, La Atalaya en ami se producía en diferentes formatos. Por ejemplo, durante un tiempo, se publicó una versión de La Atalaya escrita a la vez en dos idiomas: el chino mandarín y el ami. Así parecía que sencillamente estábamos enseñándole chino a la gente. Desde entonces, la organización de Jehová ha proporcionado muchas publicaciones en ami para ayudar a estas personas a aprender las verdades de la Biblia (Hech. 10:34, 35).
UN PERIODO DIFÍCIL
En las décadas de 1960 y 1970, muchos hermanos amis no seguían las normas de Dios en su vida. Como no entendían del todo los principios bíblicos, algunos llevaban vidas inmorales, se emborrachaban o consumían tabaco o nuez de areca (o de betel). Harvey visitó muchas congregaciones para ayudar a los hermanos a entender cómo ve Jehová estas cosas. En una de esas visitas, tuvimos la experiencia que les conté al principio.
Los hermanos que eran humildes estuvieron dispuestos a hacer cambios, pero tristemente muchos otros no. Y, en un periodo de 20 años, el número de publicadores en Taiwán pasó de más de 2.450 a unos 900. Eso nos desanimó mucho. Sin embargo, sabíamos que Jehová nunca iba a bendecir a una organización que no fuera limpia (2 Cor. 7:1). Con el tiempo, aquellas prácticas desaparecieron de las congregaciones. Y gracias a la bendición de Jehová ahora hay más de 11.000 publicadores en Taiwán.
A partir de la década de 1980, las congregaciones amis empezaron a mejorar espiritualmente. Así que Harvey pudo dedicar más tiempo a las personas de habla china. Le encantó poder ayudar a los esposos de algunas hermanas a hacerse Testigos. Recuerdo lo feliz que se puso cuando uno de ellos le oró a Jehová por primera vez. Yo también me siento muy contenta de haber ayudado a muchas personas a acercarse a Jehová. Y me hizo muy feliz poder servir en la sucursal de Taiwán con el hijo y la hija de una persona a la que le di clases de la Biblia.
UNA TRISTE PÉRDIDA
Ya no tengo a mi compañero. Después de 59 años casados, mi querido Harvey perdió la batalla contra el cáncer, y murió el 1 de enero de 2010. Sirvió a tiempo completo durante casi seis décadas. Lo extraño muchísimo. Pero me siento muy feliz de haberlo apoyado en los inicios de la obra en dos fascinantes países. Aprendimos a hablar —y en el caso de Harvey también a escribir— en dos idiomas asiáticos muy complicados.
Unos años después de la muerte de Harvey, el Cuerpo Gobernante pensó que debido a mi edad lo mejor para mí sería volver a Australia. Al principio pensé: “No quiero irme de Taiwán”. Pero Harvey me enseñó a nunca decirle que no a la organización de Jehová. Así que decidí volver. Con el tiempo entendí que eso fue lo más sabio.
Ahora sirvo en la sucursal de Australasia durante la semana y predico con una congregación los fines de semana. Sirvo de guía para los que vienen a visitar Betel y hablan chino o japonés, ¡y me encanta! Pero estoy deseando que se cumpla la promesa de la resurrección. Y sé que Harvey, que aprendió a no decirle nunca que no a Jehová, está en el lugar más seguro: en su memoria (Juan 5:28, 29).
^ párr. 14 Aunque actualmente el chino es el idioma oficial de Taiwán, el japonés fue el idioma oficial durante muchas décadas. Por eso muchos grupos étnicos de Taiwán también hablaban japonés.
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