El amor hace que esperemos lo mejor de nuestros hermanos (1Co 13:4, 7). Por ejemplo, si un hermano peca y recibe algún tipo de disciplina, confiamos en que responderá bien a los esfuerzos que se han hecho para ayudarlo. Tenemos paciencia con los que tienen una fe débil y tratamos de ayudarlos (Ro 15:1). Si alguien se aleja de la congregación, no perdemos la esperanza de que algún día vuelva (Lu 15:17, 18).