Testigo silencioso de una profecía exacta
EN EL CORAZÓN DE ROMA (ITALIA) SE ALZA UN ARCO DE TRIUNFO QUE ATRAE A VISITANTES DE TODO EL MUNDO. FUE CONSTRUIDO EN HONOR A TITO, UNO DE LOS EMPERADORES ROMANOS MÁS QUERIDOS DE LA HISTORIA.
El Arco de Tito tiene dos grandes relieves que representan un importante acontecimiento histórico. Ahora bien, pocas personas conocen la fascinante relación que existe entre este monumento y la Biblia. El Arco de Tito es un testigo silencioso de la sorprendente exactitud de las profecías bíblicas.
UNA CIUDAD SENTENCIADA
Para el año 30 de nuestra era, el Imperio romano se extendía desde Britania y la Galia (Francia) hasta Egipto, y todos sus dominios disfrutaban de una estabilidad y prosperidad sin precedentes. Sin embargo, había una región lejana que era un constante quebradero de cabeza para Roma: la rebelde provincia de Judea.
La Encyclopedia of Ancient Rome explica: “En pocos territorios del Imperio romano existía tanta antipatía entre gobernantes y gobernados como en la provincia de Judea. Los judíos estaban molestos porque sus gobernantes eran extranjeros y no respetaban sus tradiciones. Y Roma no estaba dispuesta a tolerar la terquedad de los judíos”. Muchos de ellos esperaban que un mesías político los liberara del detestable yugo romano y devolviera a Israel todo su esplendor. Sin embargo, en el año 33, Jesucristo afirmó que Jerusalén estaba condenada al desastre.
Jesús predijo: “Te llegarán días en los que tus enemigos levantarán a tu alrededor un cerco de estacas puntiagudas; te rodearán y te asediarán por todos lados. A ti y a tus habitantes los derribarán al suelo, y no dejarán en ti piedra sobre piedra” (Lucas 19:43, 44).
Sin duda, las palabras de Jesús desconcertaron a sus discípulos. Dos días después, mientras contemplaban el templo de Jerusalén, uno de ellos exclamó: “Maestro, ¡mira qué maravilla de piedras y de edificios!”. Y con razón, pues se sabe que algunas piedras del templo medían nada menos que 11 metros (36 pies) de largo, 5 metros (16 pies) de ancho y 3 metros (10 pies) de alto. Sin embargo, Jesús les contestó: “Vendrán días en que no va a quedar piedra sobre piedra de esto que ahora ven. Todo será demolido” (Marcos 13:1; Lucas 21:6).
Y luego añadió: “Cuando vean a Jerusalén rodeada de ejércitos acampados, sepan entonces que se ha acercado su devastación. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a las montañas; los que estén en medio de Jerusalén, que se vayan de allí, y los que estén en el campo, que no entren en ella” (Lucas 21:20, 21). ¿Se cumplieron las palabras de Jesús?
EL FIN DE UNA CIUDAD
Durante 33 años, los judíos soportaron el yugo romano. Finalmente, en el año 66, el procurador de Judea, Gesio Floro, robó dinero de la tesorería sagrada del templo. Esa fue la gota que colmó el vaso. Rápidamente, los rebeldes judíos irrumpieron en Jerusalén, masacraron a la guarnición romana y declararon su independencia de Roma.
Unos tres meses después, más de 30.000 soldados romanos, comandados por Cestio Galo, se dirigieron a Jerusalén para aplastar la rebelión. Los romanos enseguida penetraron en la ciudad y socavaron el muro exterior del templo. Entonces, sin razón aparente, se retiraron. Eufóricos, los judíos rebeldes salieron rápidamente tras ellos. Esto permitió que los cristianos siguieran el consejo de Jesús y huyeran de Jerusalén hacia las montañas, al otro lado del río Jordán (Mateo 24:15, 16).
Al año siguiente, Roma reanudó su campaña contra Judea y puso al mando del ejército al general Vespasiano y a su hijo Tito. Sin embargo, poco después de la muerte del emperador Nerón en el año 68, Vespasiano regresó a Roma para asumir el control imperial, y la campaña contra Judea quedó en manos de Tito, que comandaba un ejército de 60.000 soldados.
En junio del año 70, Tito ordenó a sus soldados que talaran los árboles de Judea para construir una cerca de estacas puntiagudas de 7 kilómetros (4,5 millas) de largo alrededor de Jerusalén. Tan solo tres meses después, los romanos ya habían saqueado e incendiado la ciudad y el templo. Tal como predijo Jesús, no dejaron piedra sobre piedra (Lucas 19:43, 44). Según un cálculo conservador, “entre 250.000 y 500.000 personas perdieron la vida en Jerusalén y en el resto del país”.
UN TRIUNFO IMPERIAL
En el año 71, Tito regresó a Italia, y Roma lo recibió con todos los honores. La ciudad entera salió a celebrar una de las mayores procesiones triunfales jamás vistas en la capital.
Las multitudes quedaban deslumbradas al ver pasar tesoros tan fabulosos por las calles de Roma. Ante sus ojos desfilaban embarcaciones que habían sido capturadas, carrozas enormes en las que se representaban escenas de la guerra y objetos saqueados del templo de Jerusalén.
En el año 79, tras la muerte de su padre, Vespasiano, Tito se convirtió en emperador, pero murió de repente solo dos años después. Domiciano, su hermano, subió al poder y poco tiempo después levantó un arco de triunfo en honor a Tito.
EL ARCO EN LA ACTUALIDAD
El Arco de Tito despierta gran admiración entre los cientos de miles de turistas que visitan el Foro Romano todos los años. Algunos lo consideran una majestuosa obra de arte; otros, un homenaje al poder de la Roma imperial, y otros, un monumento dedicado a la caída de Jerusalén y su templo.
Sin embargo, para un buen estudiante de la Biblia, el Arco de Tito tiene un significado especial. Es un testigo silencioso de que las profecías de la Biblia son exactas, confiables e inspiradas por Dios (2 Pedro 1:19-21).
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