¿Cómo puedo sobrellevar el dolor?
“ME SENTÍA obligado a reprimir mis sentimientos”, dice Mike al recordar la muerte de su padre. Mike creía que inhibir el dolor era propio de los hombres. Pero posteriormente se dio cuenta de su error. Así que cuando un amigo suyo perdió a su abuelo, sabía lo que debía hacer. “Hace un par de años —cuenta— le hubiera dado unas palmadas en el hombro y le hubiera dicho: ‘Pórtate como un hombre’. Pero en esta ocasión, lo tomé del brazo y le dije: ‘Exterioriza tus sentimientos. Te ayudará a sobreponerte. Si quieres que me vaya, me voy. Y si quieres que me quede, me quedo. Pero no tengas miedo de manifestar lo que sientes’.”
MaryAnne también se consideraba obligada a contener sus emociones cuando falleció su esposo. “Estaba tan preocupada por dar un buen ejemplo a los demás —recuerda—, que refrenaba mis sentimientos normales. Pero con el tiempo comprendí que tratando de ser fuerte como una roca ante otros, no me estaba ayudando a mí misma. Comencé a analizar mi situación y a decirme: ‘Si tienes ganas de llorar, llora. No te hagas la fuerte. Desahógate’.”
De modo que la recomendación de Mike y MaryAnne es: Manifieste su dolor. Y tienen razón, porque hacerlo sirve de desahogo. Dar libre curso a los sentimientos puede aliviar la tensión que se siente. La expresión natural de las emociones, acompañada de comprensión y de información precisa, le permitirá ver sus sentimientos desde una perspectiva correcta.
Obviamente, no todo el mundo expresa el dolor de la misma forma. Y factores tales como si la muerte de la persona querida se produjo repentinamente o tras una larga enfermedad, podrían influir en la reacción emocional de los sobrevivientes. Con todo, lo que parece seguro es que reprimir los sentimientos puede perjudicar tanto física como emocionalmente. Es mucho más saludable desahogar la pena. ¿De qué forma? Las Escrituras contienen consejos prácticos.
Cómo aliviar la pena
Una forma de desahogarse es hablando. Después de perder a sus diez hijos y de sufrir otras cuantas desgracias personales, el antiguo patriarca Job dijo: “Mi alma ciertamente siente asco para con mi vida. Ciertamente daré salida a [en hebreo, “soltaré”] mi preocupación acerca de mí mismo. ¡Hablaré, sí, en la amargura de mi alma!”. (Job 1:2, 18, 19; 10:1.) Job no podía contener su preocupación por más tiempo. Tenía que darle rienda suelta; tenía que ‘hablar’. El dramaturgo inglés William Shakespeare escribió algo parecido en Macbeth: “Dad palabras al dolor. La desgracia que no habla, murmura en el fondo del corazón, que no puede más, hasta que le quiebra”. (Versión de Luis Astrana Marín.)
Por consiguiente, si habla de sus sentimientos con “un compañero verdadero” que le escuche paciente y comprensivamente, puede encontrar cierto alivio. (Proverbios 17:17.) Al expresar verbalmente las experiencias y los sentimientos, por lo general resulta más fácil comprenderlos y sobrellevarlos. Y si el oyente también perdió a alguien y se sobrepuso, posiblemente le dé unas cuantas sugerencias prácticas para que usted también lo consiga. Una señora cuyo hijo había muerto expresó así cómo le había ayudado conversar con otra mujer que había sufrido una pérdida semejante: “Saber que otra persona había pasado por lo mismo, que había sobrevivido y que estaba llevando de nuevo una vida más o menos normal, me fortaleció mucho”.
¿Le incomoda hablar de sus sentimientos? Tras la muerte de Saúl y Jonatán, David compuso una endecha muy emotiva en la que plasmó su dolor. Con el tiempo, este canto triste llegó a formar parte del libro bíblico de Segundo de Samuel. (2 Samuel 1:17-27; 2 Crónicas 35:25.) Hay personas a las que, como a David, les resulta más fácil expresarse por escrito. Cierta viuda dijo que ella escribía lo que sentía y varios días después lo leía. Este método le resultó útil para desahogarse.
Comunicar sus sentimientos de palabra o por escrito contribuirá a mitigar su dolor. También puede ayudarle a aclarar malentendidos. Una madre doliente relata: “Mi esposo y yo habíamos oído hablar de otras parejas que se habían divorciado después de perder a un hijo, y no queríamos que a nosotros nos sucediera lo mismo. Así que cada vez que nos enfadábamos y nos sentíamos tentados de culparnos el uno al otro, hablábamos del problema hasta resolverlo. Creo que de esa forma nuestra relación se hizo más íntima”. Por lo tanto, al exteriorizar sus sentimientos quizás entienda que, aunque otras personas hayan sufrido la misma pérdida que usted, no van a expresar su aflicción como usted, sino que lo harán a su paso y a su manera.
Otra cosa que puede ayudarle a aliviar la pena es llorar. Según la Biblia, hay “un tiempo de llorar”. (Eclesiastés 3:1, 4.) Y no cabe duda de que ese tiempo llega cuando muere un ser querido. Parece que derramar lágrimas de dolor es parte esencial del proceso de recuperación.
Una joven cuenta que una amiga íntima la ayudó a sobreponerse a la muerte de su madre. Ella recuerda: “Mi amiga siempre estaba a mi lado. Lloraba conmigo. Hablaba conmigo. Podía manifestar libremente mis emociones, y eso era muy importante para mí. No tenía por qué avergonzarme de llorar”. (Véase Romanos 12:15.) Tampoco usted tiene que avergonzarse de sus lágrimas. Como ya hemos visto, en la Biblia hay muchos ejemplos de hombres y mujeres de fe, entre ellos Jesucristo, que derramaron lágrimas de dolor abiertamente sin que parecieran sentir vergüenza por ello. (Génesis 50:3; 2 Samuel 1:11, 12; Juan 11:33, 35.)
Es posible que durante algún tiempo sus emociones sean un tanto impredecibles. Quizás se le salten las lágrimas cuando menos se lo espere. Una viuda se dio cuenta de que cada vez que iba a comprar al supermercado (lo cual había hecho muchas veces con su esposo) rompía a llorar, sobre todo cuando por costumbre tomaba de los estantes los productos que le gustaban a su esposo. Así pues, sea paciente consigo mismo. Y no piense que tiene que contener las lágrimas. Recuerde que son una reacción natural y necesaria del proceso de aflicción.
Cómo vencer el sentimiento de culpa
Como se indicó anteriormente, algunos experimentan sentimientos de culpa tras la pérdida de alguien querido. Tal reacción explicaría en parte el profundo dolor del fiel Jacob cuando le hicieron creer que “una feroz bestia salvaje” había matado a su hijo José. El propio Jacob le había mandado ir a ver si sus hermanos estaban bien. De modo que posiblemente le atormentaban ideas como: ‘¿Por qué envié a José solo? ¿Por qué lo mandé a una zona infestada de bestias salvajes?’. (Génesis 37:33-35.)
Tal vez usted crea que algún descuido suyo contribuyó a la muerte de la persona a quien quería. Si ese es el caso, le puede servir de ayuda pensar que los sentimientos de culpa —sea esta real o imaginaria— son una reacción normal de aflicción. Y tampoco estos sentimientos deben reprimirse necesariamente. Si habla de la culpa que siente, es probable que encuentre gran alivio.
No obstante, debe comprender que, por mucho que amemos a una persona, no podemos controlar su vida ni evitar que “el tiempo y el suceso imprevisto” le acaezcan. (Eclesiastés 9:11.) Por otra parte, seguro que sus intenciones no fueron malas. Por ejemplo, si no concertó una cita con el médico antes, ¿fue porque quería que su ser querido enfermara y muriera? ¡Claro que no! Por lo tanto, ¿es usted verdaderamente culpable de su muerte? No.
Así expresa una madre cómo superó su sentimiento de culpa después de la muerte de su hija en un accidente automovilístico: “Me sentí culpable de haberla mandado por algo. Pero me di cuenta de que era absurdo que me sintiera así. No tuvo nada de malo que la enviara con su padre a hacer un mandado. No fue más que un lamentable accidente”.
‘Pero quisiera haber dicho y hecho tantas cosas...’, quizás piense. Es posible; sin embargo, ¿quién puede decir que haya sido un padre, una madre o un hijo perfecto? La Biblia nos recuerda: “Todos tropezamos muchas veces. Si alguno no tropieza en palabra, este es varón perfecto”. (Santiago 3:2; Romanos 5:12.) Acepte, pues, el hecho de que no es perfecto. Pensar continuamente en todo lo que hubiera querido hacer no cambiará las cosas y puede retardar su recuperación.
Si tiene buenas razones para creer que es culpable de verdad, que no son imaginaciones suyas, piense en que lo más importante para mitigar el sentimiento de culpa es obtener el perdón divino. La Biblia nos asegura: “Si errores fuera lo que tú vigilas, oh Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de pie? Porque hay el verdadero perdón contigo, a fin de que se te tema”. (Salmo 130:3, 4.) Usted no puede cambiar el pasado, pero sí puede suplicar a Dios que le perdone sus errores anteriores. ¿Qué más puede hacer? Pues bien, en vista de que Dios promete perdonar los errores del pasado, ¿no cree que usted también debería perdonarse a sí mismo? (Proverbios 28:13; 1 Juan 1:9.)
Cómo dominar la ira
¿Se siente además bastante molesto con los médicos, las enfermeras, sus amigos o incluso con el fallecido? Tenga en cuenta que esa es otra reacción frecuente ante la pérdida de alguien querido. Quizás el dolor que siente vaya acompañado de ira de forma natural. Comprender tal hecho puede beneficiarle. Un escritor dijo: “Solo cuando se toma conciencia de la ira —no dejándose llevar por ella, sino percatándose de que se siente— es posible librarse de sus efectos nocivos”.
También le puede servir de ayuda expresar su enojo. ¿Cómo? No mediante estallidos violentos, evidentemente. La Biblia advierte que la cólera prolongada es dañina. (Proverbios 14:29, 30.) Pero tal vez le reconforte hablar de lo que siente con un amigo comprensivo. A algunas personas les calma asimismo realizar ejercicios enérgicos cuando están enfadadas. (Véase también Efesios 4:25, 26.)
Aunque es importante expresar con franqueza los sentimientos, conviene dar una advertencia. Existe una gran diferencia entre expresar los sentimientos y descargarlos sobre otros. No hay necesidad de que culpe a los demás de su ira y su frustración. De modo que trate de comunicar sus sentimientos, pero no en tono hostil. (Proverbios 18:21.) A continuación vamos a tratar la principal ayuda de que disponemos para sobrellevar el dolor.
Ayuda de parte de Dios
La Biblia nos asegura: “Jehová está cerca de los que están quebrantados de corazón; y salva a los que están aplastados en espíritu”. (Salmo 34:18.) En efecto, una relación con Dios le puede ayudar, más que cualquier otra cosa, a sobreponerse a la muerte de un ser querido. ¿De qué manera? Todas las sugerencias prácticas ofrecidas hasta ahora se basan en la Palabra de Dios, la Biblia, o están en armonía con ella. Aplicarlas puede ayudarle a sobrellevar el dolor.
Por otra parte, nunca subestime el valor de la oración. La Biblia nos exhorta: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará”. (Salmo 55:22.) Si hablar de sus sentimientos con un amigo comprensivo le puede ayudar, ¡cuánto más le ayudará abrir su corazón al “Dios de todo consuelo”! (2 Corintios 1:3.)
El valor de la oración no estriba solo en que nos haga sentir mejor. El “Oidor de la oración” promete dar espíritu santo a los siervos suyos que se lo pidan sinceramente. (Salmo 65:2; Lucas 11:13.) Y el espíritu santo o fuerza activa de Dios puede infundirle el ‘poder que va más allá de lo normal’ para que salga adelante. (2 Corintios 4:7.) Recuerde que Dios puede ayudar a sus siervos fieles a aguantar todos y cada uno de los problemas que se les presenten.
Una señora que perdió a su hija recuerda cómo el poder de la oración les ayudó a ella y a su esposo a sobrellevar la pérdida. “Si estábamos en casa de noche y el dolor se volvía insoportable, orábamos juntos en voz alta —explica—. Cuando teníamos que hacer algo sin ella por primera vez, como ir a la reunión de congregación o a una asamblea, pedíamos fuerzas. Si al levantarnos por la mañana nos parecía que no podríamos hacer frente a la realidad, rogábamos a Jehová que nos ayudara. No sé por qué, pero me traumatizaba entrar sola en la casa; así que cada vez que lo hacía, le suplicaba a Jehová que me ayudara a mantenerme calmada.” Esta fiel mujer cree firmemente, y con razón, que aquellas oraciones fueron decisivas. Usted también puede comprobar que, en contestación a sus oraciones constantes, ‘la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará su corazón y sus facultades mentales’. (Filipenses 4:6, 7; Romanos 12:12.)
La ayuda que Dios da es determinante. El apóstol cristiano Pablo afirmó que Dios “nos consuela en toda nuestra tribulación, para que nosotros podamos consolar a los que se hallan en cualquier clase de tribulación”. Es cierto que la ayuda divina no elimina por completo el dolor, pero lo hace más llevadero. Eso no significa que no va a llorar más o que va a olvidarse de la persona amada. No obstante, puede recuperarse. Y cuando así suceda, su experiencia quizás le sirva para ser más comprensivo y compasivo al ayudar a otros a enfrentarse a una pérdida parecida. (2 Corintios 1:4.)
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