Habían pasado unos 70 años desde que la mayoría de los israelitas habían vuelto a Jerusalén, aunque algunos todavía vivían en diferentes lugares del Imperio persa. Uno de esos israelitas era Esdras, un sacerdote que enseñaba la Ley de Jehová. Esdras se enteró de que la gente de Jerusalén no estaba obedeciendo la Ley, por eso quería ir allí para ayudarlos. Artajerjes, el rey de Persia, le dijo: “Dios te ha dado sabiduría para que enseñes su Ley. Así que ve y llévate a cualquiera que quiera ir contigo”. Esdras se reunió con todos los que querían volver a Jerusalén. Le pidieron a Jehová que los cuidara en el camino y empezaron el largo viaje.
Cuatro meses después, llegaron a Jerusalén. Los príncipes de la ciudad le dijeron a Esdras: “Los israelitas han desobedecido a Jehová y se han casado con mujeres que adoran dioses falsos”. ¿Qué hizo Esdras? Se arrodilló delante de todo el pueblo y oró: “Jehová, tú has hecho muchas cosas buenas por nosotros, pero nosotros hemos pecado contra ti”. El pueblo se arrepintió, pero siguió haciendo cosas que no estaban bien. Así que Esdras eligió a ancianos y jueces para que investigaran esos asuntos. En tres meses, echaron a todos los que no quisieron adorar a Jehová.
Pasaron 12 años. Mientras tanto, las murallas de Jerusalén se terminaron de construir de nuevo. Esdras reunió al pueblo en la plaza pública para leerles la Ley de Dios. Cuando abrió el libro de la Ley, el pueblo se puso de pie. Esdras alabó a Jehová, y los israelitas levantaron las manos para indicar que estaban de acuerdo. Después, Esdras leyó y explicó la Ley. El pueblo escuchó con atención. Reconocieron que se habían alejado de Jehová otra vez y se pusieron a llorar. Al día siguiente, Esdras siguió leyéndoles la Ley. Los israelitas se dieron cuenta de que pronto debían celebrar la Fiesta de las Cabañas. Y enseguida empezaron a hacer los preparativos para la fiesta.
Los israelitas estuvieron muy contentos los siete días que duró la fiesta. Le dieron gracias a Jehová por la buena cosecha. No habían tenido una Fiesta de las Cabañas como esa desde que Josué estaba vivo. Cuando la fiesta terminó, se reunieron y oraron: “Jehová, tú nos liberaste de la esclavitud. Nos diste alimento en el desierto y esta bonita tierra. Pero nosotros te hemos desobedecido muchas veces. Y aunque nos mandaste muchos profetas para advertirnos, no hicimos caso. Aun así, tú fuiste paciente. Nunca olvidaste la promesa que le hiciste a Abrahán. Ahora, prometemos que vamos a obedecerte”. El pueblo escribió la promesa, y los príncipes, levitas y sacerdotes la firmaron con un sello.
“¡Felices los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica!” (Lucas 11:28).