Después de elegir a los 12 apóstoles, Jesús bajó de la montaña y se fue a un lugar donde había mucha gente reunida. Habían venido de Galilea, Judea, Tiro, Sidón, Siria y del otro lado del río Jordán. Trajeron personas enfermas o que sufrían por culpa de los demonios, y Jesús las curó a todas. Entonces se sentó en la ladera de la montaña y empezó a hablar a la gente. Les explicó lo que tenemos que hacer si queremos ser amigos de Dios. Tenemos que darnos cuenta de que necesitamos a Jehová y debemos aprender a amarlo. Pero no podemos amar a Dios si no amamos a otras personas. Debemos ser buenos y justos con todos, hasta con nuestros enemigos.
Jesús dijo: “No basta con amar a tus amigos, debes amar también a tus enemigos y perdonar de corazón. Y, si alguien se molesta contigo, ve enseguida a pedirle perdón. Trata a los demás como te gusta que te traten a ti”.
Jesús también dio buenos consejos sobre las cosas que tenemos. Dijo: “Es más importante ser amigo de Jehová que tener mucho dinero. Porque un ladrón te puede robar el dinero, pero nadie te puede robar tu amistad con Jehová. Por eso, deja de preocuparte por la comida, la bebida o la ropa. Fíjate en los pajaritos. Dios siempre los cuida para que tengan suficiente comida. Aunque te preocupes, no vas a vivir más tiempo. Recuerda: Jehová siempre sabe lo que necesitas”.
La gente nunca había escuchado a nadie hablar como Jesús. Los líderes religiosos no les habían enseñado esas cosas. ¿Por qué era Jesús tan buen maestro? Porque todo lo que enseñaba venía de Jehová.
“Pónganse bajo mi yugo y aprendan de mí, porque soy apacible y humilde de corazón. Conmigo encontrarán alivio” (Mateo 11:29).