Un hombre que no podía caminar se sentaba a pedir limosna todos los días en la puerta del templo. Una tarde, vio a Pedro y a Juan llegando al templo y les dijo: “Por favor, denme algo”. Pedro le contestó: “Puedo darte algo que es mejor que el dinero. En el nombre de Jesús, ¡levántate y camina!”. Entonces Pedro lo ayudó a levantarse, y el hombre empezó a caminar. La gente se emocionó tanto al ver este milagro que muchos se hicieron creyentes.
Pero los sacerdotes y los saduceos se pusieron furiosos. Agarraron a los apóstoles, los llevaron al tribunal de líderes religiosos, que se llamaba Sanedrín, y les preguntaron: “¿Quién les dio el poder para curar a ese hombre?”. Pedro les respondió: “El poder nos lo dio Jesucristo, el hombre que ustedes mataron”. Los líderes religiosos les gritaron: “¡Dejen de hablar de Jesús!”. Los apóstoles dijeron: “Tenemos que hablar de él. No vamos a callarnos”.
Entonces liberaron a Pedro y a Juan, y ellos enseguida fueron a contarles a los demás discípulos lo que había pasado. Todos juntos oraron a Jehová: “Por favor, ayúdanos a ser valientes para seguir hablando de ti”. Jehová les dio espíritu santo, y así pudieron seguir predicando y haciendo curaciones. Más y más personas se hacían creyentes. Los saduceos tenían tanta envidia que metieron a los apóstoles en la cárcel. Pero, esa noche, Jehová envió a un ángel que les abrió las puertas de la cárcel y les dijo a los apóstoles: “Vayan otra vez al templo y prediquen allí”.
A la mañana siguiente, alguien fue a decirle al Sanedrín: “¡La cárcel está cerrada con llave, pero los hombres que ustedes arrestaron ya no están dentro! ¡Están en el templo predicando!”. Así que arrestaron a los apóstoles de nuevo y los llevaron al Sanedrín. El sumo sacerdote dijo: “¡Ya les ordenamos que no hablaran más de Jesús!”. Pedro respondió: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”.
Los líderes religiosos estaban tan enfadados que querían matar a los apóstoles. Entonces un fariseo llamado Gamaliel se puso de pie y dijo: “¡Tengan cuidado! Quizá Dios está con estos hombres. ¿De verdad quieren luchar contra Dios?”. Ellos le hicieron caso. Los dejaron libres, aunque primero los golpearon con varas y les ordenaron otra vez que dejaran de predicar. Pero eso no detuvo a los apóstoles. Continuaron predicando con valor en el templo y de casa en casa.
“Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres” (Hechos 5:29).