Abrahán enseñó a su hijo Isaac a amar a Jehová y a confiar en todas sus promesas. Pero cuando Isaac tenía unos 25 años, Jehová le pidió a Abrahán que hiciera algo muy difícil. ¿Sabes qué le pidió?
Dios le dijo a Abrahán: “Por favor, toma a tu único hijo y ofrécelo en sacrificio en una montaña de la tierra de Moria”. Abrahán no sabía por qué Jehová le había pedido eso, pero de todas maneras obedeció.
Al día siguiente, temprano en la mañana, Abrahán se llevó a Isaac y a dos sirvientes hacia Moria. Después de tres días, empezaron a ver las montañas a lo lejos. Abrahán les dijo a los sirvientes que esperaran mientras él e Isaac iban a ofrecer un sacrificio. Abrahán llevó el cuchillo y le dio a su hijo la leña para el fuego. Isaac le preguntó a su padre: “¿Dónde está el animal que vamos a sacrificar?”. Abrahán le respondió: “Hijo mío, Jehová nos lo dará”.
Cuando por fin llegaron a la montaña, hicieron un altar. Luego, Abrahán le ató a Isaac los pies y las manos, y lo puso en el altar.
Abrahán agarró el cuchillo. En ese momento, el ángel de Jehová dijo desde el cielo: “¡Abrahán! ¡No le hagas daño al muchacho! Ahora sé que tienes fe en Dios, porque estuviste dispuesto a sacrificar a tu hijo”. Entonces Abrahán vio un carnero con los cuernos enredados en un matorral. Así que soltó rápido a Isaac y sacrificó el carnero en lugar de a su hijo.
Desde ese día, Jehová dijo que Abrahán era su amigo. ¿Sabes por qué? Porque Abrahán hizo todo lo que Jehová le pidió, aunque no entendiera por qué se lo había pedido.
Jehová repitió su promesa a Abrahán: “Te bendeciré y te daré una gran descendencia, muchos hijos”. Eso quería decir que, por medio de la familia de Abrahán, Jehová daría cosas buenas a toda la gente que se portara bien.
“Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo unigénito para que nadie que demuestre tener fe en él sea destruido, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).