No muy lejos de Babel había otra ciudad, que se llamaba Ur. Allí la gente no adoraba a Jehová, sino a muchos otros dioses. Pero había un hombre en Ur que sí adoraba a Jehová, su nombre era Abrahán.
Jehová le dijo a Abrahán: “Deja tu casa y a tus familiares, y ve al lugar que yo te mostraré”. Luego, Dios le prometió: “Te convertirás en una gran nación. Y por medio de ti haré cosas buenas para la gente de toda la Tierra”.
Abrahán no sabía adónde lo quería enviar Jehová, pero confiaba en él. Abrahán; su esposa, Sara; su padre, Taré, y su sobrino Lot obedecieron a Dios. Prepararon sus cosas y empezaron el largo viaje.
Abrahán tenía 75 años cuando él y su familia llegaron a la tierra que Jehová quería que vieran. El lugar se llamaba Canaán. Allí, Jehová le hizo esta promesa: “Toda esta tierra que ves, voy a dársela a tus hijos”. Pero Abrahán y Sara ya eran mayores y no tenían hijos. Así que ¿cómo cumpliría Jehová su promesa?
“Por la fe, Abrahán obedeció [...] y salió hacia un lugar que iba a recibir como herencia. Salió aunque no sabía adónde iba” (Hebreos 11:8).