LECCIÓN 11

Afecto y otros sentimientos

Afecto y otros sentimientos

 LOS sentimientos son una parte esencial de la naturaleza humana. Cuando alguien los expresa, revela lo que hay en su corazón, la clase de persona que es por dentro, su actitud hacia los demás y hacia ciertas situaciones. Muchos los ocultan a causa de las malas experiencias vividas y, en algunos casos, de las influencias culturales. No obstante, Jehová nos anima a cultivar buenas cualidades en nuestro interior y a exteriorizarlas debidamente (Rom. 12:10; 1 Tes. 2:7, 8).

 Aunque hablemos de lo que sentimos, si no lo reflejamos en la forma de expresarnos, quienes nos escuchan pueden dudar de nuestra sinceridad. En cambio, si las palabras van acompañadas del sentimiento correspondiente, adquirirán una belleza y profundidad que les tocará el corazón.

 Transmita afecto. La manifestación de afecto suele estar relacionada con la actitud hacia los demás. Así, cuando nos referimos a las atractivas cualidades de Jehová y expresamos agradecimiento por su bondad, debemos hacerlo con un tono afectuoso, cálido (Isa. 63:7-9). Y cuando nos dirigimos a otras personas, nuestra forma de hablar también tiene que transmitir un agradable calor humano.

 Un leproso acude a Jesús y le ruega que lo cure. Imagínese el tono de voz de Jesús cuando le dice: “Quiero. Sé limpio” (Mar. 1:40, 41). Visualice asimismo la escena en la que una mujer que padece flujo de sangre desde hace doce años se aproxima silenciosamente a Jesús por detrás y le toca el fleco de la prenda exterior de vestir. Al ver que no ha pasado inadvertida, la mujer se acerca temblando, cae a los pies de Jesús y revela ante todos por qué ha tocado su prenda de vestir y cómo ha sido sanada. Piense en el tono con que él le dice: “Hija, tu fe te ha devuelto la salud; vete en paz” (Luc. 8:42b-48). La ternura que mostró Jesús en esas ocasiones nos conmueve hasta el día de hoy.

 Cuando nosotros, al igual que Jesús, nos compadecemos de los demás y deseamos de corazón ayudarles, se nota en la forma en que les hablamos. Lo hacemos con afecto; pero este debe ser sincero, no exagerado. De hecho, nuestra calidez puede determinar su respuesta. En el ministerio del campo, la mayor parte de nuestro mensaje se presta a expresarlo con afectuosidad, sobre todo cuando ayudamos a razonar a alguien o cuando lo animamos, lo exhortamos o nos condolemos de él.

 Deje que su cariño por la gente se le refleje en el rostro. Si su expresión facial es cálida, atraerá a quienes lo escuchan tal como el calor del fuego atrae en una noche fría. Pero si no lo es, tal vez duden de que se interesa de verdad por ellos. Sin darse cuenta, el orador pudiera estar tan concentrado en sus señas que diera la impresión de ser severo o incluso estar molesto. Quizás entrecierre los ojos o frunza el ceño aunque no esté hablando de nada negativo. Por lo contrario, una sonrisa y una expresión facial relajada pueden tener muy buenos resultados. No obstante, el afecto no puede fingirse, tiene que ser genuino.

 El afecto también debe manifestarse en la forma de señar. En caso de que tenga la tendencia a señar de forma ruda, áspera, quizá se le haga difícil transmitir calidez en su discurso, pero poniendo empeño, finalmente lo logrará. Una sugerencia útil desde un punto de vista puramente técnico es recordar que los movimientos breves y bruscos hacen que la forma de señar parezca dura. Por ello, aprenda a alargar de vez en cuando las señas, haciéndolas con lentitud en momentos apropiados. De este modo logrará movimientos suaves y atractivos, lo que imprimirá calidez a su discurso.

 Otro factor todavía más importante es qué constituye su interés primordial. Si sus pensamientos se centran sinceramente en quienes le escuchan y desea de corazón que su mensaje les beneficie, se reflejará en su forma de hablar.

 Aunque una exposición animada resulta estimulante, hay que mostrar también ternura. No siempre basta con persuadir la mente, se necesita además conmover el corazón.

 Transmita otros sentimientos. Cuando estamos afligidos, tal vez reflejemos sentimientos como la angustia, el temor y el abatimiento. Un estado afectivo que debe dominar en nuestra vida y hemos de expresar libremente en nuestras conversaciones es el gozo. Por otra parte, algunos sentimientos deben refrenarse, pues no son compatibles con la personalidad cristiana (Efe. 4:31, 32; Fili. 4:4). Mediante la selección de señas, las expresiones faciales, el lenguaje corporal y la intensidad con que señamos podemos transmitir cualquier estado afectivo o de ánimo.

 La Biblia recoge toda la gama de emociones humanas. Algunas veces se limita a mencionarlas; otras relata sucesos o cita palabras que las traslucen. La lectura pública de un pasaje de esas características tendrá más impacto en usted y quienes le escuchan si su voz refleja tales emociones. Para ello tiene que ponerse en el lugar de las personas acerca de quienes lee. Haga que los pasajes cobren vida en la mente de su auditorio. Ahora bien, un discurso no es una representación teatral, así que tenga cuidado de no excederse.

 Adecuados a la información. Tal como en el caso del entusiasmo, la manifestación de afecto y de otros sentimientos depende en buena parte de lo que se dice.

 Busque Mateo 11:28-30 y fíjese bien en su contenido. Después lea la denuncia que hizo Jesús de los escribas y los fariseos, según el capítulo 23 de Mateo. No nos lo imaginamos expresando esa fuerte condena en un tono lánguido y apático.

 ¿Qué sentimientos cree que deberían reflejarse en la lectura de un relato como el del ruego de Judá a favor de su hermano Benjamín, que aparece en el capítulo 44 de Génesis? Note la reacción emotiva que se pone de manifiesto en el versículo 13, la indicación del versículo 16 sobre lo que pensaba Judá de la razón de la calamidad, y la respuesta del propio José, recogida en Génesis 45:1.

 En definitiva, si queremos que nuestra forma de leer y hablar sea eficaz, tenemos que pensar no solo en las palabras y las ideas, sino también en el sentimiento que debe acompañarlas.