LECCIÓN 39
Conclusiones eficaces
USTED ha investigado y estructurado con esmero la información del cuerpo de su discurso y también ha preparado una introducción que cautiva el interés. Sin embargo, aún necesita algo más: una conclusión eficaz. No subestime este aspecto, pues lo último que diga será a menudo lo que más se recuerde. Si la conclusión es deficiente, hasta lo que ya se ha expuesto perderá gran parte de su efectividad.
Fíjese en el siguiente ejemplo. Hacia el fin de su vida, Josué dirigió un memorable discurso a los ancianos de Israel. Después de rememorar cómo Dios había tratado a la nación desde los días de Abrahán, Josué no se limitó a repetir las ideas principales a modo de resumen. Más bien, con profundo sentimiento los exhortó de esta manera: “Teman a Jehová y sírvanle exentos de falta y en verdad”. Lea por usted mismo su conclusión en Josué 24:14, 15.
Otro discurso notable, consignado en Hechos 2:14-36, fue el que el apóstol Pedro pronunció ante una muchedumbre reunida en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés del año 33 de nuestra era. Tras explicar que estaban presenciando el cumplimiento de la profecía de Joel relativa al derramamiento del espíritu de Dios, pasó a señalar su relación con las profecías mesiánicas de los Salmos que predecían la resurrección de Jesucristo y su ensalzamiento a la diestra de Dios. En su conclusión declaró sin rodeos la cuestión que todos debían afrontar: “Por lo tanto, sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios lo hizo Señor y también Cristo, a este Jesús a quien ustedes fijaron en un madero”. Los presentes preguntaron: “Varones, hermanos, ¿qué haremos?”, a lo que Pedro respondió: “Arrepiéntanse, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo” (Hech. 2:37, 38). Conmovidas por lo que habían escuchado, aquel día abrazaron la verdad respecto a Jesucristo unas tres mil personas.
Puntos para recordar. Sus palabras finales deben guardar relación directa con el tema del discurso. Han de expresar la conclusión lógica que se desprende de las ideas principales ya expuestas. A usted le corresponde decidir si enunciará de nuevo todo el título, aunque quizá desee emplear una o varias palabras clave tomadas de él.
Por lo común, su propósito será animar a los presentes a actuar en armonía con lo que ha planteado. Un objetivo primordial de la conclusión es señalar qué hacer. Al elegir el tema y los puntos principales, ¿ha pensado con detenimiento en las razones por las que la información es importante para ellos y en lo que usted pretende conseguir? Entonces ya sabe lo que le gustaría que hicieran; ahora es preciso explicarles qué se espera de ellos y, posiblemente, cómo llevarlo a cabo.
Además de mostrarles las medidas que pueden adoptar, su conclusión debe motivarlos. Para lograrlo es necesario que aporte razones de peso, quizá mencionando los beneficios que tal proceder les reportará. Una frase final bien pensada y enunciada reforzará el efecto de todo el discurso.
Tenga presente que la exposición se acerca a su fin, y sus palabras han de revelarlo. Asimismo, el ritmo debe ser apropiado. No señe deprisa hasta el final para entonces detenerse bruscamente. Hable con el suficiente volumen, pero sin excederse. Las últimas frases tienen que adoptar un tono de conclusión, además de transmitir sinceridad y convencimiento. No deje de ensayar esta última fase al preparar el discurso.
¿Cuánto debe durar la conclusión? El reloj no es el único determinante. No la prolongue tanto que llegue a cansar a la gente. La extensión justa se determina por el efecto que causa en el auditorio. Los finales sencillos, directos y positivos siempre se aprecian, pero también pueden resultar eficaces los que, aun siendo algo más largos, incorporan una ilustración breve y bien pensada. Compare la concisa conclusión de todo el libro de Eclesiastés, que hallamos en Eclesiastés 12:13, 14, con la del mucho más corto Sermón del Monte, recogida en Mateo 7:24-27.
En el ministerio del campo. En ninguna otra actividad hay tanta necesidad de finalizar con una conclusión apropiada. Si se prepara y muestra interés amoroso por la gente, puede obtener muy buenos resultados, pues los consejos expuestos en estas últimas páginas también son aplicables al dialogar con un solo interlocutor.
Si la persona está ocupada, la conversación quizá sea muy breve, tanto que toda la visita tal vez no dure más de un minuto. Si lo ve oportuno, podría decir algo así: “Entiendo. Pero permítame despedirme con un solo pensamiento animador: la Biblia indica que nuestro Creador tiene un maravilloso propósito, el de hacer de esta Tierra un lugar en el que disfrutar de la vida para siempre. Podemos estar en ese Paraíso, pero debemos aprender cuáles son los requisitos que Dios ha fijado”. O, sencillamente, ofrézcase a regresar en un momento más conveniente.
Es posible obtener buenos resultados incluso cuando la brusquedad o hasta la grosería del amo de casa interrumpen la visita. Tenga presentes los consejos de Mateo 10:12, 13 y Romanos 12:17, 18. Su respuesta apacible tal vez consiga que él cambie de opinión respecto a los testigos de Jehová, lo que, ya de por sí, sería un magnífico resultado.
Por otro lado, puede que haya disfrutado de una amena conversación con la persona. ¿Por qué no le repite la idea principal que usted desea que recuerde y la anima a hacer algo al respecto?
Si estima oportuno seguir conversando en otro momento, ofrezca alguna razón para que la persona lo espere con interés. Plantee una pregunta, por ejemplo alguna que se sugiera en Nuestro Ministerio del Reino o tomada de Introducción a la Palabra de Dios o alguna otra publicación concebida para dirigir cursos de la Biblia. No olvide el objetivo que nos señaló Jesús y que se halla en Mateo 28:19, 20.
¿Está concluyendo una sesión de estudio de las Escrituras? La repetición del tema ayudará al alumno a recordar lo tratado. Las preguntas de repaso le permitirán grabar en la memoria los puntos clave, sobre todo si se analizan con calma. Preguntarle por los beneficios que podría derivar de la información o por la forma en que la transmitiría a otras personas quizá lo impulse a pensar en maneras prácticas de aplicar lo aprendido (Pro. 4:7).
No lo olvide: la conclusión incide en la eficacia de toda su exposición.