LECCIÓN 33
Hablar con tacto, pero con firmeza
Imagínese a un médico que va a ponerle ungüento a un paciente. ¿Cree que lo haría de forma brusca y descuidada? ¿O podría aplicarlo sin tocar al paciente? Ninguna de las dos formas funcionaría, ¿cierto? Tendría que aplicar la presión exacta para untar el ungüento. Con el tacto ocurre algo muy parecido. El tacto es la habilidad de tratar con otras personas sin darles motivo para que se ofendan. Implica saber cómo y cuándo decir las cosas. Sin embargo, no supone transigir en cuanto a lo que es propio ni distorsionar los hechos. Tampoco debe confundirse con el temor al hombre (Pro. 29:25).
El fruto del espíritu es el mejor fundamento para tener tacto, pues la persona motivada por el amor no quiere irritar a su prójimo, sino, más bien, ayudarle. Quien es bondadoso y de genio apacible obra con delicadeza. El pacífico busca maneras de promover las buenas relaciones interpersonales, y aquel que tiene gran paciencia permanece en calma incluso ante quienes se comportan con brusquedad (Gál. 5:22, 23).
No obstante, sin importar cómo presentemos el mensaje de la Biblia, algunos se ofenderán por él. Jesucristo fue “una piedra de tropiezo y masa rocosa de ofensa” para la mayor parte de los judíos del siglo primero, debido a la condición perversa del corazón de ellos (1 Ped. 2:7, 8). Jesús dijo respecto a su obra de proclamar el Reino: “Vine a prender un fuego en la tierra” (Luc. 12:49). Y el mensaje del Reino de Jehová, que implica el reconocimiento de la soberanía del Creador por parte de los seres humanos, sigue siendo la cuestión candente a la que se enfrenta la humanidad. A muchas personas les ofende el mensaje de que el Reino de Dios pronto eliminará el actual sistema de cosas malvado. Sin embargo, nosotros obedecemos a Dios y seguimos predicando. Ahora bien, al hacerlo tenemos presente el consejo bíblico: “Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres” (Rom. 12:18).
Tacto en el ministerio. Hay muchas circunstancias en las que hablamos a otras personas acerca de nuestra fe. Por supuesto, lo hacemos cuando salimos al ministerio del campo, pero también buscamos oportunidades de dar testimonio a nuestros parientes, compañeros de trabajo y condiscípulos. En todas esas ocasiones se necesita tacto.
La gente seguramente se molestará si le presentamos el mensaje del Reino de forma que parezca que la estamos sermoneando. Si no nos han pedido ayuda —y quizá piensan que no la necesitan—, lo más probable es que se ofendan si les damos a entender que deben corregir su modo de actuar. ¿Cómo evitar esa impresión equivocada? Aprendiendo el arte de la conversación amigable.
Procure empezar el diálogo hablando de algo que interese a su interlocutor. En caso de que se trate de un pariente, compañero de trabajo o condiscípulo, quizá ya conozca sus intereses. Si nunca antes ha hablado con esa persona, puede referirse a un asunto que haya oído en las noticias o leído en el periódico, pues con toda probabilidad estará en la mente de muchos. Al ir de casa en casa, sea observador. La decoración del hogar, los juguetes del jardín, los artículos religiosos o los adhesivos del automóvil pueden aportar más indicaciones de cuáles son los intereses del amo de casa. Cuando este acuda a la puerta, escúchelo primero. Lo que él diga confirmará o corregirá las conclusiones a las que usted ha llegado sobre sus intereses y puntos de vista, y le proporcionará otras indicaciones sobre qué tener presente al darle testimonio.
A medida que avanza la conversación, incluya ideas de las Escrituras y de publicaciones bíblicas relacionadas con el tema. Pero no domine la conversación (Ecl. 3:7). Invite al amo de casa a participar en ella, si desea hacerlo. Interésese en sus opiniones y puntos de vista, pues estos pueden suministrarle las claves que necesita para tener tacto.
Antes de decir algo, piense en la impresión que causará a su interlocutor. En Proverbios 12:8 se alaba la “boca de discreción”. La expresión hebrea que se usa en ese texto está relacionada con conceptos como la perspicacia y la prudencia. Por lo tanto, la discreción implica hablar con cautela después de haber reflexionado en cuál es la actuación más sabia. El versículo 18 del mismo capítulo de Proverbios nos previene contra ‘hablar irreflexivamente como con las estocadas de una espada’. Es posible defender la verdad bíblica sin ofender.
El mero hecho de escoger con cuidado los términos que utilizamos puede ayudarnos a evitar obstáculos innecesarios. Si la expresión “la Biblia” crea una barrera mental, puede utilizar otras como “un texto sagrado” o “un libro que se publica en más de dos mil idiomas”. Si menciona la palabra Biblia, puede preguntar a la persona qué concepto tiene de ella y luego tener en cuenta sus comentarios en el resto de la conversación.
El tacto también supone determinar el momento adecuado para decir las cosas (Pro. 25:11). Aunque no siempre concordará con las afirmaciones de su interlocutor, no es necesario disentir cada vez que su opinión no esté de acuerdo con la Biblia. No intente explicárselo todo de una sola vez. Jesús indicó a sus discípulos: “Tengo muchas cosas que decirles todavía, pero no las pueden soportar ahora” (Juan 16:12).
Cuando sea posible, encomie sinceramente al amo de casa. Aunque este le discuta sus ideas, puede elogiarlo por alguno de sus puntos de vista. Así hizo el apóstol Pablo cuando habló con los filósofos del Areópago de Atenas. Estos “entablaban conversación polémica con él”. ¿Cómo respondió para no ofenderlos? Con anterioridad había observado los muchos altares que tenían en honor a sus dioses. En vez de condenar a los atenienses por su idolatría, los elogió con tacto por su religiosidad, diciéndoles: “Contemplo que en todas las cosas ustedes parecen estar más entregados que otros al temor a las deidades”. Este enfoque abrió el camino para exponer su mensaje sobre el Dios verdadero, y algunos de ellos se hicieron creyentes (Hech. 17:18, 22, 34).
No reaccione exageradamente cuando le presenten objeciones. Mantenga la calma; considérelas oportunidades de conocer mejor el modo de pensar de la persona. Puede agradecerle el hecho de que haya expresado su opinión. Pero ¿y si dice bruscamente: “Tengo mi propia religión”? Una sugerencia sería preguntarle con tacto: “¿Ha sido usted siempre una persona religiosa?”. Cuando responda, añada: “¿Cree que algún día la humanidad estará unida en una sola religión?”. Es posible que estas preguntas le permitan extender la conversación.
Si nos vemos a nosotros mismos como es debido, nos será más fácil mostrar tacto. Estamos firmemente convencidos de la rectitud de los caminos de Jehová y de la veracidad de su Palabra, por lo que hablamos con convicción sobre estos temas. Sin embargo, no hay motivo para tener pretensiones de superioridad moral (Ecl. 7:15, 16). Estamos agradecidos de conocer la verdad y de disfrutar de la bendición de Jehová, pero sabemos muy bien que su aprobación depende de su bondad inmerecida y nuestra fe en Cristo, no de nuestra propia justicia (Efe. 2:8, 9). Reconocemos la necesidad de ‘seguir poniéndonos a prueba para ver si estamos en la fe’, de ‘seguir dando prueba de lo que nosotros mismos somos’ (2 Cor. 13:5). De modo que cuando hablamos a la gente acerca de la importancia de conformarse a las normas divinas, nosotros también nos aplicamos humildemente el consejo bíblico. No nos corresponde juzgar a nuestros semejantes. Jehová “ha encargado todo el juicio al Hijo”, y es ante su tribunal donde todos debemos responder por lo que hacemos (Juan 5:22; 2 Cor. 5:10).
Con la familia y los hermanos en la fe. El tacto no ha de limitarse al ministerio del campo. Ya que es una expresión del fruto del espíritu de Dios, también debemos manifestarlo en casa con la familia. El amor nos impulsará a interesarnos por los sentimientos de los demás. El esposo de la reina Ester no adoraba a Jehová, pero ella le mostró respeto y actuó con mucho discernimiento cuando le presentó unos asuntos que afectaban a los siervos de Dios (Ester, caps. 3-8). En el caso de los familiares que no son Testigos, a veces tratarlos con tacto supone dejar que sea nuestra conducta la que les recomiende el camino de la verdad, más bien que una explicación de nuestras creencias (1 Ped. 3:1, 2).
De igual modo, el hecho de que conozcamos bien a los miembros de la congregación no significa que podamos tratarlos con aspereza. No pensemos que, como son maduros, no les afectará. Tampoco nos excusemos diciendo: “Es que yo soy así”. Si vemos que nuestra manera de expresarnos ofende a los demás, resolvámonos a cambiar. El “amor intenso [de] unos para con otros” nos impulsará a ‘obrar lo que es bueno para con los que están relacionados con nosotros en la fe’ (1 Ped. 4:8, 15; Gál. 6:10).
Cuando se dirige la palabra a un auditorio. Los que hablan desde la plataforma también deben tener tacto. El auditorio se compone de personas de diferentes antecedentes y circunstancias. Cada una se halla en una etapa distinta de desarrollo espiritual. Algunas quizá asistan al Salón del Reino por primera vez. Otras tal vez estén pasando por momentos difíciles que el orador desconoce. ¿Qué puede ayudarlo a no ofender a los presentes?
En armonía con el consejo del apóstol Pablo a Tito, propóngase ‘no hablar perjudicialmente de nadie, ser razonable y desplegar toda apacibilidad para con todos los hombres’ (Tito 3:2). No imite al mundo usando términos que degradan a gente de otra raza, grupo lingüístico o nacionalidad (Apoc. 7:9, 10). Exponga con franqueza los requisitos divinos y explique por qué es de sabios ponerlos por obra; pero no haga comentarios denigrantes sobre los que aún no están andando de lleno en los caminos de Jehová. Por el contrario, anime a todos a percibir cuál es la voluntad de Dios y hacer lo que le agrada. Temple las palabras de consejo con encomio afectuoso y sincero. Por su modo de hablar y tono de voz, comunique el cariño fraternal que debemos tenernos unos a otros (1 Tes. 4:1-12; 1 Ped. 3:8).