Con el tiempo, Belsasar llegó a ser el rey de Babilonia. Una noche, hizo un banquete para mil invitados. Eran las personas más importantes del país. Les mandó a sus sirvientes que sacaran los vasos de oro que Nabucodonosor se había llevado del templo de Jehová. Belsasar y sus invitados usaron esos vasos para beber y se pusieron a alabar a sus dioses. De repente, apareció la mano de un hombre que empezó a escribir unas palabras misteriosas en la pared del salón de banquetes.
Belsasar se asustó mucho. Llamó a sus magos y les prometió: “A cualquiera que me explique el significado de estas palabras, lo convertiré en el tercer hombre más importante de Babilonia”. Así que lo intentaron, pero ninguno pudo explicar el mensaje. Entonces llegó la reina y dijo: “Un hombre que se llama Daniel le explicaba los sueños y acertijos a Nabucodonosor. Él puede decirte el significado de estas palabras”.
Daniel fue a ver al rey. Cuando llegó, Belsasar le dijo: “Si puedes leer y explicar estas palabras, te daré un collar de oro y te convertiré en el tercer hombre más importante de Babilonia”. Daniel le respondió: “No quiero regalos. Pero sí te diré lo que significan esas palabras. Tu padre, Nabucodonosor, era un orgulloso, y Jehová le dio una lección de humildad. Tú ya sabías todo lo que le pasó a él, pero de todos modos no respetaste a Jehová. Usaste los vasos de oro de su templo para beber vino. Así que Dios ha escrito estas palabras: MENÉ, MENÉ, TEQUEL y PARSÍN. Eso significa que los medos y los persas conquistarán Babilonia, y tú ya no serás el rey”.
Parecía imposible que alguien pudiera conquistar Babilonia. La ciudad estaba protegida por murallas muy grandes y un río profundo. Pero esa misma noche, los medos y los persas atacaron Babilonia. Ciro, el rey persa, desvió el río para que el ejército pudiera llegar hasta las puertas de la ciudad. Cuando llegaron allí, ¡las puertas estaban abiertas! Los soldados atacaron enseguida, conquistaron la ciudad y también mataron al rey. Ahora Ciro era el gobernante de Babilonia.
En el primer año de su gobierno, Ciro anunció: “Jehová me ha dicho que reconstruya su templo en Jerusalén. Los judíos que quieran ayudar pueden ir”. Por eso, muchos regresaron a su tierra 70 años después de la destrucción de Jerusalén. Así se cumplió la promesa de Jehová. Además, Ciro les devolvió los vasos de oro y plata, y las otras cosas que Nabucodonosor se había llevado del templo. ¿Viste cómo usó Jehová a Ciro para ayudar a su pueblo?
“¡Ha caído! ¡Babilonia la Grande ha caído! Se ha convertido en guarida de demonios” (Apocalipsis 18:2).