Cuando Jesús llevaba más o menos un año y medio predicando, tuvo que tomar una decisión muy importante. ¿A quiénes iba a elegir para trabajar más de cerca con él y para guiar a la congregación cristiana? Antes de tomar esa decisión, Jesús buscó la guía de Jehová. Por eso, se fue a una montaña para estar solo y pasó toda la noche orando. A la mañana siguiente, Jesús reunió a algunos de sus discípulos y eligió a sus 12 apóstoles. ¿Te sabes el nombre de alguno? Se llamaban Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón y Judas Iscariote.
Los 12 viajaban con Jesús. Él les fue enseñando cómo predicar y, al final, los envió para que predicaran solos. Además, Jehová les dio poder para expulsar demonios y curar enfermos.
Para Jesús, los 12 apóstoles eran sus amigos, y él confiaba en ellos. Los fariseos pensaban que los apóstoles eran hombres muy simples que no sabían nada. Pero Jesús no los veía así. Él los había preparado muy bien para hacer su trabajo. Ellos iban a estar con Jesús en los momentos más importantes de su vida. Por ejemplo, estarían con él antes de su muerte y después de su resurrección. La mayoría de ellos eran de Galilea, igual que Jesús. Y algunos estaban casados.
Los apóstoles eran imperfectos, por eso se equivocaban. A veces hablaban sin pensar y otras veces tomaban malas decisiones. No siempre eran pacientes. Hasta discutían sobre quién de ellos era el más importante. Pero eran hombres buenos que amaban a Jehová. Ellos iban a ser la base de la congregación cristiana cuando Jesús no estuviera en la tierra.
“Los llamo amigos, porque les he contado todas las cosas que le he escuchado decir a mi Padre” (Juan 15:15).