Todo lo que hacían los fariseos era para impresionar a los demás. Si hacían algo bueno, era para llamar la atención. Por ejemplo, oraban en lugares públicos para que todos los vieran. Se aprendían de memoria oraciones largas y las repetían en las sinagogas y en las calles para que los oyeran. Por eso la gente se sorprendió cuando Jesús dijo: “No ores como los fariseos. Ellos piensan que van a impresionar a Dios usando muchas palabras, pero eso no es cierto. La oración es entre Jehová y tú. No digas siempre lo mismo. Jehová quiere que le digas cómo te sientes de verdad”.
Jesús siguió explicando cómo orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, que tu nombre sea santificado. Que venga tu Reino. Que se haga tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra”. Luego Jesús les dijo que debían orar para pedir la comida del día y el perdón de sus pecados, y sobre otras cosas de la vida.
Además, Jesús dijo: “Nunca dejes de orar. Sigue pidiendo cosas buenas a tu Padre, Jehová. Todos los padres quieren darles cosas buenas a sus hijos. Si tu hijo te pide pan, ¿le darías una piedra? Y si te pide un pescado, ¿le darías una serpiente?”.
Entonces Jesús explicó qué podemos aprender de lo que acababa de decir: “Si sabes dar buenos regalos a tus hijos, ¡con mucha más razón tu Padre, Jehová, te dará espíritu santo! Lo único que tienes que hacer es pedirlo”. ¿Haces lo que dijo Jesús? ¿Qué le pides tú a Jehová cuando oras?
“Sigan pidiendo y se les dará, sigan buscando y encontrarán, sigan tocando a la puerta y se les abrirá” (Mateo 7:7).