Jehová le prometió a Jacob que lo protegería, como ya había protegido a Abrahán y a Isaac. Jacob se quedó a vivir en un lugar llamado Harán. Allí se casó, tuvo muchos hijos y se hizo muy rico.
Con el tiempo, Jehová le dijo a Jacob: “Vuelve a la tierra de tus padres”. Así que Jacob y su familia comenzaron el largo viaje. En el camino, unos sirvientes suyos vinieron a decirle: “Tu hermano Esaú viene hacia nosotros con 400 hombres”. Jacob tenía miedo de que Esaú quisiera hacerles daño a él y a su familia. Por eso le oró a Jehová: “Por favor, sálvame de mi hermano”. Al día siguiente, Jacob le envió un regalo a Esaú: muchas ovejas, cabras, vacas, camellos y burros.
Esa noche, cuando Jacob se quedó solo, vio a un ángel. El ángel empezó a luchar con él. Lucharon hasta la mañana siguiente. Aunque Jacob salió herido, no se rindió. El ángel le dijo: “Deja que me vaya”. Pero Jacob le respondió: “No, no hasta que me bendigas”.
Al final, el ángel bendijo a Jacob. Ahora Jacob sabía que Jehová no dejaría que Esaú le hiciera daño.
Esa mañana, Jacob vio a lo lejos a Esaú y a los 400 hombres. Salió antes que su familia para encontrarse con Esaú y, al llegar, se inclinó ante él siete veces. Esaú corrió hacia Jacob y lo abrazó. Los dos empezaron a llorar e hicieron las paces. ¿Crees que a Jehová le gustó lo que hizo Jacob?
Después de aquello, Esaú volvió a su casa, y Jacob siguió con su viaje. Jacob tenía 12 hijos: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Más tarde, Jehová salvaría a su pueblo por medio de José, uno de los hijos de Jacob. ¿Quieres saber cómo? Vamos a verlo.
“Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen. Así demostrarán que son hijos de su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:44, 45).