BIOGRAFÍA
Jehová ha hecho rectas mis sendas
RELATADA POR STEPHEN HARDY
EN CIERTA ocasión, un hermano joven me preguntó que cuál era mi texto favorito. Sin dudarlo, le respondí: “Proverbios 3:5, 6, que dice: ‘Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento. Tómalo en cuenta en todos tus caminos, y él hará rectas tus sendas’”. Y así ha sido: Jehová ha hecho rectas mis sendas. ¿De qué manera?
LA GUÍA DE MIS PADRES ME PONE EN EL CAMINO CORRECTO
Mis padres aprendieron la verdad en los años veinte, cuando todavía no se habían casado. Yo nací en Inglaterra a principios de 1939. Ya de pequeño iba con ellos a las reuniones cristianas y disfrutaba de la Escuela del Ministerio Teocrático. Recuerdo como si fuera hoy cuando di mi primera asignación. Como solo tenía seis años, tuve que subirme a una caja para poder ver por encima del atril. Me puse muy nervioso al ver todo el auditorio lleno de personas mayores.
Mi padre me escribió una presentación sencilla en una tarjeta para que yo la usara en la predicación. La primera vez que fui yo solito a una puerta tenía ocho años. El hombre que me abrió leyó la tarjeta y de inmediato aceptó el libro “Sea Dios veraz”. Me puse tan contento que salí corriendo para contárselo a mi padre. La predicación y las reuniones me hacían muy feliz y me ayudaron a cultivar el deseo de servir a Jehová a tiempo completo.
Las verdades bíblicas me llegaron aún más adentro cuando mi padre me suscribió a La Atalaya. Devoraba cada número tan pronto como llegaba al buzón. Al crecer mi confianza en Jehová, decidí dedicarle mi vida.
En 1950, mis padres y yo fuimos como delegados a Nueva York para asistir a la asamblea “Aumento de la Teocracia”. El programa del jueves 3 de agosto llevaba por título “Día del misionero”. El discurso de bautismo lo presentó el hermano Carey Barber, que después sirvió en el Cuerpo Gobernante. Cuando al final de su discurso nos hizo las dos preguntas a los candidatos, yo me puse en pie y grité: “¡Sí!”. Tenía 11 años, pero me daba cuenta del paso tan importante que había dado. Sin embargo, me daba miedo meterme en el agua porque todavía no sabía nadar. Mi tío me acompañó hasta la piscina y me aseguró que todo iba a salir bien. De hecho, todo fue tan rápido que ni siquiera llegué a tocar el fondo con los pies. Fui pasando de un hermano a otro; uno me bautizó y otro me sacó de la piscina. A partir de aquel día tan importante, Jehová ha seguido haciendo rectas mis sendas.
ELIJO CONFIAR EN JEHOVÁ
Cuando terminé la escuela, mi meta era hacerme precursor. Sin embargo, mis maestros me presionaron tanto para que fuera a la universidad que al final terminé haciéndoles caso. Pero no tardé en darme cuenta de que no podría permanecer firme en la verdad y al mismo tiempo concentrarme en mis estudios. Así que decidí dejarlos. Le oré a Jehová y, con mucho respeto, les escribí una carta a mis maestros explicándoles que dejaría la universidad al final del primer año. Lleno de confianza en Jehová, empecé de inmediato el precursorado.
Comencé el servicio de tiempo completo en julio de 1957 en la ciudad de Wellingborough. Les pedí a los hermanos del Betel de Londres que me recomendaran un precursor de experiencia al que pudiera unirme. Bert Vaisey, un hermano muy diligente, se convirtió en mi mentor y me ayudó a fijarme un buen horario para la predicación. La congregación estaba formada por seis hermanas de edad avanzada, el hermano Vaisey y yo. Al prepararme para las reuniones y participar en todas ellas, tuve muchas oportunidades de aumentar mi confianza en Jehová y expresar mi fe.
Después de pasar un breve periodo en prisión por negarme a hacer el servicio militar, conocí a una precursora especial llamada Barbara. Nos casamos en 1959, y estábamos dispuestos a servir donde nos asignaran. Al principio nos enviaron a Lancashire, en el noroeste de Inglaterra. Luego, en enero de 1961, me invitaron al Betel de Londres a asistir a un curso de un mes de duración de la Escuela del Ministerio del Reino. Qué sorpresa me llevé cuando, al terminar el curso, me nombraron superintendente de circuito. Pasé dos semanas en la ciudad de Birmingham recibiendo capacitación de un superintendente de experiencia, y a Barbara le permitieron que me acompañara. De allí partimos hacia nuestra asignación, que era en los condados de Lancashire y Cheshire.
NUNCA ME ARREPIENTO DE CONFIAR EN JEHOVÁ
En agosto de 1962, mientras estábamos de vacaciones, recibimos una carta de la sucursal. Y ¿qué había en el sobre? ¡Unas solicitudes para ir a la Escuela de Galaad! Barbara y yo le oramos a Jehová, llenamos los formularios y de inmediato los enviamos de vuelta a la sucursal. Cinco meses después, íbamos de camino hacia Brooklyn (Nueva York) para asistir a la clase número 38 de Galaad, un curso de educación bíblica de 10 meses de duración.
En Galaad no solo aprendimos mucho sobre la Palabra de Dios y su organización, sino también sobre nuestra hermandad. Todavía no habíamos cumplido ni 25 años, así que aprendimos mucho de nuestros compañeros. Para mí fue un privilegio tener todos los días una asignación de trabajo junto con uno de los instructores, el hermano Fred Rusk. Algo muy importante que aprendí de él es que todos los consejos que dé tienen que basarse siempre en las Escrituras. Entre los hermanos que presentaron discursos durante la escuela, estaban hermanos tan experimentados como Nathan Knorr, Frederick Franz y Karl Klein. Y cuánto aprendimos del ejemplo de humildad del hermano Alexander Macmillan. Él presentó un discurso que nos ayudó a entender cómo Jehová guio a su pueblo durante el periodo de prueba entre 1914 y principios de 1919.
UN CAMBIO DE ASIGNACIÓN
Casi al final del curso, el hermano Knorr nos dijo a Barbara y a mí que nos iban a asignar a un país de África llamado Burundi. Fuimos volando a la biblioteca de Betel para buscar en el Anuario cuántos publicadores había en Burundi en ese momento. Pero no había datos de ese país por ningún sitio. En efecto, íbamos a servir en un territorio donde nunca se había predicado, en un continente del que sabíamos muy poco. Estábamos muy nerviosos, pero la oración nos ayudó a tranquilizarnos.
En nuestra nueva asignación, todo era muy diferente: el clima, la cultura... hasta el idioma. Ahora teníamos que aprender francés. También estaba el asunto de encontrar un lugar donde vivir. Dos días después de que llegamos, nos visitó uno de nuestros compañeros de Galaad, Harry Arnott, que iba de camino hacia su asignación en Zambia y nos ayudó a encontrar un apartamento. Este fue nuestro primer hogar misional. Por desgracia, no tardamos en toparnos con los recelos de las autoridades locales, que no sabían nada de los testigos de Jehová. Justo cuando estábamos empezando a disfrutar de nuestra asignación, nos informaron de que no nos permitirían quedarnos si no obteníamos un permiso de trabajo. No nos quedó más remedio que irnos a otro país, Uganda.
Nos daba un poquito de miedo entrar en Uganda sin una visa, pero confiábamos en Jehová. Un hermano canadiense que servía allí consiguió explicarle nuestra situación a un agente de inmigración. Y, gracias a eso, nos concedieron varios meses para que pudiéramos solicitar el permiso para quedarnos en el país. Ahí vimos la mano de Jehová.
La situación en esta nueva asignación era muy diferente, pues la obra del Reino en Uganda ya estaba en marcha, aunque solo había 28 Testigos en todo el país. En el territorio encontrábamos muchas personas que hablaban inglés. Pero enseguida nos dimos cuenta de que, si queríamos que progresaran, tendríamos que aprender por lo menos uno de los muchos idiomas locales que había. Decidimos concentrarnos en aprender el idioma luganda, que estaba muy extendido en la zona donde comenzamos a predicar, Kampala. Tardamos varios años en hablarlo con fluidez, pero la diferencia en la predicación fue abismal. Comenzamos a comprender mejor las necesidades espirituales de nuestros estudiantes, y ellos a su vez nos abrieron su corazón y nos expresaron lo que sentían sobre lo que estaban aprendiendo.
LOS “SAFARIS”
Además de la alegría de encontrar personas humildes que escuchaban la verdad, recibimos otro privilegio inesperado: el de recorrer todo el país como superintendente viajante. Bajo la dirección de la sucursal de Kenia, comenzamos un “safari de exploración” a la búsqueda de los lugares con más potencial para enviar precursores especiales. En varias ocasiones, personas que nunca habían hablado con los testigos de Jehová nos trataron con una hospitalidad extraordinaria. Nos hicieron sentir como en casa y hasta nos prepararon comidas.
Después vino otro tipo de “safari”. Hice un viaje de dos días en tren desde Kampala hasta el puerto de Mombasa, en Kenia, y luego continué en barco hasta las islas Seychelles, en el océano Índico. Más tarde, entre 1965 y 1972, Barbara y yo visitamos de manera regular estas islas, donde había dos publicadores aislados. En ese tiempo se formó un grupo que luego se convirtió en una congregación muy activa. También tuve la ocasión de hacer otros “safaris” para visitar a los hermanos de Eritrea, Etiopía y Sudán.
En Uganda, el clima político dio un giro repentino. Se produjo un golpe militar, que dio paso a varios años de terror. Eso me hizo ver lo sabio que es obedecer el mandato de pagarle “a César lo que es de César” (Mar. 12:17). En cierto momento, a todos los extranjeros residentes en el país se les mandó inscribirse en el puesto de policía más cercano a su casa. Obedecimos de inmediato. Pocos días después, mientras iba conduciendo por Kampala con otro misionero, la policía secreta nos hizo parar. El corazón nos latía a mil por hora. Nos acusaron de ser espías y nos llevaron a la comisaría central. Allí les explicamos que éramos misioneros pacíficos y les dijimos que ya nos habíamos registrado. Pero no nos hicieron ningún caso. Unos policías armados nos llevaron al puesto de policía más cercano al hogar misional. Allí, un oficial que sabía que nos habíamos registrado antes nos reconoció y mandó que nos dejaran ir. ¡Qué alivio!
En aquella época, era muy habitual encontrarse controles de carretera militares. Eran momentos muy tensos, sobre todo cuando los soldados estaban muy borrachos. Pero siempre orábamos, y cada vez que nos permitían pasar sin problemas sentíamos mucha paz. Lamentablemente, en 1973 ordenaron que todos los misioneros extranjeros salieran de Uganda.
De nuevo recibimos un cambio de asignación; esta vez a Costa de Marfil, en África occidental. Esto supuso un gran cambio para nosotros, pues tuvimos que aprender una cultura completamente nueva, volver a hablar en francés todo el tiempo y acostumbrarnos a vivir con misioneros de diferentes países. Pero seguíamos viendo la mano de Jehová cuando tantas personas humildes y sinceras aceptaban rápidamente el mensaje. Confiábamos en Jehová, y él seguía haciendo rectas nuestras sendas.
CAMBIAN LAS CIRCUNSTANCIAS
De repente, recibimos una mala noticia: Barbara tenía cáncer. Viajamos en varias ocasiones a Europa para que ella recibiera tratamiento. Pero en 1983 la situación se hizo insostenible y tuvimos que dejar nuestra asignación en África. A los dos se nos partió el corazón.
Ya en el Betel de Londres, ella fue empeorando hasta que finalmente falleció. El apoyo de la familia Betel fue maravilloso. Un matrimonio en particular me ayudó a adaptarme a las circunstancias y a seguir confiando en Jehová. Tiempo después, conocí a una voluntaria externa de Betel llamada Ann, que había sido precursora especial. Era evidente que amaba a Jehová y que era una persona muy espiritual. Así que en 1989 nos casamos y desde entonces servimos en la sucursal de Londres.
Del año 1995 al 2018, tuve el privilegio de visitar casi 60 países como representante de la central mundial (o superintendente de zona, como se decía antes). Eso me dio la oportunidad de ver cómo Jehová bendice a sus siervos en todo tipo de circunstancias.
En el 2017, una de esas visitas me llevó de vuelta a África. Fue muy bonito llevar a Ann a Burundi por primera vez y ver lo mucho que ha crecido la obra en aquel país. En la misma calle donde yo predicaba de casa en casa en 1964 ahora hay un hermoso Hogar Betel que atiende a más de 15.500 publicadores.
Cuando recibí el programa de visitas que tendría que hacer en el 2018, me puse muy contento porque en la lista estaba Costa de Marfil. Tan pronto como pisamos Abiyán, la ciudad más grande del país, me sentí como en casa. En Betel, me puse a mirar el listado telefónico y me di cuenta de que el nombre de nuestro vecino de al lado me era muy familiar: Sossou. Pensé que se trataba de un hermano que había servido como superintendente de ciudad cuando yo servía en Abiyán. Pero no; en realidad se trataba de su hijo.
Jehová ha cumplido su palabra. Los reveses de la vida me han enseñado que, cuando confiamos en él, sin duda hace rectas nuestras sendas. Ansiamos de corazón seguir recorriendo esta brillante senda que lleva a la vida eterna en el nuevo mundo (Prov. 4:18).
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