BIOGRAFÍA
He dejado que Jehová dirija mi camino
RELATADA POR KEITH EATON
A LOS 16 años emprendí una carrera laboral que me encantaba. Había escogido mi propio camino. Pero Jehová me invitó a ir por otro. Fue como si me dijera: “Te haré perspicaz y te enseñaré el camino por el que debes ir” (Sal. 32:8). Como dejé que Jehová dirigiera mi camino, he tenido una carrera espiritual llena de preciosas oportunidades y bendiciones, como la de servir en África durante 52 años.
DEL BLACK COUNTRY AL CORAZÓN CÁLIDO DE ÁFRICA
Nací en 1935 en Darlaston (Inglaterra), localidad del Black Country, que literalmente significa “país negro”. A esta zona se la llamó así porque había muchas fábricas que llenaban el aire de humo negro. Cuando yo tenía unos cuatro años, mis padres empezaron a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Cuando tenía 14 o 15 años, me convencí de que esta era la verdad, y me bauticé a los 16, en 1952.
En aquel entonces, me inicié como aprendiz en una gran fábrica de herramientas y piezas para automóviles. Empezaron a capacitarme para ser secretario corporativo, y yo estaba encantado.
Un día, un superintendente viajante me preguntó si podía hacerme cargo del Estudio de Libro de Congregación que se celebraba entre semana en mi congregación de Willenhall. Eso me puso entre la espada y la pared. Resulta que en esa época me reunía con dos congregaciones. Entre semana asistía a la congregación que estaba más cerca de mi lugar de empleo, en Bromsgrove, a 32 kilómetros (20 millas) de mi casa. Y en los fines de semana, cuando estaba con mis padres, iba a la congregación de Willenhall.
Como quería apoyar la organización de Jehová, acepté la invitación del superintendente viajante, aunque esto significó dejar el trabajo que tanto me gustaba. Dejar que Jehová dirigiera mi camino en esa ocasión me abrió las puertas a una vida de la que nunca me he arrepentido.
Cuando asistía a la congregación de Bromsgrove, conocí a Anne, una hermana muy linda y que estaba enfocada en los asuntos espirituales. Nos casamos en 1957. Desde entonces, hemos disfrutado lado a lado de privilegios como el precursorado regular, el precursorado especial, la obra de viajante y Betel. Anne ha llenado mi vida de alegría.
En 1966 asistimos a la clase número 42 de Galaad. ¡Fue algo muy emocionante! Nos asignaron al país de Malaui, al que muchos llaman el corazón cálido de África por su gente amable y hospitalaria. Pero nuestra estadía ahí fue más corta de lo que nos imaginábamos.
SUCESOS CRÍTICOS EN MALAUI
Llegamos a Malaui el 1 de febrero de 1967. Recibimos un curso intensivo de un mes para aprender el idioma local, y luego nos mandaron a la obra de distrito. Viajábamos en un Kaiser Jeep. Se esperaba que nos llevara a todas partes, incluso a través de ríos. Pero no fue así, ya que solo podía pasar por aguas poco profundas. A veces nos alojábamos en chozas de barro con techos de paja. En la temporada de lluvias había que poner una lona debajo del techo para que no entrara el agua. Fueron comienzos difíciles para nuestra obra misional, ¡pero cuánto disfrutamos!
En abril noté que estaban surgiendo problemas en el país. Escuché en la radio un discurso del presidente de Malaui, el doctor Hastings Banda, en el que aseguraba que los testigos de Jehová no pagábamos impuestos e interferíamos en la política. Por supuesto, esas acusaciones eran falsas. Todos sabíamos que lo que en realidad les disgustaba era nuestra neutralidad y, en especial, que nos negáramos a comprar las tarjetas de afiliación al partido.
Para septiembre, los periódicos decían que el presidente había acusado a nuestros hermanos de causar problemas en todas partes. En un mitin anunció que su gobierno propondría rápidamente que se prohibiera a los testigos de Jehová. La prohibición entró en vigor el 20 de octubre de 1967. Poco después, agentes de policía y oficiales de inmigración se presentaron en la sucursal para cerrarla y expulsar del país a todos los misioneros.
Después de pasar tres días en prisión, nos deportaron a Mauricio, un país que estaba bajo el control británico. Sin embargo, las autoridades del lugar no nos dejaron quedarnos como misioneros, así que la organización nos envió a Rodesia (actualmente Zimbabue). Al llegar, nos recibió un oficial de inmigración muy rudo que nos prohibió la entrada diciendo: “Se les expulsó de Malaui. No les dejaron quedarse en Mauricio y ahora están acá solo porque les conviene”. Anne rompió a llorar. ¡Parecía que nadie nos quería en ningún sitio! En aquel momento, todo lo que yo deseaba era volver a Inglaterra. Finalmente, las autoridades nos dejaron pasar la noche en la sucursal con tal de que nos presentáramos en su cuartel al día siguiente. Estábamos agotados, pero seguimos dejando los asuntos en manos de Jehová. A la tarde siguiente, ocurrió algo inesperado: nos permitieron quedarnos en Zimbabue como visitantes. Nunca olvidaré cómo me sentí aquel día. Estaba convencido de que Jehová iba dirigiendo nuestro camino.
UNA NUEVA ASIGNACIÓN: ATENDER LA OBRA EN MALAUI DESDE ZIMBABUE
En la sucursal de Zimbabue, me asignaron al Departamento de Servicio para atender la obra en Malaui y Mozambique. Los hermanos de Malaui estaban aguantando una intensa persecución. Mi trabajo incluía traducir los informes que enviaban los superintendentes de circuito de ese país. Una noche, me quedé trabajando hasta tarde terminando un informe. Al leer sobre los violentos ataques que mis hermanos y hermanas sufrían, no pude contener las lágrimas. a Pero, a la vez, me conmovió su lealtad, fe y aguante (2 Cor. 6:4, 5).
Hicimos todo lo posible para que no les faltara el alimento espiritual a los hermanos que quedaban en Malaui y a los que se habían ido a Mozambique huyendo de la violencia. El Equipo de Traducción al Chichewa, el idioma más hablado de Malaui, se trasladó a Zimbabue, a un amplio terreno que cedió un hermano. Este hermano tuvo un gesto muy noble: construyó una oficina y casas para los traductores. Así, ellos pudieron continuar con la importante labor de traducir publicaciones bíblicas.
Organizamos todo para que los superintendentes de circuito que estaban en Malaui fueran cada año a Zimbabue a disfrutar de la asamblea de distrito en chichewa. Allí se les entregaban los bosquejos de la asamblea. En su viaje de regreso a Malaui, iban transmitiéndoles a los hermanos la información del programa lo mejor que podían. Uno de esos años, pudimos organizar en Zimbabue una Escuela del Ministerio del Reino para fortalecer a esos superintendentes de circuito tan valientes.
En febrero de 1975, viajé a los campos de refugiados de Mozambique para visitar a los hermanos que habían huido de Malaui. Estos hermanos estaban muy al día con el resto de la organización de Jehová, incluso ya habían nombrado cuerpos de ancianos. Los nuevos ancianos habían organizado muchas actividades espirituales, como presentar discursos públicos, analizar el texto del día y La Atalaya, y hasta celebrar asambleas. Los campos funcionaban como una asamblea, con departamentos para la limpieza, la distribución de alimentos y la seguridad. Es increíble todo lo que aquellos hermanos fieles habían logrado gracias a la bendición de Jehová. ¡Salí de ahí animadísimo!
A finales de los años setenta, Malaui quedó bajo la supervisión de la sucursal de Zambia. Pero los hermanos de Malaui seguían en mi corazón y en mis oraciones, y sé que muchos se sentían igual que yo. Como miembro del Comité de Sucursal de Zimbabue, varias veces me reuní con representantes de la central mundial. En esas reuniones también había hermanos que dirigían la obra en Malaui, Sudáfrica y Zambia. Siempre hacíamos la misma pregunta: “¿Qué más podemos hacer por los hermanos de Malaui?”.
Con el paso del tiempo, la persecución fue disminuyendo y los hermanos que habían huido de Malaui fueron regresando poco a poco. Los que se quedaron en el país ya no sufrían tanto. Además, los países de la región iban legalizando nuestra obra y levantando las restricciones, y Mozambique hizo lo mismo en 1991. Pero nos seguíamos preguntando: “¿Cuándo tendrán libertad los Testigos de Malaui?”.
VOLVEMOS A MALAUI
Finalmente, la situación política de Malaui cambió, y en 1993 el gobierno eliminó la prohibición a nuestra obra en el país. Poco después, un misionero me preguntó: “¿Volverás a Malaui?”. Como ya tenía 59 años, le respondí: “¡No, ya estoy muy viejo para eso!”. Sin embargo, ese mismo día nos llegó un fax del Cuerpo Gobernante en el que nos invitaban a volver.
Nos encantaba servir en Zimbabue, así que no fue fácil tomar una decisión. Ya habíamos echado raíces allí, y con los años habíamos hecho muy buenos amigos. El Cuerpo Gobernante fue muy considerado y nos dijo que podíamos quedarnos en Zimbabue si así lo deseábamos. Lo más fácil hubiese sido escoger nuestro propio camino y quedarnos donde estábamos. Pero recuerdo haber pensado en el ejemplo de Abrahán y Sara, quienes, siendo ya mayores, dejaron las comodidades de su hogar para seguir la guía de Jehová (Gén. 12:1-5).
Decidimos seguir la guía de la organización de Jehová, y regresamos a Malaui el 1 de febrero de 1995, exactamente 28 años después de nuestra primera llegada al país. Se creó un Comité de Sucursal, formado por otros dos hermanos y yo, y poco después ya estábamos organizando las actividades de los testigos de Jehová.
JEHOVÁ LO HACE CRECER
Fue maravilloso ver cómo Jehová hizo crecer la obra tan rápido. Entre 1993 y 1998 hubo un crecimiento explosivo: ¡pasamos de 30.000 publicadores a más de 42.000! b Como había cada vez más trabajo, el Cuerpo Gobernante aprobó la construcción de una nueva sucursal. Compramos un terreno de 12 hectáreas (30 acres) en Lilongüe, y me asignaron a trabajar en el Comité de Construcción.
En mayo de 2001, el hermano Guy Pierce, del Cuerpo Gobernante, presentó el discurso de dedicación de las nuevas instalaciones. Asistieron más de 2.000 Testigos del país. La mayoría de ellos llevaban más de 40 años bautizados. Durante la persecución, estos hermanos y hermanas fieles aguantaron años de sufrimientos indescriptibles. En sentido material tenían poco, pero en sentido espiritual eran extraordinariamente ricos. Y ahora se les veía encantados visitando su nuevo Betel. Iban por toda la sucursal cantando las canciones del Reino con la típica armonía musical africana. Esto hizo que aquella ocasión fuera la experiencia más conmovedora de mi vida. Fue una prueba muy clara de que Jehová bendice con generosidad a quienes aguantan con fe.
Después de la construcción de la sucursal, tuve el gusto de que empezaran a enviarme a dedicar Salones del Reino. Las congregaciones de Malaui se estaban beneficiando del programa de construcción rápida de Salones del Reino en países con recursos limitados. Antes, algunas congregaciones se reunían en una especie de cobertizos hechos con árboles de eucalipto. Con esteras de juncos hacían los techos y, con barro, las largas bancas donde se sentaban. Ahora, los hermanos trabajaban con empeño horneando ladrillos en hornos que ellos mismos habían hecho, y así construían hermosos lugares de reunión. Aun así, en vez de sillas preferían las bancas, ya que, como dicen ellos, “siempre cabe uno más en una banca”.
También me he emocionado al ver cómo ayuda Jehová a las personas a crecer en sentido espiritual. En especial me impresionaba la buena disposición de los hermanos jóvenes africanos que se ofrecían para ayudar y enseguida aprendían lo que les enseñaba la organización. Gracias a esta capacitación, iban asumiendo mayores responsabilidades en Betel y en las congregaciones. Además, los nuevos superintendentes de circuito locales eran una gran fuente de ánimo para las congregaciones. Muchos de ellos estaban casados. A fin de hacer más por Jehová, estos matrimonios decidieron dejar para después la alegría de tener hijos a pesar de la presión de la comunidad y, a veces, de la familia.
ESTOY FELIZ CON MIS DECISIONES
Después de pasar 52 años en África, empecé a tener algunos problemas de salud. El Cuerpo Gobernante aprobó la recomendación que hizo el Comité de Sucursal para que nos trasladaran a la sucursal de Gran Bretaña. Nos dolió dejar la asignación que amábamos, pero la familia Betel de Gran Bretaña nos está cuidando muy bien en nuestra vejez.
Estoy seguro de que dejar que Jehová dirija mi camino ha sido la mejor decisión de mi vida. Si me hubiera apoyado en mi propio entendimiento, quién sabe adónde me habría llevado mi carrera laboral. Jehová siempre supo lo que yo necesitaba para hacer rectas mis sendas (Prov. 3:5, 6). Cuando era joven, sentía fascinación por aprender cómo funciona una empresa grande. Pero la organización mundial de Jehová me ha dado una carrera espiritual más que satisfactoria. Servir a Jehová me dio, y sigue dándome, una vida plena y feliz.
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