Alrededor del año 50 de nuestra era, en su segundo viaje misionero, Pablo visitó Corinto por primera vez. Se quedó 18 meses y durante ese tiempo ayudó a formar allí una congregación cristiana. Corinto era para entonces una ciudad próspera y muy poblada gracias a que se encontraba en el cruce de varias rutas marítimas. Y, como otras grandes ciudades portuarias, era famosa por su decadencia moral.

Cuando la congregación ya estaba establecida, Pablo les escribió a los cristianos corintios una carta que no se conserva (1Co 5:9). Más tarde, durante su tercer viaje misionero, le llegaron noticias preocupantes sobre la congregación (1Co 1:11; 5:1; 11:18). También recibió de la propia congregación una carta donde le hacían algunas consultas (1Co 7:1). Así que, alrededor del año 55 de nuestra era, cuando estaba en Éfeso, les escribió la carta inspirada que hoy se conoce como 1 Corintios (1Co 16:8). En ella los animaba, entre otras cosas, a rechazar las enseñanzas falsas y la inmoralidad, a mantenerse unidos y a fortalecer su fe en la resurrección.

Al examinar 1 Corintios, queda claro que Pablo conocía bien a las personas a las que les escribía y sus circunstancias. De ahí que usara como ejemplos cosas como los tutores que cuidaban de los niños y los juegos atléticos griegos (1Co 4:15; 9:24-27). Sus comentarios también demostraban que conocía el ambiente moral y religioso y las filosofías más populares de la ciudad (1Co 1:20; 6:9, 10; 15:12).

En esta carta, Pablo cita muchas veces de las Escrituras Hebreas, lo que contribuye a aclarar su significado (1Co 1:19, 31; 2:9; 3:19; 9:9; 10:7; 14:21; 15:45, 54).

La autenticidad de las cartas de 1 Corintios y de 2 Corintios es innegable. Los primeros cristianos las reconocían como obras de Pablo y las aceptaban como parte del canon bíblico. Por eso las incluyeron en sus colecciones de escritos. Además, se cree que Clemente de Roma, en su primera carta a los corintios (Roma, c. 95 e.c.), citó de 1 Corintios y aludió a ella. Lo mismo hicieron escritores como Ignacio de Antioquía, Policarpo, Justino Mártir, Atenágoras, Ireneo y Tertuliano.