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Colombia

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La riqueza de Colombia: ¿es el precioso metal dorado, el oro, o la perniciosa droga blanca, la cocaína? Ninguno de los dos. La auténtica riqueza de esta tierra sudamericana se extrae de entre su gente: son los millares de personas que se están haciendo un buen nombre ante Dios.

¿EN QUÉ le hace pensar la mención del país sudamericano de Colombia? A muchas personas les trae a la mente imágenes de buen café colombiano, finas esmeraldas, hermosos crisantemos y regias orquídeas, por citar tan solo algunas de las cosas que han dado fama a este país. Sin embargo, tristemente a otros la simple mención de Colombia les recuerda sombrías imágenes del contrabando de cocaína y de las cruentas guerras del narcotráfico. Ahora bien, las drogas y el asesinato no son representativos de la verdadera Colombia ni, por supuesto, de la gran mayoría de sus ciudadanos.

Venga y conozca por sí mismo Colombia. Tal vez le cause una grata sorpresa saber que no es tan primitiva y peligrosa como pudiera haberse imaginado, y estamos seguros de que se dará cuenta de por qué los testigos de Jehová colombianos se sienten tan felices proclamando las buenas nuevas del Reino de Dios en este país tradicionalmente católico romano.

Corona española, cruz católica romana

Una mirada al mapa le recordará algo de la geografía de este país. (Su nombre, Colombia, se deriva del nombre del descubridor europeo del Nuevo Mundo.) Como puede ver, el istmo de Panamá se une a Colombia en el extremo noroccidental de Sudamérica, lo que le da la ventaja de tener una costa hacia el océano Pacífico y otra hacia el Atlántico.

Después de los memorables viajes de Cristóbal Colón, toda la zona del Caribe se convirtió en poco tiempo en objeto de exploración y conquista. España se concentró en controlar las abundantes riquezas del Nuevo Mundo, su oro y plata, lo cual la estimuló a acometer la empresa de la dominación mundial. Pocos negarán que el siglo XVI fue español.

Pero ese siglo también fue el siglo de la Reforma protestante, el tiempo en que algunas naciones del norte de Europa se liberaron del yugo de la Iglesia católica romana y del Sacro Imperio Romano. En seguida florecieron la traducción y publicación de la Biblia, y las Santas Escrituras se convirtieron en un libro familiar. Sin embargo, no ocurrió lo mismo en las colonias españolas de América. Cuando los conquistadores desembarcaron en estas latitudes para tomar posesión de estas tierras en el nombre de la corona, también plantaron la cruz del catolicismo romano, que permanecería aquí como símbolo del monopolio religioso durante los siguientes cuatrocientos años.

Por lo tanto, para comprender a Colombia y a su pueblo, debe conocerse algo de su historia, y para entender a los testigos de Jehová colombianos, ha de comprenderse la relación entre la historia seglar colombiana y su historia teocrática.

Información de interés

La mayor parte de la población de Colombia se concentra en el tercio occidental del país, en los ricos valles fluviales y las fértiles laderas de tres cordilleras andinas que, como si fueran dedos, se extienden hacia el norte desde la frontera ecuatoriana. Nuestro interés, no obstante, se centra en seis ciudades: la capital, Bogotá, en la meseta de la cordillera oriental; tres puertos tropicales de la costa caribeña: Barranquilla, Santa Marta y Cartagena; la famosa Medellín, en el oeste, con su clima de eterna primavera, y en el sudoeste, en dirección al Ecuador, la subtropical Cali, con un clima estival todo el año.

El río Magdalena fue la principal ruta hacia el interior hasta la llegada de la aviación comercial a principios de los años veinte. A la mitad de su curso, en dirección al oeste, está el volcán Nevado del Ruiz, cubierto de nieve y visible desde el aire en un día claro. Abajo, en el valle, estuvo la ciudad agrícola de Armero antes de que una funesta noche de noviembre de 1985 una avalancha asesina de barro, hielo y lava borrara del mapa esta ciudad de 28.000 habitantes. Unos cuarenta testigos de Jehová y personas interesadas perdieron la vida en esa tragedia. *

Bogotá

Después de dejar atrás el extenso valle del río Magdalena, los vuelos que llegan a la ciudad más grande del país, Bogotá, la capital de la nación, descienden entre las montañas hasta la verde sabana donde se encuentra esta ciudad de cuatrocientos cincuenta años de antigüedad. Si ponen cuidado, los pasajeros sentados en el lado derecho del avión pueden ver de pasada los tejados de color marrón rojizo de la nueva sucursal de la Watch Tower que se está construyendo al oeste de la capital. Es posible que algunos de los trabajadores también miren al cielo y se pregunten si en ese avión vienen más trabajadores voluntarios de construcción internacionales para acelerar la obra. Mientras el reactor continúa su prolongado descenso hasta aterrizar en el aeropuerto internacional bogotano El Dorado, aparecen directamente enfrente los rascacielos de la ciudad perfilándose ante la elevada Cordillera Oriental.

Cuando salen del aeropuerto, a los viajeros les suele sorprender un aire frío. Un abrigo o un suéter grueso bastará para sentirse cómodo a esta altitud de 2.600 metros.

Colombia goza de libertad de cultos

Un santuario corona la cordillera que domina la capital como mudo testigo de que Colombia es católica. Este país, dedicado al “Sagrado Corazón de Jesús”, tiene un concordato con la Santa Sede desde 1887. En un principio el concordato estipulaba que el catolicismo era la religión del Estado, apoyando la creencia del rey español Felipe II de que la unidad política no era posible sin la unidad religiosa.

Felizmente, desde 1958 Colombia goza de libertad de cultos, una actitud liberal por parte del gobierno que los testigos de Jehová agradecen.

Testificación en Bogotá

Vamos a presentarle a Agustín Primo, un miembro del comité de la sucursal de Colombia. Conoció la verdad en 1972 por medio de un Testigo griego que servía en Bogotá cuando había mucha necesidad de predicadores del Reino. En la actualidad tiene sesenta años y está retirado del empleo seglar, así que sirve de tiempo completo en la sucursal. Nos dice que la oficina sucursal y la fábrica son demasiado pequeñas para dar atención adecuada a los más de 41.000 publicadores y 600 congregaciones del país, aunque los edificios se dedicaron hace solo diez años.

¿De dónde viene este aumento de publicadores? Nos dará algunas pistas echar un vistazo a la obra de evangelización que se lleva a cabo en esta ciudad de unos cinco millones de habitantes.

La testificación en las zonas más ricas de la ciudad es difícil debido a la existencia de edificios de apartamentos protegidos, pues, por lo general, los residentes llegan y se marchan de allí en automóvil. Además, cuando se llama a las casas privadas de estas secciones, los publicadores se enfrentan al desafío de superar la barrera de los sirvientes para poder hablar con los miembros de la familia. Por todo esto, donde se suelen conseguir conversaciones bíblicas estimulantes es en los barrios de gente de clase media, barrios en continua expansión.

En los barrios obreros hay muchas personas que están bien informadas sobre los acontecimientos mundiales, de modo que es más fácil empezar estudios bíblicos con ellas, y progresan rápidamente en la verdad.

Por último están los barrios insalubres y los tugurios ilegales que se multiplican de la noche a la mañana por las laderas y llanos despoblados, la lacra de las ciudades del Tercer Mundo. Son el último asentamiento de una incontable cantidad de personas que abandonan las zonas rurales para emprender una vida distinta en la ciudad. Muchos de los miles que aquí viven escuchan el consolador mensaje de los testigos de Jehová, y algunos responden abrazando la esperanza del Reino.

Los dos primeros publicadores del Reino colombianos

“Ha habido un excelente crecimiento desde que a mediados de 1945 llegaron los primeros misioneros de Galaad, aunque había Testigos activos en Colombia veinte años antes”, nos comenta Euclides González, del Departamento de Servicio de la sucursal.

En el año 1871, al mismo tiempo que Charles Taze Russell y su pequeño grupo de Estudiantes de la Biblia empezaban sus clases de estudio en Allegheny (Pensilvania, E.U.A.), Heliodoro Hernández nacía en las montañas, a unos trescientos kilómetros al norte de Bogotá. Cincuenta y un años más tarde iba a convertirse en el primer Testigo activo de Colombia.

Durante su juventud Heliodoro era un ávido lector que ansiaba poseer una Biblia. Pero las Biblias eran escasas en aquellos días. Finalmente consiguió un ejemplar a los veinticinco años, y por el siguiente cuarto de siglo la leyó con gran interés.

En 1922 un conocido le prestó varios ejemplares de la revista La Torre del Vigía y también el folleto Millones que ahora viven no morirán jamás. Rebosante de alegría por lo que leyó en estas publicaciones, Heliodoro empezó a compartir las buenas nuevas con todo el que se cruzaba en su camino. Dos años más tarde encontró un oído atento en el joven Juan Bautista Estupiñán, quien había regresado de prestar servicio militar en Bogotá. Heliodoro tenía entonces cincuenta y tres años, y Juan, que más tarde se casó con la sobrina de Heliodoro, veinticinco. Estos dos cristianos sembraron semillas de la verdad del Reino por todos los pueblos y ciudades de la zona nororiental de Colombia.

Fuera del alcance de las piedras

En los años treinta la Sociedad envió a Heliodoro y a Juan un gramófono que funcionaba con baterías para ayudarles a diseminar las buenas nuevas de manera más eficaz. Iban andando a las ciudades vecinas con esta máquina pesada a cuestas, además de las publicaciones. ¡Imagínese el efecto de poner discos con temas como “La Trinidad al descubierto” y “El fin del mundo” en las principales plazas de los pueblos católicos! No sorprende, pues, que cuando entraban en un pueblo, buscaran un lugar protegido para colocar su máquina antes de hacerla funcionar. De este modo el altavoz no solo estaba fuera de la vista de los opositores, sino también del alcance de las piedras que arrojaban.

Los dos compañeros de predicación murieron fieles; Heliodoro, en 1962 a los noventa y un años, y Juan Bautista Estupiñán, en 1976.

¿Quién respondería a la llamada?

En 1930, después de cuarenta y tres años de gobierno dominado por la Iglesia, un cambio político abrió el camino a mayor libertad religiosa. Varios grupos protestantes empezaron a aumentar sus actividades en Colombia, y también lo hicieron los testigos de Jehová.

En la asamblea de Washington de 1935, Joseph F. Rutherford, segundo presidente de la Sociedad Watch Tower, instó al pueblo del Señor a considerar la posibilidad de ofrecerse para predicar en Sudamérica. No obstante, dos resueltas precursoras, Hilma Sjoberg y Kathe Palm, ya estaban proclamando la verdad en Colombia. La hermana Sjoberg, nacida en Suecia, era la viuda de un algodonero de Texas. Kathe Palm, quien conoció la verdad en Alemania, su país de origen, había sido precursora en Estados Unidos antes de entrar en el campo sudamericano.

La hermana Palm recuerda: “En noviembre de 1934 Hilma Sjoberg envió dinero a la Sociedad Watch Tower para pagar su viaje en barco de Estados Unidos a Colombia. La Sociedad me preguntó si quería ayudar a la hermana Sjoberg en Sudamérica. [...] De modo que en diciembre llegué a Buenaventura (Colombia)”. Aunque solo tenía una tarjeta de testimonio en español y su conocimiento del idioma era limitado, salió sola y predicó en esa ciudad portuaria.

Luego tomó un tren que la llevó a través de la Cordillera Occidental y el fértil valle del río Cauca hasta llegar a Cali. Mientras esperaba que Hilma llegara de Ecuador, testificó en Cali y luego en Palmira, al otro lado del valle. Cuando llegó la hermana Sjoberg, las dos hermanas, que acababan de conocerse, cruzaron la Cordillera Central para llegar a la meseta donde se encuentra Bogotá. La hermana Palm dice que trabajaron en la capital por más de un año y colocaron muchas cajas de libros.

“Guantes blancos” en el territorio de negocios

Durante los años 1939, 1941 y 1942, una madre y su hija, Marián y Kate Goas, de México, predicaron en Bogotá y otras ciudades, entre ellas Condoto, un centro de extracción aurífera situado entre pantanos y selvas junto a la costa del Pacífico. También visitaron los puertos de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, en la costa caribeña. Kathe Palm dice que estas precursoras “vestían con elegancia —llevaban guantes blancos⁠— y predicaban sobre todo en territorio de negocios”.

La respuesta que hallaron en cada una de las ciudades fue una vista por anticipado de cómo progresaría la obra del Reino. Por ejemplo: con respecto a la religiosa Medellín, informaron que rara vez pasaba un día sin que las atacaran chusmas de escolares incitados por los sacerdotes. En cuanto a Barranquilla, escribieron: “Hay muchas personas amables y bien intencionadas en Barranquilla, y creemos que se podría recoger un buen grupo de personas para estudiar si hubiera aquí algún publicador que dedicara todo el tiempo a esta obra”.

Algún tiempo antes de esto, un Testigo de otro país había hablado en Barranquilla con un hombre de negocios joven de ascendencia libanesa llamado Farah Morán. Farah tenía una Biblia y le gustaba mucho leerla. Una calurosa tarde de sábado a mediados de los años treinta, entró en su tienda de ropa un extranjero para “hablar sobre el gobierno”. Farah respondió que nunca hablaba de política. “Pero es sobre el Reino de Dios.” Ah, eso era otra cosa. Farah aceptó el libro de la Sociedad titulado Gobierno.

Empezó a leerlo inmediatamente y lo encontró tan interesante que cerró el negocio durante el resto del día para seguir leyéndolo en casa. A las cuatro de la mañana había leído la mitad del libro; para las seis, ya se había levantado y duchado y había salido en dirección al hotel para encontrar al hombre que se lo había dado. El Testigo dio a Farah más publicaciones. Con el fin de entender bien la verdad, leyó y releyó aquellos libros durante los siguientes catorce años.

Así que antes de la llegada de los graduados de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watch Tower, varios precursores extranjeros abnegados habían realizado una admirable labor en Colombia, aguantando dificultades y oposición mientras sembraban la semilla del Reino por todo el país.

Ninguna choza con techo de paja a la vista

En agosto de 1945, el mes en que terminó la segunda guerra mundial, llegaron en avión al viejo aeropuerto de Bogotá los tres primeros graduados de Galaad asignados a Colombia. Su primer trabajo fue encontrar un lugar adecuado para el hogar misional, ya que en breve llegarían más graduados.

Antes de llegar a Colombia, algunos de aquellos misioneros se habían hecho ilusiones de ir a un país de playas bañadas por el Caribe, palmeras ondulantes, pintorescas chozas con techo de paja y gente amigable ansiosa de entrar en la verdad.

Sin embargo, cuando los graduados llegaron a Bogotá, se encontraron con una ciudad de medio millón de habitantes que empezaba a despertar de su pasado colonial. La mayoría de la gente vestía de negro y gris, el tiempo era húmedo y los cielos a menudo estaban nublados; además, las noches a una altitud de 2.600 metros eran bastante frías. En efecto, estaban sirviendo de precursores otra vez, pero ahora con un idioma nuevo, un territorio difícil de cubrir, ninguna choza con techo de paja a la vista y, por el momento, ni rastro de aquella “gente amigable ansiosa de entrar en la verdad”.

Abuelas que todavía conservan el espíritu de misioneras

Sin embargo, la mayoría de los misioneros se encariñaron con su asignación. Un ex misionero recuerda: “El clima era agradable. Resultaba divertido caminar bajo la lluvia con impermeable y paraguas, y muchos días eran absolutamente espléndidos, claros y soleados. La abundancia de flores, las casas de estilo colonial, el aprendizaje de nuevas costumbres y el desafío del idioma hacían que nuestra asignación misional nos pareciera maravillosa”.

Los misioneros empezaron a predicar en el vecindario de clase media próximo a su hogar, donde fueron recibidos amigable y hospitalariamente, como es costumbre en Colombia. Sin embargo, cuando se dirigían a la Biblia para explicar el propósito de su visita, salían a la luz temores religiosos arraigados profundamente que ponían fin a la conversación. Las perspectivas de hacer revisitas y conseguir estudios bíblicos eran escasas.

No siempre era fácil adaptarse a la vida comunitaria en el hogar misional. Varios misioneros se marcharon porque no se sentían felices, hubo otros que más adelante regresaron a sus países por enfermedad y Satanás consiguió quebrantar la integridad moral de unos cuantos.

No obstante, tres hermanas jóvenes de aquel primer grupo jamás perdieron su espíritu misional: Marián Brown, Jewel Harper y Helen Langford. Aunque algún tiempo después se casaron y descontinuaron el servicio misional, permanecieron en su asignación. Ahora todas son abuelas, pero todavía conservan el espíritu de misioneras.

“Tenía el sonido distintivo de la verdad”

No obstante, en Bogotá había personas amigables ansiosas de entrar en la verdad. Una de estas era un joven de veintitrés años llamado David Guerrero, que procedía de una familia católica devota. Su padre había fallecido cuando él tenía diez años, lo que había hecho que le surgieran dudas en cuanto a la religión. Aquella tragedia personal le había convencido de que los muertos no tienen una existencia consciente, algo contrario a las enseñanzas católicas. De modo que años más tarde, cuando trabajaba en la pequeña fábrica de suéteres propiedad de su hermano, David se hallaba en un estado propicio para escuchar el testimonio de dos misioneras que entraron en el taller.

David prosigue con el relato: “Una mañana mi hermano me llamó a la entrada de la fábrica para que hablara con unas extranjeras que tenían dificultades en explicar el propósito de su visita. A pesar de que mi inglés era muy pobre, fui para ayudarle y me sorprendí al hallar a dos jóvenes norteamericanas bien vestidas. Querían hablarnos de la Biblia. ‘Se necesita mucho valor para hacer esta obra en un vecindario como este’ pensé. Pues bien, al concluir la visita, resultó que me había quedado con dos libros cuyos títulos eran muy interesantes: La verdad os hará libres e Hijos. Las jóvenes prometieron regresar”.

David empezó a leer amplias porciones salteadas de los libros. “Me gustó lo que leí —dijo⁠—. Tenía el sonido distintivo de la verdad, y esa gente estaba haciendo lo correcto al llevar el mensaje directamente a las personas.”

Las Testigos regresaron algunos días después con una pareja de misioneros y acordamos empezar un estudio bíblico. Poco después, David asistía a las reuniones. “Y antes de que me diera cuenta —dijo⁠—, ya era un publicador del Reino.”

Los primeros dos bautismos

El primer bautismo tuvo lugar en 1932, cuando un representante de la Sociedad que estaba de visita bautizó en una piscina de Bogotá a los dos primeros publicadores del Reino de Colombia, los hermanos Hernández y Estupiñán, y a dos mujeres. Una de las dos mujeres bautizadas era Alejandrina Moreno. Ella murió fiel en 1950, y su funeral fue el primero dirigido por los Testigos en Colombia.

El último domingo de enero de 1946 se celebró el segundo bautismo de Testigos en Colombia, con una asistencia de treinta personas. Siete de los nuevos publicadores simbolizaron su dedicación mediante el bautismo, incluido David Guerrero. Los misioneros estaban encantados con el escenario subtropical donde se efectuó el bautismo, unos 1.200 metros más abajo de la sabana. Embellecían el lugar una gran cantidad de pájaros y flores multicolores, plantas de café y un transparente arroyo que fluía de la montaña entre bambúes y plantas de banano, justo como muchos se habían imaginado una asignación en los trópicos.

Posteriormente, David Guerrero se casó con la misionera Helen Langford. Después de vivir en Estados Unidos durante una temporada, regresaron a Colombia para servir de precursores y, con el tiempo, participaron en el servicio viajero.

Se abre la sucursal: 1 de mayo de 1946

Un mes después de aquel segundo bautismo, emocionó a los hermanos el anuncio de la visita del tercer presidente de la Sociedad, Nathan H. Knorr, y el entonces vicepresidente, Frederick W. Franz, programada para las fechas del 12 al 17 de abril de 1946. El Domingo de Ramos de la cristiandad, se reunieron 87 personas en el hogar misional para escuchar el discurso del hermano Knorr, titulado “Alégrense, naciones”. Dos días más tarde, los veintinueve asistentes a la Cena del Señor escucharon al hermano Franz presentar el discurso en español.

Durante su visita, se organizó la sucursal de Colombia para que empezara a funcionar a partir del 1 de mayo de 1946. Unos meses más tarde, cinco misioneros fueron trasladados a Barranquilla para abrir un hogar misional y empezar a predicar el Reino en esa ciudad costera.

John Green, el primer superintendente de la sucursal, sirvió hasta noviembre de ese año, cuando llegó Robert Tracy. Green tuvo que regresar a Estados Unidos debido a problemas de salud de su esposa.

Robert Tracy era un graduado de la sexta clase de Galaad que tras servir unos cuantos meses en la obra del circuito, había recibido instrucción en el Betel de Brooklyn antes de mudarse a Colombia. El hermano Tracy era una persona amigable y enérgica que iba a desempeñar un papel clave en el adelanto de la organización en Colombia.

“La Violencia”

El año 1946 también se distinguió por otra razón. Mientras los Testigos adelantaban en su obra de hacer discípulos, una turbulenta ola de agitación política sumía al país en el totalitarismo y, en sentido religioso, lo hacía retroceder hasta la Edad Media. Esta serie de acontecimientos hundieron a Colombia en uno de los períodos más sangrientos de su historia: “La Violencia”.

Después de las elecciones presidenciales de 1946, Jorge Eliécer Gaitán, candidato del partido derrotado, levantó su voz de manera enérgica y elocuente en favor de los oprimidos. Su popularidad era enorme. Al mediodía del 9 de abril de 1948, un asesino mató a tiros a este defensor del pueblo. La ira de los ciudadanos ante la muerte de su ídolo desembocó en motines y en una ola de matanzas, saqueo y destrucción. Chusmas furiosas destruyeron o causaron daños a casi todas las iglesias de la capital en una violenta demostración de anticlericalismo, y hasta la misma residencia del nuncio papal quedó en ruinas.

Había empezado en Colombia un período nefasto conocido como “La Violencia”. Matanzas sin sentido y despiadada brutalidad derramarían la sangre de unos doscientos mil colombianos durante la siguiente década. Rivalidades políticas que se remontaban al siglo anterior avivaron las llamas de odios arraigados profundamente y esparcieron los tiroteos y machetazos a través de los campos y regiones montañosas. Los sacerdotes rurales también tomaron partido en el conflicto. ¿Con qué resultado? Cada vez se oía decir a más gente: “Soy católico y creo en Dios, pero no me gustan los curas”.

Hubo chusmas que se volvieron contra los Testigos, y el clero, deseoso de restringir su adoración, instigó a la policía a que los hostigase. Para evitar que se les detuviera en la predicación, los hermanos se iban con frecuencia de un territorio a otro, y a veces apostaban centinelas para avisar de cualquier posible peligro. A pesar de que los testigos de Jehová eran neutrales en política, en varios lugares del país se detuvo a muchos y a algunos se les condenó a pasar algún tiempo en la cárcel. No obstante, no hay registro de que se asesinara a ningún hermano, lo que sí sucedió con algunos protestantes que tomaron partido en la disputa.

Ahora bien, curiosamente, en las grandes ciudades la vida continuaba como siempre. Los extranjeros que visitaban la capital por poco tiempo no se daban cuenta de que en el campo rabiaba una guerra civil.

Las limitaciones lingüísticas no son un obstáculo

A principios de 1948, mientras testificaba cerca del distrito comercial de Bogotá, Robert Tracy visitó a la familia Rojas. El padre trabajaba reparando aparatos de radio. Él, su esposa y sus cuatro hijitos vivían en una sola habitación, la misma en la que trabajaba. “A pesar de mi limitado español —relata el hermano Tracy⁠—, la familia progresó, y con el tiempo todos llegaron a ser publicadores del Reino. Luis, el mayor, emprendió el servicio de precursor especial, seguido de Gladys y Marlene.”

Gladys se casó con un misionero y sirvió con su esposo en Bolivia y Ecuador, y Luis es en la actualidad uno de los tres superintendentes de distrito de Colombia.

Se traslada la sucursal a Barranquilla

Con la llegada a Bogotá en diciembre de 1949 de tres nuevos graduados de Galaad, Dewey Fountain, su esposa Winnie y su hija Elizabeth, aumentó la cantidad de misioneros que había en el país a nueve. Para entonces la mayoría de los publicadores del Reino vivían en el norte, en la costa del Caribe, donde la obra empezaba a florecer.

Con esto presente, en diciembre de 1951 la Sociedad trasladó la sucursal de Bogotá a Barranquilla. Robert Tracy continuó siendo el superintendente de sucursal hasta abril de 1952, cuando regresó a Bogotá para casarse con Elizabeth, Libby, Fountain. James Webster, un misionero que servía en Barranquilla, sustituyó a Tracy como superintendente de sucursal, y sirvió en esa capacidad por los siguientes trece años. Conoceremos más detalles sobre ellos en páginas sucesivas.

Se prohíbe toda actividad no católica

En 1953 un presidente totalitario iba a proponer la adopción de una nueva Constitución, que incorporaba los principios básicos de un estado fascista. Sus planes fueron truncados fulminantemente cuando el ejército derrocó su gobierno. El general del ejército Gustavo Rojas Pinilla se convirtió en el nuevo dictador–presidente, lo que no presagiaba nada bueno para los Testigos.

Gabriel Piñeros, ex coronel de las fuerzas aéreas colombianas y ahora anciano en una congregación de Cali, conocía en persona al general Rojas, ya que durante algún tiempo había sido su piloto. El hermano Piñeros le recuerda como un hombre bondadoso que deseaba poner fin a la violencia y estabilizar el país. “El general empezó bien —cuenta⁠—, pero el poder y la ambición se le subieron a la cabeza. No era un hombre particularmente religioso, pero se dejaba influir por la Iglesia.”

Deseoso de fortalecer su posición, el general Rojas buscó el apoyo de la Iglesia católica, y por eso anunció que su mandato iba a ser estrictamente católico romano. Tres meses después de tomar el poder, prohibió toda actividad religiosa que no fuera católica en el territorio donde ya existían dieciocho misiones católicas. Tiempo después, en junio de 1954, un nuevo decreto prohibió que se efectuaran en público actividades religiosas ajenas al catolicismo. Solo se permitirían reuniones privadas en los hogares de grupos no católicos reconocidos o en templos religiosos.

Arrancan las cubiertas de las Biblias

En mayo de 1953 los hermanos de la congregación de Bogotá organizaron un viaje, aunque no fue de placer. Descendieron los mil doscientos metros que separan su elevada ciudad montañosa del pueblo subtropical de Tocaima para celebrar un bautismo al aire libre y también con otro objetivo. Después del bautismo, los publicadores se esparcieron para testificar en el pueblo.

No pasó mucho tiempo antes de que la policía encarcelara a una hermana. El hermano Tracy y otros intentaron conseguir su liberación, pero también fueron encerrados. Ahora eran ocho los Testigos detenidos. El sargento de policía gritó airado que eran comunistas y que no tenían derecho a predicar en aquel pueblo católico. El alcalde ordenó a los policías que arrancaran las cubiertas de los libros y las Biblias y los tiraran en una gran tinaja de agua que había en el patio central de la comisaría. Por fin, una hora más tarde se calmaron y pusieron en libertad a los hermanos.

Las cuatro horas que duró el viaje de regreso montaña arriba fueron muy felices para la congregación, ya que todos ‘se regocijaban porque se les había considerado dignos de sufrir deshonra a favor del nombre de Jesús’. (Hech. 5:41.)

La congregación de Bogotá se queda sin misioneros

En 1954 Bogotá era una ciudad de más de seiscientos mil habitantes que crecía con rapidez. Sin embargo, después de ocho años de actividad misional, la congregación todavía tenía un promedio de solo treinta publicadores. Puesto que todo el esfuerzo no había producido muchos resultados, se decidió cerrar el hogar misional de Bogotá y enviar a los misioneros a otro lugar. Pero ¿adónde? A Cali, la ciudad en la que la hermana Kathe Palm había testificado dieciocho años antes. Cali era en ese momento una ciudad industrial en expansión, un lugar donde era lógico abrir un nuevo hogar misional.

Para cuidar de la obra del Reino en la congregación de Bogotá, se nombró superintendente de congregación a un hermano de la localidad, Porfirio Caicedo, un hábil carpintero que hacía moldes para piezas fundidas de metal. Tras conocer la verdad en 1950, su espíritu emprendedor le ayudó a criar a su familia, una familia numerosa y en constante aumento, “en la disciplina y regulación mental de Jehová”. (Efe. 6:⁠4.)

El segundo hijo de Porfirio, Raúl, empezó el servicio de precursor en cuanto acabó la escuela secundaria, a principios de los años sesenta. Se tomó en serio su ministerio y sirvió en la obra de circuito y de distrito; posteriormente asistió a la Escuela de Galaad. De vuelta en Colombia como misionero, recibió su último nombramiento: llegó a formar parte del comité de la sucursal. Fue un día triste para todos cuando Raúl Caicedo murió de cáncer en 1981 a los treinta y ocho años. Su padre, Porfirio, falleció dos años después.

El registro fiel de Porfirio Caicedo y su numerosa familia continúa hasta el día de hoy. * Los diecisiete hijos que sobreviven son Testigos dedicados y activos; veinte de sus aproximadamente cincuenta nietos están bautizados, y los restantes, más jóvenes, están creciendo en la verdad.

Los testigos de Jehová se hacen conocer en la costa

Echemos ahora un vistazo a la obra del Reino en la costa del Caribe. ¿Recuerda el informe de la hermana Kate Goas después de haber predicado en Barranquilla en 1942? Estaba segura de que allí había “muchas personas amables y bien intencionadas” que responderían favorablemente a la verdad. Pues bien, cuatro años más tarde, cinco misioneros llegaron de Bogotá dispuestos a empezar a predicar en esa ciudad costera.

La ciudad tropical de Barranquilla tiene un peculiar encanto: el modo de vida despreocupado, la gente extrovertida y el particular timbre de voz de sus habitantes. Los costeños son verdaderamente abiertos y alegres, y por lo general se hacen notar. Les caerían bien en seguida.

Los cinco misioneros que se mudaron de Bogotá a Barranquilla en 1946 recibieron ayuda en noviembre de ese mismo año. Se les unió James Webster, un estadounidense larguirucho de veintiocho años que antes había sido granjero. “¡Vaya cambio más repentino!”, exclamó Webster. Había asistido a la misma clase de Galaad que Robert Tracy y, al igual que él, había servido de superintendente de circuito antes de venir a Colombia.

Seis meses más tarde, en mayo de 1947, Olaf Olson llegó desde Bogotá para apoyar al grupo de misioneros. Olaf era un norteamericano de ascendencia noruega, así que hablaba español con un gracioso acento escandinavo. En Barranquilla, por entonces una ciudad de unos 160.000 habitantes, solo se reunían regularmente con los siete extranjeros un puñado de personas de la localidad. Olson predijo que algún día habría en Barranquilla 500 publicadores. Aunque en aquel tiempo eso parecía imposible, en enero de 1959 se alcanzó esa cantidad.

La mayoría de los recién asociados procedían de la clase más baja, “el pueblo”, como les llaman los colombianos. Durante la terrible etapa de “La Violencia”, fueron ellos, los Testigos pertenecientes al “pueblo”, los que con denuedo llevaron la verdad a otras poblaciones de la costa y el interior.

“En la actualidad hay 62 congregaciones en Barranquilla, más que en ninguna otra ciudad del país, excepto Bogotá —informa Rogelio Jones, el superintendente de ciudad, un contratista que ha colaborado en los proyectos de construcción de la Sociedad desde los años cincuenta⁠—. Y la predicación efectuada en la costa ha sido eficaz. Casi toda persona de la ciudad tiene algún pariente, amigo o compañero de trabajo testigo de Jehová. La región de la costa caribeña quizás sea el único lugar de Colombia donde la gente distingue entre los testigos de Jehová y los demás grupos no católicos.”

De vendedor de lotería a precursor regular

Los extranjeros que visitan Colombia en seguida reparan en los vendedores de lotería. Se encuentran en todas partes, y son verdaderos ejemplos de iniciativa y persistencia. José Villadiego, uno de estos vendedores ambulantes, obtuvo algunas de nuestras publicaciones de un misionero que estaba predicando en la calle, y le gustó su contenido. Unos días más tarde se encontró por casualidad con un publicador del Reino que estaba testificando de casa en casa. Como él tenía mucha experiencia en esa clase de trabajo, solo que con un artículo muy diferente, empezó a acompañar al publicador. Primero escuchó cómo se efectuaba la predicación, pero después comenzó a participar en las conversaciones para recalcar la importancia del mensaje.

El domingo siguiente por la mañana, José estaba en el Salón del Reino preparado para salir a predicar. En aquel entonces los requisitos para los nuevos publicadores no estaban definidos con tanta claridad; no obstante, en seguida dejó de vender lotería a fin de llenar los requisitos para la dedicación y el bautismo. En abril de 1949, seis meses después de haberse bautizado, llegó a ser el primer precursor regular de Barranquilla. En la actualidad sirve de anciano en una congregación de esa misma ciudad y todavía sigue siendo un ejemplo de iniciativa y entusiasmo como precursor regular.

‘Me impresionó su bondad’

Entre los de las clases más acomodadas también había personas amigables deseosas de entrar en la verdad. Veamos un caso: en el sector de El Prado vivía una desconsolada viuda llamada Inez Wiese. Sus padres eran ingleses, pero ella había nacido en Jamaica y se había criado en Colombia. Andando el tiempo, se casó con un hombre natural de Alemania, país al que se mudó y donde murieron su esposo y sus dos hijos adoptivos durante la segunda guerra mundial. Terminada esta, regresó a Colombia. Cierto día de 1947, Olaf Olson llamó a su puerta y le ofreció la suscripción a La Atalaya. Más tarde, ella comentó: “Nunca había oído hablar de los testigos de Jehová, y sabía muy poco sobre la Biblia, pero su actitud bondadosa y considerada hizo que me decidiera a suscribirme”. Veinticuatro meses después, cuando contaba cincuenta y nueve años, Inez empezó el servicio de precursor.

Hizo generosas contribuciones para la obra del Reino, entre ellas una nevera y una lavadora, muy necesarios en el hogar misional, y una camioneta nueva, modelo de 1953, para la sucursal. Durante aquellos años también fue una eficaz profesora de español para los misioneros recién llegados. Inez puso un excelente ejemplo, y hasta su muerte, en 1977, su sentido del humor y aprecio por la verdad sirvieron de estímulo tanto para los misioneros como para los hermanos barranquilleros. *

“¡La obra realmente comenzaba a crecer!”

Farah Morán, el propietario de una tienda de ropa ya mencionado, estaba convencido de que había encontrado la verdad, pues desde hacía unos catorce años leía los libros escritos por el hermano Rutherford. Un día de septiembre de 1949, un misionero visitó la tienda de Farah y se presentó como ministro religioso. Cuando intentó continuar con su presentación, Farah le interrumpió: “No me interesa oír nada de ninguna religión, excepto de la que explica el juez Rutherford”. Una vez que se le mostró que este era el mismo mensaje, aceptó con entusiasmo el libro “Sea Dios Veraz”. Farah comenzó a asistir a las reuniones aquella misma semana.

El hermano Webster relata: “La esposa de Farah y algunos familiares de ella entraron en la verdad. César Roca, un antiguo compañero de caza de Farah, aceptó el mensaje junto con su esposa, su numerosa familia y varios amigos. También entraron en la verdad los hermanos protestantes de Farah, sus familias y algunos de sus familiares políticos. ¡La obra realmente comenzaba a crecer!”.

La obra en Barranquilla crecía con rapidez, y pronto se formó una segunda congregación, que utilizaba el hogar de Farah Morán como Salón del Reino. El superintendente de congregación era Olaf Olson, quien preparó a Farah para que pudiera encargarse del grupo, y a la primera reunión asistieron 52 personas. En septiembre de 1953 se formó una tercera congregación, y dos años más tarde comenzó a funcionar la cuarta.

El micrófono del sacerdote se quedó conectado

El hermano Webster nos habla del significativo impulso que recibió la obra de evangelizar:

“En marzo de 1953 recibimos la nueva camioneta que la hermana Wiese había donado a la sucursal. Empezamos una testificación sistemática en grupo por las afueras de la ciudad y los pueblos cercanos, y en poco tiempo ya habíamos predicado en diez pueblos del departamento de Atlántico que no habíamos trabajado antes. A los viajes de más de un día solo iban hermanos, y se compartían los gastos. Pasábamos la noche con familias hospitalarias que nos alojaban, y dormíamos en hamacas, en el suelo o en La Teocrática, que fue como se terminó llamando a nuestra camioneta. En más de una ocasión, los sacerdotes de los pueblos acudieron a los alcaldes e hicieron que la policía obstaculizara nuestra obra.”

Un domingo por la mañana, al llegar un grupo de hermanos a la plaza de la localidad de Tubará, la voz del sacerdote retumbó a través de los altavoces del campanario de la iglesia: “Amigos testigos de Jehová, ¡saludos! Les invito a que vengan y hablemos, y veremos quién tiene la razón”. Varios hermanos se encaminaron a la iglesia, y el sacerdote les pidió que le mostraran la diferencia entre el catolicismo y el protestantismo.

James Webster empezó con la narración de la historia del cristianismo del primer siglo y habló sobre la apostasía que tomó forma en los siglos segundo y tercero. Tras un breve repaso de la historia de la Iglesia católica hasta la Reforma protestante del siglo XVI, enfatizó que tanto el catolicismo como el protestantismo enseñan las mismas doctrinas básicas de origen pagano: la Trinidad, el alma inmortal y el infierno. Entonces pasó a explicar lo que la Biblia en realidad enseña sobre Jehová Dios, Cristo Jesús, el Reino y una tierra paradisiaca.

La conversación continuó durante quince minutos justo al lado del micrófono del sacerdote, que había quedado conectado. Como los altavoces de la iglesia resonaban por todo el pueblo, se contó en la plaza una audiencia visible de 169 personas, pero además muchos otros escucharon desde sus casas.

Entonces el sacerdote se acordó de que el micrófono estaba conectado, y de repente dijo que tenía una cita para una boda y bruscamente dio por terminada la conversación. Cuando los hermanos volvieron con el resto del grupo, sonó con estruendo por los altavoces la grabación de una canción titulada: “¡Palo con esa gente!”. Sin embargo, no se formó ninguna chusma, así que, para consternación del sacerdote, los Testigos continuaron en paz su predicación de casa en casa.

Se les detiene y ordena que dejen la ciudad

Cuando vivía en el pequeño pueblo de Aracataca, el sastre Antonio Carvajalino era un firme defensor de la causa del partido comunista. Con el tiempo se mudó a Barranquilla, donde los hermanos Webster y Olson lo hallaron en la testificación. En las siguientes visitas las cuatro hermanas solteras de Antonio se iban a una habitación contigua desde donde se esforzaban por escuchar todo lo que se decía en las animadas conversaciones bíblicas. Finalmente, Antonio se rindió a la evidencia y reconoció que el Reino de Dios es la única esperanza para los pobres de Colombia y del mundo entero. Algún tiempo después, se bautizó. Sus cuatro hermanas también respondieron bien a la verdad, y en poco tiempo tanto ellas como su hermano emprendieron el servicio de precursor.

Con el tiempo, a todos los Carvajalino, junto con su sobrino Tomás Dangond, se les asignó como precursores especiales al centro de refinación petrolífera de Barrancabermeja, río Magdalena arriba. Por ser territorio de una misión católica, no estaba permitido efectuar ningún proselitismo no católico en aquel lugar, de acuerdo con el decreto del dictador, el general Gustavo Rojas Pinilla. Los evangélicos de la ciudad se reunían a puerta cerrada en su iglesia. Una vez que se enteraron de que los testigos de Jehová estaban predicando en la ciudad, se presentaron airadamente ante el obispo católico con La Atalaya y ¡Despertad! en la mano para informar que los que estaban distribuyendo esas revistas eran los Testigos, no la organización evangélica.

La policía recibió la orden de detener a los Testigos. Primero detuvieron a las cuatro hermanas, y después algunos detectives fueron al lugar de alojamiento de los precursores y detuvieron a los dos hermanos, además de confiscar sus maletines y veinte cajas de literatura. El comisario impuso una multa a los precursores y les ordenó que firmaran declaraciones en las que se comprometían a dejar de predicar en la ciudad. Los seis se negaron, de modo que se les sentenció a noventa días de cárcel.

Al día siguiente los dos hermanos convencieron al alcalde de que “era vergonzoso para su administración tener a cuatro cristianas encerradas en condiciones tan deplorables como si se tratara de criminales”. Solicitaron que añadieran las sentencias de las hermanas a las suyas para que las cuatro mujeres fueran puestas en libertad. El alcalde accedió, y Antonio y su sobrino Tomás fueron sentenciados a nueve meses de prisión.

El superintendente de la sucursal, James Webster, fue en avión a Barrancabermeja para buscar un abogado que defendiera a los Testigos, pero ninguno se atrevía a hacerlo, así que voló hasta Bogotá para presentar el caso en persona ante el secretario del presidente. Una vez que estuvo al tanto de los hechos, el secretario telefoneó al alcalde de Barrancabermeja y le ordenó que pusiera en libertad a los hermanos y les devolviera la literatura confiscada, con la condición de que el grupo abandonara la ciudad en un plazo de cuarenta y ocho horas.

Ayudaron a más de trescientos a conocer la verdad

Dentro del tiempo estipulado, la familia Carvajalino tomó un autobús bajo vigilancia policial y partió hacia la cercana Bucaramanga, capital de la provincia o departamento de Santander. La gente vivía atemorizada y sospechaba de los desconocidos, pues el pillaje al que había dado lugar “La Violencia” todavía abundaba en la zona rural circundante. No obstante, los precursores predicaban con tacto y se ganaron la confianza de los habitantes de la localidad. En solo un año, formaron una congregación de trece publicadores, y durante la visita del superintendente de circuito, tuvieron una sorprendente asistencia al discurso público de 65 personas.

¿Qué ha sido de la familia Carvajalino? Antonio murió en 1958; su hermana Inés, en 1987, y Eusebia, en 1989. Su sobrino, Tomás Dangond, sirve de anciano, y tanto él como su esposa e hija son precursores especiales en el vecino país de Venezuela. Las hermanas Carvajalino permanecieron solteras para ‘servir al Señor sin distracción’. (1 Cor. 7:35.) En total, ayudaron a más de trescientas personas a conocer la verdad. *

Durante aquellos años también se encarceló a otros precursores especiales. En el puerto de Magangué, a orillas del río Magdalena, Miguel Manga y su esposa, Leonor, pasaron once días en prisión en 1956 por instigación del cura de la localidad, y en la entonces fanática población de Sahagún (Córdoba), un alcalde mal aconsejado detuvo al precursor especial Carlos Alvarino y lo sentenció a dos semanas de trabajos forzados.

“Como vivir en otro mundo”

Pablo escribió a Timoteo: “Las cosas que oíste de mí [...], encárgalas a hombres fieles, quienes, a su vez, estarán adecuadamente capacitados para enseñar a otros”. (2 Tim. 2:⁠2.) Dos de tales hombres fieles en perspectiva fueron Benjamín Angulo y Armando Gómez.

Benjamín Angulo tenía veintisiete años y trabajaba en una fábrica de Santa Marta. Había perdido la fe en la Iglesia, y la política no le interesaba. “No hay más que injusticias y sufrimiento —solía decirse⁠—. ¡No hay derecho! ¿Cómo puede haber un Dios?”

Entonces, cierto día de 1955 un compañero de trabajo le habló sobre Jehová Dios y su Reino, y le ofreció un estudio bíblico semanal con el libro “Sea Dios veraz”. Benjamín no solo aceptó, sino que insistió en que el estudio se efectuara a la hora del almuerzo seis días a la semana.

Un mes después, el Testigo pensó que era el momento de invitar a su nuevo estudiante a las reuniones. ¡Claro que le gustaría asistir! Benjamín salió encantado de aquella primera reunión, pero a la vez algo molesto. Quería saber por qué el Testigo no le había hablado antes de aquellas reuniones maravillosas. Se había perdido “todo un mes de instrucción valiosa”.

Había pocos hermanos en la congregación de Santa Marta, así que pese a que Benjamín era extremadamente tímido, en seguida le dieron asignaciones en la Escuela del Ministerio Teocrático y al poco tiempo, también en otras reuniones. El libro de texto de la Escuela del Ministerio Teocrático se convirtió en su manual de instrucciones, pues lo leía concienzudamente y aplicaba todas las sugerencias. Gozoso por haber hallado un nuevo propósito en la vida, Benjamín exclamó: “Es como vivir en otro mundo: la verdad, las reuniones, el amor de los hermanos y los privilegios de que disfruto”.

‘El discípulo llega a ser como su maestro’

En 1958 Benjamín fue asignado como precursor especial a Montería, a orillas del río Sinú. En seguida encontró allí otro de los ‘hombres fieles’ en perspectiva, Armando, un joven de veinte años hijo de la hermana Gómez, una nueva publicadora de la congregación.

Benjamín dejó Montería para aceptar una asignación en la obra de circuito, mientras que Armando continuó en la congregación local. Armando siempre trató de imitar el ejemplo del hermano Benjamín. ¿No dijo Jesús: “Le basta al discípulo llegar a ser como su maestro”? (Mat. 10:25.) Armando Gómez también llegó a ser precursor especial y después, superintendente de circuito. En la actualidad sirve en el Betel de Bogotá como uno de los cinco miembros del comité de la sucursal de Colombia junto con Benjamín Angulo, el hermano que le llevaba a predicar en Montería hace más de treinta años.

La verdad llega al corazón de gente tosca

Las buenas nuevas del Reino se esparcieron rápidamente desde Montería hasta las zonas rurales, y a continuación penetraron en las regiones de Córdoba más apartadas. Allá en el siglo XVI, los buscadores de oro europeos registraron a fondo esta región en busca de cuevas y tumbas indígenas, donde yacían enterrados abundantes objetos de oro. Estos cazadores de fortunas encontraron un botín enorme, que enviaban río Sinú abajo hasta el mar, y desde allí por la costa hasta Cartagena, donde lo embarcaban en dirección a España.

Más adelante, llegaron otros españoles para instalarse definitivamente. Se llegó a conocer a Córdoba como una tierra de ganaderos y granjeros toscos, hombres que se tomaban la justicia por su mano y resolvían sus diferencias con machetes y revólveres. Es curioso que muchos de estos hombres y sus familias respondieron con prontitud al mensaje del Reino y se pusieron a compartirlo con los ganaderos y granjeros de la vecindad. Así que al crecer la cantidad de recién interesados, se formaron congregaciones y empezaron las visitas de circuito. Muchos de los superintendentes viajantes de Colombia se iniciaron en el circuito de Córdoba. Cuando cuentan esta experiencia, algunos dicen en broma que les preparó para sobrevivir a “la gran tribulación”. (Rev. 7:14.)

Al recordar aquellos primeros días, Benjamín Angulo afirma: “Tuve tantas experiencias en aquel circuito de Córdoba —montar todo el día a caballo y en burro, vadear ríos infestados de serpientes, amenazas de grupos guerrilleros, ataques de fiebre alta...⁠— que llenaría un libro si intentara relatarlas todas”.

Con todo, es digno de mención que las regiones aisladas de Córdoba son los únicos territorios rurales de Colombia que se han cubierto de manera sistemática con el mensaje del Reino.

“¡Disuelvan la asamblea!”

La primera asamblea de distrito de Colombia se celebró en diciembre de 1952 en la sucursal, el hogar misional de Barranquilla. Vinieron hermanos de seis departamentos, algunos de los cuales tuvieron que viajar hasta cuatro días en barco por el río Magdalena para poder asistir. La asistencia máxima fue de 452 personas, y se bautizaron 58 nuevos hermanos. Apenas había terminado la última sesión, empezaron a circular rumores entusiásticos sobre la siguiente asamblea.

Para la asamblea nacional “Reino Triunfante” de 1955, los hermanos contrataron una sala de baile que también se utilizaba para otras actividades sociales. Sin embargo, el alcalde y el gobernador intervinieron a fin de cancelar el contrato... por orden del obispo católico. Avisados con solo un día de antelación, los Testigos tuvieron que cambiar de planes y de nuevo celebrar su asamblea en la sucursal.

Apenas había comenzado la sesión de la tarde del primer día, con unas 600 personas presentes, cuando hicieron su aparición un capitán de la policía y una docena de policías armados. Tras irrumpir con violencia en el local, el capitán ordenó: “¡Disuelvan la asamblea!”. A la mañana siguiente se apeló al alcalde, y así se estableció el derecho de los Testigos a celebrar reuniones religiosas en sus propios locales. El secretario del alcalde se disculpó por la interrupción no autorizada de la asamblea. La asistencia durante la segunda noche ascendió a 700 personas, y el cuarto y último día casi 1.000 asistentes se apiñaron en la propiedad de la sucursal.

Fin del gobierno totalitario

En mayo de 1957 la dictadura militar colombiana fue derrocada. El nuevo régimen se tragó las aguas del totalitarismo que se habían desbordado a finales de la década de los cuarenta, garantizó legalmente las libertades fundamentales e introdujo un período de relativa paz y estabilidad política. Ahora era posible asignar más misioneros a Colombia para ayudar a extender la obra del Reino con mayor rapidez a través del país.

Durante la visita que hizo en 1958 Milton G. Henschel, ahora miembro del Cuerpo Gobernante, 1.200 personas felices y emocionadas por su recién obtenida libertad religiosa abarrotaron el Salón del Reino, el patio y el callejón de entrada al garaje de la sucursal de Barranquilla. No había ninguna duda, la próxima reunión anual habría de celebrarse en un auditorio más amplio y adecuado.

“Problemas con el obispo”

Aunque habían tocado a su fin los casi diez años de ley marcial y de una dictadura que concedía privilegios especiales a la religión católica, la Iglesia estaba más determinada que nunca a perpetuar su dominio sobre el pueblo colombiano, como se evidenció con ocasión de la asamblea de distrito “Ministros Despiertos” de 1959.

Para celebrar los tres últimos días de los cuatro de que constaba el programa de la asamblea, se escogió el Teatro Metro, un local con aire acondicionado y capacidad para 2.000 personas, en aquel momento uno de los mejores lugares de reunión de Barranquilla. Todo estaba dispuesto, o por lo menos eso parecía. Obraba en poder de los Testigos un contrato firmado y certificado ante notario, un recibo por el importe pagado y una declaración escrita de la oficina del alcalde que certificaba el derecho de los Testigos a celebrar su asamblea “donde creyeran conveniente”.

El lunes por la mañana, solo tres días antes del comienzo de la asamblea, el gerente del Metro telefoneó a la sucursal y dijo muy excitado que el obispo católico le estaba presionando para que rescindiera el contrato. ¿Qué podía hacerse? Ya estaban llegando delegados de diversos lugares del país. Rápidamente se visitó la oficina del alcalde, quien también estaba ostensiblemente alterado. Lo último que pretendía era “tener problemas con el obispo”, así que quería que canceláramos la asamblea.

El martes por la mañana los Testigos acudieron de nuevo al alcalde y le señalaron que el artículo 53 de la Constitución de Colombia afirma con claridad que “se garantiza libertad a todas las religiones que no sean contrarias a la moral cristiana y que no violen la ley”. Todo fue en vano. El alcalde no quería ceder.

El siguiente paso fue apelar al ministro del Gobierno en Bogotá. Los funcionarios del gobierno fueron comprensivos. “Está claro que ustedes están en su derecho”, aseguraron a los hermanos, pero de todas formas no querían poner nada por escrito por temor a que ‘causara problemas con la Iglesia’. Se informó de su decisión al gobernador del departamento de Atlántico, quien a su vez habló con el alcalde.

Como estaba programado, el jueves por la mañana comenzó la asamblea en las instalaciones de la sucursal. Al finalizar el día, los hermanos salieron triunfantes de la oficina del alcalde con la aprobación escrita en su poder. ¡Jehová les había concedido la victoria! Los Testigos celebraron los tres últimos días de asamblea en el Teatro Metro con la comodidad del aire acondicionado. El último día se llegó a los 2.200 asistentes.

Después de la asamblea, el administrador del teatro era otra persona; la buena organización, la conducta ordenada de los Testigos y la dignidad del programa le habían dejado visiblemente impresionado. Dijo que con mucho gusto alquilaría el local a los Testigos para su próxima asamblea, y así lo hizo.

¿Qué ha sido de ellos?

James Webster sirvió de superintendente de sucursal desde abril de 1952 hasta enero de 1965, cuando él y su esposa, Phyllis, regresaron a Estados Unidos porque estaban esperando un bebé. Los más antiguos de la costa de Colombia todavía guardan gratos recuerdos del “hermano Jaime”. Lo recuerdan como un hermano “siempre amable y amoroso, dispuesto a escuchar a todos”. Los Webster son precursores especiales en una de las muchas congregaciones de habla española de Estados Unidos. Su hijo Jaime y su esposa sirven en el Betel de Brooklyn.

El antiguo compañero de James, Olaf Olson, ha servido en todas las ciudades principales de Colombia. Es el misionero más veterano del país, y en la actualidad vive en Neiva, situada en el curso superior del río Magdalena. *

Y con esto dejamos la obra en Barranquilla. Pasemos ahora al histórico puerto marítimo de Cartagena, al sudoeste de Barranquilla.

Cartagena de Indias

Dieciséis minutos después de haber despegado de Barranquilla, los pasajeros de un avión pueden ver Cartagena, con su excelente puerto natural y vías portuarias. Merece elogiarse la elección de este lugar por parte del conquistador español Pedro de Heredia cuando decidió fundar Cartagena de Indias en 1533. Cada año son más los turistas que también descubren Cartagena y que vienen a tomar el sol, a bañarse en las playas de la península de Boca Grande y a visitar los lugares históricos que evocan el pasado colonial de la ciudad.

Situados en el fuerte de San Felipe de Barajas, que domina la bahía desde su privilegiada posición, los turistas aficionados a la historia pueden mirar hacia abajo e imaginarse el puerto lleno de navíos españoles, como las famosas flotas de galeones Tierra Firme, que recogían el oro del continente y, con vientos favorables, se hacían a la mar con su precioso cargamento en dirección a España.

Las incursiones piratas hicieron que en aquel tiempo en Cartagena se temiera a los extranjeros. Flotas de corsarios franceses, británicos y holandeses atacaban los puertos y galeones españoles. A Cartagena la saquearon John Hawkins y, más tarde, su audaz sobrino, sir Francis Drake, quienes, además de navegar bajo pabellón inglés, eran protestantes. De hecho, el padre de Drake era predicador protestante. En 1586 sir Francis Drake tomó Cartagena y pidió rescate por ella. Ese fue uno de los agravios que impulsaron al rey de España, Felipe II, a lanzar la Armada Invencible contra la Inglaterra protestante en 1588, un momento crucial en la historia europea y mundial.

Libre de los temores supersticiosos

La historia del oro colombiano quedaría incompleta si se pasara por alto a los esclavos. Los negros africanos llegaron a ser la principal fuente de trabajadores para las minas, y Cartagena “se transformó en el mercado de esclavos más importante del Caribe, quizás del entero Nuevo Mundo”. Aquí se les convirtió a la religión del hombre blanco, y para reemplazar sus fetiches, les dieron crucifijos y medallones. En lugar del animismo, les enseñaron a rezar a las estatuas y pinturas de “santos”, y a sus anteriores creencias sobre los muertos se añadieron nuevos conceptos paganos, como el purgatorio, el infierno y el limbo. Aunque la esclavitud se abolió en 1851, hubo de transcurrir otro siglo antes de que se rompieran las cadenas de la superstición y el temor a los muertos.

Confirma esto la experiencia de un cartagenero, Gregorio De la Rosa. Nació en un hogar profundamente religioso, repleto de imágenes y con un altar familiar. Él recuerda los temores que de niño le infundían las enseñanzas del infierno y el purgatorio, e incluso después de haberse casado, continuaba atormentándole el temor a la muerte.

Entonces la precursora especial Leonor Manga comenzó un estudio bíblico con Lilia, la esposa de Gregorio. Al principio él solo se sentaba a escuchar en la habitación contigua, donde no pudieran verlo, pero como le gustó lo que oyó, poco tiempo después tanto él como las cinco hijas del matrimonio empezaron a participar en el estudio. No pasó mucho antes de que Gregorio llevara la delantera en el servicio del Reino. Más tarde se le asignó a trabajar en el proyecto de construcción de la sucursal de Facatativá, y en la actualidad sirve en la obra de circuito.

Progreso en Cartagena

Aunque después de la década de los cincuenta, el aumento en el número de Testigos cartageneros fue muy lento, durante los años ochenta, la ciudad ha experimentado un incremento del 100% en la cantidad de proclamadores del Reino, aquí también procedentes en su mayoría de entre “el pueblo”. Los más de mil publicadores de las diecisiete congregaciones conducen todos los meses casi tres mil estudios bíblicos.

De 1983 a 1987, el hogar misional de la zona turística de Boca Grande albergó misioneros de México, Dinamarca, Finlandia, Canadá y Estados Unidos. Llevaron el mensaje del Reino a muchas personas, entre ellas, a hombres de negocios. Uno de los misioneros comentó: “Es un placer trabajar en el distrito comercial de Cartagena. Muchos hombres de negocios toman tiempo para conversar con nosotros y algunos han entrado en la verdad”.

Los antioqueños, un pueblo católico a ultranza

Pasemos ahora a una ciudad conocida en todo el mundo: Medellín, en el departamento de Antioquia. Está en el interior del país, a cuarenta y cinco minutos de Cartagena en avión. En la segunda mitad del siglo XVI se asentaron en esta región españoles vascos y asturianos. Sus descendientes componen hoy un pueblo orgulloso y enérgico, católicos acérrimos, con reputación de ser astutos y ahorrativos, pero amigables y, por encima de todo, locuaces. Los granjeros antioqueños se han dedicado durante más de un siglo al cultivo del café, lo que ha contribuido a que Colombia se haya convertido en el segundo país productor de café del mundo, después de Brasil.

Medellín, la segunda ciudad más grande de Colombia, descansa en un valle, entre cadenas montañosas que se elevan a unos quinientos metros por el este y el oeste. Se ven indicios de prosperidad por todas partes: actividad industrial y comercial, un sistema de metro elevado de rápida circulación casi terminado (el primero de Colombia), autopistas con pasos elevados a distintos niveles, atractivos centros comerciales y, en el sudeste, elevados edificios de apartamentos de lujo. También hay pobreza: poblados ilegales que suben por laderas de colinas áridas, cuyos habitantes no hacen caso del peligro de los deslizamientos y avalanchas de barro en épocas de lluvia.

Eugene Iwanycky es el superintendente de ciudad. Aunque austriaco de nacimiento, conoció la verdad en Canadá y se mudó con su familia a Colombia en 1969. Él informa que, incluyendo las áreas suburbanas, ahora mismo hay en la ciudad 43 congregaciones, que crecen rápidamente.

La capital religiosa

El miércoles 1 de octubre de 1958 llegaron por primera vez a Medellín algunos graduados de Galaad para dar impulso a la obra de evangelizar. Aunque la dictadura había terminado y los testigos de Jehová ya estaban establecidos en las demás ciudades importantes del país, Medellín era distinta. En aquel entonces tenía fama de ser la capital religiosa de Colombia. De todas formas, las parejas de misioneros agradecieron el cambio de asignación. Tras un año en la tropical y cálida Barranquilla, les encantó el clima suave y primaveral de Medellín, y les agradó encontrar una ciudad limpia, adornada con flores multicolores, entre ellas muchas orquídeas.

Richard y Virginia Brown formaban una de estas parejas de misioneros. Richard, actual coordinador del comité de la sucursal de Colombia, nos dice cuáles eran sus sentimientos: “Todo lo que se nos había dicho sobre la religiosidad de la ciudad quedó sobradamente confirmado. Parecía que por todas partes había sacerdotes y monjas vestidos de negro: por las calles, en las tiendas y en los autobuses. La ciudad estaba repleta de iglesias, capillas y escuelas religiosas. Intentamos testificar de manera informal con nuestro limitado español, solo para ser rechazados con miradas de desaprobación.

”Aunque no éramos más que cuatro misioneros en la ciudad, empezaron a aparecer avisos en los periódicos sobre nuestra actividad: ‘Advertencia a los católicos. [...] Los testigos de Jehová han iniciado una intensa campaña. Rechacen y destruyan toda publicación suya que caiga en sus manos’. De todas maneras, se encontró interés, y para junio de 1959 comenzó a funcionar la primera congregación de Medellín, con veintitrés publicadores, entre ellos cinco que habían venido a servir donde la necesidad era mayor.”

‘Tiren piedras a los Testigos’

En marzo de 1960 llegó a Medellín un nuevo misionero, George Koivisto. Aunque procedía de Canadá, este hermano rubio, por entonces todavía soltero, era de ascendencia finlandesa. Después de un mes de clases de español intensivas en el hogar misional, le llegó el momento de salir a predicar. George nunca olvidará su primera mañana en el servicio con las revistas.

“Estaba trabajando con un pequeño grupo de precursores y publicadores —relata George⁠—; yo casi no hablaba ni entendía español, y el publicador con el que salía no sabía inglés. A media mañana una chusma de escolares vociferantes arremetió contra nosotros, lanzándonos piedras y puñados de barro.

”La dueña de la casa nos metió en su hogar apresuradamente y cerró de golpe las contraventanas de madera justo a tiempo, pues una lluvia de rocas y piedras se precipitó contra la fachada de la casa, sobre las tejas de arcilla y de ahí al patio central.

”En seguida se presentó una furgoneta de patrulla. La policía quería saber quién era el responsable del alboroto. Alguien gritó que era el maestro, pues había dejado salir a trescientos niños de la escuela mucho antes de la hora del almuerzo. Otra voz gritó: ‘¡No es así! ¡Fue el cura! Él anunció a los estudiantes por los altavoces que podían salir a “tirar piedras a los protestantes”’.”

Después de aquel incidente, la actitud del vecindario cambió, y pronto los Testigos encontraron interés y comenzaron estudios bíblicos.

En 1961 George se casó con una precursora de la congregación, y al poco tiempo tuvieron dos hijos. La familia Koivisto permaneció en Colombia otros dieciocho años, hasta que en 1980 regresaron a Canadá. Los Koivisto —George, Leonilde y sus dos hijos⁠— sirven en el Betel de Canadá desde 1983.

Unos escolares se quedan desconcertados

En otra ocasión una hermana misionera estaba testificando sola en Medellín, cuando un grupo de adolescentes empezó a gritar al ama de casa que no debía escucharla. La mujer se atemorizó, así que la misionera terminó su conversación y procedió a abandonar el vecindario con calma; sin embargo, los muchachos la rodearon y le impidieron el paso por completo.

Le preguntaron si llevaba en su bolso publicaciones protestantes. Ella contestó que llevaba la Biblia y les preguntó si era un libro protestante. Como no sabían qué contestarle, lanzaron la acusación de que los Testigos no creen en la Virgen. La misionera sacó su Biblia con tranquilidad y les pidió que buscaran dónde hablaba de la Virgen, pero ninguno fue capaz de hacerlo.

Así que la hermana dijo: “Yo sé dónde encontrarlo. ¿Les gustaría que se lo mostrara?”. Entonces abrió la Biblia en Lucas 1:26-38 y pidió que leyeran el relato de la visita del ángel Gabriel a la virgen María. Luego les aseguró que los testigos de Jehová creen todo lo que la Biblia dice. Los muchachos replicaron que a ellos les habían dicho que los testigos de Jehová no creían en la Virgen. Ahora estaban desconcertados y de nuevo se quedaron sin saber qué decir. La hermana volvió a guardar su Biblia en el bolso y se alejó con calma, dejando a los escolares perplejos y pensativos.

Dejamos aquí, en la década de los sesenta, la historia de la obra en Medellín. Proseguimos a la ciudad de Cali, fundada en 1536, el año en que se quemó en la hoguera al traductor de la Biblia William Tyndale.

Hacia el sur, a Cali

Los casi 460 kilómetros que separan Medellín de Cali, más al sur, por la carretera Panamericana, ofrecen al viajero espléndidas panorámicas. La carretera sube y baja montañas y atraviesa verdes campos de café y un valle de plantaciones de caña de azúcar. En la actualidad hay testigos de Jehová en todas las ciudades y en los municipios más grandes de esta región.

Cali está situada en un valle, rodeada de montañas, algunas de las cuales se yerguen hasta alcanzar unos 4.000 metros. Atravesando una de estas montañas, se desciende abruptamente hasta la costa del Pacífico, a menos de tres horas de la ciudad en automóvil. La suave brisa procedente de las laderas de las montañas alivia el calor del día. Tres cruces en la cima de una colina y una gran estatua de Cristo Rey sobre otra dominan la ciudad.

Gente amigable y receptiva a la verdad

Cuando Kathe Palm predicaba aquí durante 1936, Cali era una ciudad pequeña. Posteriormente, tras una breve visita a principios de 1949, el superintendente de sucursal, Robert Tracy, escribió lo siguiente a la central de la Sociedad, en Brooklyn: “Cali es una de las ciudades de Colombia con mejores perspectivas”.

El hermano Tracy había metido en su maleta de predicación quince libros y los nombres de varias personas interesadas. Encontró a gente amigable y receptiva, y en tan solo dos horas había agotado las publicaciones. “Hay que enviar misioneros a esta ciudad lo antes posible”, escribió al concluir su informe.

Cali empezó su industrialización durante la segunda guerra mundial, y en poco tiempo se establecieron por toda la zona fábricas y compañías extranjeras, multinacionales y nacionales. En cuanto a la actividad teocrática, en la actualidad hay 3.657 Testigos en las 39 congregaciones de esta ciudad de unos dos millones de habitantes.

Contratado en solo medio día

En 1954 los matrimonios Tracy y Fountain llegaron desde Bogotá para abrir el hogar misional de Cali. Unos meses más tarde, en diciembre, llegaron dos nuevos misioneros, Jesse y Lynn Cantwell. Jesse, el más joven de una familia estadounidense de ocho precursores, había empezado su carrera de predicador en 1934, durante el tiempo de la Gran Depresión, cuando solo era un escolar de doce años.

Los Cantwell entraron en Colombia como turistas, pues en 1954 todavía estaban en vigor los decretos dictatoriales. Aunque la instrucción académica de Jesse era elemental y muy limitado su conocimiento del español, salió a buscar un trabajo que les permitiera a él y a su esposa solicitar un permiso de residencia. En solo medio día había conseguido un contrato para enseñar inglés en el Departamento Médico de la universidad del Valle. Jesse confesó: “Eso solo pudo haber ocurrido con la ayuda de Jehová”. Ahora que había seis misioneros en Cali, la obra del Reino arraigó y empezó a prosperar.

Una vez que la situación política cambió y terminaron las restricciones religiosas, el hermano Cantwell dejó la universidad para hacerse cargo de uno de los dos circuitos que había entonces en Colombia. Después pasó a la obra de distrito, y a continuación trabajó por un tiempo en la sucursal de Barranquilla. En 1970 se trasladó a los Cantwell a la República Dominicana, donde el hermano Cantwell sirvió de superintendente de sucursal. En la actualidad participan en la obra de circuito en Estados Unidos.

Un sacerdote arrogante y policías comprensivos

En un vecindario de clase media de Cali, cierto sacerdote de apellido Arango libraba una implacable batalla contra los testigos de Jehová. Un día la hermana Fountain y una nueva publicadora, Ana Valencia, estaban haciendo una revisita, cuando el sacerdote Arango irrumpió en la casa y gritó a la señora: “¡Saque a estas indias de aquí!”. Furioso como estaba, él mismo telefoneó a la policía, mientras las hermanas le pedían a la mujer que les llamara un taxi. El furgón de la policía y el taxi llegaron a la vez. Rápidamente la hermana Valencia se dirigió hacia el policía y le explicó con decisión: “Mire, señor, el cura pidió la furgoneta de la policía para él. Nosotras llamamos al taxi, así que iremos en él”. Al policía le pareció bien, de modo que las hermanas se metieron en el taxi para ir a la comisaría y le dejaron al sacerdote el vehículo policial.

En la comisaría, el iracundo sacerdote lanzó su acusación: “Estas mujeres estaban causando disturbios en mi parroquia, corrompiendo a la gente y enseñando costumbres diferentes”.

“Tendré que detenerlas por haber ofendido al padre”, dijo el comisario a las hermanas. Estuvieron incomunicadas por unas seis horas, hasta que los hermanos Fountain y Cantwell finalmente las encontraron y consiguieron su liberación. El comisario se disculpó: “Sé que su religión es buena, pero si no las hubiera detenido, mañana mismo me habría quedado sin trabajo”.

Nunca se volvió a cuestionar lo acertado de su traslado

El año 1957 no solo marcó el final de la dictadura en Colombia, sino también el principio del programa de “servir donde la necesidad es mayor”. Los que vinieron a Colombia llegaron en dos diferentes oleadas: la primera, a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, y la segunda, casi una inundación, diez años después.

Considere el caso de Elbert Moore y Stephania Payne Moore. Se habían graduado en 1944 de la tercera clase de Galaad y habían servido de misioneros en Paraguay y Chile, respectivamente. Ya estaban casados y vivían en Estados Unidos con sus dos hijos —una niña y un niño pequeño⁠— cuando decidieron responder a la llamada para servir donde la necesidad era mayor, y fueron de los primeros en hacerlo. Elbert llegó solo a Barranquilla en enero de 1958. Mientras iba del aeropuerto a la ciudad y el vehículo atravesaba uno de los sectores pobres, empezaron a asaltarle las dudas. “¿Qué estoy haciendo en un sitio como este?”, se preguntó. Su opinión sufrió un cambio radical cuando quince minutos más tarde recibió la calurosa bienvenida de los entusiásticos misioneros de la sucursal. “Nunca más me volví a cuestionar lo acertado de mi traslado a Colombia”, comentó.

Una vez resuelto el problema laboral, al encontrar al día siguiente un empleo como profesor de Inglés, pidió a su familia que se reuniera con él. Después de pasar un año en la costa, en Barranquilla, los Moore cargaron sus pertenencias en una vieja camioneta Studebaker y viajaron unos 1.300 kilómetros por caminos escabrosos y polvorientos a través de pintorescas montañas y llanuras, incluyendo zonas en las que se escondían bandidos y guerrilleros, para aceptar una asignación donde la necesidad era aún mayor, en Cali. El hermano Moore se puso a trabajar de inmediato en la congregación de Cali, así como en el Departamento de Idiomas de la universidad del Valle, donde permaneció hasta su jubilación veinte años más tarde.

Los dos hijos del matrimonio Moore, ahora casados, todavía viven en Colombia, y tanto su hijo como su yerno son ancianos cristianos. Después de jubilarse, el hermano Moore sirvió varios años en la obra de circuito y distrito. En la actualidad es uno de los cinco miembros del comité de la sucursal de Colombia y está más convencido que nunca de lo acertado de haberse mudado a Colombia hace más de treinta años. Su esposa, Stephania, murió en noviembre de 1988.

“Los años dorados”

Dejarlo todo e irse a vivir a un país extranjero es una decisión difícil, en especial si se tiene cuatro niños pequeños y solo 100 dólares apartados para el viaje. Esa era la situación en la que se encontraban a principios de 1959 los Zimmerman, una familia de Estados Unidos. Harold y Anne, graduados de la decimoctava clase de Galaad en 1952, habían estado tres años de misioneros en Etiopía y ahora se habían puesto como meta ir a Colombia, pero no tenían fondos suficientes. Reflexionaron cuidadosamente sobre el consejo que se había ofrecido en una asamblea de circuito a quienes pensaran emprender el servicio de precursor. El orador había dicho: “No esperen hasta tener un automóvil con remolque y dinero en el banco. ¡Fíjense una fecha y adelante!”. Pero, ¿cómo iban a sufragar los gastos del viaje?

A la semana siguiente, justo cuando Anne acababa de reservar los pasajes para el vuelo de Harold desde Los Ángeles hasta Colombia, llegó un sobre en el correo. Contenía un cheque por valor de 265 dólares, una devolución del impuesto sobre la renta. Después, ese mismo día, varias familias de Testigos regalaron a los Zimmerman 350 dólares. De este modo se lograba cubrir lo presupuestado para la primera fase del proyecto.

Cuando llegó a Cali, Harold recibió una sacudida. La prensa informaba de enfrentamientos armados, y publicaba fotografías de hileras de cadáveres mutilados en el suelo: un testimonio siniestro de “La Violencia”. “¿Por qué no había oído nada de esto antes? —se preguntaba⁠—. ¿Sé realmente lo que estoy haciendo al traer a una esposa y cuatro pequeños a vivir aquí?”

“Se llega a las decisiones correctas cuando se buscan los principios bíblicos que aplican al caso”, se recordó a sí mismo. Le vino a la memoria el ejemplo de los israelitas que escucharon a los diez espías temerosos una vez que estos volvieron de espiar la Tierra Prometida. Temían que ‘sus esposas y pequeñuelos llegaran a ser botín’ y querían regresar a Egipto. La respuesta de Jehová fue que ellos morirían durante los cuarenta años de vagar por el desierto, pero sus pequeñuelos sobrevivirían y entrarían en la Tierra Prometida. (Núm. 14:3, 31, 32.) Ahí estaba la respuesta. Harold siguió adelante con sus planes.

Harold resume así los treinta años de vida y servicio que ha pasado en Colombia: “Vinimos a esta tierra para servir ‘los pocos años que faltaban hasta Armagedón’. Los años han ido pasando, muchos más de los que habíamos previsto, es cierto, pero han estado colmados de privilegios y bendiciones para toda la familia mientras hemos tenido ‘muy presente la presencia del día de Jehová’. (2 Ped. 3:12.)

”Todos nuestros hijos están casados y andan en la verdad, y nunca hemos sido víctimas de la violencia. Mi esposa y yo vivimos ahora en una pequeña casa cerca de la nueva sucursal que se está construyendo en Facatativá, y somos felices en nuestros años dorados sirviendo en Betel como trabajadores voluntarios.” *

El Concilio Vaticano II, una ayuda para empezar estudios

La Iglesia católica romana al fin reconoció que su política medieval de intolerancia religiosa era insostenible en la sociedad del siglo XX. Tenía que modernizarse a fin de no perder su credibilidad, lo que condujo al Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). Sin embargo, la liberalización no era del agrado de algunos miembros de la jerarquía colombiana. A partir de entonces los católicos escuchaban la misa en español, en vez de en latín; cada vez había menos imágenes en las iglesias, y a los protestantes ya no se les llamaba “enemigos de la Iglesia”, sino que se les consideraba “hermanos separados”.

Además, se animaba a los feligreses a leer la Biblia. Los jovencitos empezaron a comprar Biblias para usarlas en las clases de Religión. En muchos barrios surgieron grupos de oración que se reunían en casas particulares para leer las Santas Escrituras. Poco a poco se iba desvaneciendo el temor a la Palabra de Dios. Con frecuencia, algunas personas preguntaban a los Testigos: “¿Cuál es la diferencia entre su Biblia y la católica?”. De esta manera se preparó el terreno para empezar más estudios bíblicos en los hogares.

‘Todavía no se me ha pasado la fiebre’

En la ciudad portuaria de Buenaventura, en la costa del Pacífico, vivía Óscar Rivas, un joven estudiante católico que había aprobado su último año de escuela secundaria con matrícula de honor y que tenía entre sus amistades al obispo. Su madre empezó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, y él también aceptó un estudio, pero con la intención de confundir al joven precursor que enseñaba a su madre. Las sesiones resultaron en apasionados debates sobre diversas doctrinas: la Trinidad, el alma, el infierno y la infalibilidad del Papa.

Óscar pidió al obispo que le diese argumentos para defender la creencia católica de la Trinidad, pero no consiguió ninguna ayuda de esta fuente. ¡Qué decepción! A continuación consultó al sacerdote durante la clase de Religión en la escuela, pero este le contestó: “Ya sé que la Trinidad no aparece en la Biblia, Óscar, pero me he quemado las cejas estudiando por más de trece años, y tengo que sacar partido de lo que me han enseñado”. Tampoco aquí consiguió ayuda.

Por fin Óscar se convenció de que los testigos de Jehová tenían la verdad, y empezó a estudiar en serio. Se bautizó a los seis meses y renunció a sus planes de estudiar Biología en la universidad. En lugar de eso, se decidió por el servicio de precursor debido a que los tiempos críticos en que vivimos y la cronología bíblica le hicieron entender la urgencia de este servicio. Sus antiguos compañeros de la escuela secundaria decían que no era más que una fiebre pasajera y que al cabo de cinco o seis años, cuando todos hubieran triunfado en sus carreras profesionales, acudiría a ellos suplicándoles un trabajo.

Óscar se inició como precursor en Barrancabermeja, la ciudad de refinerías petrolíferas. Sirvió en el difícil circuito de Córdoba por cuatro años, y, posteriormente, en otros circuitos, hasta un total de doce años. En la actualidad es miembro de la familia Betel de Bogotá junto con su esposa, Otilia. Al recordar las burlas de sus antiguos condiscípulos, dice: “Han transcurrido veintiún años y todavía no se me ha pasado aquella fiebre. Es más, el aprecio que siento en mi corazón por la verdad de Jehová sigue creciendo”.

Ya nada podía detener el progreso

Una vez que la Constitución reconoció la libertad de cultos, durante la década de los sesenta brotaron congregaciones en todas las ciudades principales e incluso en poblaciones más pequeñas. Precursores y misioneros llevaron las buenas nuevas a las ciudades y pueblos al sur de Cali: a los baluartes religiosos de Popayán y Pasto, y hasta Tumaco, en dirección a la frontera con Ecuador, en la costa del Pacífico. Los Testigos colombianos también asumieron un papel más activo en la organización. Ya nada podía detener el progreso teocrático. En poco tiempo Jehová recibiría alabanza desde todo rincón del país.

En nuestro repaso cronológico de la obra del Reino en Colombia, habíamos dejado la congregación de Bogotá a mediados de la década de los cincuenta esforzándose por progresar sin ayuda misional. Ahora reanudamos el relato para abarcar en esta ocasión las siguientes tres décadas hasta la actualidad en todo el país.

El hermano Knorr promueve una migración

A partir de 1960 la obra del Reino progresó en la capital, Bogotá. Llegaron nuevos graduados de Galaad para abrir un hogar misional en la zona norte de la ciudad y después otro en la zona sur. Al ir creciendo el número de congregaciones, venían familias de otros países para ayudar. Antes de que finalizara la década de los sesenta, otro factor importante iba a contribuir al crecimiento de la organización en Colombia.

En 1966 la Sociedad organizó giras por América Latina en coincidencia con las asambleas “Hijos de Libertad de Dios”. El entonces presidente de la Sociedad, Nathan H. Knorr, animó a los delegados visitantes a que, cuando volvieran a sus países de origen, difundieran entre sus compañeros Testigos que América Central y del Sur era un campo amplio y remunerador para los que tuvieran espíritu misionero.

La recomendación del hermano Knorr produjo una migración de hermanos extranjeros a estas tierras latinoamericanas que duraría hasta la década de los setenta. De modo que centenares de Testigos se mudaron a Colombia.

“Para 1970 se habían trasladado a Medellín una gran cantidad de Testigos de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Alemania, Austria y de lugares tan distantes como Australia, muchos de ellos con sus familias —dice Eugene Iwanycky⁠—. La mayoría de estos hermanos extranjeros se establecieron en barrios de clase media, donde empezaron a visitar los hogares de hombres de negocios y profesionales. El resultado fue que pronto se produjo fruto del Reino. De hecho, muchos de los ancianos de la ciudad son producto del trabajo de estos ‘residentes temporales’.”

Richard Brown, actual coordinador del comité de la sucursal, añade otro detalle importante sobre aquellos hermanos extranjeros que se trasladaron a ciudades de toda Colombia. Dice: “En lo referente a la construcción de Salones del Reino, la iniciativa y experiencia de estos hermanos extranjeros, algunos de los cuales eran arquitectos, ingenieros y constructores, resultaron en lugares de reunión espaciosos y atractivos, que significaron un verdadero impulso para la obra”.

Halla un propósito en la vida

Los testigos de Jehová buscan personas con inquietudes espirituales. Por lo general, la Iglesia católica no ha satisfecho esta necesidad.

Por ejemplo: a mediados de los sesenta una joven colombiana soñaba con ser monja de clausura para servir a Dios y hallar satisfacción en la vida. Por esa razón se fue a vivir a un convento de Costa Rica, donde dedicó gran parte de su tiempo a estudiar Filosofía. Sin embargo, en lugar de resultar en su edificación espiritual, aquello le hizo perder la fe hasta el punto de dudar de la existencia de Dios. Como la vida en el convento perdió todo sentido para ella y llegó a hacérsele insoportable, decidió marcharse y regresar a Colombia.

De regreso en su país de origen, se mudó a la zona de Chocó, en la costa del Pacífico, para ayudar a una tribu india de la selva. Tras un año en un ambiente primitivo, se convenció de que todo aquello era inútil, así que volvió a la civilización y empezó a analizar un movimiento político revolucionario, solo para experimentar una nueva desilusión.

Decepcionada por partida triple, decidió intentar hacerse un lugar en una sociedad capitalista, pero antes de que pudiera emigrar a Estados Unidos, la visitaron los testigos de Jehová. Le impresionó el mensaje del Reino y en especial la descripción del funcionamiento de la organización de Jehová. Como consecuencia, postergó su viaje a fin de hacer una investigación más profunda. Aprendió que Dios tiene una razón válida para permitir las injusticias y que la vida tiene un propósito, que incluye una verdadera esperanza para el futuro. Ahora esta ex monja sirve de ministra de tiempo completo, con lo que no solo disfruta de la vida satisfaciente que por tanto tiempo buscó, sino que también ofrece gustosa esta misma clase de vida a otras personas.

Hasta sus compañeros le tenían miedo

En agosto de 1968 el papa Pablo VI hizo una histórica visita a Colombia, la primera visita de un papa a la América Latina. A continuación se celebró en Medellín (Colombia) la segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana (agosto y septiembre de 1968). En ella, los obispos católicos romanos y episcopales de Latinoamérica censuraron la pobreza en la que vive un considerable sector de la población de estos países, lo que dio un fuerte empujón a la polémica teología de la liberación. Tras enterarse de esto, más personas de la clase pobre recurrieron a la violencia como medio para apropiarse de una mayor porción de la riqueza nacional.

Una de estas personas amargadas (a quien llamaremos Gonzalo) se unió en 1971 a un grupo guerrillero que se ocultaba en las montañas. Se volvió tan violento que hasta sus compañeros le tenían miedo. Al principio le sorprendió hallar a sacerdotes y monjas en las filas de la guerrilla. Estos afirmaban que estaban “luchando contra injusticias sociales que no era posible combatir de ningún otro modo... solo con violencia”. Cierto día, uno de los sacerdotes salió a luchar y nunca volvió. Aquello asestó el golpe de gracia al último vestigio de creencia en Dios que podía haber quedado en el corazón de Gonzalo.

Finalmente Gonzalo fue capturado y sentenciado a seis años de prisión. “¡Aquello me amargó aún más!”, relata. Antes de unirse a la guerrilla, había vivido con una mujer llamada Susana. En prisión le llegó el rumor de que estaba viviendo con otro hombre, así que juró matarla cuando saliera.

No obstante, cuando fue liberado, se encontró a Susana esperándole ansiosamente. Mientras él cumplía condena, una Testigo de la vecindad había empezado a hablar a Susana sobre las bendiciones del Reino de Jehová. Le gustó lo que oyó, y ahora insistía con firmeza en que Gonzalo y ella debían casarse.

“Soy demasiado viejo para pensar en casarme”, protestó él, pero Susana insistió: “Si no consientes en casarte conmigo, tendré que separarme de ti, y esta vez para siempre”.

Gonzalo decidió examinar las nuevas creencias de Susana. Aceptó asistir a una reunión en el Salón del Reino, pero con la intención de probar que esta religión era un engaño como las demás. Y se llevó dos pistolas “por si acaso”.

A Gonzalo le impresionó lo que vio y oyó, así que aceptó el estudio bíblico que le ofrecieron. Finalmente comentó: “Es un milagro que esté vivo. Ahora voy a servir a Jehová”. Él y Susana se casaron y llegaron a ser publicadores del Reino. El superintendente de circuito que relató la experiencia dijo: “Gracias al poder de la verdad de Jehová, Gonzalo ahora es manso como un cordero”.

“¿Por qué hay tanto gringo?”

Considere a continuación la experiencia de un psicólogo llamado Carlos. Procedía de una familia católica estricta, donde la tradición era que siempre uno de los hijos fuese médico y otro, sacerdote, de modo que sus padres le orientaron hacia el sacerdocio.

Ya en la universidad, la fascinación que le causaron la ciencia y la tecnología le llevó a considerar irrazonable su formación católica de la infancia y, por consiguiente, a rechazarla. Adoptó filosofías revolucionarias y participó en mítines contra el imperialismo yanqui.

Pasaron los años, y Carlos todavía tenía ideas fijas sobre “el imperialismo extranjero”. Entonces, el esposo de una prima suya, un Testigo que era ingeniero químico, empezó a razonar con él sobre el único remedio para todas las injusticias del mundo, el Reino de Dios. Carlos comprendió la explicación, y tanto él como su esposa, que era pediatra, aceptaron un estudio bíblico.

Un mes más tarde, cuando visitaron por primera vez el Salón del Reino, Carlos se quedó helado al ver a norteamericanos sentados entre el auditorio. “¿Por qué hay tanto gringo aquí?”, murmuró entre dientes.

Después de la reunión, el superintendente presidente, casualmente un norteamericano, se acercó al barbudo visitante y le preguntó qué le había parecido. Carlos respondió con sequedad: “Muy bien. Pero dígame, ¿por qué hay tanto gringo? ¿Y por qué ha de originarse todo esto en Estados Unidos?”.

El anciano le explicó a Carlos que los Testigos estadounidenses estaban en Colombia como evangelizadores y que la central mundial de los testigos de Jehová se halla en Estados Unidos. También le dijo que los testigos de Jehová son neutrales en política en todos los países del mundo, y que en años anteriores habían sufrido severa persecución en Estados Unidos, por lo que se les había hecho necesario librar muchas batallas legales para establecer sus derechos constitucionales, removiendo así las dudas que tenía Carlos.

Hoy en día, Carlos es anciano, y en su vida profesional ejerce de psicólogo. No vacila en hablar a sus pacientes sobre Dios y la Biblia, y cuando comprende que alguno de ellos está interesado de verdad en la justicia, comparte con él información de las publicaciones de la Sociedad. Varios han aceptado la verdad de esta manera.

El profesor y la Trinidad

Cierto profesor universitario que había sido bautista durante cinco años terminó considerando todas las religiones con escepticismo. Un sábado por la mañana una pareja de Testigos que llamaron a su puerta dejaron a su esposa La Atalaya y ¡Despertad! Ella los invitó a volver para hablar con su esposo, “porque —les dijo⁠— a él le gusta investigar toda clase de religiones”.

Al profesor le agradaban las conversaciones, pero antes de que fuera posible empezar un estudio sistemático, los Testigos tuvieron que pasar muchas horas explicando las diferencias doctrinales entre los testigos de Jehová y los protestantes. La hermana del profesor, una fundamentalista que había “nacido de nuevo”, le daba información que contenía todo argumento concebible contra los Testigos. Estas acusaciones falsas tuvieron que ser refutadas con la Biblia una por una.

En cierta ocasión que los Testigos llegaron para una de las sesiones semanales de estudio bíblico se sorprendieron al encontrarse a un misionero protestante que estaba esperando su visita. En la hora y media de conversación que siguió, el ministro protestante no fue capaz de defender con éxito la doctrina de la Trinidad. El profesor razonó: “Es ridículo pensar que Satanás intentara tentar al Dios Todopoderoso para que se inclinara ante él a cambio de todos los reinos del mundo”.

A partir de aquella noche el progreso del profesor fue rápido. No pasó mucho tiempo antes de que se uniera a la congregación una excelente familia.

De nuevo la sucursal a Bogotá

Para mediados de los años setenta, las instalaciones de la sucursal de Barranquilla resultaban insuficientes. Cuando comenzó a buscarse una propiedad adecuada, nadie imaginaba que terminaríamos de nuevo en Bogotá, el mismo lugar donde se abrió la sucursal en 1946, ni que pronto dispondríamos de un nuevo hogar Betel y una fábrica donde se imprimirían revistas para cuatro países vecinos, además de Colombia.

Se adquirió un terreno en Bogotá y se trazaron los planos de una residencia confortable capaz de acomodar a 60 trabajadores de la sucursal y de una fábrica con espacio suficiente para dos rotativas offset. Se pensaba que estas instalaciones serían suficientes durante años.

El hermano Frederick W. Franz, presidente de la Sociedad, vino para el programa de dedicación, que se celebró en septiembre de 1979. La organización empezó a crecer de nuevo el siguiente año de servicio. La nueva sucursal se había construido en el momento oportuno.

En 1982, después de treinta y seis años de servicio misional en Colombia, veintidós de ellos como coordinador de la sucursal, se asignó a Robert Tracy para que se encargara de la misma responsabilidad en la sucursal de otro país latinoamericano. Los Testigos colombianos recuerdan a Bob y Libby Tracy con especial cariño, y lo mismo se puede decir de los Tracy con respecto a los hermanos de Colombia.

“¡Imposible! Ni lo intenten”

Durante años, Colombia había recibido las revistas de la Sociedad desde Brooklyn, primero por correo y después mediante contenedores enviados por barco. A causa de la lentitud de este tipo de transporte, Colombia siempre llevaba meses de retraso con respecto a otros países tanto en las fechas de distribución de las revistas como en las del estudio semanal de La Atalaya. ¡Qué excelente sería que algún día Colombia imprimiera sus propias revistas!

Pues bien, ya lo hacen. El superintendente de la fábrica, William, Bill, Lensink, nos va a explicar cómo sucedió esto. Bill reside en Colombia desde 1969, cuando, siendo un joven, se trasladó aquí con su familia desde Canadá para servir donde la necesidad era mayor.

Bill comienza: “En junio de 1982 nos escribieron de Brooklyn para comunicarnos que enviarían una prensa offset a Colombia en enero de 1983. Estábamos encantados y empezamos a hacer los planes necesarios. Entonces, a principios de noviembre, nos enteramos de que los aranceles sobre equipo de impresión aumentarían hasta el 15% el 1 de enero de 1983. ¿Accedería Brooklyn a adelantar el envío de la prensa?, ¿podrían hacerlo antes de acabar el año? Profesionales de la importación y agentes aduaneros nos dijeron: ‘¿En menos de dos meses y durante las vacaciones de fin de año? ¡Imposible! Ni lo intenten’.

”‘Si es la voluntad de Jehová —razonamos⁠—, podemos hacerlo.’ Antes la sucursal de Colombia había presentado a Brooklyn un plan y un presupuesto para transportar la prensa en camión hasta la ciudad estadounidense de Miami, y de allí hasta Bogotá en aviones Jumbo 747. Eso sería más sencillo, más económico, mucho más rápido y más seguro para el cargamento. Pedimos a la Sociedad que tomara una decisión, y el Comité de Publicación del Cuerpo Gobernante aprobó la propuesta.

”Los hermanos supervisaron esta gran tarea por sí solos. El 16 de noviembre presentamos la licencia a la Junta de Importaciones para su aprobación. Tardaría un mes como mínimo, si es que la aprobaban, lo que nos haría ir bastante apurados de tiempo. A continuación nuestro equipo de hermanos elaboró una lista de los trámites aduaneros, así como de planes de emergencia para cada paso del proceso. Pensé que lo mejor sería llevar un diario de los acontecimientos.”

Diario de acontecimientos

“LUNES, 20 DE DICIEMBRE: Nos informaron desde Miami que los camiones habían llegado de Nueva York y que las torres y las piezas de la rotativa estaban listas para embarcar en los aviones. Todavía no teníamos ni una sola noticia sobre la licencia de importación.

”MARTES, 21 DE DICIEMBRE: El betelita José Granados y un agente aduanero fueron a la aduana para solicitar que se nacionalizara la importación en el mismo aeropuerto. En un principio el secretario ejecutivo no quería acceder a una propuesta tan poco ortodoxa, pero entonces el hermano Granados intervino para explicar el propósito de nuestra sociedad no lucrativa. ‘La Sociedad se encargará de toda la operación —añadió⁠—. El primer envío llega de Miami el jueves.’ Nos concedieron una autorización mecanografiada, firmada y sellada.

”MIÉRCOLES, 22 DE DICIEMBRE: El betelita Bill Neufeld y yo salimos por la mañana temprano hacia la Junta de Importaciones. ‘¿Y si no nos conceden la licencia?’ Despedimos la idea de nuestra mente. Cuando llegamos a la oficina, la secretaria nos recibió con una amplia sonrisa. ‘La Junta aprobó ayer su licencia —nos dijo⁠—. Pueden recogerla en el piso de abajo.’

”JUEVES, 23 DE DICIEMBRE POR LA MAÑANA: Nuestro equipo de Testigos ya estaba en el aeropuerto de El Dorado con la grúa y los camiones a punto, cuando aterrizó el primero de los tres aviones 747 cargados con maquinaria pesada. Uno tras otro, funcionarios de aduana, inspectores y auditores, expresaron sus objeciones, pero las fotocopias de la autorización oficial eliminaron toda resistencia.

”VIERNES, 24 DE DICIEMBRE: Llegó el segundo cargamento y se nacionalizó. No hubo ningún problema pese a ser la víspera de una fiesta de la cristiandad.

”MIÉRCOLES, 29 DE DICIEMBRE: El último envío aterrizó según el horario previsto y se trasladó desde la aduana hasta la sucursal sin el menor contratiempo. La operación concluyó justo a tiempo para evitar el retraso y la interrupción a final de año de las actividades oficiales.

”¡Se había logrado lo ‘imposible’! La alegría reinante durante aquel fin de año en el hogar Betel no tenía nada que ver con la celebración mundana del Año Nuevo; más bien, se debía a que Jehová nos había ayudado a conseguir que la prensa offset de Colombia llegara a la fábrica antes de la fecha tope del 31 de diciembre de 1982.”

Por fin estamos al día

“Nuestras primeras Atalayas —prosigue Bill Lensink⁠— empezaron a salir de la rotativa tres meses y medio más tarde, con el número del 15 de abril de 1983. Los hermanos no cabían en sí de gozo. Poco después, La Atalaya y ¡Despertad! se estaban despachando en los mostradores de revistas de los Salones del Reino por todo el país antes de la fecha de edición. Ya no había ninguna confusión sobre ‘qué Atalaya estudiar esta semana’. A finales de año, nuestra prensa producía 200.000 revistas al mes para Colombia. En 1984 empezamos a imprimir para las repúblicas vecinas de Venezuela, Panamá, Ecuador y Perú.

”Y en mayo de aquel mismo año, cuando se comenzaron a imprimir simultáneamente las revistas en inglés y español, por fin nos pusimos al día con la organización teocrática.”

La verdadera “sal de la tierra”

Durante una segunda visita del cabeza del catolicismo romano a Colombia en julio de 1986, esta vez en la persona de Juan Pablo II, hizo un llamamiento especial a la juventud colombiana al decir: “¡Ustedes son la sal de la tierra! ¡Ustedes son la luz del mundo!”. Sin embargo, no aclaró cuál era el mensaje iluminador que los jóvenes católicos tenían que comunicar a toda Colombia, Latinoamérica y el resto del mundo.

Los jóvenes testigos de Jehová, por el contrario, no tienen ninguna duda en cuanto al mensaje que han de dar ni en cuanto a cómo han de presentarlo a las personas. La formación que reciben en la Escuela del Ministerio Teocrático en sus Salones del Reino y las introducciones y presentaciones sugeridas en el libro Razonamiento a partir de las Escrituras, les han capacitado para predicar las buenas nuevas de casa en casa, revisitar a los interesados y conducir estudios bíblicos en sus hogares. Además, aumenta el número de Testigos jóvenes que responden a la llamada para servir de tiempo completo como precursores, betelitas y trabajadores voluntarios en la construcción de la nueva sucursal. Sin lugar a dudas, estos jóvenes, junto con sus hermanos y hermanas mayores de todo el mundo, son la verdadera “sal de la tierra”, “la luz del mundo”. (Mat. 5:13, 14.)

El traficante de drogas y la Testigo

Hacia finales de la década pasada, cuando los magnates de la droga colombianos comenzaban a amasar sus inmensas fortunas con el tráfico de narcóticos, había a las afueras de un pueblo dos casas aisladas que estaban juntas. En una vivía un joven relacionado con el tráfico internacional de drogas, y en la otra, una familia de testigos de Jehová.

Mientras el joven traficante de drogas y sus amigos se divertían en una de las muchas fiestas lujosas que organizaba, en la puerta de al lado nuestra hermana le comentó a su esposo que le preocupaba el vecino, pues nadie había testificado en aquella casa. El esposo replicó que aquel hombre era peligroso y que le parecía que, de momento, sería mucho mejor no molestarle. De todas formas, nuestra hermana no podía dejar de pensar en el asunto.

Algunos meses más tarde, en una ocasión en que el traficante había regresado de uno de sus viajes fuera de la ciudad, la hermana decidió que era el momento de darle testimonio. Tomó su bolso del servicio del campo, oró a Jehová y llamó a su puerta.

“¿Y usted qué quiere?”, fue el brusco saludo que recibió.

La hermana no recuerda con exactitud qué dijo, pero fue algo sobre el Reino y sus bendiciones. El joven escuchó con atención, y entonces tan solo dijo: “Yo creo en Dios”. Esto animó a la hermana a darle un extenso testimonio. El joven respondió favorablemente y aceptó la oferta de un estudio bíblico.

Feliz por las verdades bíblicas que estaba aprendiendo, empezó a hablar a sus “socios”, quienes pensaron que la lectura de la Biblia le había hecho perder el juicio. Con el fin de empezar una vida nueva con un negocio respetable, compró un taxi. Pronto empezó a participar en el servicio del campo, se dedicó y se bautizó.

Cierto día llevó a un amigo Testigo al trabajo en su taxi. A través de la ventana de la oficina, los compañeros de trabajo del hermano le vieron salir del taxi y despedirse amigablemente del conductor, así que le advirtieron que ese hombre era una mala compañía. “Es un conocido mafioso”, le dijeron. A eso nuestro hermano respondió con satisfacción: “Eso era antes. Ahora es mi hermano espiritual, es testigo de Jehová”.

Noticias alentadoras de Brooklyn

Durante una visita del hermano Lyman Swingle, del Cuerpo Gobernante, en enero de 1987, el comité de la sucursal le comentó que la falta de Salones del Reino adecuados entorpecía el crecimiento espiritual. Se le explicó que a pocas congregaciones les era posible reunir suficiente dinero para edificar sus propios Salones, y que muchos lugares de reunión eran habitaciones atestadas o patios cubiertos en lugares muy retirados. Los circuitos también tenían dificultades para alquilar auditorios convenientes donde celebrar sus asambleas.

Poco después de su visita llegaron de Brooklyn noticias alentadoras: se iban a poner a disposición de las congregaciones fondos de donde pedir préstamos para construir Salones del Reino y de Asambleas. Además, se recomendó que los lugares de reunión cristianos fueran amplios y atractivos, y que estuvieran situados en sectores de la ciudad donde el público no dudara en asistir.

Una inundación de Testigos del país

¿Cómo llegarían a escuchar las buenas nuevas las personas que vivían en zonas aisladas? Nos lo explica Edwin Muller, graduado de la primera clase de la extensión de Galaad en México (1980-1981) que ahora trabaja en el Departamento de Servicio de la sucursal de Bogotá:

“Estudiamos el mapa de Colombia e hicimos una lista de unas cien poblaciones de diez mil o más habitantes, la mayoría en la montañosa región andina, en las que todavía no se había dado un testimonio organizado. Entonces, con la aprobación del Cuerpo Gobernante, enviamos ciento cincuenta publicadores como precursores especiales temporeros a treinta de estas localidades para servir por tres meses, a partir de septiembre y octubre de 1988.

”Los resultados fueron impresionantes: se empezaron mil doscientos estudios bíblicos; en la mayoría de los casos, los precursores celebraron todas las reuniones; nuevos publicadores emprendieron el servicio del campo; en un pueblo, muchos fueron a pedir estudios bíblicos, pero los seis precursores, que ya conducían veinte estudios cada uno, sencillamente no pudieron ocuparse de ellos.

”A los recién asociados les empezó a preocupar qué ocurriría al concluir los noventa días. En cierta localidad, dieciocho personas firmaron una carta que se envió a la sucursal, en la que expresaban su aprecio por el mensaje del Reino que los precursores les habían llevado. Pero, ¿qué harían cuando terminara la campaña especial? ‘¿Enviarían a otros para ayudar?’ En otros lugares la gente rogó a los precursores: ‘Por favor, no nos dejen solos. Les ayudaremos a encontrar trabajo, pero quédense’.”

El hermano Muller concluye: “Ahora hemos hecho una llamada para que más hermanos vayan a servir donde la necesidad sea mayor. Los hermanos escriben o vienen en persona a la sucursal para informarse sobre la posibilidad de mudarse a territorios aislados y ayudar en la proclamación de las buenas nuevas. En esta ocasión no se trata de un torrente de extranjeros que vienen a Colombia para apoyar la predicación, sino que son los propios Testigos colombianos los que se ponen a la altura de las circunstancias y satisfacen la necesidad de manera admirable”.

Se agota el espacio

La actividad en el hogar Betel y en la fábrica había desbordado nuestras previsiones. La cantidad de miembros de la familia Betel se acercaba ya a los noventa, muchos más de los sesenta para los que se había diseñado el hogar en 1975. Hacía tiempo que el Salón del Reino se había ocupado con oficinas, lo que obligó a que varias congregaciones de Bogotá que se habían estado reuniendo allí celebraran sus reuniones en otro lugar. La impresión y el envío de las revistas para más de 150.000 publicadores de cinco países ocupaba ahora todo el espacio de la fábrica. Apenas quedaba sitio para el almacén de literatura, el Departamento de Envíos y la prensa pequeña donde se imprimía Nuestro Ministerio del Reino y otros artículos, como formularios e impresos. Era obvia la necesidad de más espacio; pero ¿qué se podría hacer?

La central de la Sociedad en Brooklyn aprobó la construcción de una nueva sucursal en Colombia. Se compró una amplia granja avícola a un extremo de Facatativá, una pequeña ciudad en la sabana a solo cuarenta y cinco minutos al oeste de la capital. Los primeros contactos con las autoridades gubernamentales obtuvieron una respuesta favorable. Un informe ilustrado detallaba el proyecto y enfatizaba que la revista ¡Despertad! se produciría para la exportación. A los funcionarios les impresionaron las fotografías de la sucursal actual y los folletos de la sucursal de Alemania y de las Granjas Watchtower de Estados Unidos, con sus campos cultivados. Para culminar la presentación, les mostraron algunos artículos de la revista ¡Despertad! sobre ecología y medio ambiente.

Las obras de construcción empezaron a principios de 1987. Muchos trabajadores voluntarios para la obra de construcción internacional vinieron a Bogotá y en seguida se adaptaron a la vida en La Granja de Faca (Facatativá). Durante 1989 han estado trabajando unos setenta y cinco de ellos. También engrosaron el tamaño de la familia muchos hermanos voluntarios colombianos. Cerca de allí, en Faca, los habitantes de la ciudad contemplaban con curiosidad y admiración cómo se restauraba una gran casa de huéspedes derruida que la Sociedad había comprado, hasta transformarla en Las Torres, donde se suministraría alojamiento confortable a otros ochenta trabajadores.

Con el zumbido del equipo de excavación y el rítmico sonido metálico del martillo pilón como ruidos de fondo, el proyecto empezó a tomar forma. Los fines de semana y días festivos llegaban a La Granja entusiásticos voluntarios de las cien congregaciones de Bogotá y sus alrededores para trabajar moviendo toneladas de arena y hormigón, o dando forma y atando las barras de acero sobre las que luego se construirían los pilotes de hormigón y las gruesas paredes que después las grúas levantarían y fijarían en su lugar. En la cocina, otros voluntarios ayudaban a preparar comidas para estos trabajadores hambrientos.

Cientos de trabajadores temporales para la obra de construcción internacional asignados por la Sociedad se costean el viaje a Colombia y pasan entre dos semanas y dos meses en la obra. Al volver a casa, uno de estos trabajadores voluntarios escribió a la sucursal: “Disfruté de las dos mejores semanas de mi vida mientras trabajé en las obras de Facatativá (Colombia). Tuve la oportunidad de ver que algo muy especial e insólito estaba ocurriendo allí”.

Asimismo, cuando visitantes colombianos ven Betel y el lugar de construcción de Faca, se quedan impresionados y sorprendidos ante la organización y la magnitud de la obra de los testigos de Jehová en Colombia. Les resulta inconcebible que todas esas personas se hayan pagado su viaje hasta allí y sean trabajadores voluntarios. Cierto ejecutivo de una empresa dijo que su familia ‘tenía que ver eso’. Después de comer y visitar el lugar de construcción, el alcalde y los concejales de la ciudad dijeron que les gustaría que sus empleados “vinieran y aprendieran lo que es trabajar de verdad”.

Sin la menor duda, la construcción de la nueva sucursal de Facatativá augura un brillante futuro para la obra del Reino en esta parte del mundo.

Aún queda una gran obra por delante

Todavía hay mucho que hacer en la obra del Reino en Colombia. A finales de la década de los sesenta y en los años setenta, se trabajaron periódicamente ciudades y pueblos aislados hasta que se formaron congregaciones. Como hemos visto, ahora se sigue el mismo procedimiento en las comunidades más pequeñas y las zonas rurales esparcidas entre las colinas y los valles de la montañosa región andina.

Sin embargo, todavía no se ha llegado a cientos de poblados y aldeas dispersos por muchas de las densas selvas que hay al oeste, a lo largo de la costa del Pacífico, y al este, por las extensas llanuras que acaban en la selva amazónica fronteriza con Brasil. También queda el desafío de las siempre crecientes “ciudades amuralladas”, los edificios de apartamentos de lujo, urbanizaciones y zonas residenciales de muy difícil acceso. ¿Se podrá llegar alguna vez a estas personas? La siguiente declaración bíblica nos anima: “La mano de Jehová no se ha acortado demasiado, de modo que no pueda salvar, ni se ha hecho su oído demasiado pesado, de modo que no pueda oír”. (Isa. 59:⁠1.) No nos cabe la menor duda de que Jehová tiene a su alcance los medios para dar a conocer su nombre y su Reino por todo lugar en un breve espacio de tiempo. (Luc. 19:40.)

Casi siete décadas de evangelización cristiana

Las multitudes que salieron a aclamar al obispo de Roma durante su visita de 1986 le oyeron referirse repetidas veces a los “cuatrocientos cincuenta años de evangelización en la América Latina”. Con esto quería decir que Roma considera que la conquista de estas tierras mediante la cruz del catolicismo fue un cumplimiento de la comisión de Cristo a sus discípulos antes de su partida. (Mat. 24:14; 28:19, 20.) No obstante, el “evangelio” que los misioneros españoles trajeron a estas costas jamás explicó el Reino de Dios, el reinado milenario de Cristo ni la esperanza de vida eterna en una tierra paradisiaca.

Este verdadero evangelio, o buenas nuevas, alcanzó las costas colombianas por primera vez durante los años veinte, cuando el espíritu de Dios impulsó a dos cristianos a empezar ellos solos a proclamar “estas buenas nuevas” en los pueblos del nordeste de Colombia. A continuación, en los años treinta, valerosas mujeres cristianas anunciaron estas verdades en las principales ciudades del país impulsadas por ese mismo espíritu. Seguidamente llegaron docenas de misioneros e innumerables Testigos de otros países, que también contribuyeron al progreso de la obra de hacer discípulos.

Allá en 1940, solo informaban regularmente como predicadores del Reino en Colombia aquellos dos primeros testigos de Jehová, Heliodoro Hernández y Juan Bautista Estupiñán.

Cuarenta años más tarde, en 1980, 16.000 discípulos colombianos proclamaban unidos la esperanza del Reino, y solo nueve años después, en 1989, la cifra de publicadores del Reino había alcanzado casi los 42.000, un incremento del 150%. De todas partes del país llegan informes sobre Salones del Reino llenos a rebosar, nuevas congregaciones a punto de formarse y auditorios atestados para celebrar la Conmemoración. Las casi siete décadas de verdadera evangelización cristiana están produciendo fruto del Reino por toda esta tierra.

Con este breve repaso del aumento del Reino en Colombia concluye nuestra visita a este país rico en paisajes bellos y recursos naturales, de gente amable y hospitalaria, una tierra donde, por ya casi setenta años, los testigos de Jehová han enseñado el verdadero cristianismo y han extendido su paraíso espiritual hasta los límites de la nación.

[Notas a pie de página]

^ párr. 12 Véase ¡Despertad! del 8 de mayo de 1986, páginas 10-15.

^ párr. 91 La biografía de la familia de Porfirio Caicedo apareció en La Atalaya del 15 de octubre de 1976, páginas 616-620.

^ párr. 104 Su biografía apareció en La Atalaya del 1 de diciembre de 1969, páginas 731-734.

^ párr. 124 Su biografía apareció en La Atalaya del 15 de septiembre de 1972, páginas 569-573.

^ párr. 157 Las biografías de James O. Webster y Olaf Olson aparecieron en La Atalaya del 15 de septiembre de 1960, páginas 553-556, y en la del 15 de febrero de 1961, páginas 121-123, respectivamente.

^ párr. 216 La biografía de Harold L. Zimmerman apareció en The Watchtower, 1 de mayo de 1984, páginas 23-27 (en inglés).

[Fotografía en la página 70]

Agustín Primo, miembro del comité de la sucursal

[Fotografías en la página 71]

Testificación en Bogotá, capital de Colombia, y en la ciudad subtropical de Cali (izquierda)

[Fotografías en la página 73]

Heliodoro Hernández y Juan Bautista Estupiñán sembraron semillas de la verdad del Reino desde mediados de la década de los veinte

[Fotografías en la página 82]

Gabriel Piñeros, ex coronel de las fuerzas aéreas, ahora anciano en una congregación de Cali

[Fotografías en la página 84]

Porfirio Caicedo, padre de dieciocho hijos dedicados. Su hijo Raúl, graduado de Galaad y miembro del comité de la sucursal hasta su muerte en 1981

[Fotografía en la página 87]

Los misioneros Olaf Olson y James Webster

[Fotografía en la página 88]

Rogelio Jones, José Villadiego y Farah Morán —antes un contratista, un vendedor de lotería y el propietario de una tienda de ropa, respectivamente⁠— son tres de los publicadores más veteranos que continúan activos en Barranquilla

[Fotografía en la página 95]

Las hermanas Carvajalino, un grupo de precursoras ejemplares que ayudaron a más de trescientas personas a conocer la verdad

[Fotografía en la página 96]

Benjamín Angulo y Armando Gómez, del Comité de Sucursal

[Fotografías en la página 101]

Cartagena, importante puerto caribeño en la historia colonial española, recibe las buenas nuevas

[Fotografía en la página 102]

Gregorio De la Rosa y su esposa se libraron de sus temores supersticiosos

[Fotografía en la página 105]

Richard y Virginia Brown abrieron el primer hogar misional de Medellín en 1958. Richard es ahora el coordinador de la sucursal

[Fotografía en la página 110]

Elbert S. Moore fue uno de los primeros que, junto con su familia, respondió a la llamada de servir en Colombia. En la actualidad es miembro del Comité de Sucursal

[Fotografía en la página 113]

Harold y Anne Zimmerman, que criaron cuatro hijos en Cali, asignados ahora a la construcción de la nueva sucursal de Facatativá

[Fotografía en la página 116]

Óscar Rivas escogió la carrera del servicio de tiempo completo. Ahora sirve en Betel

[Fotografía en la página 123]

Bob y Libby Tracy, que sirvieron en Colombia treinta y seis y treinta y dos años, respectivamente, fueron asignados a otra sucursal en 1982

[Fotografías en la página 124]

Aunque los entendidos advirtieron: “¡Imposible! ¡Ni lo intenten!”, la rotativa para Colombia se trajo en aviones Jumbo, con un ahorro considerable. Colombia imprime “La Atalaya” y “¡Despertad!” para cinco países latinoamericanos

[Fotografías en la página 131]

El Salón del Reino de Ibagué, construido gracias a la ayuda de la Sociedad Watch Tower

[Fotografías en las páginas 132, 133]

La nueva sucursal en construcción; montaje de la estructura de acero para la fábrica; maqueta de la nueva sucursal

[Mapa en la página 66]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

COLOMBIA

Capital: Bogotá

Idioma oficial: español

Religión mayoritaria: catolicismo romano

Población: 31.677.178

Oficina sucursal: Bogotá

Mar Caribe

PANAMÁ

Océano Pacífico

VENEZUELA

COLOMBIA

Santa Marta

Barranquilla

Cartagena

Montería

Río Sinú

Río Cauca

Río Magdalena

Bucaramanga

Barrancabermeja

Medellín

Armero

Facatativá

Bogotá

Buenaventura

Palmira

Cali

Neiva

Popayán

Tumaco

Pasto

ECUADOR

PERÚ

BRASIL

Río Amazonas

[Tabla de la página 134]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Colombia

Máximo de publicadores

50,000

41.956

 

 

 

16.044

 

 

7.083

1.640

162

1950 1960 1970 1980 1989

Promedio de precursores

6,000

5.884

 

 

 

 

1.014

667

175

16

1950 1960 1970 1980 1989