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Hawai

Hawai

Hawai. Informe del Anuario de 1991

EL 12 de julio de 1776 zarpaba desde el puerto inglés de Plymouth la nave Resolution en busca del ambicionado Paso del Noroeste, un paso marítimo que habría de unir Europa y Asia. Al frente de la expedición iba un hombre alto, de porte gallardo, hijo de un campesino escocés, y en cuyos ojos centelleaba la llama del descubrimiento: el capitán James Cook.

Aunque él no lo sabía, este sería su tercer y último viaje alrededor del mundo. Tras hacer otra vez escala en Nueva Zelanda, navegó en dirección noreste, hacia Tonga, y después a Tahití. Desde allí, Cook se adentró donde pocos exploradores habían osado aventurarse, en las aguas septentrionales del Pacífico. Allí realizó un importante descubrimiento, un grupo de islas a las que bautizó con el nombre de Sandwich, en honor de su buen amigo, el lord del Almirantazgo.

Cook y sus hombres fueron los primeros europeos que pisaron estas islas, en 1778. Para sorpresa suya, fueron recibidos con reverencia por una compleja aristocracia de nativos polinesios. Pese a ello, un año después, Cook murió durante un enfrentamiento con los nativos. En la actualidad, aquella cadena de islas volcánicas se ha convertido en la encrucijada del Pacífico. Hoy se las conoce por el nombre de islas Hawai.

Este hermoso archipiélago de 132 islas, arrecifes y atolones, situado cerca del trópico de Cáncer, cruza el océano Pacífico de sureste a noroeste por una distancia de 2.451 kilómetros. Las siete islas principales son Niihau, Kauai, Oahu, Molokai, Lanai, Maui y Hawai (que también recibe el nombre de Isla Grande).

La encantadora belleza de estas islas, que varía desde sus impetuosas cascadas hasta sus cumbres volcánicas cubiertas de nieve, ha sido tema de innumerables canciones, poesías, cuadros y películas cinematográficas. Para millones de personas, la simple mención de Hawai suscita imágenes de cocoteros meciéndose al compás de la suave brisa tropical y olas apacibles que acarician playas de arena blanca como el marfil. ¡Qué hermoso recordatorio del anhelo universal del hombre por la belleza del paraíso! No obstante, la verdadera belleza de Hawai radica en otras “cosas deseables”, el pueblo de Jehová, compuesto de personas mansas como ovejas que habitan un paraíso espiritual. (Ageo 2:⁠7.) Esta es su historia.

Ritos macabros del pasado

La vida de los primeros polinesios estaba dominada por su religión pagana bajo el control de un sacerdocio tiránico y reyes a los que se tenía por dioses. La muerte solía ser el castigo para quien quebrantase algún tabú religioso. Sin embargo, es digno de notar que existían ciudades de refugio a las que se podía huir. Durante siglos, el culto a sus numerosas deidades, aunado a los sacrificios humanos, hizo que la religión estuviese constantemente presente en la vida de los antiguos hawaianos.

Este es el Hawai que encontraron los misioneros protestantes que, procedentes de la costa oriental de Estados Unidos, llegaron a las islas hacia 1820. Escandalizados por la vida social y los rituales religiosos de los nativos, aquellos primeros misioneros introdujeron cambios drásticos, uno de los cuales fue poner por escrito el musical idioma hawaiano. No pasó mucho tiempo antes de que se comenzara a imprimir la Biblia y algunos libros de texto. Además, se intentó educar a la gente en las costumbres occidentales. En poco tiempo, el protestantismo pasó a ser la religión mayoritaria y tomó el lugar del decadente sacerdocio pagano. En 1827 llegaron a Hawai los primeros misioneros católicos. Posteriormente, los inmigrantes chinos y japoneses introdujeron sus religiones orientales. Así pues, para finales del siglo pasado, la vida religiosa del pueblo hawaiano se repartía entre el protestantismo, el catolicismo, el budismo, el taoísmo y el sintoísmo.

Tolerancia racial

Mientras tanto, fueron añadiéndose al crisol hawaiano numerosos grupos étnicos que modificaron su cultura. Los antiguos hawaianos eran un pueblo de extracción polinésica, alto, robusto, de tez dorada, grandes ojos de color avellana y cabello castaño o negro. Tras la llegada del capitan Cook a finales del siglo XVIII, oleadas sucesivas de inmigrantes procedentes de China, Japón, Okinawa, Corea, Filipinas, las islas portuguesas de Madera y Azores, Puerto Rico, España, los países escandinavos y Alemania vinieron a trabajar en las inmensas plantaciones de caña de azúcar con la intención de mejorar su nivel de vida. Tal amalgama de razas se ha visto acentuada durante este siglo debido al creciente influjo de inmigrantes procedentes de Samoa y otras islas del Pacífico, si bien es cierto que, a partir de 1930, la mayor parte de ellos han venido de los Estados Unidos continentales.

Con el paso del tiempo, la población hawaiana, muy representativa de las diversas razas del mundo, se ha fundido con facilidad. Casi el 40% de los nuevos matrimonios son interraciales, lo que resulta en una mezcolanza cosmopolita de etnias que los visitantes suelen encontrar fascinante. No obstante, a pesar de tan variados antecedentes, los hawaianos son por lo general de trato fácil y afable. Esto, aunado al paisaje tropical y a un clima habitualmente soleado, hace de Hawai un lugar ideal para el turismo. Sería de entre ese pueblo amigable y variopinto que los testigos de Jehová iban a segar una extraordinaria cosecha durante este tiempo del fin.

El presidente visita Hawai

Cierto día de 1912, el vapor Shinyo Maru atracó resoplante en la bahía de Honolulú. A bordo viajaba el primer presidente de la Sociedad Watch Tower, Charles T. Russell, en una gira alrededor del mundo.

Tras visitar las escuelas Kamehameha y el Instituto del Pacífico Central, escribió sus observaciones en el número del 15 de abril de 1912 de The Watch Tower: “Solicitamos información respecto a la educación cristiana, pero la respuesta que obtuvimos fue que el intentar darla alejaría a los alumnos y entorpecería la instrucción escolar. [...] Nuestra opinión es que, desde un punto de vista humanitario, se está haciendo un buen trabajo en Hawai, pero que, desde el punto de vista de la evangelización cristiana, es un absoluto fracaso. Según pudimos apreciar, la fe en la sangre redentora de Jesús, su resurrección y su Reino venidero nunca se ha enseñado”.

Se siembran las primeras semillas

En 1915, un peregrino (como se llamaba entonces a los ministros viajantes) llamado Walter Bundy pidió a Ellis Wilburn Fox que les acompañase a él y a su esposa en un viaje a Honolulú, y se ofreció además a pagarle el billete. El hermano Fox decidió aceptar la invitación, para lo que tuvo que dejar su empleo de encargado de proyección en un cine de Vancouver (Canadá). De modo que el hermano Bundy, su esposa y el hermano Fox, hicieron la travesía en barco desde Vancouver hasta Honolulú con el propósito de sembrar las primeras semillas de la verdad entre el amigable pueblo hawaiano. Su equipaje incluía una pequeña prensa manual para imprimir las invitaciones a los discursos públicos que los dos hermanos planeaban dar. El hermano Fox tenía intención de quedarse en Honolulú solo unas semanas y entonces regresar a su trabajo bien pagado en Vancouver. Poco se imaginaba, sin embargo, que aquellas pocas semanas se convertirían en siete años.

El primer domingo de febrero de 1915, una habitación de un hotel situado en la esquina de las calles Fort y Beretania de Honolulú fue el escenario de la primera reunión de los Estudiantes de la Biblia (como se llamaba entonces a los testigos de Jehová). Asistieron cinco personas: el matrimonio Bundy, Ellis Fox y un hombre interesado y su esposa.

Ya en el barco, uno o dos días antes de su llegada a Honolulú, los tres habían acordado que el primero en conseguir un empleo mantendría a los otros dos. El hermano Bundy, pianista profesional, encontró trabajo inmediatamente en una tienda de instrumentos musicales.

Con relación a aquellos inicios, Ellis recordaba: “Preparábamos una conferencia pública para cada domingo. Walter confeccionaba el anuncio para el siguiente domingo y yo me encargaba cada semana de componerlo, imprimir las invitaciones e intentar repartir tantas como pudiera por la ciudad de Honolulú. Parecía que a aquel hermano nunca se le acababan los discursos públicos”.

Walter se dio cuenta de los reparos que sentía Ellis para hablar en público, por lo que solía llevarlo a un parque, y allí se esforzaban por mejorar su gramática y oratoria. Como dijo Ellis tiempo después: “Intentaba con mucha paciencia que se me pegase algo de él”.

Los comienzos del primer grupo

Aquella preparación iba a serle muy necesaria y valiosa, pues, a finales de 1915, el hermano Russell pidió a Walter Bundy que se hiciera cargo de otra asignación en Estados Unidos. Ellis Fox se quedó en Honolulú como único anciano del pequeño grupo de recién interesados. Fue entonces cuando comprendió que pasaría bastante tiempo antes de que pudiese retornar a su trabajo bien pagado en Canadá. Pero era un hermano celoso por la verdad y tenía la actitud correcta hacia quedarse en Honolulú y anteponer los intereses del Reino a los materiales.

Durante aquella primera etapa de la obra, Ellis también demostró humildad y modestia al atender sus responsabilidades. El estudio de la publicación El Tabernáculo o Sombras de los Sacrificios Mejores era complicado. Puesto que reconocía su falta de experiencia, él dejaba a la vista de todos lápiz y papel y anunciaba que, si había alguna pregunta que el grupo no pudiera contestar, se tomaría nota de ella para que durante la semana intentaran buscar la respuesta entre todos. No obstante, como era de esperar, solían dejar que el hermano Fox cargara con el peso de la investigación, por lo que este tenía que estudiar con diligencia para hallar las respuestas correctas.

Un taxista predicador

Una tiza y un taxi pueden parecer una combinación bastante extraña de instrumentos con los que esparcir el mensaje del Reino, pero no lo era para Ellis Fox. Mientras trabajaba de taxista, el hermano Fox testificaba a los demás conductores. Valiéndose de la tiza para escribir en el pavimento, ilustraba las promesas de Jehová y explicaba la cronología bíblica, como, por ejemplo, la duración de los Tiempos de los Gentiles. De este modo se suscitaban muchas preguntas que derivaban en animadas conversaciones.

Uno de aquellos taxistas, James Harrub, aceptó entusiasmado las verdades bíblicas y pidió más información. Devoró el libro La nueva creación y otros del juego de Estudios de las Escrituras, y quedó plenamente convencido de que el mensaje que contenían era la verdad de la Palabra inspirada de Dios.

Para 1918, Ellis conducía un estudio bíblico regular con James y su esposa, Dora, miembro de la Iglesia episcopaliana. Lo que despertó el interés de Dora fue un recorte de periódico que Ellis le había dado a su marido. Contenía un debate entre cierto “reverendo” llamado Troy y el segundo presidente de la Sociedad Watch Tower, Joseph F. Rutherford, durante el cual el hermano Rutherford demostró que las doctrinas de la Trinidad, el infierno y la inmortalidad del alma carecían de apoyo bíblico. Motivada por aquel artículo, Dora dio comienzo a más de cincuenta años de estudio concienzudo y aplicación de los principios bíblicos.

Se bautizan los primeros discípulos

Cuando James Harrub expresó su deseo de bautizarse, el hermano Fox consiguió la autorización para utilizar una vieja iglesia que ya no se usaba, cuyo baptisterio se hallaba situado bajo una trampilla. Sin embargo, la pila, hecha de metal, perdía agua por todas partes. Tras intentar tapar los agujeros con un soldador, los hermanos vieron que la única manera de que el depósito pudiera contener la cantidad de agua necesaria era abriendo el grifo al máximo. El hermano Fox relató: “Ya había concluido el discurso de bautismo y estaba de pie en el agua esperando a que James saliera del vestuario, cuando ocurrió algo que me sorprendió. Dora Harrub, aquella mujer atractiva y menuda de expresiva mirada, se agachó y me susurró al oído para que nadie más pudiera oírla: ‘Ellis, ¿puedo bautizarme yo también?’. ‘¡Claro que sí! —le contesté⁠—. Ahí tienes el vestuario.’ ¡Qué experiencia tan emocionante fue aquella tanto para su marido como para mí!”. De este modo, un 19 de noviembre de 1919, se bautizaron los dos primeros discípulos cristianos de Hawai.

El grupo de Estudiantes de la Biblia trasladó su lugar de reunión del Hotel Leonard, donde vivía Ellis, al hogar del matrimonio Harrub, en la calle Spreckles de Honolulú. Nueve personas asistían con regularidad a la sesión de “oración, alabanza y testimonio” de los miércoles y al estudio de La Torre del Vigía los domingos.

Un francmasón llega a ser Testigo

Durante la I Guerra Mundial, el hermano Fox trabajaba administrando un comercio. Cierto domingo por la mañana, mientras se encontraba en su casa en Honolulú, recibió la visita de David Solomon. El señor Solomon, que dirigía un taller mecánico en un puesto militar, necesitaba algunos materiales y quería saber si Ellis estaría dispuesto a abrir el almacén y atender su pedido, a lo que Ellis accedió.

El hermano Fox explicó: “Mientras me llevaba en coche al almacén, comentó que yo debía ser masón para ser tan servicial. Le expliqué que era ministro de los Estudiantes de la Biblia, y entonces me preguntó: ‘¿Da usted conferencias alguna vez fuera de su iglesia?’. ‘Si se me invita, sí’, contesté. Entonces me informó que era maestro de la logia masónica de Fort Schofield y me invitó a discursar allí. Como es lógico, no me atreví a decirle que jamás había pronunciado un discurso público. Utilicé una tabla parecida a la que aparece al comienzo del primer tomo de Estudios de las Escrituras. La preparación y presentación de aquella primera conferencia pública me dio la oportunidad de poner en práctica algunas de las cosas que aprendí del hermano Bundy”.

Desde entonces en adelante, David Solomon comenzó a reunirse con regularidad con el grupito de Estudiantes de la Biblia. A pesar de que tuvo que afrontar fuerte oposición, con el tiempo renunció a la orden masónica y fue bautizado por el hermano Fox.

Permutan puestos en la escuela dominical

El hermano Fox, hombre innovador y de gran iniciativa, siempre buscaba nuevas oportunidades de esparcir la verdad. Por ejemplo, solía entrar en las iglesias y escuelas dominicales, lo cual requería bastante denuedo de su parte, para, durante los servicios, plantear preguntas doctrinales. Así creaba allí, en la misma iglesia, la oportunidad de testificar a los feligreses.

Cierto domingo entró en una iglesia donde, debido a la ausencia del ministro, un señor apellidado Elder estaba dando una clase sobre el capítulo 24 de Mateo. Entonces el hermano Fox hizo algunas preguntas y dio algunos comentarios sobre el capítulo que se consideraba. El señor Elder quedó tan impresionado que pidió al hermano Fox, en presencia de todos, que le cambiara el puesto. De este modo, aquella escuela dominical pudo disfrutar de excelentes consideraciones bíblicas hasta el regreso del ministro, quien, por razones obvias, terminó abruptamente con ese sistema. Por su parte, el señor Elder dejó la iglesia y cedió su tienda en el centro de la ciudad para que el grupito de Estudiantes de la Biblia pudiera celebrar un estudio bíblico una noche por semana.

En 1922, al hermano Fox se le hizo necesario dejar Hawai y trasladarse a California. Tras encomendar la obra a James Harrub y al resto, dejó las islas en la confianza de que la obra se había asentado sobre cimientos pequeños pero sólidos.

Un italiano en Hawai

En 1923, la Sociedad despachó al hermano O. E. Rosselli, de Italia, en un viaje alrededor del mundo con el fin de fomentar la lectura de El Arpa de Dios, un libro editado para ayudar a los que comenzaban a estudiar la Biblia. Una de sus escalas fue Hawai. Rosselli era un hermano enérgico, celoso por la verdad, y visitó con El Arpa todas las islas principales, incluyendo la isla de Niihau, de propiedad privada y por lo general de difícil acceso.

El hermano Rosselli también fortaleció al pequeño grupo de hermanos hawaianos relatándoles algunas de las conmovedoras experiencias que había disfrutado durante sus viajes. Una de las personas a quienes testificó fue Amy Ing, mientras esta trabajaba en la tienda de su padre en Honolulú. Ella obtuvo un juego de Estudios de las Escrituras que atesoraría durante años. Con el tiempo se casó con Harry Lu, y ambos llegaron a ser apoyadores leales de la verdad del Reino.

Un budista aprende la verdad

A las reuniones para el estudio de la Biblia que se celebraban en casa del matrimonio Harrub, asistían, entre otros, Kameichi Hanaoka y Albert Kinoshita. Las diminutas semillas de la verdad que se sembraron en sus corazones brotaron hasta convertirse en gigantescos árboles de fe. Estos dos hermanos de lengua japonesa participaron en organizar el primer estudio en su idioma en 1924. Ambos permanecieron fieles en el servicio del Reino por el resto de su vida. Después de la II Guerra Mundial, el hermano Hanaoka colaboró en la reorganización de la obra en Japón, donde permaneció veinte años en el servicio a tiempo completo hasta su muerte, en 1971.

James Nako era un budista acérrimo, al igual que el resto de su familia, originaria de Okinawa. Un día, mientras curioseaba en una librería de Honolulú, encontró una Biblia y comenzó a leerla, aunque sin entender demasiado. De todos modos fue suficiente para hacerle abandonar el budismo y unirse a la Iglesia congregacionalista de Makiki.

James contó: “Leí que se iba a presentar una conferencia en japonés en el centro de la YMCA de Nuuanu, en Honolulú, sobre el tema ‘Millones que ahora viven no morirán jamás’. Era algo tan diferente a lo que había oído hasta entonces que decidí asistir. Llevé mi propia Biblia, tal como sugería el anuncio. Quedé muy impresionado con el orador, porque respondía con la Biblia a todas las preguntas que se le formulaban, de modo que rellené un papel indicando que deseaba estudiar la Biblia”. Así fue como se puso en contacto con el grupo de estudio integrado por los doce Estudiantes de la Biblia que se reunían en 1926. James Nako progresó rápidamente y se bautizó en julio de 1927.

Describiendo cómo era la testificación en Honolulú en 1927, el hermano Nako relató: “Tenía un viejísimo Ford T que había que arrancar a manivela. Llenaba el maletero de revistas Luz y Verdad y La Torre del Vigía en japonés. Las revistas se traducían en Japón y las recibíamos por solo el coste del envío. Las distribuíamos gratis, y preguntábamos a la gente si les gustaría estudiar la Biblia. Recuerdo que el hermano Hanaoka y yo recibíamos cerca de un millar de revistas al mes para su distribución”.

Dos muchachos “traviesos”

Al ver que su trabajo de cocinero los domingos le impedía participar en el servicio del campo, James decidió establecerse por su cuenta. Sin embargo, esto le absorbía demasiado tiempo y, como consecuencia, cayó en la inactividad espiritual.

No obstante, seguía muy preocupado por el bienestar espiritual de su familia y, por esa razón, pidió al hermano James Watson que estudiara la Biblia con ella. El hermano Watson cumplió pacientemente con esta asignación.

El hermano Nako explicaba: “Cuando llegaba la hora de estudiar, mis dos hijos, Richard y Tommy, un poco traviesos, solían escaparse por la ventana del dormitorio y esconderse fuera. Adeline, mi hija mayor, y yo, teníamos que buscarlos por todos los alrededores, y casi siempre les encontrábamos en un parque que había al final de la calle”. Hasta este día, Adeline sirve de misionera en Japón, lo mismo que sus dos “traviesos” hermanos y sus esposas.

¿Volvió su padre a estar activo en la obra de predicar el Reino? Sí, y participó con frecuencia en el servicio de precursor auxiliar hasta su muerte, en 1972. Su viuda, Alice, participa a menudo en este mismo servicio en Honolulú.

Pero volvamos al tiempo en que la familia Nako tenía que afrontar oposición familiar debido a que su manera de vivir cristiana difería radicalmente de la adoración de antepasados tradicional entre los nativos de Okinawa. Sus parientes no podían entender por qué la familia Nako no tomaba parte en algo que para ellos era tan insignificante, como quemar incienso en los funerales y en otras ocasiones en honor a los difuntos. Les preguntaban: “¿Por qué creéis en eso?”; y, antes de que se construyese el Salón del Reino en Honolulú en 1935, se burlaban de ellos, preguntándoles: “¿Dónde tenéis vuestra iglesia?”. A pesar de todo, James Nako y su esposa ayudaron a varios de sus parientes de tres generaciones distintas a aprender la verdad.

“Un fuego ardiendo en mis huesos”

Joseph Dos Santos, de raíces portuguesas, se crió en Hawai en el seno de una familia católica. A la temprana edad de doce años, ya había perdido la fe en la iglesia. Tras asistir al Instituto Quiropráctico de Berkeley (California) en 1927, se mudó a Inglewood (California). Buscaba con sinceridad la verdad bíblica y por eso dedicaba su tiempo libre a escuchar programas radiofónicos religiosos y visitar diversas iglesias. Pero nada de esto contribuyó a llenar el vacío espiritual que tenía ni a hallar alguna satisfacción.

Esa sensación se desvaneció cuando, en 1929, su patrona le prestó una revista Luz y Verdad que trataba sobre la Inquisición católica. Él contó: “Lo que leí en aquella revista alteró por completo mi perspectiva de la vida. Comenzó a llenar mi vacío. Un Estudiante de la Biblia supo de mi interés y me dio más publicaciones. En poco tiempo llegué al convencimiento de que había hallado la verdad”.

Durante aquel año, Joseph regresó a Hawai para ejercer de quiropráctico, pero continuó devorando las verdades bíblicas que se explicaban en las publicaciones de la Sociedad. “Al igual que le sucedió a Jeremías, la verdad bíblica era para mí como un fuego ardiendo en mis huesos —declaró⁠—, y no podía callarme.” (Jer. 20:⁠9.) Aunque estaba solo y sin contacto alguno con los demás Estudiantes de la Biblia hawaianos, comenzó por iniciativa propia a visitar a la gente en sus hogares en el distrito de Aiea de la isla de Oahu. Organizó entusiasmado un grupo de estudio con unos cuantos inmigrantes filipinos, y para 1931 la asistencia ascendía a 22 personas. Como no había publicaciones disponibles en su idioma, el hermano Dos Santos leía los textos en su Biblia en inglés y luego pedía a los estudiantes que los leyesen en sus Biblias filipinas.

Su testificación activa no pasó inadvertida al clero. Al poco tiempo, el cura católico de Aiea se encargó de hacer circular el rumor de que el hermano Dos Santos estaba pupule (“loco” en hawaiano), por lo que se le llegó a conocer en toda la comarca como Pupule Joe.

Cierto día, en casa de un amigo, Joseph descubrió sorprendido un libro Profecía. Hasta entonces había estado convencido de que era la única persona en todo Hawai que tenía libros de los Estudiantes de la Biblia. Preguntó ansiosamente a su amigo cómo lo había obtenido. ¡Qué agradable sorpresa fue enterarse de que James Watson y otros cinco Estudiantes de la Biblia estaban activos en las islas!

Una decisión trascendental

“Afrontaba un momento decisivo en mi vida —relató el hermano Dos Santos⁠—. Comprendí que debía tomar una determinación: o bien me dedicaba a mi profesión de quiropráctico, con la que podía contribuir al alivio temporal de las personas enfermas, o me dedicaba a la obra de hacer discípulos, que redunda en beneficios eternos para la humanidad.” Convencido de las palabras de Jesús sobre el yugo suave del discipulado cristiano, oró a Jehová. (Mat. 11:29, 30.) Le faltó tiempo para comunicarle a David Solomon, el superintendente del almacén de literatura de la Sociedad en Honolulú, que había decidido dedicarse a la obra de testificar y que quería predicar las islas periféricas de Hawai, dejando Honolulú para los otros seis Estudiantes de la Biblia. Aunque nadie había llevado las buenas nuevas fuera de la isla de Oahu, el hermano Solomon quedó convencido de la resolución de este joven y acondicionó una furgoneta para que le sirviera de vivienda en su obra de repartidor. Así fue como, en 1929, Joseph Dos Santos dio comienzo a su carrera de predicador a tiempo completo. Algún tiempo después, contó: “Durante tres años y medio fui de un lado a otro plantando las semillas de la verdad por todo el archipiélago de Hawai en mi furgoneta Dodge, modelo de 1927, sin que ni siquiera se me pinchara una rueda”.

En vista de lo extenso del territorio y de que trabajaba solo, el hermano Dos Santos se concentró principalmente en propagar el mensaje por medio de ofrecer publicaciones. Joseph describió por escrito cómo se efectuaba aquella obra: “Debido al paso al que avanzaba la obra del Reino por aquel entonces, los Estudiantes de la Biblia usábamos grandes maletas o bolsas para llevar la munición espiritual. La gente era amable, no había insultos ni portazos. ¡Aquello era pan comido! Las personas se alegraban de vernos y en seguida contribuían un dólar por cuatro libros, que solía ser la oferta. Por entonces, yo era joven y fuerte, y podía caminar kilómetros por caminos de montaña o subir laderas cargado con dos bolsas llenas de libros; así disfruté de muchas experiencias extraordinarias. En algunos lugares, especialmente en el distrito de Kohala, en la Isla Grande, los caminos eran tan escarpados que no podía conducir y, en ocasiones, ni siquiera caminar. Hubo veces en que casi tuve que arrastrarme para llegar a algunos hogares. Incluso llegué a dejar una considerable cantidad de víveres espirituales en la colonia de leprosos de Molokai”.

Joseph se atenía a un horario riguroso, predicaba seis días a la semana y solía dedicar unas doscientas treinta horas al servicio cada mes. Durante los tres años y medio que trabajó solo en el archipiélago de Hawai, distribuyó 46.000 publicaciones.

A su regreso a Honolulú en 1933, el hermano Dos Santos informó al hermano Solomon que su siguiente proyecto era viajar alrededor del mundo para difundir las buenas nuevas. Sin embargo, los acontecimientos tomaron otra dirección y solo llegó hasta las islas Filipinas, donde permanecería los siguientes diecisiete años. Durante ese período soportó intensa oposición, incluyendo tres años de cruel encarcelamiento a manos de las fuerzas de ocupación japonesas durante la II Guerra Mundial.

En 1949, el hermano Dos Santos regresó con su familia a Hawai, donde continuó con su esposa en el servicio de precursor hasta el fin de su carrera terrestre en 1983, a la edad de ochenta y ocho años. Su determinación y ardiente celo misional tuvieron un considerable impacto en la obra del Reino, tanto en Hawai como en Filipinas.

Oficina sucursal, y primer “Salón del Reino” del mundo

Después de ocho años de servicio en el Betel de Brooklyn, Don y Mabel Haslett fueron asignados a Honolulú en la primavera de 1934 para ayudar al pequeño grupo de hermanos activos a cumplir con su comisión de testificar. Casi de inmediato se abrió una sucursal de la Sociedad Watch Tower, y el hermano Haslett fue nombrado superintendente de la misma. Al año siguiente, el presidente de la Sociedad Watch Tower, J. F. Rutherford, visitó las islas y aprobó la compra de un terreno en la esquina de las calles Pensacola y Kinau, en la ciudad de Honolulú, donde se construiría la nueva sucursal. También celebró la Conmemoración en una casa alquilada de la calle Young, donde ya se habían reunido en otras ocasiones. Asistieron 25 personas.

Dándose cuenta de las enormes posibilidades de aumento en las islas, el hermano Rutherford dispuso además que los hermanos construyesen un salón de reuniones junto al nuevo edificio de la sucursal. James Harrub le preguntó: “¿Cómo vamos a llamarlo cuando lo terminemos?”, a lo que el hermano Rutherford respondió: “¿No te parece que deberíamos llamarlo ‘Salón del Reino’? A fin de cuentas, eso es lo que hacemos, predicar las buenas nuevas del Reino”. Así fue como, en 1935, se acuñó el nombre con el que se designaría a los miles de centros donde se reúnen los testigos de Jehová por todo el mundo. Aquella pequeña casa de adoración situada en el número 1228 de la calle Pensacola, que desde entonces ha sido ampliada y remodelada tres veces, posee la honrosa distinción de ser el primer local que recibió el nombre de “Salón del Reino”.

“Mi salud mejoró”

En enero de 1933, James y Dora Harrub vieron por fin cumplido su largamente acariciado sueño de servir de precursores. Durante el primer año permanecieron en Honolulú, mientras se construía la casa remolque que les serviría de hogar. Una vez terminada, se trasladaron a la isla de Maui. En seis meses predicaron toda la isla, distribuyendo publicaciones y empleando el gramófono para que la gente escuchara discursos bíblicos grabados. Después pasaron un año entero en la Isla Grande de Hawai, que abarcaron por completo, aunque con escasos resultados.

En 1936, se mudaron a la isla de Kauai y se establecieron cerca de Kapaa, en la zona oriental. A James le gustó tanto la gente de la isla que escribió a la Sociedad pidiendo permiso para quedarse en Kauai indefinidamente. El permiso les fue concedido.

Cuando James y Dora comenzaron a servir de precursores, ambos tenían problemas de salud. Dora explicó: “Mi salud mejoró con el servicio de precursor, y ya no me preocupé más por ella”. Gracias a la ayuda de Jehová, pudieron continuar en el ministerio a tiempo completo durante toda su vida, disfrutando de muchísimas bendiciones. El espíritu abnegado y la fe inquebrantable de esta pareja les hizo acreedores al respeto y el afecto de la gente de Kauai, donde, aún hoy, muchas personas les recuerdan con aprecio. A la muerte de James en 1954, Dora vendió su hogar y, como hubiera sido de esperar en ella, utilizó el dinero para financiar la construcción de un Salón del Reino en Kapaa, en la isla de Kauai. En 1984, Dora Harrub terminó su carrera terrestre a la edad de noventa y cuatro años, cuando aún era precursora regular. Tanto ella como su marido tenían la magnífica esperanza de recibir su galardón en el cielo.

Un automóvil con equipo sonoro difunde el mensaje

Entre tanto, en 1935, unos hermanos australianos ayudaron al matrimonio Haslett a adquirir un automóvil, marca Plymouth, en el que se instaló un equipo sonoro. Un altavoz colocado sobre el techo difundía una conferencia pública en inglés, japonés, iloko o tagalo, mientras el automóvil recorría las calles. Durante aquel año, más de diecisiete mil personas oyeron acerca de Jehová por este medio. Al concluir los discursos se hacían visitas de casa en casa por todo el vecindario a fin de divulgar el mensaje impreso.

Este método de predicar se introdujo en el momento justo, porque los opositores, encolerizados por la visita del hermano Rutherford a Honolulú en 1935, presionaron a la emisora de radio local para que dejase de emitir sus discursos. No obstante, parece ser que el mensaje alcanzó mayor difusión mediante el automóvil con equipo sonoro que con la radio.

Un precursor se muda a Hawai

Eddie Medalio llegó a Honolulú en 1936 para fortalecer al pequeño grupo de publicadores. Después de bautizarse en 1932 en Los Ángeles (California), escribió a las oficinas centrales de la Sociedad en Brooklyn manifestando su deseo de viajar a su país natal, Filipinas, a sus propias expensas, con el objeto de predicar a tiempo completo en Manila. Sin embargo, la Sociedad le recomendó que se trasladara a Hawai y sirviera de precursor allí, con los Haslett, a fin de llevar las buenas nuevas a la numerosa comunidad filipina de las islas.

Como Eddie era un veterano de la I Guerra Mundial, se pagó el pasaje hasta Honolulú con la pensión que cobraba de la Marina. Don y Mabel, encantados de que llegaran refuerzos, recibieron a Eddie calurosamente y le alojaron en la sucursal. Con el tiempo, Eddie se casó con una hermana llamada Eulalie, y la pareja marchó a su asignación en Hilo, donde Eddie fue nombrado superintendente de la pequeña congregación de aquella ciudad. En el servicio de precursor, el matrimonio Medalio abarcó muchos de los pueblos más aislados y las comunidades étnicas de braceros de las plantaciones de caña de azúcar, llamadas campamentos.

El lema de Eddie era: “Confía en Jehová con todo tu corazón”. (Pro. 3:⁠5.) Lo repetía constantemente durante todo el día, tanto a sí mismo como a otros, y cuando algún joven le pedía ayuda, lo incluía invariablemente en su consejo. A lo largo de su vida demostró que se regía por esas palabras inspiradas. Su celo era infatigable, y rebosaba ganas de vivir y entusiasmo por la adoración a Jehová. También se le recuerda con cariño por su buen humor y actitud positiva, a pesar de los problemas que tenía que afrontar. Su risa fácil y contagiosa llegó a ser una de sus características más distintivas. Muchos jóvenes que apreciaban el interés profundo y sincero que les mostró, le llamaban cariñosamente “Abuelo”.

El hermano Medalio sirvió de precursor regular hasta su muerte, a causa de una neumonía y otras complicaciones, el 3 de enero de 1990. Tenía noventa y tres años, cincuenta y ocho de los cuales los había pasado sirviendo a Jehová de toda alma. Hasta el fin de su vida mantuvo su lucidez y devoción inquebrantable a Jehová. En el último informe de servicio que entregó, tan solo dos días antes de su muerte, anotó: “Mi espíritu está dispuesto, pero mi carne está cada vez más débil. Continúo pidiendo ayuda a Jehová”.

Para los hermanos de Hawai ha sido una auténtica bendición asociarse con algunos de estos hermanos ungidos de Cristo, muchos de los cuales han gastado su vida y energías en el servicio de Jehová llevando la delantera en la obra del Reino. Después de toda una vida dedicada a ese fin, se puede decir de ellos sin lugar a dudas: “Felices son los muertos que mueren en unión con el Señor desde este tiempo en adelante. Sí, dice el espíritu, que descansen de sus labores, porque las cosas que hicieron van junto con ellos”. (Rev. 14:13.)

Nace la segunda congregación

En 1939 la cantidad de publicadores aumentó de manera sobresaliente hasta llegar a 30, en comparación con los 18 del año anterior. Por ello, se formó una segunda congregación en Hilo.

La obra de testificar recibió un nuevo impulso gracias a las marchas de información en las que los publicadores llevaban carteles anunciando los discursos grabados que se iban a escuchar en Hilo y Honolulú. El programa de alimentación espiritual que disfrutaba el pueblo de Jehová también incluyó la recepción por onda corta de los discursos radiados del hermano Rutherford, que pudieron oírse en el Salón del Reino de Honolulú y en las islas periféricas. Teniendo en cuenta que tan pocas personas se habían puesto de parte de Jehová en las islas, oír el mensaje de la verdad difundiéndose a tan gran escala infundió gran ánimo a los hermanos.

El ataque a Pearl Harbor

“Nos dirigíamos en una camioneta a Pearl City, una población inmediatamente después de Pearl Harbor, donde nos proponíamos pasar un día de testificación —relató Mabel Haslett con relación al 7 de diciembre de 1941⁠—, pero al llegar a la carretera de Pearl Harbor, la encontramos cortada por la policía y una imponente humareda. ¡Había estallado la guerra!” El ejército japonés acababa de lanzar su devastador ataque aéreo contra Pearl Harbor, con el que prácticamente redujo a cenizas a la flota americana anclada allí. Mabel prosiguió: “Unos días después, llamaron a la puerta. Cuatro hombres armados se llevaron a Don a la comandancia militar para interrogarlo. Se había impuesto la ley marcial. A medida que un oficial tras otro le bombardeaba con preguntas, Don contestaba citando de la Biblia. Uno de ellos le dijo irritado: ‘No mezcle la Biblia en esto’. ‘No puedo evitarlo —replicó Don⁠—, es mi defensa.’ Por fin, el que estaba al mando se levantó, aparentemente satisfecho, y bien pasada la hora del ‘apagón’, trajeron a Don a casa. [...] Aunque de vez en cuando nos molestaban, la obra siguió adelante”.

Con la II Guerra Mundial vinieron el racionamiento de combustible, apagones al anochecer, toques de queda y dificultades para efectuar envíos. Con todo, el pequeño grupo de publicadores y precursores esparcido por las islas continuó con la obra de predicar. De hecho, en 1942 los precursores James y Dora Harrub escribieron a la sucursal: “Antes del ataque a Pearl Harbor, muchas personas aceptaban las publicaciones, pero, en general, les parecía imposible que algo grave pudiera ocurrir en Hawai. Ahora todo eso ha cambiado, y con frecuencia surgen preguntas respecto al futuro inmediato, etc. Cuando se les explica que las publicaciones de la WATCH TOWER contienen las respuestas, están más dispuestos a obtenerlas”.

La isla de Molokai y 20 kilogramos de carga

Poco después de aprender la verdad en Honolulú y del ataque a Pearl Harbor, Harold Gale recibió su primera asignación de precursor. Él relató: “Mi asignación era la isla de Molokai, donde nunca había estado. No tenía más compañía que la de mi maleta, y ni siquiera sabía dónde iba a pasar la primera noche. Pero gracias a la ayuda de Jehová, pude alojarme en casa de uno de los hawaianos más prominentes de la isla. Poco después, me consiguió una casa enorme, con casi media hectárea de terreno y dieciséis cocoteros, por la que solo tenía que pagar siete dólares mensuales de alquiler. Estaba situada justo enfrente de la playa, a unos ocho kilómetros al sur de la ciudad portuaria de Kaunakakai”.

Como no disponía de ningún medio de transporte, Gale caminaba unos 30 kilómetros al día con una maleta cargada de libros, folletos y revistas en hasta seis idiomas, y un gramófono con 11 discos en otros tantos idiomas, todo lo cual debía pesar cerca de 20 kilogramos. En muchas ocasiones, los filipinos preguntaban si podían adquirir los discos, e incluso le quisieron comprar el gramófono. Algún tiempo después, un hermano de Oahu envió a Gale una bicicleta, con la que llegó a recorrer hasta 60 kilómetros en un día. Norman Chock, un hermano chino, fue a servir de precursor con él y se llevó su automóvil, marca Willys. Aunque por causa de la guerra el racionamiento de gasolina era de 38 litros al mes, abarcaron toda la isla como auténticos pioneros. A los tres meses ya conducían 18 estudios bíblicos.

En el norte de la isla se encuentra situada la colonia de leprosos de Kalaupapa, a la que solo se puede acceder en barco, avión, o descendiendo por un pali (como se denomina a los riscos en Hawai) de 600 metros de altura. El hermano Gale explicó: “Bajé, cargado con dos maletas de libros, por la escarpada pendiente y dejé 65 libros Hijos al señor Anderson, que estaba al cargo de la colonia. Él me prometió que los entregaría a los leprosos, con quienes no pude hablar personalmente”.

La Isla Grande de Hawai

Shinichi y Masako Tohara fueron dos de los que entraron en la verdad durante aquellos turbulentos años de la guerra. El hermano Tohara obtuvo sus primeras publicaciones en 1935 y presenció a los testigos que portaban carteles por las calles de Hilo en 1938. Más tarde, el hermano Ralph Garoutte comenzó a estudiar con él y, al cabo de solo un mes, Shinichi empezó a testificar a sus amigos durante la hora del almuerzo en su lugar de empleo, la destilería de sake de Hilo.

Sobre su primera experiencia en la predicación de casa en casa, Shinichi cuenta: “Una mañana de marzo de 1942, preparé una cartera y la llené de libros hasta los topes. Me había resuelto a salir a predicar con mi hijo Loy. Llegué a la primera casa y golpeé la puerta, pero lo cierto es que mi corazón golpeaba más fuerte aún. No recuerdo exactamente cómo salí de aquella primera visita, pero no tuve el valor de llamar a la siguiente puerta; me volví a casa”. Gracias a la ayuda de Testigos más experimentados, la desconfianza de Shinichi se disipó en poco tiempo. Al mes siguiente, dejó su trabajo durante una semana para unirse a los precursores que estaban predicando los territorios alejados de Waimea y Kohala. ¡Cuánto disfrutó! El 19 de abril de 1942, él y su esposa se bautizaron en las tranquilas aguas de la bahía de Hilo.

Acordándose de la parábola de Jesús sobre el comerciante viajero que vendió prontamente todo cuanto tenía para obtener la perla de gran valor, un mes después de su bautismo el matrimonio Tohara vendió sus pertenencias y comenzó a construir una casa remolque. En junio se les asignó a servir de precursores en el distrito rural de Pahala, situado en la parte volcánica de la Isla Grande de Hawai. Después de trabajar esta zona aislada, se les asignó al distrito de Kona, donde tuvieron que abrirse paso por numerosos senderos de montaña para llevar las buenas nuevas a los humildes cafetaleros.

“César dice que no podemos edificar”

Debido a la creciente asistencia a las reuniones, el Salón del Reino de Honolulú solía estar abarrotado. Era evidente que hacía falta un lugar de reunión más grande, de modo que decidieron construirle un anexo al primer salón del mundo en recibir el nombre de “Salón del Reino”. Sin embargo, en 1943 los materiales de construcción escaseaban y Hawai estaba bajo la ley marcial. Por lo tanto, el gobierno militar denegó los permisos para efectuar la ampliación.

Mabel Haslett relató: “Un día, al llegar a casa, encontré a Don sentado, muy serio, con una carta en la mano. Era una autorización del hermano Knorr, el recién nombrado presidente de la Sociedad, para construir un Salón del Reino en el terreno de la sucursal. Don dijo: ‘César dice que no podemos edificar. La organización de Jehová dice que edifiquemos. Bien, vamos a edificar’”.

Fortalecidos por el espíritu de Jehová, los hermanos superaron todos los obstáculos. Trabajaron día y noche, acarreando arena de las playas y piedra de las montañas. La compañía de ferrocarriles de Oahu vendió raíles de acero desechados a bajo precio, y en un basurero se encontró madera para el encofrado y vaciado del cemento.

Ni siquiera las hermanas escatimaron esfuerzos: lijaron el óxido de los raíles y los pintaron. Un amigo de Harry Lu prestó su soldador a gasolina, y, aunque el combustible seguía racionado, siempre hubo suficiente para soldar los raíles y convertirlos en vigas.

Uno de los voluntarios, Harold Gale, explicó: “Consultamos a un contratista cuánto nos hubiera costado el edificio de haberlo encargado a una empresa constructora, y cuánto se tardaría en construirlo. Tasó la obra en unos 17.000 dólares y nos dijo que podría completarse en un año y medio. Al finalizar las obras, calculamos que el costo real fue de alrededor de 700 dólares, incluyendo las comidas para 65 hermanos, ¡y lo acabamos en solo tres meses!”.

Llegan los primeros misioneros

El fin de la II Guerra Mundial halló a los hermanos disfrutando de prosperidad espiritual. En 1946, se alcanzó un máximo de 129 publicadores, más del doble de los que había cuando el ataque a Pearl Harbor cinco años atrás, y se bautizaron 38 nuevos hermanos.

Durante el período posbélico, la visita de los hermanos Nathan H. Knorr y Milton G. Henschel, de la central de la Sociedad en Nueva York, fue decisiva. Ellos recomendaron que se asignaran a Hawai misioneros preparados en la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, con el fin de acelerar la obra.

El día 27 de septiembre de 1947, Martha Hess y Ruth Ulrich, graduadas de la séptima clase de Galaad, recibieron a su llegada a Hawai la tradicional bienvenida en el puerto, con las típicas bailarinas hawaianas meciéndose al son de la suave música que tocaba la Royal Hawaiian Band. Tan entusiasmados estaban los hermanos con la llegada de las misioneras, que prácticamente las cubrieron con collares de flores.

La labor abnegada y concienzuda de estas dos hermanas fue como una agradable fragancia que el pueblo hawaiano agradeció, y que contrastaba con el sabor amargo que dejaron tras sí los misioneros de la cristiandad. Martha recuerda las palabras de un humorista, que dijo, no sin cierto resquemor: “Los primeros misioneros que llegaron a las islas te daban una Biblia, te decían que elevaras tu vista hacia el gran Dios del cielo y, mientras mirabas hacia arriba, te arrebataban tu tierra”.

Cuando llegaron aquellas dos primeras graduadas de Galaad, los 129 publicadores hawaianos estaban agrupados en tres congregaciones en Oahu (Honolulú, Maili y Waimea) y dos en la Isla Grande de Hawai (Hilo y Kona), además de algunos grupos más pequeños en Kauai, Maui y Molokai.

Por diez años y medio, las dos misioneras trabajaron en Hawai y ayudaron a muchas personas a encaminarse hacia la vida. Gracias a su buen ejemplo y a su entusiasmo por el ministerio, muchos jóvenes se sintieron impulsados a servir de precursores. En 1957, Martha y Ruth se mudaron a su nueva asignación en Japón, donde aún son compañeras en el servicio misional.

Cuando surgieron dificultades en Japón, el hermano Knorr escribió una carta, preguntando: “¿Hay algún hermano hawaiano dispuesto a mudarse a Japón?”. Jerry y Yoshi Toma, Shinichi y Masako Tohara y Elsie Tanigawa, todos ellos hawaianos de ascendencia japonesa, se ofrecieron voluntarios. Al escribir al hermano Knorr, Don preguntó: “Y bien, ¿qué hacemos los Haslett?”, de modo que también se les incluyó a ellos en el grupo. Con el tiempo, aquel grupo de siete hermanos aumentó a nueve, ya que las dos hijas del matrimonio Tohara, que les acompañaron a la escuela de Galaad y luego a Japón, también llegaron a ser misioneras. Todos ellos permanecen en sus respectivas asignaciones en Japón, con la excepción de los Haslett, cristianos ungidos que ya han terminado su servicio terrestre.

Un genuino espíritu de precursor

Como la obra estaba bien organizada en Oahu, ya se podía dar atención a los territorios que no se habían trabajado en las demás islas. Había llegado el momento para que hermanos dispuestos y celosos llevaran el mensaje de las buenas nuevas a estos lugares aislados. Sin embargo, servir de precursor en los años cincuenta podía ser una verdadera prueba.

John Ikehara se mudó a Kona, en la Isla Grande de Hawai, el 1 de abril de 1955, con el fin de apoyar al pequeño grupo que se reunía allí. Ya que no pudo conseguir un empleo de media jornada, se alimentaba principalmente de verduras y frutas que cultivaba en el jardín del Salón del Reino. John conducía un estudio con un filipino que vivía en una plantación de café, y contó: “Se me irritaban los ojos con el humo de la lámpara de queroseno. Él daba las respuestas en inglés pero leía los párrafos en iloko”. John disfrutaba especialmente de este estudio, y por más de una razón. Él explicó: “Cada semana, antes de estudiar, insistía en que comiéramos primero”. Era algo que John apreciaba mucho porque así complementaba con algunas proteínas su dieta, básicamente vegetariana.

Experiencias como esta, en Kona, proporcionaron a John un excelente fundamento para su posterior servicio misional en Japón, donde permaneció hasta su muerte. Lejos de quejarse, John escribió en cierta ocasión: “Doy gracias a Jehová por las muchísimas bendiciones con las que me ha colmado a mí y a miles de hermanos más. También estoy agradecido a la Sociedad por la ayuda que siempre me ha prestado y por su paciencia conmigo”.

En otoño de 1954, el entonces superintendente de la sucursal, Keith Stebbins, preguntó a Nathaniel Miller, un misionero de Japón que se encontraba en Hawai debido a la salud de su esposa, si estaría dispuesto a servir de precursor especial en Kekaha, en la isla de Kauai.

Aunque carecían de automóvil, imprescindible para una asignación rural como aquella, Nat Miller y su esposa, Allene, concordaron en mudarse de inmediato. En vista de que la salud de Allene le impedía llegar al requisito de horas para los precursores especiales, tuvieron que vivir con la pequeña ayuda que percibía Nat en su servicio de precursor especial, 30 dólares al mes.

El problema del transporte quedó resuelto cuando Harry Lu regaló a la pareja un automóvil Dodge de más de veinte años. El cigüeñal estaba tan gastado que no podía pasar de 40 kilómetros por hora; aun así, nunca les falló. Sin embargo, había veces que tardaba casi media hora en arrancar.

Ya que disponían de muy poco dinero para comprar gasolina, concentraron su actividad en las poblaciones más cercanas al Salón del Reino, Kekaha y Waimea. Aproximadamente un año después, cuando Allene pudo comenzar a servir de precursora especial, empezaron a trabajar Hanapepe, Port Allen y Koloa. Se llevaban la comida y la cena y testificaban durante todo el día en Koloa, y luego conducían estudios hasta las diez de la noche. Al poco tiempo, la cantidad de publicadores de la congregación de Kekaha se había duplicado, y se formó una congregación nueva en la cercana Koloa.

Cientos de delegados vienen a Hawai

Para los hermanos hawaianos fue emocionante saber que iban a ser los anfitriones de cientos de delegados que se hallaban haciendo un viaje alrededor del mundo organizado por la Sociedad con motivo de las asambleas “Buenas Nuevas Eternas” de 1963. El programa se celebró en el Waikiki Shell, un auditorio en forma de anfiteatro situado junto a la famosa playa de Waikiki.

Los hermanos disfrutaron muchísimo del compañerismo amigable de tantos visitantes. Más de seis mil personas asistieron al discurso público que presentó el hermano Knorr, que además se televisó en directo para todas las islas. La comunidad no pudo sustraerse al hecho de que los testigos de Jehová integran un pueblo verdaderamente internacional. Otra razón por la que los delegados disfrutaron tanto de la asamblea fueron los alrededores paradisiacos en los que se celebró: el auditorio estaba emplazado al pie del famoso volcán Diamond Head, y los suaves vientos alisios acariciaban a los asistentes.

Nuevo superintendente de sucursal

Tras asistir al curso especial de la Escuela de Galaad para superintendentes de sucursal, Keith Stebbins y su esposa fueron asignados a la República Dominicana en 1964. Durante sus once años de servicio en Hawai, el hermano Stebbins pudo ver cómo Jehová bendecía la obra con un notable aumento. La cantidad de publicadores creció a más del doble, de 770 a 2.064, y las congregaciones se triplicaron: de 12 a 37. Sus excelentes dotes de organización consolidaron la obra en las islas y sentaron las bases para un mayor aumento en el futuro.

En la asamblea de distrito “Fruto del Espíritu” que se celebró en Hilo en 1964, el hermano Knorr anunció que el nuevo superintendente de sucursal sería el hermano Robert K. Kawasaki. Hasta entonces, el hermano Kawasaki, nacido y criado en Hawai, había estado sirviendo de superintendente de distrito, tras graduarse de la Escuela de Galaad en 1961.

Algo faltaba

En 1965, los hermanos de la sucursal se sintieron preocupados, y a la vez sorprendidos, al ver que los informes de los tres primeros meses del año de servicio indicaban sucesivos descensos en la cantidad de publicadores. Eso era particularmente extraño, teniendo en cuenta que Hawai siempre había disfrutado de un aumento constante.

Por recomendación del hermano Knorr, se condujo una reunión especial con algunos de los superintendentes de circuito y distrito. Tras nueve horas de ardua deliberación y oración, se llegó a la conclusión de que el descenso podía atribuirse a dos factores principales: materialismo y debilidad espiritual.

Por aquel entonces, la economía de Hawai, y en especial el sector de la construcción, se hallaban en plena expansión debido al turismo, lo cual provocó un vertiginoso aumento del coste de la vida. Varios hermanos cedieron a la tentación del pluriempleo. Algunas hermanas comenzaron a trabajar a jornada completa, y muchos jóvenes preferían buscar un trabajo antes que servir de precursores. Incluso hermanos con responsabilidades en las congregaciones comenzaron a estar excesivamente preocupados por las ganancias materiales.

Sin embargo, un problema aún más grave y arraigado era la falta de espiritualidad. Había muchos hermanos que ni leían la Biblia cada día ni consideraban el texto diario. Algunos padres ni siquiera estudiaban con sus hijos.

¡Qué oportuno fue el consejo que dio el hermano Knorr desde la central mundial! Él dijo: “Tenemos que dar tanto consejo espiritual como podamos a fin de edificar la ESPIRITUALIDAD de las congregaciones. Cuando los hermanos estén fuertes en sentido espiritual, serán regulares en la predicación. A su vez, el servicio del campo fortalece la propia espiritualidad. Sin embargo, nadie puede estar fuerte en dicho servicio si no se alimenta de cosas espirituales”.

Se destaca la importancia del alimento espiritual diario

En vista de aquellas instrucciones tan oportunas, se decidió que los superintendentes viajantes recalcaran la importancia de alimentarse cada día en sentido espiritual. En las congregaciones se dio especial énfasis a la lectura de la Biblia cada día, al estudio de familia regular y a la consideración del texto diario. Se inició una campaña para distribuir el Anuario (que en aquel tiempo incluía el texto del día), con el fin de que todos los publicadores y estudiantes de la Biblia tuvieran su propio ejemplar.

También se hicieron planes para que la asamblea de distrito anual se celebrase en todas las islas principales de Hawai. De este modo, casi todos los hermanos podrían asistir sin necesidad de invertir mucho dinero en un pasaje aéreo a Honolulú.

El que se recalcara de esta manera la importancia de la espiritualidad en la vida personal de los hermanos comenzó a rendir resultados excelentes. En 1966 hubo un aumento del 4% en la cifra de publicadores, y entre los años 1967 y 1969, se registró un incremento del 10% anual. ¡Qué cierto es que el aplicar con prontitud las instrucciones procedentes de la organización de Jehová resulta en Su bendición!

A mayor espiritualidad, mayor celo cristiano. Esto se hizo patente entre los jóvenes en particular. Muchos comenzaron a esforzarse por alcanzar mayores privilegios de servicio. Durante el año de servicio de 1968, la ardua labor de diez precursores se vio recompensada: a unos se les invitó a la Escuela de Galaad, y a otros al Betel de Brooklyn y al servicio misional en Micronesia.

Se da mayor empuje a la obra en Micronesia

Poco antes de la visita de zona que el hermano Knorr realizó en abril de 1968, una importante compañía aérea anunció en el periódico Honolulu Star Bulletin que tendría vuelos regulares entre Hawai, Micronesia y Guam. Ya que las islas Marshall (en el extremo oriental de Micronesia) habían sido asignadas recientemente a la sucursal de Hawai, los hermanos de la sucursal le mostraron el artículo al hermano Knorr. El hermano Kawasaki cuenta: “Vi cómo se le iluminaba la mirada mientras visualizaba mentalmente las posibilidades de expansión que supondría esta nueva ruta para los siete distritos de Micronesia y Guam”. Tras reflexionar unos momentos, se dirigió al hermano Kawasaki y le dijo: “El hermano [Nathaniel] Miller puede servir de superintendente de circuito en estas islas, y tú podrías turnarte con él para ir también”.

Micronesia la constituyen unos dos millares de islas (97 de ellas habitadas) esparcidas por una superficie de casi ocho millones de kilómetros cuadrados de océano al oeste de Hawai. Cada distrito tiene su propio idioma, pero hay que tener en cuenta que Japón ocupó la mayor parte de esta zona por concesión de la Sociedad de Naciones al término de la I Guerra Mundial. En consecuencia, por espacio de unos veinticinco años, se enseñó el japonés en las escuelas, y muchas personas del territorio dominaban ese idioma. El hermano Miller, que había estudiado japonés mientras servía de misionero en Japón, era el hombre idóneo para viajar por estas islas.

Todo esto preparó el camino para que se asignaran Guam y los demás territorios de Micronesia a la sucursal de Hawai a partir del 1 de enero de 1969. Debido a su proximidad geográfica con estas islas, Hawai parecía estar en la mejor situación para atenderlas y mantenerse en contacto estrecho con los escasos publicadores de este campo recién abierto. Mientras el hermano Miller servía de superintendente de circuito en las islas, el hermano Kawasaki visitaba los nueve hogares misionales una vez al año. Incluso después de que algunos misioneros fueron nombrados superintendentes de circuito, ambos hermanos continuaron visitando cada año los hogares misionales y sirvieron de superintendentes de distrito por todo el territorio de Guam y Micronesia. Así fue como se abrió un nuevo capítulo de intensa actividad y abundantes recompensas espirituales en la historia de la sucursal de Hawai.

Territorio virgen

También se decidió enviar precursores hawaianos a los hogares misionales de Micronesia. El hermano Knorr opinaba que la mayoría de ellos se aclimatarían con facilidad tanto a los isleños como a su modo de vida. Esa fue una decisión trascendental, porque brindó a muchos jóvenes celosos de Hawai la oportunidad, única en la vida, de servir de misioneros y llevar el mensaje del Reino a territorios prácticamente vírgenes.

Pero, si bien es cierto que el servicio misional en Micronesia ofrecía una perspectiva emocionante, tampoco carecía de dificultades. En estas mismas islas se libró gran parte de la II Guerra Mundial entre Japón y las fuerzas aliadas. Lugares como Kwajalein, las islas Truk, Saipán, Guam y Peleliu fueron el macabro escenario de sangrientas batallas. Todo el distrito había quedado devastado, y se recuperaba con lentitud. Apenas existían carreteras, y las que había, eran simples caminos de tierra que se convertían en auténticos cenagales cuando cambiaba el tiempo. El suministro eléctrico no era confiable... cuando lo había. Tampoco había alcantarillado, lo que, aunado a la dificultad para hallar agua potable, resultaba en afecciones intestinales parasitarias. Y, finalmente, había que contar con el implacable calor y la humedad tropicales, muchísimo más extremos e intensos que en Hawai.

Fue en circunstancias como estas que los misioneros, en su mayor parte precursores hawaianos, dieron comienzo a la obra. Vadeaban corrientes, viajaban en barca y caminaban por la jungla para llegar a los hogares de las personas. Los zapatos resultaban poco prácticos en medio de estas condiciones, de modo que casi todos los misioneros terminaron por utilizar zapatillas de goma para predicar.

El carácter de los micronesios era afable y apacible; su profunda reverencia a la Biblia hacía de la predicación una experiencia sumamente agradable.

Si había algún recelo en cuanto a si Jehová bendeciría el que la sucursal de Hawai se hiciese cargo de Micronesia, se disipó por completo al recibirse el informe de servicio de agosto de 1970: Guam informó un aumento del 88,6% en la cifra de publicadores, las islas Marshall un aumento del 25%, Ponape un 82,4%, y Saipán un 114,3%. Los misioneros también estaban comenzando a predicar en Belau (Palau), Yap y las islas Truk.

Jóvenes saludables en sentido espiritual

Durante los años sesenta y setenta, muchos jóvenes hawaianos cultivaron un encomiable espíritu de precursor. En 1971 se calculó que el 95% de los Testigos jóvenes comenzaban a servir a tiempo completo al terminar sus estudios. Con el tiempo, muchos de ellos se marcharon a Micronesia para servir de misioneros y contribuyeron a intensificar la proclamación del mensaje del Reino en esas islas remotas. Decenas de hermanos jóvenes han tenido el privilegio de servir en el Betel de Brooklyn y en las Haciendas Watchtower.

Tal celo por el servicio a tiempo completo se debió en parte a la labor de los superintendentes viajantes, hermanos asentados en la verdad, cuyo entusiasmo resultaba contagioso. Muchos ancianos de congregación participaban de manera activa en la obra de predicar, poniendo un excelente ejemplo. Además, siempre se esforzaban por hacer ver a los jóvenes que el servicio a tiempo completo es una carrera factible. También los padres y las congregaciones en general prestaban tanto apoyo como podían a los precursores. Por lo tanto, no es de extrañar que tantos jóvenes progresaran espiritualmente.

El huracán Pamela: no hay mal que por bien no venga

El 13 de mayo de 1976, el huracán Pamela arrasó Guam. Vientos de hasta 230 kilómetros por hora hicieron de este huracán uno de los más destructivos que han azotado la isla. El 80% de todos los edificios sufrió daños irreparables en por lo menos la mitad de los casos. El Salón del Reino y el hogar misional contiguo quedaron totalmente derruidos. Afortunadamente, ningún misionero ni publicador perdió la vida.

La necesidad de volver a edificar tras la catástrofe impulsó a los hermanos a replantearse la organización de la obra en Guam y Micronesia. Después de considerarlo bajo oración, se llegó a la conclusión de que una sucursal en Guam probablemente atendería mejor la obra en Micronesia. Por lo tanto, se enviaron los planos de la nueva sucursal a la atención del Cuerpo Gobernante, y este dio su aprobación. La nueva sucursal supervisaría la obra del Reino en Guam y en todas las islas de Micronesia. Se diseñó un moderno edificio con seis habitaciones, una oficina, un enorme Salón del Reino con capacidad para 400 personas, y espacio para una imprenta. El proyecto resultó ser una obra de gran envergadura, y no quedó terminado con la rapidez que se esperaba en un principio.

Se construye pese al calor y la humedad

Se adquirió un terreno ubicado en un lugar conveniente y céntrico, y se comenzó a edificar en enero de 1978. Muchos hermanos de Hawai y Estados Unidos se ofrecieron voluntariamente para trabajar, algunos de ellos con excepcionales conocimientos de construcción. Vinieron carpinteros, fontaneros, pintores, arquitectos, electricistas y un ingeniero civil; de manera que las obras tuvieron un muy buen comienzo.

Sin embargo, a la tensión del trabajo de construcción en sí, se añadía el calor y la humedad agobiantes, propios del clima tropical de Guam, y la necesidad de vivir apiñados. Todo eso comenzó a tener su efecto. El trabajo requería que los hermanos faltaran a muchas reuniones y dejaran de participar en el servicio del campo por períodos de tiempo relativamente largos. Los hermanos de la sucursal de Hawai recomendaron que, a fin de aliviar tensiones, se diera la máxima atención a la espiritualidad de los que trabajaban en las obras, lo cual repercutió en una mejora del ambiente general.

Los hermanos realizaron grandes sacrificios para llevar adelante el proyecto. Con su trabajo unido, a menudo bajo un sol abrasador, demostraron que no estaban dispuestos a escatimar esfuerzos. Jehová Dios bendijo su fidelidad y aguante con una hermosa sucursal nueva, rodeada de bellos jardines y emplazada en un paisaje tropical. El 20 de abril de 1980, en el transcurso de su visita de zona a Guam, el hermano Milton Henschel, del Cuerpo Gobernante, dedicó el nuevo edificio a la adoración pura de Jehová.

Esta nueva sucursal comenzó a funcionar el 1 de mayo de 1980, a fin de supervisar con mayor eficacia la obra en las islas de Micronesia y Guam. Nathaniel Miller, del Comité de Sucursal de Hawai, que tanto había viajado por estos distritos isleños cuando dependían de la sucursal hawaiana, fue nombrado coordinador del comité de la nueva sucursal. Los otros dos hermanos asignados a servir en este comité fueron Hideo Sumida y Arthur White, que también procedían del Comité de Sucursal de Hawai.

Durante once años, la sucursal de Hawai había atendido las islas de Micronesia y Guam. Fue un verdadero privilegio trabajar junto con sus misioneros y publicadores, hermanos abnegados, auténticos pioneros de la obra del Reino en estas islas esparcidas y remotas, que plantaron y regaron las semillas de la verdad en el corazón de sus humildes habitantes.

Segunda oleada de inmigrantes

Durante los años ochenta, Jehová bendijo a Hawai con aumento constante. En octubre de 1983, se sobrepasó por vez primera en la historia teocrática del país la cantidad de 5.000 publicadores: informaron 5.019 publicadores distribuidos en 60 congregaciones.

En años recientes, la relativa prosperidad económica de Hawai ha atraído a una segunda oleada de inmigrantes procedentes de otras islas del Pacífico que, como es lógico, han importado sus costumbres e idiomas nativos. Con el objeto de atender a las muchas personas mansas, semejantes a ovejas, que había entre ellos, hubo que organizar más congregaciones en otros idiomas. Se formaron rápidamente nuevas congregaciones en japonés, coreano, samoano, español e iloko. Los hermanos de estas congregaciones están bien organizados y atienden con diligencia sus responsabilidades cristianas.

Una nueva sucursal

Obviamente, el aumento en la cantidad de publicadores requería que la sucursal atendiese una creciente demanda de publicaciones y un número cada vez mayor de congregaciones. El pequeño almacén que había junto a la oficina comenzaba a ser insuficiente. La oficina estaba atestada con la continua incorporación de personal para hacerse cargo del creciente volumen de correspondencia.

La oficina de la calle Pensacola, que había atendido los intereses del pueblo de Jehová en Hawai durante casi cincuenta años, se había quedado pequeña. Al estar situada en una zona tan céntrica de Honolulú, pretender ampliarla resultaba inviable. Por lo tanto, se empezó a buscar un lugar apropiado para una nueva sucursal de mayores proporciones.

En 1985, una agencia inmobiliaria envió a la sucursal una hoja de propaganda en la que se anunciaba la venta de un antiguo supermercado de 2.300 metros cuadrados situado en un solar de 4.500 metros cuadrados. El emplazamiento, cerca del aeropuerto y del centro de Honolulú, era idóneo. Aunque había otro comprador interesado en adquirir la propiedad, los hermanos del Comité de Sucursal, tras obtener la aprobación del Cuerpo Gobernante, presentaron una oferta. Sorprendente como parezca, el primer comprador abandonó las negociaciones, y para más indicación de que Jehová estaba bendiciendo este proyecto, el dueño del edificio se mostró muy favorable a los testigos de Jehová. Los trámites se cumplimentaron en pocos meses, y en noviembre de 1985 las escrituras obraban en poder de la Sociedad.

Convertir un edificio destinado a ser un supermercado en una oficina sucursal, con almacén, hogar Betel y dos Salones del Reino, presentaba todo un desafío. Los hermanos hawaianos nunca habían emprendido una obra de tal envergadura. Se nombró un comité de construcción para organizar los diversos departamentos, y se empezaron a confeccionar los planos. Se tenía plena confianza en que los hermanos locales aportarían tanto los conocimientos como la mano de obra necesarios para llevar adelante el proyecto. No obstante, los hermanos reconocían cuál era la verdadera clave del éxito, tal como lo expresó el salmista en el Salmo 127:1: “A menos que Jehová mismo edifique la casa, de nada vale que sus edificadores hayan trabajado duro en ella”.

“¡Es como construir el templo de Salomón!”

A fin de informar a los hermanos en cuanto a la construcción de la sucursal, se celebraron reuniones especiales a partir de febrero de 1987 en siete diferentes poblaciones de las islas. Más de 5.000 personas se congregaron en el Waikiki Shell. Los hermanos del comité de construcción explicaron lo que se había logrado hasta entonces, y detallaron el programa de construcción, que esperaban comenzar el 1 de marzo de 1987.

Las obras se iniciaron a buen ritmo. Literalmente, miles de hermanos y hermanas de Oahu y otras islas organizaron sus asuntos para participar en las obras. Algunos iban al lugar de construcción los fines de semana, mientras que otros se quedaban por más tiempo. Muchos hermanos de Oahu ofrecieron bondadosamente sus hogares para alojar a los que venían de las islas vecinas. Durante el período de máxima actividad, llegó a haber cerca de 150 voluntarios trabajando los días laborables, y entre 250 y 300 los fines de semana.

Aunque había que trabajar duro durante largas horas, se mantuvo un espíritu dispuesto y alegre. Se daba la máxima atención a la espiritualidad. Los hermanos consideraban el texto todos los días, y estudiaban La Atalaya cada semana. También se presentaban discursos bíblicos con regularidad, a los que asistían todos los trabajadores.

La colaboración de muchos profesionales de la construcción y decenas de trabajadores dispuestos logró que el trabajo se llevara a buen término y sin contratiempos. Un voluntario comentó: “¡Es como construir el templo de Salomón!”. Aunque hay que reconocer que la diferencia entre el templo de Salomón y el nuevo edificio de la sucursal era notable. El templo estaba recubierto de oro, y las piedras con las que se construyó ya estaban cortadas, de modo que no había mucho ruido en el lugar donde se erigió. En cambio, el edificio de la sucursal se construyó con cemento, madera, acero y... mucho ruido. Sin embargo, ambos edificios tenían algo en común: el mismo espíritu que motivó a los trabajadores del templo en el tiempo de Salomón era el que impelía a los hermanos y hermanas de Hawai. De un supermercado vacío y destartalado surgió una atractiva sucursal. ¡Casi un milagro!

A pesar de la tremenda actividad que exigía la construcción de la nueva sucursal, se alcanzaron cinco nuevos máximos de publicadores en 1986, y, al finalizar el año de servicio, se formaron dos nuevas congregaciones. En 1987 hubo tres máximos de publicadores, y se establecieron otras tres congregaciones. En agosto de 1987, un mes después de la conclusión de las obras, la sucursal comenzó a funcionar desde su nueva ubicación.

Una conmovedora dedicación pese a la lluvia

La lluvia que cayó en la madrugada del 3 de abril de 1988 en Honolulú, no ahogó los ánimos de los 5.870 que se reunieron en el Neal Blaisdell Center para escuchar el programa de dedicación de la nueva sucursal. Otros 2.838 hermanos, reunidos en Maui, Kauai y la Isla Grande de Hawai, escucharon por hilo telefónico el mismo programa de un día de duración. El coordinador del Comité de Sucursal presentó un repaso de la historia y el progreso de la obra del Reino en Hawai. En las primeras filas del auditorio se sentaron los publicadores que llevaban más de treinta y ocho años activos en las islas, quienes se mostraron totalmente de acuerdo con el orador cuando dijo que Jehová había bendecido muchísimo a Su pueblo en Hawai.

Una proyección de diapositivas de media hora de duración que se presentó en ambos lugares a la vez, mostró de manera gráfica la transformación del anterior supermercado en una hermosa sucursal. A continuación, los cuatro miembros del Cuerpo Gobernante presentes en el programa dirigieron la palabra a la numerosa audiencia. Daniel Sydlik pronunció un vigoroso discurso sobre la justicia inmutable de Jehová, tan constante como las montañas. (Sal. 36:⁠6.) “Contad vuestras bendiciones” fue el tema del discurso que presentó el hermano Lyman Swingle, basado en el Salmo 144:15b. Lloyd Barry mostró el paralelo que existe entre el regocijo que caracterizaba la celebración de la fiesta de las cabañas y nuestro tiempo, cuando los adoradores verdaderos celebran de manera similar el gran recogimiento que Jehová realiza. (Lev. 23:40.) En su discurso de dedicación, Milton Henschel dijo en parte: “Nuestro Dios es un Dios de propósito, y manifiesta Su supremacía en todas las cosas. La dedicación de estas nuevas instalaciones forma parte del propósito de Jehová, y queremos estar a la expectativa en cuanto a cómo se usará este nuevo edificio para cumplir con Su voluntad”.

A medida que este día tan especial de adoración se acercaba a su fin, y la muchedumbre de concurrentes se unía en el cántico y la oración de conclusión, sus sentimientos eran semejantes a los de los israelitas tras la dedicación del templo de Salomón. Regresaron a sus hogares “regocijándose y sintiéndose alegres de corazón por todo el bien que Jehová había ejecutado”. (1 Rey. 8:66.) Fue un gran acontecimiento espiritual, un auténtico hito en los setenta años de historia del pueblo de Jehová en Hawai.

Tal y como se esperaba, la construcción de la nueva sucursal impulsó a muchos hermanos a considerar seriamente la posibilidad de remodelar sus anticuados Salones del Reino, o construir otros para las congregaciones en crecimiento. En mayo de 1986 se edificó el primer Salón del Reino de construcción rápida en Kekaha, en la isla de Kauai. Desde entonces, se han construido seis nuevos Salones del Reino en diferentes islas, otros dos han sido totalmente reformados, y hay seis más en proyecto. Además, se ha remodelado la antigua sucursal y el Salón del Reino de la calle Pensacola.

Un buen ejemplo para todos

Uno de los rasgos singulares de la asamblea de distrito “Justicia Divina” fue el regreso a las islas de 63 misioneros hawaianos. En la asamblea que se celebró en Honolulú, a muchos asistentes se les saltaron las lágrimas de la emoción y el gozo de verlos a todos ocupar la plataforma durante el discurso del sábado: “Requisitos para una obra misional eficaz”. El auditorio exteriorizó su aprecio siguiendo el programa con una continua salva de aplausos.

¡Qué hermoso recordatorio de que tantos hermanos de Hawai se han esforzado por alcanzar mayores privilegios de servicio! Desde el fin de la II Guerra Mundial, se han enviado 164 misioneros de Hawai principalmente a las islas de Micronesia, aunque también han sido asignados a Japón, Taiwan, Okinawa, Corea, Samoa y algunos países sudamericanos y africanos. En la actualidad, 77 de ellos continúan sirviendo en sus asignaciones en calidad de misioneros, superintendentes viajantes y precursores especiales o regulares.

Para otros, en particular los jóvenes, la meta ha sido el servicio en Betel. El primer hermano hawaiano que sirvió en el Betel de Brooklyn fue invitado hacia 1960. Desde entonces, 127 hermanos más han disfrutado de este privilegio del servicio a tiempo completo. En la actualidad, 25 sirven en el Betel de Brooklyn o en las Haciendas Watchtower, y 13 son miembros de la familia Betel de Hawai.

El excepcional interés en el servicio a tiempo completo, especialmente entre los jóvenes, puede atribuirse al ejemplo de celo que pusieron los primeros misioneros y, posteriormente, ancianos y superintendentes viajantes entusiastas. Asimismo, el apoyo de muchos padres ha animado a sus hijos a continuar sirviendo lejos de casa en su asignación misional o en Betel, sin sucumbir a la nostalgia o al desánimo. De este modo, siegan los beneficios duraderos que corresponden a quienes se adhieren a sus privilegios de servicio.

La obra en la actualidad

En agosto de 1990 se alcanzó un máximo de 6.194 publicadores. Eso significa que Hawai disfruta de la excelente proporción de un publicador del Reino por cada 180 habitantes (según cifras del censo oficial de 1989). Las 72 congregaciones de las islas trabajan su territorio con frecuencia, aproximadamente cada cuatro o seis semanas. Además, en agosto se alcanzó un máximo de 608 precursores regulares, y es digno de notar que muchos de ellos son hombres y mujeres jóvenes.

La extraordinaria diversidad de razas y antecedentes culturales puede hacer del servicio del campo una experiencia fascinante. Por ejemplo, no es infrecuente encontrar en una misma calle amos de casa japoneses, chinos, filipinos, hawaianos o de raza blanca, que profesan diferentes fes: católica, protestante, budista o mormona. Aunque parece que el mensaje del Reino se acoge con cada vez mayor apatía, las personas de condición semejante a oveja continúan afluyendo a la montaña de Jehová, como se desprende de la asistencia a la Conmemoración en abril de 1990, que ascendió a 15.245.

Como sucede en el resto del mundo, el pueblo de Jehová en Hawai no es inmune a los ataques de nuestro principal adversario, el Diablo. Aunque el trabajo abunda debido al turismo y las inversiones de capital extranjero, los hawaianos todavía tienen que hacer frente al desorbitado coste de la vida. El pueblo de Jehová se esfuerza por mantener saludable su espiritualidad mientras resiste estas presiones económicas que, con frecuencia, obligan a ambos cónyuges a trabajar seglarmente. La plaga de la drogadicción siega su trágica cosecha en algunos vecindarios. Los jóvenes deben rechazar el pernicioso atractivo que ofrece la droga. Además, el clima cálido que disfruta Hawai durante todo el año lo convierte en un lugar ideal para el recreo y la diversión, lo que hace de la búsqueda de placeres y esparcimiento una distracción principal. Es obvio, pues, que se necesita vigilancia constante para no sucumbir a estas trampas de Satanás.

No obstante, como sucede en muchas otras sociedades isleñas, el pueblo hawaiano se caracteriza por su carácter relajado, cordial y hospitalario. Quizás se deba a la mezcla de pueblos y culturas, o tal vez haya que atribuirlo al clima, siempre soleado y agradable. Entre el pueblo de Jehová, estas cualidades atractivas se ven realzadas por el fruto del espíritu.

Los testigos de Jehová de Hawai continúan activos y celosos, centrando su vida en las actividades espirituales. Y a lo largo de toda la historia moderna de Hawai, han demostrado su apoyo leal y sincero a la organización de Jehová.

No cabe duda de que Hawai es, en gran medida, un paraíso tropical. Pero la verdadera belleza de Hawai se encuentra en el paraíso espiritual que disfrutan los 6.000 siervos leales de Jehová, que atesoran el servicio que le rinden. ¡Qué agradecidos están de que Él haya permitido que ‘la montaña de la casa de Jehová se haya establecido firmemente’ incluso en las remotas y exóticas islas de Hawai! (Isa. 2:⁠2.)

[Fotografía en la página 71]

Playas de arena marfileña y calas serenas ornamentan el archipiélago de Hawai

[Fotografía en la página 72]

Ellis Fox y el matrimonio Bundy dieron comienzo a la obra de predicar en 1915

[Fotografía en la página 73]

Dora Harrub y su marido, James, fueron los primeros bautizados en 1919

[Fotografía en la página 79]

Joseph Dos Santos emprendió el servicio de precursor en 1929. ¿Por qué le llamaban “Pupule Joe”?

[Fotografía en la página 83]

Don Haslett, primer superintendente de la sucursal de Hawai en 1934, junto con su esposa, Mabel

[Fotografía en la página 84]

El primer local que recibió el nombre de “Salón del Reino” fue construido en la calle Pensacola de Honolulú en 1935

[Fotografía en la página 85]

Automóviles con equipo sonoro difundían el mensaje de la Biblia. Este se envió de Honolulú a las otras islas en 1937

[Fotografía en la página 88]

Los automóviles con equipo sonoro recorrían las calles anunciando conferencias bíblicas y reproduciendo discursos grabados

[Fotografía en la página 94]

Don Haslett, Nathan Knorr, Mabel Haslett y Milton Henschel. La visita del hermano Knorr a Honolulú en 1947 fue determinante para que se asignaran misioneros a Hawai

[Fotografía en la página 95]

Martha Hess, cuarta por la izquierda en la primera fila, y Ruth Ulrich, segunda por la izquierda en la segunda fila, fueron las dos primeras misioneras que llegaron a Honolulú, el 27 de septiembre de 1947. En la actualidad, ambas sirven en Japón

[Fotografías en la página 96]

El Waikiki Shell, 1963. Vista de la asamblea “Buenas Nuevas Eternas” y del bautismo en la playa de Waikiki

[Fotografía en la página 101]

Nathaniel y Allene Miller llegaron en 1954 a Hawai, donde sirvieron hasta que fueron asignados a Guam en 1980 *

[Nota a pie de página]

^ párr. 211 Allene Miller murió fiel en noviembre de 1989.

[Fotografía en la página 105]

La sucursal de Guam y el Salón del Reino se dedicaron el 20 de abril de 1980. Guam supervisa la obra de predicar en las dos mil islas de Micronesia

[Fotografía en la página 107]

La sucursal y el Salón del Reino de la calle Pensacola atendieron los intereses del Reino en Hawai durante cincuenta años, hasta agosto de 1987

[Fotografías en la página 108]

Antiguo supermercado convertido en sucursal, almacén, hogar Betel y dos Salones del Reino. Se dedicó el 3 de abril de 1988

[Fotografía en la página 109]

Los miembros del Comité de Sucursal con sus esposas. De izquierda a derecha: Robert y Hatsuko Kawasaki, Frans y Endeline van Vliet, y Gary y Carol Wong

[Mapa/Recuadro en la página 66]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

ISLAS HAWAI

HAWAI

Hilo

Kailua

Pahala

LANAI

MAUI

MOLOKAI

Kalaupapa

Kaunakakai

OAHU

Aiea

Pearl Harbor

Honolulú

KAUAI

Kekaha

Kapaa

Hanapepe

Koloa

NIIHAU

Océano Pacífico

[Recuadro]

ISLAS HAWAI

Capital: Honolulú

Idioma oficial: inglés

Religión mayoritaria: diversas religiones

Población: 1.112.100

Sucursal: Honolulú

[Tablas en la página 115]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Hawai

8.000

1950 320

1960 1.589

1970 3.340

1980 4.494

1990 6.194

Máximo de publicadores

1.000

1950 30

1960 80

1970 447

1980 591

1990 938

Promedio de precursores