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México

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MENCIONAR México hace evocar a muchas personas el colorido mosaico de sus bailarines folclóricos, las románticas serenatas de cantantes acompañados de guitarras y el sosiego de sus pueblitos de casas de blancas paredes y rojos tejados. A otras les trae a la memoria el congestionado tránsito de sus megalópolis, como la Ciudad de México, Guadalajara o Monterrey. No faltan las que recuerdan la sonrisa y el amigable apretón de manos de sus humildes y hospitalarios habitantes. México es todo eso y mucho más.

Es un país donde hay gran prosperidad espiritual. Si bien los testigos de Jehová están activos hoy en más de doscientos treinta países, desde 1987 más del 10% de los estudios bíblicos que se dirigen en el mundo están en México. Este programa de educación bíblica ha tenido buenos resultados, pues en los pasados cinco años se bautizaron 154.420 personas en símbolo de su dedicación a Jehová.

Aun así, queda mucho por hacer para dar un testimonio completo en todo el país. La población actual rebasa los ochenta y siete millones de habitantes. La lengua nacional es el español, pero también se hablan otros idiomas y dialectos. Aunque no toda persona ha recibido un testimonio amplio, Jehová está entresacando de los diversos grupos que configuran la nación, a las que desean servirle. ¿Cómo lo está haciendo? Para contestar esa pregunta, lo invitamos a hacer un recorrido por la historia de los testigos de Jehová de México.

Antes de ello le será útil conocer algunos antecedentes del pueblo mexicano y algunos sucesos que moldearon su idiosincrasia.

Origen del pueblo mexicano

¿De dónde provino? La tesis más difundida afirma que los ancestros de los pueblos que habitaron el país emigraron de Asia a América cruzando el estrecho de Bering. Se establecieron aquí mucho antes del nacimiento de Jesucristo.

Varios pueblos indígenas desempeñaron un papel relevante en la historia mexicana: los olmecas, los mayas, los zapotecas y los toltecas, entre otros. Para la década de 1490, cuando los españoles comenzaron la colonización de las Antillas, los aztecas dominaban gran parte del centro y sur de México. Algunos han calculado que la población de su capital, Tenochtitlán, sobrepasaba los doscientos cincuenta mil habitantes. Pero cuando el último emperador azteca sucumbió ante Hernán Cortés, en 1521, este territorio pasó a los dominios de España.

Los aztecas adoraban el Sol y los elementos naturales, como la lluvia y el fuego, a los que atribuían la conservación de la vida. La llegada de los españoles trajo como consecuencia una colisión de culturas. Bajo el dominio español se decretó la imposición de la religión católica romana a los indígenas. Los sacrificios humanos, que estos practicaban como parte de su adoración anterior, fueron desapareciendo gradualmente, pero algunas de sus creencias y ritos se fusionaron con la nueva religión.

Además de la explotación de los gobernantes europeos, la nueva religión les imponía una opresión muy sutil. ¿De qué manera? La educación, controlada por la Iglesia, solo estaba al alcance de la clase rica e influyente, mientras que se mantenía a las personas comunes en la ignorancia y el analfabetismo. De este modo eran presa fácil del fanatismo.

Así, transcurrieron unos tres siglos en los que las creencias y ritos católicos formaron parte integral de la vida del pueblo mexicano. Finalmente, en 1810 estalló la rebelión contra el dominio español. Ese levantamiento, acaudillado por el cura Miguel Hidalgo y Costilla, supuso el inicio de las guerras que llevaron a la independencia. El nuevo estado continuó aliado a la Iglesia Católica, y el pueblo siguió profesando dicha fe.

Sin embargo, con el transcurso del tiempo el gobierno se percató de que la religión estaba haciendo más daño que bien. Por consiguiente, cuando en 1859 fueron promulgadas las Leyes de Reforma, se decretó la separación de Iglesia y Estado, y se dispuso la nacionalización de los bienes eclesiásticos.

A finales de 1910, el país sufrió la conmoción de otra guerra, esta vez dirigida a derrocar al dictador Porfirio Díaz. Conseguido el éxito, en 1917 se intentó poner de nuevo en vigor las Leyes de Reforma. Aunque en esta ocasión se garantizó la libertad de cultos en México, se introdujeron algunas restricciones que tenían por objeto limitar la influencia de la Iglesia Católica. A la vez que se enfriaban los ánimos revolucionarios, cobraba fuerza una obra que traería mayor libertad: la difusión de las buenas nuevas del propósito de Dios para la humanidad.

Un álbum de acontecimientos espirituales

El relato de la obra de los testigos de Jehová de México puede compararse a una colección de fotografías, un valioso álbum histórico. La primera página de nuestro álbum nos remonta a 1893. En aquel año, un hombre que residía en México de apellido Stephenson escribió una carta en la que no solo manifestaba su interés en estudiar las verdades bíblicas, sino también en comunicarlas a otras personas del país. Su misiva, dirigida a la oficina de la Sociedad Watch Tower en Allegheny (Pennsylvania, E.U.A.), decía: “Envío cinco dólares. Por favor, suscríbanme por un año a ‘Zion’s Watch Tower’, y remítanme la cantidad de juegos de tres tomos del ‘Millennial Dawn’ que cubra la diferencia, pues deseo mandarlos a algunos amigos tanto de aquí como de Europa. Espero encontrar en la revista ‘Watch Tower’ artículos que pudieran ser beneficiosos en el país si se tradujeran y publicaran en español. Puede ser que hasta yo emprenda la traducción de los ‘Dawns’, si es que llego a tener los fondos para que se publiquen”.

Ocurría esto en la época porfiriana, cuando coexistían en México una clase aristocrática religiosa y una clase paupérrima de gente trabajadora. Esta última era profundamente religiosa y estaba bajo el control del clero. En los años 1910 y 1911 se generalizaron los movimientos armados, y las atrocidades provocaron un cambio de administración. Porfirio Díaz fue obligado a dimitir.

Asentado el polvo del torbellino revolucionario, dejando entrever un país arruinado material y económicamente, algunas personas comenzaron a buscar a Dios. Quienes habían huido a Estados Unidos empezaron a regresar, y traían, entre otras cosas, libros valiosos que explicaban las verdades bíblicas. Por otra parte, algunos Estudiantes de la Biblia viajaban con regularidad de Estados Unidos al norte de México para dar a conocer las buenas nuevas a la gente. Así fue como algunos mexicanos llegaron a conocer individualmente la verdad, y se esforzaron por compartirla con otros.

Los primeros intentos de organizar la obra

En 1917 un joven de nombre Abel Ortega viajó a San Antonio (Texas) con la intención de estudiar medicina. Allí el hermano Moreyra le enseñó el propósito de Dios para la humanidad. Cuando volvió a México, sus planes habían cambiado; de hecho, tenía un plan mejor: El Plan Divino de las Edades. A su tío, quien pagaba sus estudios de medicina, no le agradó su decisión ni le impresionaron sus nuevas creencias. Por lo tanto, Abel tuvo que irse de la casa. Se mudó a las orillas de la Ciudad de México, al barrio de Santa Julia. Allí, bajo el follaje de un frondoso árbol, comenzó a celebrar reuniones. En el lapso de dos años, la cantidad de personas que formaban el grupo ascendió a unas treinta.

Como el número de asistentes aumentaba, quedó clara la necesidad de tener un salón apropiado donde reunirse. Hallaron un local en el centro de la ciudad. En 1919, los Estudiantes de la Biblia también celebraron en México pequeñas asambleas de cuatro días.

Sin embargo, poco después, Abel Ortega quedó fascinado por una nueva religión, cuya sede estaba en Francia, y dejó de reunirse con los que habían sido sus hermanos cristianos. El grupo se fragmentó, y solo quedaron unos cuantos que procuraban hacer la voluntad de Jehová.

Una oficina hispana de la Sociedad en Los Ángeles

En esta página de nuestro álbum histórico vemos a Roberto Montero, un colombiano espigado que conoció la verdad en Estados Unidos y se bautizó en 1914. Su fervor inicial lo impulsó a hacer todo lo que estaba a su alcance para difundir las buenas nuevas. Trabajó un tiempo en el Hogar Betel de Brooklyn, cuando C. T. Russell era presidente de la Sociedad Watch Tower. Su hija, María Luisa Montero (de Bordier) narra: “Parece que entre 1917 y 1918 el hermano Rutherford [segundo presidente de la Sociedad Watch Tower] envió a mi padre a Los Ángeles para dirigir un grupo hispanohablante y para encargarse de la publicación de La Torre del Vigía, conocida hoy como La Atalaya”. Por consiguiente, Roberto Montero abrió una oficina en Los Ángeles (California) y comenzó a traducir al español esta y otras publicaciones de la Sociedad y a enviárselas a las personas del mundo hispano que las solicitaban.

Desde allí se enviaba a México la revista La Torre del Vigía. Unas veces era mensual, y otras, bimestral. Desde esa oficina se distribuyeron también las obras del pastor Russell. Los libros El Plan Divino de las Edades y el Guión del Foto-Drama de la Creación fueron muy conocidos en México.

Una sucursal en México

Pese a la penosa experiencia del grupo de Abel Ortega en la Ciudad de México, algunos mexicanos de corazón sincero que tenían hambre de la verdad, siguieron estudiando la Biblia con la ayuda de las publicaciones de la Watch Tower. De diversos lugares de la República comenzaron a enviar cartas en las que solicitaban publicaciones. Por lo tanto, a finales de 1920, Roberto Montero hizo un recorrido por el país para visitar a los que mostraban interés. Se reunió con el grupo de la Ciudad de México —que constaba de unas trece personas— y con algunos grupos incipientes de Monterrey, Guadalajara, Puebla y Veracruz.

Para 1925 ya se habían organizado varias clases, o congregaciones. En unos cuantos años, el número de clases llegó a nueve; sin embargo, para 1929 solo quedaban cuatro.

A finales de 1929, el hermano Rutherford manifestó un interés particular en el país y abrió una sucursal en la Ciudad de México. Se puso a cargo de la obra a David Osorio Morales, un hermano joven de Estados Unidos. Al mejorar la organización local, la predicación de las buenas nuevas progresó notablemente.

Las relaciones entre el gobierno y la Iglesia Católica eran muy tirantes en aquellos días. Se habían cerrado algunas iglesias. En 1926, el arzobispo de México, don José Mora y del Río, fue encarcelado por censurar ciertos artículos de la Constitución. Estos sucesos hicieron estallar la guerra de los cristeros. Una vez más, los militares y las fuerzas disidentes combatieron en el centro de la República. Tras unos cuatro años de conflicto, llegaron a un acuerdo, y se reanudó el culto en las iglesias. Pero la relación entre la Iglesia y el Estado se limitó a una mera tolerancia mutua. La Constitución de 1917, que imponía limitaciones a la religión, continuó vigente. Algunos mexicanos tenían hambre y sed de justicia, pero pocos sabían dónde hallar tal justicia.

Se obtiene un registro del gobierno

El 23 de mayo de 1930, la sucursal entregó en la Secretaría de Gobernación la solicitud de registro de la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. Entre sus objetivos primordiales se citaba el siguiente:

“Que la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia tiene por objeto, por todos los medios posibles, la difusión de principios y verdades que contribuyen a la cultura de todas las [clases] sociales, muy especialmente las humildes, persiguiendo su superación tanto económica como moral, mental y física.”

En la solicitud se señaló que la Asociación buscaba alcanzar sus objetivos mediante la distribución de publicaciones y el uso de otros medios de comunicación, que presentaba discursos públicos en los que se examinaban asuntos a la luz de la Biblia y que organizaba grupos de estudio. En aquel tiempo, el gobierno mexicano procuraba acabar con el fanatismo religioso y la ignorancia que lo nutre; de ahí que la solicitud pusiera de relieve los aspectos educativos de nuestra obra. Con referencia a la actividad religiosa de la Asociación, el inciso e de la segunda cláusula declaraba:

“Que sus miembros profesan profunda reverencia, y alaban de palabra y obra, al Creador de los cielos y la tierra, Jehová Dios, pero sin expresar sus sentimientos echando mano de cultos, ceremonias, etc., sino por medio de argumentos y razonamientos que convencen y satisfacen al corazón, siendo irreconciliablemente anticlericales y opuestos al dominio de la conciencia y al enfrentamiento de la razón.” Enseguida se declaraba inequívocamente “que no formamos una secta religiosa”, y se enumeraban once argumentos para apoyar dicha postura.

El 2 de junio de 1930 se recibió la respuesta de la Secretaría de Gobernación, que decía: “Esta Secretaría autoriza el funcionamiento que solicita la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia, siempre que el mismo no contravenga lo dispuesto en las leyes dictadas en materia de culto religioso y disciplina externa”.

Posteriormente, el 14 de diciembre de 1932 se presentó una solicitud para cambiar el nombre de Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia por el de Sociedad de La Torre del Vigía, sin alterar los preceptos previamente establecidos. Se añadieron, no obstante, algunos párrafos aclaratorios, como el siguiente:

“No tomamos parte alguna en la política. Creemos que Jehová es el Creador de los cielos y la tierra, y que la Biblia es su palabra que revela sus propósitos para con la raza humana. Que él ha prometido establecer su gobierno y autoridad sobre la tierra, bajo la dirección del Señor Jesucristo, y que estamos ya en el tiempo del establecimiento de este gobierno, el cual será para la felicidad de todas las naciones del mundo.”

Otro párrafo aclaraba la postura de neutralidad que adoptaba la Sociedad. La Secretaría de Gobernación acusó recibo de la solicitud el 20 de diciembre de 1932. De este modo, hace más de sesenta años los testigos de Jehová registraron su organismo legal ante las autoridades mexicanas. En conformidad con los objetivos que se fijaron en aquellos años, la predicación de las buenas nuevas se ha difundido por todo el país.

Las buenas nuevas llegan al estado de Chiapas

Antes incluso de registrar la Sociedad, las buenas nuevas habían llegado al estado sureño de Chiapas, si bien no por medio de un Estudiante de la Biblia, como se conocía entonces a los testigos de Jehová. Un hombre acaudalado de esa región, de apellido Del Pino, se había ido a Europa para estudiar medicina. Mientras permaneció allá, también aprendió mucho de los Estudiantes de la Biblia. De vuelta en México, acondicionó un salón, al que invitaba a sus trabajadores de la Hacienda Montserrat y a ministros evangélicos del lugar. Sabía hallar respuestas en la Biblia, y disfrutaba mucho de explicar verdades doctrinales a los que se reunían con él.

José Maldonado, quien para 1924 trabajaba en la hacienda, escuchó aquellas conversaciones con una mente receptiva y un buen corazón. Aunque el Dr. Del Pino recibía las publicaciones de la Watch Tower, no hay constancia de que se haya unido a los testigos de Jehová. No obstante, las verdades bíblicas que el joven José escuchó, le despertaron el deseo de predicarlas. En 1927 José se estableció en Tuxtla Gutiérrez; desde allí difundió las buenas nuevas y distribuyó publicaciones bíblicas por todo el estado, aunque la organización no le había dado ninguna preparación. Por ese entonces, Josefina Rodríguez también comenzó a predicar el mensaje bíblico en Tapachula, una ciudad cercana a la frontera con Guatemala.

Pocos años después, un hermano de apellido Carreón visitó a José Maldonado y a Josefina Rodríguez. Fijó su centro de operaciones en la casa del hermano Maldonado —a ella volvía cada cuatro o cinco días para reabastecerse de publicaciones—, y desde allí trabajó la región de la costa del Pacífico entre las ciudades de Arriaga y Tapachula. Los paisajes eran preciosos, pero las carreteras montañosas dejaban mucho que desear, y hacía gran parte de sus recorridos a pie. Por las noches, el hermano Carreón pronunciaba discursos y, acto seguido, ofrecía las obras de la Sociedad; de esta manera se distribuyeron muchas publicaciones. No obstante, él mezclaba la predicación con la venta de mercancías.

En una asamblea celebrada en 1931 en la Ciudad de México, se recomendó a los colportores (precursores) concentrarse en distribuir las publicaciones bíblicas, más bien que en vender otros productos. Carreón se sintió ofendido y abandonó la organización. Posteriormente se unió a un hombre de apellido Pérez en el estado de Veracruz, y con el tiempo formaron un grupo denominado Estudiantes Nacionales de la Biblia.

En cambio, José Maldonado comprendió desde el principio que la organización de Jehová es internacional. Lo que escuchó en la asamblea de la Ciudad de México lo hizo reflexionar profundamente. El programa puso de relieve el nombre testigos de Jehová y la responsabilidad que comporta llevar dicho nombre. Antes de concluir la asamblea, el hermano Maldonado decidió hacerse colportor y dedicar todo su tiempo a la predicación. Verdaderamente había una enorme necesidad de predicadores del Reino. En aquel entonces no había más que 82 Testigos en todo el país.

“En México tenemos muchísimo territorio”

Al año siguiente, el hermano Maldonado expresó su deseo de ensanchar su servicio y predicar en Guatemala, país fronterizo con el estado de Chiapas. La sucursal mexicana le contestó en estos términos: “Estimado hermano Maldonado: En México tenemos muchísimo territorio. Podría decirse que es un territorio virgen. En el país hay cerca de quince millones de habitantes. Debemos dar por lo menos siete millones de testimonios y apenas se han dado doscientos mil. [...] Todavía hay trabajo para unos cien colportores por los próximos cinco años. En estos momentos solo tenemos 33 en el campo. Ya se imaginará cuánto trabajo queda por hacer en el país todavía”. (Se denominaba testimonio a la acción de predicar acerca de Jehová y sus propósitos, dejando, de ser posible, alguna publicación.)

El hermano Maldonado y su esposa aceptaron la asignación de predicar en el estado de Morelos, al sur de la Ciudad de México; después volvieron a Chiapas y posteriormente fueron a Guerrero, al oeste de Chiapas. ‘Cuando llegamos a Guerrero —relata el hermano Maldonado—, nos compramos un burro llamado Volcán, pues en los alrededores de Arcelia no había transporte. Mi señora se encariñó mucho con él. En un costado le cargábamos las publicaciones, y en el otro, la maleta de ropa.’

A finales de 1933, cuando el hermano Maldonado estaba en Veracruz, en la costa del Golfo, recibió de la Ciudad de México equipo nuevo para predicar: un fonógrafo eléctrico. Conectado a un altoparlante, reproducía discursos bíblicos que un auditorio grande podía escuchar fácilmente. El hermano Maldonado lo utilizó en las reuniones de congregación y en algunos otros sitios para dar testimonio público. Cuando él y su esposa iban a lugares aislados a dar testimonio, transportaban el aparato en el lomo de un burro (no era Volcán, al cual tuvieron que vender en un momento de necesidad).

El hermano Maldonado resumió así su servicio: “De 1931 a 1941 fui precursor. Viajé porque antes un precursor no trabajaba una población, sino estados enteros”.

Por algunos años llevaron consigo a su pequeña hija. A veces los amenazaron con pistolas y escopetas. A él lo encarcelaron, y en una ocasión lo golpearon. Cuando su pequeña iba a cumplir 7 años, consideraron apropiado establecerse en la Ciudad de México, donde continuaron predicando. Más tarde, él se alejó de la organización, pero después regresó, y siguió sirviendo a Jehová hasta su muerte.

Se da testimonio en los estados norteños

Entretanto, algunas personas de Estados Unidos sin vinculación alguna entre sí cruzaban la frontera para dar el mensaje a la gente del norte de México.

Uno de ellos fue Manuel Amaya Véliz, un hombre alto y delgado que conoció la verdad en 1922 en El Paso (Texas) por medio de un compañero de trabajo. En ese tiempo formaba parte de un grupo activista. Él explicó su situación así: “Tenía ideas medio descabelladas. Me gustaba todo lo que atacase al clero, al capitalismo y a la política”. Por invitación de un compañero de trabajo, fue a escuchar un discurso que presentó Roberto Montero. Aunque indeciso al principio, Manuel comenzó a servir de publicador del Reino en 1928. En 1931 simbolizó su dedicación mediante el bautismo y se le nombró “director de servicio” en El Paso. Sin embargo, quería hacer más para difundir la verdad.

“Había pedido a Jehová en oración que me permitiera venir a México a realizar la obra del Reino”, comentó más tarde. Cuando perdió su empleo por una reducción de personal, pudo mudarse. Así pues, el mismo año de su bautismo, él y su esposa cargaron en su Ford modelo T de 1926 y en un pequeño remolque las pertenencias que no pudieron vender, y se encaminaron a Ciudad Camargo, en el centro del estado de Chihuahua.

Para reunir un poco de dinero, Manuel colocaba en el piso del mercado algunas mercancías que había traído para vender. “En cuanto junté unos centavos, fui a la Ciudad de México y me presenté en la sucursal”, recuerda. Se hicieron preparativos para que comenzara desde Ciudad Camargo una campaña de predicación.

Las campañas de predicación del hermano Amaya

“Empecé a trabajar a mi manera, pero siguiendo siempre las directrices de la organización”, mencionó. Tenía una buena cantidad de libros de la Sociedad en español: Liberación, Reconciliación, La creación, Gobierno, Profecía, Vida, Luz. Dio testimonio y distribuyó tantas publicaciones como pudo. Algunas personas empezaron a manifestar interés.

Hizo un recorrido tras otro, hasta que abarcó los estados de Chihuahua y Durango, una región muy vasta del norte del país. Para asegurarse de tener un buen abastecimiento de publicaciones, pedía a la Sociedad que enviara remesas a diferentes pueblos de su ruta, donde las reclamaba al llegar. Con frecuencia trocaba publicaciones por comestibles, pues muchas personas eran demasiado pobres para dar una contribución.

En La Laguna, una región que abarca parte del estado de Coahuila, conoció a un hombre que le dijo que también era Testigo. Se trataba de Florentino Banda, que había llegado de Texas en 1933. Trabajaron juntos aquella comarca, y cuando el hermano Amaya regresó a su hogar, en Ciudad Camargo, el hermano Banda siguió cultivando el interés de la gente. Posteriormente, Florentino Banda sirvió de superintendente viajante, acompañado de su esposa.

El hermano Amaya tenía talento para ayudar a la gente a aprender la verdad y a convertirse en siervos celosos de Jehová. En Valle de Allende ayudó a Rodolfo Maynez. El hermano Maynez llegó a defender varias veces la verdad ante las autoridades, y en una ocasión hasta retó al cura del pueblo a un debate. Allí mismo, en Valle de Allende, el hermano Amaya ayudó también a la familia Bordier. Gildardo Bordier sirvió más tarde en las oficinas de la Sociedad en la Ciudad de México y después se casó con María Luisa Montero, hija de Roberto Montero. Esta pareja continúa sirviendo fielmente hasta hoy.

Manuel Amaya sirvió fielmente a Jehová hasta su deceso, en 1974. Su esposa, Angelita, también sirvió a Jehová junto con él. Ella falleció en 1990, después de más de cincuenta años de servicio fiel.

¿Cómo iba la obra en la Ciudad de México?

En cuanto se abrió la sucursal en la Ciudad de México, en 1929, la predicación de las buenas nuevas progresó notablemente. Al año siguiente ya había tres clases en la capital y diecinueve en el resto del país.

Entre los que tenían hambre espiritual se encontraba un joven que era miembro de la Iglesia Ortodoxa Griega. En compañía de otro griego examinaba con frecuencia las Escrituras en su negocio. Un día de 1929, su amigo entró en la tienda con el libro El Plan Divino de las Edades. Su lectura los fascinó. Consiguieron algunos libros y folletos. “Aquellos folletos y el libro Liberación me impresionaron de verdad”, comentó Hércules Dakos relatando sus primeras impresiones.

La misma semana que lo invitaron, asistió a la reunión en que se estudiaba La Torre del Vigía. Ese día regresó a casa con una caja de libros y folletos, unos para sí mismo y otros para distribuirlos. Pronto comenzó a hablar con sus amigos y clientes sobre las buenas nuevas del Reino de Dios. Aquel año, 1929, se bautizó. Al año siguiente, anhelando dar a conocer la verdad a sus familiares, preparó sus maletas y viajó a Grecia.

Año y medio después Hércules regresó a México con más entusiasmo que nunca. Halló que la congregación con la que se reunía había duplicado su tamaño.

Predicó con un interés especial en el centro de la Ciudad de México. En los edificios de gobierno encontró muchas personas deseosas de aprender. Para dar el mensaje al presidente del país, escribió una carta. En respuesta, el secretario del presidente le pidió algunas publicaciones.

Meses después del retorno del hermano Dakos, la obra en México recibió un nuevo impulso.

El hermano Rutherford visita México

Del 26 al 28 de noviembre de 1932 se celebró una asamblea en la Ciudad de México, a la que asistieron el hermano Rutherford y Eduardo (Edwin) Keller, ambos de la sede mundial de Brooklyn (Nueva York). En el transcurso de la visita, el hermano Rutherford también pronunció discursos en cinco radioemisoras. Los programas se escucharon por todo el país y tuvieron una buena acogida.

Durante su estancia en México, el hermano Rutherford tuvo que destituir al superintendente de la sucursal al descubrirse que su conducta no era propia de un cristiano. Se invitó a Roberto Montero a ir a México y encargarse de la sucursal, pero como no podía trasladarse de inmediato, el hermano Keller se quedó supervisando los asuntos temporalmente.

Roberto Montero llegó en abril de 1933. Los recientes problemas de superintendencia habían afectado el servicio del campo; era muy necesaria la edificación espiritual. Un informe del Boletín (hoy Nuestro Ministerio del Reino) señaló: “La cantidad de trabajadores disminuyó de un máximo de 253 en 1932 a un máximo de 105 en 1933 [...]. La cifra bajó a 48 en febrero”.

La familia Montero llega a ser la familia de Betel

¿Cómo se organizó la sucursal cuando la familia Montero llegó a México? Roberto Montero, hijo, quien ahora reside en Los Ángeles (California), relata:

“Llegué con mi familia a la Ciudad de México a la edad de 5 años. Nos hospedamos en una casa de tres pisos, incluido el sótano. Posteriormente la Sociedad compró esta casa para convertirla en la primera sucursal de La Torre del Vigía. [...]

”Poco después, mi padre invitó al hermano Samuel Campos a trabajar en la oficina de la sucursal. El hermano Campos llevaba la contabilidad y, como era bilingüe, ayudaba a mi padre a traducir las publicaciones al español. Mi madre llevaba los registros de los informes de servicio y atendía los archivos. En el transcurso del tiempo, mi padre nos enseñó mecanografía y taquigrafía a mi hermana y a mí, con el fin de prepararnos para ayudar en la oficina.

”Una vez preparados, nuestra asignación al llegar de la escuela era, entre otras cosas, mecanografiar los manuscritos de las traducciones y ayudar con la correspondencia. Para nosotros era un privilegio. Al cabo de unos años llegaron otros hermanos a trabajar en la sucursal: [Mario] Mar y su esposa, Conchita; José Quintanilla y su esposa, Severa; Carlos Villegas, y, por poco tiempo, Daniel Mendoza. [...]

”Una de las muchas responsabilidades del hermano Mar era la de supervisar la imprenta que se había comprado para publicar El Informador (ahora Nuestro Ministerio del Reino), impresos explicativos, invitaciones y diversos formularios que se usaban en la oficina. El hermano Alfonso García, que también servía en Betel, y yo, trabajábamos en la imprenta bajo la supervisión del hermano Mar. Hacíamos la composición a mano, manejábamos la prensa y recortábamos lo impreso a su tamaño final con la guillotina. Teníamos 13 ó 14 años cuando empezamos a hacer este trabajo. Aprendimos muchas cosas que nos fueron muy útiles al llegar a ser adultos, como les ocurre hoy a los jóvenes que sirven en los hogares Betel.”

Su territorio era toda la República

Otros hermanos de Estados Unidos vinieron cuando oyeron que había mucha necesidad al sur de su frontera. Uno de ellos fue Pedro De Anda, bautizado en 1925. Un hermano estadounidense que había pasado algún tiempo en México, le habló de lo fértil que era el campo mexicano para la verdad bíblica. Sin dudarlo, De Anda se mudó a México. “Llegué a la ciudad de [Nuevo] Laredo con muchos deseos de servir”, comenta. Predicó desde esa ciudad fronteriza hasta Monterrey, y de allí hasta el estado de Zacatecas.

Cargado con un fonógrafo llegó a Concepción del Oro (Zacatecas). Se dirigió a la plaza y allí puso el disco de una conferencia. ¿Cómo reaccionó la gente? Relata:

“Durante la conferencia llegó un señor rico y muy fanático. Se dirigió a la gente reunida diciéndole que éramos los principales enemigos de la Virgen y de la Iglesia Católica [...]. Agarraron palos y piedras con la intención de matarnos. Entonces exclamé: ‘¡Un momento, pueblo! No somos bestias para que nos traten así. Somos humanos, y les hemos traído un mensaje de vida’. Les pregunté si acaso había obligado a alguien a creer en mi mensaje; después les di las gracias por su atención. Recogimos las publicaciones y el fonógrafo y nos retiramos caminando.”

Momentos después, un grupo de personas armadas llegó hasta la casa donde se hospedaba el hermano De Anda. ¿Qué sucedía? Eran los miembros de la Iglesia Bautista. Se consideraban “hermanos” de Pedro De Anda y venían dispuestos a defenderlo. Después de agradecerles su amable gesto, les explicó que eso no era necesario porque tenía a Jehová como su protector.

De Anda ensanchó gradualmente su territorio hasta abarcar todo el país, de modo que no solo trabajó en el norte, sino también en los estados de Durango, Puebla, Veracruz y Chiapas.

‘Envíen un publicador’

Cuando Mario Mar estaba aprendiendo la verdad, en 1934, no había hablado nunca con un testigo de Jehová. ¿Cómo llegó a ser publicador? Él explicó: ‘Cuando una enfermedad estaba afectando a mi familia, fui a casa de un vecino. Allí vi los libros La creación y Reconciliación, y como me sentía angustiado, me puse a leerlos’. Tiempo después, cuando se mudó de Estados Unidos a San Miguel de Camargo (Tamaulipas), decidió escribir a la Sociedad. “En ese entonces había varias procesiones religiosas en el pueblo por causa de la sequía —recuerda—, así que les pedí que enviaran un publicador para que hablara con la gente, que me parecía muy fanática. La Torre del Vigía contestó que mi petición era muy buena y que, por lo tanto, me enviaban a mí para comenzar a predicar. Me mandaron 75 folletos La angustia mundial, la razón y el remedio, Justo Gobernante y Dividiendo a la Gente.”

Valiéndose de estos folletos, Mario empezó a predicar las buenas nuevas, primero en San Miguel de Camargo y después en los pueblos aledaños. Como le agradó esta labor, escribió a la Sociedad para saber si podía servir en otros lugares. La Sociedad le contestó de inmediato que su territorio sería la región norte del estado de Nuevo León. Sin titubear, Mario puso manos a la obra. “Hacía el trabajo de un precursor sin siquiera estar bautizado”, comentó. Pero aunque nadie lo había preparado, tenía la ayuda de Jehová, y su esposa también comenzó a acompañarlo.

Después, cuando ella enfermó, Mario volvió a escribir a la Sociedad para preguntar dónde sería aconsejable establecerse por algún tiempo. La Sociedad les indicó el domicilio de Román Moreno, en la ciudad de Monterrey. Por fin conocieron a compañeros testigos de Jehová. Allí, Mario y su esposa pudieron asistir a las reuniones y bautizarse poco después.

En una asamblea celebrada en Monterrey en 1935, se invitó al hermano Mar a servir en la sucursal. Con el tiempo, se le utilizó frecuentemente como siervo de zona (superintendente de circuito).

Muchos hermanos de todo el país recuerdan a Mario Mar como el primero que les llevó la verdad. Él sirvió fielmente hasta su muerte, en 1988. Su esposa todavía sirve lealmente a Jehová.

Se divulga la verdad en el noroeste del país

Como sucedía en todas partes durante los años treinta, en los estados del noroeste —Baja California, Sonora y Sinaloa— surgieron grupos de testigos de Jehová.

A principios de esa década, Luciano Chaidez, que vivía en Culiacán (Sinaloa), habló con una mujer que siempre estaba criticando la religión y decía que todas las religiones serían destruidas. Algunos pensaban que estaba trastornada; pero en realidad solo repetía lo que había aprendido en unos libros que su hermana le había enviado de Estados Unidos. Luciano consiguió uno de esos libros, El Arpa de Dios, en español, y lo leyó tres veces. Se convenció de que enseñaba la verdad, y escribió a la Sociedad. Como respuesta, le enviaron algunas publicaciones; con ellas emprendió la obra de colportor en esa zona. Tiempo después, durante una asamblea celebrada en 1934, se bautizó.

Mientras el hermano Chaidez servía de colportor en la ciudad portuaria de Mazatlán, conoció a Gilberto Covarrubias, quien se reunía con un grupito de Testigos de esa ciudad. Gracias al estímulo que recibió, Gilberto progresó muy bien. Recuerda claramente cómo fue bautizado: lo llevaron a la playa y le indicaron que se sumergiera en el agua y contuviera la respiración tanto tiempo como pudiera; cuando emergió, le dijeron que estaba bautizado. Claro está que no usamos ese método hoy día. Sea como fuere, Gilberto sirvió a Jehová con mucho empeño, y contribuyó en gran manera a diseminar las buenas nuevas dirigiendo en el servicio del campo a los Testigos que predicaban en los pueblos cercanos a Mazatlán.

En esa misma zona vivía Pedro Saldívar, a quien habían encarcelado por un delito que no había cometido. Su hija le llevaba libros y revistas para que tuviera algo que leer durante los más de tres meses que estuvo en prisión. Cierto día, entre las cosas que su hija le había llevado, vio un folleto escrito por J. F. Rutherford. El mensaje que hablaba del propósito de Dios de establecer un justo nuevo mundo lo consoló enormemente. Poco después se descubrió al verdadero culpable y se puso en libertad a Pedro. De inmediato buscó más publicaciones semejantes al folleto que había leído, y consiguió algunas. Más tarde, una vecina que era Testigo lo llevó a las reuniones que dirigía Gilberto Covarrubias. Tal como había hecho Gilberto, él también emprendió una campaña de predicación; fue hacia el norte, desde Sinaloa hasta la región norteña de Sonora. Todavía se le recuerda como uno de los primeros colportores que difundió el mensaje del Reino en esa zona.

En aquellas campañas de predicación se recorrían enormes distancias, pues había pocos Testigos y el territorio era muy grande. Cuando en 1938 se formó la Congregación Mazatlán (Sinaloa), esta tenía por territorio todo el estado.

Un tesoro y el cadáver de un burro

Al oeste de Sonora se encuentra la península de Baja California, paralela a la costa noroccidental del país. En 1934, un joven Testigo se dedicaba a explicar la Biblia a la gente del sur de la península. Su obra produjo buenos resultados, pero ¿qué fue de él?

Esther Pérez relata: “En 1934 llegó a La Purísima (Baja California) un joven que hablaba de la Biblia. [...] Mi papá, que trabajaba [...] para el gobierno, nos dijo que la Sociedad le había enviado cartas en las que preguntaba por el joven, pues no se sabía qué había sido de él”. Simplemente desapareció. “Las autoridades investigaron para ver si encontraban el cadáver, pero nada hallaron, salvo el esqueleto de un burro atado. [...] Quienes dieron con dicho esqueleto también encontraron una maleta llena de libros de distintos colores. [...] De regreso al pueblo empezaron a leer los libros, y aunque no los entendieron, se dieron cuenta de que citaban de otro libro: la Biblia.”

Nunca se supo con certeza lo que le sucedió a aquel joven Testigo, pero algunas personas que leyeron las publicaciones que él llevaba se interesaron profundamente por entender la Biblia.

Sin embargo, un protestante quiso aprovechar la oportunidad para hacerse de algunos seguidores, y organizó un grupo con los que se habían interesado al leer los libros. Después, se suscribieron a La Atalaya, y empezaron a estudiarla. La hermana Pérez narra lo que sucedió más tarde:

“Como el protestante se sentía dueño del grupo, no quería que nadie se comunicara con la Sociedad. Sin embargo, la Sociedad envió una carta en la que preguntaba si llegaban allí medios de transporte, de modo que se pudiera enviar a un representante para visitar el grupo. El señor Juan Arce (así se llamaba el protestante) le dijo a mi papá que no contestaran a la Sociedad. No obstante, papá y un señor llamado Francisco escribieron a la Sociedad a escondidas del protestante y explicaron cómo podía llegar el representante. Yo estaba en el pueblo cuando llegó ese hermano, un joven de apellido Terán Pardo. [...]

”Al día siguiente, antes de que el hermano se levantara, ya estaba todo el grupo esperando para saludarlo y hacerle preguntas. El hermano programó una reunión para esa tarde, a la que acudimos todos, unas veinticinco personas. Nos dio un discurso, y luego preguntó: ‘¿Quiénes quieren salir a servir a Jehová?’. Todos levantamos la mano; entonces dijo: ‘Vengan mañana a las nueve de la mañana para que les dé instrucciones sobre cómo realizar la obra’. Al día siguiente nos presentamos muy temprano. El hermano nos dio una tarjeta y nos indicó que lleváramos folletos. Dijo que primero presentáramos la tarjeta y después ofreciéramos los folletos. Recuerdo que me tocó salir con mi mamá. Regresamos muy contentas porque pudimos dejar folletos a las personas.” El protestante, por supuesto, nunca más volvió a las reuniones.

Se superan obstáculos en el sureste

Entretanto, en el sureste había grandes dificultades para predicar. Los estados de Chiapas y Tabasco eran muy pobres, sobre todo los pueblos aislados de la sierra. ¿Cómo llevar el mensaje del Reino a esas personas?

Para 1932 Daniel Ortiz vivía en Tuxtla Gutiérrez (Chiapas); allí conoció la verdad. Él y su familia la aceptaron rápidamente. Aunque nadie les había enseñado cómo celebrar las reuniones, su familia y otras personas —doce en total— estudiaban con la ayuda de las publicaciones de la Sociedad. Posteriormente, el hermano Ortiz viajó a la Ciudad de México para visitar la sucursal, y obtuvo algunas publicaciones para distribuirlas. Regresó a su casa (ahora en Cintalapa) sumamente entusiasmado. Cuando el grupo salió a predicar, algunos llevaban las publicaciones en sus morrales, y otros, envueltas en papel, pero él colgó una caja llena en medio de un palo, y dos publicadores la transportaron. Se había propuesto distribuir muchas publicaciones, y así lo hizo.

En 1934 la familia Ortiz asistió a una asamblea, y allí se les invitó a emprender el servicio de precursor. Su territorio sería el estado de Tabasco. El hermano Ortiz relata: “Compré dos caballos, uno para llevar la carga y otro para Estela, mi hija de 12 años. Éramos cinco en total: mi hija de 15 años, otra de mis hijas, que estaba casada, y un jovencito de 15 años que nos acompañaba”.

Predicaron en muchos pueblos de Tabasco y distribuyeron gran cantidad de publicaciones. Pero en Tapijalapa los arrestaron y los llevaron al cuartel militar. “El presidente municipal [alcalde] era un coronel —narró posteriormente el hermano Ortiz—. Me preguntó con aspereza si no sabía que estaba prohibido distribuir esas publicaciones en el estado. Le contesté que ese estado formaba parte de la República Mexicana, y que yo contaba con una credencial expedida por la Secretaría de Gobernación para efectuar esta obra. Me respondió que para él ese documento no valía más que el papel en que estaba escrito. Nos quitaron todo objeto de valor y las publicaciones que llevábamos en los maletines.”

Sin embargo, lo que más le preocupaba al hermano Ortiz era la seguridad de dos hermanas del grupo que se hallaban en otro pueblo. Se trataba de su hija mayor y de otra hermana que estaban predicando allí. La policía sabía que faltaban dos personas del grupo, de modo que envió algunos hombres a buscarlas. El hermano Ortiz relató: “Eran como las seis de la tarde, y el pueblo estaba como a 20 kilómetros por un camino montañoso; además, comenzó a llover. Calculé que llegarían allá alrededor de la media noche. Me preocupaba al pensar en lo que sería de las jóvenes —una de 16 años y otra de 20— si llegaban a caer en manos de aquellos sujetos. Una de ellas era mi hija; imagínese cuánto me atormentaban mis pensamientos”. Oró con fervor hasta que lo venció el sueño. ¡Qué alivio sintió al día siguiente al enterarse de que Jehová había respondido a sus oraciones y que nada malo había sucedido a las jóvenes!

El grupo estuvo bajo arresto varios días en condiciones insalubres y con poco alimento; después, una escolta de soldados los condujo fuera del estado. Lo primero que hicieron una vez libres fue conseguir jabón y buscar un río donde bañarse y lavar la ropa. Luego, siguieron predicando las buenas nuevas, pero esta vez en el estado de Chiapas. A pesar de los obstáculos, nunca dejaron de buscar las valiosas ovejas de Jehová. Eran verdaderos precursores.

En aquel tiempo, la sucursal mexicana también se encargaba de la obra en Guatemala. En varias ocasiones la Sociedad pidió al hermano Ortiz que se internara en ese país para buscar y alimentar a las personas de cualidad de oveja.

Para 1972, cuando contaba 80 años, el hermano Ortiz todavía servía de precursor. Guardaba muy gratos recuerdos de la obra que había efectuado por más de cuatro décadas, y seguía esforzándose por hacer cuanto podía en su servicio a Jehová. Dijo:

“Aunque los años me restan fuerzas, Jehová sigue renovándomelas. ¡Qué feliz me siento de ver el aumento del pueblo que lleva su nombre! Me llena de alegría y me motiva a servirle más [...]. Estoy agradecido, pero me faltan palabras para expresar mi gratitud; por ello prefiero concentrar las pocas fuerzas que tengo en seguir adelante.”

Hasta aquí hemos relatado algunas de las experiencias que vivieron los siervos de Jehová antes de la II Guerra Mundial; es imposible incluir todas en este relato. La mayoría de los que difundieron con fervor el mensaje del Reino en los años veinte y treinta han fallecido; pero es digno de imitar el ejemplo de todos los que sirvieron fielmente a Jehová, ya sea de manera trascendental o realizando un servicio que solo se recuerda localmente.

Luego de un vals, un discurso enérgico

De 1938 a 1943 se emplearon los llamados carros de sonido para difundir las verdades bíblicas en esta parte del mundo, y fueron muy útiles. En México se usaron siete de estos vehículos equipados con un tocadiscos en el interior y altavoces en el techo. Transmitían los enérgicos discursos del hermano Rutherford grabados en español por Eduardo Keller.

Algunos de los que utilizaron estos automóviles fueron José Quintanilla (a quien más tarde, en la sucursal, llamaron cariñosamente “el abuelo”), Daniel Mendoza y Víctor Ruiz. Más o menos un año después de haber recibido por primera vez algunas publicaciones de la Watch Tower, José Quintanilla y su esposa comenzaron a servir en Betel. “No entendía muy bien la obra, pues hacía poco que la conocía y era poca mi educación escolar”, recordaba el hermano Quintanilla. De todos modos, aceptó de inmediato colaborar reparando los automóviles que se usarían para difundir la verdad bíblica. Después de que José había participado en la obra por algunos meses, los hermanos se enteraron de que no estaba bautizado y le dijeron que debía hacerlo si deseaba seguir sirviendo en Betel. De inmediato cumplió con este requisito bíblico, y se bautizó en agosto de 1938.

¿Cómo se predicaba con los carros de sonido? Normalmente iban en el automóvil cinco hermanos. Cuando llegaban a un pueblo, ponían un discurso bíblico de modo que todos pudieran oírlo. Luego, mientras el conductor se quedaba en el vehículo para contestar las preguntas de los curiosos, dos hermanos predicaban de casa en casa por un lado de la calle y los otros dos por el otro. El hermano Quintanilla solía decir con modestia: “Todo lo que hacía era hablar con los que se acercaban y mostrarles las publicaciones”.

En ocasiones se ponían valses antes de los discursos para llamar la atención de las personas. Imagínese la sorpresa que se llevaban cuando, después de un poco de música, escuchaban un discurso enérgico que desenmascaraba a la religión falsa.

Daniel Mendoza, que también tomó parte en esta obra, relató: “Al principio la gente se entusiasmaban [...], pero luego algunos iban a informar al cura sin que nos diéramos cuenta. Entonces se armaba un alboroto, y agarraban palos y piedras para sacarnos del pueblo”.

En cierto pueblito, un hombre alto y fornido intentó volcar el carro de sonido del hermano Quintanilla. Había levantado ya un lado del automóvil, cuando una sacudida lo arrojó al suelo. Espantado, echó a correr mientras gritaba: “¡No se acerquen; ese auto tiene el diablo!”. ¿Qué había sucedido? Recibió por sorpresa una descarga eléctrica debido a que el hermano Quintanilla había conectado el sistema eléctrico al chasis del automóvil. Hoy no se recomienda esta táctica, pero él la usó para protegerse de las personas agresivas y proteger también el equipo que utilizaba.

Cuando los carros de sonido dejaron de utilizarse, los Testigos usaron fonógrafos portátiles. En la sucursal se fabricaron unos trescientos. “El abuelo” Quintanilla también participó en este trabajo. Él relataba cómo hacían las cajas y entonces montaban los altavoces y los motores: “Los probábamos para asegurarnos de que funcionaban bien y de que seguirían sirviendo; luego los enviábamos a los hermanos para que los usaran en la obra de casa en casa”.

Claro está que con el tiempo las presentaciones y los sermones del Informador (llamado hoy Nuestro Ministerio del Reino), junto con la preparación recibida mediante la Escuela del Ministerio Teocrático, sirvieron para que los publicadores aprendieran a conversar con la gente y a contestar sus preguntas con textos de la Biblia.

Llegan los graduados de Galaad

A comienzos de los años cuarenta, los testigos de Jehová emprendieron un programa educativo múltiple que incidió profundamente en la proclamación mundial del Reino. Un aspecto de ese programa consistió en la preparación del personal de las sucursales para que hicieran el trabajo igual que en la sede mundial de Brooklyn (Nueva York, E.U.A.). El principal promotor fue Nathan H. Knorr, quien en 1942 llegó a ser presidente de la Sociedad Watch Tower. Cuando el hermano Knorr visitó por primera vez el país, en febrero de 1943, la sucursal mexicana se benefició de forma muy directa de ese programa. Durante su visita celebró una reunión especial con publicadores de diversas partes del país, a los que instó a luchar contra el analfabetismo: herencia de la influencia ancestral del catolicismo que ha impedido la superación de los pueblos latinoamericanos. Además, ayudó bastante al personal de la sucursal, y, cuando se marchó, dejó la oficina y el Hogar Betel bien equipados y mucho mejor organizados.

Aún había mucho que hacer en México. La cantidad de alabadores de Jehová en el país había aumentado gradualmente desde la I Guerra Mundial, pero el crecimiento era lento. En 1943, 1.565 proclamadores informaban su servicio mensualmente, y trabajaban con ahínco. Los publicadores dedicaban un promedio de 28 horas al mes a dar testimonio, y los precursores regulares, una media de 137 mensuales.

Ese año la Sociedad puso en marcha una escuela que ejercería una enorme influencia en la obra de predicar el Reino y hacer discípulos. Se fundó el entonces llamado Colegio Bíblico de Galaad de la Watchtower, cuyo objeto era preparar a ministros precursores con experiencia para servir en cualquier lugar del campo mundial donde se les necesitara. (Posteriormente se le cambió el nombre a Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower.) La primera clase comenzó el 1 de febrero. Se proyectó enviar algunos de los graduados a México.

Al principio los hermanos tropezaron con muchos escollos legales cuando intentaron conseguir los visados para los graduados de Galaad. La II Guerra Mundial aún no había terminado; además, en Nuevo Laredo (Tamaulipas) —en la frontera con Estados Unidos— se había comenzado a perseguir a los testigos de Jehová, y a algunos los habían encarcelado. Esta situación obstaculizó la obtención de los visados. Juan Bourgeois, superintendente de la sucursal en aquel tiempo, explicó lo siguiente en su informe de 1945:

“Cuando se anunció por primera vez el propósito del Colegio Bíblico de Galaad de la Watchtower, en México todos anhelábamos que llegara la fecha de la primera graduación, pues confiábamos en que una buena cantidad de graduados, con preparación especial para el servicio teocrático en el extranjero, serían enviados al territorio prácticamente virgen de la República. Sabíamos, además, que el adversario montaría en cólera y haría cualquier cosa para impedir la entrada de nuestros hermanos al país. En agosto de 1943, la Sociedad nos dijo que, si conseguíamos los permisos correspondientes, se asignaría a treinta instructores (graduados de Galaad) a México.

”Hicimos todo lo humanamente posible por conseguir los permisos, pero se presentaron una cantidad increíble de trabas que impedían la entrada de los instructores al país. En febrero de ese año, cuando prácticamente nos habíamos dado por vencidos pensando que quizá no era la voluntad de Jehová, el hermano Knorr nos visitó. Él rehusó darse por vencido, e hizo algunos trámites especiales, de modo que se realizó ‘lo imposible’. En marzo se superaron los obstáculos y se concedió la entrada al país a los hermanos Anderson. Poco después, en abril, se admitió a otros siete instructores teocráticos, graduados de la primera clase de Galaad.”

Fred y Blanche Anderson

Los hermanos llegaron a amar profundamente a Fred y Blanche Anderson, un matrimonio de ungidos que dedicaron la mayor parte de su vida al servicio de tiempo completo en México. Cuando el hermano Anderson residía en el país, se hizo necesario amputarle una pierna como consecuencia de un accidente que había sufrido de joven. Pese a ello, siguió trabajando en el territorio de la Ciudad de México apoyado en sus muletas. Era amable y amigable. La personalidad del hermano Anderson y de su encantadora esposa, a quien las hermanas solían llamar cariñosamente Blanquita, llenó de amor y gratitud el corazón de muchos mexicanos.

Las expresiones del hermano Anderson revelaban bien su personalidad. En cierta ocasión manifestó: “Con agrado y devoción comenzamos a adaptarnos y a prepararnos para [servir en el extranjero]. El curso de Galaad nos ayudó sobremanera a conseguirlo. Durante cinco meses y medio trabajamos mucho y nos esforzamos para llenar la cabeza con todo lo que pudimos, pero el tiempo pasó como un relámpago. Antes de que nos diéramos cuenta, llegó el día de la graduación. Pensábamos que nuestro gozo en Galaad era el máximo, que no era posible ser más feliz o estar más cerca de Dios. Pero teníamos mucho que aprender, y lo hicimos en nuestra asignación en el extranjero”.

Después de algunos años en su asignación, dijo: “¿A cuántas personas humildes hemos ayudado a entrar en la gloriosa luz de la verdad de Jehová? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ha sido muy grande nuestro gozo al participar de la bondad de Jehová”. Los Anderson sirvieron por muchos años en la obra de circuito en México y después en Betel, donde terminaron su carrera terrestre, él en 1973 y ella en 1987.

Compañeras durante medio siglo

Después de su primera década en México, Rosa May Dreyer, también graduada de Galaad, escribió que de las veintiuna personas que en un principio se asignó al país, solo once habían podido permanecer, y añadió: “Estoy segura de que estas once dirán conmigo: ‘No escogería estar en ninguna otra parte’”.

Por causa de los obstáculos para entrar al país, Rosa May Dreyer y Shirley Hendrickson sirvieron por dos años en Texas, cerca de la frontera con México. Durante ese tiempo aprendieron un poco de español. Shirley, una persona alegre, recuerda que aquel territorio era difícil; por eso le agradó tanto la aceptación que encontró en la Ciudad de México. Al principio ningún publicador local fue asignado a acompañarlas, como ellas esperaban. Lo que ocurrió fue que alguien las llevó a una esquina y, sin más explicaciones, les dijo: “Aquí está su territorio”. Además, su conocimiento del español era limitado. No obstante, en vez de desanimarse, continuaron su servicio como mejor pudieron. Shirley relata sobre aquellos días: “Recuerdo que me dirigí a un edificio un poco nerviosa, pero en los primeros cuatro apartamentos aceptaron los cuatro libros que llevaba y tuve que volver a casa por más publicaciones. Aquello me infundió valor, y nunca más tuve problemas”. Hace unos cuantos años, Shirley asistió a la boda de la hija de una señora con quien estudió la Biblia en sus primeros años en México. ¡Qué alegría sintió al enterarse de que cincuenta familiares de aquella persona sirven a Jehová! Uno había sido superintendente viajante y otra era entonces miembro de la familia de Betel.

Shirley y Rosa May fueron compañeras de servicio desde 1937 (antes de asistir juntas a Galaad) hasta 1991, año en que “Rosita” falleció en su asignación en México. Habían servido juntas por casi cincuenta y cuatro años.

Otros misioneros que vinieron

En total, se han enviado cincuenta y seis graduados de Galaad procedentes de diferentes países a participar en la gran obra de educación divina que se efectúa aquí. Además de los ya mencionados, otros misioneros de la primera clase de la Escuela de Galaad fueron Rubén Aguirre, Charlotte Bowin, Maxine Bradshaw, Geraldine Church, Julia Clogston, Betty Coons, Russell Cornelius, Dorothea Gardner, Verle Garfein, Frances Gooch, Elva Greaves, Thurston y Marie Hilldring, Fern Miller, Maxine Miller y Pablo Pérez. Todavía en 1988 llegaron algunos. El servicio que todos realizaron en el campo fue un motivo de gozo tanto para ellos como para otros. También ocurrieron sucesos inesperados, pero dichosos.

Un ejemplo es el de Charlotte Bowin, quien después de dos años de servir en México fue asignada a El Salvador. Posteriormente, en 1956, se casó con Albert Schroeder, uno de sus instructores de Galaad que con el tiempo pasó a formar parte del Cuerpo Gobernante.

En 1949, Maxine Miller contrajo matrimonio con Samuel García, un graduado de Galaad oriundo de México que en aquel entonces servía en la sucursal como representante legal de la Sociedad. Cuando Maxine llegó a la Ciudad de México, en 1946, había solo cuatro “compañías”, o congregaciones. Para 1961 ya eran 70, y a principios de 1994, la cantidad de congregaciones de la Ciudad de México y su área metropolitana era de 1.514. ¡Qué maravilloso aumento presenció! ¿Hubo solo momentos alegres en su servicio de tiempo completo? “No, no fue así —dijo en una ocasión—. También hay instantes de prueba y experiencias difíciles, pero los gozos son muchos más que los pesares, y son aquellos los que resaltan cuando reflexiono sobre el camino en que he ido al seguir tras mi propósito en la vida como sierva de Jehová Dios.” Maxine falleció en 1992 mientras servía fielmente en su asignación.

Esther Vartanian había servido en México por unos ocho años cuando se casó, en 1955, con Rodolfo Lozano, un graduado de Galaad que acababa de llegar al país. Puesto que vivían en la sucursal, ella predicaba en la ciudad, y ayudaba a muchas personas a conocer a Jehová. Tenía la habilidad de traer a familias completas a la verdad. Aunque al principio los esposos incrédulos se negaban a estudiar, ella siempre se las arreglaba para que, finalmente, se integraran al estudio. Su peculiar tono bondadoso hacía que las personas respondieran favorablemente al mensaje. Solía acercarse a ellas y decirles con su acento extranjero: “Honey [cariño], quiero hablarte de algo muy importante”. Entonces, la escuchaban. Hasta la fecha, el matrimonio Lozano forma parte de la familia de Betel de México.

Amorosos superintendentes cristianos de la sucursal

Como era de esperarse, algunos de los graduados de Galaad que llegaron a México asumieron puestos de responsabilidad en la sucursal, e hicieron una labor muy buena. Antes de eso, Juan Bourgeois había reemplazado a Roberto Montero como superintendente de sucursal, y sirvió en ese puesto de 1943 a 1947, cuando tuvo que regresar a Estados Unidos. Luego, Pablo Pérez, graduado de la primera clase de Galaad, se encargó de esa asignación por tres años y medio.

Desde entonces, ha habido otros hermanos que han tenido ese privilegio y han dado supervisión amorosa. Entre ellos están Rodolfo Lozano, durante cuatro años y medio; George Papadem, por dos años, y Samuel Friend, siete años y medio. William Simpkins comenzó a supervisar la sucursal en 1965, y cuando en 1976 se instituyó la norma de tener un Comité de Sucursal, siguió formando parte del comité de México hasta 1986. Todos hicieron aportaciones valiosas a la obra del Reino en el país. En 1982, después de haber servido en Colombia por muchos años, llegó a México Robert Tracy, y desde entonces ha sido el coordinador del Comité de Sucursal.

Se mantiene la comunicación con las compañías

Durante el año de servicio de 1940 los siervos regionales y de zona (circuito) se esforzaron por visitar y edificar a los testigos de Jehová de todo el país. Después, tras un período de interrupción, se reinstauró la obra de los superintendentes viajantes; no obstante, esta vez se les dio preparación especial antes de asignarlos.

Visitar las “compañías” implicaba mucho más que comprar un pasaje de autobús o tren y realizar el viaje. La mayoría de ellas eran pequeñas y estaban retiradas de las carreteras y de las estaciones de ferrocarril. Antes de enviar a estos hermanos, la sucursal escribió a las compañías preguntándoles qué línea de comunicación utilizar para llegar hasta ellas. Una compañía contestó: “La única línea que pasa por aquí es la del telégrafo”. En un informe a Brooklyn, la sucursal explicó: “Para llegar a algunas compañías, el siervo tiene que viajar montado en una mula o caminar, a veces por varios días. Los publicadores se alegran muchísimo de su visita, y todas las personas de buena voluntad que hay en varios kilómetros a la redonda se reúnen cuando él llega”.

Para colaborar en fortalecer a los hermanos, a mediados de los años cuarenta algunos miembros de la familia de Betel se ofrecieron para visitar durante sus vacaciones a las compañías que la Oficina les asignara. A Samuel y Alfonso García se les envió a Silacayoapan, en el estado de Oaxaca. Viajaron un día en autobús, pasaron dos días buscando caballos para el viaje y cabalgaron durante otros dos días hasta llegar a su destino. Después de trabajar tranquilamente durante cinco días con los Testigos locales en el servicio del campo y efectuar un bautismo, se dispusieron a regresar a la Ciudad de México. Pero el cura del pueblo, enfurecido por su labor, instigó contra ellos al presidente municipal (alcalde). Esa noche, una turba de unos veinticinco hombres irrumpió en la casa de la Testigo que los hospedaba. Samuel García recuerda muy bien lo que ocurrió.

La horda estaba armada con machetes, cuchillos, palos y pistolas. Agarraron a los hermanos, los sacaron de la casa y los golpearon sin piedad. Cuando la hermana que los hospedaba salió en su defensa, también la golpearon a ella y a uno de sus hijos. Las cortaduras que le hicieron a un hermano en el brazo izquierdo y en los dedos llegaban hasta los huesos. Los sacaron del pueblo con golpes y amenazas. ¿Adónde los llevaban? Samuel García relata: “Trataron de colgarnos de unos árboles, pero al observar que no mostrábamos temor y que confiábamos plenamente en Jehová, nos dejaron marchar. Tuvimos que caminar por las montañas durante dos días para llegar a una carretera”.

Entretanto, las noticias de lo sucedido llegaron a la sucursal. La Sociedad solicitó de inmediato la intervención del gobernador del estado de Oaxaca. Cuando los hermanos por fin llegaron a Betel, el hermano que estaba de guardia titubeó antes de abrirles porque no los reconoció de inmediato por el maltrato que habían recibido. Sin embargo, siempre que recuerda aquel percance, el hermano García dice: ‘Jehová no nos abandonó’. ¿Y qué le sucedió a la hermana que los hospedó? Escribió a la sucursal pidiendo más publicaciones para continuar dando testimonio.

De una asamblea a otra

Pocos años antes de que ocurrieran estos sucesos, Adulfo Modesto Salinas, un muchacho muy vivaz, asistió a su primera asamblea nacional, la que se celebró en 1941 en el Teatro del Pueblo, de la Ciudad de México. En aquellos días ni por asomo cruzaba por su mente la idea de llegar a ser superintendente viajante.

Gonzalo Rodríguez, un siervo para los hermanos (como se llamaba entonces a los superintendentes de circuito), animó a Adulfo a servir en Betel. Por consiguiente, Adulfo se presentó en la sucursal en diciembre de 1947. Ese mismo año comenzaron a celebrarse asambleas de circuito en México. Al principio, eran los hermanos de Betel quienes las organizaban y participaban en el programa. Después, en 1951, se nombró a Adulfo Salinas superintendente de distrito, el primero del país, y tenía que ayudar a los superintendentes de circuito y servir en las asambleas de circuito. Rodolfo Lozano y Samuel García lo prepararon y lo ayudaron en las primeras asambleas. Después dejaron que continuara su ruta solo. Aquel año se celebraron dieciocho asambleas en toda la República.

Originalmente, ni los preparativos de las asambleas ni los deberes del superintendente de distrito estaban definidos claramente. En algunas asambleas no había superintendentes de circuito, y los hermanos locales las organizaban como podían. El superintendente de distrito era una especie de “arreglalotodo”. Cuando llegaba al lugar donde se iba a celebrar la asamblea, ayudaba a los hermanos a instalar los departamentos. Transportaba el equipo de sonido, y también las parrillas y demás enseres de cocina necesarios para la cafetería. Leonor Salinas ayudaba a su esposo a preparar muchas cosas de la asamblea. Dedicaban todo el día al servicio del campo y por las noches hacían los preparativos de la asamblea.

El hermano Salinas recuerda que las primeras asambleas de circuito no tenían un programa detallado. Se daba a los hermanos la oportunidad de hacer preguntas, y él se esforzaba por contestarlas. Planteaban cuestiones como: “¿Es correcto llevar anillos y brazaletes?, ¿es un delito matar animales?, ¿qué significa el número 666?”. Para responder, tenía que llevar consigo muchas publicaciones de la Sociedad.

Poco a poco se organizaron mejor los aspectos relacionados con las asambleas de circuito, y todo llegó a funcionar más fácilmente.

En 1964, después de haber servido por trece años de superintendente de distrito, se invitó al hermano Salinas a asistir a la Escuela de Galaad. Como parte de su preparación tuvo que aprender inglés. No le resultó fácil, pero se benefició del curso, y se le asignó de nuevo a México para que siguiera sirviendo en la obra de distrito. Todavía sirve de tiempo completo, aunque con algunos problemas de salud. Su esposa, Leonor, ha sido su compañera desde 1955 y un gran apoyo para él. El hermano Salinas expresa: “Al mirar retrospectivamente al año 1941, cuando conocí la verdad, me doy cuenta de que han transcurrido [más de cincuenta años] y durante todo este tiempo he aprendido cosas hermosas de la Palabra de Dios. En aquel entonces tenía menos de 20 años de edad. Estoy agradecido a Jehová y a su organización por haber cambiado mi vida sin futuro a una vida con propósito”.

Hacen un gran esfuerzo para asistir a las asambleas

Las asambleas nacionales se celebraban todos los años en la Ciudad de México, y aunque la mayoría de los hermanos del país asistían a ellas, era muy difícil para algunos por la falta de recursos económicos. Cuando las asambleas eran pequeñas, todos los que llegaban de provincia se alojaban en Betel. Más tarde, a principios de los años cuarenta, se les hospedaba en los hogares de los hermanos de la capital. La pobreza de muchos de ellos oprimía el corazón, y conmovía profundamente ver el esfuerzo que hacían para llegar a la Ciudad de México con el fin de disfrutar del alimento espiritual.

¡Qué bendición fue que se organizaran asambleas más cerca de sus hogares! Ya no tendrían que viajar tanto. Pero aun así, muchos tenían que hacer grandes sacrificios para asistir a ellas. En 1949, por ejemplo, veinte hermanos del estado de Tabasco —dieciocho varones y dos mujeres— caminaron más de 320 kilómetros para asistir a una asamblea en el estado de Veracruz. Recorrieron esa distancia en quince días consecutivos. En total, el viaje de ida y vuelta les tomó unos treinta y cinco días.

La Torre del Vigía de México, una sociedad cultural

Recordemos que en 1932 el gobierno había autorizado el funcionamiento de La Torre del Vigía de México. Sin embargo, nos afectaban las mismas restricciones que la ley imponía a las demás religiones. Se pusieron reparos a la actividad de casa en casa de los Testigos, arguyendo que la ley estipulaba que ‘los actos religiosos de culto público debían celebrarse dentro de los templos’. Lo mismo se dijo con relación a las asambleas públicas. El problema se complicaba debido a que las asambleas eran cada vez mayores. La adquisición de propiedades también planteaba algunas dificultades, puesto que la ley exigía que todos los edificios que se usaran con fines religiosos pasaran a ser propiedad federal.

Por estas y otras razones, la Sociedad consideró prudente reorganizarse destacando la naturaleza educativa de nuestra obra. Por lo tanto, el 10 de junio de 1943 se presentó ante la Secretaría de Relaciones Exteriores la solicitud de registro de La Torre del Vigía de México como asociación civil, solicitud que fue aprobada el 15 de junio de ese mismo año.

Al tomarse esta medida, dejamos de cantar, y nuestros lugares de reunión llegaron a ser conocidos como Salones de Estudios Culturales. Tampoco se hicieron ya oraciones audibles, pero nada podía impedir que alguien orara con fervor desde el corazón. Se evitó todo lo que pudiera dar la impresión de un servicio religioso; y es que, en realidad, nuestras reuniones también se preparan para promover la educación. Si bien los Testigos de otros países comenzaron a llamar a sus grupos “congregaciones”, los de México continuaron denominándolos “compañías”. La obra de casa en casa siguió efectuándose, e incluso con mayor celo, pero no se utilizaba la Biblia fuera de los hogares. En vez de eso, los publicadores se aprendían textos para citarlos de memoria. También utilizaban hábilmente el libro “Asegúrense de todas las cosas”, que contiene una compilación de textos bíblicos sobre diferentes temas. Únicamente empleaban la Biblia cuando hacían revisitas y conducían estudios (llamados “culturales” en lugar de “bíblicos”).

En esencia, la obra de los testigos de Jehová siguió siendo la misma, a saber, predicar las buenas nuevas del Reino de Dios.

Clases de alfabetización

Además de instruir a la gente en las enseñanzas de la Biblia, se emprendió una campaña de alfabetización, en conformidad con los estatutos de La Torre del Vigía. Por consiguiente, el 17 de mayo de 1946, las autoridades registraron un centro de La Torre del Vigía para impartir clases de alfabetización. Las dirigía José Maldonado.

Las autoridades, interesadas en promover la alfabetización, suministraron libros de texto para las clases. Posteriormente, cuando la Sociedad Watch Tower imprimió en español el folleto Aprenda a leer y escribir, se utilizó este. Las autoridades agradecieron esa labor. En una carta con fecha del 25 de enero de 1966, expresaron: “Por acuerdo del C. Director General, me complace felicitar a esa H. Institución [...] por la cooperación patriótica que viene prestando en toda la República al pueblo iletrado [...]. Ojalá que no decaiga el entusiasmo por continuar esta lucha tenaz contra el analfabetismo en la que todos los buenos mexicanos estamos empeñados”.

Desde que comenzó esta campaña hasta el año 1966, se enseñó a leer y escribir a 33.842 personas, y para 1993 la cantidad de alfabetizados ascendía a 127.766. Además, se ha ayudado a 37.201 personas a mejorar su lectura y su escritura. Estas, a la vez que aprendían a leer y escribir, llegaban a apreciar las provisiones espirituales: las publicaciones bíblicas producidas por la Sociedad y las reuniones de compañía.

La limpieza moral en la organización de Jehová

Cuando comenzaron a celebrarse las asambleas de circuito, también se inició un período de limpieza exhaustiva de la organización de Jehová. Una costumbre muy arraigada en México en aquellos años consistía en que los jóvenes “se robaran” a las muchachas y vivieran juntos sin contraer matrimonio. Era común que las parejas, habituadas a las costumbres permisivas de la religión falsa, no se casaran. Sencillamente vivían juntos en una relación consensual. Ese era el caso de muchos de los que comenzaron a unirse a los testigos de Jehová.

El hermano Salinas comprendía los principios morales de la Biblia y ayudó a los hermanos a entenderlos. (Mat. 19:3-9; Heb. 13:4.) Dondequiera que iba, instaba a las parejas a legalizar su unión.

Este no era un asunto nuevo para los testigos de Jehová. Años antes, en el número de septiembre-octubre de 1924 de La Torre del Vigía, se había analizado la pregunta: “¿Sería propio elegir de anciano de una Clase a un hermano que no se encuentra unido a su compañera con los lazos del matrimonio?”. La respuesta fue: “Sería enteramente impropio”. Se explicaron las razones bíblicas en las que se basaba esta respuesta. También se recomendó que no se bautizara a las personas que no hubiesen arreglado su situación marital. Aun así, en México había muchos siervos de compañía que no estaban casados legalmente.

Entonces, para beneficio de los testigos de Jehová de todo el mundo, en 1952 se indicó específicamente que los que desearan seguir formando parte de la organización de Jehová deberían poner en orden su vida en este aspecto. Había casos de hombres que se habían separado de su esposa y habían comenzado a vivir con otra mujer sin casarse con ella y sin haberse divorciado de la primera. También había quienes se habían casado con la segunda mujer sin haber disuelto su primer matrimonio. Se requirió mucha determinación de su parte para arreglar esos asuntos con el fin de servir a Jehová.

Fue maravilloso ver el esfuerzo que muchos hicieron para legalizar su unión. En algunas compañías se casaron a la vez grupos de veinte parejas o más. Pero no faltaron quienes menospreciaron las justas normas de Jehová y no quisieron cambiar su modo de vivir. Algunos abandonaron la organización, mientras que otros fueron expulsados.

Un hermano recuerda que cuando iba a casarse con su mujer, siguiendo las instrucciones de la organización, sus hijos los acompañaron. Cuando el juez le preguntó: “¿Es su voluntad unirse a esta mujer, tenerla y recibirla como esposa, hasta que la muerte los separe?”, él tardó un poco en contestar, y su pequeña, con expresión de preocupación, le dijo: “¡Di que sí, papacito!”. Ante aquello, él de inmediato contestó afirmativamente al juez.

Requirió tiempo y paciencia

Aunque a algunos les tomó tiempo ajustarse a las altas normas morales de la organización de Jehová, sobre todo con relación al matrimonio y al consumo de bebidas alcohólicas, los hermanos fueron comprendiendo poco a poco la importancia de adaptarse a los caminos de Jehová. (1 Ped. 4:3.)

En el informe sobre el año de servicio de 1953, la sucursal señaló: “Hemos terminado lo que comenzamos el año pasado, a saber, limpiar la organización de los que no merecen estar en ella. Como consecuencia, la cantidad de publicadores disminuyó considerablemente durante los primeros cinco meses del año de servicio. Bajó un 7% con relación al promedio del año anterior, pero a partir de febrero volvió a aumentar, hasta el grado de que al final del año de servicio alcanzamos un aumento del 9% con relación a la media del año pasado”. A la postre, con la debida limpieza, la organización de Jehová entró en México en un período de prosperidad espiritual que ha perdurado hasta el presente.

Asambleas que jamás olvidaremos

Algunas asambleas han sido inolvidables para los que asistieron a ellas. Una de estas fue la que se celebró del 13 al 15 de abril de 1945 en la Ciudad de México. Ninguno de los asambleístas llegó en su automóvil. Más de doscientos viajaron en tren desde Monterrey. Un letrero colocado fuera de uno de los vagones indicaba a dónde se dirigían, y por todo el camino dieron testimonio en las paradas a los vendedores y a los que se acercaban por curiosidad. Una familia de Chihuahua que llevaba un niño pequeño caminó durante siete días desde su casa hasta la estación de ferrocarril más cercana para poder asistir a la asamblea. N. H. Knorr y F. W. Franz, de la sede mundial, también estuvieron presentes. De las 1.107 personas que asistieron el primer día, 717 salieron al servicio del campo para anunciar el discurso público “Un solo mundo, un solo gobierno”, que pronunciaría el hermano Knorr en la Arena México. Aunque algunos católicos intentaron interrumpir al orador, el discurso fue un éxito.

Entre las asambleas más memorables estuvieron las que hicieron que los Testigos de México se sintieran más enlazados con sus hermanos cristianos de otros países. La Asamblea Internacional Voluntad Divina, que se celebró en 1958 en Nueva York, fue sobresaliente al respecto. Estuvieron presentes personas de 123 países, incluidas 503 de México, que tuvieron la oportunidad de escuchar, reunirse y disfrutar del compañerismo de amigos Testigos de todas partes del orbe. Otra asamblea conmovedora fue la que se celebró en la Ciudad de México en 1966, a la que asistieron centenares de representantes de una docena de países que viajaron a México para estar con sus hermanos en la reunión más grande organizada por La Torre del Vigía de México hasta esa fecha. En aquella ocasión, la asistencia fue treinta veces mayor que la de la asamblea de 1945.

Las películas de la Sociedad

Cuando promediaban los años cincuenta, la Sociedad añadió otro aspecto a su programa educativo. El hermano Salinas rememora: “Algo que contribuyó al progreso de la obra fueron las películas de la Sociedad: La Sociedad del Nuevo Mundo en acción, La felicidad de la Sociedad del Nuevo Mundo, Asamblea Internacional Voluntad Divina de los testigos de Jehová, Proclamando ‘buenas nuevas eternas’ alrededor del Mundo y Dios no puede mentir. Podía percibirse el impacto que causaban en las personas que no conocían bien nuestra obra”. La primera exhibía el trabajo que se efectuaba en las oficinas de la Sociedad. Las tres siguientes mostraban escenas de asambleas celebradas en diversas partes del globo terráqueo. La última presentaba un panorama de los sucesos bíblicos más sobresalientes y ayudaba a comprender su significado actual.

Estos filmes muchas veces se proyectaban en el patio de una casa o en un local alquilado. Debido a que se distribuían invitaciones, asistía mucha gente. Luego se anotaban los nombres de las personas que querían más información.

En 1958, en Tenexpa (Guerrero) los Testigos hicieron preparativos para proyectar la película más reciente de la Sociedad en un terreno contiguo al lugar donde se reunían. Cuando los hermanos estaban limpiando el lugar, la visita inesperada de un policía les hizo dudar que pudiera presentarse el filme. El policía dijo al siervo de compañía que debía hablar con el presidente municipal. Al hacerlo, este le preguntó: “¿Dónde van a proyectar la película?”. Después de oír la respuesta, repuso: “¿Por qué no la presentan aquí, en la plaza del pueblo? Si no tienen objeción, por supuesto”. El presidente municipal se encargó de suministrar la energía eléctrica. Se usaron todos los bancos del cine, pero, puesto que solo había asientos para 900 personas, muchas llevaron sus propias sillas. Se presentaron unas dos mil personas; como se sacó comida para todos, aquello acabó en una fiesta. En realidad, cada vez que el hermano Salinas presentaba una película de la Sociedad en los estados del norte de la República, había una asistencia de 500, 800 o hasta de más de 1.000 personas.

Una sucursal que permitiera ir al paso de la obra

Cuando Roberto Montero y su familia constituían la familia de Betel de México, la casa en donde vivían, en la calle Melchor Ocampo, número 71, de la Ciudad de México, tenía suficiente espacio para alojar las habitaciones y la oficina de la sucursal. En aquel tiempo había únicamente un centenar de publicadores en México. Pero para 1946 la cantidad de Testigos había aumentado a 3.732, organizados en 223 compañías. Era necesaria una ampliación a fin de atender adecuadamente el programa educativo que se llevaba a cabo en México. Fue oportuno que ese año se terminaran de construir y comenzaran a usarse las nuevas instalaciones de la sucursal y del Hogar Betel, anexos a la estructura previa.

Para 1962 ya estaba utilizándose hasta el último rincón, de modo que ese año se inauguró otro anexo de cinco pisos. Allí se montó un pequeño taller para imprimir el Informador (hoy Nuestro Ministerio del Reino) y los formularios para uso de la oficina y de los 27.000 publicadores activos que se encargaban de la obra educativa en México. Por otra parte, bajo la supervisión de la Sociedad, la Escuela del Ministerio del Reino instruyó a los superintendentes de compañía y a los precursores especiales distribuidos por todo el país.

Persiste el fanatismo religioso

Pese a que las autoridades llevaban décadas procurando acabar con el fanatismo religioso y en todo el país se conocía bien la obra de los testigos de Jehová, los progresos de los Testigos en la educación enfurecieron al clero. Durante los años sesenta en algunos sitios la oposición que hubo fue más virulenta que nunca.

Un ejemplo de esto fue lo que sucedió en Los Reyes de La Paz (Estado de México). Se había programado una asamblea de circuito para los días 4 y 5 de agosto de 1963. Cuando empezó la asamblea, el párroco trató de impedir que se escuchara el programa dirigiendo los altavoces de la iglesia hacia el lugar de asamblea. Su discurso emocional, acompañado de insultos a los Testigos, exacerbó los ánimos de los feligreses que estaban en la iglesia. Centenares de católicos que normalmente eran pacíficos y amigables se convirtieron en una turba violenta. Salieron precipitadamente de la iglesia para conseguir garrotes, palos y piedras. Fuera de todo control, se abalanzaron sobre los Testigos que estaban reunidos: hirieron a más de treinta hermanos, apedrearon dos de sus casas y derribaron algunas paredes.

La oportuna intervención de la Policía Federal de Caminos permitió que los hermanos que habían venido de otros pueblos, pudiesen salir sin percances. Finalmente, el lunes, la enardecida turba fue dispersada por el ejército.

El diario El Excelsior del 6 de agosto de 1963 informó: “El cura párroco de Los Reyes, Jesús Meza, señalado por las autoridades judiciales como promotor de los desórdenes, escapó de la población en un automóvil, escoltado por centenares de sus feligreses armados con piedras, palos y machetes”.

La conducta de aquella horda abrió los ojos de algunas personas sinceras. Después de un tiempo, cuando los Testigos predicaron de nuevo en ese pueblo, hubo muy buenos resultados. La gente se sentía avergonzada por tal conducta, y poco a poco empezaron a escuchar. Cuando la turba cometió aquel desmán, solo había dos compañías en esa zona; ahora hay más de cincuenta.

Intolerancia religiosa en Sahuayo

Otro pueblo en el que asomó la vergonzosa persecución fue Sahuayo (Michoacán), en agosto de 1964. Unos precursores especiales predicaban diligentemente en este pueblo, y ya celebraban algunas reuniones con un grupo pequeño de personas interesadas. No obstante, eran objeto de las amenazas y los insultos de grupos azuzados por el cura. Tanto gente de Sahuayo como de Jiquilpan, un pueblo cercano, les hacía esas humillaciones. Varias veces los hermanos tuvieron que hacer frente a turbamultas de doscientas a trescientas personas.

El 13 de agosto la situación se tornó crítica cuando más de cinco mil personas rodearon la casa de uno de los precursores. Llevaban gasolina con la intención de quemar tanto la casa como a las personas que estaban dentro: un hermano, cinco hermanas y una niña de 6 años. Unos cuantos policías trataban de detener a la muchedumbre enfurecida, mas no lo estaban consiguiendo. En el momento crucial pasaron providencialmente por aquel sitio tres camiones llenos de soldados. Se rescató deprisa a los Testigos y la multitud fue obligada a dispersarse. Los periódicos deploraron la actitud intolerante del clero, el causante del problema.

La situación se hizo tan peligrosa, que fue necesario retirar a los precursores de aquel lugar. Con el tiempo, la Sociedad envió precursores a los pueblos vecinos, y estos predicaron con mucha cautela cerca de Sahuayo y Jiquilpan. Les fue tan bien que en 1974, diez años después de aquel atropello, se formó una compañía en Jiquilpan, y en 1990, otra en Sahuayo.

El hombre sacó algo de su bolsillo trasero

Ante un acoso tan violento, ¿podría culparse a los Testigos por ser un tanto suspicaces en ocasiones? José Mora relata lo que le sucedió en el estado de Jalisco. Aunque ahora se ríe, no le hizo ninguna gracia en aquel momento.

Había citado a un hombre el texto de Salmo 115:16: “En cuanto a los cielos, a Jehová pertenecen los cielos, pero la tierra la ha dado a los hijos de los hombres”. Con un movimiento rápido, el hombre se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón. El hermano Mora pensó que buscaba un arma. ¡Qué alivio sintió cuando vio lo que sacaba!: un pequeño Nuevo Testamento que contenía los Salmos. El hombre constató el texto en su propia Biblia y aceptó el mensaje. Poco después este señor y su familia se hicieron testigos de Jehová. “Él se dio cuenta de que me puse un poco nervioso —dice el hermano Mora—. Por eso, cuando de vez en cuando nos vemos, recordamos aquel incidente y nos echamos a reír.”

Una respuesta satisfactoria en los últimos años

Pese a la persecución, la cantidad de alabadores de Jehová siguió aumentando en todo el país. Animados por una mejor comprensión de las cuestiones bíblicas y organizativas, los hermanos se hicieron más eficientes en la predicación de las buenas nuevas. Poco a poco llegaron a ser más conscientes de la necesidad de cultivar el interés de las ovejas y de cuidar de ellas. En consecuencia, aumentó la cantidad de estudios bíblicos. En 1970 se dirigían un promedio de 43.961 estudios. Diez años después, la cifra había aumentado a 90.508. Algunas personas progresaron rápidamente.

Ese fue el caso de Lino Morales y su esposa, quienes vivían en el estado de Chiapas. Lino fue con uno de sus amigos en peregrinación para venerar a la imagen de la Virgen de un pueblo de Guatemala. Acordaron entrar individualmente a rezar ante la imagen. Lino relata: “Al ver que mi amigo se demoraba en salir, me asomé con mucho respeto a la puerta de la capilla y, ¡qué sacrilegio!, mi amigo estaba levantando el vestido a la imagen. Cuando le grité: ‘¿Qué haces?’, enseguida simuló que estaba rezando. Le exigí, desafiante, que saliera y, cuando lo hizo, lo amenacé con los puños. Le fue difícil convencerme de lo que en realidad había hecho. Cuando me tranquilicé, me dijo que le había desilusionado la imagen, porque al acercarse a ella y besarle los pies, se había percatado de que solo el rostro y los pies de la imagen estaban bien pulidos, mientras que todo lo que había debajo del vestido eran solo pedazos de madera”.

Aquel incidente, aunado a la muerte de su pequeño hijo, influyeron profundamente en la forma de pensar de Lino. ¿Qué sucedió después? Su esposa recuerda: “Dos mujeres llegaron a mi puerta y me hablaron de la Biblia. Enseguida me convencí de que decían la verdad. Me dejaron un libro y prometieron volver al día siguiente. Al poco rato empezó a llover, y las dos mujeres regresaron para guarecerse de la lluvia, esta vez acompañadas de sus esposos. Sin embargo, la lluvia no amainó en toda la tarde, y tuvieron que pasar la noche en casa. Todos aprovechamos la ocasión: ellos para enseñarme y yo para aprender las verdades bíblicas. Al día siguiente partieron temprano prometiéndome que volverían. El que llevaba la delantera en hablar servía de precursor regular. Él y su esposa eran del sur del estado, y los acompañaba Caralampio, del pueblo La Trinitaria. Me sorprendió que mi esposo volviera a casa ese mismo día por la tarde (Lino trabajaba en una escuela rural, lejos del pueblo). Después de haber cenado, le dije que unos predicadores me habían visitado y me habían dejado un libro. Al examinarlo juntos, repasando las explicaciones que me habían dado, no pudimos detenernos. Cuando nos dimos cuenta, había pasado toda la noche y ya empezaba a clarear. No habíamos dormido nada”.

Mientras su esposa preparaba el desayuno, Lino aparejó un caballo. Esa mañana cabalgó 20 kilómetros hasta La Trinitaria en busca de Caralampio. Aunque dio con la casa, no encontró a nadie porque Caralampio había salido a predicar. De todas formas, le dejó un mensaje con el vecino de al lado. “Regresé un poco desalentado —recuerda Lino—, pero me esperaba una sorpresa. En la madrugada del día siguiente oí que tocaban a la puerta y, cuando salí, allí estaban los predicadores. Como a las siete de la noche habían recibido el mensaje de que fui a buscarlos, y de inmediato se prepararon para salir. Habían caminado toda la noche para llegar a mi casa al amanecer. Así que, a menos de cuarenta y ocho horas de haber dejado aquel libro, y a pesar de un largo viaje nocturno, aquellos predicadores estaban haciendo ya una revisita.”

La revisita duró tres días. Durante ese tiempo enseñaron a Lino y a su esposa las verdades fundamentales de la Palabra de Dios. Para el cuarto día, ambos acompañaron a los Testigos a predicar. Fue así como una familia numerosa comenzó a servir a Jehová.

‘Devuélvanle la vida a mi hijo o me deshago de ustedes’

En el estado de Oaxaca, Edilberto Juárez también aceptó la verdad con prontitud. “Estaba de duelo por la muerte de mi hermano y de mi hijo, quien se suicidó el mismo día —recuerda—. Ante tal fatalidad, me dirigí de inmediato a mis imágenes, que ocupaban toda una pared de mi casa, y les dije que me desharía de ellas si no le devolvían la vida a mi hijo. Ocho días después, viendo que esos dioses no tenían ningún poder, los saqué de casa y los tiré. Lloré amargamente por la muerte de mis seres queridos.

”Un maestro se acercó a mí y, procurando consolarme, me dio un Nuevo Testamento y me recomendó que lo leyera; pero como nunca había visto una Biblia, no me interesó ese libro y lo guardé. En esos días me visitó un pentecostal. Mientras conversábamos, vimos a un hombre con un maletín. El pentecostal se dio cuenta de que era un testigo de Jehová y sugirió que lo invitáramos a pasar, pues seguramente conocería mejor las Escrituras. El Testigo entró y, cuando supo que yo estaba de duelo, empezó a hablarme de la resurrección. Eso sí me interesó mucho.”

El Testigo comenzó a visitar a Edilberto con regularidad, a pesar de que tenía que caminar una larga distancia. “Entonces comencé a hablar con otros acerca de mi fe —recuerda Edilberto—. Tres personas se interesaron en la verdad y empezaron a reunirse con nosotros en casa; así que, cuando nos visitaba el publicador, los cuatro estudiábamos la Biblia con él.”

Cursos breves de estudios “culturales”

El libro La verdad que lleva a vida eterna, llamado en aquel entonces “la bomba azul”, se publicó en 1968, y se nos animó a estudiarlo con la gente por un período de seis meses. Pero no todos lo estudiaron en ese lapso. Hubo una persona que lo examinó en menos de dos semanas. La sucursal presentó este informe:

“Cierta señora conoció la verdad gracias a una suscripción a La Atalaya. Cuando el siervo de distrito y su esposa visitaron una ciudad cercana, ella asistió a la asamblea de circuito. El hermano y su esposa hablaron con ella, y percibieron su deseo de servir a Jehová y ayudar a la gente del pequeño pueblo donde vive. De modo que hicieron los preparativos para estudiar con ella el libro La verdad. El problema era que no había suficiente tiempo para darle estudio como lo indica la Sociedad, ya que que solo iba a estar en la ciudad de la asamblea dos semanas y después regresaría en avioneta a su pueblo, en la sierra. En vista de eso, la esposa del siervo de distrito estudió con ella de manera intensiva durante dos semanas. Para ser exactos, estudiaron treinta horas, de viernes a viernes, y examinaron por completo el libro La verdad. Como la señora quería aprovechar todo momento disponible, el siervo de distrito y su esposa dedicaron otras dos o tres horas durante algunas tardes y noches para contestar sus muchas preguntas. Al cabo de las dos semanas, con todas las respuestas subrayadas en su libro, la señora se fue llena de entusiasmo a su pueblo aislado, deseosa de ayudar a otros.”

Antes de partir, al final de la segunda semana, se bautizó; poco después de regresar a su casa, ya dirigía ocho estudios. Se comenzó un Estudio de La Atalaya, al que asistían quince personas, y se formó un grupo aislado. En la actualidad hay una congregación en ese lugar.

El sistema de ancianos beneficia a las “compañías”

En conformidad con el consejo bíblico dado por el esclavo fiel y discreto, en 1972 se instituyó un nuevo sistema para supervisar las “compañías”. En vez de que un solo “siervo de compañía” supervisara todos los asuntos, ahora lo haría un cuerpo de ancianos. Esta medida se puso en vigor siempre que fue posible. Pero en aquel entonces, igual que ahora, en muchas compañías los publicadores estaban agradecidos de tener al menos uno o dos varones que satisficieran los requisitos para servir de ancianos. Muchos de los que habían sido siervos de compañía pasaron a ser ancianos, pero otros no llenaron los requisitos bíblicos para ello. Los verdaderos ancianos no debían tratar al rebaño con rudeza, como habían hecho algunos en el pasado. (1 Ped. 5:2, 3.) Con cuerpos de ancianos formados por dos o más varones a la altura de los requisitos bíblicos, la organización ha cuidado compasivamente de las necesidades del rebaño, imitando con mayor cuidado el ejemplo de Jesucristo, el Pastor Excelente.

Hasta este mismo día hay necesidad de varones que sirvan de ancianos. A causa del vertiginoso aumento en la cantidad de Testigos, muchas congregaciones (llamadas “compañías” hasta 1989) son atendidas únicamente por un anciano y varios siervos ministeriales; en algunos casos son solo siervos ministeriales los que se ocupan de todos los puestos de responsabilidad. En Tantoyuca (Veracruz) había dos congregaciones, pero un solo anciano. Enrique Hernández Montes, anciano y precursor, se mudó, junto con su familia, para servir en dicha región. Se le asignó a una congregación a la que asistían tantas personas interesadas que no cabían en el Salón del Reino. Fue necesario llevar a cabo las reuniones en dos secciones. Hace unos años, en Palmillas (Sinaloa), el único anciano que había allí se enteró de que veintiuna personas deseaban bautizarse en la siguiente asamblea. Como mejor pudo, logró repasar con todos los candidatos las preguntas del bautismo.

Compartir las asignaciones de servicio resulta en una mejor atención de las ovejas, incluso donde hay pocos hermanos cualificados.

Un tiempo de cernidura

Había gran expectación respecto al año 1975 y lo que este podría significar en el cumplimiento del propósito de Jehová. Algunos creían firmemente que en esa fecha vendría la destrucción del viejo sistema y el comienzo del nuevo mundo de Dios. Al ver que no sucedió lo que esperaban, dejaron de servir al Creador. Unos cuantos se hicieron apóstatas. No obstante, la gran mayoría de los testigos de Jehová servían por amor a él y sabían que Su Palabra nunca falla.

Con absoluta confianza en Jehová, durante 1975 y 1976 la organización mundial se aprestó a recibir un mayor aumento, y no hubo ninguna decepción. De hecho, México ha participado de modo sobresaliente en la expansión que desde entonces ha tenido lugar. ¿Qué factores han contribuido?

Familias grandes y unidas sirven a Jehová

Las familias mexicanas son grandes. Por ello, cuando se empieza un estudio bíblico, con frecuencia participan en él tres, cuatro o más personas. Por lo general, las familias están muy unidas y los hijos respetan a sus padres. Por consecuencia, si los padres abrazan la verdad, los hijos también lo hacen. Cuando se sigue el consejo bíblico se fortalecen los lazos familiares, y a menudo toda la familia se une en servir a Jehová.

A los jóvenes se les hace sentir que forman parte de la congregación. En el Salón del Reino todo el mundo se saluda con un afectuoso apretón de manos, incluso los jóvenes. Es raro que algunos niños manifiesten indiferencia en las reuniones. Todos desean participar y están dispuestos a colaborar en el trabajo del Salón del Reino.

Es común ver a familias enteras en el servicio del campo. En algunos casos, los esfuerzos de cada miembro permiten que la mayoría de ellos participen en el servicio de precursor. Por ejemplo, en la Congregación Oriente, de Zapata (Morelos), asisten Guilebaldo Hernández y su esposa, quienes tienen tres hijas que son precursoras especiales y otras tres que son precursoras regulares (en un territorio aislado). Sus dos hijos varones son publicadores y siervos ministeriales, y otras dos hijas, de 11 y 12 años, son publicadoras no bautizadas. Como se ve, en esta familia de doce miembros hay seis publicadores y seis precursores.

En la Congregación Estrella, de Aguascalientes, en el estado del mismo nombre, Sabino Martínez Durán sirve de anciano y precursor regular. Su esposa y su hija son precursoras regulares. Uno de sus hijos es precursor regular y siervo ministerial en la misma congregación. Otro es miembro de la familia de Betel de México y otro más trabaja en la construcción de la sucursal.

El respeto a los padres produce buenos resultados

Está claro que el respeto que se muestran los miembros de las familias mexicanas contribuye a la propagación del mensaje del Reino. Este factor se destaca en una experiencia del estado de Chihuahua.

Los ancianos de Navojoa (Sonora) oyeron que en el pueblo de El Trigo de Russo, enclavado en la sierra de Chihuahua, algunas personas estaban estudiando la Biblia con la ayuda de las publicaciones de la Sociedad, como el libro La verdad. Un anciano y un siervo ministerial emprendieron el agotador viaje de un día para verificar la noticia y ayudar a los interesados. Al llegar, se enteraron de que un maestro y su esposa, que no eran Testigos, estaban estudiando la Biblia con algunos del pueblo. Se reunían dos veces por semana, y asistían de veinticinco a treinta personas. ¿Cómo había empezado todo?

La madre del maestro es testigo de Jehová y había visitado a su hijo. Durante su visita, predicó a las personas del pueblo y les dejó ejemplares del libro La verdad. Animada por el interés que la gente había mostrado, suplicó a su hijo y a su nuera que siguieran ayudando a estas personas. Aunque ellos no eran testigos de Jehová, la hermana había enseñado a su hijo en la infancia los caminos de Jehová. Por el respeto y el amor que le tenía a su madre, el hombre aceptó estudiar con la gente, y su esposa cooperó de buena gana con él. A medida que estudiaban con el grupo, su propio interés fue aumentando. Estudiaron todo el libro La verdad en cuatro meses. Los dos hermanos que fueron allí hicieron planes para que ancianos y publicadores de Navojoa visitaran al grupo. El maestro y su esposa fueron los primeros que se hicieron Testigos. Se bautizaron en la asamblea de distrito de 1989. En junio de 1990 se formó una congregación de diez publicadores en El Trigo de Russo, y ahora casi toda persona en ese lugar recibe un estudio bíblico.

La Escuela Cultural de Galaad proporciona lo que se necesita

Muchos precursores jóvenes de México han tenido el deseo de servir en países donde hay más necesidad. Sin embargo, puesto que había tanta necesidad en el campo mexicano, no se les animaba a servir en el extranjero, y a muy pocos se les invitaba a la Escuela de Galaad. Además, para asistir a esta escuela tenían que aprender inglés, tarea difícil para algunos. No obstante, durante 1980 y 1981 se invitó a 72 precursores jóvenes a recibir preparación especial en la Escuela Cultural de Galaad de México, con miras a servir en cualquier parte de América Latina donde hicieran falta.

Los graduados podrían adaptarse con facilidad a estos países, pues no tendrían dificultad con el idioma al enviarlos a naciones con culturas similares a la de México.

Se dedican las nuevas instalaciones de la sucursal

Como continuaba el aumento de la organización, las oficinas de Melchor Ocampo 71 eran ya insuficientes para realizar todo el trabajo. En 1973, La Torre del Vigía compró una propiedad en un fraccionamiento (urbanización) llamado El Tejocote, fuera de la Ciudad de México, y allí se construyó un espacioso Hogar Betel para más de cien personas. La familia de Betel se mudó a este lugar, que se dedicó en abril de 1974. Se pensó que habría espacio suficiente para atender la obra por muchos años, pero no fue así. La cantidad de Testigos se incrementó rápidamente, creando la necesidad de más expansión. Por lo tanto, en 1985 se dedicaron nuevas instalaciones, y también en 1989.

Además de proporcionar oficinas y alojamiento para la familia de Betel, era preciso hacer algo para producir grandes cantidades de publicaciones bíblicas para el campo mexicano. Cada vez era más difícil recibir las revistas del extranjero. Se deseaba imprimirlas allí mismo, pero la ley no permitía que una sociedad civil hiciera eso. Con el fin de superar este obstáculo, en 1983 se contrató una empresa para que imprimiera las revistas La Atalaya y ¡Despertad! También se probó que varias casas editoras imprimieran y encuadernaran los libros, pero solo se consiguieron a buen precio las ediciones en rústica. La baja calidad y los retrasos eran problemas constantes.

Llegado el momento, se optó por la formación de una sociedad editora que funcionara en conformidad con los requisitos legales del país. Se adquirió una fábrica a unos quince minutos de Betel, y una vez renovada se instaló allí una imprenta. Qué gozoso fue el anuncio de que la Sociedad Watchtower había enviado por barco desde Brooklyn dos rotativas M.A.N. para México. Pero qué decepcionante fue saber que las prensas habían quedado prácticamente destrozadas cuando el barco se encontró con una fuerte tormenta. Roberto Gama, del Comité de la Sucursal, viajó al puerto de Veracruz a recibir las prensas, o lo que hubiese quedado de ellas. Cuando las vio, se le saltaron las lágrimas.

¿Sería posible reconstruir las prensas? En otro tiempo y en otras circunstancias, tal vez se las hubiese considerado un montón de chatarra. Pero en esos momentos era importante hacerlas funcionar, una tarea que no era imposible para hermanos a quienes la necesidad de la vida había enseñado a improvisar y a usar todo recurso a su alcance. La Sociedad envió a dos hermanos de Brooklyn para que ayudaran a los hermanos mexicanos. Con mucho esfuerzo, perseverancia y gran paciencia, se repararon o reemplazaron las partes dañadas y se logró instalar la primera prensa. Gracias a Jehová, funcionó. Poco después se hizo funcionar la segunda.

¡Qué satisfactorio fue ver salir de la rotativa La Atalaya del 1 de octubre de 1984! El primer número de ¡Despertad! que se imprimió fue el del 22 de mayo de 1985. ¡Fue un gran alivio suspender las relaciones comerciales con las empresas mundanas!

En 1987 se esperaba la llegada de dos nuevas prensas offset de cuatro colores, marca Hantscho; fue necesario ampliar la fábrica para darles cabida. En septiembre de 1988 se imprimió en ellas el folleto a todo color “¡Mira! Estoy haciendo nuevas todas las cosas”. Desde entonces se imprimen aquí todos los libros y revistas para México y varios países de Centroamérica. Las dos prensas que imprimen en cuatro colores producen 4.000.000 de revistas al mes.

Congregación de los Testigos de Jehová de México

La organización de los testigos de Jehová se ha regido en México por los mismos principios que la guían en otras partes del mundo. Cabe decir que desde 1931 los hermanos se han presentado como testigos de Jehová. Sin embargo, como explicamos antes, por muchos años fue necesario que la organización funcionara como una sociedad civil y educativa.

Sin embargo, en la década de los ochenta comenzaron a producirse ciertos cambios. Algunos representantes del gobierno visitaron repetidas veces los lugares de reunión e insistieron en que estos debían registrarse como lugares de culto y pasar a ser propiedad federal. Por otro lado, cada día era más difícil alquilar locales públicos para las asambleas de distrito y circuito, pues las autoridades insistían en que la ley prohibía las reuniones religiosas en lugares públicos.

En 1988 esta coyuntura permitió celebrar algunas entrevistas con representantes del gobierno. Se supo que aunque las autoridades no tenían quejas de la organización en conjunto, desconfiaban mucho de los Testigos por lo que otros decían sobre la organización y sobre la postura que adoptan con relación a los símbolos patrios. Es más, tenían la idea de que la organización funcionaba como un movimiento clandestino, pues los lugares de reunión no podían localizarse fácilmente. En aquellas entrevistas se dio a las autoridades un amplio testimonio sobre las creencias de los testigos de Jehová. Se aclaró nuestra postura de neutralidad cristiana, así como el respeto que tenemos a las autoridades, equilibrado con una abstención total de lo que consideramos idolatría. La conclusión de tales reuniones fue que nuestra organización debía funcionar abiertamente como la religión de los testigos de Jehová, incluso si como resultado de ello todos los lugares de reunión pasaban al erario público. De este modo, las autoridades conocerían mejor la obra y, finalmente, se obtendrían mejores resultados. Con todo, persistía el inconveniente de cómo celebrar grandes asambleas.

En 1989, con la aprobación del Cuerpo Gobernante, se envió una carta a todas las “compañías” en la que se les explicaba que a partir del 1 de abril de ese año la Sociedad funcionaría en México como una organización religiosa. Poco después, en el número de junio de Nuestro Ministerio del Reino (que dejó de llamarse Informador de la Torre del Vigía) se dieron más detalles. A partir de entonces se empezó a utilizar la Biblia de casa en casa y a orar en las reuniones. Más tarde, también se cantó en ellas.

¡Imagínese la alegría que sintieron las congregaciones! En las mejillas de los hermanos se vieron rodar lágrimas de gozo al empezar a orar y a cantar juntos en los Salones de Estudios Culturales (convertidos entonces en Salones del Reino) y en las asambleas. Por otra parte, el hecho de usar la Biblia para dar testimonio de casa en casa infundió en los hermanos un fervor más intenso, los hizo más eficientes en la obra y les dio mucha satisfacción. Además, sin ser plenamente conscientes de ello, se estaba colocando un fundamento para la defensa legal del modo de vivir cristiano.

Niños Testigos sometidos a una intensa presión

Los hijos de los testigos de Jehová siempre han sido objeto de fuertes presiones por negarse a saludar la bandera de cualquier país. Los pequeños Testigos mexicanos aclaraban su postura a los maestros personalmente o acompañados de sus padres. En ocasiones se aceptaban sus explicaciones, pero en la mayoría de los casos se les expulsaba de la escuela. Cuando esto ocurría, los testigos de Jehová buscaban una escuela donde los maestros fueran tolerantes y permitieran que los niños prosiguieran su educación. Lamentablemente, no podía hacerse mucho en el campo judicial, pues se carecía de un fundamento legal para defender los derechos de los niños ante las autoridades.

Al aumentar la cantidad de publicadores, se intensificó la presión sobre los niños Testigos. Algunos artículos periodísticos criticaban la postura de los testigos de Jehová. Pero una vez adquirida la naturaleza de organización religiosa en México, llegó el momento de emprender una campaña en defensa de la conciencia cristiana de los niños Testigos en edad escolar.

La lucha por la libertad de conciencia en las escuelas

En 1989, en conformidad con las garantías constitucionales, se interpusieron firmes apelaciones ante las autoridades en favor del derecho de los niños a recibir educación. Abogados Testigos de todo el país colaboraron con los comités adscritos a manejar estos casos, con la dirección del Departamento de Asuntos Legales de la sucursal. Al tener que encararse a un litigio, muchas autoridades escolares se retractaron. Más de cien casos se llevaron a los tribunales. Cuarenta y nueve se fallaron en favor de los testigos de Jehová, y veintiocho siguen pendientes. Veintiocho casos se han llevado a los Magistrados de los Colegiados de Circuito (tribunales que están por encima de los jueces federales, y en catorce de estos el fallo ha sido favorable, sentando un precedente para los tribunales de menor instancia. No se ha concedido a los niños ninguna exención, pero los jueces han ratificado que, según la ley, ningún niño debe ser privado, por razón alguna, de su derecho a la educación. En los casos en que las autoridades educativas han actuado arbitrariamente, las autoridades federales han tenido que intervenir. Algunos funcionarios responsables de la educación pública se han vuelto más moderados y han expedido directrices favorables.

Se organizó un programa de visitas de Testigos a las autoridades escolares de todas partes del país para informarles de primera mano sobre la postura de los testigos de Jehová tocante a las ceremonias civiles. Se les entregó información bíblica y jurídica. Muchos de ellos sabían muy poco sobre los testigos de Jehová, pero han ido comprendiendo gradualmente que si los hijos de los Testigos rehúsan participar en ciertas ceremonias, se debe a que obedecen conscientemente sus principios religiosos, aunque sí muestran respeto a los símbolos patrios y a los representantes de la autoridad. (Éxo. 20:4; Rom. 13:1.) Aunque los problemas no se han resuelto del todo, se ha dado un magnífico testimonio a jueces, autoridades escolares y maestros, y algunos de ellos han manifestado interés en la verdad. (Mat. 10:18-20.)

En Ciudad Juárez (Chihuahua), los hermanos continúan visitando a un juez federal que dio un fallo favorable. Hace poco les dijo que casi había terminado de leer el libro La vida... ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación? Luego abrió un cajón de su escritorio y les dijo: “Aquí también tengo la Biblia que me dejaron; estos libros son mis mejores amigos”.

Una jueza federal de Chilpancingo (Guerrero) que rindió un fallo favorable pidió a los hermanos una explicación clara de nuestra postura de neutralidad cristiana. Agradeció la explicación y comentó que, si bien antes no entendía completamente nuestra postura, se sentía satisfecha de que su fallo, apoyado en la ley, nos hubiese favorecido. Ella también aceptó algunas publicaciones bíblicas.

Un gran testimonio mediante las asambleas

¿Qué efecto ha tenido en las asambleas el hecho de que ya no funcionemos como una sociedad cultural, sino como la religión de los testigos de Jehová? En 1988, cuando se expuso por primera vez esta situación a las autoridades, sencillamente contestaron que la ley no contemplaba disposición alguna para que las religiones celebraran reuniones fuera de sus templos. En esa ocasión recomendaron que, en vez de utilizar lugares públicos, los Testigos construyeran locales donde celebrar las asambleas. Al indagar si era posible conseguir un permiso especial para celebrarlas en lugares públicos, dijeron que analizarían la petición si se presentaba por escrito. No prohibieron las asambleas porque siempre se habían celebrado, y otras religiones también realizan sus ceremonias en lugares públicos. Uno de los representantes de la Sociedad recuerda cómo concluyó esa reunión: “Cuando nos levantamos les dije: ‘Bien, entonces se entiende que continuaremos como hasta hoy a la espera de que se llegue a otro acuerdo’. Ellos asintieron y nos despedimos cordialmente”.

Por consiguiente, la Sociedad siguió programando las asambleas de distrito y circuito, pero se comenzaron a utilizar las tarjetas de solapa, como hacen los Testigos de todo el mundo. También se empezó a orar y a cantar en las asambleas. En lugar de evadir la publicidad, se recibió amablemente a los reporteros. Los inspectores del gobierno que asistieron a las asambleas en diferentes lugares se llevaron una impresión muy favorable, y gracias a la bendición de Jehová, las asambleas han dado un gran testimonio en favor de su nombre.

En los últimos meses de 1993 se celebraron 161 asambleas de distrito “Enseñanza Divina” en 74 ciudades, con una asistencia total de 830.040 personas, y 15.662 se bautizaron. ¡Qué contraste con las de los primeros tiempos!

“Una llamada de atención a la Iglesia Católica”

Muchos periódicos del país han hablado favorablemente de algunas asambleas recientes, y en cierto modo sus artículos han dado un testimonio que redunda en honra para el nombre de Jehová. El diario El Norte, de Monterrey (Nuevo León), informó el 27 de octubre de 1991: “Aunque asistieron más de veinticinco mil testigos de Jehová al Estadio de Béisbol de Monterrey, en su interior no hubo basura ni empujones ni gritos, ni fue necesaria la vigilancia policíaca [...]. Los asistentes —niños, adolescentes y adultos— acudieron al evento vestidos formalmente; los hombres se caracterizaban por llevar corbata, y las mujeres, por sus faldas largas de colores serios. En las manos de casi todos se observaron ejemplares de la Biblia, traducción propia de los Testigos, llamada Nuevo Mundo, que usaron cuando los oradores hicieron referencia a algunos capítulos del libro”. En esa misma ciudad, otro periódico citó las palabras de un monseñor católico que dijo: “Una llamada de atención a la Iglesia Católica para que refuerce su fe, fue el mensaje que dejó la asamblea anual de los testigos de Jehová”.

Una reportera que asistió a una asamblea en la Arena México describió lo que observó y escuchó: “Vuelvo la mirada a nuestras parroquias, a nuestras comunidades, me miro interiormente y siento vergüenza del pobre testimonio que he dado de la fe que profeso y en la que digo creer firmemente. [...] Y así me despido de los Testigos de Jehová, haciendo un examen de conciencia y pidiendo fuerzas para convertirme en verdadero testigo de la verdadera fe”. En la ciudad norteña de Monclova (Coahuila), el diario La Voz dijo: “Es digno de reconocerse lo que hacen. No hace muchos días, en ese mismo lugar hubo una reunión católica, donde incluso estuvo presente el líder estatal de la Iglesia Católica, y el estadio no lució tan limpio como ahora. [...] Aun al concluir los tres días de asamblea, antes de retirarse, vuelven a dejar el estadio limpio. [...] Con seguridad nos atrevemos a decir que la única ocasión en que el parque se ve ‘utilizable’ es cuando allí hacen sus reuniones los testigos de Jehová”.

La cuestión del empleo apropiado de la sangre

Nuestra situación actual en México como testigos de Jehová también nos ha colocado en una posición mejor para defender la postura bíblica sobre la sangre. Siempre les ha resultado difícil a los hermanos conseguir atención en los hospitales. En este país los médicos no están acostumbrados a que se cuestionen su conocimiento y autoridad relacionados con la atención que deben recibir sus pacientes hospitalizados. Cuando los hermanos necesitaban una operación, explicaban su postura religiosa a los médicos, pero en contadas ocasiones se respetaba su conciencia. Pasaban de una institución a otra buscando médicos que los trataran sin emplear sangre.

Con el fin de mejorar esta situación, del 25 al 27 de enero de 1991 se celebró en México un seminario médico dirigido por hermanos de Brooklyn. Después de eso se creó el Departamento de Información sobre Hospitales en la sucursal y se formaron Comités de Enlace con los Hospitales por todo el país. Desde entonces, las instituciones médicas han recibido testimonio infinidad de veces sobre la postura de los testigos de Jehová tocante a la cuestión de la sangre.

En abril de 1991, a algunos hermanos que colaboran con los comités de enlace se les invitó al Primer Congreso Iberoamericano de Bancos de Sangre y Medicina Transfusional, que se celebraría en Acapulco (Guerrero). Acudieron representantes de doce países de Centro y Sudamérica. En la conferencia titulada “Organización, normalización y marco legal”, se mencionó que “los Testigos de Jehová son un grupo que por convicciones religiosas objetan al uso de sangre, lo cual hace imperioso buscar alternativas”. El doctor que presentó esta información habló brevemente sobre los Comités de Enlace con los Hospitales. En una entrevista previa se le había explicado cómo estamos organizados. Hubo una sesión de preguntas, y cuando algunos insistieron en que debía preservarse la vida sin tomar en cuenta las convicciones religiosas, el doctor sencillamente contestó: “Si quieren evitarse problemas legales, deben tratar con respeto a este grupo religioso”. Luego añadió que, en conformidad con la ley general de Salud, antes de emplear sangre debe obtenerse el consentimiento del paciente.

En el Tribunal Superior de Justicia se pronunció otra serie de conferencias. En una de ellas, un abogado planteó dos preguntas relacionadas con los testigos de Jehová: “¿Es legal negar los servicios médicos a los testigos de Jehová solo porque no donan sangre?”, y: “¿Es correcto y legal transfundir sangre por la fuerza a pacientes Testigos?”. El director jurídico de la Secretaría de Salud expresó que no hay ningún requerimiento legal que exija la donación de sangre a cambio de atención médica. Añadió: “La atención médica es una obligación que la Constitución General de la República impone sobre todas las instituciones y debe brindarse sin ninguna restricción. Negar la atención médica es un delito”. Estos discursos dieron lugar a entrevistas muy positivas con las autoridades de la Secretaría de Salud.

Un informe del Departamento de Información sobre Hospitales explica: “Se tuvo una entrevista con el jurídico de la Secretaría de Salud de México. Se explicó el sistema de Comités de Enlace con los Hospitales, y le pareció excelente. Pidió que le explicáramos, directamente con la Biblia, la base de nuestra postura religiosa. La entendió bien y mencionó que nos pondría en contacto con otras personalidades médicas para que ellos también conocieran nuestra posición y el sistema que tenemos. Se produjeron encuentros con otros funcionarios. Uno de estos fue con el director del Registro de Trasplantes, un médico que ha intervenido con buenos resultados a testigos de Jehová en trasplantes de riñón. Estas entrevistas han sido muy interesantes, y los médicos han quedado muy impresionados por la manera en que se ha organizado la Sociedad a nivel mundial para lograr un mejor entendimiento entre los pacientes testigos de Jehová y el personal hospitalario”.

Los números hablan

Mientras acontecía todo esto, los publicadores seguían muy activos predicando las buenas nuevas. El aumento experimentado desde 1931, cuando 82 personas informaron participación en el servicio del campo, ha sido excepcional. En 1961 hubo un máximo de 25.171 publicadores. La obra de estudios bíblicos estaba mejorando, pero no había muchos hermanos preparados que pudieran dirigirlos; poco a poco se enseñó a los publicadores, lo cual llevó a que se obtuvieran mejores resultados en la obra de casa en casa, las revisitas y los estudios bíblicos.

Así pues, para 1971 se tuvo un nuevo máximo de más de cincuenta mil publicadores. Durante siete años hubo aumentos superiores al 10%, y en ocasiones hasta de un 14%. Además, casi todos los años de la década de los setenta se bautizaban más de cinco mil personas. En ese decenio hubo un aumento de casi cincuenta mil publicadores. En 1981 el máximo fue de 101.171. En ese año la cifra de estudios casi igualó la cantidad de publicadores, y desde entonces se ha tenido, como promedio, más de un estudio bíblico por publicador.

El fervor de los hermanos en el ministerio del campo no ha menguado. El año de servicio de 1994 concluyó con un máximo de 404.593 publicadores. El promedio de estudios bíblicos asciende a más de 535.000. La asistencia a la Conmemoración de 1994 fue de 1.379.160 personas, lo cual indica que 1 de cada 63 habitantes del país estuvo presente. La tabla que aparece más abajo muestra el aumento de la actividad de los siervos de Jehová en este país desde 1931.

Como puede observarse, en la década que comenzó en 1981 hubo un incremento continuo de estudios bíblicos, desde un promedio de 100.636 en 1981 hasta 472.389 en 1991, lo que equivale a un aumento del 369% en diez años, y sigue sin detenerse.

En México es muy fácil iniciar estudios bíblicos. Pongamos por caso lo que le ocurrió a un publicador de Monterrey (Nuevo León) que ofreció el estudio a una señora en la primera conversación que tuvo con ella. Ella aceptó de inmediato. Tiempo después, él le preguntó por qué había aceptado tan rápido un estudio de la Biblia. “Usted fue la única persona que se ofreció a estudiar la Biblia conmigo”, repuso ella.

“Los publicadores rebosan de entusiasmo”

Muchas personas han preguntado: “¿Cuál es el secreto del sobresaliente aumento que ha tenido lugar en México en la pasada década?”.

Un miembro del Comité de la Sucursal responde: “Dondequiera que vaya, percibirá que los publicadores rebosan de entusiasmo; todo el país está encendido de ánimo por la verdad. Los hermanos están pletóricos de experiencias en el servicio del campo y también desean conocer las que usted haya tenido. La verdad los envuelve, y su vida gira en torno de ella. Los publicadores son celosos y predican las buenas nuevas del Reino dondequiera que estén, y Jehová bendice su empeño. Las palabras de Proverbios 10:22 lo resumen muy bien: ‘La bendición de Jehová... eso es lo que enriquece’. Es muy común que las personas asistan a las reuniones desde que inician un estudio de la Biblia. Comienzan a estudiar con la idea de hacerse testigos de Jehová. Por ello progresan rápidamente en la verdad”.

La Escuela de Entrenamiento Ministerial

Ahora se cuenta con una nueva provisión que contribuye a una mejor preparación de los hermanos para atender este fértil campo: la Escuela de Entrenamiento Ministerial. La primera clase de México comenzó en noviembre de 1991. Desde entonces ha habido doce clases. Se trata de un curso de ocho semanas preparado por el Comité de Enseñanza. La información está pensada específicamente para que los ancianos y siervos ministeriales puedan ayudar a satisfacer las necesidades apremiantes de la organización teocrática. Bajo la supervisión del Comité de Servicio del Cuerpo Gobernante, se invita a hermanos solteros que reúnen los requisitos para que reciban la enseñanza que les permita asumir más responsabilidades en lugares donde hay mucha necesidad. En algunos casos implica servir en otros países.

Los hermanos han respondido con entusiasmo. Cuando se anunció por primera vez la escuela, se recibieron 600 solicitudes preliminares. Por el hecho de que muchísimos hermanos jóvenes siguen ofreciéndose, se realizan al mismo tiempo dos clases más de una vez al año. En consecuencia, ha mejorado mucho la atención que se da al rebaño en esta parte del mundo.

Los precursores siguen llegando a los territorios aislados

Puesto que hay más de nueve mil ochocientas congregaciones en todo el país, se ha asignado a estas como parte de su territorio todas las ciudades y los pueblos. Pero aún quedan varios territorios aislados. Muchos precursores están ofreciéndose para atenderlos. Con el fin de servir en esos lugares, obtienen un empleo de media jornada o reciben ayuda de sus familiares, de diversas maneras.

Todos ellos, amén de los 671 precursores especiales que sirven, sobre todo, en congregaciones pequeñas y lugares distantes donde no habían llegado las buenas nuevas, están efectuando un trabajo excelente.

Determinados precursores especiales, llamados precursores de ruta, van de un lugar a otro, dentro de una zona asignada, llevando el mensaje a la gente que vive en territorios casi inaccesibles. Estos hermanos viajan en una pequeña camioneta cubierta en la que llevan una buena cantidad de publicaciones y equipada para dormir, de modo que llegada la noche, tienen donde descansar. En la serranía, sin embargo, con frecuencia dejan la camioneta donde termina el camino y siguen a pie, llevando víveres y publicaciones en mochilas. En los últimos cinco años la Sociedad ha designado a varios grupos para que efectúen este trabajo, con resultados muy satisfactorios.

El siguiente relato es un ejemplo de las interesantes experiencias que han tenido estos celosos hermanos: “En la Ciudad Altamirano (Guerrero) hablamos con muchas personas interesadas en la verdad de la Palabra de Dios. En un solo mes comenzamos cuarenta estudios bíblicos, uno de ellos con un católico que tenía la casa llena de imágenes. Cuando le explicamos que la idolatría es incorrecta a los ojos de Jehová y leyó lo que dice al respecto el libro Vivir para siempre, rompió todas sus imágenes. Después lo invitamos a la asamblea de distrito de 1991, y asistió junto con otras seis personas. Comenzó a ir a todas las reuniones a pesar de que tenía que recorrer 45 kilómetros. Ahora está esforzándose por satisfacer los requisitos para ser un buen publicador”.

Gracias al trabajo diligente de estos precursores, se ha distribuido una gran cantidad de publicaciones bíblicas y se han formado muchas congregaciones pequeñas en sitios donde antes no había Testigos. Al expresar sus sentimientos con relación a este trabajo, un precursor escribió: “Hemos visitado lugares preciosos y a gente muy noble que está dispuesta a escuchar. Muchos nos pedían con lágrimas en los ojos que nos quedáramos por más tiempo, y en realidad vimos tanta necesidad que deseábamos quedarnos [...]. También hemos podido comprender lo amoroso que es Jehová al utilizar a sus siervos para llevar las buenas nuevas a las personas pobres y humildes que viven en estos territorios aislados”.

‘Más y mejores salones’

Parece ser que sencillamente no hay tiempo suficiente para todo lo que se tiene que hacer en México. Los programas de construcción abarcan ahora los Salones del Reino y los Salones de Asambleas. El lema actual es: “Más, mejores y mayores Salones del Reino”. Los hermanos de todo el país están construyendo con entusiasmo mejores lugares de reunión. Como a las asambleas de distrito asisten más de ochocientas mil personas, ha llegado a ser difícil alquilar locales adecuados. Se están construyendo Salones de Asambleas donde será posible celebrar tanto asambleas de circuito como pequeñas asambleas de distrito. Gracias a la bendición de Jehová, con la actual legislación hay buenas perspectivas en este aspecto.

En la ciudad fronteriza de Reynosa (Tamaulipas) se terminó una construcción notable. Una persona generosa donó cuatro hectáreas de terreno para la edificación de un Salón de Asambleas. Los hermanos de los ocho circuitos de esa zona trabajaron con empeño, y haciendo grandes sacrificios construyeron un Salón de Asambleas con un aforo de 3.600 personas. Este salón constituye un modelo para otros lugares del país. Albert D. Schroeder, del Cuerpo Gobernante, lo dedicó en noviembre de 1992.

Por varios años se tuvo solo dos pequeños Salones de Asambleas en la Ciudad de México, cada uno con espacio para unas mil personas. Sin embargo, el 9 de mayo de 1993, John E. Barr, del Cuerpo Gobernante, dedicó en el barrio de Tultitlán un bello salón con capacidad para 3.000 personas. Hermanos entusiásticos de la Ciudad de México lo construyeron en un solo año. Este hermoso Salón de Asambleas realmente honra a Jehová.

Construcción en una escala sin precedentes

La actividad de los testigos de Jehová ha seguido aumentando de forma vertiginosa. Solo en la última década, el número de Testigos ha pasado de unos ciento cincuenta mil a más de cuatrocientos mil. La cantidad de personas y familias que estudian la Biblia con ellos ha pasado de unos ciento ochenta mil a más de quinientos treinta y cinco mil. Se necesitan enormes cantidades de publicaciones bíblicas. El año pasado se distribuyeron en México más de treinta millones de libros, folletos y revistas que explican la Biblia, además de millones de tratados. En la sucursal está en marcha un nuevo proyecto de construcción, el mayor hasta ahora. Albergará a más de ochocientos betelitas adicionales. El tamaño de la fábrica será cuatro veces mayor. Se necesitarán unos cinco años y mucha cooperación internacional para terminar esta obra.

Se espera con anhelo tener una fábrica más grande para producir Biblias, libros, folletos, revistas y otras publicaciones en cantidad suficiente para satisfacer el hambre espiritual, no solo en México, sino en otros países de América Latina.

Pastores espirituales del rebaño de Dios

Los hermanos que integran el Comité de la Sucursal supervisan diferentes aspectos de la obra dentro y fuera de la sucursal, y viajan con frecuencia para servir en días especiales de asamblea y asambleas de distrito. De este modo se mantienen al tanto de todos los aspectos de la obra en México. Sus esposas los apoyan lealmente en el desempeño de sus pesadas responsabilidades. Como promedio han servido por cuarenta y un años desde su bautismo y treinta y siete años de tiempo completo. Todos son miembros de la familia de Betel.

En el campo trabajan 34 superintendentes de distrito y 446 superintendentes de circuito. Hay 9.810 congregaciones, y se forman un promedio de veinte congregaciones al mes. Por consiguiente, los superintendentes viajantes, así como los ancianos y los siervos ministeriales, se mantienen muy ocupados cuidando del rebaño. Hay un promedio de 1,7 ancianos y 2,8 siervos ministeriales por congregación. De modo que muchas congregaciones necesitan con urgencia más hermanos capacitados. Por otra parte, el constante aumento de publicadores conlleva la formación de nuevas congregaciones, y estas necesitan ancianos y siervos ministeriales cualificados. Los pocos que sirven en cada congregación están haciendo un buen trabajo en cuidar de las ovejitas de Jehová. (Juan 21:15-17.)

La nueva ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público

Por los pasados ciento treinta y cinco años, México sostuvo una política de separación entre la Iglesia y el Estado. En 1865 la tirantez llegó a tal extremo que México y el Vaticano rompieron relaciones diplomáticas. En vista de las experiencias del pasado en materia religiosa, el gobierno impuso restricciones que afectaron a todas las confesiones. Sin embargo, en diciembre de 1988, cuando Carlos Salinas de Gortari comenzó su mandato presidencial, podía vislumbrarse un cambio en la política religiosa y un acercamiento al Vaticano. En su discurso de toma de posesión estuvieron presentes algunos prelados de la Iglesia Católica.

Como era natural, surgió la pregunta sobre cómo afectaría eso a la obra de los testigos de Jehová. El clero aprovechó el gesto de buena voluntad hacia la Iglesia Católica, y comenzó a presionar para que se enmendara la Constitución y se concediera más libertad a las organizaciones religiosas. La cuestión se debatió en la prensa a lo largo de dos años y se preparó el terreno para que las organizaciones religiosas tuviesen personalidad jurídica en México, que hasta ese entonces solo existían de facto, pero no eran entidades legales, y carecían de derechos. Se percibía a todas luces que el clero no solo buscaba reconocimiento legal, sino también privilegios en la política y la educación. Cabe mencionar que, en sus comentarios, algunos sacerdotes católicos insinuaron que a los testigos de Jehová no se les debía reconocer legalmente. Por fin, en enero de 1992, el Congreso hizo algunas enmiendas a la Carta Magna en materia de religión. Poco después, en el mes de julio, se promulgó el decreto que las sancionaba, denominado ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público.

El propósito de dicha ley era conceder una mayor libertad a las asociaciones religiosas. Considera la posibilidad de que los organismos religiosos tengan un patrimonio propio. Los autoriza también a celebrar reuniones religiosas y manifestaciones fuera de los templos. Un artículo menciona los símbolos patrios, y se antoja que fue redactado teniendo presentes a los testigos de Jehová. Así y todo, el 7 de mayo de 1993 la Secretaría de Gobernación entregó los certificados de registro de La Torre del Vigía y Los Testigos de Jehová en México. Se espera que la nueva ley permita que la obra de los testigos de Jehová siga progresando en el país y que pueda efectuarse con toda libertad, gracias a los derechos y privilegios que anteriormente no se poseían. Sin saberlo, los testigos de Jehová de México se prepararon para esta libertad aún antes de que se promulgara esta ley.

Queda mucho por decir sobre México

Sería imposible incluir en este relato todos los sucesos de la historia de los testigos de Jehová de México. Lo que hemos visto ha sido solo un repaso somero de nuestro álbum histórico. Algunas de sus primeras acciones se asemejan a las fotografías en blanco y negro, decoloradas por el tiempo. Los sucesos más recientes tienen movimiento y vida, como los que se capturan con una videocámara.

A las personas que se reúnen desde hace poco con los testigos de Jehová quizás les sorprendan las pruebas que afrontaron los que dieron comienzo a la obra en México. Se han acostumbrado al paraíso espiritual, donde abunda el alimento, se cuenta con centenares de miles de compañeros temerosos de Dios y se lleva a cabo el servicio piadoso de manera organizada. Sin embargo, en muchas partes de México los testigos de Jehová todavía hacen grandes sacrificios para asistir a las reuniones. Algunos aún necesitan mejorar su lectura para beneficiarse de las provisiones espirituales que tienen a su alcance. Algunos superintendentes de circuito continúan vadeando ríos y subiendo montañas para llegar a las congregaciones. A los que residen en las ciudades podría parecerles que la vida allí tiene más ventajas materiales, pero también se dan cuenta de que hay más tentaciones. Independientemente de las presiones que experimenten, a los testigos de Jehová de México los alegra estar unidos a sus hermanos de todo el mundo en el servicio a Jehová, una obra que produce verdadera satisfacción y felicidad.

Aunque ahora usted sabe mucho más sobre la historia de los testigos de Jehová de México, de ningún modo podría decirse que ya conoce a todos los hermanos y hermanas que sirven aquí. Cada uno de ellos tiene experiencias interesantes que relatar. Existe, además, una gran cantidad de personas a cuyos corazones queremos llevar las buenas nuevas. Nuestro mayor anhelo es que ellos también formen parte de la creciente familia que tiene a Jehová como su Dios y Padre. Si hoy nos asombra la expansión de los años recientes, ¿qué diremos después del Armagedón, cuando Jesucristo empiece a levantar de entre los muertos a millones de mexicanos que descansan en el sepulcro y les conceda la oportunidad de conocer a Jehová y sus justos caminos? Esta narración, por lo tanto, no contiene todas las noticias de México. Algunos de los acontecimientos más emocionantes están por venir. Con la bendición de Jehová, habrá mucho más que contar.

[Fotografía en la página 175]

Grupo de Estudiantes de la Biblia de la Ciudad de México, alrededor de 1920

[Fotografía en la página 177]

El “Boletín” que anunció el registro de la Sociedad en México y una tarjeta de identificación de publicador

[Fotografía en la página 178]

José Maldonado, uno de los primeros precursores de México

[Fotografías en la página 184]

Manuel Amaya y el vehículo que utilizó como precursor

[Fotografía en la página 188]

Pedro De Anda predicó por todo el país

[Fotografía en la página 191]

Después de leer algunas publicaciones de la Sociedad, Mario Mar aceptó una asignación de predicar antes de conocer a los Testigos

[Fotografía en la página 192]

Una asamblea de Testigos en la Ciudad de México en 1934

[Fotografías en la página 198]

Algunos de los primeros precursores en Veracruz con sus medios de transporte

[Fotografía en la página 200]

Fred y Blanche Anderson, graduados de Galaad que dedicaron la mayor parte de su vida al servicio en México

[Fotografías en la página 202]

Shirley Hendrickson (izquierda) y Rosa May Dreyer fueron compañeras de servicio por más de cincuenta años

[Fotografías en la página 207]

Otros graduados de Galaad que han servido en el campo mexicano: 1) Elizabeth Tracy, 2) Jean Friend, 3) Esther López, 4) Rubén Aguirre, 5) Russell Cornelius, 6) Esther Vartanian (Lozano), 7) Mildred Simpkins, 8) Maxine Miller (García)

[Fotografías en la página 209]

Algunos de los que han ayudado en la supervisión de la sucursal

1) Rodolfo Lozano, 2) George Papadem, 3) Samuel Friend, 4) William Simpkins, 5) Robert Tracy

[Fotografía en la página 210]

Adulfo y Leonor Salinas; la asignación que él desempeñó como superintendente de distrito los hizo viajar durante muchos años

[Fotografías en la página 223]

Instalaciones de la sucursal de México que se utilizan desde 1985

[Fotografías en las páginas 236, 237]

Felices proclamadores del Reino que sirven en México

[Fotografía en la página 252]

El actual Comité de Sucursal de México (de izquierda a derecha): Robert Tracy, Roberto Gama, Carlos Cázares, Santos Estrada, Juan Ángel Hernández y Rodolfo Lozano

[Fotografía/Ilustración en las páginas 244, 245]

(Izquierda) La familia de Betel de México en 1993; y sigue aumentando. (Abajo) Las instalaciones de la nueva sucursal que se está construyendo para atender las necesidades de las congregaciones de México, que se incrementan rápidamente

[Ilustración en la página 170]

Algunos aspectos de la religión azteca se fusionaron con la fe católica

[Mapa/Fotografías en la página 168]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

MÉXICO

Monterrey

Guadalajara

Ciudad de México

Veracruz

[Tabla en la página 242]

MÁXIMO DE PROMEDIO DE ESTUDIOS

AÑO PUBLICADORES PUBLICADORES BÍBLICOS

1931 82

1941 859

1951 10.335 8.366 5.409

1961 25.171 22.235 18.198

1971 54.384 51.256 50.270

1981 101.171 98.610 100.636

1991 335.965 319.634 472.389

1994 404.593 388.623 535.912