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Hungría

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EL 25 de julio de 1991 fue un día feliz para la obra del Reino en Hungría. En esta fecha llegó al país el primer misionero preparado y asignado por la Sociedad Watch Tower. László Sárközy y su esposa, Karen, aterrizaron a la 1.03 de la tarde en el aeropuerto de Ferihegy, al sur de Budapest, procedentes de Toronto (Canadá), donde él había servido tras graduarse de la Escuela de Entrenamiento Ministerial. Para el hermano Sárközy significaba regresar a su país natal tras más de veintisiete años de ausencia.

Hungría es un país de más de diez millones de habitantes ubicado en el sur de Europa central. Más del noventa y cinco por ciento son de origen magiar (húngaro), y aproximadamente dos terceras partes son católicos. El catolicismo arraigó en esta tierra hace más de un milenio. Al poco de introducirse, Esteban I fue coronado rey por el papa Silvestre II. Posteriormente, Hungría asumió el título de Regnum Marianum (Reino de [la Virgen] María).

No obstante, no todos los húngaros son católicos. La primera Biblia completa que vio la luz en esta lengua, en 1590, fue traducida por el protestante Gáspár Károli. Esta traducción, revisada en múltiples ocasiones, contiene el nombre divino, y es la versión húngara que más se utiliza. En 1868, el Estado reconoció la presencia e influencia de las confesiones no católicas en virtud de una ley que concedía a los ciudadanos libertad de elección en materia de educación religiosa. En 1989, el gobierno húngaro hizo extensivo este derecho a los testigos de Jehová, lo que posibilitó el envío de misioneros al país. Sin embargo, la labor de los testigos de Jehová de ningún modo le resultaba nueva al pueblo húngaro.

Se disemina la verdad bíblica en Hungría

Noventa y tres años antes de la llegada de László y Karen Sárközy, la revista Zion’s Watch Tower del 15 de mayo de 1898 publicó el siguiente anuncio respecto a un hermano de Canadá: “Le decimos adiós a un querido hermano que vuelve a su tierra natal, Hungría, para declarar las buenas nuevas a sus compatriotas. Trabajó de maestro durante varios años en distintas escuelas de su país y está bien versado en latín, alemán y húngaro. Esperamos que el Señor lo utilice para encontrar y sellar a algunos de los escogidos”.

Por lo visto, su labor dio resultados. Cinco años después, cuando Charles Taze Russell y sus compañeros de viaje visitaron Zurich, encontraron, entre otros, a dos compañeros de creencia procedentes de Hungría. Además, varias cartas de hermanos húngaros publicadas en 1905 en la edición alemana de La Torre del Vigía, prueban que algunos recibían publicaciones bíblicas a través de Alemania.

En 1908, Andrásné Benedek, una humilde húngara que se había hecho Estudiante de la Biblia, como se conocía entonces a los testigos de Jehová, regresó a Hajdúböszörmény, en la región oriental de Hungría, para dar a conocer a la gente las buenas nuevas que había aprendido de la Palabra de Dios. Cuatro años más tarde llegaron de Estados Unidos otros dos Estudiantes de la Biblia. Habían aprendido la verdad acerca de Dios y sus propósitos asistiendo a algunos discursos públicos del hermano Russell. Después de tales programas, el hermano Russell solía dirigirse a las personas del auditorio que había visto en otras ocasiones, y les preguntaba: “¿De dónde es usted? ¿Cuál es su nacionalidad? ¿Le gustaría regresar y llevar la verdad a sus parientes?”.

Uno de estos dos Estudiantes de la Biblia, Károly Szabó, volvió a la localidad de Marosvásárhely (actual Tirgu Mures [Rumania]), que en aquel tiempo estaba en Hungría. El otro, József Kiss, trabajó con el hermano Szabó distribuyendo publicaciones en aquella comarca antes de regresar a su ciudad natal, Abara (ahora Oborín [Eslovaquia]). Su labor dio resultados, pues la familia del hermano Szabó aceptó la verdad y posteriormente otras personas de la localidad se pusieron de parte de la verdad y comenzaron a predicar las buenas nuevas.

El campo húngaro en América del Norte

Andrásné Benedek, Károly Szabó, József Kiss y el profesor de Canadá son solo unos cuantos de los muchos que aprendieron la verdad en América del Norte y volvieron a Hungría para predicar las buenas nuevas. El hecho de que tantos regresaran a su tierra natal prueba que se estaba trabajando bien el campo húngaro en América.

De hecho, The Watch Tower del 15 de agosto de 1909 recordó a los hermanos que había “miles de personas que leían magiar en las principales ciudades del este y el centro” de Estados Unidos. Por lo tanto, se les animó a solicitar y distribuir gratuitamente la edición en húngaro de los tratados conocidos con el nombre de El púlpito del pueblo. Para finales del siguiente año se habían distribuido 38.000 ejemplares en Estados Unidos, Canadá y México. Entre las publicaciones editadas en húngaro en los siguientes años estuvieron Estudios de las Escrituras, Escenario del Foto-Drama de la Creación, La Torre del Vigía, La Edad de Oro y el folleto Millones que ahora viven no morirán jamás. Posteriormente, la Sociedad utilizó programas de radio en húngaro para difundir las buenas nuevas. En 1930, cinco emisoras emitieron veintisiete programas en húngaro.

Obstáculos en Hungría

El hermano Russell realizó en 1911 una gira por Europa en la que visitó por lo menos diez países, y esperaba presentar el discurso “El sionismo en la profecía” al llegar a Budapest. Sin embargo, un rabino judío de Nueva York, enemigo acérrimo de su labor, influyó en sus colegas de Austria-Hungría para que frustraran los planes de dicha reunión.

Después, Károly Szabó escribió al hermano Russell lo siguiente: “La obra en Hungría es mucho más difícil que en América, pues, salvo raras excepciones, los hermanos son muy pobres y la obra debe efectuarse a una escala mucho menor. [...] En este momento hay cuarenta y dos clases pequeñas en diversos condados. [...] Los días 11 y 12 de mayo celebramos una pequeña asamblea, a la que asistieron unas cien personas [...].

”Los pastores y sacerdotes de diversas confesiones han intentado detener nuestra obra por medios legales. Nos han llevado a la fuerza a los tribunales, pero hasta ahora hemos podido defendernos.”

La verdad llega a la capital

Antes de la I Guerra Mundial, un barrendero de Budapest encontró debajo de unos desperdicios un tratado de los Estudiantes de la Biblia en el que se incluía una dirección de Marosvásárhely. Su esposa lo leyó con gran placer e interés y escribió de inmediato pidiendo más publicaciones. De modo que se las enviaron, y al cabo de un tiempo la visitaron personalmente.

Como consecuencia, se formó en poco tiempo un pequeño grupo de estudio, y la mujer, la señora Horváth, ofreció su casa para las reuniones. Este lugar, ubicado en la plaza Tisza Kálmán (ahora plaza Köztársaság), fue el primero que utilizaron en Budapest los Estudiantes de la Biblia para celebrar sus reuniones. A la muerte de la hermana Horváth, en 1923, los hermanos siguieron utilizando su apartamento como lugar de reunión, y durante algún tiempo también se empleó como sucursal.

Encarcelan a Kiss y Szabó

Gracias a que Jehová bendijo el celo de los hermanos Kiss, Szabó y otros, para cuando estalló la I Guerra Mundial había grupos de estudio en diversas poblaciones fuera de la capital: en la zona este, Hajdúböszörmény, Bagamér y Balmazújváros; y en el norte, Nagyvisnyó. Había un grupo en Marosvásárhely y otro en Kolozsvár (Cluj), ciudades que ahora pertenecen a Rumania.

Molesto por la celosa labor de los hermanos Kiss y Szabó, el clero incitó al gobierno a que tomara medidas contra ellos. Se les arrestó y sentenció a cinco años de cárcel. Pero fueron puestos en libertad durante la revolución de 1919, y comenzaron de inmediato a restablecer la comunicación entre las congregaciones. No fue esta una empresa fácil por causa del Tratado de Trianon, firmado en 1920, en virtud del cual Hungría perdió gran parte de su territorio, que se integró en los países limítrofes.

Se organiza desde Cluj la actividad de la posguerra

Al término de la guerra mundial, regresaron a Hungría más personas que habían aprendido la verdad bíblica en Estados Unidos. Entre ellos estuvieron József y Bálint Soós, dos hermanos carnales que se habían bautizado en 1918. A su llegada, en 1919, se pusieron de inmediato a diseminar las buenas nuevas con la ayuda de las publicaciones de la Sociedad. Fue obvio que Jehová bendijo su labor. Se formó una congregación en Tiszaeszlár y enseguida se formaron otras congregaciones en los pueblos de los alrededores.

En 1920 la Sociedad envió a Jacob B. Sima a Rumania. Pocos días después de llegar a Cluj, se reunió con Károly Szabó y más tarde con József Kiss, a fin de reorganizar la obra tanto en Hungría como en Rumania. Buscaron un lugar adecuado para la sucursal, que supervisaría la predicación de las buenas nuevas en Rumania, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia y Albania.

Como resultó imposible encontrar un edificio adecuado en Cluj, la Sociedad optó por construir una oficina y una imprenta en 1924. Para fines de aquel año, The Watch Tower informó: “La imprenta que la Sociedad tiene en Cluj ha producido este año 226.075 libros, de los cuales se han distribuido 129.952. Además, se han distribuido más de ciento setenta y cinco mil ejemplares de La Torre del Vigía y La Edad de Oro en cada uno de los dos idiomas [rumano y húngaro]”.

Los observadores mundanos estaban asombrados. La revista Az Út (El camino) dijo: “Ahora mismo [1924] no hay ninguna imprenta en Rumania que posea un equipo tan moderno. [...] En comparación [con la de los Estudiantes de la Biblia], nuestra [...] actividad editorial es liliputiense”.

Amoroso, valiente y... odiado

No obstante, el progreso en la difusión del mensaje del Reino en Hungría no esperó hasta que la imprenta de Rumania empezara a funcionar. En 1922 se reunieron 160 personas para conmemorar la muerte del Señor. Aquel mismo año, la Sociedad dirigió la impresión de 200.000 ejemplares de la resolución Un desafío a los líderes del mundo y concedió oficialmente a los hermanos un día para su distribución. Muchos organismos públicos y altos funcionarios la recibieron por correo.

György Kiss dio un magnífico ejemplo a sus hermanos húngaros en aquella época. Era un hombre fornido, amoroso y valiente. Durante la I Guerra Mundial fue condenado a muerte por su neutralidad, pero más tarde le conmutaron la pena por la de cadena perpetua; sin embargo, al terminar la guerra, lo pusieron en libertad. Aprovechó bien sus años de vida, pues ayudó a formar muchas congregaciones. También fue peregrino, u orador viajante, de los Estudiantes de la Biblia.

La labor valerosa y fructífera del hermano Kiss le granjeó el odio especialmente del clero y la policía estatal. Aunque lo arrestaban y maltrataban con frecuencia, era difícil sentenciarlo, porque conocía muy bien la ley y se defendía hábilmente de las acusaciones. Los hermanos le suplicaban que tuviera más cuidado, pero él siguió visitando las congregaciones por todo el país con el fin de fortalecer espiritualmente a los hermanos. Dio un buen ejemplo, y lo describen muy bien las palabras del apóstol Pablo: “Amable para con todos, capacitado para enseñar [...], instruyendo con apacibilidad a los que no están favorablemente dispuestos”. (2 Tim. 2:24, 25.)

El 20 de julio de 1931, los hermanos lo esperaban en la floreciente congregación de Debrecen, cerca de la frontera con Rumania, pero nunca apareció. Llegaron a la conclusión de que sus enemigos le habían dado muerte y se había ‘ido a casa’ a recibir su recompensa celestial. (Juan 14:2.)

Más hermanos procedentes de Estados Unidos

Durante los años veinte, un buen número de personas que se habían hecho Estudiantes de la Biblia en Estados Unidos volvieron a Hungría con espíritu evangelizador. Entre estos estuvieron János Varga, que fue primero a Hajdúszoboszló, en la región oriental de Hungría, y más tarde sirvió de peregrino, y también József Toldy, que fue a Nagyvisnyó, en el norte, donde participó celosamente en la evangelización.

János Dóber, que aprendió la verdad al asistir a un discurso del hermano Russell, en 1910, se trasladó al oeste de Hungría y comenzó a predicar con mucho celo en Zalaudvarnok. En muy poco tiempo se formó un grupo, que bajo su entusiasta dirección predicó en todas las ciudades y pueblos vecinos. Sin embargo, este hermano afrontó frecuentemente oposición durísima, y a veces pensó en regresar a América. Pero su esposa le preguntaba: “Cariño, ¿por qué volvimos a Hungría? ¿No fue para predicar?”. Sus palabras le ayudaban a recobrar la serenidad.

Oposición interna y externa

A la vez que las buenas nuevas llegaban a más zonas y cobraban mayor ímpetu, también se intensificaba la oposición. En 1925 el gobierno retiró el permiso para distribuir las publicaciones de la Sociedad. A fin de seguir suministrando a los hermanos el alimento espiritual, fue necesario publicar La Torre del Vigía en Cluj con títulos que cambiaban periódicamente, como Peregrino cristiano y Evangelio.

El clero también recrudeció su persecución contra los hermanos. Por ejemplo, un sacerdote católico llamado Zoltán Nyisztor editó un folleto titulado Milenaristas o estudiantes de la Biblia, que decía: “El russelismo es peor y más detestable que el bolchevismo, pues [...] propugna la anarquía disfrazado de religión; pinta las revoluciones, la persecución de las iglesias y la destrucción y aniquilación del clero como parte del plan de Dios”.

Las iglesias solían ser las instigadoras del trato brutal que la policía daba a los hermanos. Prueba de tal salvajismo fueron las cicatrices que llevó Károly Szabó a su regreso a Estados Unidos.

Además de esta persecución, Satanás y los demonios provocaron problemas de carácter interno. En Cluj, Jacob B. Sima comenzó a perseguir objetivos egoístas y a perder de vista la importancia de la predicación de las buenas nuevas del Reino de Dios. Quiso atraer la atención a sí mismo, lo cual originó una gran división.

Poco después, la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Magdeburgo (Alemania) se encargó de supervisar la obra en Hungría, y pidió a Lajos Szabó que fuera a Budapest para que ayudara a organizar la predicación y la traducción de La Torre del Vigía. A partir de entonces, la edición húngara de La Torre del Vigía comenzó a imprimirse en Magdeburgo con el título Revista para los creyentes en la sangre de Cristo.

Ayuda de los hermanos alemanes

En 1931, los Estudiantes de la Biblia de todo el mundo comprendieron que, en vista de lo que dice claramente la Palabra de Dios, lo más apropiado era que se les conociera como testigos de Jehová. (Isa. 43:10.) Los folletos El Reino, la esperanza del mundo y Explicación (publicado en Hungría) indicaron por qué se adoptaba el nombre de testigos de Jehová y, en armonía con dicho nombre, centraron la atención en Jehová y su propósito con relación al Reino.

El 1933 Yearbook informó: “Se hizo de la presentación del folleto El Reino una ocasión especial para dar un testimonio extenso en la capital de Hungría. En la fecha indicada se presentaron 90 hermanos alemanes, y en cinco días se repartieron 125.000 folletos El Reino y 200.000 tratados”.

La distribución del folleto El Reino fue una de tantas ocasiones en las que los hermanos alemanes colaboraron con sus hermanos húngaros. Cuando Hitler ascendió al poder en Alemania y empezó a perseguir a los testigos de Jehová, muchos hermanos tuvieron que dejar este país, algunos de los cuales emigraron a Hungría. Entre estos estuvieron Martin Poetzinger, que había pasado un año en Bulgaria y quien años después fue nombrado miembro del Cuerpo Gobernante, y Gertrud Mende, quien con el tiempo sería su esposa.

Gerhard Zennig, también de habla alemana, trabajaba con el hermano Szabó en aquel tiempo. Aunque el hermano Zennig no era un hombre fuerte físicamente, lo maltrataron con crueldad, en especial un detective de la policía llamado Balázs. Los hermanos de Budapest también recuerdan con cariño a Heinrich Dwenger, enviado directamente de la sucursal de Alemania. Su apacibilidad, bondad y consejo maduro ayudaron mucho a los hermanos húngaros. Los precursores alemanes lo llamaban “papá precursor” por el cariño con que los trataba.

Durante este período, el fascismo comenzó a ejercer una tremenda influencia en Hungría. Se obligó a los hermanos alemanes a marcharse, y los hermanos húngaros fueron sometidos a una persecución más intensa. La policía maltrató salvajemente a muchos, y después los sentenciaron a largas condenas de prisión.

Celebran las reuniones con cautela

A finales de los años treinta, los hermanos solo podían reunirse en secreto y en grupos pequeños. Por lo general, la única publicación de la que disponía la congregación era una revista La Atalaya, que se hacía circular entre los hermanos.

Ferenc Nagy, de Tiszavasvári, recuerda: “En aquel tiempo, el Estudio de La Atalaya no se parecía a los de hoy día. Después de llegar todos los que se esperaban, se cerraban las puertas. A veces, el estudio de un artículo podía durar hasta seis horas. Yo tenía unos cinco años y mi hermano cuatro, pero nos gustaba escuchar aquellos largos estudios sentados en nuestras sillitas. De verdad que sí. Todavía recuerdo algunos de aquellos dramas proféticos. La crianza que nos dieron nuestros padres produjo buenos resultados”.

Etel Kecskemétiné, que a sus ochenta y tantos años sigue sirviendo fielmente en Budapest, recuerda que en Tiszakarád los hermanos celebraban las reuniones en los campos durante la hora del almuerzo. Como los Testigos trabajaban juntos cultivando la tierra de uno y después de otro, los funcionarios no podían impedir tales reuniones. En los meses de otoño e invierno, las hermanas se juntaban para hilar y los hermanos se sentaban con ellas. Aunque la policía les preguntaba qué hacían, no podía detenerlos. Si no se presentaban estas oportunidades, se reunían en algún lugar temprano en la madrugada o tarde por la noche.

Proclamadores ingeniosos

Cuando se proscribió la predicación de casa en casa, los Testigos se valieron de otros métodos para dar a conocer la verdad bíblica. En aquel tiempo, los gramófonos portátiles eran relativamente nuevos y no había ninguna ley que prohibiera utilizarlos. En vista de ello, los hermanos pedían permiso a los amos de casa para ponerles un mensaje grabado. Si accedían, ponían un discurso del hermano Rutherford. Para ello, los hermanos grabaron en discos los discursos del hermano Rutherford traducidos al húngaro, y emplearon tanto gramófonos portátiles como máquinas sonoras con grandes altavoces.

János Lakó, que se casó con la hija de la hermana Kecskemétiné, recuerda lo siguiente con respecto a aquellos impactantes discursos bíblicos grabados: “Tuve el placer de escuchar uno en Sátoraljaújhely. Una de las frases que oí se me quedó grabada: ‘Las monarquías, las democracias, las aristocracias, el fascismo, el comunismo, el nazismo y todo intento semejante de gobernación desaparecerán en Armagedón y caerán pronto en el olvido’. Nos sorprendía la fuerza con que se presentaban las verdades bíblicas. En 1945, este discurso, que tanto me impresionó, parecía una profecía”.

Continúan las penalidades

La persecución siguió cada vez con más furia. Después de la visita de un sacerdote católico a la sucursal de la Sociedad en Budapest, en la que obtuvo toda la información que pudo, comenzó una campaña de calumnias en la prensa acompañada de advertencias desde el púlpito y por la radio. Por todo el país se confiscaron las publicaciones y se golpeó cruelmente a los Testigos. En Kisvárda llevaron a varios Testigos al ayuntamiento y los metieron uno a uno en una habitación, donde los golpearon y torturaron diabólicamente. El 1938 Year Book of Jehovah’s Witnesses informó de este suceso y preguntó: “El ‘Domingo de Resurrección’, el día de la gran procesión. ¿Qué celebraban en ese día? ¿La resurrección de la Inquisición?”.

Cuando el clero no conseguía manipular a los funcionarios, se valía de otros medios. El 1939 Year Book informó: “Se insta y hasta se paga a personas insensatas para que golpeen y maltraten a los hermanos. Sabemos que en algunos lugares los clérigos han recompensado a cada una de estas personas con 10 kilogramos de tabaco por haber acusado falsamente a los hijos de Dios”.

Proscritos

En 1938, András Bartha, que había trabajado cinco años en la sucursal de la Sociedad en Magdeburgo (Alemania) y luego en lo que entonces era Checoslovaquia, se encontró en territorio de Hungría cuando esta se anexionó partes de Checoslovaquia y Rutenia. Enseguida se le asignó atender la obra en Hungría. La labor de los testigos de Jehová ya había sido proscrita en Alemania por el régimen nazi, y en Checoslovaquia estaban prohibidas las reuniones. Posteriormente, el 13 de diciembre de 1939, se proscribió la obra también en Hungría.

En aquel mismo año se abrieron en el país dos campos de internamiento: uno a 30 kilómetros de Budapest, y el otro, en la población de Nagykanizsa, al sudoeste, a 26 kilómetros de la frontera con Yugoslavia. Estos campos no tardaron en llenarse de personas a las que se consideraba poco confiables: delincuentes, comunistas y testigos de Jehová, a quienes se acusaba de constituir una amenaza para la sociedad.

Al mismo tiempo, un comisario de la policía de Budapest organizó una brigada de detectives para descubrir a los “cabecillas” de los testigos de Jehová, y también estudiar el funcionamiento de esta organización ilegal y sus contactos en el extranjero. A esto siguieron arrestos, encarcelamientos y maltrato físico y psicológico.

¿Detuvo tal oposición la obra de los testigos de Jehová en Hungría? No; pero se requirió que todos los publicadores prestaran atención al consejo de Jesús de “ser cautelosos como serpientes, y, sin embargo, inocentes como palomas”. (Mat. 10:16.) El 1940 Yearbook da un ejemplo de la cautela que mostró una precursora. Ella llevaba un pañuelo negro en la cabeza y otro sobre los hombros. Tras haber predicado en cierta comunidad, vio a una mujer que se dirigía hacia ella con dos policías militares. La hermana dobló una esquina, se puso unos pañuelos de color distinto y caminó tranquilamente en dirección a los dos policías. Estos le preguntaron si había visto a una mujer que llevaba puestos unos pañuelos negros, a lo cual la hermana respondió que había visto una que iba en dirección contraria y parecía tener prisa. Los policías y su espía salieron corriendo para atraparla, mientras la hermana regresó tranquilamente a casa.

Una precursora fiel recordó tiempo después cómo las autoridades, presionadas por el clero, mandaron arrestarla. Por una temporada estuvo bajo vigilancia policíaca y con la obligación de comparecer en el cuartel dos veces al mes. Pero tan pronto como salía, se montaba en su bicicleta y se iba a predicar. Debido a su persistencia en la predicación, cumplió diferentes condenas de cárcel: primero cinco días, después diez, quince y treinta; dos veces estuvo cuarenta días, después sesenta; dos veces estuvo cien días, y, por último, ocho años. ¿Cuál fue el motivo? Enseñar la Biblia a la gente. Al igual que los apóstoles de Jesucristo, obedeció a Dios en vez de a los hombres. (Hech. 5:29.)

Como el hermano Bartha dedicaba todo su tiempo a traducir, en 1940 la Sociedad confió la dirección de la obra en Hungría a János Konrád, que anteriormente había sido siervo de zona (superintendente de circuito).

Más campos de internamiento

En agosto de 1940, Hungría se anexionó parte del territorio de Transilvania (Rumania). Al año siguiente se intensificó la persecución en esta región. En Cluj (Transilvania) abrieron otro campo de internamiento, adonde llevaron a cientos de hermanos y hermanas de todas las edades. Allí se les sometió a un trato despiadado por no renunciar a su fe y volver a abrazar su religión anterior. Cuando los fieles Testigos de todo el país se enteraron de lo que estaba ocurriendo en aquel campo, empezaron a orar por sus hermanos. Poco después, una investigación puso de manifiesto la corrupción que existía entre los oficiales del campo, de modo que transfirieron al oficial que estaba al mando y a la mayoría de los guardias; a algunos incluso se les encarceló. Este suceso resultó en alivio para los hermanos, por lo cual dieron gracias a Jehová.

Entretanto, en la región sudoccidental, en un campo situado cerca de Nagykanizsa se recluyó a muchos matrimonios, cuyos hijos quedaron al cuidado de los Testigos que aún estaban en sus hogares. En todos estos campos se presionó mucho al pueblo de Jehová. Se ofrecía la libertad a los hermanos a cambio de firmar un documento por el que renunciaban a su fe y prometían no tener más relación con los testigos de Jehová y volver a profesar su religión anterior, que era la que aprobaba el Estado.

La situación de los testigos de Jehová se volvió aún más delicada a partir del 27 de junio de 1941, cuando Hungría declaró la guerra a la Unión Soviética. Por causa de su negativa a prestar el servicio militar, fueron enjuiciados muchas veces.

Arrestan al siervo del país

La brigada de detectives que iba tras los testigos de Jehová se hizo cada vez más activa y efectuó redadas en las casas de muchos hermanos. Enviaron muchas citaciones al hermano Konrád y entraron en su casa varias veces; además, lo obligaban a presentarse en el departamento central de la policía dos veces por semana.

En noviembre de 1941, el hermano Konrád reunió a todos los siervos de zona (superintendentes de circuito) y les dijo que tenía la certeza de que pronto lo arrestarían y que en tal caso, uno de ellos, József Klinyecz, se encargaría de supervisar la obra.

Arrestaron al hermano Konrád justo al mes siguiente, el día 15 de diciembre. Lo sometieron a un trato terriblemente brutal por varios días con el fin de que revelara los nombres de los siervos de zona y los precursores, pero no lograron sacarle nada. Finalmente lo entregaron al fiscal del distrito. Después solo lo sentenciaron a dos meses de prisión, pero en vez de ponerlo en libertad al cumplir la sentencia, lo llevaron al campo de concentración de Kistarcsa aduciendo que era una amenaza para la sociedad.

Dos siervos del país

Entretanto, en 1942 la oficina centroeuropea de Suiza asignó oficialmente a Dénes Faluvégi para que supervisara la obra en Hungría. Aunque el hermano Faluvégi era de naturaleza apacible y flexible, podía, sin embargo, estimular a otros debido a su celo por la verdad. Había trabajado de maestro en Transilvania, y había colaborado de modo importante en organizar la obra en Rumania después de la I Guerra Mundial.

Sin embargo, al hermano Klinyecz, el siervo de zona al que el hermano Konrád había confiado la responsabilidad temporal de la obra en caso de ser arrestado, no le agradó que le dieran esta asignación a Faluvégi, pues lo consideraba incapaz de afrontar aquella complicada tarea.

El hermano Klinyecz siempre fue celoso y valiente, de carácter más firme que apacible. Era celoso en el servicio del campo, y los hermanos de todo el país lo conocían y apreciaban. Se formaron dos bandos: el de los que reconocían el nombramiento que había hecho la Sociedad del hermano Faluvégi, y el de los que compartían la opinión del hermano Klinyecz, de que la responsabilidad de la supervisión necesitaba estar en manos firmes en aquellos tiempos difíciles.

Algunas congregaciones recibieron al mismo tiempo la visita de dos siervos de zona: uno enviado por Faluvégi, y el otro, por Klinyecz. Desgraciadamente, en vez de animar a los hermanos en tales ocasiones, a veces los dos siervos de zona peleaban entre sí, lo cual, como es de suponer, afectó mucho a los fieles.

Un establo de caballos de carreras en Alag

En agosto de 1942, las autoridades decidieron acabar con los testigos de Jehová de Hungría. Con este fin prepararon diez lugares donde juntarlos, fueran hombres o mujeres, jóvenes o mayores. Llevaron allí incluso a las personas que todavía no estaban bautizadas pero de las que se sabía que tenían contacto con los testigos de Jehová.

A los Testigos de Budapest y los alrededores los condujeron a un establo de caballos de carreras en Alag. En ambos lados del establo, junto a los muros exteriores, se colocaba paja, sobre la cual dormían tanto los hermanos como las hermanas. Si alguien quería simplemente darse la vuelta durante la noche, tenía que pedir permiso a los guardias. De día los obligaban a sentarse en fila en bancos de madera de cara a la pared y a permanecer en silencio, mientras los guardias caminaban de arriba para abajo con sus bayonetas caladas.

Al lado del establo había una habitación más pequeña, donde los detectives, bajo la dirección de István y Antal Juhász, dos hermanos carnales, llevaban a cabo los “interrogatorios”. Torturaban a los hermanos con métodos demasiado degradados como para mencionarlos.

A las hermanas no les fue mejor. A una le pusieron las medias en la boca para ahogar sus gritos. Entonces la obligaron a acostarse boca abajo en el suelo, con uno de los detectives sentado encima de ella sosteniéndole en alto las piernas, mientras el otro la golpeaba sin misericordia en las plantas de los pies. Se podían oír claramente los golpes y los gritos desde la habitación donde estaban los hermanos.

“Juicio” en Alag

Los “interrogatorios” terminaron a fines de noviembre. En aquel mes se improvisó una sala de tribunal en el salón de baile de un restaurante de Alag, donde el tribunal del estado mayor de Heinrich Werth trató el caso de 64 testigos de Jehová. Al entrar en la sala, estos vieron las publicaciones, las Biblias, las máquinas de escribir, los gramófonos y los discos confiscados en los registros domiciliarios.

El juicio comenzó sin que ninguno de los 64 acusados hubiera sido interrogado por el fiscal militar ni hubiera podido hablar con el abogado designado por el tribunal para defenderlos. El interrogatorio de todos tomó tan solo unas cuantas horas, y en realidad no se les dio la oportunidad de defenderse. A una hermana le preguntaron si estaba dispuesta a tomar las armas. Respondió: “Soy una mujer, así que no tengo que tomar las armas”. Entonces le preguntaron: “¿Las tomaría si fuera un hombre?”. Contestó: “El día que sea un hombre responderé”.

Luego vinieron las sentencias. Los hermanos Bartha, Faluvégi y Konrád fueron condenados a la horca; otros, a cadena perpetua, y los demás, de dos a quince años de cárcel. Esa tarde los llevaron a la prisión militar del bulevar Margit, en Budapest. Los tres hermanos que habían sido condenados a muerte esperaban ser ejecutados de un momento a otro, pero exactamente un mes después de haber sido encarcelados, su abogado les informó que les habían conmutado la sentencia por cadena perpetua.

En los otros nueve lugares donde se reunió a los Testigos, los interrogatorios se llevaron a cabo siguiendo métodos parecidos a los utilizados en el establo de Alag. A los hermanos declarados culpables se les llevó finalmente a la prisión de Vác, al norte del país.

Monjas carceleras

A las hermanas por lo general se las internaba en la calle Conti de Budapest, en la prisión de contraespionaje. A las que eran sentenciadas a tres años o más se las transfería a la cárcel de mujeres de Márianosztra (María nuestra), un pueblo próximo a la frontera con Eslovaquia, donde eran vigiladas por monjas, que las trataban de un modo espantoso. También llevaban allí a las Testigos que habían estado anteriormente en otras prisiones.

Aquella que no obedeciera las normas impuestas por las monjas, era enviada al calabozo. Estas normas incluían la asistencia obligatoria a la iglesia y el saludo católico: “Alabado sea Jesucristo”. Si las reclusas recibían algo, la expresión de agradecimiento debía ser: “Que Dios se lo pague”.

Como es obvio, nuestras fieles hermanas no hacían caso de estas normas. Cada vez que se negaban a ir a la iglesia, las encerraban veinticuatro horas en un calabozo; era entonces cuando nuestras hermanas decían: “Que Dios se lo pague”. A las Testigos también se las privaba de todos los privilegios normales, como recibir paquetes, mantener correspondencia con familiares o recibir visitas. Solo unas cuantas transigieron con el fin de no seguir pasándolo mal. Pero después de un tiempo, el trato dispensado a las que se mantuvieron fieles dejó de ser tan duro.

El campo de concentración de Bor

En el verano de 1943 se reunió a todos los hermanos menores de 49 años de todas las prisiones del país en una ciudad de provincias, y se les ordenó emprender el servicio militar. Aunque se les volvió a dar un trato despiadado, los hermanos fieles permanecieron firmes y se negaron, a la vez que rechazaron el uniforme militar que se les ofreció. No obstante, hubo nueve que prestaron el juramento militar y aceptaron los uniformes, aunque no por ello les fue mejor. Los 160 que había allí, incluidos los nueve que transigieron, fueron trasladados al campo de concentración de Bor (Serbia). Dos años después, uno de aquellos nueve, con el fusil en la mano, palidecía y temblaba al encontrarse en el pelotón de fusilamiento que ejecutaría, entre otros, a su propio hermano carnal, que era un Testigo fiel.

Los hermanos pasaron por situaciones muy difíciles tanto de camino al campo de concentración como cuando llegaron. Pero el comandante del campo no insistió en que realizaran trabajos que iban en contra de su conciencia. Incluso pidió disculpas en una ocasión en que los soldados se valieron de la tortura para obligar a los Testigos a violar su conciencia.

Károly Áfra, que a sus más de 70 años todavía sirve fielmente a Jehová, relata: “Hubo varios intentos de hacernos renunciar a nuestra fe, pero nos mantuvimos firmes. En cierta ocasión, nos mandaron hacer un emplazamiento de artillería a base de hormigón. Seleccionaron a dos hermanos para el trabajo, pero estos se negaron y alegaron que estaban en prisión precisamente por no hacer trabajos relacionados con la guerra. El oficial les dijo que mandaría ejecutarlos si no hacían el trabajo. Un soldado se llevó a uno de los hermanos al otro lado de la montaña, y se oyó un disparo. El oficial se volvió al otro y le dijo: ‘Tu hermano ha muerto. Tienes tiempo para pensarlo’.

”La respuesta del hermano fue: ‘Si mi hermano pudo morir por su fe, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo?’. El oficial ordenó al soldado que trajera al ‘muerto’ y, dando al otro unas palmadas en la espalda, dijo: ‘Hombres tan valientes merecen vivir’, y los dejó marchar.”

Los hermanos sabían que la razón por la que estaban vivos era servir de testigos de Jehová. Había miles de prisioneros en el campo de Bor, a muchos de los cuales dieron un testimonio cabal de Jehová y su Reino. Durante aquellos años difíciles, los testigos de Jehová de todo el país, fuera que estuvieran encarcelados, en campos de concentración o en cualquier otro sitio, aprovecharon toda oportunidad para predicar. Encontraron personas de disposición bondadosa en todas partes, hasta entre oficiales importantes, que admiraban su aguante valeroso. Algunos incluso los animaron diciendo: “Continúen perseverando en su fe”.

Llevaban los Testigos once meses en Bor, en medio de circunstancias peligrosas y duras, cuando llegaron rumores de que los partisanos planeaban atacar el pueblo; de modo que se decidió evacuar el campo. Cuando los Testigos se enteraron, dos días antes de salir, de que tendrían que emprender el viaje a pie, se dispusieron de inmediato a construir carretas de dos y cuatro ruedas. Tenían tantas carretas al momento de iniciar la marcha, que los oficiales, soldados y demás prisioneros se quedaron asombrados al ver lo que habían logrado.

Antes de llevarlos al camino (junto con otros 3.000 prisioneros judíos), cada hermano recibió 700 gramos de pan y cinco latas de pescado, lo cual era insuficiente para el viaje. Pero Jehová les suministró lo que los funcionarios no les dieron. ¿De qué forma? Mediante los habitantes serbios y húngaros de los territorios que atravesaron, quienes les dieron gustosos el pan que no necesitaban. Los hermanos lo juntaban todo, y cuando había una pausa, lo repartían de tal modo que todos recibieran una porción, aunque solo fuera un bocado. Si bien se entregó a cientos de prisioneros a los soldados alemanes para que los ejecutaran, la mano protectora de Jehová estuvo sobre sus Testigos.

Se vuelve a poner a prueba su integridad

A finales de 1944, cuando se acercaba el ejército soviético, se ordenó el traslado de los Testigos de los campos a la frontera de Hungría con Austria. Cuando estos vieron que se estaban llevando al frente a todos los hombres sanos de la región, se ofrecieron para ayudar a las mujeres de la zona en los trabajos más duros de la labranza. Donde se les daba hospedaje, aprovechaban la oportunidad para predicar.

En enero de 1945, el comandante informó a los Testigos que todos los hombres capaces de trabajar debían presentarse en el Ayuntamiento de Jánosháza. Una vez allí, un oficial alemán se los llevó a las afueras del pueblo para cavar trincheras. Ante la negativa de los primeros seis a los que se escogió, el oficial ordenó de inmediato: “¡Ejecútenlos!”. Colocaron a los seis hermanos en fila, y los soldados húngaros procedieron a apuntarles con los fusiles, listos para disparar cuando se diera la orden, ante la mirada de los otros 76 hermanos. Uno de los soldados húngaros se acercó con disimulo a estos y les dijo: “Si no quieren que maten a sus compañeros, vayan y arrojen sus herramientas al suelo”. Los hermanos siguieron de inmediato este consejo. El oficial alemán quedó tan sorprendido que al principio se los quedó mirando con incredulidad. Entonces preguntó: “¿Tampoco ustedes quieren trabajar?”. El hermano Bartha contestó en alemán: “Sí, claro que queremos trabajar, pero no podemos realizar tareas que vayan en contra de nuestra fe. El sargento puede confirmar que hemos efectuado y seguimos efectuando las labores asignadas con la mayor diligencia y productividad, pero no podemos hacer el trabajo que tiene usted pensado para nosotros”.

Uno de los hermanos relató después: “Al oír aquello, el oficial dijo que todos quedábamos arrestados, lo cual resultó bastante gracioso, pues de todos modos estábamos presos”.

Otros hermanos íntegros

Al igual que los ejemplos mencionados anteriormente, cientos de hermanos y hermanas de todo el país libraron la misma pelea por su fe en muchos otros campos de concentración y prisiones.

En la primavera de 1944 se trasladó a muchos judíos del campo de internamiento de Nagykanizsa a los campos de Alemania. Entre ellos había dos testigos de Jehová: Éva Bász y Olga Slézinger, judías de nacimiento, de 20 y 45 años de edad, respectivamente. Las dos adoraban a Jehová Dios con celo y un corazón puro. La hermana Bász estaba bastante delicada de salud, pero había sido precursora antes de que la arrestaran. Estaba predicando en Dunavecse cuando la policía la detuvo y la llevó al ayuntamiento.

Allí la sometieron a un trato degradante instigados por el alcalde del pueblo. Ella recuerda: “Me raparon la cabeza y me tuvieron completamente desnuda delante de diez o doce policías, que comenzaron a interrogarme para saber quién era nuestro líder en Hungría. Les expliqué que nuestro único líder era Jesucristo”. Reaccionaron golpeándola despiadadamente con sus bastones. Pero la hermana Bász estaba resuelta a no traicionar a sus hermanos cristianos.

Ella agrega: “Después, aquellos salvajes me ataron las manos y los pies por encima de la cabeza, y todos excepto uno me violaron. Me ataron con tanta fuerza, que todavía tenía marcas en las muñecas cuando fui a Suecia tres años después. Fue tal el maltrato, que me ocultaron en el sótano dos semanas hasta que sanaron las heridas más graves, pues no se atrevían a que otras personas vieran el estado en el que me habían dejado”. Enviaron a la hermana Bász al campo de Nagykanizsa y de allí a Auschwitz junto con la hermana Slézinger.

Ella continúa: “Con Olga me sentía segura; podía hacer gala de un gran sentido del humor aun en situaciones difíciles. El doctor Mengele tenía a su cargo separar a los recién llegados en dos grupos: los que estaban sanos y los que no eran aptos para el trabajo. A estos últimos los enviaba a las cámaras de gas. Cuando nos llegó el turno, le preguntó a Olga: ‘¿Cuántos años tiene?’. ‘Veinte’, respondió ella valientemente y parpadeando con gracia. Lo cierto es que tenía más del doble, pero Mengele se rió y la dejó en el grupo de los que no iban a morir”.

Les cosieron en la ropa estrellas amarillas, que las identificaban como judías, pero ellas protestaron, insistiendo en que eran testigos de Jehová. Arrancaron las estrellas amarillas y exigieron que les cosieran triángulos púrpuras, que las identificarían como testigos de Jehová. Aunque las golpearon duramente por ello, respondieron: “Pueden hacernos lo que quieran, pero siempre seremos testigos de Jehová”.

Posteriormente las llevaron al campo de concentración de Bergen-Belsen. Más o menos para aquel tiempo se declaró en el campo una epidemia de tifus. La hermana Slézinger enfermó tan gravemente que la sacaron del campo junto con muchas otras y no se la volvió a ver. Poco después, el ejército británico liberó este territorio. Llevaron a la hermana Bász a un hospital, tras lo cual se mudó a Suecia, donde no tardó en ponerse en contacto con los hermanos.

A muchos de los hermanos que encarcelaron en Hungría los deportaron después a Alemania. La mayoría regresó al terminar la guerra, pero no todos. Dénes Faluvégi fue uno de los que murieron mientras era trasladado del campo de concentración de Buchenwald al de Dachau. Había servido fielmente a Jehová por más de treinta años.

Testigos fieles hasta la muerte

Cuando se cerró el campo de Nagykanizsa, en el otoño de 1944, se puso en libertad a los Testigos que aún no habían sido deportados a Alemania. Sin embargo, como el frente de batalla les imposibilitaba regresar a casa, decidieron trabajar en las haciendas de la comarca hasta que mejorara la situación. El 15 de octubre de 1944, el Nyilaskeresztes Párt (Partido Flechas Cruzadas) subió al poder apoyado por el partido nazi alemán, y de inmediato empezó a llamar a los jóvenes al servicio militar.

No tardó en arrestarse de nuevo a los hermanos debido a su neutralidad. Llevaron a cinco de los jóvenes detenidos a Körmend, a unos 10 kilómetros de la frontera con Austria, donde había un tribunal militar que celebraba sesión en la escuela local. El primero en ser juzgado fue Bertalan Szabó, a quien sentenciaron a morir fusilado. Antes de la ejecución escribió una conmovedora carta de despedida, que puede leerse en la página 662 del libro Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios. Después se juzgó a otros dos: János Zsondor y Antal Hönis. Ellos también se mantuvieron firmes y fueron ejecutados.

Sándor Helmeczi, que fue encarcelado entonces, recuerda: “A cierta hora del día se nos permitía utilizar el baño del patio. Para que viéramos lo que ocurriría, cambiaron el horario. Con ello querían decirnos: ‘Ahora ya saben lo que les espera a ustedes también’. Fue un momento muy triste cuando vimos a nuestros queridos hermanos caer al suelo inertes. Después volvieron a llevarnos a nuestra celda.

”Transcurridos diez minutos nos ordenaron salir y limpiar la sangre de nuestros hermanos. De este modo pudimos verlos de cerca. El rostro de János Zsondor estaba bastante normal. Su semblante sonriente, amigable y apacible no mostraba ningún vestigio de temor.”

Al mismo tiempo, otro hermano, Lajos Deli, de 20 años, moría en la horca en la plaza de mercado de Sárvár, a 40 kilómetros de la frontera con Austria. En 1954, un antiguo oficial que presenció la ejecución relató lo ocurrido aquel día:

“Muchos de nosotros, civiles y militares, huíamos hacia el oeste. Al cruzar Sárvár, vimos la horca preparada en la plaza de mercado, y al lado, a un joven de rostro agradable y pacífico. Cuando pregunté a uno de los observadores cuál había sido su delito, me dijo que se había negado a tomar las armas y la pala. Estaban presentes varios reclutas del Partido Flechas Cruzadas armados de ametralladoras. Todos oímos a uno de ellos decirle al joven: ‘Es tu última oportunidad. Toma la ametralladora o te colgamos’. El joven no le respondió; no estaba impresionado en lo más mínimo. A continuación dijo con voz firme: ‘Pueden ejecutarme, pero prefiero obedecer a mi Dios Jehová que a simples hombres’. De modo que lo ahorcaron.”

Según el 1946 Yearbook, entre 1940 y 1945 dieron muerte a dieciséis Testigos debido a su objeción a rendir servicio militar por motivos de conciencia; otros veintiséis murieron a consecuencia de los malos tratos. Al igual que su Señor, vencieron al mundo por su fe.

Nuevo comienzo tras la guerra

La mayor parte de los hermanos que volvieron a casa lo hicieron durante la primera mitad de 1945. Pese a no haber podido trabajar de modo organizado desde 1942, no habían dejado de dar testimonio de la verdad. A finales de 1945 hubo 590 hermanos que volvieron a entregar sus informes. Al siguiente año, la cantidad llegó a un máximo de 837, más que en cualquier tiempo anterior a la guerra.

La extrema inestabilidad económica que siguió a la guerra supuso una carga enorme para todos. A veces los precios se duplicaban en menos de una hora. Era necesario calcular los precios en términos de alimento, y la “moneda” estándar era un huevo. Por tanto, cuando los hermanos contribuían fondos a la sucursal de la Sociedad para conseguir publicaciones, lo hacían llevando alimentos —huevos, aceite, harina, etc.—, los cuales se almacenaban y se vendían. El costo del papel y la impresión solía pagarse del mismo modo. La situación mejoró un poco el 20 de agosto de 1946, fecha en que se acuñó una nueva moneda. Pero resultó aún más animador ver los montones de ropa y comida que enviaron los hermanos de otros países.

Al poco tiempo fue posible celebrar abiertamente en Hungría reuniones grandes. En 1945 se reunieron 500 personas para escuchar un discurso público en Sárospatak. Los hermanos estaban rebosantes de alegría. En octubre de 1946 se celebró una asamblea nacional en Nyíregyháza, a la que asistieron 600 personas. En 1947 se celebró otra asamblea nacional, esta vez en Budapest, la capital. El ferrocarril estatal de Hungría concedió un 50% de descuento a los que viajaron en un tren especial que llevaba el letrero “Asamblea de los testigos de Jehová”. Esta vez la asistencia llegó a 1.200. En aquel mismo año se compró en Budapest un chalet para utilizarlo como sucursal de la Sociedad Watch Tower.

El remordimiento de József Klinyecz

Hablemos otra vez de József Klinyecz, quien, aunque era celoso en el ministerio del campo, había causado una seria división entre los hermanos en 1942 por su actitud intransigente. Acabada la guerra, escribió a la central de la Sociedad de Brooklyn una carta de ocho páginas, en la que acusaba a los hermanos Konrád y Bartha. El hermano Knorr, que en aquel entonces era el presidente de la Sociedad Watch Tower, le respondió haciéndole ver que en Hungría se había reanudado la predicación de las buenas nuevas del Reino y que haría bien en dedicar su tiempo a esta obra, en vez de utilizarlo escribiendo acusaciones contra los hermanos. “¿Quién eres tú para juzgar al sirviente de otro?”, le preguntó el hermano Knorr citando de Romanos 14:4.

Después de pensar en lo que había leído, József Klinyecz se dirigió al hermano Konrád y le dijo: “He recibido una carta del hermano Knorr que me ha afectado profundamente. He examinado mi forma de actuar hasta ahora y me he replanteado toda mi vida. Le he pedido perdón a Jehová en oración y ahora acudo a ustedes para pedirles que me perdonen si pueden”. El hermano Konrád respondió amorosamente: “Si Jehová te ha perdonado, ¿quiénes somos nosotros para no hacerlo?”.

Ante aquello, el hermano Klinyecz rompió a llorar. Reconoció que su corazón se había endurecido tanto que si uno de aquellos hermanos hubiera acudido a él pidiendo perdón en otro tiempo, lo habría echado de su casa. ¡Qué distinta y reconfortante fue la acogida que recibió! Comenzó enseguida a predicar de nuevo y más tarde emprendió el servicio de precursor. ¡Con cuánta bondad y misericordia trata Jehová a los que se vuelven a él arrepentidos y andan en sus caminos! (Isa. 55:6, 7.)

Cambia el clima político

En 1948, el Partido Comunista de Hungría acabó asumiendo el poder. Durante aquel año los Testigos todavía pudieron celebrar las asambleas de circuito, pero con frecuencia en circunstancias difíciles. Fíjese en lo que sucedió con ocasión de la asamblea celebrada en un teatro de Sátoraljaújhely.

Los hermanos querían que el programa no solo se oyera en el auditorio, sino en la plaza que había frente al edificio. Mientras probaban los altavoces exteriores, anunciaron el discurso público. Enseguida, el hermano encargado de organizar la asamblea fue citado a la sala de agentes de la policía. János Lakó les explicó: “Vamos a celebrar una asamblea de circuito, y por esa razón anunciamos el discurso público. Ya se lo informamos en la comisaría”. El policía repuso: “Pero no mencionaron nada de altavoces. Quítenlos de inmediato”.

Cuando el hermano Lakó relató a los demás hermanos lo que le habían dicho y en qué circunstancias, le aconsejaron: “Como te lo prohibieron a ti, no hagas nada. Pero nosotros sí podemos hacer algo. Un policía lo ha prohibido, pero quién sabe si otro lo permitirá”.

De modo que prepararon por duplicado una solicitud para usar los altavoces exteriores y la llevaron a la comisaría. El oficial de turno intentó ponerse en contacto por teléfono con sus superiores, pero no lo consiguió. Los hermanos le dijeron que bastaba con archivar la solicitud y sellar la copia que llevaban. Y eso hizo.

Como era de esperar, durante el discurso público se presentaron unos cuantos policías y ordenaron a los hermanos que desconectaran los altavoces.

—¿Por qué, si tenemos permiso?

—A verlo —dijeron los policías.

—Lo tiene el organizador.

—Que venga.

De modo que lo llamaron, y cuando llegó les mostró el permiso a los policías, que se quedaron allí un rato escuchando el discurso. La sala estaba atestada y muchas personas oyeron el discurso por los altavoces del exterior. Todo salió bien aquel día. No obstante, aguardaban más problemas difíciles.

Nos ponen otra etiqueta

Antes de la guerra, los periódicos habían dicho en numerosas ocasiones que los testigos de Jehová eran “comunistas” o que “preparaban el camino para el comunismo”. Sin embargo, cuando subió al poder el Partido Comunista, aquella etiqueta dejó de cumplir el objetivo de los opositores. De modo que en 1949 salieron artículos casi todas las semanas en los que se nos acusaba de ser “mercenarios del imperialismo americano” pagados por Estados Unidos.

En 1950, los comunistas, el clero y la prensa formaron un frente unido contra los testigos de Jehová. Las personas interesadas solían relatar a los hermanos que cuando le comunicaban al sacerdote que deseaban dejar oficialmente la iglesia, este les respondía: “¿Cómo? ¿Qué quiere hacerse testigo de Jehová? ¿No sabe que son agentes del imperialismo?”. Los arrestos se hicieron muy frecuentes: 302 en aquel año. Solo podían presentarse discursos públicos en los funerales, pero hubo 72 en aquel año. Pese a los problemas, los hermanos lograron informar un máximo de 1.910 publicadores.

Arrestan de nuevo a los principales superintendentes

El 13 de noviembre de 1950 se presentaron unos detectives en la sucursal de la Sociedad en Budapest para llevar a cabo un registro. Causaron tal desorden que las oficinas parecían campos de batalla. El siervo de sucursal, János Konrád; el traductor, András Bartha, y un siervo de circuito, János Lakó, fueron arrestados junto con otros cuatro hermanos y llevados a la prisión de la calle Andrássy, número 60.

János Konrád escribió: “Durante los interrogatorios no utilizaron tanta tortura física ni tan dolorosa como en los interrogatorios de la policía, pero el lavado de cerebro y la tortura mental a mitad de la noche a veces eran peores que la tortura física.

”Nuestro juicio se celebró el 2 de febrero de 1951. La acusación fue: ‘Colaborar en la dirección de una organización que tiene como objeto la subversión del Estado y la sociedad, y traición’. El presidente del tribunal, el juez Jónás (este juez se suicidó presa del pánico durante la contrarrevolución que estalló cinco años más tarde), nos sentenció a los siete a pasar entre cinco y diez años de cárcel. Al parecer, la sentencia estaba preparada de antemano, pues no hubo ningún tipo de deliberación y anteriormente, durante uno de los interrogatorios, le habían dicho a un hermano: ‘Los vamos a encerrar diez años; para entonces, nuestra república popular será más fuerte que ahora y se habrá preparado ideológicamente al pueblo para hacerlo inmune a la influencia de ustedes con la Biblia. Después podremos ponerlos en libertad’”.

El relato del hermano Konrád sigue diciendo: “Nos enviaron a la prisión de Vác, al norte de Budapest. Pero nos alegró que nos pusieran a todos en la misma celda. Por fin podríamos intercambiar ideas y experiencias. Pasábamos el día siguiendo un horario: empezábamos con el texto del día, que preparábamos por turno. Aunque ni siquiera teníamos una Biblia, comenzamos a ‘leerla’ desde el principio recitando los pasajes que recordábamos. ‘Leíamos’ los artículos de La Atalaya del mismo modo. Y pedíamos a Jehová diariamente que ayudara a nuestros hermanos del exterior a seguir firmes.

”Pero no estuvimos juntos mucho tiempo, pues nos separaron y colocaron con reclusos mundanos, ya que las autoridades pensaban que si seguíamos juntos, nos fortaleceríamos mutuamente en nuestras convicciones y nunca ‘mejoraríamos’. Más tarde nos volvieron a poner juntos porque temían que pudiéramos convencer de la verdad de Dios a nuestros compañeros de celda. Este juego se repitió a lo largo de todo nuestro encarcelamiento.”

Comienza a trabajar un nuevo comité

En la primavera de 1953 se arrestó a casi todos los hermanos maduros con responsabilidades. Las detenciones se llevaban a cabo de repente, sin aviso, haciendo redadas en las casas de los hermanos. Fue necesario reorganizar por completo la obra en Hungría. El nuevo comité lo compondrían tres superintendentes de circuito: Zoltán Hubicsák, József Csobán y György Podlovics.

En noviembre de 1953, los tres miembros de este comité fueron arrestados y llevados a la prisión estatal de alta seguridad de Békéscsaba. Por extraño que parezca, se les puso en libertad transcurridos diez días. Tiempo después se supo que József Csobán había cedido a la presión y había concordado en colaborar con las autoridades. No obstante, se reorganizó el comité: Mihály Paulinyi sustituyó a József Csobán, que llegó a ser superintendente de distrito.

Una de las principales responsabilidades del comité era traducir los artículos de estudio de La Atalaya y encargarse de que llegara un ejemplar a cada circuito. Luego, los superintendentes de circuito hacían copias y enviaban una a cada congregación.

Además, el alimento espiritual también debía llegar a los hermanos que estaban internados en los campos de trabajo. El más conocido de estos campos quizá fuera Tólápa, una mina de carbón al norte del país. En cierta ocasión llegó a haber hasta 265 hermanos trabajando allí. Cuando se les llevaba a las minas, los hermanos trabajaban con los mineros de oficio, muchos de los cuales tenían una buena disposición hacia los testigos de Jehová y les proporcionaban publicaciones a escondidas. Al salir, llevaban al exterior los informes de los hermanos.

Nuestros enemigos perseguían dos objetivos en aquellos años: obligar a los Testigos a aceptar el servicio militar y obligarlos a ingresar en la Unión de Iglesias Libres. Como no lograron ninguno de los dos, idearon otra estratagema.

Palabras melosas en la prisión

En 1955 volvieron a trasladar a János Lakó a la celda de János Konrád. Un tal señor Szabó habló con el hermano Lakó y le hizo algunas propuestas. “Con Konrád no se puede hablar —dijo el señor Szabó—. Es demasiado terco. Usted es más inteligente. Estamos a punto de dejarlo en libertad y autorizar su obra. Konrád se quedará aquí, pero la congregación podrá reunirse. Se les permite ser testigos de Jehová, orar todo lo que deseen; eso sí, sin molestar a la gente.”

—Si actuáramos así, seríamos testigos que no dan testimonio —repuso el hermano Lakó—. No puedo prometerle eso.

—Bueno, piénselo. Volveré a visitarlo. —Cuando volvió, preguntó entre otras cosas—: ¿Cómo le va a Konrád?

—Bastante bien.

—¿Cuándo fue la última vez que lo vio?

—Ahora mismo; estamos en la misma celda.

—¿Y le contó lo que estuvimos hablando?

—Claro que sí, es mi hermano. —El agente del gobierno se marchó enfadado y no volvió a visitar al hermano Lakó.

En aquel mismo año, los comunistas propusieron dar permiso para publicar La Atalaya en Hungría si se incluían dos páginas de propaganda comunista. Como es lógico, los hermanos no aceptaron la oferta.

Otro intento de engañar

En el verano de 1955 pusieron en libertad a unos cien hermanos del campo de Tólápa. Después de volver a estar con su familia durante seis semanas, se les obligó a ir al pueblo de Szentendre, cerca de Budapest.

Cuando llegaron, los introdujeron en una gran sala. Un oficial les comunicó que no tendrían que tomar las armas porque el gobierno había adoptado una disposición especial que agradecerían. En lugar de llevar armas o transportar municiones, lo único que tendrían que hacer sería construir carreteras, puentes, ferrocarriles y proyectos similares. En unos meses volverían a casa con sus familias. Aquel plan les pareció una buena idea a muchos de los hermanos de menos experiencia, pero algunos hermanos maduros sospecharon que era una trampa y preguntaron: “¿Se espera también que construyamos proyectos militares?”. No les dieron ninguna respuesta directa.

Después los hermanos preguntaron si tendrían que llevar uniformes. El oficial respondió que se les suministrarían gorras y que si querían también podrían utilizar uniformes para no gastar su propia ropa. A algunos les pareció razonable. Entonces se dio la orden: “Los que estén dispuestos a trabajar dos o tres meses y luego volver a casa con su familia, pueden ir al almacén y cambiar la ropa de civil por uniformes y botas. Los que no estén dispuestos a hacer este trabajo pueden esperar sentencias de entre cinco y diez años de prisión”.

Fue una prueba difícil para los hermanos. Algunos ya habían pasado cuatro años en prisión o en campos de detención. Ahora, después de probar seis semanas de libertad, se les iba a enviar a alguna oscura mina o cantera a pasar otra vez por lo mismo. Algunos razonaron que sería solo cuestión de meses, y que después podrían volver con sus familias y servir a Jehová libremente. De los cien hermanos, unos cuarenta se dirigieron lentamente a ponerse los uniformes.

Los demás hermanos llegaron a la conclusión, después de orar, de que lo que se les ofrecía no era otra cosa que servicio militar y que se les consideraría una brigada de trabajo del ejército. Como deseaban mantener su neutralidad cristiana, rechazaron la propuesta.

De modo que en una parte de la sala estaban los que habían aceptado los uniformes, y en la otra, los que no. En ese momento entró un cabo en la habitación y le gritó a un Testigo que tenía cerca: “¿No sabe saludar?”. El hermano respondió que era un civil, no un soldado. El cabo se dio cuenta entonces de que los hermanos estaban divididos en dos grupos, unos con uniforme, y otros, vestidos con ropa de civil. Se dirigió con actitud de mando a los que tenían puesto el uniforme y les dijo: “¡Atención! De ahora en adelante, los que han aceptado este servicio militar deben saludar y cuadrarse cuando entre un superior. A partir de ahora son soldados y tienen la obligación de obedecer todas las órdenes”.

La habitación quedó en silencio unos momentos, hasta que los que tenían puesto el uniforme, consternados, expresaron audiblemente su indignación: “¡No somos soldados! ¡No hemos acordado rendir servicio militar! ¡Solo hemos convenido en trabajar!”. Al oír el alboroto, el oficial que se había dirigido anteriormente a los hermanos volvió a entrar en la habitación y vio que el cabo lo había echado todo a perder. Trató de razonar con los hermanos, pero la mayoría ya se había quitado el uniforme y exigía que se le devolviera la ropa. El soldado que se encargaba del almacén no quería hacerlo, pero gracias al empeño firme de los hermanos, se la devolvieron a la mañana siguiente.

A continuación entraron en la sala varios oficiales de alto rango y colocaron a los hermanos en filas. Uno de ellos les ordenó: “Los que estén dispuestos a aceptar este servicio militar, den un paso al frente”. Nadie se movió. Entonces ordenó: “Los que no estén dispuestos a aceptar este servicio militar, den un paso al frente”. Como si se hubiera accionado el resorte indicado, esta vez todos dieron un paso al frente.

Alimento para los prisioneros

Con ocasión de la revolución de 1956 se puso en libertad a nuestros hermanos, pero solo por poco tiempo. Dos semanas más tarde, los comunistas recobraron el poder. Durante los meses siguientes, las autoridades trataron de volver a arrestar a todos los que habían estado en prisión cuando comenzó la revolución, entre ellos, a los testigos de Jehová.

Pero nuestros hermanos siguieron alimentándose en sentido espiritual. Cuando Sándor Völgyes fue encarcelado, pidió a su esposa que le hiciera pastelillos y pusiera dentro artículos de La Atalaya. Una hermana copiaba un artículo completo de estudio de La Atalaya en dos hojas delgadas de papel. Sin embargo, cuando el hermano Völgyes recibía su pastel, no podía “comerlo” inmediatamente porque compartía la celda con gente del mundo. Lo abría al día siguiente en el lavabo de su lugar de trabajo. Después se hacían copias en letra más grande en papel higiénico doblado. Por lo general esto se hacía los sábados por la tarde y los domingos, cuando había más calma y tranquilidad en la prisión.

Libertad para los cautivos

En marzo de 1960 pusieron en libertad al hermano Bartha, que había cumplido una condena de nueve años. Siguió sirviendo fielmente a Jehová hasta su muerte, en 1979. Hoy día muchos hermanos aún lo recuerdan como un traductor incansable y un verdadero amigo con un gran sentido del humor.

Poco a poco se fue poniendo en libertad a todos los hermanos. No obstante, las autoridades mantenían contacto frecuente con ellos. Era obvio que querían penetrar las defensas de los testigos de Jehová con labia y persuasión en lugar de con porras.

“Testimonio” por radio

A finales de los años sesenta, la prensa atacó con frecuencia a los testigos de Jehová. A veces la radio también dirigía propaganda contra ellos. En una de tales ocasiones se presentó una obra dramática de una hora de duración, que si bien tenía la intención de prevenir a la gente contra los testigos de Jehová, en realidad sirvió para dar testimonio. El informe dice:

“El argumento se basaba en un caso real. A cierta joven que trabajaba de maestra en las provincias, el Partido Comunista no la estaba tratando debidamente. Por ejemplo, no le habían dado una habitación adecuada para vivir. Tenía en su clase a algunos hijos de testigos de Jehová. Los hermanos le ofrecieron una habitación, y el ambiente amable y amoroso del hogar la impresionó. Todo el prejuicio que tenía contra los Testigos se vino abajo, y aceptó la verdad.

”El propósito de la obra era mostrar que el Partido Comunista debía atender bien a su gente para evitar tales conversiones. Como ya se ha indicado, este suceso de la vida real tuvo lugar en Hungría. Ahora, la ex maestra está felizmente casada con un hermano. El programa de radio resultó en un testimonio a favor de nuestra causa, aunque no tenía esa intención. A los hermanos les llamó especialmente la atención que se leyera el Salmo 83:18 durante el programa: ‘Para que la gente sepa que tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres el Altísimo sobre toda la tierra’.”

Reuniones en el bosque

Como los testigos de Jehová tenían prohibido reunirse, durante los años setenta y ochenta celebraron sus reuniones en el bosque. (Heb. 10:24, 25.) Dichas reuniones tenían lugar por todo el país desde la primavera hasta el otoño. La mayor parte de las congregaciones de Budapest se reunían en las colinas que circundan la capital.

El hermano Völgyes recuerda: “En el bosque, entre las colinas, había un claro circular de unos 30 metros de diámetro donde se reunían los hermanos. Los alrededores eran preciosos, y el canto de los pájaros alegraba la tranquilidad del ambiente. El cielo estaba despejado, y el aroma de las hierbas perfumaba el aire. Era un lugar ideal, donde se manifestaba por todas partes la alabanza a nuestro Magnífico Creador.

”Allí se celebraban regularmente la Escuela del Ministerio Teocrático y la Reunión de Servicio. Si llovía, nos poníamos los impermeables. No solo se celebraban allí las reuniones de congregación, sino también las asambleas.

”Como medida de precaución, se designó a varios hermanos como vigilantes para que avisaran si se acercaba alguien sospechoso. Pese a las precauciones, un día de finales del verano de 1984 se presentaron sin previo aviso varios policías vestidos de paisano.

”Estos objetaron a que tuviéramos los altavoces clavados en los árboles, diciendo que los clavos los dañaban, y pusieron otras objeciones sobre el posible daño al medioambiente. Un hermano asumió la responsabilidad a fin de que no se involucrara a los demás.

”Después de explicarles que se trataba de una reunión de los testigos de Jehová, uno de los policías preguntó por qué no pedíamos permiso a las autoridades para celebrar nuestras reuniones. ‘Porque no lo conseguiríamos de ningún modo’, le respondimos. ‘Prueben’, recomendó el policía.” Y eso hicimos.

Se levanta la proscripción

Los hermanos Völgyes y Oravetz, miembros del comité del país, se reunieron con los funcionarios de más alto rango del Ministerio del Interior. Mencionaron la visita de los policías y su recomendación de pedir permiso para celebrar las reuniones. Este encuentro tuvo lugar el 23 de octubre de 1984. A partir de esa fecha, las congregaciones de todo el país empezaron a pedir permiso para celebrar las reuniones, y a veces lo consiguieron.

Después se llevaron a cabo las negociaciones con la Oficina Estatal de Asuntos Religiosos. En 1987, Milton G. Henschel y Theodore Jaracz, del Cuerpo Gobernante, y Willi Pohl, de la sucursal de Alemania, representaron oficialmente a los testigos de Jehová. Por fin, el 27 de junio de 1989 se levantó la proscripción. El reconocimiento legal de los testigos de Jehová fue la última acción de ese tipo que tomó la Oficina Estatal de Asuntos Religiosos, pues fue clausurada cuatro días más tarde, el 1 de julio de 1989.

Asambleas públicas

Tras los arrestos masivos de los testigos de Jehová que se llevaron a cabo a principios de los años cincuenta, se había hecho muy difícil asistir a las grandes asambleas. De vez en cuando algunos hermanos se las arreglaban para ir a las que se celebraban en el extranjero, como sucedió en 1963 con la serie de asambleas “Buenas Nuevas Eternas”. Entre 1978 y 1988, un pequeño número de representantes húngaros viajó a Austria, donde escuchó el programa de las asambleas de distrito en su propio idioma. Los demás se reunieron en los bosques de su país natal, primero extraoficialmente y después, a partir de 1986, con el conocimiento de las autoridades.

Pero en 1989, tras concederse el reconocimiento legal, se organizaron rápidamente asambleas públicas. Un mes después de levantarse la proscripción, 9.073 personas asistieron a la Asamblea de Distrito “Devoción Piadosa”, que se celebró en el Salón de Deportes de Budapest. Al año siguiente, no solo se celebraron asambleas en Budapest, sino también en Debrecen, Miskolc y Pécs.

En 1991 celebramos nuestra primera asamblea internacional en el estadio más grande de Hungría, el Népstadion, donde se reunieron 40.601 personas para disfrutar del calor del amor fraternal. John E. Barr, Milton G. Henschel, Theodore Jaracz y Karl F. Klein representaron al Cuerpo Gobernante, y animaron con discursos fortalecedores a los hermanos húngaros, así como a los visitantes de 35 países.

Progreso en la organización

La libertad de que volvieron a gozar los testigos de Jehová de Hungría les permitió hacer los cambios organizativos pertinentes para estar en armonía con lo que hacían sus hermanos cristianos en otros países. Por ejemplo, a fin de cumplir con un requisito impuesto por el comunismo, algunos superintendentes de circuito tenían que trabajar seglarmente durante la semana, de modo que solo podían atender las congregaciones los fines de semana. Pero en enero de 1993, después de preparar a un buen número de hermanos cualificados sin obligaciones de familia, los superintendentes de circuito empezaron a servir a las congregaciones de martes a domingo.

Durante los años ochenta, la Escuela del Servicio de Precursor se había celebrado a un grado limitado. En 1994 se invitó a asistir a todos los precursores que llenaban los requisitos. Durante un período de nueve meses, asistieron 401 hermanos y hermanas a esta escuela especial.

Los buenos resultados de la labor educativa de los testigos de Jehová han hecho necesaria la edificación de Salones del Reino siguiendo métodos de construcción rápida. Las congregaciones se han reunido en escuelas, centros culturales, cuarteles vacíos y hasta en oficinas desocupadas del anterior Partido Comunista. No obstante, en 1993 se formaron los Comités Regionales de Construcción. Los hermanos de Austria suministraron dirección y los Testigos de muchos países enviaron ayuda económica. En mayo de 1994 se erigió el primer Salón del Reino de construcción rápida en Érd, población cercana a Budapest. Para el fin del año de servicio de 1995 se habían construido veintitrés Salones del Reino y estaban en proyecto otros 70.

Para apoyar la determinación de los testigos de Jehová de no quebrantar la ley divina que prohíbe el mal uso de la sangre, también se han creado Comités de Enlace con los Hospitales. En Hungría, al igual que en muchos otros países del mundo, hay médicos que desconocen los tratamientos alternativos que no requieren el uso de sangre. Los Comités de Enlace con los Hospitales, localizados en Budapest; en Debrecen y Miskolc, y en Szeged, Pécs y Tatabánya, están ayudándolos a disponer de información actualizada. Ya colaboran con estos comités unos ciento veinte profesores, médicos jefes y cirujanos. En un caso reciente, en el que estaba implicada la pequeña Dalma Völgyes, de dos años de edad, el Comité de Enlace con los Hospitales se puso en contacto con el Departamento de Servicios de Información sobre Hospitales de Brooklyn, y en el espacio de tres horas disponían de la información necesaria sobre un tratamiento médico sin sangre, el cual se utilizó con éxito.

Graduados de Galaad y de la Escuela de Entrenamiento Ministerial

László Sárközy fue el primer misionero preparado por la Sociedad Watch Tower que se asignó oficialmente a Hungría. Unas cinco semanas más tarde, el 31 de agosto de 1991, llegaron cuatro graduados de la primera clase de la Escuela de Entrenamiento Ministerial celebrada en Alemania: Axel Günther, Uwe Jungbauer, Wolfgang Mahrt y Manfred Schulz. A principios de octubre se les unieron Martin y Bonnie Skokan, graduados de Galaad procedentes de Estados Unidos.

Ahora mismo sirven en Hungría catorce hermanos y hermanas que asistieron a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower o a la Escuela de Entrenamiento Ministerial. Se les ha asignado a Betel, al precursorado especial y a servir de superintendentes viajantes. Entretanto, István Mihálffy, el primer hermano de Hungría en recibir tal preparación, ha sido enviado a Ucrania a servir de superintendente viajante entre los hermanos de habla húngara.

Al principio, algunos tenían poco conocimiento de húngaro, pero utilizaron lo poco que sabían. Stefan Aumüller, de Austria, relata: “Como no hablaba muy bien el húngaro, mi presentación era muy sencilla. Por lo general abría el libro Vivir para siempre y le preguntaba al amo de casa si quería estudiar la Biblia. De ese modo comencé muchos estudios. Cuando otros publicadores vieron lo efectivo que era este método sencillo y directo, comenzaron a ofrecer de una vez estudios bíblicos en los hogares, con resultados parecidos, lo cual ha contribuido a que la congregación haya aumentado de veinticinco publicadores en agosto de 1992 a ochenta y cuatro en junio de 1995”.

Los amantes de la libertad siguen adelante

A Hungría se la llama la tierra de los magiares. Se dice que magiar, el nombre que se dan a sí mismos los húngaros, se deriva de una palabra que significa “hablar”, y lo cierto es que hay 16.907 publicadores hablando de las buenas nuevas del Reino en la lengua húngara. Como dijo el rey David de los siervos leales de Jehová, “dirán de la gloria de tu gobernación real, y hablarán de tu poderío”. (Sal. 145:11.)

Los testigos de Jehová están efectuando con celo esta labor en 219 congregaciones y 12 circuitos. En 1995 dedicaron 2.268.132 horas a hablar con sus vecinos de ‘la gloria de la gobernación real de Jehová’. Se condujeron unos catorce mil estudios todos los meses, y 37.536 personas asistieron a la Conmemoración en 1995. La cantidad de publicadores ha aumentado a un ritmo constante todos los años. Entre junio de 1989, cuando la obra del Reino en Hungría volvió a efectuarse libremente, y agosto de 1995, la cantidad de publicadores aumentó de 9.626 a 16.907. Al mismo tiempo, la cantidad de precursores regulares pasó de 48 a 644.

Tal como ocurrió en los tiempos de Salomón cuando se dedicó a Jehová el templo de Jerusalén, el 31 de julio de 1993 los hermanos de Hungría ‘se regocijaron y se sintieron alegres de corazón’ por la dedicación de las nuevas oficinas y viviendas que se construyeron en el Betel de Budapest. (1 Rey. 8:66.) El próximo gran proyecto será la construcción del primer Salón de Asambleas, que estará en Budapest. Por el momento, las congregaciones de la capital celebran las asambleas de circuito y los días especiales de asamblea en el centro de congresos EFEDOSZ, donde el Partido Comunista solía celebrar sus convenciones.

Durante muchos años, la obra de los testigos de Jehová en Hungría estuvo bajo la supervisión de otras sucursales, como Rumania, Alemania, Suiza y, más recientemente, Austria. Pero a partir de septiembre de 1994, Hungría llegó a ser una sucursal bajo la supervisión directa de la central mundial de Brooklyn.

Los testigos de Jehová han sido objeto de persecución e intolerancia religiosa desde que comenzó su obra en Hungría, hace casi un siglo. No obstante, en lugar de estancarse, la predicación de las buenas nuevas adelanta cada vez con más fuerza. Con la ayuda de Jehová, sus Testigos de Hungría están resueltos a decir lo mismo que el salmista David: “La alabanza de Jehová hablará mi boca; y bendiga toda carne el santo nombre de él hasta tiempo indefinido, aun para siempre”. (Sal. 145:21.)

[Ilustración de la página 66 (completa)]

[Fotografía en la página 79]

Celosos precursores de Budapest en 1934/1935: (de izquierda a derecha) Adi y Charlotte Vohs, Julius Riffel, Gertrud Mende, Oskar Hoffmann y Martin Poetzinger

[Fotografía en la página 82]

Algunos Testigos en el campo de concentración de Nagykanizsa

[Fotografía en la página 83]

János Konrád fue encarcelado doce años por mantener neutralidad cristiana

[Fotografía en la página 102]

Al igual que muchos otros Testigos, János Lakó se negó a transigir ante sus perseguidores

[Fotografía en la página 107]

Ilona Völgyes enviaba alimento espiritual a su esposo dentro de pastelillos mientras este estuvo en la cárcel

[Fotografía en la página 110]

El primer Salón del Reino de construcción rápida de Hungría, ubicado en Érd

[Fotografías en la página 74]

János Dóber (arriba) y József Toldy (derecha) regresaron a Hungría con la verdad bíblica y predicaron con celo

[Fotografías en la página 90]

Leales a Jehová hasta la muerte: (arriba) Bertalan Szabó fue fusilado; (derecha) Lajos Deli murió en la horca

[Fotografías en la página 115]

La sucursal y la familia de Betel de Budapest

[Fotografías en las páginas 108, 109]

De una asamblea en el bosque en 1986 a una asamblea internacional en el Népstadion de la capital, en 1991