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Mozambique

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“ENTIÉNDALO bien, Chilaule: estamos en Mozambique, y nunca obtendrán la legalidad en este país... Ya puede despedirse de la idea.” Estas fueron las airadas palabras de los agentes de la desaparecida Policía de Investigación y Defensa del Estado (PIDE) a un testigo de Jehová, cuando el régimen colonialista portugués estaba en su apogeo en Mozambique. El dominio de la Iglesia Católica era indiscutible.

Sin embargo, los testigos de Jehová no dejaron de expresar abiertamente su fe ni de dar a conocer el amoroso propósito de Jehová. La historia de ellos en Mozambique es una prueba elocuente de la calidad de su devoción a él. Fueron fortalecidos por su confianza en el amor de Dios y de su Hijo, un amor como aquel del que habló el apóstol Pablo al decir: “¿Quién nos separará del amor del Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada? Así como está escrito: ‘Por tu causa se nos hace morir todo el día, se nos ha tenido por ovejas para degollación’. [...] estoy convencido de que ni muerte, ni vida, [...] ni gobiernos, ni cosas aquí ahora, ni cosas por venir, [...] ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor”. (Rom. 8:35-39.)

La historia de los siervos de Jehová en Mozambique constituye un relato de individuos que, si bien fueron despojados de todos sus bienes materiales, eran ricos gracias a su arraigada fe, a la prueba que vieron del amor de Dios y al amor intenso de los unos para con los otros. Pero antes de examinar su historia, echemos un vistazo al país.

Su belleza y peculiaridades

Con una población calculada en 17.400.000 habitantes, Mozambique se extiende unos 2.500 kilómetros a lo largo de la costa sudeste de África. De clima esencialmente tropical, sus productos son los propios de esta región: cocos, piñas, anacardos, mandioca y caña de azúcar. Los mariscos ocupan asimismo un lugar importante en la alimentación.

Los mozambiqueños son en general un pueblo alegre, afable, amante de la vida. De entre ellos han salido atletas de renombre internacional, aunque no muchos. Por otro lado, hay más de diecinueve mil personas que están ganando una carrera que entraña valores diferentes: son los testigos de Jehová, cuya historia nacional se remonta al año 1925.

Germinan las semillas de la verdad

En aquel año, el mozambiqueño Albino Mhelembe, que trabajaba en las minas de Johannesburgo (República Sudafricana), escuchó las buenas nuevas del Reino de Dios. Las semillas de la verdad del Reino germinaron en su corazón y al poco tiempo se bautizó. De vuelta a su hogar, en Vila Luísa (hoy Marracuene), en la provincia más austral de Mozambique, comenzó a predicar a los miembros de su antigua Iglesia, denominada la Misión Suiza. Los nativos que se interesaban en la verdad bíblica tenían mucho celo, y solían viajar hasta 30 kilómetros para asistir a las reuniones. Se formaron nuevos grupos, entre ellos uno en Lourenço Marques, conocida ahora como Maputo.

Para ese tiempo comenzó a predicarse el mensaje de la Biblia más al norte. Gresham Kwazizirah, un africano que residía en Nyasalandia (actualmente Malaui), había estudiado el libro El Arpa de Dios con la ayuda de John y Esther Hudson, de la República Sudafricana. En 1927 partió hacia Mozambique en busca de trabajo, acompañado de Biliyati Kapacika. Entrando por Milange, se dirigieron hacia el sur, a Inhaminga, en la provincia de Sofala, donde ambos se emplearon en el Ferrocarril Trans-Zambezia.

Allí descubrieron una congregación perteneciente a un movimiento llamado Watch Tower y a su pastor, Robinson Kalitera. Cuando este oyó las enseñanzas bíblicas expuestas en El Arpa de Dios, se le iluminaron los ojos y, reconociendo que había estado equivocado, se unió con toda su grey a la organización de Jehová.

Se da atención al campo europeo

En 1929 llegaron a Lourenço Marques, procedentes de Sudáfrica, los primeros testigos europeos: Henry y Edith Myrdal, quienes comenzaron a dar testimonio a la población portuguesa. Cuatro años más tarde, la llegada del matrimonio De Jager coadyuvó al esparcimiento de las semillas de la verdad bíblica.

En 1935 visitaron la ciudad otros dos precursores: Fred Ludick y David Norman. Mas al quinto día de su servicio, la policía secreta los detuvo por sorpresa en el domicilio de los Myrdal, donde se hospedaban, los metió en la Black Maria (furgoneta en la que se transportaba a los delincuentes) y los llevó ante un alto funcionario apellidado Teixeira. Cuando David dijo valerosamente que sabía que el obispo era el instigador de aquella confabulación, el señor Teixeira se levantó de un salto y bramó: “Si fueran ciudadanos míos, los desterraría ahora mismo a la isla de Madeira; pero como son ciudadanos sudafricanos, haré que los deporten de inmediato”. Ese mismo día, dos autos repletos de policías bien armados escoltaron a los hermanos hasta la frontera. Al llegar allí, dieron testimonio a los guardias, les dejaron varias publicaciones y se despidieron de ellos con un apretón de manos antes de proseguir el viaje.

Afrontan duras pruebas

En 1939, un humilde labriego africano llamado Janeiro Jone Dede aprendió la verdad en Inhaminga. Al retornar a su hogar, en Mutarara, habló de la verdad a sus parientes, quienes pertenecían a un grupo religioso practicante de la poligamia. Janeiro llegó a ser precursor especial, en tanto dos hermanos suyos, Antonio y João, sirvieron de precursores regulares. Arrestado en 1964, Janeiro fue enviado a Tete, donde lo tuvieron cuatro años lavando los inodoros de los europeos. Luego fue transferido a la penitenciaría central de Beira, y de allí lo llevaron a Lourenço Marques en condiciones de lo más extrañas e inhumanas. Viajó en barco metido hasta el cuello en un cajón lleno de agua salada. A su arribo, estaba desnudo, pues la ropa se había deshecho; así que le dieron un costal para que se cubriera. Durante el juicio le ordenaron abandonar su religión y a su Dios. Su respuesta, semejante a la que dieron los apóstoles de Jesucristo, fue: “Lo que cuenta es obedecer a Dios y no a los hombres”. (Hech. 5:29.)

Terminado el juicio, lo metieron en una celda aislada y lo encerraron en un pequeño cajón de madera que solo tenía una abertura estrecha, por donde le metían algunos trozos de fruta todos los días. Cuando lo sacaron, al cabo de una semana, prácticamente no podía sostenerse en pie. Janeiro y sus hermanos Antonio y João fueron deportados a Santo Tomé y Príncipe, donde cumplirían siete años de condena. Durante ese tiempo, los hermanos Dede contribuyeron a formar una congregación en aquellas islas penitenciarias. Al enterarse de la deportación de sus hermanos, Portugal Dede, que se encontraba en la República Sudafricana, regresó a Mutarara para cuidar de la congregación hasta que ellos salieran libres de la colonia penitenciaria.

¿Qué suerte corrieron los Testigos del sur? Sometidos a cruel persecución, demostraron ser igualmente leales. Entre ellos se contaba Albino Mhelembe, quien ya estaba entrado en años. En 1957, él y otros Testigos de Lourenço Marques también fueron confinados a Santo Tomé, lo que no obstó para que siguieran dando testimonio. Sional Tomo recobró la libertad a los dos años, pero fue desterrado de nuevo, esta vez a Meconta, provincia de Nampula, donde murió, no sin antes haber establecido una congregación como prueba de su ministerio.

“Voy a ser un pastor del rebaño de Dios”

Así respondió Calvino Machiana cuando su maestro preguntó a los estudiantes qué querían ser cuando crecieran. Posteriormente, un ex condiscípulo le dio testimonio en Johannesburgo, aunque no rompió todo vínculo con la iglesia de la Misión Suiza hasta su regreso a Lourenço Marques, en 1950. Como la PIDE arrestó y deportó a los de mayor experiencia, el grupo quedó sin supervisión.

Por providencial designio, la sudafricana Nelli Muhlongo fue a visitar a sus parientes en el vecindario donde vivía Machiana. Este se enteró de que ella era testigo de Jehová y le contó que allí había personas interesadas. Ella las reunió e inició un estudio bíblico en el que participaban seis personas. Al pedir a Machiana que dirigiera el estudio, este rehusó, arguyendo que no estaba bautizado. En respuesta, ella le dijo: “Solo estoy aquí de visita. Cuando me vaya, usted tendrá que hacerse cargo”. Así pues, Machiana llegó a ser “un pastor del rebaño de Dios” antes de lo que se imaginaba.

‘Zunguza, regresa a tu país’

El joven Francisco Zunguza partió de Beira en 1953 con destino a Ciudad del Cabo (República Sudafricana) animado por el deseo de obtener una beca para estudiar medicina en Londres. Llevaba en su equipaje el libro Hijos, que un amigo le había regalado. Al llegar a Pretoria, capital de Sudáfrica, se quedó con una familia anglicana. Cierto día que lo vieron leyendo el libro, le preguntaron si era testigo de Jehová. Él contestó que no, que simplemente leía el libro. Sin embargo, la familia bondadosamente lo puso en contacto con un testigo de Jehová, quien inició un estudio bíblico con él. Dos años después de haber llegado a la República Sudafricana, se bautizó.

El hermano Zunguza recuerda el consejo que le dieron los hermanos maduros de la congregación: “Zunguza, es mejor que regreses a tu país y trabajes allí. Ya estás bautizado. ¿Para qué seguir tras otras metas? No vale la pena”. (Compárese con Romanos 11:13; Filipenses 3:7, 8; 1 Juan 2:15-17.) Zunguza aceptó el consejo y no vaciló en regresar a Lourenço Marques, donde llegó a formar parte del pequeño grupo que allí existía. Con el tiempo se casó, y junto a su esposa, Paulina, fue ampliamente utilizado por la organización de Jehová como superintendente viajante por todo Mozambique. Su amor a Dios ha sido sometido a duras pruebas. Y a pesar de haber pasado unos catorce años en la cárcel, en campos de concentración y bajo prohibición oficial, ha permanecido fiel. Se entiende por qué los hermanos mozambiqueños lo quieren tanto. Como él mismo dice: “Lo mejor que hice fue regresar a mi país”.

Intentos por obtener la legalización

Preocupada por la persecución y las deportaciones del gobierno colonial, la sucursal de Sudáfrica envió a Mozambique en 1954 a Milton Bartlett, graduado de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Durante los pocos días que duró su estancia logró entrevistarse con el cónsul estadounidense y un alto funcionario portugués, quienes le recomendaron solicitar al gobernador general el reconocimiento legal. El funcionario portugués dijo, sin embargo, que aun cuando se otorgara cierta medida de libertad a los testigos de Jehová, jamás tendrían la libertad de que gozaba la Iglesia Católica en virtud del concordato suscrito con el Vaticano.

John Cooke, otro graduado de Galaad, visitó al cónsul británico de Mozambique al año siguiente. El diplomático mencionó amablemente que el cardenal católico hacía poco tiempo había lanzado en la prensa un ataque contra todas las formas de protestantismo, y que la policía de seguridad tenía a los testigos de Jehová por peligrosos. Concluyó diciendo que, a su juicio, de todas las “sectas” —para usar sus palabras—, los Testigos eran los que tenían menos posibilidades de obtener la legalización.

No obstante, la visita del hermano Cooke arrojó resultados positivos, pues visitó a un joven de origen portugués llamado Pascoal Oliveira, que años atrás había establecido contacto con la verdad en Lisboa, y concertó un estudio bíblico con él y sus padres. Pascoal se dedicó a Jehová más tarde.

En 1956, la sucursal de Nyasalandia, encargada entonces de la obra en Mozambique, comenzó a despachar precursores especiales al otro lado de la frontera para que predicaran en las aldeas del norte. Después llegaron más personas para servir en las regiones de mayor necesidad, y su influjo se dejó sentir especialmente en las zonas limítrofes.

Regresan los exiliados

Pasó el tiempo, y Janeiro Dede y sus hermanos regresaron de Santo Tomé. Allí habían podido predicar libremente. Pero al volver a su pueblo natal, los azotaron y les ordenaron que cesaran por completo de predicar, o de lo contrario serían expatriados de nuevo, esta vez para siempre. ¡Qué parecido al trato que dio el Sanedrín judío a los apóstoles de Jesucristo! (Hech. 5:40-42.)

Las amenazas no impidieron que Janeiro y sus hermanos siguieran sirviendo a Jehová. Janeiro fue nombrado precursor especial en marzo de 1957, y después fue superintendente de circuito durante más de diez años por casi todo el país.

Dan testimonio durante las noches

Cada vez había más personas en el grupo de Lourenço Marques. Entre los hogares donde se celebraban estudios figuraba el del mozambiqueño Ernesto Chilaule. Allí también vivía Antonio Langa, de familia católica, quien cuestionaba muchos puntos doctrinales y exigía pruebas de todo, particularmente en cuanto a la Trinidad. El grupo temía que los denunciara a la PIDE, pero Langa tenía interés sincero en la verdad y escuchaba el estudio desde afuera, escondido en las escaleras. Por las cosas que oyó, dedujo que esta era la verdad.

Cierto día, un hermano le regaló el libro “Sea Dios veraz”. Al día siguiente, cuando volvió del trabajo, empezó a leerlo a las dos de la tarde y no pudo parar hasta terminarlo, ¡a las dos de la madrugada! A partir de entonces empezó a asistir a las reuniones con asiduidad, e insistió en que su amigo Chilaule también leyera el libro para que ambos empezaran a predicar.

Escogieron por territorio los grupos animistas Sionistas (Mazione), en las periferias de Lourenço Marques. Por las noches, cuando estos grupos se congregaban para celebrar sus rituales al son de los tambores, con música, danzas y bebida, los dos abordaban al líder del grupo y le pedían permiso para pronunciar un breve discurso. Muchas veces regresaban a casa al amanecer. ¡Qué celo por difundir su nueva fe!

Bautismos en Lourenço Marques

Cuando el número de los que informaban su participación en el servicio llegó a veinticinco, se pidió por carta a la sucursal de Sudáfrica que enviara a un representante para bautizar a los nuevos. La sucursal encomendó esta labor al hermano Zunguza. El 24 de agosto de 1958, durante una reunión celebrada en un lugar un tanto discreto, se bautizaron trece personas: las primeras de Lourenço Marques. Entre ellas se contaban Calvino Machiana, Ernesto Chilaule, Antonio Langa, sus respectivas esposas y Paulina Zunguza.

Después de que el hermano Zunguza se mudó a Beira, en 1959, el hermano Chilaule recibió una citación de la PIDE, que había interceptado y leído su correspondencia. Lo sometieron a interrogatorios durante toda una mañana; por la tarde, los agentes confiscaron todas las publicaciones que hallaron en su casa. Al ver el vehículo Land-Rover de la policía estacionado frente al hogar de Chilaule, los hermanos y las personas interesadas temieron ser arrestados. Sorprendentemente, una semana más tarde los libros fueron devueltos, lo que suministró al grupo el ánimo que necesitaba.

Visitas oportunas y animadoras

Entretanto, Pascoal Oliveira y el pequeño grupo de europeos de Lourenço Marques recibían las animadoras visitas de Halliday y Joyce Bentley, un matrimonio misionero enviado por la sucursal de Nyasalandia. Sus visitas semestrales incluían, entre otras ciudades, el puerto de Beira, ubicado a 720 kilómetros al norte de la capital. Con el tiempo también los visitó Milton Henschel, representante de la central mundial, quien los animó a seguir trabajando junto con la organización de Jehová.

La primera congregación de testigos mozambiqueños ya llevaba funcionando un buen número de años en la capital cuando se formó una congregación para los publicadores europeos en 1963.

Proclaman valientemente las buenas nuevas

Luego de que la policía colonial, la PIDE, devolvió las publicaciones de Ernesto Chilaule, el grupo africano de Lourenço Marques cobró valor. Los domingos se juntaban a la sombra de un árbol cerca del concurrido mercado de Xipamanine para examinar el texto diario usando un amplificador de sonido, después de lo cual se organizaban en parejas y visitaban los hogares y negocios aledaños. A las once y media de la mañana regresaban al punto de reunión para desayunar antes de iniciar al mediodía el tan anunciado discurso público. A veces, cuando algunos publicadores tardaban en volver, los llamaban por los altavoces: “Ya es hora... Ya es hora... Vuelvan que ya es hora...”.

La gente empezaba a aglomerarse. Además de los que habían sido invitados personalmente y de los hermanos, acudían muchos curiosos, atraídos por el sistema de sonido. Un gran círculo se formaba en el bullicioso lugar, y el discurso daba comienzo. Los vecinos salían al pórtico de sus casas para escuchar, muchos de ellos con la Biblia en la mano a fin de seguir la lectura de los textos. Los hermanos utilizaron este sistema por varios años, alternando el mercado de Xipamanine con los de Chamanculo y la avenida Craveiro Lopes (actual avenida Acordos de Lusaka). Esto contribuyó a que en los años sesenta el número de congregaciones aumentara de una a cuatro.

La PIDE le abre una tarjeta primero

Una de las personas con quienes se contactó por este medio fue Micas Mbuluane. Cuando aceptó el libro “Sea Dios veraz”, preguntó cuánto le costaría un estudio bíblico. Si bien nunca se cobra por ello, los hermanos le propusieron que prestara su casa para un discurso el siguiente domingo, a lo que accedió de buena gana. Cerca de cuatrocientas personas concurrieron a escuchar a Ernesto Chilaule. Un informante de la PIDE denunció el acto, por lo que el jefe de policía citó a Micas en su despacho. Al enterarse, Micas dijo preocupado: “Soy un doble gentil que ha estado en una sola reunión. ¿Qué voy a decir?”. (En aquella zona, “gentil” significa no creyente; “doble gentil” subraya el poco mérito que él creía tener.) Micas llamó enseguida al hermano que le dirigía el estudio para que, en los pocos minutos que le quedaban antes de acudir a la cita, lo preparara para contestar.

Al llegar a la comisaría, le preguntaron de qué religión era. “Testigo de Jehová”, contestó sin vacilación. Seguidamente, el jefe de policía, Mario Figueira, pasó a interrogarlo: “Con que hubo una gran reunión en tu casa con influencia extranjera y a puerta cerrada para que la policía no entrara. Seguro que tuvo que ver con el FRELIMO”. Se refería al Frente de Liberación de Mozambique, el movimiento que a la sazón luchaba por la independencia del país. Micas no sabía qué contestar, pues no había tratado aquel asunto en la sesión de “preparación”, por lo que se puso a explicar con diplomacia lo sucedido en aquella reunión.

“Está bien, Micas. Es suficiente”, interrumpió el señor Figueira, y pasándole el brazo por encima, añadió: “Lo que estás diciendo es la verdad. Los siervos de Dios han sido perseguidos desde el principio de la historia por hablar con la verdad, como tú. Solo te pido una cosa: la próxima vez que vaya a haber una reunión tan grande en tu casa, avísanos para evitar problemas. Puedes irte en paz, pero trae mañana dos fotografías para abrirte la tarjeta de testigo de Jehová”. (En esa época, la PIDE poseía en sus archivos una tarjeta de todos los que estaban a cargo de la congregación.) A Micas le encanta decir, riéndose: “Yo, siendo un doble gentil, tuve una tarjeta en la PIDE antes que en la congregación”. Lamentablemente, este trato favorable por parte de la policía no era usual.

Los acontecimientos de Malaui benefician a la obra en el norte

Tres de las asambleas de distrito “Haciendo discípulos” que tuvieron lugar en Malaui en 1967 se realizaron cerca de la frontera con Mozambique, para facilitar la asistencia de algunos hermanos de este país. No obstante, en el mes de octubre, el presidente H. Kamuzu Banda anunció la proscripción de los testigos de Jehová en Malaui, tras lo cual estalló una persecución despiadada contra ellos por toda la nación. Destruyeron sus propiedades, los golpearon, asesinaron a unos cuantos y violaron a más de un millar de mujeres. En su desesperación, muchos de los sobrevivientes buscaron refugio en Mozambique. En contra de lo esperado, las autoridades portuguesas los acogieron en dos grandes campos ubicados cerca de Mocuba, en la provincia de Zambezia, y les proporcionaron alimento. En solo uno de ellos había 2.234 de nuestros hermanos. Su presencia contribuyó mucho a la difusión del mensaje del Reino en el norte del país.

Durante este período, los Testigos de Beira, la segunda ciudad más grande de Mozambique, gozaron de mayor libertad que los de la capital. Podían celebrar las reuniones, aun cuando tenían restricciones para predicar de casa en casa, particularmente en los barrios residenciales europeos.

Una notificación polémica causa divisiones

En 1968, la PIDE emplazó a los ancianos de Lourenço Marques y les entregó una “Notificación” que decía que los Testigos tenían prohibido hacer proselitismo y solo podrían reunirse con sus familias. Se les pidió que la firmaran para que quedara constancia de que la habían recibido.

Entendiendo que no se trataba de una abdicación de la fe, sino de un simple acuse de recibo, los ancianos firmaron. Sin embargo, estaban decididos a seguir obedeciendo los mandamientos bíblicos de reunirse y predicar, eso sí, con discreción y en grupos pequeños. (Mat. 10:16; 24:14; 28:18-20; Heb. 10:24, 25.) Pese a sus buenas intenciones, se originó una división entre los hermanos, pues algunos consideraron aquello un acto de transigencia.

En un esfuerzo por probar al grupo disidente que no habían obrado por temor ni habían transigido, los ancianos crearon un comité encabezado por Ernesto Chilaule para que compareciera ante los directores de la PIDE y averiguara el motivo de la proscripción. “¿Qué pasa con los testigos de Jehová?”, preguntaron. “No tenemos nada contra ustedes —respondieron—, pero su religión está prohibida en Mozambique. Aunque no hagan nada malo, el gobierno no la autoriza.” Y agregaron que cualquiera que quisiera profesar nuestra religión tendría que irse a otro país.

La respuesta del hermano Chilaule y sus compañeros fue firme: “Si el gobierno decide que es malo enseñar a la gente a no robar, no matar y no hacer nada malo, entonces que nos arresten. Seguiremos enseñando la verdad, y eso es precisamente lo que vamos a hacer al salir de aquí”. Estas palabras vuelven a recordarnos la contestación de los apóstoles de Jesús al Sanedrín. (Hech. 4:19, 20.)

¿Sirvió este acto valeroso para reconciliar a los disidentes? Desgraciadamente, no. A pesar de toda la ayuda que se les brindó, incluidas las reiteradas visitas de un representante especial de la sucursal sudafricana, insistieron en su proceder independiente y tomaron el nombre de “Testigos de Jehová Libres”. Hubo que expulsarlos por apostasía. La Sociedad escribió posteriormente indicando que la adopción de medidas precautorias en tiempo de persecución no era una señal de cobardía y armonizaba con el consejo de Jesús en Mateo 10:16.

La PIDE asesta un duro golpe

No había pasado un año de la rebelión cuando la PIDE arrestó a dieciséis hermanos que ocupaban cargos de responsabilidad en la congregación, entre ellos Ernesto Chilaule, Francisco Zunguza y Calvino Machiana. Fue en aquella ocasión cuando los agentes dijeron al hermano Chilaule las palabras de introducción de este relato.

Los arrestos siguieron sucediéndose. ¿Cómo consiguió la PIDE los nombres y las direcciones de los siervos nombrados? Durante un allanamiento del domicilio del hermano Chilaule, encontraron sobre una mesa un archivo de cartas de la Sociedad con los nombres de los siervos y un ejemplar del manual Predicando juntos en unidad. Con esta información en su poder, buscaron directamente al siervo de congregación, su auxiliar, el conductor del Estudio de La Atalaya, el conductor del Estudio de Libro de Congregación, etc., y los sentenciaron a dos años de prisión en Machava sin un juicio previo.

La sucursal sudafricana les infundió ánimo y socorrió a sus familias. Amnistía Internacional trató de obtener su libertad y también proporcionó cierta ayuda a sus familias. Los hermanos de Mozambique que estaban libres se encargaron de suministrar alimento a los necesitados. Alita, la hija del hermano Chilaule, comenta al respecto: “Nunca nos faltó el pan de cada día. Algunas veces la comida era incluso mejor que aquella a la que estábamos acostumbrados”.

La predicación sigue adelante

A pesar de estar atravesando un “tiempo dificultoso”, el pueblo de Jehová no podía detener la actividad dadora de vida de predicar las buenas nuevas del Reino. (2 Tim. 4:1, 2.) Fernando Muthemba, uno de los pilares de la obra en el país, recuerda que en su congregación se arrestó tanto al siervo de congregación como a su ayudante, lo que hizo necesario que él, por ser el siervo de estudios bíblicos, quedara a cargo del grupo. La Sociedad dispuso que se pronunciaran una serie de discursos basados en el libro La verdad que lleva a vida eterna. Procediendo con cautela, Muthemba hizo los preparativos para que se presentaran de noche en los lugares de estudio de libro. Cada orador pronunciaba su discurso a dos grupos todas las noches. De este modo, muchas de las personas invitadas recibieron este alimento espiritual, y su aprecio por la verdad aumentó.

A los nuevos se les preparaba de manera intensiva para que fueran eficaces en el ministerio y valerosos ante la persecución. Filipe Matola cuenta cómo se benefició de aquel adiestramiento temprano: “Nos preparaban para que pudiéramos comunicar a otros lo que aprendíamos y probar hábilmente con la Biblia todo lo que enseñábamos. A las dos semanas de iniciado el estudio, comenzábamos a predicar informalmente. A la tercera semana empezábamos a llevar al estudio a otras personas para que participaran en él. A la cuarta empezábamos a predicar de casa en casa. Se animaba a los nuevos a aguantar las pruebas y el encarcelamiento y a ser intrépidos. De todos los hermanos que ocupaban puestos de responsabilidad, solo uno quedaba libre, y solía decir: ‘No sé cuándo me llevarán preso. Por eso deben aprender cómo cuidar a la congregación’”. El celo del hermano Matola no se apagó cuando lo enviaron a la prisión de Machava.

Predicación y reuniones en la cárcel

Tan pronto como pudieron, los hermanos presos en Machava organizaron las reuniones con el objeto de mantenerse fuertes espiritualmente. ¿Cómo lograban burlar la vigilancia? Filipe Matola relata: “Aprovechábamos las ocasiones en que salíamos al patio de la prisión. El que tenía asignado un discurso de la Escuela del Ministerio Teocrático caminaba con otros cuatro, como si estuvieran conversando mientras paseaban. Luego se separaba de ese grupo y se unía a otro, y así sucesivamente, hasta que pronunciaba el discurso ante todos”.

Al principio trataron de realizar el estudio de libro en las celdas utilizando una publicación, pero fueron descubiertos. Entonces cambiaron de método. Luis Bila, que también estuvo en prisión, recuerda: “Nos preparábamos individualmente. Luego, en un día y a una hora determinados, salíamos a caminar sin nada en la mano, igual que hacíamos para la Escuela del Ministerio Teocrático, y cada uno resaltaba los puntos principales. Era un sistema sumamente ventajoso, pues nos obligaba a memorizar la información y a no olvidarla nunca”.

Los parientes que estaban libres los ayudaban escondiendo publicaciones en la comida e introduciéndolas furtivamente en la prisión cuando iban de visita. De esta manera, los hermanos se alimentaban física y espiritualmente.

También hubo ocasiones en que otros reclusos pudieron beneficiarse de las reuniones. Cuando tres hermanos compartieron un ala de la prisión con otros 70 penados, dieron un discurso público. Uno sirvió de presidente y el otro hizo la oración. Después, los tres cantaron, y se procedió al discurso. La asistencia fue de 73.

Ernesto Chilaule compartió su celda con un miembro del FRELIMO a quien la PIDE había apresado por su lucha a favor de la emancipación. Sostuvo con él conversaciones amistosas y le dio testimonio de la esperanza del Reino de Dios. Posteriormente volverían a encontrarse en circunstancias diferentes.

Ansioso por enseñar la verdad en Inhambane

Inhambane, una de las provincias del sur, se convirtió en escenario de la intensa actividad de un humilde albañil llamado Arão Francisco. Tras escuchar un discurso en Lourenço Marques en 1967, no le quedó duda de que había encontrado la verdad. Sintió que era su deber enseñar lo que había aprendido a la gente de su pueblo, y así lo hizo. Después volvió a Lourenço Marques, y se bautizó para el tiempo en que la PIDE arrestó al grupo grande de ancianos. Arão se sentía responsable del interés que había suscitado entre su propia gente, y temía que lo apresaran antes de que pudiera prestarles más ayuda. Algunos hermanos trataron de disuadirlo diciéndole que todavía era muy nuevo en la verdad para ir solo. Esperó unos meses, mas no pudo resistir el fuerte deseo de dar testimonio a su pueblo. Junto a su esposa y dos hijos emprendió el regreso a Inhambane, donde comenzó a celebrar todas las reuniones, en un principio solo con su familia.

Arão esparció las semillas de la verdad en las ciudades de Inhambane y Maxixe, entre otras, colocando así el fundamento sobre el cual se edificarían las congregaciones futuras. Cuando un sacerdote católico trató de interponerse, diciéndole: “Usted no puede formar ningún grupo aquí”, él respondió valientemente: “Las buenas nuevas que traigo no tienen fronteras. Pueden ir a cualquier parte”. Y, en efecto, como muestra Hechos 1:8, eso es lo que Jesús dijo que sucedería.

El párroco convocó una reunión para decidir si lo expulsaban de la zona. Ante la negativa de Arão a marcharse del pueblo, el religioso, como era de esperar, pidió ayuda a su aliada favorita: la PIDE.

La PIDE persigue a un constructor predicador

Un domingo, mientras Arão visitaba algunos grupos alejados, cuatro agentes de la PIDE asistieron a la reunión de Inhambane haciéndose pasar por testigos de Jehová que iban de paso. Sin embargo, cuando finalizó la reunión, se identificaron y exigieron ver a Arão. Al no encontrarlo, se llevaron presos a ocho hermanos.

En vista de que Arão estaba construyendo la casa del administrador del pueblo de Ngweni, fueron a buscarlo allí. Oyó que el administrador les decía: “No puedo dejarlo ir por su religión. Primero tiene que terminar mi casa”. Los agentes preguntaron: “¿Quiere decir que él está haciendo esta casa?”. “Sí —replicó el administrador—, y también hizo la de Maxixe y otras tantas más. Nadie aquí puede hacer el trabajo que él está haciendo. Él construyó el juzgado de Maxixe y aún tiene que hacer la posada.” Después de oír semejante currículo, los agentes dijeron: “Volveremos por él para que construya la casa del administrador de obras públicas”.

Efectivamente, Arão fue arrestado y empleado en la construcción de diversas obras oficiales. No obstante, aun estando prisionero, tuvo múltiples oportunidades de dar testimonio.

Un funcionario de la PIDE apellidado Neves acostumbraba llamarlo a su oficina en las noches para estudiar el libro La verdad. Cuando llegaba alguien, tomaba rápidamente algunos documentos y fingía estar llevando a cabo un interrogatorio. Un día dijo: “Arão, estoy convencido de lo que me has enseñado. Toda la vida, desde que vivía en Lisboa hasta ahora, he estado en comunicación con los testigos de Jehová. Dentro de poco, cuando me jubile, me haré uno de ustedes. Pero antes tengo que liberarte. Termina el trabajo que estás haciendo, y entonces hablaré con el inspector general para que busquen otro albañil. A fin de evitar complicaciones, en lugar de volver a Lisboa, venderé todo y me iré a Estados Unidos. No digas ni una sola palabra de esto a nadie, ¿entiendes?”.

El señor Neves estaba determinado a cumplir su promesa; incluso liberó a los hermanos que estaban presos en Inhambane. Pero liberar a Arão no fue nada fácil, pues la PIDE había llegado a considerarlo su constructor. Para entonces, el señor Neves ya se había jubilado; aun así, visitaba todos los días a su amigo, y apeló al inspector general para que lo pusieran en libertad. Fiel a su promesa, el señor Neves no se marchó hasta que Arão recobró la libertad. Nos preguntamos dónde estará ahora. ¿Habrá cumplido el resto de su promesa? Sinceramente esperamos que sí.

Los cambios políticos producen alivio temporal

El 1 de mayo de 1974 resonó un clamor de júbilo por toda la penitenciaría de Machava. La “Revolución de los claveles”, del 25 de abril, había puesto fin a la dictadura en Portugal, lo que repercutió profundamente en sus colonias de ultramar. El 1 de mayo se otorgó amnistía a todos los presos políticos, lo que incluyó a los testigos de Jehová, pues estaban encarcelados a causa de su neutralidad. Mozambique se preparaba para ser una nación independiente.

Al recobrar la libertad, a los hermanos les alentó mucho ver el aumento de los siervos de Jehová. Asimismo les causó felicidad observar la fortaleza espiritual de aquellos que habían estado libres. (Compárese con Filipenses 1:13, 14.) Aprovechando su nueva libertad, celebraron una asamblea de circuito en grande. Y para aumentar su alegría, en ella estuvieron presentes dos hermanos sudafricanos muy queridos: Frans Muller, coordinador de la sucursal de la República Sudafricana, quien había mostrado gran interés en el bienestar de los hermanos mozambiqueños, y Elias Mahenye, quien por muchos años había sido superintendente de circuito en el sur de Mozambique.

En la asamblea se alentó a los que habían estado en prisión a trabajar en unidad con la pujante organización de Jehová. El hermano Mahenye recordó a todos: “La PIDE ha desaparecido, pero su padre, Satanás el Diablo, todavía anda suelto. Cobren fuerza y ánimo”. Pidió a todos los que habían estado en prisión que se pusieran de pie. Un gran número de hermanos se levantó. Entonces pidió que se levantaran los que habían entrado en la verdad durante el período de encarcelamiento de los primeros: la mitad de los aproximadamente dos mil concurrentes lo hizo. El hermano concluyó: “No tienen nada de qué temer”.

Estas palabras de ánimo fueron muy oportunas. En el horizonte estaban formándose negros nubarrones, y una prueba suprema del amor a Dios aguardaba a todo el pueblo de Jehová de Mozambique.

El año 1974 transcurrió rápidamente. Ese año se bautizaron 1.209 personas; en 1975 dieron este paso 2.303. Muchos de los que hoy son ancianos de congregación se bautizaron en aquel tiempo.

Sin embargo, el fervor revolucionario iba apoderándose de la nación. La expresión “¡Viva FRELIMO!” se convirtió en símbolo de los diez años de lucha por la emancipación. La población estaba eufórica, y para la mayoría era inconcebible que alguien rehusara dar el viva. Los sentimientos que reinaban estaban a punto de dejar caer una cortina sobre la fugaz libertad de los hermanos, cortina que resultaría ser de hierro.

Órdenes de detención

A medida que tomaban forma los preparativos para el día en que Mozambique obtendría la independencia oficial, el 25 de junio de 1975, la postura neutral de los testigos de Jehová se hacía cada vez más patente. Varios hermanos autorizados trataron en vano de entrevistarse con el nuevo gobierno. El presidente, que acababa de tomar posesión de su cargo, dio prácticamente una orden al gritar durante una alocución por radio: “Vamos a acabar definitivamente con esos testigos de Jehová [...]. Creemos que son agentes dejados por el colonialismo portugués, antiguos miembros de la PIDE [...]. Por eso, proponemos que el pueblo los detenga de inmediato”.

La tormenta se había desatado. Los llamados grupos “dinamizadores” se movilizaron por las vecindades animados por un objetivo común: detener a todos los testigos de Jehová —en el trabajo, en la casa, en las calles, a cualquier hora del día o de la noche, por todo el país—. En los lugares de trabajo y las zonas públicas se llevaban a cabo reuniones de carácter obligatorio, y cualquiera que no gritara a coro con la multitud: “¡Viva FRELIMO!”, era calificado de enemigo. Tal es el espíritu reinante cuando el fervor nacionalista se apodera de un pueblo.

Sin embargo, es un hecho conocido por todos que, aunque neutrales en política, los testigos de Jehová son observantes de la ley y el orden, respetuosos con los funcionarios del Estado, honrados y escrupulosos en el pago de los impuestos, como comprobaría el gobierno mozambiqueño a lo largo de los años. En tanto, su situación era como la de los primeros cristianos que perecieron en los circos romanos por negarse a quemar incienso en honor del emperador, o como la de sus hermanos alemanes que fueron recluidos en los campos de concentración por no gritar: “Heil Hitler!”. A los testigos de Jehová se les conoce mundialmente porque se niegan a desobedecer a Jehová y a Jesucristo, quien dijo respecto de sus seguidores: “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo”. (Juan 17:16.)

Deportación masiva, ¿adónde?

En poco tiempo, miles de testigos de Jehová abarrotaron las cárceles. Numerosas familias fueron separadas. La intensa propaganda realizada en contra de ellos generó tal hostilidad que, sin que los ancianos los alentaran a ello, muchos optaron por entregarse, pues se sentían más seguros junto a sus hermanos y parientes presos.

A partir de octubre de 1975, las sucursales de Zimbabue (antigua Rhodesia) y la República Sudafricana empezaron a recibir un aluvión de informes procedentes de superintendentes de circuito, diversos comités y hermanos particulares, en los que se pintaba un cuadro desolador. Estos, a su vez, fueron remitidos al Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová. Tan pronto como la hermandad mundial se enteró de la situación desesperada en que estaban los hermanos de Mozambique, se elevaron al cielo incesantes plegarias en su favor desde todas partes de la Tierra, siguiendo el consejo de Hebreos 13:3. Solo Jehová podía sostenerlos, y lo hizo a su manera.

Lo más probable es que el alto gobierno no hubiera tenido la intención de dar a los testigos de Jehová el trato tan brutal que recibieron. Sin embargo, en un ingente esfuerzo por suprimir sus convicciones sinceras y firmemente arraigadas, algunos subalternos utilizaron la violencia a fin de arrancarles un “viva”. Uno de tantos ejemplos es el de Julião Cossa, oriundo de Vilanculos, a quien golpearon durante tres horas para obligarlo a retractarse de su fe; pero todo fue inútil. Cuando los torturadores finalmente conseguían que alguien gritara: “¡viva!”, no se conformaban con ello, sino que también le ordenaban gritar: “¡Abajo Jehová!”, “¡abajo Jesucristo!”. Tantas y tan horrendas fueron las atrocidades perpetradas contra los hermanos, que son inenarrables. (Véase ¡Despertad! del 8 de febrero de 1976, páginas 16-26.) Sin embargo, como escribió el apóstol Pablo a los cristianos filipenses del siglo I, ellos sabían que su valerosa postura frente a la tribulación y la persecución era una prueba de la profundidad de su amor a Dios y les daba la seguridad de que él los galardonaría con la salvación. (Fili. 1:15-29.)

La atmósfera asfixiante de las cárceles producida por el hacinamiento, aunada a las condiciones antihigiénicas y a la falta de alimento, causó la muerte de más de sesenta niños en un período de cuatro meses en Maputo (antes Lourenço Marques). Los hermanos que estaban libres hicieron todo lo posible por sostener a los presos. Durante los últimos meses de 1975, algunos vendieron sus posesiones para seguir alimentándolos. Identificarse con los prisioneros significaba arriesgar su propia libertad, y muchos fueron detenidos mientras ayudaban a sus hermanos. Esta es la clase de amor que Jesús había predicho que habría entre sus seguidores. (Juan 13:34, 35; 15:12, 13.)

Paradójicamente, los Testigos de la provincia de Sofala recibieron un trato diferente durante el mismo período. Los presos fueron llevados al lujoso Grande Hotel, de la ciudad de Beira, donde los alimentaron mientras esperaban el traslado a su destino final.

¿A qué destino? Esto era un secreto, incluso para los conductores de los numerosos autobuses y camiones que los transportaron.

Destino: Carico, distrito de Milange

Entre los meses de septiembre de 1975 y febrero de 1976 se transfirió a todos los testigos de Jehová que estaban detenidos, ya fuera en las cárceles o en el campo abierto. El secreto que rodeaba su destino era un arma más de la policía y otras autoridades locales para intimidarlos. “Se los van a comer las fieras —les decían—. Es un lugar desconocido en el norte, del que jamás regresarán.” En medio del llanto y los lamentos, sus familiares no creyentes insistían en que capitularan. Muy pocos transigieron. Hasta personas recién interesadas se unieron valientemente a los testigos de Jehová. Este fue el caso de Eugênio Macitela, un ferviente apoyador de los ideales políticos. Su interés se suscitó cuando oyó que las cárceles estaban repletas de testigos de Jehová. Queriendo saber quiénes eran, solicitó un estudio bíblico; a la semana siguiente fue arrestado y deportado. Macitela estuvo entre los primeros que se bautizaron en los campos de concentración. Actualmente es superintendente de circuito.

Los Testigos no mostraron temor ni aprensión cuando los sacaron de las cárceles y los metieron en los autobuses, camiones e incluso aviones. Una de las caravanas más impresionantes, compuesta de catorce autobuses, o machibombos, como los llaman aquí, partió de Maputo el 13 de noviembre de 1975. El gozo aparentemente inexplicable de los hermanos llevó a los soldados que estaban al mando a preguntar: “¿Cómo pueden estar tan contentos si ni siquiera saben adónde los llevan? El lugar adonde van no es nada bueno”. Pero su felicidad no disminuyó. Mientras los familiares no creyentes lloraban, temiendo por el futuro de sus seres queridos, los Testigos entonaban cánticos del Reino, como el que se titula “Adelante con valor”.

Los conductores telefoneaban a sus superiores desde cada ciudad del camino para preguntar adónde debían dirigirse, a lo cual se les ordenaba continuar hasta la siguiente parada. Algunos se extraviaron. Por fin llegaron a Milange, ciudad y sede de distrito de la provincia de Zambezia, a 1.800 kilómetros de Maputo, donde el administrador recibió a los hermanos con un “discurso de bienvenida”, una diatriba llena de amenazas.

Luego los llevaron 30 kilómetros al este, a un lugar en las orillas del río Munduzi, en la zona denominada Carico, perteneciente al distrito de Milange. Millares de testigos de Jehová de Malaui que habían huido de su país a consecuencia de la persecución, vivían allí como refugiados desde 1972. Para estos fue una sorpresa la llegada repentina de los hermanos mozambiqueños, como lo fue para los recién llegados el ser recibidos por hermanos de otra lengua. Con todo, fue una sorpresa muy agradable. A los conductores los impresionó muchísimo el cariño y la hospitalidad que los hermanos malauianos mostraron a los mozambiqueños. (Compárese con Hebreos 13:1, 2.)

El administrador del distrito era el hombre que había estado con los hermanos en la cárcel de Machava años atrás. A todos los grupos que llegaban les preguntaba lo mismo: “¿Dónde están Chilaule y Zunguza? Sé que también vienen”. Cuando finalmente llegó el hermano Chilaule, le dijo: “Chilaule, en realidad no sé cómo recibirlo. Ahora estamos en campos diferentes”. Entregado enteramente a su ideología, este hombre no facilitó para nada la vida de sus antiguos compañeros de celda. Como él mismo dijo, era “una cabra gobernando en medio de ovejas”.

Ayuda amorosa de la hermandad internacional

La hermandad internacional de los testigos de Jehová manifestó interés amoroso en los hermanos de Mozambique. El correo se vio inundado de misivas dirigidas a las autoridades nacionales. Los compañeros de trabajo de Augusto Novela, Testigo que laboraba en una compañía de telecomunicaciones, se mofaban diciendo que los testigos de Jehová no eran más que una secta del pueblo; pero sus burlas fueron acalladas cuando los telefax comenzaron a recibir mensajes de todas partes del mundo. La acción arrolladora del pueblo de Jehová dio testimonio de que está verdaderamente unido por el amor.

Unos diez meses después, un ministro del Estado que efectuó una visita de inspección a los campos reconoció que los hermanos habían sido aprisionados sobre la base de acusaciones falsas. Pero era muy pronto para esperar que se les pusiera en libertad.

Las dificultades de una nueva vida

Se abría un nuevo capítulo en la historia del pueblo de Jehová de Mozambique. Los hermanos malauianos, organizados en ocho aldeas, ya estaban bien adaptados a su nueva forma de vida en el monte y se habían hecho hábiles constructores de casas, Salones del Reino y hasta Salones de Asambleas. Así mismo, los que no sabían de agricultura habían aprendido. Muchos de los mozambiqueños, que nunca habían cultivado un campo, o machamba, estaban a punto de experimentar los rigores del trabajo en los campos. Durante los primeros meses, los recién llegados se beneficiaron de la amorosa hospitalidad de los hermanos malauianos, quienes los acogieron en sus hogares y compartieron con ellos el alimento. Pero ya era hora de que ellos construyeran sus propias aldeas.

La empresa no era fácil. Había empezado la estación de las lluvias, y la región fue bendecida con agua del cielo como nunca antes. Cuando el río Munduzi, que atravesaba el campo, inundó una región normalmente afectada por la sequía, los hermanos lo vieron como un símbolo del cuidado que Jehová les prodigaría. En efecto, contrario a lo que antes sucedía, durante los siguientes doce años el río no se secó ni siquiera una vez. Por otra parte, “el terreno fangoso y resbaladizo, causado naturalmente por la lluvia, era otra adversidad que afrontaban los que venían de vivir en la ciudad”, como recuerda el hermano Muthemba. No les resultaba fácil a las mujeres cruzar el río manteniendo el equilibrio en puentes improvisados, que no eran más que tres troncos. “Para los hombres que estábamos acostumbrados al trabajo de oficina suponía una difícil tarea internarse en el denso bosque y cortar árboles para construir las casas”, recuerda Xavier Dengo. La situación fue una prueba para la que algunos no estaban preparados.

Recordará que en los días de Moisés se suscitaron quejas entre “la muchedumbre mixta” que salió junto con Israel de Egipto y se internó en el desierto, y que luego los propios israelitas se contagiaron de la misma actitud. (Núm. 11:4.) De igual manera, desde el mismo principio surgió de entre los que no eran Testigos bautizados un grupo de quejumbrosos, al que se unieron algunos bautizados. Estos dijeron al administrador que estaban dispuestos a pagar cualquier precio con tal de que se los dejara regresar a casa cuanto antes. Pero su acción no trajo el resultado que esperaban. Se los retuvo en Milange, y muchos de ellos fueron como una piedra en el zapato para los fieles. Este grupo, conocido como “los rebeldes”, vivió entre los hermanos, pero siempre estaba listo para traicionarlos. Su amor a Dios no había resistido la prueba.

Por qué se desplomaron los salones

Los hermanos malauianos habían gozado de considerable libertad de culto en los campos, situación de la que se beneficiaron los mozambiqueños a su llegada. Todos los días concurrían a uno de los grandes Salones de Asambleas para examinar el texto diario, que por lo general presidía un superintendente de circuito malauiano. “Fue fortalecedor —recuerda Filipe Matola— escuchar exhortaciones espirituales en compañía de tantos hermanos después de meses de encarcelamiento y travesías.” No obstante, esta libertad relativa duró poco.

El 28 de enero de 1976, las autoridades gubernamentales, acompañadas de soldados, fueron por todas las aldeas anunciando: “Se les prohíbe usar estos salones o cualquier otro lugar de la aldea para el culto y la oración. El gobierno nacionalizará los salones y los empleará según estime conveniente”. Se les ordenó sacar los libros para confiscarlos. Por supuesto, los hermanos ocultaron lo que pudieron. Acto seguido, se puso la bandera frente a cada salón y se apostaron soldados para que velaran por la observancia de dicho decreto.

A pesar de que los salones estaban hechos de estacas y parecían rústicos, eran bastante resistentes. Aun así, todos empezaron a venirse abajo en relativamente poco tiempo. Xavier Dengo recuerda que en cierta ocasión en que acababa de llegar con el administrador a una de las aldeas, el salón comenzó a desplomarse, aunque no estaba lloviendo ni haciendo viento. El administrador exclamó: “¿Qué pasa? Ustedes son malos. Ahora que hemos nacionalizado los salones, se están cayendo”. En otra ocasión, el administrador dijo a uno de los ancianos: “Ustedes deben de haber orado pidiendo que los salones se caigan, [...] y su Dios los ha derrumbado”.

Organización de las aldeas

Surgieron nueve aldeas mozambiqueñas, paralelas a las ocho malauianas y mirando hacia ellas. Ambos grupos, unidos por el “lenguaje puro”, convivirían por los siguientes doce años. (Sof. 3:9.) Las aldeas estaban divididas en manzanas, cada una de las cuales abarcaba ocho solares de aproximadamente 25 por 35 metros, con calles bien cuidadas. Las congregaciones se agrupaban según las manzanas. Como la proscripción impedía la construcción de Salones del Reino visibles, se fabricaron con este fin casas especiales en forma de “L”, y para simular que se trataba de viviendas, habitaba en ellas alguna viuda o una persona soltera. Durante las reuniones, el orador se paraba en la esquina de la “L”, desde donde podía ver el auditorio a ambos lados.

En los contornos de las aldeas estaban las machambas. También las congregaciones tenían su propia machamba, en cuyo cultivo participaban todos como contribución al mantenimiento de la congregación.

El tamaño de las aldeas variaba según el número de pobladores. De acuerdo con el censo realizado en 1979, la villa mozambiqueña número 7 era la más pequeña, con solo 122 publicadores y 2 congregaciones; en tanto que la número 9 era la mayor y la más distante: contaba con 1.228 publicadores y 34 congregaciones. En todo el campo había once circuitos. Los hermanos dieron al entero campo, formado por las aldeas malauianas y mozambiqueñas y sus zonas dependientes, el nombre de Círculo de Carico. El último censo que tenemos en nuestros archivos data de 1981, cuando la población total era de 22.529, de los cuales 9.000 eran publicadores activos. Posteriormente hubo mayor crecimiento. (El entonces presidente, Samora Machel, anunció que la población era de 40.000, según el folleto Consolidemos Aquilo Que nos Une, páginas 38 y 39.)

La época de Chingo, un tiempo difícil

Era obvio que no se había llevado a los testigos de Jehová a Milange simplemente para que se convirtieran en una colonia agrícola. No era sin motivo que el gobierno había denominado al campo Centro de Reeducación de Carico, como lo evidenciaba la existencia del centro administrativo en medio del campo malauiano número 4, atendido por funcionarios oficiales y dotado de oficinas y residencias. Había asimismo un comandante de campo, una guarnición de soldados y una prisión, donde muchos de nuestros hermanos purgaron diversas penas impuestas por el comandante.

El más famoso de todos los comandantes fue Chingo. Su mandato de dos años se conoció como la época de Chingo. Decidido a doblegar la firme postura de los testigos de Jehová y “reeducarlos”, recurrió a toda táctica psicológica conocida, así como a la violencia. Aunque prácticamente no tenía educación formal, era un orador desenvuelto y persuasivo que gustaba de usar ilustraciones, don que empleó para tratar de adoctrinar a los hermanos en su filosofía política y debilitar su amor a Dios. Una de sus tácticas fue “el cursillo de cinco días”.

“El cursillo de cinco días”

El comandante anunció que habría un “cursillo de cinco días”, y pidió a los Testigos que escogieran a los hombres más capaces de las aldeas, que pudieran transmitir información de interés, para enviarlos a un curso que se celebraría en un lugar distante. Los hermanos se negaron, dudando de las intenciones del comandante. Sin embargo, “los rebeldes” que había allí señalaron a los hermanos que ocupaban puestos de responsabilidad, incluidos los superintendentes de circuito. Entre estos figuraban Francisco Zunguza, Xavier Dengo y Luis Bila. Un camión partió con veintiún hombres y cinco mujeres en un viaje de cientos de kilómetros hacia el norte, a una zona al norte de Lichinga, en la provincia de Niassa, donde los hombres fueron recluidos en un “campo de reeducación”, junto a delincuentes, y las mujeres fueron llevadas a un campo para prostitutas.

Entre las terribles torturas que allí les infligieron estaba la que los verdugos llamaban el “estilo Cristo”. Extendiendo los brazos de la víctima sobre una estaca, como si fueran a crucificarla, la ataban fuertemente con hilo de nailon desde la punta de los dedos de una mano hasta la punta de los dedos de la otra. La circulación de las manos, los brazos y los hombros se detenía por completo, y se mantenía a la víctima en esta posición por bastante tiempo en un vano esfuerzo por obligarla a gritar: “¡Viva FRELIMO!”. Luis Bila, un fiel anciano, sufrió un ataque cardíaco y murió a causa de este trato cruel e inhumano.

A las hermanas se las sometió a un tratamiento de “ejercicios” que consistía en correr casi indefinidamente, algunas veces entrando y saliendo del agua; subir y bajar montañas dando volteretas sin descanso, y otro sinfín de vejaciones. ¡Qué cursillo! ¡Qué “reeducación”!

Pese al tratamiento brutal, la mayoría de estos hermanos se mantuvieron íntegros; solo dos transigieron. Un hermano se las arregló para enviar una carta al ministro del Interior, en Maputo, denunciando los hechos. La carta dio resultados. El propio gobernador de Niassa fue en helicóptero e inmediatamente destituyó de su cargo al comandante y sus asesores. “Quedan detenidos por realizar actos que el FRELIMO nunca concibió”, declaró. Cuando los demás prisioneros que habían sufrido igual trato oyeron esto, gritaron de alegría y dijeron: “Gracias a ustedes hemos sido liberados”, a lo que los hermanos replicaron: “Den las gracias a Jehová”.

Al cabo de cierto tiempo fueron transferidos a otros campos, en los que solamente se les sometía a trabajos forzados. En total, transcurrieron casi dos años antes de que los enviaran de vuelta a Carico, donde estaba Chingo para recibirlos. Este persistió en sus vanos intentos por tratar de debilitar su lealtad a Jehová mediante “cursillos” parecidos. Por último, cuando estaba a punto de abandonar Carico, pronunció un discurso lleno de ilustraciones, propio de su estilo. Admitiendo la derrota, dijo: “Un hombre golpea muchas veces un árbol, y cuando falta poco para derribarlo, lo reemplazan por otro, que con solo un golpe, finaliza el trabajo. Yo di muchos golpes, pero no pude terminar la labor. Otros vendrán después de mí, y usarán diversos métodos. No se rindan. [...] Sigan firmes en su postura. [...] De lo contrario, ellos se llevarán toda la gloria”. No obstante, los hermanos se esforzaron porque solo Jehová recibiera la gloria manteniendo fuerte su amor a él. (Rev. 4:11.)

Aquellos que se quedaron en las ciudades

¿Estaban todos los Testigos mozambiqueños recluidos en la cárcel y en los campos de detención en este momento? Aun cuando sus enemigos los buscaron con lupa en sus lugares de trabajo y en prácticamente todo vecindario, algunos lograron escapar, pues no todo el mundo estaba ansioso por que los aprisionaran o les impusieran otros castigos. De todas formas, corrían el constante peligro de ser capturados. Actividades cotidianas como hacer la compra o sacar agua de un grifo público eran arriesgadas.

Lisete Maienda, quien permaneció en Beira, recuerda: “Me negaron una tarjeta que era necesaria para comprar alimentos porque no acudía a las reuniones obligatorias. Por fortuna, había un tendero amable que me vendía algunos kilogramos de harina a escondidas”. (Compárese con Revelación 13:16, 17.) Su esposo fue despedido seis veces de su empleo en el puerto de Beira, pero los patrones volvían a contratarlo porque su preparación profesional era muy valiosa para la compañía.

A pesar de que dar testimonio y reunirse eran actividades sumamente arriesgadas, la luz espiritual no se extinguió en ninguna de las principales ciudades del país. En Beira, un grupo de jóvenes valerosos y sedientos de la verdad bíblica del barrio de Esturro, se unió a los Maienda, y juntos mantuvieron encendida la luz de la verdad en la capital de la provincia de Sofala. Tanto era su celo, que se aventuraban a entrar en Rhodesia (ahora Zimbabue) en busca de alimento espiritual.

La sucursal de Salisbury (actual Harare) trabajó audaz e infatigablemente en el cuidado de los hermanos que estaban dispersos por el norte. Cuando le llegó la noticia de que varias personas seguían reuniéndose en Tete, despachó a dos hermanos para que se ocuparan de ellas. Estos, como Epafrodito, un colaborador del apóstol Pablo, anhelaban ver a los hermanos. (Fili. 2:25-30.) Uno de los enviados fue Redson Zulu, muy amado y conocido en todo el norte por sus conmovedores discursos en lengua chichewa. Con gran riesgo, él y su compañero viajaron por el monte en bicicleta a fin de ministrar a sus hermanos mozambiqueños aislados.

La luz de la verdad también siguió alumbrando en la provincia de Nampula, donde un grupo de personas que aún no estaban bautizadas celebraba las reuniones a su modo. Al comienzo solo asistían ocho, pero el número pronto ascendió a 50. Cierto hermano que fue trasladado de Carico a Nampula para ser hospitalizado, conoció allí a uno de los miembros del grupo, un empleado del hospital. De inmediato avisó por carta a la sucursal, la cual le encomendó dirigirles un estudio y preparar a quienes estuvieran en condiciones de bautizarse. Se bautizaron cinco. El grupo recibió más ayuda cuando un Testigo originario de los Países Bajos que estaba en Nampula por razones de trabajo, puso a disposición su hogar como centro de reuniones. Con el tiempo, algunos llenaron los requisitos para asumir la responsabilidad de ancianos.

Liberados de la cárcel central

Durante 1975 se envió al norte un contingente tras otro de prisioneros de las cárceles de Maputo, en tanto que otros llegaban para ocupar su lugar. Luego, a finales de febrero de 1976, el gobierno decidió suspender la incesante deportación de Testigos presos.

Pocos meses después, el presidente Samora Machel realizó una visita a la cárcel central de Maputo, donde una de las reclusas, la hermana Celeste Muthemba, aprovechó la oportunidad para darle un testimonio. El mandatario escuchó amablemente, pero a su partida, las autoridades penitenciarias la reprendieron con severidad. Sin embargo, a la semana llegó una orden de excarcelación y un documento en el que se le garantizaba protección contra cualquier forma de hostigamiento por motivos políticos, así como el derecho a reincorporarse a su antiguo empleo en el hospital central. Además, se ordenó poner en libertad a todos los testigos de Jehová de aquel penal.

Los hermanos de Maputo se agruparon en congregaciones. En poco tiempo había veinticuatro, organizadas en un circuito que se extendía desde Maputo hasta Inhambane, al noreste. Se asignó a Fidelino Dengo a visitarlas. Además, la sucursal sudafricana instituyó un comité de ancianos para que velara por las necesidades espirituales de dichos grupos, el cual ideó métodos cautelosos para predicar de manera informal y gestionó la asistencia de los hermanos a las asambleas del vecino país de Swazilandia. Y en el propio Mozambique, aprovechando que algunos regresaron de Carico, los hermanos realizaron asambleas disfrazadas de fiestas de “bienvenida a casa”.

A propósito, ¿qué actividades espirituales se programaron en Carico?

El comité de la O.N. supervisa los campos

Bajo la tutela de la sucursal de Zimbabue, los hermanos malauianos habían creado un comité especial para atender las necesidades espirituales de los campos, y los hermanos del sur de Mozambique que fueron transferidos a Carico se beneficiaron de este sistema. Dos de los hermanos del sur, a saber, Fernando Muthemba y Filipe Matola, fueron incorporados a dicho comité.

El comité de la O.N. (Ofisi ya Ntchito [Oficina de Servicio], en chichewa) mantenía correspondencia con la Sociedad, organizaba las asambleas de circuito y distrito, compilaba los informes del entero campo y se reunía periódicamente con los ancianos de las aldeas; asimismo supervisaba la obra de los once circuitos. Era una grave responsabilidad, especialmente por lo precario de las relaciones entre los hermanos y las autoridades estatales.

Predican y hacen discípulos en los campos

Un número considerable de personas interesadas y estudiantes de la Biblia que en 1975 acompañaron a los hermanos a Milange, se bautizaron en noviembre de 1976.

Muchos que habían sido precursores regulares siguieron predicando durante su encarcelamiento y traslado a los campos. Pero ¿a quiénes predicaban? En un principio daban estudios a quienes todavía no estaban bautizados, incluidos los hijos de los hermanos. Una familia numerosa era vista como un “buen territorio”. Los padres daban estudio a algunos de sus hijos y el resto se repartía entre los publicadores solteros. De este modo, muchos se mantuvieron activos en la obra de hacer discípulos.

Claro está que esto no era suficiente para los que poseían el verdadero espíritu de evangelizador. Un precursor entusiasta comenzó a “espiar” el territorio fuera de los campos. Aquello era ciertamente arriesgado por las limitaciones que habían impuesto las autoridades del campo. Era preciso buscar algún pretexto para poder salir. Pero ¿cuál? Después de pedir la guía de Jehová en oración, decidió salir a vender sal y otros artículos comestibles. Fijaba un precio alto a fin de evitar que se la compraran y, a la vez, crear oportunidades para dar testimonio. El método se puso en boga. Con el tiempo podía verse a muchos de estos “vendedores” ofreciendo sus productos fuera de los campos. Trabajar el territorio disperso implicaba recorrer largas distancias, salir al amanecer y regresar por la noche. Era poca “vegetación” para tantas “langostas”. No obstante, fue así como muchos pobladores de este territorio aprendieron la verdad.

“Centro de producción de Zambezia”

El trabajo diligente de estos laboriosos “estudiantes de reeducación” y las benditas lluvias que regaron la zona resultaron en gran prosperidad agrícola. Los Testigos de los campos recogían abundantes cosechas de maíz, arroz, mandioca, mijo, batata, caña de azúcar, fríjol y frutos autóctonos, como la mafurra. Los graneros del llamado Círculo de Carico estaban a rebosar. La cría de aves de corral, como gallinas, patos y palomas, y de mamíferos pequeños, como conejos y cerdos, añadía proteínas a su dieta. El hambre del comienzo era una experiencia pasada. En cambio, el resto del país atravesaba la peor hambruna de su historia. (Compárese con Amós 4:7.)

En reconocimiento del éxito de esta operación agrícola, el gobierno comenzó a llamar a la región de los campos el “Centro de Producción de Zambezia”. Con el dinero proveniente de la venta de los excedentes agropecuarios, los hermanos adquirieron ropa y hasta radios y bicicletas. Aunque eran prisioneros, su laboriosidad les permitió estar bien equipados. Cumplían escrupulosamente las leyes fiscales del Estado; de hecho, figuraban entre los principales contribuyentes del lugar. En consonancia con las normas bíblicas, el pago concienzudo de los impuestos, incluso en aquellas circunstancias, era un requisito indispensable para tener privilegios en la congregación. (Rom. 13:7; 1 Tim. 3:1, 8, 9.)

Intercambio cultural

En Carico se dio un intercambio técnico cultural. Muchos aprendieron un nuevo oficio, como albañilería, carpintería y tallado de madera. También aprendieron a fabricar herramientas, trabajar el hierro fundido, hacer muebles de calidad, etc. Este hecho no solo les reportó beneficios personales, sino que constituyó otra fuente de ingresos.

El mayor reto cultural estribó en el idioma. Los mozambiqueños aprendieron chichewa, la lengua de los malauianos; esta se convirtió en la lengua principal de los campos, y en ella estaban escritas casi la totalidad de las publicaciones disponibles. Por su parte, los malauianos aprendieron poco a poco a hablar con soltura el tsonga y sus variantes, propios del sur de Mozambique. Muchos añadieron a estos el inglés y el portugués, lo que les resultaría de gran ventaja cuando asumieran privilegios especiales de servicio en el futuro. Un anciano dice: “Podíamos encontrarnos con un hermano o una hermana que hablara nuestro idioma con fluidez y no saber si era mozambiqueño o malauiano”.

¿Cómo entraba el alimento espiritual en los campos?

Llegaba procedente de Zambia a través de Malaui. ¿Cómo? Un superintendente de circuito contestó: “Solo Jehová lo sabe”. El comité de la O.N. designaba a jóvenes malauianos del campo, muchos de los cuales eran precursores, para que cruzaran la frontera en bicicleta y se encontraran en un sitio determinado con las personas encargadas de entregarles la correspondencia y las publicaciones. Así se mantenía al día a las congregaciones con el alimento espiritual.

Además, los miembros del comité de la O.N. atravesaban la frontera y viajaban hasta Zambia o Zimbabue a fin de aprovechar las visitas anuales de los superintendentes de zona enviados por el Cuerpo Gobernante. Por estos y otros medios, los hermanos de Carico mantuvieron fuertes vínculos con la organización visible de Jehová y permanecieron unidos en la adoración.

Celebrar las reuniones de congregación exigía adoptar medidas especiales. Debido a que los hermanos estaban sometidos a constante vigilancia, muchas se llevaban a cabo al clarear el día o de madrugada. Los concurrentes se juntaban fuera, como si estuvieran comiendo avena en el jardín, mientras el orador se situaba dentro de la casa. Algunas reuniones se realizaban en los lechos de los ríos o en el interior de cráteres naturales. La organización de las asambleas de distrito implicaba mucho más trabajo.

Cómo se organizaban las asambleas de distrito

Una vez recibido el entero programa de la Sociedad, el comité de la O.N. se retiraba varias semanas a la aldea número 9. En aquel lugar relativamente alejado trabajaba todas las noches a la luz de una linterna traduciendo los bosquejos de los discursos, grabando los dramas y asignando a los oradores. De particular utilidad fue un mimeógrafo manual que se había traído de Zimbabue. El trabajo no cesaba hasta que el programa de la serie de seis asambleas quedaba terminado.

Además, se nombraba un equipo para que buscara y preparara el lugar donde se realizaría la asamblea, que bien podía ser la ladera de una montaña o el bosque, pero no a menos de 10 kilómetros de los campos. Todo tenía que hacerse a escondidas de las autoridades y de “los rebeldes”. Valiéndose de radios portátiles prestados, se montaba un sistema de sonido para auditorios de más de tres mil personas. Siempre había un arroyo cercano donde construir una presa para el bautismo. La plataforma, el auditorio, la limpieza, el mantenimiento, todo se organizaba con antelación. Por fin, el lugar de la asamblea quedaba listo, en un sitio diferente cada año.

Se ideó un sistema para que todos los habitantes de las aldeas pudieran estar presentes, el cual funcionaba a la perfección gracias al excelente espíritu de cooperación de los hermanos. Como no todos podían asistir al mismo tiempo, pues una aldea desierta habría llamado la atención de las autoridades, los vecinos se turnaban: una familia asistía un día, y la otra al día siguiente. La familia que se quedaba entraba y salía constantemente de la casa de sus vecinos para que nadie notara su ausencia. ¿Significaba esto que algunos perdían partes de la asamblea? No, porque el programa de cada día se presentaba dos veces. Por eso, las asambleas de tres días duraban seis, y las de dos días, cuatro.

Un equipo de vigilantes formaba una cadena de comunicación que iba desde el centro administrativo del campo hasta el lugar de la asamblea, con un hombre apostado cada medio kilómetro. Cualquier movimiento sospechoso que pudiera constituir una amenaza para la asamblea activaba la línea de comunicación, que podía transmitir un mensaje a 30 ó 40 kilómetros de distancia en tan solo media hora. Esto daba suficiente tiempo a los organizadores de la asamblea para que tomaran una decisión, tal vez suspender todo y ocultarse en el bosque.

José Bana, anciano de Beira, relata: “En cierta ocasión, un agente nos advirtió la noche anterior que la policía tenía conocimiento de nuestra asamblea e iba a disolverla. Se puso a los hermanos a cargo al corriente de la situación. ¿Debería cancelarse el evento? Después de orar a Jehová, decidieron esperar hasta la mañana siguiente. La respuesta llegó por la noche: un torrencial aguacero desbordó el río Munduzi hasta convertirlo en un mar. Dado que la policía estaba en la orilla opuesta, todos pudieron asistir a la asamblea, sin que nadie tuviera que quedarse y sin necesidad de utilizar la cadena de comunicación humana. Cantamos todos los cánticos del Reino que quisimos”.

La apostasía y la aldea número 10

Cierto movimiento apóstata autodenominado “los ungidos”, nacido principalmente en las aldeas malauianas, ocasionó un sinfín de dificultades. Sostenía que el “tiempo de los ancianos” había terminado en 1975 y que ellos, “los ungidos”, debían hacerse cargo. La información del libro de la Sociedad titulado Vida eterna, en libertad de los hijos de Dios, sirvió para ayudar a algunos que tenían dudas a comprender el significado de la verdadera unción. Aun así, la influencia de los apóstatas se extendió, y muchos de los que les prestaron oídos fueron extraviados. Parte de su doctrina afirmaba que no era necesario remitir los informes a la Sociedad; sencillamente los arrojaban al viento después de hacer una oración.

Se calcula en quinientos el número de personas expulsadas como consecuencia del influjo apóstata. Por iniciativa propia y con el consentimiento de las autoridades, decidieron construir su propia aldea, la número 10. Posteriormente, el líder del movimiento llegó a reunir un séquito de mujeres jóvenes que lo atendían, muchas de las cuales le dieron hijos.

La aldea 10 y su grupo siguieron existiendo durante el resto de la estadía en los campos, y causaron muchísimas dificultades a los fieles. Algunos que inicialmente se habían dejado influir por ellos, con el tiempo se arrepintieron y regresaron a la organización de Jehová. Esta comunidad apóstata se disolvió cuando terminó la vida en los campos.

“El campo es nuestra prisión, y las casas, nuestras celdas”

La vida en los campos revistió cierta normalidad hasta comienzos de 1983; sin embargo, nuestros hermanos no olvidaban que eran prisioneros. Es verdad que algunos se las arreglaron para regresar a sus ciudades por su propia cuenta; otros iban y venían. Pero la comunidad como un todo permaneció allí. Era natural que echaran de menos sus hogares. Mantenían correspondencia por correo o mediante uno que otro hermano que se atrevía a visitar a sus parientes y viejas amistades en los campos, aunque algunos fueron detenidos y encarcelados.

Xavier Dengo solía decir: “Ustedes los malauianos son refugiados, pero nosotros somos prisioneros. El campo es nuestra prisión, y las casas, nuestras celdas”. En realidad, la situación de nuestros hermanos malauianos era muy similar. Cualquier apariencia de normalidad estaba a punto de terminar repentinamente.

Una incursión armada siembra el pánico y la muerte

A principios de 1983, miembros armados del movimiento de resistencia nacional invadieron la región de Carico, lo que obligó al comandante del centro administrativo a refugiarse en la sede de distrito de Milange, a una distancia de 30 kilómetros. Por un poco de tiempo, los hermanos todavía pudieron respirar tranquilos, a pesar de que aún se hallaban bajo cierta vigilancia de las autoridades.

No obstante, la tragedia azotó el 7 de octubre de 1984, mientras se ultimaban los preparativos para la asamblea de distrito. Un comando guerrillero procedente del este dejó a su paso por la aldea 9 una estela de pánico, destrucción y muerte. Después de matar al hermano Mutola en la aldea malauiana número 7, asesinaron a Augusto Novela en la aldea mozambiqueña número 4. El sonido de las balas alertó al hermano Muthemba, en la aldea mozambiqueña número 5, quien, al ver el cadáver de un hermano en el suelo, gritó por auxilio a Jehová. La guerrilla quemó y saqueó las casas. Hombres, mujeres y niños corrían frenéticamente en toda dirección, buscando dónde resguardarse. Este ataque violento fue solo el preludio de lo que les aguardaba. Después de haber cruzado por los campos, el grupo armado escogió la zona norte de la aldea 1 para establecer su base de operaciones.

Todos los días, los guerrilleros incursionaban en los campos para robar, quemar las casas y matar. En una de tales ocasiones asesinaron a seis Testigos malauianos, entre ellos a la esposa del superintendente de circuito Fideli Ndalama.

Algunos fueron llevados presos a la base de operaciones. En particular, trató de obligarse a los hombres jóvenes a unirse al movimiento militarizado. Muchos de ellos huyeron de las aldeas y se ocultaron en las machambas (los campos sembrados), adonde sus familiares les llevaban comida. Reclutaron a las muchachas como cocineras, y luego quisieron forzarlas a ser sus “amantes”. Hilda Banze fue una de las que se resistieron a tales requerimientos, por lo que la golpearon con tanta crueldad que la dejaron por muerta. Felizmente, se recuperó.

Los guerrilleros exigieron que la población los sustentara y transportara sus pertrechos. Los hermanos juzgaron dicha exigencia incompatible con su neutralidad cristiana y rehusaron hacerlo. Su negativa les valió la furia del movimiento armado. En aquel remoto lugar, donde la única ley eran las palizas y las armas, no había cabida para la neutralidad ni los derechos humanos. Aproximadamente treinta hermanos perdieron la vida durante este período turbulento. Uno de ellos fue Alberto Chissano, quien explicó así la razón de su renuencia a apoyarlos: “No intervengo en política, y por este motivo me trajeron aquí desde Maputo. No quise hacerlo en el pasado, y no será diferente ahora”. (Compárese con Juan 18:36.) Aquello era demasiado para los opresores, que se lo llevaron a rastras. Seguro de lo que le esperaba, Chissano se despidió de los hermanos con fe inquebrantable. “Hasta el nuevo mundo”, fueron sus últimas palabras antes de que lo golpearan brutalmente y lo hirieran de muerte. Los hermanos del equipo médico intentaron salvarle la vida, pero fue inútil. En efecto, sería “hasta el nuevo mundo”, porque ni siquiera las amenazas de muerte doblegaron su fe. (Hech. 24:15.)

Librados del horno ardiente

La tensión era irresistible, y se precisaba hacer algo para aliviarla. El comité de la O.N. convocó a los ancianos y siervos ministeriales a una reunión a fin de buscar la manera de dialogar con el movimiento de resistencia. Como este había invitado a los pobladores a que fueran a la base de operaciones, los ancianos decidieron ir, junto con un nutrido grupo de hermanos que se ofreció a acompañarlos. Se designó a dos portavoces para que hablaran en nombre de todas las aldeas. Uno de ellos, Isaque Maruli, pasó por su casa para informar a su joven esposa y despedirse de ella. Alarmada por lo que pudiera suceder, trató de disuadirlo, pero él, hablándole confortadoramente, le preguntó: “¿Crees que hemos sobrevivido hasta ahora gracias a nuestro ingenio? ¿O piensas que somos más importantes que los demás hermanos?”. Ella convino en silencio, y tras orar juntos, se despidieron.

Acudieron también a la reunión individuos que deseaban apoyar el movimiento armado, si bien los Testigos, que ascendían a unos trescientos, los superaban en número. Los ánimos estaban exaltados. La gente gritó lemas políticos y cantó himnos militares. Luego se anunció: “Hoy vamos a gritar: ‘¡Viva RENAMO!’ [Resistencia Nacional de Mozambique, grupo guerrillero que encabezaba la lucha contra el gobierno del FRELIMO] hasta que caigan las hojas de estos árboles”. El comandante, sus hombres y los concurrentes no Testigos comenzaron a impacientarse ante el mutismo de los hermanos. Un comisionado político que presidía la reunión explicó la ideología del movimiento y habló de la determinación del alto mando de desmantelar las aldeas y hacer que todo el mundo se dispersara por las machambas. Acto seguido cedió la palabra a los presentes. Nuestros hermanos explicaron su posición neutral con la esperanza de que se entendieran las razones por las que no podían proveerles de alimentos ni transportar pertrechos, etc. En lo referente al desalojo de las aldeas, a ellos ya los habían obligado a abandonarlas.

No agradó en absoluto al comandante la valiente respuesta de los hermanos. Providencialmente, el comisionado se mostró más comprensivo, y tras calmar a aquel, despachó a los hermanos en paz. Así pues, salieron con vida de lo que ellos denominaron el “horno ardiente”. (Compárese con Daniel 3:26, 27.) Con todo, la paz no estaba garantizada. El acontecimiento más estremecedor habría de sobrevenir unos días después.

La masacre de la aldea número 7

Aunque el domingo 14 de octubre de 1984 alumbró el sol, resultó ser un día negro para la región de Carico. Una vez que terminó la reunión de congregación, la cual se celebró temprano aquel día, algunos hermanos fueron a las aldeas a buscar las provisiones que quedaban antes de volver rápidamente a sus nuevos hogares en los sembrados. Un contingente armado salió de la base sin avisar y marchó hacia la aldea mozambiqueña número 7. En las afueras de la aldea 5 capturaron a un hermano, a quien dijeron: “Llévanos a la aldea siete. Vas a ver lo que es la guerra”. Al llegar allí, reunieron a todos los que se encontraban por casualidad y les ordenaron sentarse en círculo, siguiendo la numeración de sus aldeas; entonces procedieron al interrogatorio.

“¿Quién fue el que golpeó y robó a nuestro mudjiba [vigía o informante desarmado]?”, preguntaron. Los hermanos, ignorantes de lo que había pasado, contestaron que no sabían. “Bien, si no quieren hablar, haremos que escarmienten con este hombre que está sentado aquí al frente.” Y mataron a un hermano de un tiro en la frente a quemarropa. Todos temblaban. Cada vez que repetían la pregunta, disparaban a una nueva víctima. Algunas mujeres, abrazadas a sus bebés, se vieron obligadas a presenciar la cruel ejecución de sus esposos, como la hermana Salomina, que vio morir a su marido, Bernardino. También se asesinó a mujeres. Una de ellas fue Leia Bila, esposa de Luis Bila, que había fallecido de un infarto en el campo cercano a Lichinga; de modo que sus pequeños hijos quedaron huérfanos. Ni siquiera se perdonó a los jóvenes, como fue el caso de Fernando Timbane, quien oró a Jehová y trató de animar a los demás aun después de que le habían disparado.

Cuando el número de víctimas brutalmente asesinadas llegó a diez, surgió un desacuerdo entre los verdugos, lo que puso fin a la terrible pesadilla. Obedeciendo sus órdenes, el hermano Nguenha, que hubiera sido la víctima número 11, se levantó de la “silla de la muerte”. Él cuenta: “Oré a Jehová pidiéndole que velara por mi familia, pues mis días habían llegado a su fin. Entonces me puse de pie y sentí un valor singular. Fue solo después cuando experimenté el choque emocional”.

A continuación los guerrilleros obligaron a los sobrevivientes a quemar las casas que quedaban en las aldeas, y antes de marcharse, les advirtieron: “Teníamos orden de matar a cincuenta de ustedes, pero con estos basta. No deben enterrarlos. Estaremos vigilando, y por cada cuerpo que desaparezca, morirán diez más”. ¡Qué orden más extraña y horrible!

El eco de los disparos y la noticia que circularon aquellos que habían logrado escapar sembraron de nuevo el pánico en las aldeas. Desesperados, los hermanos huyeron al bosque y a las montañas. Al cabo del tiempo se supo que el instigador de las preguntas acusadoras que dieron origen a la masacre había sido un expulsado que aspiraba a alistarse en el movimiento de resistencia y que se había hecho ladrón. Procurando ganarse el favor y la confianza del grupo, acusó falsamente a los hermanos de su propia aldea. Una vez descubierto el engaño, los guerrilleros capturaron al autor de las mentiras y lo mataron salvajemente.

Comienza la dispersión

El duelo y la confusión reinaban por doquier en el Círculo de Carico. Los ancianos, también con lágrimas en los ojos, procuraban consolar a las familias que lloraban a sus seres queridos asesinados. Era inconcebible pensar en quedarse, de modo que se originó una dispersión natural. Congregaciones enteras buscaron lugares lejanos, hasta a 30 kilómetros de distancia, donde pudieran sentirse más seguras. Otras, en cambio, resolvieron quedarse a vivir cerca de las machambas. Esta circunstancia duplicó el trabajo de los ancianos que integraban el comité de la O.N., ya que tenían que caminar muchos kilómetros para garantizar la unidad y la seguridad física y espiritual del rebaño en las congregaciones dispersas.

Cuando la noticia de la tragedia llegó a oídos de la sucursal de Zimbabue, esta convino en mandar a varios de sus miembros para que edificaran a los hermanos y consultó al Cuerpo Gobernante, de Brooklyn, sobre el envío de alimentos, ropa y medicinas a los campos de Milange. El Cuerpo Gobernante, profundamente preocupado por el bienestar de los hermanos, ordenó utilizar los recursos económicos existentes para atender sus necesidades e incluso, si era conveniente, facilitarles los medios para que abandonaran Milange y retornaran a sus hogares. Esta opción parecía, en efecto, aconsejable.

A finales de 1984, los miembros del comité de la O.N. salieron de Milange, como solían hacer todos los años, para encontrarse con el superintendente de zona enviado por el Cuerpo Gobernante, en esta ocasión Don Adams, de Brooklyn. En una reunión conjunta con los comités de las sucursales de Zambia y Zimbabue, el comité de la O.N. expuso su inquietud con relación al Círculo de Carico. Se le aconsejó examinar la conveniencia de permanecer en aquel lugar, en vista del principio bíblico contenido en Proverbios 22:3: “Sagaz es el que ha visto la calamidad y procede a ocultarse”. Con esta idea presente, regresaron a los campos.

¿Irse? ¿Cómo? ¿Y adónde?

Enseguida se transmitió el consejo a las congregaciones. Algunos no vacilaron en acatarlo, como João José, un hermano soltero que más tarde intervino en la construcción de las sucursales de Zambia y Mozambique. Junto con un grupo, cruzó la frontera malauiana y entró en Zambia sin mayores dificultades.

Sin embargo, la situación no fue tan fácil en el caso de otros. Muchas familias tenían niños pequeños en los que pensar. Los miembros del movimiento de resistencia vigilaban constantemente las carreteras, y cualquiera que viajara por ellas se exponía a ser atacado. La frontera de Malaui suponía otro peligro, en especial para los hermanos de dicho país, pues todavía se odiaba y perseguía allí a los testigos de Jehová. Por lo tanto, las preguntas desconcertantes fueron: ¿Cómo se irían? ¿Adónde? Después de haber vivido todos esos años en el monte sin documentos, ¿cómo pasarían las fronteras? “Tampoco nosotros lo sabemos”, fue la respuesta del comité de la O.N. en una reunión plenaria con los ancianos que resultó extremadamente tensa. “Una cosa sí es segura, y es que debemos dispersarnos”, recalcó el comité. Y concluyó diciendo: “Que cada quien haga una oración, planee su salida y actúe”. (Compárese con 2 Crónicas 20:12.)

Este fue el tema principal de las reuniones en los meses que siguieron. Los ancianos en su mayoría apoyaron la idea de emigrar y alentaron a los hermanos a obrar a ese efecto. Otros optaron por quedarse. Con el tiempo se inició un éxodo a distintos lugares. Los hermanos malauianos que quisieron volver a su patria fueron detenidos en la frontera por las mismas razones de siempre, viéndose obligados a regresar, lo que apagó el entusiasmo de los que habían resuelto marcharse y reforzó los argumentos de los que estaban a favor de quedarse. La “invitación” a otra “reunión importante” en la base militar constituyó el factor determinante para la mayoría.

Éxodo masivo

El 13 de septiembre de 1985, dos días antes de la anunciada reunión, los miembros del comité de la O.N. que quedaban, a saber, los hermanos Muthemba, Matola y Chicomo, volvieron a reunirse. ¿Qué recomendarían a los hermanos con respecto a la “invitación”? La reunión se prolongó toda la noche. Después de orar y meditar mucho, su decisión fue: “Huiremos mañana por la noche”. Inmediatamente dieron a conocer, en la medida de lo posible, la determinación que habían tomado, así como la hora y el lugar donde se darían cita las congregaciones que estuvieran de acuerdo en marcharse. Esta fue la última intervención del comité de la O.N. en los campos.

A las ocho y media de la noche, después de orar, comenzó un éxodo cronometrado. La salida se mantuvo oculta de los soldados y “los rebeldes”; de lo contrario, el resultado habría sido catastrófico. Amparadas por la oscuridad, las congregaciones salieron a intervalos de quince minutos, dejando dos minutos entre una familia y otra. Una larga fila india serpenteó en silencio por el monte, sin que nadie supiera qué les traería el alba cuando llegaran a la frontera de Malaui, si era que llegaban. Los pastores espirituales del comité de la O.N. fueron los últimos en partir, a la una de la mañana. (Hech. 20:28.)

Después de caminar unos 40 kilómetros, el hermano Filipe Matola, que llevaba dos días sin dormir, cayó rendido de cansancio. Se quedó dormitando a un lado del camino, a la espera de que pasara la última de las personas mayores. Imagínese la alegría que debió sentir cuando su “sobrino”, Ernesto Muchanga, llegó corriendo desde el frente de la fila con la buena noticia: “‘Tío’, ¡están recibiendo a los hermanos en Malaui!”. “Este es un ejemplo de cómo Jehová abre el camino cuando parece que ya no hay salida, como en el mar Rojo”, exclamó Matola. (Éxo. 14:21, 22; véase Salmo 31:21-24.)

Durante los siguientes meses, antes de que pudieran regresar a Mozambique y a sus ciudades de origen, los hermanos experimentaron la vida en los campos de refugiados de Malaui y Zambia. Ahora bien, ¿qué les sucedió a los que se quedaron en Carico?

Los que se quedaron

No todas las congregaciones se enteraron de la decisión del comité de la O.N. antes de que principiara el éxodo. Algunos hermanos que sí lo oyeron optaron por quedarse y asistir a la reunión en la base militar. A pesar de que la congregación de Maxaquene y varias más no habían oído el anuncio, ya habían resuelto huir. Antes de acudir a la base, los hermanos dejaron a sus familias preparadas para la huida. La reunión, a la que asistieron cerca de quinientos hermanos, fue breve y directa. El comandante dijo: “Nuestros superiores han decidido que todos los aquí presentes vayan a la base regional principal, donde pasarán tres meses. Será una larga travesía”. El viaje comenzó en ese preciso momento.

Aprovechando un descuido de los guerrilleros, los hermanos que habían decidido fugarse se escabulleron, buscaron a sus familias y escaparon como pudieron hacia la frontera de Malaui. Otros, ya fuera por obedecer las órdenes del movimiento armado o por falta de oportunidad, emprendieron la marcha hacia el sudoeste, a la base de Morrumbala, adonde llegaron unos días después. Allí se les volvió a presionar para que apoyaran el movimiento. Su negativa les valió severas torturas y un sinfín de golpizas, que resultaron en la muerte de por lo menos un hermano. Tres meses más tarde se les permitió por fin regresar a sus hogares.

Muchos continuaron viviendo en la región de Carico bajo el control total del movimiento de resistencia. Allí quedarían aislados del resto de la organización de Jehová por los siguientes siete años. Era un grupo considerable, que abarcaba cerca de cuarenta congregaciones. ¿Sobrevivirían espiritualmente? ¿Sería su amor a Dios lo bastante fuerte para no sucumbir a la desesperación? Volveremos a hablar de ellos más adelante.

Campos de refugiados en Malaui y Zambia

No todos los que huyeron de Carico fueron acogidos enseguida en Malaui. Estando ya en territorio malauiano, la policía sorprendió a los hermanos de la congregación de Maxaquene mientras descansaban y les ordenó regresar. Los hermanos imploraron clemencia, explicando que habían emigrado a causa de la guerra que se libraba en el lugar donde vivían, pero la policía no atendió a sus ruegos. Sin más alternativa y en medio de la desesperación, alguien gritó: “¡Lloremos, hermanos!”. Y eso fue precisamente lo que hicieron: se pusieron a llorar tan alto que atrajeron la atención de los vecinos. La policía, avergonzada, les rogó que se callaran. Una hermana pidió que por lo menos les dejaran preparar algo de comer a los niños. Los agentes accedieron y prometieron regresar más tarde. Afortunadamente no volvieron. Luego, cierta persona que tenía autoridad acudió en socorro de los Testigos, les proporcionó alimentos y los condujo a un campo de refugiados donde estaban los demás hermanos.

Los campos de refugiados de Malaui se abarrotaron de testigos de Jehová mozambiqueños, a quienes el gobierno aceptó como refugiados de guerra. La Cruz Roja Internacional les prestó ayuda y les llevó provisiones para aliviar la incomodidad y el rigor de la vida en los campos al aire libre. Algunos continuaron el viaje hasta Zambia, donde también se los acogió en campos de refugiados. Filipe Matola y Fernando Muthemba, en colaboración con el Comité del País de Malaui, buscaron a los hermanos mozambiqueños que estaban en estos campos para consolarlos espiritualmente y darles la ayuda económica autorizada por el Cuerpo Gobernante.

El 12 de enero de 1986, A. D. Schroeder, del Cuerpo Gobernante, dio ánimo espiritual a estos hermanos y les transmitió el gran cariño que les tenía el Cuerpo Gobernante. Aunque no pudo entrar en los campos, pronunció en Zambia un discurso que se tradujo al chichewa y cuya grabación fue enviada a los campos donde estaban los hermanos mozambiqueños.

De manera gradual se facilitó a los refugiados los medios para llegar a su próxima parada en Mozambique, que para muchos fue el pueblo de Moatize, en la provincia de Tete. En efecto, se estaba operando un cambio en la actitud del gobierno mozambiqueño hacia los testigos de Jehová, si bien no todos los funcionarios locales lo evidenciaban.

De vuelta a Mozambique

Lentamente, los Testigos fueron inundando los pueblos al este de la ciudad de Tete. Se los alojó en vagones abandonados que antiguamente habían servido de baños públicos. Estos se limpiaron, y muchos se utilizaron como lugares de reunión para la Conmemoración de la muerte de Cristo del 24 de marzo de 1986.

Hermanos de todas partes de Mozambique esperaron allí durante varios meses sin saber cómo se los devolvería a sus lugares de origen. La espera no estuvo libre de padecimientos. Trataron de crear alguna forma de empleo para su sostén o para ahorrar algún dinero y comprar un boleto de avión, sin mucho éxito. Era imposible desplazarse por tierra debido a la guerra. Las autoridades locales, que continuaban empeñadas en hacerlos repetir consignas políticas, no siempre los trataron con bondad. Frente a esta situación, los hermanos replicaron intrépidamente: “Nos llevaron a Carico por este motivo. Allí cumplimos nuestra condena y nos abandonaron en manos de agresores armados. Escapamos por nuestros propios medios. ¿Qué más quieren de nosotros?”. Ante esta respuesta, las autoridades los dejaron en paz. Sin embargo, siguieron hostigando y encarcelando a los jóvenes en un intento de reclutarlos en el ejército para contrarrestar los continuos ataques guerrilleros en la zona. Un buen número de hermanos jóvenes se las arreglaron hábilmente para huir y ocultarse.

El comité de Malaui decidió que Fernando Muthemba fuera a Tete a ayudar a los hermanos. A su llegada a Moatize, las autoridades resolvieron inspeccionar su equipaje. Los hermanos rescataron justo a tiempo las publicaciones que tenía en su poder. Así pues, cuando la policía registró las maletas, ¿qué encontró? “Solo harapos”, dice él. Desilusionados, le preguntaron: “¿Eso es todo?”. Sí, eso era todo. Ese era todo el equipaje de un hombre que había llevado responsabilidades tan pesadas en los campos. Igual que los demás, regresaba sin nada. De hecho, en ese momento el aspecto de los hermanos no era nada agradable: estaban sucios, andrajosos, hambrientos y obviamente acusaban los malos tratos recibidos. Qué bien encajaban con la descripción inspirada que se dio de muchos de los siervos de Dios del pasado: “Anduvieron de acá para allá en pieles de oveja, en pieles de cabra, hallándose en necesidad, [...] bajo maltratamiento; y el mundo no era digno de ellos. Anduvieron vagando por los desiertos áridos y [...] las cuevas y cavernas de la tierra”. (Heb. 11:37, 38.)

Por fin hay transporte a Maputo

Un comité creado por la Sociedad en Maputo gestionó ante diversos organismos oficiales y privados el desplazamiento de los hermanos que estaban en Tete y en Zambia. ¡Cuánta felicidad sintieron Isaque Malate y Francisco Zunguza cuando el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados les informó que se habían autorizado más de cincuenta vuelos para traer de vuelta a los testigos de Jehová! Estaban muy agradecidos de que el gobierno hubiera dado su aprobación.

Los hermanos de Tete, que vivían en campos próximos al aeropuerto y no sabían nada de lo anterior, iban allí todos los días con la esperanza de que algún avión de carga llevara por lo menos a unos cuantos. Emocionado, Fernando Muthemba rememora lo que sucedió el día 16 de mayo de 1987: “Eran las siete y media de la mañana cuando miré al aeropuerto y vi dos grandes aviones Boeing, que darían comienzo al ‘puente aéreo’ mediante el cual se trasladaría a todos los testigos de Jehová a Maputo”. ¡Qué emoción regresar a sus ciudades después de doce años de ausencia!

Desafortunadamente, los hermanos distaban mucho de estar presentables. Emídio Mathe, anciano de la congregación de Maxaquene, pidió prestados unos pantalones a alguien que tenía más de un par a fin de llegar a Maputo lo mejor arreglado posible. Los hermanos que los esperaban también les llevaron ropa a los aviones para que tuvieran un aspecto digno al salir. ¿Estaban avergonzados? “No —responde Emídio—; aunque se nos había despojado materialmente, abrigábamos la esperanza de que un día Jehová nos utilizaría para enaltecer su nombre. No nos preocupaban los bienes materiales ni teníamos de qué avergonzarnos. Íbamos harapientos, pero nuestra fe en Jehová seguía invicta.” Los hermanos de la República de Sudáfrica y de Zimbabue contribuyeron gustosamente toneladas de alimentos y ropa para los hermanos mozambiqueños que habían regresado.

Igualmente, el gobierno facilitó el transporte de los Testigos que se dirigían a otras provincias. Tuvieron problemas los que regresaron a la provincia de Sofala, al área conocida como el Corredor de Beira (por estar bajo la protección del ejército zimbabuense). Dieciocho fueron detenidos, entre ellos un anciano, y conducidos a la base del movimiento de resistencia.

“¡Jehová es grande, muy grande!”

Tras interrogarlos y darse cuenta de que eran testigos de Jehová, el comandante de la base mandó llamar al encargado de una iglesia que quedaba en el territorio controlado por el movimiento de resistencia, y le dijo: “Estos son testigos de Jehová. A partir de ahora van a orar con ustedes, así que trátenlos bien”. Para sorpresa de los hermanos, el pastor (que hacía algún tiempo había obtenido en Zimbabue varias publicaciones de la Sociedad Watch Tower) exclamó, sacudiendo la cabeza: “¡Jehová es grande, muy grande!”, y añadió: “Le habíamos rogado que nos enviara por lo menos a una persona que nos enseñara”.

Al día siguiente congregó a los 62 miembros de su grey y pidió al anciano que les dirigiera la palabra. Este empezó por decirles que debían quitar todas las imágenes, cosa que hicieron sin dilación. (Deu. 7:25; 1 Juan 5:21.) También les mostró que Jehová no aprueba ni autoriza el que sus siervos hoy día expulsen espíritus malignos, y que el toque ritualista de tambores no forma parte de la adoración verdadera prescrita en la Biblia. (Mat. 7:22, 23; 1 Cor. 13:8-13.) Para concluir, el pastor se puso de pie y declaró: “Desde hoy, mi familia y yo seremos testigos de Jehová”. Toda la congregación salvo una pareja manifestó el mismo propósito.

Los hermanos celebraron las reuniones con regularidad durante los cuatro meses de su estancia. Cuando llegó la hora de marcharse, llevaron consigo a un buen número de miembros del grupo, muchos de los cuales habían sido militantes activos de las facciones guerrilleras.

Una gran multitud se unió al pueblo de Jehová durante este período, pues a pesar de los momentos difíciles vividos, los hermanos nunca dejaron de predicar las buenas nuevas del Reino de Dios y hacer discípulos. (Mat. 24:14; 28:19, 20.)

El retorno a la vida urbana

Aunque agradecían haber regresado a las ciudades, la existencia de los hermanos siguió siendo penosa por la falta de documentación, vivienda y empleo. Era una nueva etapa en su azarosa vida. La propia nación atravesaba una época convulsiva, azotada por la guerra civil, el hambre, la sequía y el desempleo. ¿Sobreviviría el pueblo de Jehová a una situación tan desesperada?

El gobierno acudió en su auxilio mediante la fundación del Departamento de Reintegración Social. Muchos se reincorporaron a sus viejos trabajos, ocupando importantes cargos tanto en el sector público como en el privado; otros se hicieron empresarios.

Un buen número pudo regresar a sus antiguas casas, pues estaban habitadas por parientes. En el caso de otros, sin embargo, no fue tan fácil, ya que desconocidos o familiares belicosos se habían apropiado de sus casas o estas habían pasado a manos del Estado. Contrario a lo que las autoridades pudieran haber temido, los Testigos que volvieron optaron humildemente por no provocar ningún disturbio. Aquellos que no habían sido recluidos en los campos acogieron en sus hogares a los hermanos sin techo. Poco a poco encontraron un lugar donde vivir o construyeron sus propios hogares. Jehová ha bendecido su empeño, y hoy muchos poseen una buena casa, para sorpresa de quienes los vieron regresar en condición tan lastimosa. Merece destacarse que, pese a la pobreza imperante, ningún testigo de Jehová se vio obligado a pedir limosna. Al cabo de los años, cuando se instauró un sistema de adquisición de vivienda propia por compra al Estado, el primer propietario en todo el país fue un testigo de Jehová que había estado en Carico. Allí está ubicado actualmente el almacén de publicaciones de Maputo.

No obstante, el interés principal de los hermanos no consistía en obtener casa u otros beneficios materiales, sino en encontrar lugares donde celebrar las reuniones. Al fin y al cabo, ¿no era esa la razón primordial por la que Jehová los había repatriado sanos y salvos? Así lo creían firmemente. (Compárese con Ageo 1:8.) No tardaron en improvisar Salones del Reino de; todo tipo: en patios, salas y cocinas; en chozas de cinc y paja; y en algunos casos —un lujo—, se reunían en aulas escolares o auditorios de hospitales alquilados. La mayoría de las 438 congregaciones de Mozambique todavía se reúnen en estos Salones del Reino provisionales, siendo raras las excepciones. Una de tales se encuentra en Beira, donde los hermanos, gracias a la asistencia de la sucursal zimbabuense y su intrépido equipo de construcción, superaron innumerables obstáculos, hasta que finalmente, el 19 de febrero de 1994, dedicaron los primeros dos Salones del Reino de Mozambique fabricados en ladrillo.

Comités especiales y legalización

A fin de atender las necesidades materiales y espirituales de los hermanos que reorganizaban sus vidas, así como atender mejor a las congregaciones, el Cuerpo Gobernante nombró comités especiales en Tete, Beira y Maputo, supervisados por las sucursales de Zimbabue y la República Sudafricana. También se abrieron en dichas ciudades almacenes para el abastecimiento de las vitales publicaciones bíblicas, que a su vez sirvieron de centros de distribución de alimentos y ropa a los damnificados. Si bien se organizaron asambleas de circuito y distrito, aún fue preciso salvar varios obstáculos antes de poder celebrarlas abiertamente.

El 11 de febrero de 1991 resonó por todo el país una emocionante noticia que llenó de alegría al pueblo de Jehová en el mundo entero: el gobierno mozambiqueño había reconocido a la Associação das Testemunhas de Jeová de Moçambique (Asociación de los Testigos de Jehová de Mozambique), de la que fue el primer presidente Fernando Muthemba, el cual había colaborado fielmente en el cuidado de los hermanos en Carico. El pueblo de Jehová de Mozambique también se regocijó mucho por el arribo de los primeros misioneros de Galaad, que se instalaron en hogares misionales en Maputo y Beira. Al mismo tiempo se estaba adecuando uno más en Tete para otros misioneros que llegarían pronto.

Felicidad a causa de los misioneros

Un verdadero campo misionero se abría en Mozambique. Motivados por la abnegación y el deseo de participar en la reconstrucción y la siega espirituales en Mozambique, un buen número de graduados de Galaad y precursores especiales que habían atendido otros campos, aceptaron gustosos la invitación a servir en este país. Procedían de cinco continentes, muchos de países de habla portuguesa, como Brasil y Portugal. Su nueva asignación no estaba exenta de obstáculos, ya que en 1990 y 1991 el país apenas comenzaba a salir del atolladero económico provocado por la guerra y la sequía. Hans Jespersen, misionero danés que había servido en Brasil y ahora es superintendente de distrito, recuerda: “Prácticamente no había nada en las tiendas; las secuelas de la guerra saltaban a la vista”. Sin embargo, actualmente se registra una tendencia de recuperación económica ininterrumpida, pese a lo cual muchos de nuestros hermanos del norte y de las zonas rurales aún viven en condiciones extremadamente difíciles.

Los misioneros se enfrentaron a multitud de situaciones nuevas para ellos. Por ejemplo, antes del acuerdo de paz suscrito entre el gobierno del FRELIMO y la RENAMO, a veces tenían que viajar en colunas (largos convoyes de vehículos escoltados por los ejércitos del gobierno), que en ocasiones eran atacadas. Pero sintieron mucha alegría al llegar a conocer a sus hermanos, para muchos de los cuales ver a Testigos de otras razas y nacionalidades era un sueño hecho realidad.

En una remota zona del norte, un niño caminó todo el día con su padre para ver a un misionero australiano. Contemplando la cara de asombro del pequeño, el padre le dijo: “¿No te dije acaso que también tenemos hermanos blancos?”. Muchos manifestaban su complacencia al saludar a los misioneros, diciendo: “Solo sabíamos de ustedes por las experiencias del Anuario. Los Testigos mozambiqueños que permanecían en los campos de refugiados zambeses para 1993 relatan: “Cuando oímos en Zambia que había un hogar misional en Tete, hicimos todo cuanto pudimos para ir a verlo con nuestros propios ojos y quedarnos allí sirviendo, dieciocho años después de haber sido llevados a Carico”.

El objetivo fundamental de estos misioneros en Mozambique, a saber, predicar las buenas nuevas del Reino de Dios, les ha proporcionado inmensa satisfacción. Los primeros misioneros que llegaron a Maputo y Beira recuerdan: “Era tanta el hambre espiritual de la gente que todos los días dejábamos cantidades enormes de publicaciones”. Las obras de la Sociedad son las únicas en el país impresas a cuatro colores, por lo que atraen mucho la atención del público. A petición de muchos estudiantes, los hogares misionales se usan frecuentemente como sede de estudios bíblicos.

Hay ahora seis hogares misionales en el país y 50 misioneros sirviendo en diversos lugares. Algunos viajan todos los meses por rutas establecidas por la sucursal para recoger informes y entregar correspondencia, revistas y publicaciones. Entre tales rutas figura el antiguo Círculo de Carico, en Milange.

A propósito, ¿qué les sucedió a los Testigos que se quedaron allí aislados del resto de sus hermanos?

Se abre el Círculo de Carico

El 4 de octubre de 1992 se firmó en Roma el Acuerdo General de Paz entre el FRELIMO y la RENAMO, poniendo así fin a dieciséis años de guerra civil en Mozambique. El festejadísimo acontecimiento hizo posible que se abriera el telón que cubría la región del antiguo Círculo de Carico. ¿Qué se pudo ver? A más de cincuenta congregaciones de testigos de Jehová emerger de una condición aislada que había durado siete años. ¿Cómo lograron sobrevivir espiritualmente a un período de aislamiento tan severo?

En febrero de 1994 se entrevistó en Milange a 40 de los hermanos a cargo de la obra. En la ocasión estuvieron presentes también un millar de personas que habían andado más de 30 kilómetros solo para ver a los misioneros. Los ancianos que se habían quedado tras el éxodo relataron: “Después de golpearnos a muchos de nosotros en la base militar, nos permitieron volver a vivir en las machambas de las extintas aldeas. Con el tiempo, la RENAMO autorizó la construcción de Salones del Reino para nuestras reuniones. Prometieron, y cumplieron, que no nos molestarían mientras estuviéramos reunidos o fuéramos de camino a las reuniones; también dijeron que no responderían si un día de reunión encontraban a alguien en casa o fuera del Salón del Reino”. ¿Y qué sucedió con la predicación? Su respuesta fue conmovedora: “Vivíamos como animales silvestres, sin ropa y despojados de todas nuestras pertenencias; pero jamás olvidamos que éramos testigos de Jehová y teníamos la obligación de predicar el Reino”. ¡Qué elocuente demostración de aprecio y amor a Dios!

En 1993, el superintendente de distrito y su esposa presenciaron un acontecimiento nunca antes visto en una asamblea en Milange, algo que confirmaba el hecho de que estos hermanos verdaderamente habían seguido haciendo discípulos. Cuando el orador que pronunciaba el discurso de bautismo pidió a los candidatos que se pusieran de pie, ¡quinientas cinco personas de las dos mil veintitrés presentes se levantaron para ser bautizadas! Pero todavía hay más.

“Saulo” de Carico

Saulo de Tarso, tenaz perseguidor de los discípulos de Jesucristo del siglo I, se convirtió en un celoso siervo de Jehová. Carico también tenía su “Saulo”. Se trata de un hombre de finos rasgos y aspecto manso que ahora es siervo ministerial y precursor regular. No parece haber nada en él que lo distinga de sus compañeros de trabajo mientras se ganan el sustento con el sudor de la frente. Pero escúchele narrar su historia aprovechando una pausa en sus labores:

“En junio de 1981, el movimiento de resistencia se apoderó de la zona donde yo vivía. Me llevaron al cuartel junto con los demás hombres para explicarnos los nobles objetivos de su lucha y la importancia de apoyar la emancipación de nuestro pueblo. Recibí entrenamiento militar y peleé en varios combates, en los que triunfamos. Así transcurrieron los siguientes siete años de mi vida. Mi lealtad al movimiento me valió el ascenso a comandante. Estuve al mando de siete ejércitos pequeños. Entre las muchas regiones que cayeron bajo nuestro control figuraba Carico. Envié un regimiento a las aldeas de los testigos de Jehová para obtener su apoyo, y autoricé la quema de sus hogares y el asesinato de algunos de ellos. Mis comandos me decían: ‘Podremos matarlos a todos, pero nunca los haremos cambiar’. Con el tiempo me transfirieron a otras bases.”

Aunque este comandante no tenía el menor escrúpulo en perseguir al pueblo de Dios, en su misericordia, Jehová le dio la oportunidad de cambiar. “Después de siete años de ausencia —explica—, pedí un permiso para ir a ver a mi esposa. Y fue en un campo de refugiados de Malaui donde tuve el primer contacto personal con la verdad. Al principio la rechacé. Después, al oír del nuevo mundo, el Reino de Dios y un mundo sin guerras, me pregunté: ‘¿Puede alguien que ha hecho cosas tan malas beneficiarse de esas promesas?’. La respuesta que me dieron de la Biblia fue: ‘Sí, mediante la fe y la obediencia a Dios’. Acepté un estudio bíblico y me bauticé en junio de 1990. Desde entonces he sido precursor y he ayudado a muchos de mis compañeros ex combatientes. En un solo campo ayudé a catorce individuos a ser siervos de Jehová. He servido donde hay gran necesidad, y también he sufrido a causa de mi neutralidad. Le doy muchas gracias a Jehová por su misericordia al pasar por alto los tiempos de mi ignorancia y perdonarme sobre la base del sacrificio de Jesucristo”. (Hech. 17:30.) Este es solo un ejemplo de los muchos que ilustran por qué los hermanos mozambiqueños exclaman a menudo, con hondo agradecimiento: “¡Jehová es grande!”. (Sal. 145:3.)

Una sucursal en Maputo

¿Quién lo hubiera pensado? Ocurrió antes de lo que se esperaba. El Cuerpo Gobernante aprobó la apertura de una sucursal en Mozambique. A partir de 1925, cuando el minero Albino Mhelembe llevó la verdad desde Johannesburgo, la obra había estado al cuidado de las sucursales de la República Sudafricana, Malaui y Zimbabue. Finalmente, el 1 de septiembre de 1992, la sucursal de Mozambique inició la tarea de supervisar este vasto territorio desde una casona que la Sociedad compró y renovó, situada en un barrio de muchas embajadas de Maputo. Con una familia pequeña de siete miembros, el recién nombrado comité de sucursal tenía ante sí una labor gigantesca. Habrían de organizar el trabajo en el campo, velar por las necesidades espirituales e incluso materiales de los hermanos, asistir en la construcción de Salones del Reino y edificar la nueva sucursal. Un trabajo enorme, sin duda. Pero comenzó a llegar ayuda.

Equipos de voluntarios internacionales procedentes de diversos lugares del mundo, trabajan ahora con sus hermanos mozambiqueños en la construcción de las instalaciones de la nueva sucursal en un agradable lugar frente a la playa. El número de los miembros regulares de la familia de Betel ya llega a los 26. Los hermanos de Maputo también colaboran. Como un grupo unido, todos trabajan para exaltar la adoración del Dios verdadero, Jehová, en esta parte de la Tierra. (Isa. 2:2.)

“Sigan teniendo aprecio a hombres de esa clase”

Los superintendentes viajantes efectúan igualmente una obra difícil. Entre ellos se encuentran hombres como Adson Mbendera, quien visitaba las congregaciones del norte y posteriormente formó parte del comité de la O.N. en los campos; Lameck Nyavicondo, a quien los hermanos de Sofala recuerdan con aprecio; Elias Mahenye, que vino de la República Sudafricana a servir y fue objeto de grandes crueldades; fue él quien advirtió: “La PIDE [la policía colonial] ha desaparecido, pero su padre, Satanás el Diablo, todavía anda suelto. Cobren fuerza y ánimo”. (1 Ped. 5:8.) Sin esperar nada a cambio, renunciaron a todas las comodidades que pudieran haber tenido con el ánimo de servir a sus hermanos.

Recientemente se creó un circuito en el área de Milange, donde estaban ubicadas las aldeas “prisiones”. Los hermanos que allí residen dan muchas gracias a Jehová porque ahora pueden aprovechar al máximo el cuidado que les proporciona su organización visible. Para Orlando Phenga y su esposa ha sido un privilegio dejar Maputo y servir en este lugar, donde él y otros miles representaron un papel en el “Escenario de Carico”. Al occidente de la ciudad de Tete, Benjamin Jeremaiah y su esposa viajan a pie durante varios días hasta llegar a lugares donde la gente nunca ha visto un automóvil, en un esfuerzo por reintegrar a aquellos que estuvieron aislados durante años a causa de la guerra. Raymond Phiri, un abnegado hermano soltero, ha tenido que dormir en la cima de una montaña junto con la congregación a la que estaba sirviendo para huir de posibles ataques y preparar desde allí los informes para la sucursal. Hans y Anita Jespersen sirven en el distrito rural, donde han llegado a conocer las riquezas espirituales y la pobreza material de sus hermanos.

Todos estos hermanos manifiestan la clase de espíritu que motivó al apóstol Pablo a escribir tocante a Epafrodito: “Sigan teniendo aprecio a hombres de esa clase”. (Fili. 2:29.)

Adelante con celo piadoso

Además de mantenerse íntegros bajo terribles pruebas, los fieles hermanos mozambiqueños han manifestado su amor a Dios y al prójimo de otra manera. Han empleado en el ministerio público su nueva libertad, así como las abundantes provisiones de Jehová en forma de revistas y demás publicaciones. Se les puede ver predicando libremente en las calles, las plazas públicas y los mercados, como el de Xipamanine. Los resultados son patentes, pues el número de alabadores de Jehová aumenta con celeridad.

Aparte de los nuevos publicadores, el regreso de los hermanos que estaban en campos de refugiados en los países vecinos también ha influido en el incremento. Circuitos enteros han vuelto y han edificado rápidamente Salones del Reino, valiéndose de cualesquier materiales que estaban a su alcance. Esto lo han hecho incluso en comunidades de refugiados temporales, como Zóbuè, en la frontera malauiana, y Caboa-2, en las afueras de Vila Ulongue. Sin sentarse a esperar mejores tiempos, muchos han ingresado en las filas de los precursores. Ya hay más de mil novecientos participando en el servicio de tiempo completo, los cuales agradecen mucho la preparación impartida por las Escuelas del Servicio de Precursor, que entraron en funcionamiento en este país en 1992.

¿Tiene idea de quiénes fueron los instructores de la escuela celebrada recientemente en Maputo, donde casi la totalidad de la clase estaba compuesta de hermanos que habían estado en el Círculo de Carico? Francisco Zunguza, el mozambiqueño con el mayor récord de encarcelamientos debido a su fe, y Eugênio Macitela, quien fue arrestado y enviado a Milange a la semana de haber empezado a estudiar. Ambos son actualmente superintendentes de circuito. Y uno de los estudiantes fue Ernesto Chilaule, quien goza contando su anécdota: “Cada vez que paso por la calle donde está el edificio de la ahora desaparecida PIDE, miro a la ventana y me acuerdo de que allí fue donde los agentes me dijeron: ‘Entiéndalo bien Chilaule: Estamos en Mozambique, y nunca obtendrán la legalidad en este país’. Y ¡mire! Ahí más abajo está la sucursal”.

¡Qué satisfacción debe sentir el hermano Chilaule de que su pequeña Alita, que solía ir a buscar los alimentos de socorro mientras él estuvo en la cárcel de Machava, sea ahora la esposa de Francisco Coana, uno de los miembros del comité de sucursal! El hermano Coana fue el celoso precursor de Carico que se las ingenió para “vender” víveres a la gente fuera de los campos y así poder predicarles. No cabe duda de que Jehová ha bendecido a los millares de fieles que, allá en el norte del distrito de Milange, en el Círculo de Carico, constituyeron un hermoso tributo de amor, fe e integridad para la honra y gloria suya. (Pro. 27:11; Rev. 4:11.)

Mas la batalla aún no ha terminado. Acechan nuevos y grandes peligros. El permisivo espíritu mundano que se ha extendido por toda la Tierra puede causar bajas aquí también, y ya lo ha hecho. La inmoralidad, el materialismo y la indiferencia producidas por los tiempos aparentemente más fáciles se han cobrado sus víctimas. No obstante, los fieles siervos de Jehová de Mozambique permanecen en constante vigilancia. Han sobrevivido a tremendas pruebas de fe y están determinados, con la ayuda de Jehová, a seguir dando prueba de que lo aman con todo el corazón, mente, alma y fuerzas, y que aman al prójimo como a sí mismos. Tienen una fe inamovible en que el Reino de Dios pronto transformará la Tierra en un paraíso, donde no solo cesarán las guerras y el hambre, sino también tendrán la dicha de dar la bienvenida a sus seres queridos que han muerto, entre ellos a todos los que se mantuvieron fieles a Dios hasta la muerte en el Círculo de Carico. (Pro. 3:5, 6; Juan 5:28, 29; Rom. 8:35-39.)

[Fotografía en la página 131]

“Nunca obtendrán la legalidad en este país... Ya puede despedirse de la idea”, le dijeron a Ernesto Chilaule

[Fotografía en la página 175]

Los Testigos se congregaron para celebrar la Asamblea de Distrito “Devoción Piadosa” cerca de Maputo en 1989, a poco de regresar de los campos

[Fotografía/Mapas en la página 123]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

ZAMBIA

MALAUI

MOZAMBIQUE

ZIMBABUE

REPÚBLICA SUDAFRICANA

Milange

Carico

Mocuba

Inhaminga

Beira

Maxixe

Inhambane

Maputo

Tete

[Mapa]

Mapa del recuadro: muchos hermanos fueron expatriados a Santo Tomé, en el océano Atlántico, a unos 3.900 kilómetros

[Fotografías en la página 177]

Arriba: ancianos y superintendentes de circuito en el lugar donde los misioneros entregan publicaciones y correo todos los meses

Abajo: misioneros en Tete recibiendo clases de chichewa

[Fotografías en la página 184]

El Comité de Sucursal (comenzando por la izquierda: Emile Kritzinger, Francisco Coana, Steffen Gebhardt) y una foto del edificio de la sucursal en construcción en Maputo

[Fotografías en las páginas 140, 141]

En el campo de refugiados de Carico, nuestros hermanos 1) cortaban madera y 2) amasaban barro con los pies para fabricar ladrillos, mientras que 3) las hermanas acarreaban agua. 4) Encontraron la manera de celebrar asambleas. 5) Xavier Dengo, 6) Filipe Matola y 7) Francisco Zunguza ayudaron a suministrar supervisión espiritual en calidad de superintendentes de circuito. 8) Este Salón del Reino construido por los Testigos malauianos todavía se usa

[Ilustración de la página 116 (completa)]