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Venezuela

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CONOCER Venezuela puede asemejarse a realizar un viaje alrededor del mundo. ¿Qué encontrará? Quizás a un indígena cazando con lanza en la selva, a una señora bien vestida comprando en una lujosa boutique, a varios visitantes bailando al ritmo de un tambor africano en una fiesta nocturna, a un muchacho envolviéndose en su poncho para protegerse del viento de la montaña mientras corre a juntar sus ovejas, y a más de setenta y un mil testigos de Jehová de todas las edades y antecedentes ocupados en hablar a la gente acerca del Dios verdadero y su Reino.

Los venezolanos descienden en su mayor parte de indios, españoles y africanos. A partir de la II Guerra Mundial, muchos emigrantes europeos procedentes de Italia, Portugal y España han venido a formar un sector importante de la población. Y al observador no puede menos que impresionarle la cantidad de jóvenes que se ven por todas partes.

Venezuela, situada en la costa septentrional de América del Sur, es una tierra de grandes contrastes. Por un lado están los 2.800 kilómetros de costa caribeña acariciada por las brisas tropicales, y por otro, las montañas coronadas de nieve y las selvas exuberantes. No solo hay llanuras extensas (conocidas como los Llanos), sino también cataratas de impresionante belleza, como la de Cuquenán, con una caída de 600 metros, y el Salto del Ángel, la cascada más alta del mundo, que se precipita 979 metros y es alimentada por un río subterráneo que nace en la rocosa meseta superior. Caracas, la capital, es una moderna metrópolis de unos cuatro millones de habitantes, que cuenta con modernos centros comerciales y está unida al interior gracias a una excelente red de carreteras. No obstante, hay cientos de miles de personas que contemplan la prosperidad de esta ciudad desde los vecindarios ilegales de los cerros.

El clima religioso de Venezuela

La gran mayoría de los venezolanos son católicos, aunque la Iglesia ya no ejerce en la población la influencia de antes. Pese a que los indios nativos, al igual que las personas de origen africano, suelen ser católicos nominales, tienen sus propios ritos y supersticiones. Son muy populares la brujería y el espiritismo. Mucha gente lleva amuletos para protegerse del mal de ojo. Está muy extendido el culto a María Lionza, que es parecido al vudú. Además, los grupos evangélicos están aumentando.

Toda región cuenta con su propio “santo” o “virgen”, los cuales desempeñan un papel importante en la vida de los católicos. En casi todas las casas hay cuadros religiosos. En algunas colocan encima de la puerta principal un esqueje de una planta para protegerse de los malos espíritus; en otras ponen sobre una mesa una Biblia abierta por el Salmo 91 con la esperanza de que conceda cierta protección al hogar.

Al lado del cuadro del “santo” de su devoción suelen colgar otro de Simón Bolívar, quien logró la independencia del dominio español para Venezuela y para otros cuatro países sudamericanos. Como prueba de la honra que se le da en este país, se encuentran el aeropuerto internacional Simón Bolívar, la Universidad Simón Bolívar, la avenida Simón Bolívar, la Ciudad Bolívar y el estado de Bolívar. La moneda también recibe el nombre de bolívar. Toda población venezolana tiene una plaza central, que casi siempre se llama plaza Bolívar. Pintados con cuidado en los muros suelen verse dichos atribuidos a este prócer.

Una característica sobresaliente de los venezolanos es su respeto profundo por Dios y su creencia en la Biblia. Rara es la vez que se burlan de alguien que quiere hablar de asuntos espirituales. Esta disposición receptiva proporcionó un terreno fértil para plantar las semillas de la verdad acerca de Jehová y sus propósitos.

Unas mujeres con verdadero espíritu misional

Mientras gran parte del mundo estaba tratando de hacer frente a las consecuencias de la I Guerra Mundial y Adolf Hitler causaba dificultades en Europa, dos testigos de Jehová que vivían en Texas (E.U.A.), Kate Goas y su hija, Marion, decidieron hacer más para difundir el mensaje de paz de la Biblia. Escribieron a la central de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract, de Brooklyn (Nueva York), preguntando dónde podían ser más útiles, y añadieron que sabían algo de español. Se las asignó a Venezuela.

Llegaron en barco en 1936 y alquilaron una habitación en la capital, Caracas, que para entonces tenía una población de 200.000 habitantes. Más de diez años antes, varios Estudiantes de la Biblia, como se conocía entonces a los testigos de Jehová, habían visitado Venezuela y habían distribuido miles de tratados bíblicos en las ciudades principales, pero no se habían quedado en el país. Sin embargo, Kate Goas y su hija no habían ido allí de visita. Aunque el aspecto de Kate era fino y delicado, iba de puerta en puerta cargada con una enorme bolsa de publicaciones y un gramófono. Entre ella y su hija abarcaron de modo sistemático todo Caracas. Hecho esto, se trasladaron al interior del país y viajaron largas distancias en autobús por caminos polvorientos sin pavimentar. Predicaron en lugares como Quiriquire, El Tigre, Ciudad Bolívar, en el este, y Maracaibo, en el oeste.

Sin embargo, en julio de 1944 tuvieron que regresar a Estados Unidos porque Marion contrajo el paludismo. Kate Goas escribió una carta a la Sociedad con fecha del 2 de agosto de 1944, en la que decía: “Hemos dejado muchísimas publicaciones. [...] Después de predicar por toda la República prácticamente, seguimos encontrando personas que las aprecian y las leen cada vez que se las llevamos. [...] Ahora, después de dos años de predicación constante en Caracas, siete personas —seis hermanas y un hermano— se han puesto de parte de la justicia y se han bautizado. [...] Están muy contentas con el conocimiento cristiano que tienen de Jehová y su Reino. [...] Por todo Caracas se ha dado un buen testimonio varias veces, y la gente conoce bien el contenido de nuestras publicaciones. [...] Sirviendo en favor de Su Teocracia, Kate Goas”. El “hermano” que menciona la carta era el joven Rubén Araujo, del cual hablaremos más adelante. (A propósito, los siete hermanos a los que bautizó la hermana Goas fueron bautizados nuevamente en 1946 por un hermano, en armonía con el modelo bíblico, que muestra que los bautismos deben realizarlos solo varones que tengan una relación aprobada con Jehová.)

Se coloca el fundamento para dar más testimonio

Cuando la hermana Goas escribió su carta a la Sociedad, en Brooklyn se estaba planificando el envío a Venezuela de misioneros preparados en la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Nathan Knorr y Fred Franz, entonces presidente y vicepresidente de la Sociedad Watch Tower, respectivamente, viajaron a Latinoamérica repetidas veces con el fin de colocar las bases de la obra misional. Programaron una visita a Venezuela en 1946. Se había asignado a este país a tres misioneros, graduados de la Escuela de Galaad, pero todavía no habían recibido sus visados. ¿Quién se encargaría de hacer los preparativos para la visita del presidente, del 9 al 12 de abril de 1946?

Enviaron en avión a uno de los tres misioneros con un visado de turista. Este se alojó en casa de Jeanette Atkins, una hospitalaria mujer a quien Kate Goas había llevado la verdad. Pero tres semanas después, el misionero desapareció misteriosamente. Su patrona y amigos preguntaron a la policía y en el aeropuerto, hasta que por fin descubrieron que había regresado a Estados Unidos presa de la nostalgia.

Antes de que eso ocurriera, los hermanos Knorr y Franz hicieron una visita muy provechosa al grupo de hermanos de Venezuela. Rubén Araujo recuerda que el mismo día en que llegaron se celebró una reunión en el patio de la casa de Jeanette Atkins, donde veintidós personas oyeron sus discursos.

Entre los presentes se encontraba Pedro Morales, a quien entusiasmaban las buenas nuevas. Más tarde relató: “A finales de los años treinta, Kate Goas y su hija me dejaron el libro Riquezas mientras estaba en el mercado principal de Maracaibo. Leerlo, años después, me ayudó a entender la Biblia. La porción que habla de la marca en la frente de los merecedores me tocó el corazón. (Eze. 9:4.) Empecé a buscar a gente que tuviera estas publicaciones, y encontré a cuatro personas que habían estado recibiendo libros de un nativo de Trinidad. Así que comenzamos a reunirnos todas las noches, cada una en la casa de un miembro del grupo, con el fin de estudiar el libro Riquezas”.

Cuando a Pedro lo invitaron a ir a la reunión que habría en Caracas (a unos 700 kilómetros de su casa) durante la visita del hermano Knorr, tanto él como un amigo suyo decidieron hacer el viaje. Pero no faltaron los problemas. Pedro continúa su relato: “Mi esposa estaba embarazada y comenzó a tener dolores de parto; además, mi negocio de caramelos necesitaba alguien que lo atendiera. ¿Qué podía hacer? Conseguí a una partera que estuviera con mi esposa y dejé el negocio en manos de mis tres hijos, de 14, 12 y 10 años, respectivamente. Después tomamos el autobús a Caracas; fue un viaje difícil: dos días por carreteras sin pavimentar”. ¡Qué alegría se llevó al conocer a los Testigos de Caracas! Mientras estaba allí, recibió un telegrama de Maracaibo: “Esposa bien. Niño mejor. Estoy en el negocio. Justo Morales”. Su hermano carnal había llegado inesperadamente de Colombia y se estaba encargando de todo.

El primer día de aquellas reuniones especiales en Caracas, el hermano Franz habló sobre “Los testigos de Jehová en el crisol”. Después, el hermano Knorr siguió hablando de ese tema, mientras Fred Franz le servía de intérprete. ¡Qué iluminadores fueron esos discursos! Se centraron en lo que dice la Biblia que deben esperar los cristianos a manos del mundo, y dieron información sobre la intensa persecución que sufrieron los testigos de Jehová en Europa durante la II Guerra Mundial.

Al día siguiente se llevó a cabo un bautismo en Los Chorros, en la cuenca que había al pie de una cascada. Se bautizaron diez personas en aquella ocasión, entre ellas Winston Blackwood (que había recibido la visita de la hermana Goas en Quiriquire) y su hijo Eduardo; Horacio Mier y Terán y su hermano menor, Efraín; Pedro Morales; Gerardo Jessurun (de Surinam); Israel Francis, y José Mateus.

Pedro Morales y otros dos hermanos del oeste del país se alegraron enormemente cuando el hermano Knorr dijo que la Sociedad enviaría misioneros a Maracaibo tan pronto como el gobierno lo permitiera. Pedro se hizo precursor regular, y siguió en dicho servicio hasta su muerte.

Los impulsaba el amor a la verdad bíblica

Antes de que llegaran los misioneros, las oficinas centrales de la Sociedad, en Brooklyn, recibían informes del pequeño grupo que había formado la hermana Goas. Solamente había un puñado de publicadores, con muy pocas publicaciones. En muchos casos, solo podían prestar los libros a las personas interesadas. Según el informe de marzo de 1946, había nueve proclamadores de las buenas nuevas en Venezuela. Josefina López atendía el grupo, pues era la más activa.

Rubén Araujo recuerda el excelente ejemplo que dio la hermana López: “En aquel tiempo yo era un adolescente. [...] A Josefina López, que tenía cuatro hijos y dos hijas, la llenaba de entusiasmo lo que le enseñaba la hermana Goas. Yo iba casi todos los días a su casa después de la escuela, para hablar con ella de las cosas nuevas que estaba aprendiendo de la verdad. Aunque era una mujer muy atareada, se las arreglaba para salir a predicar de casa en casa y conducir estudios bíblicos todos los días después del almuerzo, cuando su esposo e hijos mayores regresaban al trabajo por la tarde. Nos dio a todos un buen ejemplo, y de verdad que tenía el espíritu de precursor, pues hacía un promedio de sesenta o setenta horas todos los meses como publicadora. Después de más de cuarenta años, todavía tiene cartas de recomendación aquí en Caracas”.

Otra hermana del grupo original era una viuda llamada Domitila Mier y Terán, que siempre había tenido inclinaciones espirituales. Le encantaba leer la Biblia de su padre, y cuando este murió, fue a su casa a buscarla. Aquella Biblia era la única herencia que deseaba. Solo encontró parte de ella, pues el resto se había ido desprendiendo por el maltrato. De todas maneras, guardó como un tesoro esa porción y la usó hasta que pudo comprarse una nueva. Cierto día, una amiga que había conseguido el libro Reconciliación, publicado por la Sociedad, se lo llevó, y le dijo que como ella era una lectora ávida de la Biblia, lo apreciaría más. Domitila se propuso encontrar a los editores del libro, así que visitó a los adventistas y a otros grupos protestantes. Finalmente, se alegró de que Kate Goas la visitara en su casa, y aceptó estudiar la Biblia con ella. Dos de sus hijos, que se bautizaron durante la primera visita de los hermanos Knorr y Franz, sirvieron posteriormente de superintendentes de circuito, y otro, Gonzalo, de anciano de congregación. Otro de sus hijos, Guillermo, aunque estaba presente cuando Kate Goas visitó por primera vez a su madre, no se bautizó sino hasta 1986.

“¿Y cuánto tiempo van a quedarse ustedes?”

El 2 de junio de 1946, poco después de la visita del hermano Knorr, llegaron los otros dos misioneros asignados a Venezuela. Se trataba de Donald Baxter y Walter Wan. El joven Rubén Araujo estaba presente para recibirlos en Caracas. Mirándolos con ciertas dudas, seguramente con la experiencia del anterior misionero fresca en la memoria, Rubén les preguntó en un inglés deficiente: “¿Y cuánto tiempo van a quedarse ustedes?”.

Rubén había programado un Estudio de La Atalaya para el mismo día que llegaron los misioneros. Trató de poner en práctica las instrucciones que le había dado el hermano Franz. Lo hizo lo mejor que pudo, pero era un estudio de un solo hombre: leía la pregunta, la contestaba él mismo y después leía el párrafo. Recordaba que el estudio no debía durar más de una hora, de modo que, obedientemente, lo acabó a la hora indicada, aunque solo había abarcado diecisiete párrafos y el artículo tenía algunos más. Adquiriría experiencia con tiempo y paciencia.

Cuando Rubén Araujo reflexiona hoy en la marcha repentina del primer misionero, dice: “El vacío que dejó lo llenaron en poco tiempo los dos nuevos misioneros de Galaad. ¡Qué felices nos sentíamos con esta nueva dádiva de la organización de Jehová en la forma de estos misioneros que habían venido para ayudarnos en la Macedonia venezolana!”. (Compárese con Hechos 16:9, 10.) El hermano Knorr le había dicho al hermano Baxter: “Quédese en su asignación, así le cueste la vida”. Pues bien, no le ha costado la vida, pues el hermano Baxter todavía sirve en Venezuela casi cincuenta años después.

Adaptación al nuevo ambiente

El primer hogar misional de Caracas se encontraba en el número 32 de la avenida Bucares, en un barrio llamado El Cementerio. Aquí también se abrió la sucursal, el 1 de septiembre de 1946, con Donald Baxter como siervo de sucursal. Las condiciones de vida no eran ni mucho menos las idóneas. La carretera estaba sin pavimentar y no había agua corriente. Como es de suponer, los misioneros sintieron un gran alivio en 1949, cuando la sucursal y el hogar misional se mudaron de El Cementerio a El Paraíso, un lugar con agua corriente.

El hermano Baxter recuerda los problemas y la frustración de los misioneros al aprender español. Tenían muchas ganas de utilizar lo que habían aprendido en Galaad para ayudar a los hermanos, pero cuando llegaron, aún no podían comunicarse. No obstante, esta dificultad temporal quedó compensada con creces por los buenos resultados en la predicación. El hermano Baxter recuerda la primera vez que predicaron en la calle: “Decidimos ir al centro, a un lugar conocido como El Silencio, a ver qué ocurría. Mi compañero, Walter Wan, se puso en una esquina y yo en otra. La gente sintió una gran curiosidad; nunca habían visto nada semejante. Casi no tuvimos que hablar. La gente literalmente hizo fila para obtener las revistas, y las distribuimos todas en diez o quince minutos. ¡Qué distinto de lo que estábamos acostumbrados en Estados Unidos!”. Walter Wan dijo: “Al hacer inventario, descubrí asombrado que en cuatro días memorables de alabanza a Jehová en las calles y las plazas de mercado, como hacían Jesús y los apóstoles, había colocado 178 libros y Biblias”.

El primer informe que envió la sucursal a la central de Brooklyn (Nueva York) indicaba que había un total de diecinueve publicadores, incluidos los dos misioneros y cuatro precursores regulares, a saber, Eduardo Blackwood, Rubén Araujo, Efraín Mier y Terán y Gerardo Jessurun. Eduardo Blackwood había empezado a servir de precursor el mes de la visita del hermano Knorr, y los otros tres, poco después. Nueve publicadores predicaban en el interior del país. Winston y Eduardo Blackwood, que vivían en El Tigre, llegaban hasta Ciudad Bolívar, al sur, y los campos petrolíferos próximos a Punta de Mata y Maturín, al este. Pedro Morales y otros predicaban en Maracaibo. En el lado oriental del lago Maracaibo, en los campos petrolíferos de Cabimas y Lagunillas, estaban predicando Gerardo Jessurun, Nathaniel Walcott y David Scott. Después se les unió Hugo Taylor, que todavía servía de precursor especial en 1995. Entre todos abarcaban una inmensa extensión del país. Los hermanos Baxter y Wan no tardaron en averiguar por sí mismos cómo era realmente.

Visitan todos los grupos

Durante los meses de octubre y noviembre de 1947, los dos misioneros viajaron a las regiones occidentales y orientales del país para ver cómo ayudar a los grupos. Su objetivo era organizarlos para que llegaran a ser congregaciones. “Viajamos en autobús, lo cual era toda una experiencia en Venezuela —dice el hermano Baxter, sonriendo al recordar aquella memorable expedición—. Los asientos eran pequeños y estaban muy juntos, pues la mayoría de los venezolanos son de baja estatura; de modo que para dos norteamericanos como nosotros casi no había espacio donde poner las piernas. Era común ver encima de los autobuses, junto al equipaje de los pasajeros, camas, máquinas de coser, mesas, pollos, pavos y plátanos. Si un pasajero iba a viajar una distancia corta, no se molestaba en poner encima los pollos y demás mercancías, sino que metía todo en el autobús y lo amontonaba en el pasillo en medio de los asientos. El autobús se averió, así que nos quedamos varias horas varados en el desierto, donde solo había cactos y cabras, hasta que apareció otro autobús. Después, nos quedamos sin gasolina.”

En cada uno de los cuatro lugares que visitaron encontraron un grupo de unas diez personas que se reunían en la sala de algún hogar. Los misioneros les enseñaron a dirigir las reuniones, informar su actividad a la sucursal todos los meses y conseguir publicaciones para la predicación.

En su visita a El Tigre, el hermano Baxter se fijó en que Alejandro Mitchell, uno de los hermanos nuevos, obedecía a pies juntillas la admonición de Mateo 10:27 de predicar desde las azoteas. Había instalado un altavoz en el tejado de su casa, y todos los días leía en voz alta durante una media hora pasajes escogidos de los libros Hijos o El nuevo mundo, así como de otras publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Lo hacía tan alto, que era posible oírle a una distancia de varias manzanas, lo cual, como cabría esperar, disgustaba a los vecinos; de modo que se le recomendó que predicara de casa en casa y se olvidara del altavoz.

El viaje que hicieron los hermanos para visitar los grupos fue muy provechoso. Bautizaron a dieciséis personas durante los meses que pasaron viajando.

Llegan misioneros a Maracaibo

Maracaibo, en la sección noroccidental del país, es la segunda ciudad más grande de Venezuela y se caracteriza por el calor y un elevado índice de humedad. También es la capital petrolífera de Venezuela. La parte nueva de la ciudad contrasta con el casco antiguo, que está al lado del puerto; la parte más antigua, con sus calles estrechas y casas de adobe de estilo colonial, apenas ha cambiado desde el siglo pasado.

El 25 de diciembre de 1948 llegaron en barco seis misioneros. Venían cargados de ropa de invierno porque acababan de dejar la gélida Nueva York. Componían el grupo Ragna Ingwaldsen, que se bautizó en 1918 y todavía sirve de precursora en California, Bernice Greisen (ahora Bun Henschel, miembro de la familia de Betel de la sede mundial), Charles y Maye Vaile, Esther Rydell (medio hermana de Ragna) y Joyce McCully. Un matrimonio que estaba empezando a relacionarse con los Testigos los recibió en su pequeña casa, donde los misioneros colocaron como pudieron sus quince baúles y cuarenta cajas de publicaciones. Cuatro durmieron en hamacas, y dos, en camas hechas de cajas de libros, hasta que alquilaron una casa, que llegó a ser su hogar misional.

Ragna recuerda que el aspecto de los seis extrañaba mucho a los maracuchos. Varios de los misioneros eran altos y rubios. Ragna cuenta: “Cuando íbamos de casa en casa, solían seguirnos hasta diez niños desnudos, que iban escuchando nuestra extraña forma de hablar el idioma. Ninguno de nosotros seis sabía más de una docena de palabras en español. Pero cuando se reían, nos reíamos con ellos”. Al llegar estos misioneros, solo había cuatro publicadores en Maracaibo. A principios de 1995 había 51 congregaciones y un total de 4.271 publicadores.

Se contestó su oración

Benito y Victoria Rivero fueron el matrimonio que recibió amablemente en su casa a los seis misioneros. Benito había obtenido el libro “El Reino Se Ha Acercado” de manos de un precursor de Caracas llamado Juan Maldonado. Cuando Pedro Morales lo visitó posteriormente para ofrecerle un estudio, Benito se entusiasmó; no solo estudió, sino que de inmediato empezó a asistir a las reuniones del grupo. También animó a su esposa a ir, diciéndole que los cánticos eran muy bonitos, pues a ella le gustaba cantar. Ella le acompañaba, pero, como en realidad no entendía todo lo que decían, muchas veces se quedaba dormida.

Una noche, en casa, pensando que su esposa ya se había dormido, Benito oró en voz alta a Jehová y le pidió que la iluminara. Ella oyó la oración y se conmovió profundamente. Después de la muerte de Benito, en 1955, Victoria se hizo precursora regular, y más adelante, precursora especial.

Llegan a las zonas rurales próximas a Maracaibo

Uno de los que abrazaron la verdad en la región de Maracaibo fue el padre de Rebeca (ahora Rebeca Barreto). Ella tenía solo cinco años cuando Gerardo Jessurun empezó a estudiar la Biblia con su padre, que se bautizó en 1954. Aún guarda recuerdos muy gratos de cuando salía a predicar de pequeña. “Alquilábamos un autobús, y toda la congregación viajaba a las zonas rurales —recuerda—. La gente del campo no tenía mucho dinero, pero apreciaba las publicaciones. Era todo un espectáculo ver al final del día a los hermanos llevando en el autobús huevos, calabazas, maíz y pollos vivos que habían trocado por las publicaciones.”

Pero no a todo el mundo le alegraba verlos. La hermana Barreto recuerda un incidente que ocurrió en el pueblo de Mene de Mauroa: “Mientras predicábamos de casa en casa, el cura iba detrás rompiendo las publicaciones que los vecinos habían aceptado y diciéndoles que no escucharan a los testigos de Jehová. Organizó una chusma compuesta de muchos jóvenes y logró enfurecerlos, de modo que empezaron a arrojarnos piedras. Varios hermanos y hermanas resultaron heridos”. El grupo de Testigos corrió en busca del prefecto del pueblo. Como este era amable con los Testigos, le dijo al cura que tendría que llevárselo a su oficina un par de horas ‘para protegerlo de los predicadores’. La turba se dispersó al no contar con su líder, y los Testigos dedicaron las siguientes dos horas, libres de hostigamiento, a dar un testimonio cabal en el pueblo.

Llega más ayuda

El territorio era extenso, y se necesitaba más ayuda para atenderlo. En septiembre de 1949 llegaron unos hermanos recién graduados de la Escuela de Galaad para colaborar en la siega espiritual. Tenían un gran deseo de participar, lo cual no significaba que se les fuera a hacer fácil. Cuando Rachel Burnham, que viajaba en el barco Santa Rosa, divisó las luces del puerto a través de la portilla de su camarote, sintió el mayor alivio de su vida, pues estaba mareada desde la partida del barco de Nueva York. Aunque eran las tres de la madrugada, despertó entusiasmada a sus tres compañeras. Su hermana Inez y las otras dos muchachas —Dixie Dodd y su hermana Ruby (ahora Baxter)— habían disfrutado del viaje, pero se alegraron de llegar a su nueva asignación.

Fue a recibirlas un grupo en el que estaban Donald Baxter, Bill y Elsa Hanna (misioneros que habían llegado el año anterior) y Gonzalo Mier y Terán. Tomaron un autobús para llevarlas del puerto a Caracas. Al parecer, el conductor quiso hacer que el viaje fuera más espeluznante de lo habitual en honor de las recién llegadas, y lo logró. Tomaba las curvas cerradas a toda velocidad, llevando el autobús al borde del precipicio. Hoy es el día que las hermanas todavía hablan de aquel viaje.

Se las asignó a la sucursal y hogar misional de El Paraíso. Rachel e Inez sirvieron fielmente en el campo misional hasta su muerte, en 1981 y 1991, respectivamente. El resto del grupo todavía sirve fielmente a Jehová.

Al recordar los primeros meses en su asignación, Dixie Dodd dice: “Sentíamos mucha nostalgia. Pero no teníamos dinero ni para ir al aeropuerto”. Centraron su atención en que la organización de Jehová les había confiado la asignación de misioneras en tierra extranjera. Con el tiempo dejaron de soñar en volver a casa y se concentraron en su labor.

Malentendidos

Para la mayor parte de los nuevos misioneros, el idioma fue un problema, al menos por una temporada.

Dixie Dodd recuerda que una de las primeras cosas que les enseñaron fue que debían decir “mucho gusto” cuando les presentaban a alguien. Aquel mismo día las llevaron al Estudio de Libro de Congregación. De camino fueron repitiendo la expresión una y otra vez en el autobús: “Mucho gusto. Mucho gusto”. “Pero para cuando nos presentaron —dice Dixie—, se nos había olvidado.” Con el tiempo lograron recordarla.

Bill y Elsa Hanna, que sirvieron de misioneros de 1948 a 1954, recordaron por mucho tiempo sus equivocaciones. En una ocasión, el hermano Hanna quería comprar una docena de huevos blancos, pero pidió huesos blancos. En otra ocasión fue a comprar una escoba. Temiendo que no lo hubieran entendido, trató de ser más específico: “Para barrer el cielo, dijo, en lugar de suelo. El tendero replicó socarronamente: “Tiene grandes aspiraciones, señor”.

Cuando Elsa, la esposa de Bill, fue a la embajada, explicó que quería remover su pasaporte en vez de renovarlo. La secretaria le preguntó: “¿Pues qué hizo, señora? ¿Se lo comió?”.

Genee Rogers, una misionera que llegó en 1967, se desanimó un poco al principio, pues siempre que hacía una presentación que había ensayado con cuidado, el amo de casa se dirigía a su compañera y preguntaba: “¿Qué dijo?”. Pero la hermana Rogers siguió intentándolo, y en los veintiocho años que lleva de misionera ha ayudado a unas cuarenta personas a aprender la verdad y llegar al bautismo.

Willard Anderson, que llegó de Galaad con su esposa, Elaine, en noviembre de 1965, admite con franqueza que el idioma nunca ha sido su fuerte. Willard, siempre dispuesto a reírse de sus propios errores, dice: “Estudié español seis meses en la escuela secundaria, hasta que mi maestro me hizo prometer que nunca volvería a apuntarme a su clase”.

Pero con el espíritu de Jehová, perseverancia y buen humor, los misioneros no tardaron en sentirse cómodos con el nuevo idioma.

Hasta las casas tienen nombre

El idioma no fue lo único que los misioneros encontraron diferente. Tuvieron que utilizar un sistema distinto para tomar nota de los hogares adonde volver. En aquellos días, muchas casas de Caracas no tenían números. El propietario escogía un nombre para su casa. Los hogares de la gente acomodada se denominan quintas, y con frecuencia reciben el nombre de la señora de la casa. La dirección de alguien pudiera ser, por ejemplo, Quinta Clara. Muchas veces se combina el nombre de los hijos: Quinta Carosi (Carmen, Rosa, Simón). El propietario de la primera sucursal y hogar misional que alquiló la Sociedad ya había llamado a su casa Quinta Savtepaul (San Vicente de Paul), y como estaba en una calle principal, pronto llegó a conocerse como el lugar donde se reunían los testigos de Jehová.

En 1954 se compró una casa nueva para alojar la sucursal y el hogar misional, de modo que los hermanos tuvieron que usar su imaginación y escoger un nombre apropiado. Eligieron el nombre Luz, teniendo presente la admonición de Jesús de que “resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres”. (Mat. 5:16.) Aunque la sucursal se trasladó después a un lugar más grande, a principios de 1995 Quinta Luz todavía se utilizaba para albergar a once misioneros.

El centro de Caracas tiene un sistema de direcciones único. Si usted pide la dirección de un determinado establecimiento o de un edificio de apartamentos, tal vez le digan algo como “La Fe a Esperanza”. Quizá piense que esto no parece una dirección. Lo que sucede es que en el centro de Caracas cada intersección tiene un nombre. De modo que la dirección que usted busca se encuentra en el bloque ubicado entre Fe y Esperanza.

A Galaad y de nuevo a Venezuela

A lo largo de los años han venido a Venezuela 136 misioneros preparados en Galaad, incluidos siete que asistieron a la Escuela de Entrenamiento Ministerial. Procedían de Estados Unidos, Canadá, Alemania, Suecia, Nueva Zelanda, Inglaterra, Puerto Rico, Dinamarca, Uruguay e Italia. Entre 1969 y 1984 no llegaron más misioneros de Galaad, pues resultó imposible obtener visados. No obstante, durante 1984, gracias a diferentes esfuerzos coordinados, se logró el permiso para que dos matrimonios entraran en el país, y llegaron dos misioneros más en 1988. También se han beneficiado de la preparación en Galaad seis Testigos del país.

Cuando el hermano Knorr visitó Venezuela en 1946, el joven Rubén Araujo le preguntó si algún día podría llenar los requisitos para ir a Galaad. La respuesta fue que sí, con tal de que mejorara su dominio del inglés. Rubén dice: “Huelga decir que me sentí muy feliz. Tres años más tarde, en octubre de 1949, recibí una carta del hermano Knorr en la que se me invitaba a la clase número 15, que empezaría en el invierno de 1950”.

Los otros cinco hermanos venezolanos que asistieron a Galaad fueron Eduardo Blackwood y Horacio Mier y Terán (que se bautizaron en 1946 durante la visita del hermano Knorr), Teodoro Griesinger (de quien hablaremos más adelante), Casimiro Zyto (emigrante francés que se nacionalizó venezolano) y, más recientemente, Rafael Longa (que sirve de superintendente de circuito).

Algunos buscaban la verdad, pero otros no

En 1948, Víctor Mejías, que vivía en Caracas, pensaba en un mundo mejor. Creía con sinceridad que se lograría mediante el empeño del hombre, y estaba dispuesto a hacer su parte. Sin embargo, también albergaba algunas dudas.

Aquel año, Josefina López, una Testigo muy agradable, le dejó el libro “La Verdad Os Hará Libres” a la esposa de Víctor, Dilia. El título despertó la curiosidad de Víctor, así que empezó a leerlo. Aprendió por qué los seres humanos no pueden conseguir un mundo realmente libre. Al cabo de poco tiempo, tanto él como su esposa comenzaron a asistir a las reuniones de los Testigos. Más tarde dijo: “Aunque no conocía a los concurrentes, sus rostros eran tan amigables que me convencí de que eran distintos. También recuerdo que me impresionó ver al hermano Knorr, el presidente de la Sociedad, en una asamblea celebrada en el Club Las Fuentes, de Caracas. Era muy diferente de los guías religiosos, los héroes y los artistas famosos, que desean que se les vea. Su humildad y personalidad sencilla me impresionaron”. Al poco tiempo Víctor también estaba llevando a otros la verdad que puede libertar a la gente, sí, libertarla incluso del pecado y la muerte. Hace unos cuantos años, el hermano Mejías dijo al recordar las décadas que ha pasado llevando la verdad bíblica a otros: “Estos años han sido los más felices de toda mi vida”.

En 1950, el año en que Víctor Mejías se bautizó, un joven de Caracas llamado Teodoro Griesinger le pidió a Ronald Pierce, que acababa de empezar su servicio misional, que le explicara el significado del número 666 de Revelación. El padre de Teodoro le había legado una enorme Biblia en alemán que leía de vez en cuando. Teodoro explica: “No me interesaba tanto el pasado como el futuro, las cosas que todavía tenían que suceder mencionadas en Revelación”. Satisfecho con la explicación que le dio el hermano Pierce, aceptó su propuesta de estudiar el libro “Sea Dios veraz”. El libro estaba en español, la Biblia de Teodoro, en alemán, y tanto el maestro como el estudiante hablaban en inglés. Teodoro progresó rápidamente, y en 1951 se hizo precursor; al año siguiente aceptó una asignación de precursor especial en Puerto La Cruz, en 1954 se graduó de la Escuela de Galaad y después sirvió de superintendente de circuito en Venezuela.

Más o menos al mismo tiempo que Ronald Pierce empezó a estudiar con Teodoro Griesinger, un hombre corpulento llamado Nemecio Lozano se ocultaba de la policía en una aldea indígena de las afueras de El Tigre. Era un matón hábil con la navaja. El jefe de los indígenas le temía y hacía lo que él le dijera, de modo que, para los efectos, el jefe era Lozano. Dijeron a los Testigos que tuvieran cuidado con él, pero le predicaron de todos modos. Él los interrumpió y dijo bruscamente: “¡Miren! No quiero que me expliquen nada. Quiero leerlo por mí mismo”. Como a los hermanos se les habían acabado las publicaciones, el hombre insistió en quedarse con el ejemplar personal de un hermano del libro “La Verdad Os Hará Libres”, pero solo después de asegurarse de que no faltaba ninguna página. ¿Beneficiaría el libro a alguien como él?

En menos de una semana lo había leído completo, había conseguido folletos para distribuir a otros y había comenzado a predicar por su cuenta. Cuando los Testigos volvieron, le preguntaron llenos de curiosidad qué decía a la gente. Respondió: “Puede quedarse con este folleto por la mísera cantidad de un medio” (una moneda local). Los hermanos le explicaron con tacto cómo expresarse mejor.

Para asistir a las reuniones en El Tigre, a 30 kilómetros, viajaba a caballo o en bicicleta, y a veces iba andando. Poco a poco fue sustituyendo su forma de ser anterior por cualidades cristianas. En breve estaba dedicando tanto tiempo a la predicación que el superintendente de circuito lo animó a hacerse precursor. En 1955 lo enviaron de precursor especial, y todavía realiza esa labor con su esposa, Omaira.

Se mantiene la pureza espiritual

Al principio, la luz de la Palabra de Dios no brilló con total claridad en todo lugar. Algunos de los que se reunían con el grupo de estudio de El Tigre conservaban ideas que habían traído del mundo. Rafael Hernández y su esposa, que conocieron la verdad en 1947, recuerdan que había un hermano en el grupo de El Tigre que interpretaba sus propios sueños. Algunos pensaban que, con tal de que la pareja se guardara fidelidad, no había necesidad de registrar oficialmente el matrimonio. Con el tiempo, tales ideas cambiaron gracias a la sólida instrucción bíblica.

Sin embargo, a finales de los años cuarenta, uno de los diez que se habían bautizado en 1946, durante la primera visita del hermano Knorr a Venezuela, comenzó a promover sus propias enseñanzas con el fin de que lo siguieran a él. Leopoldo Farreras, que sirve de anciano en Ciudad Guayana, recuerda lo que ocurrió. Él había sido un monaguillo principal en la Iglesia Católica, pero a la edad de 20 años se salió debido a la inmoralidad descarada de los clérigos. Ahora se encontraba con otra persona que estaba utilizando mal su autoridad. Pese a su falta de experiencia y su juventud, Leopoldo siguió firme durante aquellos momentos difíciles de El Tigre y se mostró leal a Jehová y a su organización.

Unos años después, la esposa de Leonard Cumberbatch, que sirve de anciano en El Tigre, empezó a estudiar con los testigos de Jehová. Leonard admite: “Mi reacción fue terrible. Nuestra relación siempre había sido pacífica y amorosa, pero en cuanto empezó a estudiar la Biblia, comencé a tratarla con sarcasmo. En una ocasión me regañó por conducir exageradamente deprisa. Le dije que no se preocupara, que su Dios Jehová la salvaría; después de todo, iba a vivir para siempre. De modo que no reduje la velocidad.

”Le dije que los Testigos se estaban aprovechando de ella, que yo sabía más de la Biblia que ellos y que quería hablar con ellos. Aceptaron mi desafío, y resultó que mantuvimos una conversación muy agradable. No pude probar que enseñaban falsedades, así que concordé en estudiar la Biblia con ellos. A los cinco meses me bauticé. Como tenía automóvil, me nombraron conductor del estudio del grupo de Anaco. Atender ese grupo suponía viajar un total de 160 kilómetros de ida y vuelta. Después me pidieron que atendiera otro grupo que estaba a 30 kilómetros. Ahora hay congregaciones en estas poblaciones.”

El Tigre, al este de Venezuela, es un importante centro comercial. También ha llegado a ser un importante centro de la adoración verdadera. A principios de 1995 había allí siete congregaciones de los testigos de Jehová con más de setecientos treinta publicadores de las buenas nuevas.

Una joyera deja de hacer imágenes

Al sudeste de El Tigre se encuentra Ciudad Bolívar, en la ribera meridional del río Orinoco. Es un lugar lleno de actividad, y con mucho tráfico fluvial. En 1947, un Testigo de Jehová visitó en esta ciudad a una mujer llamada María Charles. Ella cuenta lo que ocurrió: “Me dedico a la joyería; un buen día estaba sentada trabajando en mi taller cuando entró Alejandro Mitchell con una bolsa de tela al hombro. Le pregunté qué llevaba, y respondió que un tesoro especial. ‘Si es oro, se lo compro, pues a eso me dedico’, le dije. Contestó que lo que llevaba era mejor que el oro. ‘Que yo sepa, lo único que puede ser mejor que el oro es la Biblia’, repliqué. Alejandro me dio la razón y sacó una Biblia junto con otras publicaciones.

”Me encantaba leer, pero nunca había logrado entender la Biblia, de modo que le dije: ‘Se lo compro todo’, y me quedé con once revistas, los libros “El Reino Se Ha Acercado” y Salvación y una Biblia nueva. Tanto me fascinó lo que estaba leyendo, que decidí no trabajar en el taller por una semana para dedicarme a la lectura. Cuando leí el libro “El Reino Se Ha Acercado”, me impresionó el ejemplo de Juan el Bautista y me dije: ‘Me gustaría ser una predicadora tan intrépida como él’.”

María preguntó a todo el mundo dónde se reunían los Testigos, pero le dijeron que no había ninguno en Ciudad Bolívar. El más cercano estaba en El Tigre, a unos 120 kilómetros. Sin arredrarse, allá se fue; encontró el lugar, asistió a una reunión y le dejó una nota a Alejandro Mitchell para que la visitara en Ciudad Bolívar.

Entretanto, descubrió que un sastre que vivía cerca también tenía el libro “El Reino Se Ha Acercado” y sabía dónde se reunía un grupo para leer La Atalaya. De modo que María fue allí y conoció a Leopoldo Farreras, a su madre, a su hermana y a unos cuantos más. La reunión le gustó mucho; estaba tan entusiasmada con la información, que levantó la mano en todas las preguntas.

Cuando acabó el estudio, Leopoldo Farreras le preguntó: “¿De dónde viene?”. María respondió: “De mi joyería; pero no voy a hacer más imágenes”. Sonriendo por su franqueza, Farreras le preguntó: “¿Por qué no?”. “Por lo que dice Salmo 115:4-8”, repuso María.

El grupo todavía no se había organizado para predicar públicamente. De hecho, fue la componente más nueva, María Charles, quien sugirió que debían obedecer el mandato bíblico de predicar. Así que se abastecieron de tarjetas de testimonio y publicaciones y comenzaron a llevar las buenas nuevas de modo organizado a los habitantes de Ciudad Bolívar. Los primeros años fueron muy difíciles porque la gente tenía miedo del clero. Pero la labor celosa del grupo dio fruto. En 1995 había en Ciudad Bolívar nueve congregaciones y un total de 869 publicadores.

Llegan más misioneros

En 1950 llegaron noticias emocionantes a la sucursal de Caracas. Se enviarían a Venezuela catorce misioneros más y se abrirían otros tres hogares misionales: en Barquisimeto, Valencia y Maracay. Ahora bien, ¿lograrían los misioneros entrar en el país? El presidente acababa de ser asesinado, se había decretado el toque de queda desde las seis de la tarde y había problemas con las comunicaciones.

El primer avión que entró en el país tras el asesinato del presidente aterrizó en el aeropuerto próximo a Caracas. Los catorce nuevos misioneros desembarcaron, pero nadie fue a recogerlos, pues, dadas las circunstancias, ni siquiera se les esperaba. Ralphine, Penny, Gavette, una de las componentes del grupo, recuerda: “Teníamos la dirección de la sucursal, de modo que tomamos tres taxis. Encontrar la avenida Páez, de Caracas, no fue un problema, pero como es una calle muy larga, no lográbamos dar con la casa. Ya había oscurecido, hacía rato que se había dado el toque de queda y los taxistas estaban poniéndose nerviosos. Al final, Vin Chapman, uno de los misioneros, le dijo al taxista que se detuviera porque iba a llamar a una casa para pedir indicaciones, aunque hablaba poco español. Cuando llamó, le abrió la puerta Donald Baxter, el superintendente de la sucursal. ¡Qué alivio!”.

Los misioneros asignados a Barquisimeto, a unos 270 kilómetros al sudoeste de Caracas, se dieron cuenta de que la ciudad era muy religiosa. En los años cincuenta, las tradiciones impregnaban la vida de las personas, que se resistían a los cambios.

No obstante, las reacciones diferían dependiendo de lo que se estuviera haciendo y de quién lo estuviera llevando a cabo. El hermano Chapman recuerda lo que ocurrió el primer sábado que los misioneros salieron a predicar en la calle. “Nos colocamos los cinco en las esquinas principales de la zona de negocios del centro de la ciudad. Causamos bastante sensación. En aquel tiempo casi no había norteamericanos en Barquisimeto, y, desde luego, ninguna muchacha norteamericana. Yo no lograba colocar ninguna revista, pero las muchachas las distribuían como pan caliente.” Cierto día, las cuatro fueron al mercado a comprar alimentos y decidieron ponerse sus pantalones tejanos. En cuestión de minutos se arremolinó a su alrededor casi un centenar de mujeres, que las señalaban y exclamaban: “¡Mira! ¡Mira!”. No estaban acostumbradas a ver a las muchachas vestir así por la calle. Como es natural, las hermanas se fueron derecho a casa a cambiarse de ropa.

La mayor parte de la gente de este lugar no había visto nunca una Biblia. Aun cuando los hermanos utilizaban la Biblia católica, la gente no quería aceptar lo que decía. Algunos ni siquiera querían leer un texto, pues pensaban que era pecado. La obra no progresó mucho en Barquisimeto durante el primer año.

Por fin, la religión verdadera

Sin embargo, los años de tradición católica no habían cegado a todos los barquisimetanos. Un ejemplo sobresaliente fue Luna de Alvarado, una señora muy mayor que había sido católica muchísimos años. La primera vez que la hermana Gavette la visitó, la anciana le dijo: “Señorita, desde pequeña he esperado que alguien venga a mi puerta a explicarme las cosas que usted acaba de decirme. Cuando era joven, limpiaba la casa del cura, que tenía una Biblia en su biblioteca. Sabía que estaba prohibido leerla, pero sentía tanta curiosidad por saber la razón, que un día, cuando nadie me veía, me la llevé a casa y la leí en secreto. Lo que leí me hizo ver que la Iglesia Católica no nos había enseñado la verdad, y por lo tanto no era la religión verdadera. Temía decir nada a nadie, pero estaba segura de que los que enseñaran la religión verdadera vendrían algún día a nuestro pueblo. Cuando llegaron los protestantes, al principio pensé que eran ellos, pero enseguida descubrí que enseñaban muchas de las mismas mentiras que enseña la Iglesia Católica. Ahora bien, lo que usted me ha dicho es lo mismo que leí en la Biblia hace tantos años”. Se concertó un estudio de inmediato, y no pasó mucho tiempo antes de que Luna simbolizara su dedicación a Jehová. A pesar de la enconada oposición de la familia, sirvió a Jehová fielmente hasta su muerte.

El corazón de Eufrosina Manzanares también la impulsó a responder a la Palabra de Dios. Cuando Ragna Ingwaldsen la visitó por primera vez, Eufrosina nunca había visto una Biblia, pero aceptó el estudio que se le ofreció. Ragna recuerda: “Era muy religiosa: asistía a misa todos los domingos y siempre tenía una lámpara encendida a un ‘santo’ que había puesto en un nicho de la pared. Para asegurarse de que la lámpara no se apagara, guardaba cerca varios litros de aceite con ese propósito expreso”. Pero Eufrosina puso en práctica lo que aprendió de la Biblia. Cuando supo que a Jehová no le agradaban ciertas cosas, hizo cambios en su vida. Se deshizo de las imágenes, dejó de fumar y legalizó su matrimonio. Después, su madre comenzó a estudiar también. No le fue fácil a Eufrosina dejar sus puros ya que fumaba desde que tenía solo dos años, pues con esa edad su madre solía ponerle un cigarrillo en la boca para que se callara. Pero a fin de agradar a Jehová, dejó de fumar, se bautizó y llegó a ser una publicadora muy celosa.

Seis años después de la llegada de los primeros misioneros a Barquisimeto, seguía habiendo tan solo 50 publicadores. Pero Jehová ha bendecido la búsqueda persistente de las personas mansas como ovejas. En 1995, las veintiocho congregaciones de Barquisimeto informaban un total de 2.443 publicadores.

Valencia: un campo fructífero

A mitad de camino entre Barquisimeto y Caracas se encuentra Valencia, la cuarta ciudad más grande de la República. El aspecto de sus calles más antiguas y estrechas es parecido al de la vieja España, y al igual que su homónima española, Valencia es famosa por sus naranjas.

Ocho de los misioneros que llegaron a Venezuela en 1950 fueron enviados a esta ciudad. Evelyn Siebert (ahora Ward) se acuerda de cuando empezó a predicar con una presentación aprendida de memoria. “Aunque no sabíamos español, empezamos muchos estudios bíblicos”, recuerda. Uno de estos fue con Paula Lewis, católica y muy devota de las imágenes, en particular del “Sagrado Corazón de Jesús”, al que solía pedir favores. Iba a la iglesia todas las semanas, donaba tres bolívares y le pedía a la imagen que su esposo regresara a casa a quedarse con la familia. Como él seguía viviendo en otro lugar, decidió hablarle a la imagen con más energía: “Señor, si esta vez no veo resultados, esta es la última donación que te hago”. Dejó sus tres bolívares y no regresó más.

Al mes siguiente la visitó Evelyn Siebert. Paula escuchó con gusto, aceptó el libro “Sea Dios veraz”, aunque no sabía leer, y empezó a estudiar la Biblia con la ayuda de Evelyn. Paula y una de sus hijas estuvieron entre las primeras que se bautizaron en Valencia. Aunque el esposo de Paula, Stephen, al principio no quería tener nada que ver con “esa tontería”, como la llamaba, lo pensó otra vez, se fue a vivir con su familia y también llegó a ser siervo de Jehová, pero no gracias al poder de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, sino gracias al estudio de la Biblia.

Dos años después de llegar a Valencia los demás misioneros, se les unieron Lester Baxter (el hermano mayor de Donald) y su esposa, Nancy. Lester tuvo que esforzarse especialmente por dominar el español. No solo lo necesitaba en el ministerio del campo, sino que tenía que dirigir todas las reuniones, pues era el único varón del grupo de misioneros. El estudio intenso produjo buenos resultados. Dos años después, cuando se formó el primer distrito en Venezuela, Lester fue nombrado superintendente de distrito. Más tarde, sirvió de superintendente viajante durante treinta años.

Entre los misioneros que servían en Valencia se hallaban Lothar Kaemmer, un alemán rubio y de baja estatura, y el británico Herbert Hudson, de ojos azules y mejillas sonrosadas. Fueron compañeros de cuarto por un tiempo, y también una demostración viviente de la influencia de la verdad bíblica en la vida de la gente. Lothar había pertenecido a las Juventudes Hitlerianas de Alemania, y Herbert, a la Fuerza Aérea Real Británica, de modo que habían sido enemigos durante la guerra. Pero la Palabra de Dios cambió su forma de ver la vida. Ahora trabajan juntos de misioneros enseñando a la gente cómo vivir en paz: primero, con Dios, y después, con el prójimo.

¿Saltar la valla, o adoptar una postura firme?

Para 1953 Alice Palusky, una de las misioneras de Valencia, visitaba a Gladys Castillo, de 18 años. A Gladys le gustaba lo que oía, pero tenía ciertos recelos al ver que Alice no utilizaba la Biblia católica. De modo que fue a la catedral a hablar con el obispo. Le explicó que estaba estudiando con los “protestantes”, pues eso creía que eran los Testigos, y que deseaba una Biblia católica para comprobar todos los textos. En aquel tiempo, los Testigos eran pocos en comparación, y no se les conocía bien en Valencia. Al obispo le pareció bien la idea de Gladys y le entregó una Biblia. Sorprendida por lo que leyó, Gladys se dio cuenta de que los católicos no estaban practicando lo que enseñaba la Biblia, y decidió dejar la Iglesia.

En 1955, cuando se estaba preparando para el bautismo, se puso a prueba su fe. Solo le faltaba un año para acabar sus estudios de magisterio. En el colegio se estaba preparando una celebración en honor de la Virgen María, y se esperaba que todo el mundo asistiera a una misa especial. Gladys recuerda: “Aquellos eran los días del dictador Pérez Jiménez, y se expulsaba de la escuela al que no quisiera conformarse a los cánones. Se anunció que todo el que no fuera a misa recogiera su carta de expulsión, lo que también le privaría de la oportunidad de estudiar en otro sitio. Fue una verdadera prueba para mí. Cuando llegó la hora de ir a misa, pensé en esconderme en el baño o saltar la valla e irme a casa. Pero finalmente opté por adoptar una postura firme. Le expliqué al director que no iría a misa porque no me consideraba católica, pues estaba estudiando con los testigos de Jehová. Aunque se enfadó mucho, me dejó ir a casa y no me expulsaron. Me alegré de haber confiado completamente en Jehová”.

Algunos clérigos reciben el testimonio

También se dio testimonio a algunos clérigos. Marina Silva, una de las primeras Testigos de Valencia, recuerda que cierto día la visitó el cura de la iglesia a la que asistía antes de hacerse Testigo y pudieron hablar largo y tendido. Lo que recuerda con más claridad es que, al no poder encontrar los textos bíblicos que Marina le pedía que buscara, admitió: “En el seminario estudiamos de todo menos de la Biblia”. Estuvo de acuerdo con ella en muchos puntos; pero cuando Marina le animó a dejar el sacerdocio y servir a Jehová, él dijo: “¿Y quién me va a dar la arepa?”. (La arepa es el pan de maíz que hacen en el país.)

Aunque Marina había sido devota del “Sagrado Corazón de Jesús”, a cuya imagen dedicaba entonces todos los viernes, la verdad de la Biblia cambió su vida. Se bautizó en 1953, y sirve de precursora especial desde 1968. Ha tenido el privilegio de ayudar a abrir territorio en San Carlos, Temerla, Bejuma, Chirgua, Taborda, Nirgua y Tinaquillo.

Cuando el mensaje de la verdad llegó por primera vez a Tinaquillo, al sudoeste de Valencia, la reacción inicial fue hostil. Marina recuerda que cuando el grupo empezó a predicar el pueblo, el sacerdote, “monseñor” Granadillo, puso altavoces para advertir a la gente. “¡La fiebre amarilla ha llegado a Tinaquillo! —gritó— ¡No escuchen a esta gente! ¡Defiendan el pueblo y su religión! ¡Defiendan el misterio de la santísima Trinidad!” Marina decidió visitar al cura, así que fue a esperarlo a su casa.

Cuando llegó, lo saludó, y le dijo: “Soy parte de la ‘fiebre amarilla’ de la que estuvo quejándose esta mañana. Deseo aclararle que somos testigos de Jehová. Predicamos un mensaje importante acerca del Reino de Dios, un mensaje que la Iglesia debería estar predicando, pero no lo está haciendo”. Después le pidió valientemente que sacara la Biblia y le mostró el texto de Hechos 15:14, donde se predijo que Jehová sacaría de entre las naciones “un pueblo para su nombre”. La actitud del cura cambió. Se disculpó diciendo que no sabía la clase de personas que éramos. Para sorpresa de todos, asistió al discurso público al que le invitó la hermana. En posteriores ocasiones aceptó las revistas en la plaza principal. Al verlo, otras personas se animaron también a aceptarlas. En 1995 había cuatro congregaciones en Tinaquillo y un total de 385 publicadores.

Brotan las semillas de la verdad bíblica en Maracay

Recordará que además de los misioneros que fueron enviados a Barquisimeto y Valencia, algunos de los que llegaron en 1950 debían dar atención a Maracay. Esta es la quinta ciudad más grande de Venezuela. Se encuentra situada a 120 kilómetros al sudoeste de Caracas, en el lado oriental del lago Valencia, y está rodeada de colinas.

Con la llegada de los misioneros fue posible celebrar reuniones en dicha ciudad. En aquel tiempo, el grupo de misioneros estaba compuesto de hermanos solteros. Pero para 1958, cuando llegó Leila Proctor, una misionera nacida en Australia, había solo un hermano bautizado, aunque la asistencia a las reuniones oscilaba entre doce y veinte. Se trataba de Keith Glessing, que en 1955 se había graduado junto con su esposa, Joyce, de la Escuela de Galaad. Debido a la escasez de varones, se necesitaba que las hermanas atendieran diversos asuntos. La hermana Proctor recuerda: “Las hermanas teníamos asignaciones en la Reunión de Servicio y ayudábamos con las cuentas, la literatura y las revistas. Después de llevar cinco meses allí, me asignaron a conducir un estudio de libro. Al principio solo lo componíamos una publicadora inactiva y yo. La reunión se celebraba a la luz de una vela en una casa con suelo de tierra. No pasó mucho tiempo antes de que, a pesar de mi pésimo dominio del español, la asistencia creciera tanto que se llenaran la sala, la cocina y el patio. Solo pudo deberse al espíritu santo de Jehová”.

En Maracay son tantas las personas que han demostrado su deseo sincero de conocer y servir a Jehová, que a principios de 1995 había treinta congregaciones y un total de 2.839 publicadores.

“Si es cierto, te pego un tiro”

Entre las personas de Maracay que mostraron interés se encontraba María, la esposa de Alfredo Cortez. Joyce Glessing llevaba seis meses estudiando la Biblia con ella cuando un día su marido llegó a casa y encontró a esta gringa, como llaman aquí a las norteamericanas. Le preguntó a su esposa qué pasaba; ella se lo explicó, y le dio una revista que Joyce le había dejado. Esta contenía un artículo sobre el espiritismo y lo relacionaba con los rosacruces. Lo leyó con interés, pues compartía estas creencias.

Cuando María le dijo a la hermana Glessing que a su esposo le había interesado la revista, se hicieron planes para que el esposo de la misionera, Keith, visitara al señor Cortez, y se comenzó un estudio bíblico. Después de tan solo tres semanas, algo prematuramente, el misionero invitó al señor Cortez a que lo acompañara en la predicación de casa en casa. Aceptó, le gustó mucho y colocó dieciséis revistas. Rebosante de alegría, esa noche salió con sus amigos no Testigos para celebrarlo y volvió a casa borracho a las tres de la mañana.

Al día siguiente se sintió mal por lo que había hecho, y pensó: ‘O sirvo a Jehová apropiadamente, o vuelvo a mi estilo de vida anterior’. Aunque con cierta dificultad, se convenció de seguir estudiando la Biblia. Poco a poco fue dejando atrás su modo de vida anterior y se bautizó en 1959.

Dos semanas después, un coronel que era padrino de una hija de Alfredo, fue a verlo furioso, le apuntó al pecho con un revólver y le dijo: “¿Es cierto lo que he oído: que te has hecho testigo de Jehová? Si es cierto, te pego un tiro”. Alfredo conservó la calma, confirmó que era cierto y explicó la razón. Disgustado, el coronel guardó el arma y se marchó dando grandes zancadas y diciendo que ya no se consideraba el padrino de la muchacha. Gracias al espíritu de Jehová y al celo de Alfredo a la hora de predicar a todo el mundo, ha ayudado a 89 personas a conocer la verdad y dedicar su vida a Jehová. En la actualidad sirve de anciano en Cabudare, cerca de Barquisimeto; uno de sus hijos es precursor especial y su hija Carolina sirve con su esposo en la sucursal.

Cuidado: es Carnaval

En Venezuela, el Carnaval es una época de jolgorio, de vestimenta exótica y... de arrojar agua. A los niños sobre todo les encanta mojar a los transeúntes desprevenidos. Por lo general no es una buena idea salir a la calle el lunes y el martes de la semana del Carnaval.

“No hice caso de la advertencia —admite Leila Proctor—. El primer año que estuve en Maracay pensé que debía dirigir mis estudios bíblicos a toda costa. Pues bien, eso hice; pero llegué al primer estudio completamente empapada, ya que me habían arrojado desde arriba un cubo de agua. Después me encaminé a mi segundo estudio con la ropa medio seca, pero en el camino me arrojaron otros dos cubos de agua. Llegué calada hasta los huesos.” Otros misioneros podrían contar historias parecidas.

Ahora Leila, que está en el hogar misional de Caracas, en Quinta Luz, modifica un poco su horario cuando llega el Carnaval.

“Oyó mi oración sincera”

Cuando Alfredo Amador era pequeño, su padre le mostraba los cielos estrellados y le decía los nombres de algunas constelaciones. También le decía que todas las había creado Dios. El padre de Alfredo murió antes de que este cumpliera los 10 años. Alfredo, que entonces vivía en Turmero, en el estado de Aragua, comenzó a abrigar dudas sobre su religión. No le parecía correcto que el cura cobrara por hacer plegarias por los muertos o que los ricos pudieran sacar del purgatorio a sus parientes antes que los pobres. Lleno de dudas, se entregó a la borrachera, la inmoralidad sexual, la violencia y las drogas. Al empezar a segar las consecuencias de lo que había sembrado, se puso a buscar una salida, y se acordó de aquellas noches en las que contemplaba el cielo con su padre.

Él relata: “Una tarde que me sentía completamente desesperado le pedí a Dios con lágrimas en los ojos que me permitiera conocerle. Al parecer oyó mi oración sincera, pues a la mañana siguiente llamaron a mi puerta dos testigos de Jehová. Tuvimos conversaciones muy interesantes, pero yo no aceptaba el estudio bíblico. Quería leer la Biblia por mi cuenta, aunque acepté ir al Salón del Reino. El hermano que me visitó también me llevó a una asamblea en Cagua. Mientras escuchaba los discursos, me di cuenta de que había encontrado la verdad. Cuando los que iban a bautizarse se levantaron para contestar las preguntas, yo también me puse de pie”.

Alfredo se sorprendió al ver que todos los que se habían puesto de pie estaban en una sección del auditorio, mientras que él estaba en otra, pero se puso con ellos en la fila para el bautismo. Alguien que lo vio le preguntó a qué congregación pertenecía. Ni siquiera sabía que las congregaciones tuvieran nombre. Pronto se dio cuenta de que en realidad no estaba listo para bautizarse.

No mucho tiempo después se casó con la mujer con la que vivía y, gracias a la ayuda de un estudio sistemático de la Biblia, llenó los requisitos para acompañar a los hermanos en la predicación de casa en casa. En 1975 se bautizó junto con su esposa. Ahora es anciano cristiano en Maracay. Espera el día en que su padre sea resucitado en el nuevo sistema de Dios; entonces podrá decirle que el Creador de quien le habló hace tantos años se llama Jehová y animarlo a conocerlo bien.

Catástrofe en Maracay

El 6 de septiembre de 1987 es una fecha que recordarán por mucho tiempo los habitantes de Maracay. Las lluvias torrenciales causaron inundaciones y avalanchas de lodo que arrastraron o inundaron completamente cientos de casas.

Muchos de los casi dos mil publicadores de Maracay asistían a una asamblea de distrito cuando azotó la catástrofe. A su regreso, se encontraron sin casas ni posesiones. Al menos ciento sesenta personas murieron, varios centenares desaparecieron y 30.000 se quedaron sin hogar. Aunque ningún Testigo perdió la vida ni resultó herido de gravedad, un total de 114 hermanos y estudiantes de la Biblia se quedaron solo con lo que llevaban puesto.

Los hermanos organizaron enseguida un eficiente comité de socorro y suministraron alimento, medicamentos y ropa, incluida la de cama. Los Testigos de otras ciudades, preocupados por sus hermanos, transportaron estos suministros en camión hasta que no se necesitó nada más. Cuando los hermanos encargados se dieron cuenta de que había más que suficiente para atender a los Testigos y a los estudiantes de la Biblia, dieron alimento y ropa a los vecinos que estaban en situación desesperada. La abundante generosidad de los hermanos y su disposición a ayudar fortalecieron la fe.

Un sobresaliente deseo de congregarse

Los venezolanos son por naturaleza muy sociables. Les gusta mucho reunirse en grupos grandes, sea para comer, para hacer una fiesta o para ir a la playa o al campo. Cuando entran en la organización de Jehová, este rasgo de su personalidad sigue siendo muy acusado. Les encantan las asambleas. Para muchos de ellos, el tiempo, la distancia, el costo y la incomodidad no suponen un problema siempre y cuando puedan estar juntos.

En enero de 1950 había mucho entusiasmo en el ambiente mientras los hermanos preparaban una asamblea de dos días en Maracaibo, en la que estarían presentes el hermano Knorr y el hermano Robert Morgan, de la sede mundial. Pedro Morales se llevó una decepción porque la prensa local no quiso dar publicidad a la asamblea debido a la oposición de la Iglesia. Pero cuando se acercaba el momento en que los hermanos llegarían en avión, se le ocurrió otro método. Más tarde contó: “Hice que todos los niños de la congregación estuvieran en el aeropuerto con un ramo de flores cada uno. Naturalmente, aquello despertó la curiosidad de los reporteros, quienes les preguntaron si estaban esperando a alguien especial. Los niños, que habían recibido instrucciones detalladas, respondieron: ‘Sí, señor, y dará un discurso en el Salón Masónico de la calle Urdaneta, número 6, al lado de la comisaría’. Cuando llegaron los hermanos, los reporteros sacaron fotografías, que se publicaron en los periódicos junto con la información sobre la asamblea. De modo que nos dieron la publicidad que queríamos”.

Además, durante los dos días previos a la Reunión Pública, la emisora Ondas del Lago anunció el discurso cada media hora e informó que se emitiría por radio. Los resultados fueron muy buenos. Además de las 132 personas que estuvieron en la asamblea, hubo muchas que escucharon el discurso por radio. Aquel año tuvimos en Venezuela el mayor índice de aumento en la cantidad de publicadores: un 146%.

Otra asamblea de distrito muy recordada se celebró en la plaza de toros de Nuevo Circo, de Caracas, los días 23 a 27 de enero de 1967. Fue nuestra primera asamblea internacional. Hubo 515 representantes extranjeros en el auditorio, incluidos varios directores de la Sociedad Watch Tower. Aquella fue la primera ocasión en que se presentaron dramas bíblicos. Dyah Yazbek, que supervisaba uno de ellos, recuerda: “Causó bastante impacto, no solo por la novedad y el mensaje del drama, sino también porque las 500 cámaras de los hermanos visitantes no paraban de sacar fotos”. Aquella asamblea internacional atrajo la atención. Aunque para ese tiempo había menos de cinco mil Testigos en Venezuela, asistieron 10.463 personas. Durante los tres años siguientes, el aumento en la cantidad de Testigos activos fue del 13, 14 y 19%, respectivamente.

No es raro oír que una persona interesada asiste a una asamblea de circuito o distrito antes de estudiar la Biblia o de ir al Salón del Reino. Este deseo de reunirse quedó completamente demostrado de nuevo en enero de 1988, cuando Don Adams, de la central de Brooklyn, vino de visita en calidad de superintendente de zona. Se había alquilado una plaza de toros en Valencia y se había preparado un programa de dos horas. Aunque en aquel año había 40.001 publicadores en Venezuela, la asistencia fue de 74.600 personas, llegadas desde los rincones más remotos del país. Algunas habían viajado en autobús doce horas o más con el fin de estar presentes, y cuando el programa terminó, se subieron a los autobuses para emprender un nuevo viaje de doce horas de vuelta a sus casas. Pero para los Testigos venezolanos —sonrientes, alegres y sumisos—, valió la pena estar con tantos de sus hermanos espirituales, aunque solo fuera por medio día.

Se lleva el mensaje a los Andes

La parte más septentrional de la cordillera de los Andes está en territorio venezolano. Tres ciudades principales que se encuentran en la región andina son Mérida, San Cristóbal y Valera. El estilo de vida y la actitud de su gente son muy distintos de los que caracterizan a los habitantes de las ciudades costeras y las zonas cosmopolitas.

Un superintendente de distrito que ha servido en los Andes, Rodney Proctor, hizo esta observación con respecto a la gente que vive allí: “En muchas ocasiones se trata al extraño como si fuera un extranjero, aunque esté en su propio país. La Iglesia todavía tiene un gran arraigo, y por lo general el mensaje del Reino no se acepta fácilmente. Algunos precursores especiales pasaron por la experiencia de estar un año entero en una población antes de que la gente les devolviera el saludo por la calle. Después del segundo año, algunos empezaron a estudiar la Biblia. A diferencia de lo que ocurre en otras regiones, el temor al qué dirán impide que se escuche a los Testigos cuando llegan”.

A principios de los años cincuenta, un precursor de Caracas, Juan Maldonado, visitó diversas ciudades de los Andes y se quedó predicando varias semanas en cada una de ellas. El recibimiento que se le dio en San Cristóbal no fue animador en un principio, pues lo arrestaron varias veces debido a su predicación directa.

No obstante, una familia se interesó en la verdad, y él estudió la Biblia con ella varias veces a la semana durante su estancia. Pero la familia fue objeto de persecución por parte de sus parientes y del cura local a tal grado que la madre, Angelina Vanegas, no pudo obtener suficiente trabajo para mantener el hogar.

Vin y Pearl Chapman fueron asignados a San Cristóbal en diciembre de 1953 después de haber servido de misioneros en Barquisimeto. Angelina Vanegas y su familia los recibieron como una magnífica provisión de Jehová, y enseguida empezaron a predicar con ellos. Unos meses después, la madre decidió bautizarse. La bañera del hogar misional era muy grande, y Angelina, muy bajita, así que no hubo problema para encontrar las instalaciones apropiadas.

¿Siesta, o salvación?

Los Chapman empezaron a estudiar con un matrimonio muy pobre, Misael y Edelmira Salas. Edelmira era una católica ferviente. “Tanta era mi devoción —explica— que en cierta ocasión, aunque estaba embarazada, cumplí un voto que le había hecho a Dios, e hice un peregrinaje descalza a otra aldea, fui de rodillas de la puerta de la iglesia al altar y, después, regresé a mi aldea caminando descalza nuevamente. Como consecuencia, enfermé y tuve un aborto.”

Cuando nació su siguiente hija, Misael y Edelmira habían empezado a estudiar la Biblia con los Chapman. Cierto día, la pequeña enfermó de gravedad, y Edelmira decidió llevarla al hospital. Antes de salir, las vecinas la presionaron para que la bautizara; le dijeron que si moría, se le negaría el entierro e iría al limbo. Edelmira pensó que, por si acaso, pasaría por la iglesia de camino al hospital para pedir al cura que bautizara a la niña.

“Llegué a eso del mediodía, y al cura no le gustó nada que le interrumpiera la siesta —recuerda—. Me dijo que me fuera y volviera en otro momento. De modo que le respondí: ‘Mi niña está muriéndose. ¿Qué es más importante: salvar a un niño del limbo, o que usted acabe de dormir la siesta?’. Accedió a regañadientes, pero envió al sacristán a bautizarla.”

La niña sobrevivió; de todas formas, aquel incidente marcó el punto de viraje para Edelmira. Totalmente desengañada de la Iglesia, empezó a tomar en serio su estudio de la Biblia con los Testigos. Entonces, ella y su esposo se mudaron a una localidad llamada Colón, donde no había Testigos. Cuando Casimiro Zyto visitó San Cristóbal en calidad de superintendente de circuito, los misioneros le pidieron que fuera a ver a Edelmira. ¡Cuánto agradeció la visita! Se bautizó en aquella ocasión.

Gracias al trabajo que hizo ella inicialmente, ahora hay una congregación en Colón y otras tres en El Vigía, donde ayudó a abrir el territorio cuando la familia se mudó allí. Transcurridos algunos años, su esposo y sus tres hijas se bautizaron.

Un cura fomenta la violencia

En otra pequeña aldea de los Andes, Luis Angulo servía de precursor. Cierto día de 1985 se asustó al oír un alboroto frente a su casa y, al mirar hacia afuera, se sorprendió al ver una mesa cerca de la puerta de entrada con la imagen de un “santo” encima. Una muchedumbre furiosa pedía a gritos que los Testigos se marcharan del pueblo, y amenazaron con quemar la casa. “¡Les damos una semana para que se vayan!”, gritaron.

El hermano Angulo recuerda: “Pensé que lo mejor sería acudir por ayuda al prefecto del pueblo. El prefecto fue comprensivo e hizo que la policía llevara ante él a los cabecillas. ‘¿Quién los organizó para hacer esto?’, les preguntó. Después de un rato admitieron que había sido el cura, que en la misa había animado a sus feligreses a echarnos del pueblo aduciendo que poníamos en peligro el bienestar espiritual de la aldea. ‘¡Ese cura está loco! —exclamó el prefecto—. Ahora váyanse a casa y dejen en paz a los Testigos si no quieren acabar todos en la cárcel’”.

No mucho tiempo después se descubrió que el cura estaba involucrado en algunos fraudes, y como suele suceder en estos casos, sencillamente lo transfirieron a otro lugar.

Una persona distinta

En la siguiente aldea, Pueblo Llano, Alfonso Zerpa era un personaje bien conocido. Estaba metido en la política; era borracho, drogadicto, fumador y mujeriego, y le gustaba asustar a la gente recorriendo a toda velocidad las dos calles principales del pueblo en su motocicleta. Pero en 1984 se plantaron en su corazón las semillas de la verdad, que crecieron rápidamente. Alfonso comenzó a ver la necesidad de hacer grandes cambios y de vestirse de la nueva personalidad. (Efe. 4:22-24.)

La primera vez que asistió a la Reunión Pública, solo encontró a los precursores especiales. “¿Dónde está todo el mundo?”, preguntó. Quizás fue mejor así, pues tenía tantas preguntas, que los precursores estuvieron contestándoselas con la Biblia hasta la medianoche. Después de aquello, nunca se perdió una reunión, y su esposa, Paula, fue con él. Se limpió tanto en sentido físico como moral, y con el tiempo llenó los requisitos para ser publicador. Su primer territorio fue precisamente las dos calles principales de Pueblo Llano. Ahora que iba vestido con traje y corbata y tenía buenos modales, estaba en condición de dar un excelente testimonio. Tanto él como Alcides Paredes, a quien Alfonso había llevado a las reuniones y había presentado como su mejor amigo, son ancianos que sirven con sus familias en la Congregación Puerto Llano. También se ha ayudado a más de veinte parientes de Paula a apreciar la verdad.

Con el tiempo se superaron los obstáculos aparentemente insalvables que impedían el progreso, y para 1995 había diez congregaciones en San Cristóbal, siete en Mérida y cuatro en Valera. También hay muchas congregaciones y grupos más pequeños por toda la región de los Andes.

Escasez de varones en Cumaná

La ciudad de Cumaná, capital del estado de Sucre, es la ciudad hispánica más antigua de América del Sur. La verdad empezó a llevarse de modo organizado a sus habitantes en 1954 con la llegada de los precursores especiales. Posteriormente fue a ayudar un matrimonio de misioneros: Rodolfo Vitez y su esposa, Bessie. Algún tiempo después, a él lo nombraron superintendente de circuito, pero antes de eso, ellos lograron alquilar un pequeño salón, lo limpiaron, lo pintaron y pusieron unos bancos viejos que había desechado un estadio de béisbol. Como ahora había un lugar donde reunirse, la cantidad de asistentes aumentó deprisa. Sin embargo, casi todos eran mujeres y niños.

Penny Gavette y Goldie Romocean habían sido asignadas al grupo misional de Cumaná, y recuerdan que tras marcharse el hermano Vitez al circuito, no quedaron varones para llevar la delantera. Los hombres no aceptaban la verdad. Penny recuerda: “Nos decían que no les gustaba nuestra religión porque no les permitía emborracharse ni tener otras mujeres. En cambio, su religión les dejaba hacer lo que quisieran. Aun cuando la asistencia llegaba a veces a 70 u 80 personas, solo había cinco o seis varones presentes, y las hermanas teníamos que conducir las reuniones de vez en cuando”.

Pero poco a poco, los hombres empezaron a asistir y a progresar lo suficiente como para que se les confiaran responsabilidades en la congregación. En poco tiempo el Salón del Reino ya estaba abarrotado. Sin embargo, ni esto ni la mala ventilación detuvo a la gente. Aunque a los misioneros les parecía que a la hora de la reunión el Salón del Reino se parecía a un baño turco, el amor a la verdad impulsaba a los asistentes a sentarse y escuchar por dos horas. Con el tiempo, Jehová hizo posible que se construyera un nuevo Salón del Reino.

La obra ha seguido creciendo en Cumaná. En 1995 había diecisiete prósperas congregaciones con un total de 1.032 publicadores de las buenas nuevas.

Sigue los pasos de su hermana

Cuando Penny Gavette dejó su hogar en California para asistir a la Escuela de Galaad, en 1949, su hermana Eloise tenía solo cinco años, pero le causó una honda impresión lo que hizo Penny. Recuerda que pensó: “También quiero ser misionera cuando sea mayor”. Las dos se alegraron mucho de que Eloise, después de graduarse en Galaad en 1971, fuese asignada como compañera misional de Penny en Cumaná.

Eloise, ahora casada con el superintendente de distrito Rodney Proctor, recuerda el enorme territorio que abarcaban ella y Penny. Relata: “Después de llevar dos años predicando en Cumaná, mi hermana y yo decidimos dar más atención a algunas poblaciones más pequeñas. La sucursal nos concedió permiso para predicar en Cumanacoa y Marigüitar, y allí pasábamos días enteros y fines de semana. Hacía mucho calor y teníamos que desplazarnos a pie a todas partes. En ambas localidades se formaron grupos”.

Las buenas nuevas llegan a pueblos fronterizos

En la región oriental del país, las colinas redondeadas y arboladas del sur del Orinoco dan paso a las impresionantes altiplanicies de arenisca de hasta 2.700 metros de altura al norte de la frontera con Brasil. Esta zona, escasamente poblada, es la más rica en oro y diamantes. No obstante, se están buscando tesoros de otra índole en las pequeñas poblaciones que hay allí. Son tesoros espirituales, “las cosas deseables de todas las naciones”. (Ageo 2:7.)

En 1958, un grupo de cinco Testigos viajó en avioneta a este lugar, donde colocaron cientos de revistas a los indígenas. Casi veinte años después, cuando el superintendente viajante Alberto González fue a Santa Elena con un grupo de hermanos de Puerto Ordaz, se colocaron 1.000 revistas. El poblado no tenía electricidad en aquel tiempo, pero un señor les prestó un generador para que pudieran mostrar las diapositivas, que se presentaron ante un auditorio de 500 personas. En 1987, dos precursores especiales, Rodrigo y Adriana Anaya, llegaron de Caracas.

Los grupos religiosos que habían llegado antes a estas regiones colocaron un fundamento sobre el que edificaron los Testigos. Los católicos y los adventistas enseñaron español a los indígenas y les llevaron la versión Valera de la Biblia, que usa el nombre divino Jehová.

Algunos indígenas empezaron a darse cuenta de que la Iglesia Católica no había enseñado con franqueza el mensaje bíblico. Por ejemplo, cuando cierta indígena aprendió lo que Dios opina de las imágenes, exclamó: “Nos dijeron que era malo adorar al Sol y que nuestros ídolos eran falsos, pero resulta que al mismo tiempo las imágenes de la Iglesia Católica le desagradan a Dios. Me dan ganas de ir a la iglesia y darle de palos al cura por haberme engañado tanto tiempo”. La convencieron de que no lo hiciera, pero sus palabras revelan lo que sienten muchos habitantes de la región.

A los indígenas del sur del estado de Bolívar les encantan nuestras publicaciones. Como aman la naturaleza, les atraen especialmente las ilustraciones a todo color de las creaciones de Dios. Es interesante presenciar cómo reciben una publicación. Toman el libro en las manos, lo palpan, lo huelen, lo abren, suspiran extasiados al ver las ilustraciones a color y hacen comentarios de aprobación en voz baja en la lengua pemón. A veces tienen tantas ansias de recibir las publicaciones, que las sacan del maletín del precursor y empiezan a distribuirlas a sus familiares. Los nativos son muy hospitalarios, y con frecuencia invitan a comer a los que les llevan el mensaje del Reino.

En la primera Conmemoración celebrada después de la llegada de los precursores especiales hubo una asistencia de 80 personas. Ahora hay una congregación. No obstante, las tradiciones indígenas, que están muy arraigadas, han impedido que el progreso sea rápido.

Terreno fértil en el Amazonas

La región amazónica de Venezuela se encuentra en el sur del sector central del país. Al lado de la frontera con Colombia está el pequeño poblado de Puerto Ayacucho, rodeado de selva virgen con una fauna y una flora fascinantes y numerosas cascadas.

En los años setenta, un superintendente de circuito llamado Willard Anderson visitó Puerto Ayacucho, donde en aquel tiempo había solo siete publicadores. Encontró una excelente disposición al mensaje en aquel territorio: cierta mañana colocó 42 libros. El grupo puso con optimismo veinte sillas para la presentación de diapositivas, pero imagínese su sorpresa y alegría cuando acudieron 222 personas. En Puerto Ayacucho hay ahora una próspera congregación de más de ochenta publicadores del Reino.

Indios guajiros en el Zulia

En el extremo occidental de Venezuela se encuentra el estado de Zulia. Los habitantes autóctonos de esta región son los guajiros. En algunos lugares, como La Boquita, viven en casas hechas de junco entretejido y levantadas sobre pilotes. Sus costumbres y vestimenta están llenas de color. Los hombres montan a caballo con las piernas descubiertas. Las mujeres llevan vestidos largos multicolores y en forma de tienda de campaña, y sus cotizas tienen grandes borlas de lana.

Entre los guajiros se está encontrando a personas de cualidades de oveja. Su reacción al mensaje bíblico suele ser un tanto reservada al principio, pues los grupos religiosos de la cristiandad se han aprovechado de ellos. Pero algunos están respondiendo de modo favorable.

Un misionero llamado Frank Larson decidió mostrar a los guajiros una de las películas de la Sociedad. La proyección se anunció para las siete de la tarde, pero nadie se presentó. Sin embargo, después de poner un estropeado disco popular de salsa, llegaron 260 personas, que vieron con agrado la película. En otra ocasión se reunieron más de seiscientas personas para oír un discurso presentado por Mario Iaizzo, un superintendente de circuito.

Inmigrantes que predican con celo la verdad bíblica

Uno de cada seis habitantes de Venezuela ha nacido en el extranjero. Especialmente en los años cincuenta vinieron grandes cantidades de inmigrantes procedentes de Portugal, Italia, España y los países árabes. Muchos llegaron casi sin dinero, pero a lo largo de los años han montado negocios prósperos. Son gente muy trabajadora; su mayor preocupación en la vida son los intereses materiales. Por esta razón suele ser difícil llevarles el mensaje del Reino. También hay inmigrantes procedentes de otros países sudamericanos, particularmente de Colombia.

Vilius Tumas, que se bautizó en Lituania en 1923, fue uno de los Testigos de Venezuela con un historial muy largo de servicio teocrático. Sobrevivió a los horribles días del régimen de Hitler en Europa, y se mudó a Venezuela después de la II Guerra Mundial. Fue un buen ejemplo de servicio fiel a sus hermanos en La Victoria, donde sirvió de anciano de congregación hasta su muerte, en 1993.

Remigio Afonso, oriundo de las islas Canarias, es superintendente viajante en Venezuela y ha hablado con otros inmigrantes. Ha comprobado que, aun cuando algunos miembros de una familia no estén interesados, puede que otros tengan un deseo intenso de oír la verdad bíblica. Por ejemplo, en Cumaná había un matrimonio de habla árabe que no quería escuchar, pero su hija sí. “Me pidió que le llevara una Biblia —dice Remigio—. Le dije que lo haría, pero ella se preguntaba si cumpliría mi palabra. Quedamos para un día y una hora, y me propuse ser puntual, lo cual la impresionó. Se quedó con la Biblia y el libro La verdad que lleva a vida eterna, y encargué a una hermana que siguiera con el estudio que yo había empezado.

”Poco después, mientras visitaba cierta congregación de Güiria, vi a un hombre sentado a la entrada de una tienda que había frente al Salón del Reino leyendo un libro de cubierta verde, y me hizo señas para que me acercara. Me preguntó si el libro que leía era nuestro. Aunque estaba en árabe, pude ver que se trataba del libro “Sea Dios veraz”. Me explicó que se lo habían regalado en su país natal, y que no se lo prestaría ni vendería a nadie. Tras asegurarme de que también entendía español, le ofrecí el libro La verdad, que aceptó de buena gana, y empezamos un estudio. Aquella semana asistió a tres reuniones e incluso contestó en el Estudio de La Atalaya.”

En una asamblea de distrito que se celebró dos años más tarde en Maracay, un hombre con un maletín saludó al hermano Afonso y le preguntó si se acordaba de él. “Soy aquel hombre de Güiria —explicó—. Estoy bautizado y ahora dirijo tres estudios bíblicos.” Al año siguiente, después de que el hermano Afonso dio un discurso en una asamblea de distrito celebrada en Colombia, una joven fue corriendo a saludarlo con lágrimas de alegría y se identificó como la muchacha de Cumaná a quien él había dado el testimonio. Le dijo que ella también era una Testigo bautizada. ¡Qué alegría dan estas experiencias!

Dyah Yazbek es otro ejemplo de alguien que vino del extranjero, hizo de Venezuela su hogar y ha presenciado el progreso de la obra. Recuerda el tiempo en que predicaba con sus padres y sus hermanos en las aldeas y ciudades del Líbano, donde su padre aceptó la verdad en los años treinta. La muerte del padre, Michel, dos meses después de llegar a Venezuela, asestó un golpe muy duro a toda la familia; pero Dyah recuerda: “Mi madre, mis hermanos y yo seguimos en la verdad, y asistíamos a las reuniones en la Congregación Norte de Caracas. Me bauticé a los 16 años y me hice precursor”. Al cabo de tres años tuvo que dejar el precursorado debido a los reveses económicos de la familia. Pero después de trabajar veintiocho años en los círculos bancarios, le pareció que estaba en condición de renunciar sin perjudicar a su esposa, sus tres hijos y su madre, que vive con ellos. De modo que emprendió de nuevo el servicio de precursor. Ahora el hermano Yazbek forma parte del Comité de Sucursal. Al pensar en los últimos casi cuarenta años, recuerda que en la asamblea de distrito que se celebró en Venezuela en 1956, la asistencia pasó de mil personas. “Hoy —dice él— la asistencia total a las asambleas de distrito supera los cien mil.”

Los superintendentes viajantes ayudan

A finales de los años cuarenta, cuando Donald Baxter era el único miembro de la sucursal y solo había seis o siete congregaciones en todo el país, él mismo se encargaba de visitar estos grupos.

En 1951 volvió de Galaad Rubén Araujo, que a la sazón contaba 21 años de edad, y se le asignó a visitar las congregaciones y grupos aislados del país. Aquel año, la cantidad de congregaciones aumentó a doce. Como Rubén no tenía automóvil, viajaba en autobús o taxi, y a veces, cuando visitaba lugares lejanos, en avión o chalana.

Todavía recuerda una visita que hizo a un suscriptor de La Atalaya en las inmediaciones de Rubio, estado de Táchira, cerca de la frontera con Colombia. El propietario de la finca dijo que era suizo y que no leía español, pero que hablara con su esposa, pues a ella le gustaba la Biblia. “Después de conversar con la esposa —recuerda Rubén—, esta llamó a su madre, una anciana de 81 años. Cuando vio los libros que llevaba, preguntó si esta obra tenía relación con el libro El Plan Divino de las Edades. Se le iluminaron los ojos y se emocionó: ‘¿Quiere decir que sabe quién es el señor Rutherford?’, preguntó. Su hija hacía de intérprete, pues la anciana solo hablaba alemán. Dijo que había leído el libro muchas veces desde que lo recibió, en 1920. También había visto el ‘Foto-Drama de la Creación’ y había escuchado el discurso ‘Millones que ahora viven no morirán jamás’. Llevaba doce años, desde su llegada a Venezuela procedente de Suiza, sin tener comunicación con los Testigos. ‘Les he echado muchísimo de menos’, dijo. Demostró su alegría cantando un cántico del Reino en alemán, y yo me puse a cantar con ella en español. Cantamos con lágrimas de alegría.”

Keith y Lois West, graduados de la clase 19 de Galaad, sirvieron quince años en la obra de circuito. Las circunstancias que afrontaron no siempre fueron fáciles. La visita a Monte Oscuro, en el estado de Portuguesa, es un ejemplo. Keith recuerda: “Debido a las fuertes lluvias caídas la noche anterior, no pudimos recorrer la distancia que esperábamos con el automóvil; así que lo dejamos y nos pusimos a caminar hasta el río, el cual vadeamos corriente arriba después de quitarnos los zapatos. Luego tuvimos que subir una montaña, que nos llevó al pequeño Salón del Reino. No había ni un alma allí, pero el hermano que nos acompañaba dijo: ‘No se preocupen, ahora vendrán’. A continuación se puso a golpear una llanta de metal, y finalmente aparecieron unas cuarenta personas. Empapado y con los pantalones embarrados, presenté mi discurso. Parece ser que la combinación del agua fría del río con la sofocante subida al Salón y el hecho de dar el discurso con los pantalones mojados me ocasionó un trastorno muscular muy doloroso. Después de aquella ocasión necesité ayuda por un tiempo para subir y bajar de la plataforma del Salón del Reino, y tenía que descansar con frecuencia durante la predicación”.

Los diversos lugares de hospedaje suponen un reto para los superintendentes viajantes. Muchas veces no tienen agua corriente. Los techos de metal ondulado contribuyen a que las temperaturas asciendan a entre 30 y 40 °C. Prácticamente no se conocen las telas metálicas para las puertas y ventanas, de modo que uno tiene que compartir la habitación, y a veces la cama, con la fauna autóctona. Además, el modo de vida tranquilo, abierto y sociable de las familias venezolanas requiere a veces cierta medida de adaptación del extranjero, acostumbrado a más intimidad. No obstante, la amigabilidad y hospitalidad de los venezolanos es sobresaliente, y la expresión “usted está en su casa” forma parte del recibimiento que se brinda al superintendente viajante cuando llega.

Los superintendentes viajantes han proyectado las películas y diapositivas de la Sociedad por todo el país. A los venezolanos les encanta ver películas, por lo que los superintendentes de circuito pueden esperar un lleno completo. La gente se sienta en el suelo o ve la proyección de pie o a través de las ventanas. Un hombre interesado tuvo la atención de pintar de blanco una pared de su casa para que sirviera de pantalla. En un pueblo de las montañas cercano a Carúpano, un amable tendero suministró la electricidad de su planta (la única electricidad disponible en muchos kilómetros a la redonda) y también la sala: el local donde se realizaban las peleas de gallos. Después lanzó unos cohetes para que bajara la gente que vivía en las montañas, lo cual reunió a 85 personas, muchas de las cuales bajaron en burro. Fue como un autocine, con ligeras diferencias.

Gladys Guerrero, que reside en Maracaibo, siente un cariño especial por los superintendentes viajantes y sus esposas. Mientras Nancy Baxter, esposa de un superintendente viajante, predicaba con la joven Gladys en Punto Fijo, observó que tenía un impedimento en el habla. Gladys le explicó que lo había heredado de su padre. Aunque se habían burlado mucho de ella, no había logrado corregirlo. Pero la conmovió ver cómo la hermana Baxter dedicaba tiempo a enseñarle la pronunciación correcta y a practicar ciertas palabras. “Su paciencia tuvo recompensas —dice Gladys—. Ahora puedo hablar correctamente.” Otras personas también contribuyeron al crecimiento espiritual de Gladys.

Confían en Jehová y sirven de precursores

En la actualidad hay más de once mil precursores en Venezuela. Muchos de ellos empezaron gracias al estímulo que recibieron de otros ministros de tiempo completo.

Pedro Barreto fue uno de ellos. En 1954, el superintendente de la sucursal lo invitó a emprender el precursorado especial junto con otros tres muchachos. Pedro tenía 18 años, y era el mayor. ¿Qué debía hacer? “Era joven e inexperto, y no sabía lavar ni planchar la ropa. De hecho, casi no sabía ni bañarme”, dice riéndose. Se había bautizado el año anterior. Después de hablar con el superintendente de la sucursal como por una hora, Pedro se decidió. Se asignó a los cuatro muchachos a Trujillo, la capital del estado del mismo nombre. Sus habitantes eran muy tradicionalistas y religiosos, especialmente en aquel tiempo. Aquellos cuatro precursores colocaron gran parte del fundamento en esa región. Entre las personas a las que predicaron había gente importante, como el jefe de correos y el juez del tribunal de Trujillo.

Cierto día, los cuatro precursores se encontraron en la plaza principal con un sacerdote bien conocido en Venezuela por los artículos mordaces, difamatorios y equivocados sobre los testigos de Jehová que publicaba en la prensa nacional. Al arremolinarse la gente, el cura dijo que no se escuchara a los muchachos porque, según él, estaban perturbando la paz del pueblo y molestando a todo el mundo. Instó a la gente a recordar que la fe del pueblo pertenecía a la Iglesia Católica. “En medio de la confusión y el alboroto —recuerda Pedro—, el cura me amenazaba en voz baja utilizando lenguaje soez. Así que me dirigí en voz alta a la gente: ‘¿Oyeron lo que dijo?... ¡Y eso que es un sacerdote!’, y repetí algunas de las cosas que me había dicho. A continuación masculló: ‘O se largan, o los echo a patadas’. Le contesté que no era necesario que usara los pies, que ya nos íbamos.”

Este incidente llegó a oídos del juez antes mencionado, quien encomió a los precursores y les dijo que admiraba mucho la obra que estaban haciendo. El mensaje de la verdad que predicaron aquellos cuatro valientes muchachos arraigó en Trujillo, y para 1995 había dos congregaciones en la ciudad, además de las congregaciones y grupos de la mayor parte de las ciudades y aldeas de los contornos.

La hermana de Pedro, Arminda López, recuerda que a finales de los cincuenta, mientras sirvió de precursora en San Fernando de Apure con otras tres hermanas, Jehová les suministró siempre lo que necesitaron, como promete hacer para todos los que buscan primero el Reino. (Mat. 6:33.) Cierto mes, su mesada de precursoras especiales no llegó cuando la esperaban; se les había acabado el dinero y no les quedaba nada de alimento. Con el fin de olvidar el hambre, decidieron irse a la cama temprano. A las diez de la noche oyeron llamar a la puerta. Vieron por la ventana que se trataba de un hombre con quien estudiaban la Biblia. Pidió disculpas por llamar tan tarde, pero dijo que acababa de regresar de un viaje y había traído algunos artículos que tal vez les vendrían bien: una caja de frutas, verduras y otros comestibles. La cocina se convirtió en un hervidero de actividad, y a ninguna se le ocurrió volver a la cama. “Debió ser Jehová quien impulsó a aquel hombre a venir aquella noche —dice Arminda—, pues el estudio le tocaba al día siguiente, y fácilmente pudo haber esperado hasta entonces.” Arminda todavía es precursora regular, ahora en Cabimas.

Casi ningún problema les parece demasiado grande a los celosos precursores. La edad, la mala salud o un familiar opuesto no tienen por qué ser necesariamente obstáculos insalvables. Aunque los jóvenes conforman parte del total de precursores (a principios de 1995 había 55 precursores regulares entre las edades de 12 y 15 años), de ningún modo son los únicos que participan en esta faceta del servicio. Muchas hermanas cuyos esposos no son Testigos se levantan temprano todas las mañanas para cocinar, atender a sus hijos y hacer las tareas domésticas, a fin de reunirse con el grupo que sale al servicio del campo y conducir estudios bíblicos sin descuidar sus responsabilidades.

Así mismo, los hermanos casados que tienen familia organizan sus diversos quehaceres para poder servir de precursores. David González empezó a servir de precursor en 1968, cuando era joven y soltero. Después fue precursor especial con su esposa, Blanca, hasta que tuvieron familia. Ahora, él, su esposa y una de sus hijas son precursores regulares. Además de atender la responsabilidad que supone tener tres hijos, sirve de anciano y es sustituto del superintendente de circuito. ¿Cómo lo logra? Dice que lo ha podido hacer sacrificando algunas cosas materiales innecesarias y siguiendo un buen horario. También cuenta con la plena cooperación de su esposa.

Luego están los que viven en el crepúsculo de su vida, cuyas circunstancias han cambiado, de modo que ahora pueden emprender el servicio de precursor. Entre estos hay matrimonios que se han jubilado, y otros, cuyos hijos han crecido. También hay algunos en la situación de Elisabeth Fassbender. Nació en 1914 y se bautizó en la Alemania de la posguerra antes de emigrar a Venezuela en 1953 con su esposo, quien no era creyente y se opuso fuertemente a ella durante treinta y dos años, hasta que murió, en 1982. A los 72 años, con el camino despejado para servir a Jehová más plenamente, Elisabeth logró lo que por tanto tiempo había anhelado: servir de precursora regular.

Algo que indudablemente contribuye al espíritu de precursor en Venezuela es que la mayoría de los hermanos no tienen un estilo de vida materialista, ni les entrampa la lucha constante por conseguir lujos para sus casas o ganar dinero para vacaciones costosas. Sin estas cargas económicas adicionales, una cantidad mayor del pueblo de Jehová tiene a su alcance el privilegio del precursorado.

Un campo fructífero bajo cultivo

En conjunto, los venezolanos son gente tolerante que respeta la Biblia y que, salvo raras excepciones, cree en Dios. El dominio que ha ejercido la Iglesia Católica ha ido debilitándose, y muchos feligreses sinceros pero descontentos buscan otro lugar en el que satisfacer sus necesidades espirituales. La injerencia de la Iglesia en la política y la salida a la luz de la mala conducta de algunos sacerdotes no han contribuido precisamente a infundir confianza en la gente.

Sin duda, todos estos factores contribuyen a que sea relativamente fácil comenzar estudios bíblicos. En agosto de 1995, los 71.709 testigos de Jehová de Venezuela conducían más de 110.000 estudios bíblicos. Al publicador que predica con regularidad y atiende el interés de la gente no le resulta difícil comenzar estudios bíblicos que progresen. Hablando en términos generales, los estudiantes asisten a las reuniones y hacen cambios enseguida para actuar en conformidad con los justos requisitos de Jehová.

En 1936 había solo dos proclamadores de las buenas nuevas en Venezuela. En 1980 la cifra de publicadores era de 15.025, y quince años después el total de los publicadores del Reino superaba los 71.000. En 1980 había 186 congregaciones en todo el país. Ahora hay 937. Y la cantidad de los que aman y sirven a Jehová sigue creciendo.

Tiempo de edificar

Como resultado del considerable aumento en el número de publicadores que ha habido en los últimos años, muchos Salones del Reino no tienen el espacio necesario para todos los que asisten a las reuniones. El precio de la propiedad es prohibitivo, especialmente en los barrios céntricos de las ciudades. En Caracas, donde ahora mismo hay 140 congregaciones y el terreno es caro, no es extraño que compartan el mismo Salón hasta cinco congregaciones grandes con asistencias multitudinarias. Esta circunstancia permite que los vecinos asistan los domingos a un interesante espectáculo, pues ven la entrada de una congregación en cuanto sale la anterior y el sinfín de apretones de manos y besos que se dan los hermanos y hermanas. Muchos tienen que estar de pie en las reuniones, y la ventilación no suele ser la adecuada. Hay una gran necesidad de más Salones del Reino, y con la ayuda del Fondo de Salones del Reino de Venezuela, se está empezando a trabajar para paliar esta necesidad.

A pesar de que los recursos son limitados, la disposición generosa de los hermanos hizo posible la construcción del primer Salón de Asambleas de Venezuela, en Cúa, estado de Miranda. Dyah Yazbek, que trabajó en el Comité de Construcción, nos proporciona ciertos detalles: “La construcción del Salón de Cúa afrontó algunos problemas después del primer año, cuando, una vez construida la estructura, nos quedamos sin fondos para el resto de las obras. El 12 de octubre de 1982 nos reunimos con los ancianos y siervos ministeriales de la localidad y les expusimos la situación; les pedimos además que hicieran una encuesta entre los hermanos de las congregaciones. Tres meses más tarde nos llevamos la enorme sorpresa de que las donaciones ascendían a 1.500.000 bolívares —una suma considerable en aquel tiempo—, lo cual nos permitió acabar el proyecto e instalar aire acondicionado y asientos cómodos. El salón ha sido una bendición para los once circuitos que lo usan ahora mismo”. En este momento, Venezuela tiene dos Salones de Asambleas. El otro está en Campo Elías, en el estado de Yaracuy.

Una sucursal mejor

Un comité de seis hermanos maduros administra el trabajo que tiene a su cargo la sucursal. Ellos son Teodoro Griesinger, Keith West, Stefan Johansson (el actual coordinador del Comité de Sucursal), Eduardo Blackwood (que es también uno de los cuatro superintendentes de distrito), Dyah Yazbek (precursor regular y padre de familia) y Rafael Pérez (superintendente de circuito).

Como hay más trabajo en el campo, también ha sido necesario agrandar las instalaciones de la sucursal. Cuando los hermanos Knorr y Henschel visitaron Venezuela en noviembre de 1953, el hermano Knorr señaló que sería bueno comprar una propiedad donde instalar el hogar misional y la sucursal. Se encontró una casa grande y nueva de dos plantas en la tranquila zona residencial de Las Acacias, en Caracas. La sucursal y los misioneros se mudaron a Quinta Luz en septiembre de 1954, donde estuvo ubicada la sucursal veintidós años.

Cuando la cantidad de publicadores del Reino sobrepasó los trece mil, la sucursal se mudó a un nuevo lugar, esta vez a la cercana población de La Victoria, en el estado de Aragua. Este espléndido edificio nuevo parecía enorme en comparación con la anterior sucursal, y algunos no podían imaginar que se utilizaría a pleno rendimiento. Pero en 1985 se dedicó una nueva sección, que se había construido porque la sucursal se había quedado pequeña.

En cuestión de unos años la sucursal volvió a quedarse pequeña, y en 1989 se compró un terreno excelente de 14 hectáreas para levantar la nueva sucursal. Ya se ha hecho el trabajo preliminar, y se espera que las nuevas instalaciones se completen en el futuro cercano.

“Cualquiera que tenga sed, venga”

Cuando el apóstol Juan estaba terminando de escribir el libro de Revelación, Jesucristo hizo que incluyera las siguientes palabras: “El espíritu y la novia siguen diciendo: ‘¡Ven!’. Y cualquiera que oiga, diga: ‘¡Ven!’. Y cualquiera que tenga sed, venga; cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida”. (Rev. 22:17.) Por más de setenta años se ha llevado esta misericordiosa invitación a los venezolanos. Está llegando a toda región del país con más intensidad que nunca antes y con buenos resultados.

El aumento de la delincuencia no ha restado ímpetu a la obra. Casi no hay casa o apartamento que no tenga asegurada la puerta con una barra de hierro forjado, que en ocasiones deja ver una gruesa cadena o un candado grande. Los asaltos son una amenaza constante, incluso a plena luz del día. Los caraqueños en particular se cuidan de llevar por la calle joyas de oro o relojes caros. Muchas veces los turistas desprevenidos son el blanco de los asaltantes. Nuestros hermanos deben tener mucho cuidado cuando predican en las zonas más pobres de la ciudad. Por lo general se respeta a los testigos de Jehová, pero ha habido casos de asaltos a punta de pistola a grupos enteros de publicadores, que han tenido que entregar sus relojes, dinero y joyas; esta circunstancia, no obstante, no ha afectado el celo de nuestros hermanos en estas zonas peligrosas, y se está dando un testimonio cabal.

La proclamación paciente y persistente de las buenas nuevas ha beneficiado a gente de toda clase. Un ingeniero de Maracaibo y su familia habían rechazado los intentos que habían hecho sus amigables vecinos Testigos de hablar con ellos de la Biblia, y durante catorce años la conversación entre las dos familias no había pasado de los saludos de cortesía. Pero cierto día de 1986, el hijo de cinco años de los Testigos habló en la cerca con la niña del vecino. Al terminar la conversación, el niño dijo: “Si mi papá le diera al tuyo el libro Creación, vería que Jehová nos hizo”. A la mañana siguiente, el padre llamó a la casa de su vecino pensando que tal vez Jehová quería que intentara hablar de nuevo con él, y le relató la conversación que habían tenido sus hijos, tras lo cual añadió: “Así que de parte de mi hijo me gustaría regalarle este libro Creación”. Para sorpresa del hermano, dos días más tarde, este matrimonio fue a su casa para pedir perdón por la postura intransigente que habían adoptado antes y expresar su agradecimiento por el maravilloso libro. Se comenzó un estudio bíblico, y ahora el matrimonio y sus dos hijos mayores son testigos de Jehová dedicados y bautizados.

En Barquisimeto, Ana siempre había rechazado a los Testigos que llegaban a su puerta. Era devota del culto de María Lionza y, como tal, participaba en prácticas espiritistas. Pero deseaba liberarse de estas ideas esclavizadoras. Oró a Dios pidiéndole que la ayudara a cambiar su estilo de vida. Poco después, una testigo de Jehová de nombre Esther Germanos llamó a su puerta. Ana no pudo menos que preguntarse si habría relación entre su oración y la visita de la Testigo. Aceptó un estudio bíblico, empezó a asistir a las reuniones, dijo a sus inmorales inquilinos que se marcharan, sacó de su casa todos los objetos relacionados con el espiritismo, dedicó su vida a Jehová en 1986 y experimentó por fin la libertad que solo puede dar la verdad.

Hernán pertenecía a un grupo que practicaba ritos espiritistas, consideraba aceptable la inmoralidad sexual y utilizaba grandes cantidades de alcohol en los ritos religiosos con el fin de “fortalecer el espíritu”, como decían. Cuando empezó a ir al Salón del Reino, escuchaba lo que se decía y después iba directo a su iglesia y presentaba un discurso parecido. Pero tras asistir a una asamblea, empezó a tomar más en serio lo que estaba aprendiendo. Cierto domingo de 1981, llegó a la iglesia y vio espumajeando a la que llamaban madre espiritual. Le dijeron que estaba poseída por Satanás el Diablo. No volvió más. Al año siguiente se bautizó como testigo de Jehová. Él, su esposa y su hijo mayor son ahora precursores regulares.

El matrimonio Martínez estaba a punto de separarse. Se amenazaban constantemente con el divorcio, una situación de la que se aprovechaban los niños. La esposa, que buscaba consuelo desesperadamente, buscó a una Testigo de Jehová que anteriormente le había hablado de la Biblia y empezó a estudiar sin que lo supiera su esposo. Entretanto, la secretaria del esposo le dio testimonio y quedaron en que un anciano estudiaría con él. No pasó mucho tiempo antes de que decidiera contar a su esposa lo que había aprendido en su estudio de la Biblia. ¡Menuda sorpresa se llevó al descubrir que ella también estudiaba la Biblia con los testigos de Jehová y asistía a las reuniones en otro Salón del Reino! A partir de aquel momento, estudiar la Biblia juntos y asistir a las reuniones como familia se convirtió en una faceta habitual de su vida de familia. Ahora esta familia, que estaba a punto de dividirse, sirve a Jehová unida y felizmente.

Beatriz había deseado toda su vida entender la Biblia. Se casó y se mudó con su esposo a Caracas, donde ambos pertenecían a la alta sociedad. En la capital entabló amistad con un hombre de edad avanzada que había dejado el sacerdocio, pues no estaba de acuerdo con las enseñanzas fundamentales de la Iglesia. En cierta ocasión le dijo: “La única forma válida de bautismo es mediante inmersión, tal como la practican los testigos de Jehová”. Años después, Beatriz, ya divorciada de su marido, se enfrentó a un angustioso problema personal. Desesperada, le oró a Dios. Cierta noche en particular, el 26 de diciembre de 1984, pasó muchas horas orando. A la mañana siguiente sonó el timbre de la puerta. Miró con disgusto por la mirilla y vio a dos personas con maletines. Algo molesta, dijo a través de la puerta, como si fuera la criada: “La señora no está en casa y yo no puedo abrir”. Antes de irse, la pareja metió una hoja suelta por debajo de la puerta. Beatriz la recogió y vio que decía: “Conozca su Biblia”. Recordó las palabras de aquel ex sacerdote. ¿Pudieran ser estos visitantes la gente que él había mencionado, los testigos de Jehová? ¿Pudiera ser que su visita tuviera relación con las oraciones que había hecho la noche anterior? Cuando abrió la puerta, ya se habían ido. Salió a la escalera a llamarlos, pidió disculpas por su reacción inicial y los invitó a entrar. Se comenzó de inmediato un estudio bíblico, y algún tiempo después Beatriz se bautizó como Testigo cristiana de Jehová. Contenta de haber cumplido su deseo de toda la vida, Beatriz dedica ahora gran parte de su tiempo a ayudar a otras personas a conocer la Biblia.

Con la bendición de Jehová, las congregaciones están creciendo a un ritmo rápido. Los Salones del Reino están llenos a rebosar. Se están formando nuevas congregaciones. La cantidad de proclamadores del Reino está aumentando, igual que el número de ministros de tiempo completo. La enorme asistencia a la Conmemoración y a las asambleas de distrito indica que muchas personas más se unirán a nosotros en adorar a Jehová antes de que termine este sistema de cosas.

Los testigos de Jehová están intensificando su testimonio en las ciudades y las aldeas, las llanuras y las montañas de Venezuela con excelentes resultados, y tienen presentes las palabras del apóstol Pablo: “Ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que lo hace crecer”. (1 Cor. 3:7.)

[Fotografía en la página 194]

Rubén Araujo, uno de los primeros venezolanos que se hizo Testigo

[Fotografía en la página 199]

Inez Burnham, Ruby Dodd (ahora Baxter), Dixie Dodd y Rachel Burnham cuando partían de Nueva York, en 1949. Antes de que el barco saliera del puerto, todas se sentían estupendamente

[Fotografía en la página 207]

Quinta Luz

[Fotografía en la página 227]

En 1988, más de setenta y cuatro mil seiscientas personas llenaron la plaza de toros de Valencia para escuchar un programa especial

[Fotografías en la página 208]

Arriba: Milton Henschel discursando en una asamblea celebrada en el Club Las Fuentes, en 1958

Abajo: Nathan Knorr (izquierda) con Teodoro Griesinger, de intérprete, en 1962

[Fotografías en la página 236]

Algunos de los que han servido de superintendentes de circuito o distrito (con sus esposas): 1) Keith y Lois West, 2) Alberto y Zulay González, 3) Casimiro Zyto, 4) Lester y Nancy Baxter, 5) Rodney y Eloise Proctor, 6) Remigio Afonso

[Fotografías en la página 244]

Algunos de los que han servido mucho tiempo de precursores: 1) Dilia de González, 2) Emilio y Esther Germanos, 3) Rita Payne, 4) Ángel María Granadillo, 5) Nayibe de Linares, 6) Irma Fernández, 7) José Ramón Gómez

[Fotografías en la página 252]

Arriba: sucursal de La Victoria

Comité de Sucursal (de izquierda a derecha): Dyah Yazbek, Teodoro Griesinger, Stefan Johansson, Keith West, Eduardo Blackwood y Rafael Pérez

[Fotografías en las páginas 200, 201]

Algunos misioneros que han servido muchos años en Venezuela: 1) Donald y Ruby Baxter, 2) Dixie Dodd, 3) Penny Gavette, 4) Leila Proctor, 5) Ragna Ingwaldsen, 6) Mervyn y Evelyn Ward, 7) Vin y Pearl Chapman

[Ilustración de la página 186 (completa)]