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Micronesia

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Micronesia

Paraíso. Es posible que dicha palabra le haga evocar una isla tropical con vegetación lujuriante, cielos de un azul intenso, palmeras que se mecen con la suave brisa, playas de arena blanca, aguas oceánicas cristalinas con peces de vistosos colores y una espectacular puesta de sol. Micronesia cuadra muy bien con esta imagen de paraíso. Su belleza es impresionante.

Hay, empero, cosas que jamás relacionaríamos con un paraíso. Estas islas acusan las marcas que dejaron los feroces combates sostenidos durante la segunda guerra mundial, y sus pobladores luchan contra las dificultades económicas, el delito y las enfermedades. Cada día más personas reconocen que antes de que este lugar pueda llegar a ser un paraíso de verdad, tienen que solucionarse los arraigados problemas del género humano.

La variedad da sabor a la vida en Micronesia

Micronesia comprende varios conjuntos de islas, todos con atractivos y cultura distintos. Resulta sorprendente el hecho de que cada grupo insular posee una lengua propia bien diferenciada, ininteligible incluso para los grupos insulares vecinos.

No existe una isla típicamente micronesia. Unas son ricas, otras pobres. Hay islas volcánicas de relieve escarpado, como Pohnpei, que se elevan a más de 900 metros [300 pies], y pequeños atolones tan llanos que apenas se levantan un metro sobre el nivel del mar. Tal es el caso del atolón de Majuro, en las islas Marshall; en tiempo tormentoso, las olas a veces inundan secciones enteras de este.

Los micronesios son amistosos y atractivos. Muchos viven de los recursos que les brindan la tierra y el mar. Cultivan en sus propiedades familiares los productos que constituyen la base de su alimentación, quizás críen gallinas o cerdos, y practican la pesca en el océano.

Si bien se cree que estas remotas islas fueron colonizadas originariamente por navegantes que viajaban en dirección este desde Asia y oeste desde Melanesia, fueron los exploradores españoles del siglo XVI los primeros occidentales en llegar a Micronesia, llevando consigo su religión. En la actualidad, la Iglesia Católica, junto con un tipo genérico de protestantismo establecido por misioneros de la cristiandad de finales del siglo XIX, tiene mucho arraigo en la mayoría de las islas.

GUAM: el centro de la actividad insular

Micronesia, nombre que significa “islas pequeñas”, está formada por cerca de dos mil islas dispersas, de las cuales 125 están habitadas. Aunque el archipiélago se extiende en el globo sobre una superficie más o menos igual a la de los Estados Unidos continentales, las islas son tan diminutas que la superficie reunida de todas ellas apenas llega a 3.100 kilómetros cuadrados [1.200 millas cuadradas], no mucho mayor que el estado de Rhode Island, el más pequeño de Estados Unidos.

La puerta de entrada a Micronesia es Guam, desde donde parten los vuelos a muchas de las otras islas. De los 470.000 habitantes de Micronesia, 150.000 viven aquí. Con 51 kilómetros [32 millas] de longitud, Guam es la mayor de las islas micronesias, y también la más desarrollada. Sus congestionadas carreteras y su ajetreado estilo de vida la distinguen de las islas restantes, cuyo ritmo de vida es más sosegado.

Codiciada durante mucho tiempo por las potencias militares debido a su posición estratégica en el Pacífico, Guam es ahora un bastión militar de Estados Unidos; más de un tercio de su territorio permanece bajo el control del ejército norteamericano. Pero también es un sitio estratégico para la difusión de las buenas nuevas del Reino de Dios. La sucursal de la Sociedad Watch Tower imprime publicaciones para la educación bíblica en once idiomas y las distribuye por todo el territorio micronesio.

Llega la verdad del Reino al ‘último campo inexplorado’

En el discurso de dedicación de la sucursal de Guam, en abril de 1980, Milton Henschel, miembro del Cuerpo Gobernante, calificó a Micronesia como “uno de los últimos campos inexplorados” en la obra de predicación del Reino. A causa de las numerosísimas islas apartadas que la integran y de la multitud de lenguas autóctonas que se hablan en ella, este ‘último campo inexplorado’ del trópico ha supuesto una verdadera prueba.

Por cuarenta años, varios misioneros fieles han hecho frente a los obstáculos con tesón e ingenio. En dicho período ha habido por lo menos ciento setenta y cinco misioneros en Micronesia, constituyéndose en un factor importante en el crecimiento de las veintiséis congregaciones y los aproximadamente mil trescientos Testigos activos en el archipiélago.

De los 63 misioneros que sirven actualmente en Micronesia, solo un puñado asistió a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower; la mayoría son precursores de Filipinas y Hawai a quienes se invitó a emprender el servicio misional en este lugar. Para muchos significó cambiar las comodidades del hogar por una forma de vida más primitiva. Algunas islas cuentan con pocas carreteras en buen estado y carecen de electricidad y agua corriente. Los misioneros están expuestos a muchas enfermedades; deben soportar un clima cálido y húmedo, y, a veces, condiciones meteorológicas violentas. Durante casi todo el año amenazan los destructores tifones. Pese a todo ello, han visto los resultados satisfactorios de su labor.

La verdad de la Biblia se ha afianzado firmemente en las islas principales. Entre los primeros isleños que abrazaron el mensaje del Reino hubo personas influyentes. Carl Dannis, por ejemplo, era miembro del cuerpo legislativo de Pohnpei; Fredy Edwin, uno de los primeros Testigos de Kosrae, hablaba siete idiomas y era pariente del rey; Augustine Castro, que estudió para sacerdote, ayudó a fundar una congregación en Saipán, y en Guam, el ex boxeador Tony Salcedo se valió de su popularidad para llevar a los nativos un mensaje que contribuiría a que gozaran de una paz que el encantador paisaje isleño nunca les había dado.

Cómo llegaron las buenas nuevas a Guam

Tony Salcedo no fue el primer Testigo que llegó a Micronesia; de hecho, ni siquiera era Testigo en aquel entonces. Llegó a Guam procedente de Filipinas en 1948 para trabajar por contrato en la reconstrucción de la posguerra. Varios de sus compañeros de trabajo eran testigos de Jehová, y empezaron a enseñarle la Biblia.

Estos celosos hermanos organizaron la primera congregación de Micronesia en diciembre de 1951. No obstante, en 1954, la quiebra de la compañía obligó a todos a marcharse. A Tony, que había abandonado el boxeo, se le permitió quedarse porque se había casado con una joven guameña.

A mediados de los años cincuenta, las reuniones se celebraban en el hogar de los Salcedo, y la congregación aumentó a doce miembros. Su territorio de predicación lo constituía la isla completa. “Los sábados pasábamos todo el día en el servicio del campo, y en poco tiempo la gente de las aldeas ya sabía quiénes éramos”, cuenta Tony.

Les aguardan circunstancias difíciles

Por aquella época, Guam no tenía ni el más remoto parecido con la animada isla vacacional que es hoy. Sam y Virginia Wiger, los primeros misioneros enviados allí, recuerdan muy bien su llegada en 1954.

“En aquel tiempo, Guam era exclusivamente una base militar —relata Sam—. La guerra había devastado la isla. Por todas partes había bombas y cargas sin explosionar, el óxido corroía el material bélico y aún se encontraba y apresaba a francotiradores japoneses. Mi esposa y yo alquilamos un cobertizo prefabricado en el que no había nevera ni acondicionador de aire ni cama ni ningún otro mueble. Dormíamos en catres del ejército cubiertos con mosquiteros.”

La predicación de los Wiger fue tan fructífera que pronto hubo que conseguir un lugar de reuniones más grande, por lo que la congregación alquiló un comedor de oficiales vacío y lo limpió a fondo. Como el edificio estaba situado frente a una iglesia católica, el sacerdote protestó cuando los hermanos levantaron el letrero del Salón del Reino.

Poco después cayó un rayo. Durante una rara tormenta eléctrica, un rayo abatió el campanario de la iglesia e hizo añicos varias imágenes. “El sacerdote dijo a los feligreses que Dios pretendía alcanzar el Salón del Reino, pero había errado el blanco —refiere Wiger—. Como la gente no creyó tal explicación, el cura se inventó otra historia. Dijo que Dios había destruido la iglesia porque necesitaban una mejor y más grande.”

La entrada en los territorios en fideicomiso

Cuando se asignó a los Wiger como misioneros en Japón, aumentó el trabajo de Merle Lowmaster, un hermano alto que, aunque sonreía con frecuencia, siempre se tomaba la verdad en serio. La Sociedad Watch Tower le encargó hacer un viaje de exploración por Micronesia en 1960. Dado que las islas se hallaban bajo administración fiduciaria de Estados Unidos, necesitaba un permiso de viaje firmado por el alto comisario, un hombre hosco y poco dispuesto a colaborar que le dijo: “Tendrá que pasar por encima de mi cadáver para entrar en los territorios en fideicomiso”.

Su muerte, sin embargo, no fue necesaria. Tres meses más tarde designaron a un nuevo alto comisario y Merle obtuvo el permiso. Así, él fue la primera persona en comunicar el mensaje del Reino en las islas de Saipán, Chuuk, Pohnpei, Belau y Yap.

Ayuda personal del presidente de la Sociedad

En noviembre de 1962 azotó la tragedia en Guam, cuando los vientos del tifón Karen bramaron sobre la isla a una velocidad de aproximadamente 320 kilómetros por hora [200 millas por hora], lo que ocasionó nueve muertos y daños materiales calculados en millones de dólares. Felizmente, ningún hermano perdió la vida, aunque sí perdieron el Salón del Reino. Cuando las perspectivas de construir uno nuevo parecían sombrías, una hermana recién bautizada acudió en auxilio con una generosa donación de tierra. Allí levantaron un Salón del Reino más grande, que se terminó a tiempo para la visita de zona que en 1964 efectuó N. H. Knorr, el entonces presidente de la Sociedad Watch Tower.

Con miras a dar un testimonio cabal en esta parte de la Tierra habitada, el hermano Knorr asignó a seis misioneros recién llegados a trabajar en varias partes de Micronesia, y les dijo: “Por más que estos lugares les parezcan extranjeros, recuerden siempre que están en casa en el planeta Tierra. El único misionero realmente extranjero fue Cristo porque dejó los cielos para servir aquí. Persistan en su asignación hasta que se termine la obra”.

En los pocos años previos a esta fecha, los superintendentes viajantes hacían un recorrido anual de las islas en cargueros. Visitaban a los poquísimos Testigos que había, predicaban dondequiera que el buque hacía escala y animaban a todo el que hubiera mostrado interés en las visitas anteriores. El hermano Knorr sugirió realizar el viaje de circuito dos veces al año en avión.

Los superintendentes viajantes contribuyen al crecimiento

A partir de 1968, Nathaniel Miller, superintendente viajante de Hawai, se encargó de hacer el recorrido aéreo de Micronesia. Como muchos micronesios de edad hablaban japonés y él había sido misionero en Japón, era el candidato indicado para llevar a cabo la extenuante asignación. ¿Por qué extenuante? “El viaje de ida y vuelta a las islas en avión desde Honolulú rebasaba los 14.000 kilómetros [9.000 millas]”, recuerda Miller.

A su llegada a Guam se encontró con una congregación desanimada, poco crecimiento y un territorio que no se abarcaba regularmente. Miller recomendó el envío de cuatro misioneros más y la creación de un segundo hogar misional en el extremo sur de la isla.

En 1969 se puso a Guam y los territorios de Micronesia bajo la supervisión de la sucursal hawaiana. A partir de 1970, Robert K. Kawasaki, padre, coordinador del Comité de Sucursal de Hawai, también empezó a visitar Micronesia y a servir una vez al año en las asambleas de circuito y de distrito y en los hogares misionales.

El fruto de la atención personal de los pastores espirituales no tardó en evidenciarse. La Asamblea de Distrito “Hombres de Buena Voluntad” celebrada en 1970 en Guam tuvo una concurrencia máxima de 291 personas, y la prensa, la radio y la televisión le hicieron publicidad todos los días. Aun así, era seguro que había cabida para más trabajadores en esta parte del campo. ¿De dónde vendrían?

Robert y Mildred Fujiwara, precursores regulares que administraban una tienda de comestibles en Hawai, anhelaban servir donde hiciera más falta. Su sueño se materializó cuando se mudaron a Guam en 1970 con tres hijos entre las edades de 8 y 16 años. ¿Les benefició el cambio a ellos y a sus hijos? Todos sus hijos, que ya son mayores y están casados, son siervos celosos de Jehová. Dos de ellos sirven en la sucursal de Guam y uno es precursor. Cuando los Fujiwara arribaron a la isla, solo había una congregación. Han tenido el gozo de participar en la obra y ver multiplicarse el número de congregaciones a nueve, además de un grupo, organizadas para atender a las personas en seis idiomas. Otras familias vinieron a ayudar en los años setenta y ochenta.

Fácil de recordar la dirección de la sucursal

En 1976, el tifón Pamela derribó el Salón del Reino de Guam, construido en 1964 y agrandado en 1969. “Parecía como si una aplanadora hubiera allanado la isla”, comentó un hermano.

En lugar de reconstruir aquel modesto lugar de reuniones, se edificó una nueva sucursal en forma de “L” que comprendía una oficina, una imprenta, seis habitaciones y un espacioso Salón del Reino con 400 asientos, el cual podía usarse también para las asambleas. Con el fin de que resistiera los tifones, se construyó con paredes de hormigón de 20 centímetros [8 pulgadas] de espesor reforzadas con estructura de acero. Un hermano venido de Hawai comentó: “Era tan grande que creíamos que nunca lo íbamos a llenar. Solo había 120 Testigos en toda la isla, y parecíamos canicas en una caja de zapatos”. Al cabo de unos años, este enorme Salón del Reino apenas podía contener a los concurrentes a las asambleas.

El hermano Miller, conocido por su fuerte apretón de manos y su risa inconfundible, fue el primer coordinador del Comité de Sucursal de Guam. Con él servían dos hermanos de experiencia: Robert Savage, ex superintendente de la sucursal de Vietnam, e Hideo Sumida, ex integrante del Comité de Sucursal de Hawai.

Al principio, cuando se construyó la sucursal, la correspondencia se recogía en el apartado de la oficina de correos. Cierto día llegó un empleado del gobierno y explicó que estaba numerando las viviendas para la repartición del correo. Mientras pintaba el número 143 en el edificio, Miller le preguntó qué nombre llevaría la calle. “No sé —respondió el hombre—. Veámoslo en el mapa.” Para sorpresa de Miller, el gobierno le había puesto el nombre de calle de Jehová.

Sistema de construcción “Hágalo usted mismo”

Era menester construir más edificios. A principios de los años ochenta, Jim Persinger, de Estados Unidos, decidió que su planta de cemento le consumía demasiado tiempo; así que él y su esposa, Jene, optaron por simplificar su vida. Construyeron un velero de hormigón de 15 metros [50 pies] de eslora, al que bautizaron con el nombre de Petra, y zarparon con rumbo a Guam. Este barco fue muy útil en las obras de construcción.

Entre los años 1982 y 1991 se erigieron hogares misionales y Salones del Reino en seis islas de Micronesia. La falta de materiales planteaba una grave dificultad. En algunas obras, los hermanos tenían que fabricar a mano sus propios bloques de hormigón, para lo cual vaciaban cemento en un pequeño molde y lo dejaban secar; obtenían la grava machacando coral, y tenían que conseguir su propia arena. Para transportar los materiales y los trabajadores de una isla a otra, utilizaban a menudo el Petra. “Cuando construimos el Salón del Reino de Chuuk, no se podía comprar arena en la isla —explica Persinger—, por lo que íbamos en el barco a un islote, paleábamos la arena de la playa en bolsas y regresábamos a la obra.”

Ray Scholze, con experiencia en ingeniería militar, supervisó la mayoría de las obras en Micronesia. En el núcleo de su cuadrilla figuraban Calvin Arii, Avery Teeple y Miles Inouye, que habían venido de Hawai para ayudar a levantar la nueva sucursal y se habían establecido en Guam. Juntos improvisaron muchas veces lo necesario para llevar a cabo algún trabajo.

Mayor crecimiento bajo la nueva supervisión

El hermano Miller partió de Guam en 1987 al enterarse de que su esposa tenía una enfermedad terminal. Le sucedió como coordinador Arthur White, un hombre alto y lleno de energías que había formado parte de los comités de sucursal de Hawai y Guam, y que desde 1981 recorría Micronesia en calidad de superintendente de distrito. Bajo su supervisión, la sucursal guameña ha experimentado numerosos cambios. Se han añadido dos Salones del Reino al complejo de edificios, y una obra que se terminó en 1995 satisfizo la apremiante necesidad de espacio para las oficinas y la fábrica, así como nuevas habitaciones.

Integran también el Comité de Sucursal Julian Aki y Salvador Soriano, misioneros de mucho tiempo en Micronesia. Lamentablemente, Hideo Sumida, uno de los miembros del comité original, falleció tras contribuir varios años al establecimiento de la sucursal de Guam.

Hablan en lenguas extranjeras

El desarrollo de la isla de Guam y el aumento de su población foránea han corrido paralelamente. Se han enviado más misioneros para cultivar los campos tagalo, iloko, coreano y chino.

Ernesto y Gloria Gabriel llevan catorce años testimoniando a la comunidad filipina, que compone una cuarta parte de la población de Guam. Las congregaciones en tagalo e iloko son, en conjunto, mayores que cualquiera de las cinco congregaciones inglesas de la isla.

El misionero coreano Jung-Sung Chung llegó en el año 1985. “El clima era tan caliente y húmedo —recuerda—, que mi esposa y yo nos duchábamos varias veces al día para quitarnos el sudor.” Con todo, predicaban muchas horas en medio del calor, y su ejemplo de determinación contribuyó al establecimiento de una congregación pequeña, pero fuerte.

En la actualidad se da un testimonio intensivo a la población de Guam. La proporción de Testigos con respecto a la población es de 1 por cada 262 habitantes.

KIRIBATI: Nos conocen como Te Koaua

Aunque la verdad del Reino llegó inicialmente a Guam desde Filipinas, a Kiribati (conocida entonces como islas Gilbert) llegó procedente de Nueva Zelanda. Las islas eran una colonia británica donde la predicación estaba restringida; sin embargo, Huia Paxton consiguió entrar en 1959 como farmacéutico y permaneció hasta 1967. Se encontró con un grupo de bellos atolones —con frecuencia bastante angostos, pero siempre cálidos y húmedos— que se extendían a ambos lados de la línea del ecuador.

Mientras Huia recorría las Gilbert por motivos de trabajo, él, su esposa, Beryl, y sus dos jóvenes hijos buscaban oportunidades para hablar de la Biblia. En una comida al aire libre, cierta mujer le preguntó a Stephen, el hijo de cinco años de ellos, si su Dios tenía nombre. “Sí. Se llama Jehová”, contestó el niño. Su respuesta motivó a otras personas a hacer preguntas. En poco tiempo, los Paxton dirigían un nutrido grupo de estudio de la Biblia los domingos.

Antes de regresar a Nueva Zelanda, los Paxton organizaron una reunión especial en un atolón deshabitado. Aquel día, tras un discurso de bautismo, cinco nativos simbolizaron su dedicación a Jehová por inmersión en agua en la laguna. Desafortunadamente, el celo inicial de estos isleños se fue apagando lentamente.

Más tarde, un nativo de las Gilbert de nombre Nariki Kautu viajó a Australia para estudiar contabilidad. Allí estudió la Biblia con los testigos de Jehová y se bautizó. “A mi regreso, en 1978, mi familia y yo empezamos a averiguar si había otros testigos de Jehová en Kiribati”, recuerda el hermano Kautu. Pronto descubrió que los testigos de Jehová eran prácticamente desconocidos en sus islas natales. “Encontramos a un matrimonio mayor y a un hombre y sus hijos, pero no había reuniones organizadas ni existían publicaciones de la Sociedad en el idioma gilbertense —relata—. Comenzamos a reunirnos los domingos. Orábamos, leíamos la Biblia y, como yo era el único que leía inglés, explicaba algo de las publicaciones de la Sociedad.”

El Salón del Reino: más que un edificio

En 1982, los misioneros Paul y Marina Tabunigao llegaron para reforzar el pequeño grupo de Kiribati. Las reuniones se celebraban en el hogar misional y, posteriormente, en un aula escolar; sin embargo, a los testigos de Jehová no se los consideró una “verdadera religión” hasta que construyeron su Salón del Reino, en 1991. Realizaron la mayor parte del trabajo voluntarios internacionales, y a los lugareños les asombró ver que los “extraños” ofrecían su tiempo y dinero para colaborar en la construcción. Así, el Salón del Reino se convirtió en una prueba tangible de la unidad amorosa que reina en el pueblo de Jehová.

Como consecuencia, muchos se sintieron atraídos a la verdad. Una hermana que se bautizó poco después de acabada la construcción dijo: “Me impresionó mucho el hecho de que visitantes del extranjero ayudaran a esta pequeña congregación”. Esta “pequeña” congregación ha pasado de veintiocho publicadores en 1990 a unos setenta hoy día, lo que la convierte en una de las congregaciones de más rápido progreso en Micronesia.

Gran estima por los libros de la Sociedad

Aunque existían algunos tratados y folletos, la población local no leyó uno de los libros de la Sociedad en su propia lengua hasta que en 1994 llegó el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra. “Hay muy pocas publicaciones de cualquier tipo en gilbertense —afirma Edi Possamai, misionero que sirve fielmente con su esposa—, y realmente ninguna alcanza la calidad de este libro.”

El libro Vivir para siempre ya se ha publicado en seis lenguas micronesias, y la edición en gilbertense ha causado un gran impacto. Dicho libro ha motivado a muchos isleños a estudiar la Biblia, y algunos incluso lo llevan a la iglesia.

Los kiribatianos han acuñado cariñosamente sobrenombres para referirse a las religiones representadas en las islas. Como los protestantes cierran los ojos cuando oran, los conocen por el nombre de Kamatu, que significa “hacer dormir”. A los adventistas del séptimo día los llaman Itibongs, es decir, “siete días”. ¿Cómo llaman a los testigos de Jehová? Te Koaua, que significa simple y llanamente “la verdad”.

LAS ISLAS MARSHALL: una oportunidad de servir

Los Testigos ya llevaban doce años en Guam cuando un matrimonio aventurero de Estados Unidos llevó las buenas nuevas a las islas Marshall, a 3.200 kilómetros [2.000 millas] al sudeste de Guam. Powell Mikkelsen y su esposa, Nyoma, querían ir a las Bahamas para servir donde hubiera mayor necesidad, y con esa idea compraron una yola de 10 metros [34 pies] de eslora, a la que bautizaron con el nombre de Integrity. No obstante, antes de que se hicieran a la mar, a Powell le ofrecieron un trabajo para supervisar la construcción de una gran central eléctrica en las Marshall, ofrecimiento que la Sociedad Watch Tower lo instó a aceptar. En esa época no había Testigos en aquellas islas debido a que la ley restringía la entrada de extranjeros.

Mientras el hermano Mikkelsen atendía sus deberes relacionados con la construcción de la central, él y su esposa aprovechaban al máximo la oportunidad de ayudar a los isleños en sentido espiritual. Arribaron en 1960 al atolón de Kwajalein, y posteriormente anclaron en el de Majuro, donde aprendieron el idioma de las Marshall por sí mismos. Cuando daban testimonio, los afables isleños rara vez se negaban a escuchar, y para 1964 ya dirigían doce estudios bíblicos, incluido uno con el Iroij Lap Lap (gran rey) de Majuro.

En 1965 se les sumaron los misioneros Julian Aki y Melvin Ah You. En cuestión de meses, estos entusiastas hermanos ya sabían lo suficiente como para presentar un sermón sencillo en el idioma autóctono, y además habían construido un hogar misional en forma de pirámide.

Con el fin de disponer de un lugar de reuniones, improvisaron un Salón del Reino extendiendo la vela mayor del Integrity sobre varios postes de pandan hincados en el suelo. “Conforme aumentaba la concurrencia, añadíamos más velas —dice el hermano Mikkelsen—. Usamos luego la mesana y poco después el foque. Cuando se acabó el velaje, llegó el momento de construir un Salón del Reino ‘apropiado’.”

Los nuevos misioneros causan impacto en los isleños

Al comenzar el año de servicio de 1966, Aki y Ah You resolvieron que era hora de conocer mejor el territorio, de modo que reservaron pasajes en un carguero con casco de hierro que hacía escala en los atolones más apartados de las Marshall. En este viaje exploratorio de veinticuatro días iba también un ministro protestante recién casado que llevaba tres años en las islas. A cada atolón se le comunicaba por radio que “el reverendo” y su esposa arribarían pronto. ¡Qué desilusión se llevaban los isleños cuando veían a su ministro valerse de un intérprete! Nunca se había preocupado por aprender su lengua.

Cuando el ministro previno a los oyentes contra los “dos falsos pastores” que había a bordo, la gente sintió aún más curiosidad por ver a los misioneros de los testigos de Jehová, que hablaban el idioma de las Marshall y relataban cosas maravillosas de la Biblia. Una y otra vez les suplicaban: “Quédense y enséñennos la Biblia. Nosotros nos ocuparemos de sus necesidades, pero quédense hasta que venga el siguiente barco”.

Choque cultural para el superintendente de circuito

Cuando Nathaniel Miller salió de Hawai, en 1968, para realizar su primer viaje de circuito por Micronesia, su puerto de escala inicial fue Majuro. “Recuerdo la primera vez que vi los minúsculos atolones de las islas Marshall —dice—. El DC-9 descendió para aterrizar; sin embargo, volvió a elevarse y sobrevoló en círculo el aeropuerto. Cuando miré hacia abajo, vi a varios hombres despejando de cerdos la pista. Además, un automóvil estacionado en ella obstaculizaba el aterrizaje. Una cuadrilla de hombres lo levantó y lo retiró.”

Para alguien venido de Honolulú, esto suponía un choque cultural. El aeropuerto de Majuro tenía una “terminal” al aire libre fabricada con hojas de palmeras y una pista hecha de coral. “No estaba acostumbrado a la idea de que las piedras de coral golpearan el fuselaje de los aviones al aterrizar”, cuenta Miller. Una vez en tierra, subió con su equipaje a la parte trasera de una camioneta que lo llevó al hogar misional por una carretera sin pavimentar y llena de baches.

En aquel tiempo, el Salón del Reino tenía techumbre de cinc, carecía de paredes y solo tenía el duro suelo por piso. “En mi primera visita hablé mediante un intérprete a un pequeño grupo de veinte personas —recuerda Miller—. Un cerdo grande que entró paseándose por el Salón del Reino interrumpió el discurso.”

De verdad, ¿dónde están los muertos?

Las iglesias de las islas Marshall fomentan algunas creencias muy raras. Cierto día, un diácono protestante de nombre William Maddison puso a prueba a Julian Aki: “En los filipenses, Pablo escribió que ‘ante Cristo se doblaría toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra’. Mi pregunta es: ‘¿Quiénes son los que están debajo de la tierra?’”. (Fili. 2:10.) Cuando el hermano Aki le explicó que eran los muertos que serían resucitados, William quedó fascinado. Le molestaba lo que su iglesia enseñaba: que los que estaban “debajo de la tierra” eran los ri menanui, “personas pequeñas”, que, según la leyenda de las islas, salían a la superficie del suelo únicamente a altas horas de la noche.

De inmediato, William dispuso que su familia estudiara la Biblia con el hermano Aki, y en 1966 se bautizó en compañía de su esposa, Almina. Él es anciano desde 1983, y ella lleva veintiocho años de precursora regular, más que ninguna otra persona de Micronesia.

Las iglesias de las Marshall enseñan igualmente que el infierno es una gran olla de hierro en el cielo donde se escalda a los pecadores con agua hirviendo. Sailass Andrike, como muchos otros, creía en la doctrina de esta “muerte en el cielo”; pero cuando se le mostró en la Biblia que los muertos retornan al polvo, aceptó la verdad y se bautizó en 1969. (Gén. 3:19.) Sailass contribuyó para la adquisición de un terreno donde construir un nuevo Salón del Reino y fue el primer traductor de las Marshall. En 1967 se formó una congregación en Majuro. Con hermanos locales como William y Sailass al frente de la obra, Julian Aki y Donald Burgess, un misionero recién llegado, pudieron trasladarse a Ebeye, un diminuto atolón al oeste de las Marshall.

En Ebeye, una isleta del tamaño aproximado de cuatro manzanas de una ciudad, solo residían unos centenares de isleños de las Marshall, hasta que los lucrativos trabajos militares de Estados Unidos en el vecino atolón de Kwajalein elevaron la población a más de ocho mil personas. Los isleños viajan diariamente en transbordador a su trabajo en la gran base militar de Kwajalein.

Transmisiones por radio a las Marshall

La radio se ha utilizado como una herramienta para predicar por toda Micronesia, siendo en las Marshall donde ha tenido mayor impacto. La estación WSZO, conocida como La voz de oro de las Marshall, ofrece a los oyentes algo aún más valioso que el oro. Desde 1970, los ancianos de la congregación de Majuro transmiten semanalmente un discurso de quince minutos en el idioma local, dirigido especialmente a las personas que viven en los atolones más apartados. Los misioneros no pueden contener la risa cuando oyen a las personas de otras confesiones silbar el tema de apertura del programa, el cántico “¡Somos testigos de Jehová!”.

Los pocos se hacen muchos

Los hermanos de las Marshall son un ejemplo sobresaliente de amor y celo. Robert Savage, quien visitó las islas en calidad de superintendente viajante a finales de los setenta, recuerda el saludo que les daban a él y a su esposa en el Salón del Reino. “Más de un centenar de hermanos se formaban en círculo y uno por uno nos daban la mano y la bienvenida —dice—. Daba gusto oírlos entonar los cánticos del Reino. Sin ningún acompañamiento musical, los hermanos y las hermanas armonizaban sus voces de tal forma que producían una maravillosa melodía.”

Clemente y Eunice Areniego, que llevan veintiocho años de misioneros, sirven en las Marshall desde 1977 y han presenciado el asombroso aumento registrado durante estos años. Cuando Julian y Lorraine Kanamu llegaron en 1982 como misioneros a Majuro, la asistencia promedio a las reuniones públicas era de 85 personas; ahora hay dos congregaciones y un promedio de asistencia de 320. ¿Por qué ha florecido la obra? “Las islas distan mucho de ser un paraíso —explica el hermano Kanamu—. Las afecciones cardíacas, la sífilis y la diabetes son comunes, y la mortalidad infantil constituye una plaga. El sida también ha afectado a algunos. La gente está insatisfecha y busca la verdad.”

SAIPÁN: afrontan la prueba

Si bien la verdad también está floreciendo en Saipán, no siempre fue así. Los primeros misioneros tenían que esquivar las piedras de día y ocupaban una casa “embrujada” de noche. Al final tuvo que azotar un tifón para que el mensaje del Reino penetrara en este duro territorio.

Cuando Ernest y Kay Manion llegaron, en 1962, se encontraron con que la isla estaba bajo el control de la Iglesia Católica. Esta era la única religión que la población conocía, y para que la situación no cambiara, se dice que el sacerdote principal destruyó las pocas Biblias que poseían los parroquianos. Como consecuencia, la gente en general no creía en la Biblia y, lamentablemente, pocos habían visto una en su vida.

Tan difícil era el territorio que cuando los Manion tuvieron que partir, en 1966, solo había una revisita prometedora. No obstante, Robert y Sharon Livingstone continuaron la obra de los Manion.

“A menudo, cuando nos acercábamos a una calle, todas las puertas y persianas se cerraban, de modo que podíamos trabajar una mañana entera sin que nadie abriera —recuerda el hermano Livingstone—. Los niños nos tiraban piedras desde lejos, y Sharon era muchas veces el objeto de sus palabras y gestos lascivos. Algunas personas nos azuzaban los perros, y las ancianas se persignaban cuando pasábamos por su lado, evidentemente para protegerse del mal.”

¿Deberían abandonar la isla los misioneros?

El espiritismo es corriente en toda Micronesia, y el hogar misional de Saipán, que era una casa alquilada, se hallaba en un paraje aislado donde de noche ocurrían cosas inexplicables. Los misioneros se mudaron de allí, y el hogar actual está idealmente ubicado en las proximidades del océano, cerca de una carretera principal.

Después de cinco años de predicar las buenas nuevas en Saipán, se exhibió en público una de las películas de la Sociedad. A la proyección solo asistió una persona, una mujer que había estudiado irregularmente por cuatro años y que aún a veces se escondía de los misioneros. Estos llevaban dos años en su asignación y casi no habían conseguido hablar con nadie. ¿Deberían ‘sacudirse el polvo de los pies’ y abandonar Saipán? (Mat. 10:14.)

Un tifón convence a la gente de que escuche

Justo cuando los misioneros creían que ya nadie escucharía, un tifón devastador ocurrido en 1968 convenció a la gente de que prestara atención a lo que los testigos de Jehová decían. El tifón Jean azotó la isla con vientos de hasta 320 kilómetros por hora [200 millas por hora] y destruyó el 90% de los edificios. “Creí que era el Armagedón”, dijo la señora que había estudiado irregularmente la Biblia.

“Recuerdo vívidamente que nos acurrucamos debajo de la mesa del comedor —relata el hermano Livingstone—. Observábamos asombrados cómo la fuerza del viento arqueaba el techo y las paredes hacia dentro y hacia fuera. El sonido era como el de un avión que va a despegar combinado con el estruendo de un tren de carga. Le pedí a Jehová que extendiera sobre nosotros su tienda de protección, y para que Sharon pudiera oír mi oración, tuve que gritar a voz en cuello con la boca pegada a su oído.”

¿Recibió respuesta dicha oración? Aunque una escuela y un convento católicos cercanos quedaron completamente destruidos, el viejo hogar misional de madera de los Testigos salió indemne. El tifón pasó por la mañana, y la conmemoración anual de la Cena del Señor se celebró por la noche. Mientras la isla estaba sumida en el caos, cuatro personas se reunían en paz a la luz de una lámpara de queroseno. Muchos comenzaron a preguntarse si la tormenta habría sido un castigo de Dios.

Premio a la persistencia

La mujer que había estudiado por cuatro años se puso finalmente de parte de la verdad y se bautizó el 4 de julio de 1970. Ese día se bautizaron también Augustine (Gus) y Taeko Castro. Gus había estudiado para sacerdote, pero fue Taeko quien buscó la verdad. Cuando la encontró, enseguida comenzó a asistir a las reuniones.

Gus, un chamorro muy callado de aspecto distinguido, no se convenció tan rápidamente. “Me invitaban a la reunión todos los domingos, pero no iba por temor a los hombres —dice—. No quería que la gente me viera en las reuniones. Yo era amigo íntimo de los sacerdotes y mis padres eran muy católicos. Pensarían que había perdido el juicio.”

Gus creyó que había salido del apuro cuando lo enviaron seis meses a Hawai por motivos de trabajo. Pero un día encontró debajo de la puerta una nota en la que le pedían que llamara a cierto hermano precursor de la localidad. Los misioneros de Saipán habían escrito a unos amigos de Hawai pidiéndoles que alguien se pusiera en contacto con él. Gus rechazó varias veces el ofrecimiento para estudiar la Biblia, pero el hermano precursor fue persistente. Le dijo que si una hora a la semana era mucho, podían estudiar media hora.

“Finalmente accedí a estudiar quince minutos a la semana —recuerda Gus—, mas no porque quisiera aprender de la Biblia. Me proponía hallar aunque fuera un solo error y terminar ahí mismo el estudio.” Su plan falló. El estudio resultó tan interesante que al poco tiempo pidió estudiar una hora dos veces a la semana.

El hermano Castro lleva muchos años de anciano de la congregación de Saipán. Su primogénito estuvo tres años en el Betel de Brooklyn y su hija mayor se graduó de la Escuela de Galaad como misionera en 1990; otro de sus hijos es anciano y una hija es precursora.

La hipocresía eclesiástica vuelve a algunos hacia la verdad

Existen varios factores que han contribuido a ablandar el territorio de Saipán. Por un lado, la tenacidad de los testigos de Jehová ha llegado a ser admirada. Hace años, un funcionario de los territorios en fideicomiso comentó que la predicación de los Testigos estaba causando gran revuelo en la comunidad, y preguntó a un hermano cuántos había en la congregación. Cuando este le dijo que eran doce, el funcionario respondió: “¡Doce! Por lo que la gente de Saipán dice me imaginaba que debía de haber un centenar”.

La hipocresía de la Iglesia Católica también ha hecho que la gente preste atención al mensaje del Reino. En un tiempo, los sacerdotes enseñaban a los feligreses que ‘los protestantes eran tan malos como el Diablo’; después les decían que los testigos de Jehová eran “peores que los protestantes”, lo que impulsaba a los de corazón sincero a preguntarse: “¿Cómo puede alguien ser peor que el Diablo?”.

La actitud de la gente hacia la verdad ha cambiado tan radicalmente, que hoy Saipán cuenta con una de las mejores proporciones de publicadores con respecto al número de habitantes en Micronesia: 1 por cada 276. En 1991 se terminó un Salón del Reino de hormigón con un aforo de 350 personas en el que se reúnen dos congregaciones grandes: una en inglés y otra en tagalo.

Las buenas nuevas explotan en Tinián

De Saipán, las buenas nuevas pasaron a Tinián, una pequeña isla a menos de 8 kilómetros [5 millas] de distancia. Quienes están familiarizados con la historia de la segunda guerra mundial saben que, en 1945, el bombardero estadounidense B-29 bautizado con el nombre de Enola Gay despegó de Tinián para arrojar una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. A partir de 1970, los Testigos de Saipán pasaban los fines de semana en Tinián distribuyendo las revistas La Atalaya y ¡Despertad! Estas mostraban que, conforme a la determinación de Jehová, había llegado el momento de que los amantes de la rectitud de todas las naciones batieran sus espadas en rejas de arado y no aprendieran más la guerra. (Isa. 2:4.)

Sin embargo, no vivieron Testigos en Tinián hasta abril de 1992, cuando Robert y Lee Moreaux, que habían servido antes en Irlanda, se mudaron. Con todo, las semillas ya estaban sembradas.

El hijo del alcalde, Joseph Manglona, cuya familia, de gran influencia en el ámbito político, incluía a varios legisladores más, apreció el valor de lo que leyó en La Atalaya y ¡Despertad!, decidió que había encontrado la verdad y la comunicó a otras personas. Sus parientes, intentando desanimarlo de bautizarse, le ofrecieron un puesto político altamente remunerado con el que podría sostener con holgura a su esposa y dos hijos. Pero Joseph replicó: “Jehová Dios destruirá su gobierno dentro de poco. ¿Por qué querría yo tener parte en él?”. Su enérgica postura ha llevado a varios de sus familiares a unírsele en el servicio de Jehová.

Gracias a la ayuda personal y constante que se dio a los interesados, solo tomó dos años establecer una floreciente congregación de veinticuatro publicadores. Hoy día hay en Tinián un hogar misional y un Salón del Reino.

CHUUK: comienzos en un cobertizo prefabricado

Después de Saipán, las islas Chuuk (antes Truk) fueron las siguientes en beneficiarse del servicio regular de los misioneros de la Watch Tower. Merle Lowmaster había realizado una corta visita en 1961, pero fue en 1965 cuando fijaron su residencia en el archipiélago Paul y Lillian Williams, los primeros misioneros de un grupo de más de treinta que se han adaptado a las condiciones primitivas del lugar.

Cuando estos llegaron a la isla principal de Moen, en 1965, la intolerancia religiosa les dificultó conseguir un hogar misional. Finalmente, el administrador de una tienda ofreció alquilarles la mitad de su cobertizo prefabricado. Esto enfureció tanto a los sacerdotes católicos, que fueron derecho al jefe de la aldea a exigirle que expulsara de las islas a los testigos de Jehová. El jefe respondió: “Ustedes vinieron hace años diciéndonos que nos amáramos los unos a los otros; ¿cómo es que ahora nos piden que odiemos?”. Los sacerdotes no supieron qué contestar, y los misioneros se quedaron.

Enseguida se halló interés, y al poco tiempo se dirigían treinta estudios bíblicos en estas islas, que fueron la principal base naval japonesa durante la segunda guerra mundial. Los bombarderos norteamericanos destruyeron gran parte de la flota nipona, y, en la actualidad, buceadores de todas partes del mundo viajan a la laguna de Chuuk para explorar el cementerio submarino de buques y aviones hundidos. Los que sacan tiempo para conocer a los naturales hallan otro tipo de encanto. Quizás les hagan gracia los curiosísimos nombres que llevan. Puede ser que conozcan a alguien llamado Cerveza, Susurro, Candado o Blancanieves. Un hombre bautizó a sus tres hijos con los nombres de Sardina, Atún y Spam (marca de fiambre enlatado hecho con carne de cerdo).

Uno de los primeros habitantes de Chuuk que estudió con los Williams fue la esposa del administrador de la tienda, Kiyomi Shirai, protestante devota y funcionaria de la YWCA (siglas en inglés de la Asociación de Jóvenes Cristianas). Su esposo no quería que cambiara de religión, por lo que se separó de ella cuando se bautizó como testigo de Jehová. El bautismo de Kiyomi fue la comidilla de la isla, en parte debido a que se celebró en el océano a la vista de todos. Hasta el presente, los bautismos en algunas de las islas micronesias aún se realizan en el océano.

Como su esposo la abandonó, Kiyomi se mudó a Dublon, una isla vecina que integra el grupo de las Chuuk. Allí dio testimonio con celo, y en poco tiempo abarcó toda la isla, salvo una casa situada en lo alto de una colina, la cual decidió pasar por alto porque sabía que la anciana que la habitaba era una médium. Sin embargo, cierto día algo la impulsó a emprender el empinado ascenso. Para su sorpresa, la anciana, de nombre Amiko Kata, recibió gustosa el mensaje de la Biblia, y posteriormente se hizo también una celosa precursora.

Muchas hermanas y pocos hermanos

Los Testigos de Chuuk se enfrentan a una dificultad en particular: los hermanos varones, sobre todo solteros, son muy escasos. Solamente hay dos hermanos bautizados, y ambos están casados. En estas islas, que se rigen por el derecho matriarcal, casi todos los hombres tienen fama de ser bebedores, pendencieros e inmorales. Ello explica por qué los únicos ancianos de las pequeñas congregaciones de tres islas separadas, a saber, Moen, Dublon y Tol, son cinco hermanos misioneros. De hecho, antes de que llegara ayuda misional, la congregación de Moen constó temporalmente de veintitrés mujeres.

“Esta situación puede representar una verdadera prueba para las hermanas —afirma David Pfister, uno de los misioneros—. Las muchachas crecen con la idea de criar muchos hijos, pero en este momento no hay en las congregaciones muchachos con quienes casarse. Algunas aman profundamente a Jehová y respetan el consejo bíblico de ‘casarse solo en el Señor’. (1 Cor. 7:39.) En el caso de otras, esto constituye un obstáculo para servir a Jehová.”

Salvador Soriano, actual miembro del Comité de Sucursal de Guam, sirvió catorce años de misionero en Dublon, donde fue el único hermano. “Me acordaba de Salmo 68:11 —dice—, donde menciona que las mujeres que anuncian las buenas nuevas son un ejército grande.”

Viaja al Salón del Reino de una forma poco corriente

Los misioneros de Micronesia tienen por costumbre llevar a la gente a las reuniones en sus automóviles o camionetas; no obstante, hay un medio de transporte que seguramente Barak Bowman ha sido el único en emplear. Cuando la mala salud impidió que una corpulenta hermana de 70 años caminara los tres kilómetros [2 millas] que separan su casa del Salón del Reino, Barak trató de idear la forma de ayudarla. “Me gustaría llevarla a la reunión —dijo—, pero lo único que tengo es una carretilla.” Para su sorpresa, ella respondió: “Está bien, no importa”.

Imagínese la escena mientras iban camino a la reunión, y también el esfuerzo que aquello requería de Barak. Él salía de la casa a las siete de la mañana con la carretilla vacía, y llegaba al Salón con la hermana en ella justo a tiempo para el programa de las nueve y media.

El celo de los testigos de Jehová por el ministerio y el aprecio por las reuniones ha producido buenos resultados. De hecho, la asistencia a la Conmemoración en 1995 sobrepasó en más de diez veces el número de Testigos de Chuuk.

POHNPEI: se recoge fruto espiritual

William y Adela Yap no fueron los primeros Testigos en pisar la isla de Ponape (ahora Pohnpei), una de las más extensas del Pacífico central. Ya Merle Lowmaster había dado algún testimonio aquí en 1961, y a principios de 1965 se había quedado lo suficiente para alquilar una tienda abandonada que sirviera de hogar misional. Mas cuando llegaron los Yap, tuvieron que abrirse paso con machetes. “Nos llevó varios días cortar seis años de malezas —dice William—. Nadie había mantenido el edificio, que se había convertido en guarida de todo tipo imaginable de alimañas y cosas que se arrastran.”

Los Yap eran un matrimonio lleno de energía, y no tardaron en ganarse el respeto de la comunidad como predicadores valientes e incansables. Entre aquellos a quienes dieron testimonio estuvo el gobernador de la isla, al que proporcionaron un ejemplar de la Traducción del Nuevo Mundo. Aunque le agradó la claridad de la traducción, el gobernador tendía a juzgar la Santa Biblia por la cubierta, y en su opinión, la cubierta verde no tenía “pinta de Biblia”; entonces los Yap se la cambiaron por una edición de lujo, de tapa negra y borde dorado. Esta le gustó tanto, que la usaba en la toma de juramentos y la celebración de bodas.

De la “Iglesia de la cocina” al Salón del Reino

En 1966, Carl Dannis, ex legislador de Pohnpei, donó la mitad de su tierra para la construcción del primer Salón del Reino de la isla. Carl era un líder inteligente y admirado, de baja estatura, tez morena clara y ojos amistosos de un azul intenso. Su esposa, Rihka, era la hija del último rey de la isla de Mokil. Esta pareja estudiaba la Biblia varias noches a la semana alumbrándose con faroles de queroseno, y adelantó rápidamente hacia el bautismo.

Hasta que se construyó el Salón del Reino, las cinco reuniones de congregación, que se celebraban en inglés, tenían lugar en la cocina de los Dannis, lo que llevó a que algunos miembros de la comunidad se refirieran al pequeño grupo de Testigos como la “Iglesia de la cocina”. La asistencia a las reuniones no llegaba a la decena. Cuando los asistentes entonaban el cántico “De casa en casa”, que habían traducido al pohnpeiano, los vecinos decían en son de burla: “Se oye el sonido de hormigas que cantan, ¿verdad?”.

Los misioneros obtuvieron una nueva visión del potencial de su territorio cuando el alcalde les otorgó permiso para proyectar en el campo de béisbol de la aldea una película de la asamblea internacional de 1958 celebrada en la ciudad de Nueva York. Durante varias semanas se anunció el acto por la radio, y en la fecha indicada la gente abarrotó el pequeño estadio. Una sábana almidonada tendida de un poste a otro hacía las veces de pantalla, y los asistentes podían ver el filme desde ambos lados. ¿Cuántos acudieron? Cerca de dos mil, una sexta parte de la población de la isla.

De entonces acá, el ‘sonido de las hormigas’ ha aumentado, y ahora más de ciento treinta personas se reúnen los domingos en un cómodo Salón del Reino.

BELAU: sus numerosas islas

Otro de los grupos insulares que Merle Lowmaster visitó en su viaje de exploración de 1961 fue el de Palau (actual República de Belau). En 1967 se envió allí a los misioneros Amos y Jeri Daniels, graduados de la Escuela de Galaad. A estos les pareció que los habían mandado a la parte más lejana de la Tierra. “Cuando el avión llegó a Palau —recuerda Amos—, tuvo que dar la vuelta y regresar a Guam. No fue a ningún otro lugar más distante.”

Belau, según pudieron constatar los Daniels, consistía en unas trescientas islas que eran un regalo para la vista, entre ellas un grupo singular llamado Rock Islands, de gran atractivo turístico. Cubiertos por la densa vegetación tropical, estos islotes parecen hongos verdes que brotan del mar.

Los aldeanos van de puerta en puerta

Mientras luchaban por aprender el palauano, los hermanos Daniels empezaron a predicar de casa en casa. Para su sorpresa, los aldeanos los seguían con curiosidad y escuchaban las conversaciones que mantenían con los vecinos.

Uno de sus primeros estudiantes fue el hijo de un jefe, que vivía en la aldea de Ngiwal, en una de las islas periféricas más apartadas. Siempre que podía, el estudiante viajaba a Koror, la isla donde vivían los misioneros, pero les rogaba insistentemente que visitaran su aldea y hablaran con la gente. Los hermanos Daniels se resistían a hacer el viaje. “La única forma de llegar allí era navegando por aguas infestadas de cocodrilos —refiere Amos—. Por fin, cuando nos visitó el superintendente de circuito, pudimos ir porque uno de nuestros estudiantes accedió a conducir el bote.” Dieron testimonio a los aldeanos de casa en casa y pronunciaron un discurso público, al que concurrieron 114 personas.

Diaconisa declara audazmente el nombre de Jehová

En 1968, los misioneros Testigos contactaron en Belau con Obasang Mad, una diaconisa devota de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Pese a la oposición de su marido y de los dirigentes de la Iglesia, aprendió rápidamente la verdad sobre el nombre de Dios, la Trinidad y la resurrección.

“Un día me pidieron en la iglesia que orara ante la congregación —dice Obasang—. Aunque sabía que mis compañeros adventistas me criticarían severamente, oré a Jehová. No pasó mucho tiempo antes de que abandonara la iglesia y me pusiera a predicar con los misioneros.”

Obasang ya frisa en los 70 años, y lleva veintiuno de precursora, esto a pesar de sus dolencias y de la muerte de su esposo y dos hijos. Bondadosa y siempre con la sonrisa en los labios, ha sido una columna de apoyo espiritual.

La predicación por barco puede ser una aventura

Amos y Jeri Daniels querían testimoniar en la vecina isla de Babelthuap (conocida localmente por Babeldaop), pero no había carreteras que conectaran las aldeas costeras, siendo el mar la única vía de acceso. Aun cuando un hermano nativo tuvo la amabilidad de construirles un bote, les hacía falta el motor. Por ese entonces, Amos y Jeri asistieron a una asamblea en Guam. Allí se pusieron en contacto con un hermano estadounidense que conocía al presidente de la junta directiva de una compañía fabricante de motores para botes. Al poco tiempo tuvieron un motor fuera de borda nuevo. “Jehová siempre provee”, comenta Amos.

Dar testimonio en bote en las islas periféricas de Micronesia es una excursión de un día entero. Hay que prepararlo todo con cuidado y calcular las horas de las mareas. “Siempre salimos dos horas antes de la marea alta y regresamos dos horas después de la siguiente marea alta (unas catorce horas más tarde) para evitar daños en la hélice o quedar encallados”, dice un misionero. Se empaca de antemano comida, una cantidad suficiente de publicaciones y una muda de ropa, todo lo cual se protege en bolsas de plástico. En las islas donde no hay muelle, los misioneros tienen que adentrarse a pie en el mar para subir a la embarcación. Y si para entonces no están mojados, seguramente lo estarán durante el viaje con el rocío del océano o la salpicadura de una ola. Siempre hacen una oración antes de partir, y cuando el mar está picado, a veces ofrecen muchas oraciones en silencio.

Con los años, los misioneros que sirven en Micronesia han aprendido a navegar por las lagunas en toda clase de condiciones meteorológicas, y se han hecho expertos construyendo botes y reparando motores fuera de borda.

Caminan mucho; afectuosa hospitalidad

Hay aldeas a las que no se puede llegar ni en auto ni en bote, por lo que los misioneros pueden caminar durante horas por hermosos senderos selváticos bordeados de cocoteros para llegar a los humildes pobladores. Como el clima es cálido y húmedo, los hermanos no usan corbata en el servicio del campo y suelen calzarse zapatillas de caucho (llamadas zori).

Harry Denny, que ha sido misionero en Belau por veintiún años, dice: “Siempre hallamos oídos dispuestos a escuchar la verdad. Con frecuencia, como muestra de hospitalidad, estas personas que viven aisladas trepan a un cocotero, toman un coco fresco, le cortan la parte superior con un machete y nos ofrecen una bebida servida en el ‘envase’ original”.

Harry y su esposa, Rene, comparten el hogar misional con Janet Senas y Roger Konno, misioneros solteros que llevan veinticuatro años en su asignación cada uno. En conjunto, estos cuatro misioneros fieles han contribuido a que la congregación de Belau aumente a 60 publicadores. Los estudios de libro de congregación se celebran en tres idiomas: palauano, tagalo e inglés.

YAP: los ojos de Jehová están sobre este lugar

Al año siguiente de haber empezado los graduados de Galaad su servicio en Belau, Jack y Aurelia Watson llegaron a Yap, y al otro año llegaron dos misioneros más. Si bien el archipiélago es pequeño —desconocido para la mayor parte de la humanidad—, Jehová conoce estas islas y muestra interés amoroso por sus habitantes. Se trata de cuatro islas muy juntas conectadas mediante puentes, y a las que está claro que también vincula la antigua tradición. El idioma de Yap no se habla en ninguna otra parte del mundo, su moneda se fabrica de piedra y a la población en general no le impresiona la cultura de Occidente. Aun hoy, entre sus 10.500 pobladores se puede ver a los hombres con taparrabos de colores brillantes y a las mujeres con faldas de paja, a veces desnudas de la cintura para arriba.

Aunque Merle Lowmaster había dado algún testimonio en Yap en 1964, Jack y Aurelia Watson llegaron con la esperanza de establecerse. Mas no les fue fácil aprender el idioma. Las únicas obras escritas que existían eran unos folletos con ordenanzas del gobierno y un catecismo católico. Los Watson escuchaban a la gente y trataban de imitar lo que oían. Al año siguiente, un joven nativo que mostró interés en la verdad se ofreció gustoso a darles clases de idioma. Los misioneros pasaron el primer mes tratando de enseñarle inglés para que él, a su vez, pudiera enseñarles el idioma de Yap.

Reuniones en el “banco”

El sacerdote católico y el ministro luterano, que habían sido enemigos, se aliaron para hacer circular un folleto que condenaba a los Testigos. El sacerdote se valió igualmente de su influencia para que desahuciaran a los misioneros, y encontrar un nuevo hogar parecía imposible. El sacerdote ya había advertido a los propietarios de casas que no se las arrendaran a los misioneros, así que los hermanos mudaron temporalmente a sus esposas al hotel, mientras que ellos se quedaron en una choza de 3,5 x 4 metros [12 x 14 pies] a la que se le había hundido el piso.

Yap es conocida principalmente por su antiquísima piedra moneda, consistente en ruedas macizas de caliza llamadas rai, cuyo diámetro oscila entre los 60 centímetros y los 3,5 metros [2 y 12 pies]. Aunque ya no se usa para adquirir tierras o saldar deudas, es muy estimada por su importancia histórica. Y los hermanos le encontraron otro uso valioso. Cuando perdieron el hogar misional, celebraron temporalmente las reuniones a la sombra de un corpulento árbol donde había unas piedras moneda expuestas. Por su posición vertical, las piedras moneda de este “banco” de la aldea resultaron muy prácticas como espaldares para el auditorio, y un bidón de unos 190 litros [unos 50 galones] hizo las veces de atril.

Pero aún seguían sin hallar vivienda. “Parecía como si la obra hubiera llegado a su fin —comenta Watson—. Sin embargo, Jehová acudió en nuestro auxilio.” La noche antes de que los misioneros partieran para una asamblea en Guam, un hombre les preguntó si querían alquilar una casa. Era, quizás, el mejor edificio de Yap: hecho de hormigón, a prueba de tifones y con suficiente espacio tanto para las reuniones como para vivienda.

Evidencian su fe

En 1970 arribaron otros dos misioneros procedentes de Hawai, a saber, Placido y Marsha Ballesteros. El progreso era lento. “En muchas ocasiones, los únicos presentes en las reuniones, que tenían lugar en la sala de la casa, fuimos nosotros, los cuatro misioneros”, recuerda Placido.

Con el tiempo hubo crecimiento, cuando los hermanos autóctonos comenzaron a adelantar espiritualmente. Uno de estos, John Ralad, se enfrentó a una difícil situación. Cuando empezó a estudiar la Biblia, su empresa constructora estaba edificando una iglesia. A pesar de la oposición que le vino de todos los frentes, John tomó la determinación de no continuar la obra por motivos de conciencia. Hoy día sirve a la congregación en calidad de anciano.

Yow Nifmed tuvo asimismo que hacer una importante elección. Cuando los Testigos contactaron con él por primera vez, en 1970, tenía dos esposas. A fin de conformar su vida con los requisitos de Jehová, hubo de reajustar todo su modo de vivir. Ahora, el hermano Nifmed y su única esposa sirven felizmente a Jehová. Él es anciano, y cuando va a las reuniones, lleva en su camioneta a quince parientes suyos.

El pueblo de Jehová en realidad está por todas partes

“Desde el punto de vista humano, Yap no es más que un puntito de tierra en el globo, y sus pocos millares de habitantes son insignificantes en comparación con los miles de millones de seres humanos que pueblan la Tierra —dijo en una ocasión Placido Ballesteros—. Aun así, Jehová tiene presentes a todas estas personas. Al principio, cuando llegué, no pensé ni en sueños que un día se publicaría mensualmente La Atalaya y distribuiríamos libros de casa en casa en el idioma de Yap.”

Una graciosa experiencia ilustra lo bien que se está dando a conocer el nombre de Jehová. Cierto día, Placido encontró a un turista sentado a la orilla de un río, a varios kilómetros de los lugares turísticos más cercanos, incluso bastante lejos del final de la carretera. Cuando le preguntó si estaba perdido, el hombre respondió: “No. Solo quería alejarme lo más posible para encontrar un lugar tranquilo donde pensar”. Cuando el turista le preguntó a Placido qué hacía él allí, este le explicó que era misionero de los testigos de Jehová. “¡Oh, no! —exclamó el turista—. Vengo de Brooklyn, no muy lejos de su sede. ¡No puedo librarme de ustedes!”

KOSRAE: también aquí se conoce el nombre de Jehová

Luego de asistir en 1969 a la Asamblea Internacional “Paz en la Tierra”, celebrada en Hawai, una celosa familia de Pohnpei comprendió que podría ser la primera en proclamar en la bella isla de Kosrae la paz que solo el Reino de Dios puede traer. Motivado por la asamblea, Fredy Edwin trasladó a su familia 580 kilómetros [360 millas] hasta este aislado punto en el océano, que fue un famoso puerto ballenero en el siglo XIX. Mudarse allí fue algo natural para los Edwin, pues Lillian, la esposa de Fredy, era la hija del rey de Kosrae, y el idioma de la isla figuraba entre los siete que Fredy hablaba.

Antes de hacerse testigo de Jehová, Fredy Edwin perteneció al comité protestante que tradujo la Biblia al pohnpeiano. Después que se mudó a Kosrae, su talento para la traducción contribuyó a hacer disponibles las publicaciones de la Sociedad Watch Tower en el idioma local. Otros integrantes de su familia han estado igualmente ocupados proclamando el mensaje del Reino. Su hija Desina rechazó una beca para ir a la universidad y se hizo precursora especial, la primera de Micronesia. Otra hija, de nombre Mildred, fue precursora regular, y su esposa ha sido muchas veces precursora auxiliar.

Llega ayuda para edificar el Salón del Reino

Zecharias Polly, natural de Chuuk, fue el primer micronesio que se hizo misionero. Contribuyó a la formación de la congregación de Kosrae, y en 1977 ayudó a edificar el Salón del Reino y el hogar misional.

El Salón del Reino no se construyó en un fin de semana. El hecho es que en esta isla, dominada por el protestantismo, los domingos reina un silencio sepulcral debido a una ley “sabática” que prohíbe comprar, vender, beber, pescar, trabajar e incluso jugar. Con todo, el Salón del Reino se levantó con suficiente rapidez para asombrar a la comunidad. Los hermanos se valieron de lo que encontraron en la región para prefabricar cuanto pudieron. Los demás materiales los compraron en Pohnpei y los llevaron en barco. Cuando llegaron los últimos embarques, junto con un grupo de trabajadores voluntarios de Pohnpei, el edificio cobró forma rápidamente. Este Salón del Reino sigue usándose no solo para las reuniones semanales, sino también para las asambleas.

Una congregación remota alaba a Jehová

Cuando en 1976 se formó la congregación de Kosrae, quedaba tan lejos de la sucursal que transmitía los informes mensuales del servicio del campo mediante el servicio de radioaficionados. Las líneas comerciales aéreas no comenzaron a funcionar en Kosrae hasta 1979. El correo por barco entre las islas podía tardar en ocasiones hasta seis meses.

Hoy, todos los aeropuertos de Micronesia cuentan con pistas asfaltadas donde pueden aterrizar aviones reactores de pasajeros; pero a principios de los ochenta, volar a Kosrae era toda una aventura a bordo de un avión de siete asientos. “En uno de los vuelos que mi esposa y yo hicimos a Kosrae nos topamos con una terrible tormenta, y parecía que estábamos perdidos —recuerda Arthur White—. El piloto volaba a unos 30 metros [100 pies] sobre el océano tratando de hallar la isla. La mujer que estaba sentada detrás de nosotros oraba en voz alta. Sabíamos que si el piloto no encontraba Kosrae, probablemente nos perderíamos en el mar; por fin apareció la isla, y pudimos aterrizar en un estrecho camino de grava que servía de pista.”

James Tamura fue misionero en Pohnpei y Kosrae durante diecisiete años. Expresando los sentimientos de muchos, dijo: “Me alegra ver crecer la obra y ver que el nombre de Jehová se está dando a conocer en estas remotas islas del Pacífico”.

ROTA: un historial de aguante

En la pequeña isla de Rota, que apenas se divisa desde Guam, ocasionalmente se hacen anuncios a través de un sistema de altavoces. Cierto día de 1970 se oyó la voz del alcalde informando a los residentes que los testigos de Jehová se hallaban en la isla y visitarían sus hogares. “Por favor, ábranles la puerta —declaró el funcionario— y recíbanlos bien.”

Augustine Castro fue uno de los tres hermanos que predicaron en Rota aquel día. Él le dejó varios libros al alcalde, a quien conocía desde cuando había trabajado con el gobierno de Saipán. Eso fue lo que indujo al alcalde a hacer el anuncio al público. En dos horas, los hermanos visitantes habían distribuido todas las publicaciones que llevaban en sus maletines. Al mismo tiempo, sin embargo, se iba fraguando la oposición del clero.

El clero interfiere en la predicación

“Alguien debió de avisar de nuestra presencia al sacerdote —relata Gus—. Nos encontrábamos en una estación de servicio. Un joven se disponía a tomar el libro La verdad que lleva a vida eterna cuando alzó la vista y vio al cura. Vacilante y nervioso, el joven dijo: ‘Me gustaría mostrarle el libro al sacerdote para ver si está bien’. Observamos al cura mientras lo hojeaba. Él me conocía muy bien, pues yo había sido seminarista. Finalmente, dijo al joven: ‘Puedes aceptarlo siempre y cuando no cambies de religión’.”

La oposición se intensificó cuando, en 1981, Juan y Mary Taitano fueron asignados como precursores especiales a esta isla dominada por el catolicismo. “El sacerdote nos seguía de puerta en puerta diciéndole a la gente que Jehová es otro nombre de Satanás —recuerda Juan—. En casi todas las casas puso un letrero que decía: ‘Este es un hogar católico. Por favor, respete nuestra religión’. Además, mandaba a los muchachos que confiscaran y quemaran cualquier publicación que dejáramos a la gente.”

El odio y el temor se apoderan de los amos de casa

Los Taitano eran de la misma ascendencia chamorra que los habitantes de Rota, y ambos hablaban el idioma chamorro; pero aun así, fueron objeto de intenso odio.

“Una vez, un amo de casa me amenazó con ‘conseguir un bate de béisbol y romperme todos los huesos’ —dice Juan—. Al día siguiente sufrió un accidente automovilístico en el que se fracturó las piernas y un brazo. Los aldeanos dijeron que Dios lo había castigado por lo que había dicho, y les entró miedo de los testigos de Jehová.”

Actitud positiva ante resultados negativos

Durante el pasado cuarto de siglo, los misioneros han pasado una cantidad incalculable de horas predicando a los pobladores de Rota. Pese a todo este trabajo, solo hay ocho proclamadores del Reino en una población de 2.500 personas, incluido un matrimonio de precursores especiales. Con todo y eso, los fieles Testigos siguen forjándose un excelente historial de aguante, sin dejarse desalentar.

“Rota es difícil, no cabe duda de ello —afirma el misionero Gary Anderson—. Pero no hay mal que cien años dure. Rota cambiará. Nada es imposible con el apoyo de Jehová.”

NAURU: se hallan las verdaderas riquezas

A la República de Nauru, con una población aproximada de siete mil habitantes, se la consideraba antaño uno de los países más ricos del mundo; pero sus naturales también necesitan oír el mensaje del Reino. Mucha de la riqueza de esta pequeña isla provino del saqueo de una gran parte de su territorio por la explotación a cielo abierto de los depósitos de fosfato. La isla dista mucho de ser un verdadero paraíso, y en la actualidad padece graves dificultades económicas.

Los primeros intentos de llevar el mensaje del Reino a Nauru fueron rechazados. Cuando un misionero que vino de visita desde las islas Marshall esparció las semillas de la verdad en 1979, fue expulsado del país y escoltado hasta el avión por tres policías.

Sin embargo, antes de que lo expulsaran, le dio estudios de la Biblia a Humphrey Tatum. Humphrey siguió estudiando por su cuenta, y cuando Nat Miller hizo escala en Nauru en calidad de superintendente viajante, le pidió que lo bautizara. “Puesto que nuestra obra se consideraba ilegal, esperamos hasta el anochecer —recuerda Miller—. Nos adentramos unos 30 metros [unos 100 pies] en el océano Pacífico, y lo sumergí sin que la gente nos observara.”

Antes de 1995, la predicación de puerta en puerta estaba vedada en Nauru. Todavía se prohíbe a las personas de fuera participar en el ministerio de casa en casa, pero ahora el gobierno concede libertad a los nativos para que prediquen, permitiendo así que el pequeño grupo de Testigos bautizados hable abiertamente de la Biblia.

El hermano Tatum fue anciano de la minúscula congregación de Nauru hasta su muerte, en 1995. También sirvió de traductor e hizo disponibles tratados e invitaciones a la Conmemoración para sus compañeros Testigos. Aunque pocos en número, los testigos de Jehová de Nauru procuran dirigir la atención de los vecinos al valor de las riquezas espirituales, el tipo de riquezas que lleva a vida eterna. (Pro. 3:1, 2, 13-18.)

Las islas del Pacífico tienen fama de ser un paraíso terrenal, pero la cruel realidad tras esa imagen romántica es que muchos micronesios tienen que luchar por sobrevivir. Lo que antiguamente fue su estilo de vida sencillo ha sido corrompido por los peligros de la civilización: la televisión, el delito, las drogas y las enfermedades contagiosas, para nombrar solo unos cuantos. Cada vez son más las personas que comprenden que el mensaje del Reino que predican los testigos de Jehová es la única solución a sus crecientes problemas.

La sucursal de Guam, que dirige la predicación en Micronesia, supervisa menos publicadores que la mayoría de las otras ciento tres sucursales de la Sociedad; sin embargo, su territorio es uno de los mayores del mundo. A pesar de que nuestros hermanos de estas islas remotas están separados por vastas extensiones oceánicas, experimentan la estrecha relación de la organización de Jehová. El suministro frecuente de publicaciones bíblicas en su propia lengua, las asambleas periódicas y las visitas regulares de carácter espiritual que efectúan los superintendentes viajantes, los hacen muy conscientes de que forman parte de una hermandad internacional.

Así mismo, los misioneros que sirven en estos lugares tan apartados reciben recordatorios del amor que existe entre el pueblo de Jehová. Todos los veranos se dispone lo necesario para que viajen a Guam y asistan a la asamblea de distrito, que suele celebrarse conjuntamente con la visita del superintendente de zona. Rodney Ajimine, misionero por más de veinte años y superintendente viajante en Micronesia, explicó una vez la importancia del viaje anual a Guam: “Une más a los misioneros de las diversas islas y nos ayuda a todos a aguantar”.

Existen otras ayudas para nuestros hermanos de estas lejanas islas. En 1993, bajo la dirección del Cuerpo Gobernante, se constituyó en la sucursal de Guam el departamento de Servicios de Información sobre Hospitales, y desde entonces se han creado Comités de Enlace con los Hospitales para cada uno de los grupos insulares de Micronesia. Anualmente tiene lugar la Escuela del Servicio de Precursor para quienes participan en el ministerio de tiempo completo, y periódicamente se celebran Escuelas del Ministerio del Reino a fin de instruir a los superintendentes de congregación. Además, la sucursal de Guam formó en 1994 un Departamento de Construcción, que coordina la planificación y edificación de Salones del Reino y hogares misionales en Micronesia.

Los incesantes esfuerzos de los misioneros y los publicadores durante los últimos cuatro decenios han ayudado a muchos isleños a conocer y amar a Jehová. Ahora, algunos de estos llevan la delantera en las congregaciones y trabajan con tesón para proclamar el propósito de Dios de convertir la Tierra en un paraíso.

Todavía queda mucho por hacer en Micronesia; pero gracias a la amorosa guía y protección de la organización de Jehová, la profecía de Isaías 51:5 se está haciendo realidad: “En mí [Jehová] esperarán las islas mismas, y aguardarán mi brazo”.

[Mapa de la página 210]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

JAPÓN

MICRONESIA

SAIPÁN

ROTA

GUAM

YAP

BELAU

POHNPEI

CHUUK

KOSRAE

NAURU

ISLAS MARSHALL

KIRIBATI

HAWAI

[Ilustración a toda plana de la página 208]

[Ilustración de la página 213]

Sam y Virginia Wiger frente al primer Salón del Reino de Guam

[Ilustraciones de la página 215]

Arriba: los misioneros Merle y Fern Lowmaster

Nathaniel Miller (con su esposa, Allene, ya fallecida), primer coordinador del Comité de Sucursal de Guam

[Ilustraciones de la página 216]

Sucursal de Guam y Comité de Sucursal (de izquierda a derecha: Julian Aki, Salvador Soriano, Arthur White)

[Ilustración de la página 218]

Misioneros reunidos con ocasión de la visita del superintendente de zona en 1994

[Ilustraciones de la página 223]

1, 2. Salón del Reino-hogar misional de Kiribati, erigido con colaboración internacional

3. Nariki Kautu y su esposa, Teniti

4. Conducción de un estudio bíblico en Kiribati

[Ilustración de la página 227]

Publicadores en el Salón del Reino de Ebeye

[Ilustración de la página 228]

Augustine Castro, celoso anciano de la localidad

[Ilustración de la página 229]

Robert y Sharon Livingstone

[Ilustración de la página 234]

Dando una calurosa bienvenida a los nuevos misioneros

[Ilustración de la página 236]

Si va a predicar en bote, prepárese para mojarse

[Ilustración de la página 237]

El Salón del Reino reemplazó la cocina como sitio de reunión

[Ilustración de la página 237]

Carl y Rihka Dannis, los primeros Testigos naturales de Pohnpei

[Ilustración de la página 238]

Neal Maki es misionero y traductor a la vez

[Ilustraciones de la página 241]

Obasang Mad, precursora veterana, preparada para el servicio

Izquierda: Grupo yendo al servicio del campo en una camioneta

[Ilustraciones de la página 243]

Dando testimonio en Yap

Derecha: Merle Lowmaster y monedas de Yap en el “banco” de la aldea

[Ilustración de la página 246]

Para cruzar los puentes en Kosrae hay que pisar firme

[Ilustración de la página 246]

Fredy Edwin, a la izquierda, con su esposa, hijas y nietos

[Ilustración de la página 251]

Los Testigos se adaptan a las condiciones en Rota