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Martinica

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EN MUCHAS partes de la Tierra, el nombre de Martinica resulta muy sugerente. Puede que evoque una imagen con sol, playas de arena blanca y mares azul turquesa. Tal vez haga pensar en todo lo que endulza la vida, como la caña de azúcar y los plátanos, o el ron. El cuadro pudiera incluir a nativos de tez negra o morena que sonríen alegremente mientras ofrecen frutos exóticos en bandejas a los visitantes como señal de bienvenida. A otras personas, Martinica les trae a la memoria la erupción de la Montagne Pelée en 1902, y la total destrucción de la ciudad de Saint-Pierre, a la sazón el centro económico y cultural de la isla.

En términos relativos, la isla es tan pequeña como una mota de polvo. Solo mide 80 kilómetros [50 millas] de largo por 35 [22 millas] de ancho. Aun así, ha desempeñado un papel importantísimo en las relaciones internacionales. Aquí, entre los siglos XVII y XIX, las potencias coloniales lucharon sin piedad por la supremacía de las Américas y el Caribe. Saint Domingue (actualmente Haití), Guadalupe, Martinica y otras islas de las Indias Occidentales cambiaban de dueño según el desenlace de las batallas.

A pesar de ser una isla diminuta, Martinica fue durante muchas décadas un importante centro de tráfico de esclavos en el Caribe. No podemos hablar de los habitantes de Martinica sin aludir a las cadenas de la esclavitud que forjaron su pasado y que en gran medida dan cuenta de su estado actual.

Son personas que, habiendo sido esclavizadas por tanto tiempo, se enorgullecen de su libertad. Personas que viven extrañas paradojas. Valoran mucho su emancipación, y así lo proclaman a menudo. Al mismo tiempo, se amoldan a la cultura francesa que les impuso la colonización, y la mayoría se identifica con casi todos sus valores y prosperidad. Ven como suya una religión —el catolicismo— que en realidad les impusieron unos amos opresores. Además, se les ha enseñado a adorar a un Dios del que conocen muy poco, que maldijo a la raza negra y que por tanto promueve su esclavitud. Se dice que es amoroso y justo, pero en él estos atributos parecen esconderse tras un extraño disfraz. En esencia, la religión de estas personas se fundamenta en ritos y tradiciones, donde las doctrinas concretas y los análisis teológicos tienen poca cabida. (De igual modo, puesto que Gran Bretaña colonizó la vecina isla de Barbados, esta profesa la religión anglicana.)

A punto de concluir este siglo, la mayor parte de la gente de Martinica aún está, a pesar de su pretendida libertad, atada a los grilletes de dos exigentes amos. Por un lado, arrastran la carga de un sistema religioso de ritos y tradiciones que en realidad no satisface su sed espiritual. Y por el otro, se afanan sin éxito por satisfacer las incesantes demandas que genera la abrumadora influencia materialista del modo de vida occidental (Ecl. 5:10).

Un mensaje que trae liberación

Durante la última mitad de este siglo, en esta isla tropical se ha proclamado cada vez con más intensidad un mensaje de libertad, la libertad a la que se refirió Jesucristo cuando dijo: “Conocerán la verdad, y la verdad los libertará” (Juan 8:32). Libertad de la esclavitud a la falsedad, libertad del cautiverio a un sistema económico que explota con crueldad a la gente, y libertad del pecado y de la muerte.

Las semillas de esa verdad comenzaron a sembrarse en 1946, cuando Georges Moustache, de Guadalupe, estuvo dos semanas predicando en Fort-de-France y en Saint-Pierre. Tres años después, el 9 de agosto de 1949, llegaron a la isla cuatro misioneros (un matrimonio y dos hermanas jóvenes), graduados de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Eran David y Celia Homer, Mary Lolos y Frances Bailey. Procedían de Estados Unidos y hablaban francés, aunque no muy bien. No obstante, en un año y medio se las arreglaron para distribuir 631 libros y más de doscientos folletos que explicaban la Biblia, y empezaron 32 estudios bíblicos, tanto individuales como familiares. Sin embargo, el clero católico, por aquel entonces muy influyente y en absoluto dispuesto a ver cuestionada su autoridad, usó su influencia para que se expulsara a los misioneros de la isla en enero de 1951. Por más de tres años, cesó la predicación de las buenas nuevas en Martinica.

Se reanuda la obra

El 10 de julio de 1954 llegaron Xavier y Sara Noll procedentes de Marsella (Francia). Los dos eran ministros de tiempo completo, y Xavier había sido superintendente de congregación en Marsella.

Todavía recuerdan su llegada a esta isla que les parecía el fin del mundo, a 7.000 kilómetros [4.400 millas] de su tierra. No han olvidado la primera impresión que les causaron el calor y la humedad, así como tampoco la cordialidad, hospitalidad e innata cortesía de sus habitantes.

Desde el mismo principio tuvieron que aprender a vivir con muy pocas comodidades. Después de alojarse algunos días con un hombre que simpatizaba con los testigos de Jehová, encontraron una casa nueva de madera, lo que simplemente significaba unas paredes y un piso de madera. El techo era de láminas de cinc. No tenía cielo raso, ni cuarto de baño. Al anochecer, el hermano Noll tenía la tarea de echar el contenido del cubo “sanitario” por un barranco. La primera vez que tuvo que hacerlo fue el 14 de julio, la fiesta nacional francesa. Tenía que cruzar una plaza pública llamada Stalingrad, muy animada con los festejos. Al cruzar la plaza con su cubo, ante la divertida mirada de los que habían salido a descansar y respirar aire puro, todos empezaron a reírse a carcajadas. Era una novedad. ¡Jamás habían visto a un blanco hacer ese trabajo!

Una sorprendente acogida

Aquel mismo día, el hermano Noll había pasado horas ordenando los libros y folletos que los misioneros dejaron al ser expulsados de la isla. Muchos estaban estropeados por los insectos, pero había bastantes en buenas condiciones para que los Noll los usaran en la predicación la mañana siguiente.

He aquí algunos recuerdos del hermano Noll de aquel primer día de servicio: “Puesto que era la primera vez que mi esposa y yo salíamos a predicar aquí, estábamos ansiosos por hablar con la gente, por conocerla, por saber cómo nos recibirían. Lo que sucedió superó nuestras expectativas. Empezamos a predicar en el centro de la ciudad, que en aquel entonces tenía 60.000 habitantes. Aquella mañana, mi esposa y yo nos encontramos dos veces yendo a casa para llenar de nuevo los maletines con los libros ‘La verdad os hará libres’ y ‘El Reino se ha acercado’, y con folletos como ‘El príncipe de paz’”.

A menudo, los amos de casa decían: “Me quedaré con el libro como recuerdo” o “si trata de Dios, me lo quedaré”. En las dos primeras semanas, distribuyeron casi doscientos libros y cientos de folletos. Era fácil entablar conversaciones, ya que la gente sentía curiosidad y deseaba recibir bien a los forasteros. ¡Cuánto les animó aquel trato tan hospitalario!

Los hermanos Noll se preguntaban si podrían estudiar con tantas personas. Pero enseguida aprendieron que tenían que distinguir entre los que simplemente eran hospitalarios y aquellos que tenían un auténtico deseo de conocer y practicar la verdad divina. Algunos querían aprender. El hermano recuerda: “La persona que fue a recibirnos cuando llegamos a Martinica nos presentó a algunos obreros y aprendices de su taller de ebanistería. Aquella misma noche comenzamos un estudio, y dos más durante la primera semana”.

Uno de aquellos estudios se comenzó con una pareja joven, Paul y Nicole Jacquelin. Estudiaban tres veces por semana y progresaron bien. Pronto salieron junto a los Noll a predicar de casa en casa. Con esos nuevos publicadores, la predicación comenzó a tener un sabor local.

“To-To-To”

Al llegar a una casa, había que gritar: “To-to-to, ¿alguien en casa?”. Desde dentro, a menudo una voz preguntaba: “¿Para qué?”. Después de que el publicador se presentaba a gritos, el amo de casa respondía: “Pase y siéntese”, a lo que seguían interesantes conversaciones.

Casi siempre, la gente deseaba conversar. En Martinica no se conocía el estrés para aquel tiempo. Era muy raro que alguien dijera lo que hoy escuchamos con tanta frecuencia: “No tengo tiempo”. Sin embargo, al final solían decir: “Comprendo lo que me dice, pero no voy a dejar la religión de mis padres y mis abuelos”. Hasta en los lugares donde parecía haber cierto interés y el publicador preguntaba: “¿Podríamos volver a verlo pronto?”, la respuesta a menudo era un “si Dios quiere”.

Generalmente, las personas respetaban mucho la Biblia, pero muy pocas la tenían. El clero católico trataba de impedir por todos los medios que la Biblia llegara a la gente. A pesar de todo, algunas personas consiguieron la versión protestante de Louis Segond en francés. Hay quienes la obtuvieron de vendedores, algunos de vecinos que eran adventistas del séptimo día, y otros, en menor medida, de evangélicos.

El clero se alarma

Cinco meses después de que los testigos de Jehová reemprendieron la predicación en Fort-de-France, en un diario editado por la Iglesia Católica apareció la pregunta: “¿Quiénes son los testigos de Jehová?”, lo que motivó la siguiente conversación entre un sacerdote y un feligrés:

—Padre, ¿conoce a Jehová?

—¡Vaya!, ¿ahora habla usted hebreo? —A lo que siguió toda una sarta de mentiras contra los testigos de Jehová y una tergiversación maliciosa de sus enseñanzas. Hasta se publicó una caricatura de la hermana Noll en un folleto de la Iglesia.

Poco después, aunque solo había un puñado de Testigos en la isla, un sacerdote obviamente consternado por el celo que mostraban al predicar el Reino, dijo: “Miles de buenas personas van a hacerse testigos de Jehová porque no conocen bien su propia religión”. Sucedía lo que Jesucristo ilustró con la parábola del hombre rico y Lázaro. La gente llana ansiaba las migajas espirituales de la opulenta mesa del clero (véase Lucas 16:19-31).

La visita de Notre Dame du Grand Retour

Unos cuantos años antes, en 1948, la fe de muchos católicos sufrió una sacudida. El obispado perpetró un gran fraude cuando, con mucha ceremonia, se trajo desde Francia una estatua de María. Recorrieron con ella toda Martinica, y recibió una aclamación sin paralelo hasta el día de hoy. Emplazaron la imagen de la “Madona” en una pequeña barca con ruedas que la gente fue llenando con dinero y joyas a lo largo del recorrido por las calles. Para aquel tiempo las personas, fueran ricas o pobres, solo tenían joyas de oro, así que los donativos representaron una gran cantidad de dinero.

Muchos aún recuerdan vívidamente lo que ocurrió. Marthe Laurent, que ahora es testigo de Jehová, relata la llegada de la “Madona”. “Era un sábado por la noche a primeros de marzo de 1948, en la plaza que rodeaba la Sabana de Fort-de-France —dice ella—. La explanada estaba llena de gente cuando, de repente, vimos una lucecita en el mar, cerca de La Pointe des Nègres. La multitud se exaltó: ¡la ‘Virgen’ venía en una barca!” Desde entonces, Pierrette Hantoni dejaba en ella sus ofrendas cada vez que la sacaban. Ella y su esposo engalanaron su casa con flores y colgaron un cartel con la inscripción Chez Nous Soyez Reine (Que seas la Reina de nuestro hogar). En ese ambiente, la gente se puso eufórica y empezó a dar a manos llenas, creyendo que la “Virgen” obraría milagros. Por ejemplo, había un hombre cuya hija sufría miopatía. Esperando que la “Virgen” curara a su hija, iba de rodillas tras la barca con ruedas.

Con el tiempo dijeron que habían devuelto la estatua a Francia, pero no fue más que un engaño. Más tarde se descubrió que habían escondido la imagen en un almacén. Según los rumores, un avión que desapareció en el mar algún tiempo después transportaba el dinero y demás bienes recogidos, así como a los estafadores. En opinión de la mayoría, ese fue el castigo que Dios trajo sobre ellos. Hasta hoy en día, cuando las personas hablan de aquel suceso, los testigos de Jehová pueden aprovechar para enseñarles lo que la Biblia dice sobre la idolatría (Éxo. 20:4, 5; Sal. 115:4-8; 1 Juan 5:21).

Matrimonio, no simple cohabitación

Algunas costumbres africanas sobrevivieron a la esclavitud, y la Iglesia Católica las toleró con tal de que los que las practicaban también ejecutaran los ritos católicos. Con ese trasfondo, la cohabitación entre personas no casadas estaba a la orden del día. Cuando la hermana Noll participaba en el ministerio, le preguntaban: “¿Tiene usted hijos?”. Cuando ella contestaba que no, inquirían de nuevo: “¿Y su esposo?”. No era extraño encontrar hombres que tenían hijos con otras mujeres aparte de su esposa. Los que deseaban ser verdaderos cristianos tuvieron que abandonar esas prácticas condenadas en las Escrituras (Heb. 13:4).

La primera persona de Martinica que se enfrentó a esta cuestión fue una mujer que tenía seis hijos de tres hombres diferentes, y vivía con el padre del más pequeño cuando empezó a estudiar la Biblia. Marguerite Lislet comprendió enseguida los drásticos cambios que tenía que hacer si quería agradar a Jehová (1 Cor. 6:9-11). Le dijo al hombre con el que vivía que se fuera, y a pesar de sus problemas de salud, afrontó con valor problemas económicos para cuidar de sus hijos. Se bautizó en 1956, y con el tiempo llegó a ser la primera precursora especial natural de Martinica.

Jeanne Maximin, que se había hecho cargo de los hijos del hombre con el que vivía, también se quería bautizar. Él le había prometido muchas veces que antes de la siguiente asamblea legalizarían su relación, pero no cumplía su palabra. Por fin, en 1959, al aproximarse otra asamblea, Jeanne aprovechó su ausencia para mudarse. Imagínese la sorpresa del hombre cuando, a su regreso, vio que ella se había ido y que muchos muebles habían desaparecido. Los vecinos no tardaron en decirle su paradero. Él insistió en que volviera a casa y le prometió que se casarían en un plazo de dos semanas, en las que haría los preparativos necesarios. La respuesta fue clara: “El día que nos casemos, volveré, pero no antes”. Se efectuaron los trámites oportunos, y diez días después ya estaban legalmente casados. Muchas hermanas han pasado por experiencias parecidas.

Los testigos de Jehová se han ganado la reputación de practicar una religión que considera el matrimonio una institución divina. A una funcionaria del pueblo de Le Vauclin le sorprendió ver cómo en muy poco tiempo Jacques y Pierrette Nelson, precursores especiales del país, fueron testigos en las bodas de dos parejas que habían vivido juntas durante muchos años sin el beneficio del matrimonio. Esa funcionaria ya tenía el libro Cómo lograr felicidad en su vida familiar, pero entonces dijo que lo volvería a leer, ya que se encontraba en la misma situación en que habían estado aquellos a quienes acababa de casar. Antes de terminar su discurso, comentó en tono de broma a los dos testigos: “Jamais deux sans trois”, es decir, “No hay dos sin tres”. Y no los hubo, pues no mucho tiempo después los precursores estaban otra vez ante ella, como testigos de boda de una tercera pareja con la que habían estudiado.

Liberados del abuso del alcohol

Martinica es famosa por su ron, la bebida alcohólica que se obtiene de la caña de azúcar y que puede encontrarse en cualquier lugar de la isla. A muchos les gusta, pero excederse resulta muy perjudicial. En los años cincuenta, se podía entrar en un bar y con solo 50 céntimos (unos 10 centavos [E.U.A.]) comprar un vaso de ron lleno hasta el borde. Al cliente se le ponía delante una botella de ron, otra de sirope y unas cuantas rodajas de limones verdes de la isla para que se sirviera a placer.

¿Podría la verdad bíblica ayudar a los bebedores de ron empedernidos? ¡Claro que sí! (1 Ped. 4:3). La primera fue una mujer que con frecuencia bebía tanto que no resultaba nada agradable sentarse frente a ella y hablarle. Además, vivía sin casarse con un hombre que estaba tan esclavizado al alcohol como ella. En pocos meses, debido a lo que aprendió al estudiar la Biblia en su hogar, dejó la bebida y a ese hombre. Todos los que la conocían vieron su transformación. Su salud mejoró y también su vida profesional, de modo que la hicieron fija en el puesto de asistente civil que ocupaba. Cuando recibió cierta cantidad de dinero en concepto de atrasos, la utilizó para asistir a la asamblea internacional “Voluntad Divina”, que los testigos de Jehová celebraron en Nueva York en 1958. Hasta el día de hoy, a pesar de sus 90 años de edad, Elisa Lafine predica con regularidad las buenas nuevas del Reino. También es un ejemplo de conducta cristiana. Ciertamente, la Palabra de Dios libera de la esclavitud al alcohol.

Fruto del corazón de la isla

Mirando el mapa de Martinica, la isla parece curvarse alrededor de la bahía de Fort-de-France. No cabe duda de que ese es el centro neurálgico del territorio. A lo largo de la ribera norte, se alzan tres núcleos urbanos vecinos: Fort-de-France, Schoelcher y Le Lamentin. Casi la mitad de los habitantes de Martinica viven en esta región. A excepción de la agricultura, aquí se concentra la mayor parte de la actividad económica de la isla. Esta fue la zona donde las buenas nuevas se predicaron primero, y con pocas salvedades, de aquí salieron los primeros publicadores.

Ya en 1955, los hermanos Noll empezaron a viajar fuera de la capital para difundir el mensaje del Reino. Pasaban todo el día predicando y regresaban a casa por la noche. Una semana, el viernes, iban a Le Lamentin. La siguiente semana, al pueblo de Le François, cerca de la costa oriental. Poco a poco, algunas personas fueron aceptando la verdad. Entre las primeras de Le Lamentin estuvieron Jeanne Marie-Annaïs, Suzanne Guiteaud, Liliane Néral y Paulette Jean-Louis, y en Le François, las familias Godard y Cadasse y Pierre Loiseau. Con el tiempo se enviaron precursores especiales a Le Lamentin, entre ellos Valentin Carel y Nicolas Rénel (el hermano Carel llegó a ser más adelante miembro del Comité de Sucursal). Ahora hay siete congregaciones en esas poblaciones y en otras próximas más al sur.

Algunos al parecer empezaron bien, pero luego abandonaron el camino estrecho arrastrados por las inquietudes de la vida, el materialismo y la inmoralidad. Otros muchos recibieron la palabra del Reino en corazones que demostraron ser como buena tierra que produjo fruto por muchos años (Mat. 13:18-23). La gran mayoría de los que abrazaron la adoración verdadera en aquellos primeros tiempos todavía sirven lealmente a Jehová. Entre ellos hay hermanos que se bautizaron en Martinica hace más de treinta años, como Leon y Christian Bellay, Jules Nubul, Germain Bertholo, Vincent Muller, Roger Rosamond, Albert Nelson, Vincent Zébo y Philippe Dordonne. Todos demostraron gran amor a Jehová utilizando su juventud para servirle. Ya no son jóvenes, pero continúan sirviendo de ancianos en las congregaciones. Otros han muerto, como Toussaint Lada, a quien los mayores recuerdan por su temperamento calmado y su sonrisa cariñosa. Hay muchos otros que podríamos añadir a la lista de hermanos veteranos que han sido o que todavía son excelentes ejemplos de fe y de celo. Para su regocijo, los que han venido después han seguido sus pasos.

Mujeres que anuncian las buenas nuevas con lealtad

En aquellos tiempos, algunas mujeres que trabajaban como maestras para el Ministerio de Educación Nacional también realizaron una excelente labor como maestras de la Palabra de Dios. Entre ellas estuvo Stella Nelzy. Fue la primera del grupo en bautizarse, y continuó con su celoso ministerio aun cuidando a su madre anciana, que murió a los 102 años de edad. También estuvo la directora de escuela Andrée Zozor, eficaz defensora de la verdad bíblica, así como la hermana Victor Fousse (ahora Lasimant), que permaneció firme a pesar de la intensa oposición de su familia. El excelente ejemplo de la hermana Fousse ha tenido un buen efecto en sus hijos, pues uno de ellos ha servido de anciano por muchos años, y su hija Marlène es misionera en Malí.

Otras hermanas han terminado la carrera cristiana a causa de la edad o la enfermedad, como Léonide Popincourt, que se jubiló de forma anticipada y fue precursora durante dieciséis años. Esta hermana murió en 1990, y su hija Jacqueline es ahora misionera en la Guayana Francesa. Emma Ursulet también sentó un excelente ejemplo en defender la verdad, y sobre todo procuró ayudar a sus hijos a andar en los caminos de Jehová. Tres de sus hijas se hicieron precursoras, y su hijo Henri es miembro del Comité de Sucursal de Martinica.

Sara Noll, que llegó a Martinica como precursora especial hace cuarenta y tres años, continúa con celo en el servicio de tiempo completo a los 82 años de edad. A pesar de que el territorio se predica con frecuencia, sigue teniendo mucho éxito en la distribución de La Atalaya y ¡Despertad! Ha puesto en práctica las recomendaciones de la Sociedad de predicar en territorios de negocios, y así ha podido acceder a la mayor parte de las oficinas del gobierno. Su ruta de revistas incluye lugares como el Ayuntamiento, el cuartel de policía, el Departamento de Obras Públicas y muchos otros. Algunos meses ha llegado a distribuir 500 revistas, y en los años que ha pasado en Martinica, más de ciento once mil.

El agua sube montañas

Martinica es muy montañosa. Según se dice, cuando un almirante inglés quiso que el rey Jorge II tuviera una idea de cómo era la isla, tomó una hoja de papel, y arrugándola, la echó sobre la mesa. “Señor —dijo—, esto es Martinica.” Hay un proverbio criollo que dice: “D’lo pa ka monté morne” (“El agua no puede subir montañas”). Pero en Martinica, hay aguas que sí las suben. La antigua ciudad de Fort-de-France se encuentra al nivel del mar, pero yace al pie de muchas montañas. Las aguas de la verdad bíblica han subido a ellas (Rev. 22:17).

En 1956, aun cuando solo había siete publicadores y tres precursores, se pusieron en manos de las personas 5.000 libros, más de nueve mil revistas y muchos folletos. La mayor parte de estas publicaciones se distribuyeron en las estaciones de autobuses, a pasajeros que llegaban de todas partes de la isla o que se dirigían a ellas. Los hermanos Noll iban también a los mercados de pescado y de verduras para ofrecer las revistas, y predicaban en los numerosos bares cercanos. De este modo, los que regresaban a sus hogares arriba en las montañas o más allá, se llevaban con ellos las valiosas publicaciones bíblicas.

‘No abandonaron el reunirse’

A las pocas semanas de su llegada a Martinica, los hermanos Noll animaron a los estudiantes a asistir a las reuniones (Heb. 10:23-25). Como resultado, unos cuantos se reunían en la sala de una modesta casa de madera en el barrio Morne Pichevin de Fort-de-France. En la estancia solo cabían unas diez personas. Cuando los Noll iban predicando, a menudo había quienes les preguntaban si tenían algún local al que pudieran asistir. Los misioneros anhelaban un lugar más adecuado.

Entonces, el gerente de un hotel de Fort-de-France, que aún se acordaba de los primeros Testigos misioneros (pues se habían alojado allí algún tiempo), concedió que usaran el comedor los domingos por la tarde, ya que el restaurante estaba cerrado ese día. Se encontraba en la calle Schoelcher, así llamada en honor del político francés que redactó el decreto del 27 de abril de 1848 que estipulaba las condiciones para abolir la esclavitud. La catedral estaba en la misma calle. Ya que tenían un lugar mejor donde reunirse, los Testigos pensaron que las personas acudirían a raudales. Aun así, durante un tiempo solo se reunieron de cinco a diez personas, en una sala que podía albergar a más de un centenar. Cuando invitaban a las personas a asistir, por lo general respondían: “Iré, si es la voluntad de Dios”. Sin embargo, era muy raro que alguien en realidad pensara seriamente en lo que la Biblia dice que es la voluntad de Dios al respecto.

No obstante, la señora Marceau, maestra de escuela retirada, acudía primero a los servicios religiosos en la catedral, y luego iba con regularidad a escuchar el mensaje bíblico. Alice Lassus, que limpiaba la catedral, también asistía a aquellas reuniones. Ambas llegaron a ser leales testigos de Jehová. Pero los Testigos necesitaban un lugar para reunirse más adecuado al tamaño del grupo.

Después de algunos meses, se trasladaron a la Villa Ma Fleur de Mai (Villa Mi flor de mayo), del barrio Clairière de Fort-de-France, que en aquel entonces albergaba un hogar misional. Stella Nelzy comenzaba a asistir a las reuniones, y en una ocasión le sorprendió el comentario de un hermano. Más tarde relató: “El que presidía dijo: ‘¡Esta es la casa más importante de toda Martinica!’”. Pero añade: “Pronto comprendí que tenía razón. La casa tenía un aspecto muy modesto, amueblada con bancos hechos de tablas que ya se habían usado para embalar, y que se cubrían con cartones para sentarse. Sin embargo, en aquella casa aprendíamos el espléndido propósito, la voluntad y la incomparable personalidad de Jehová Dios y su hijo, Jesucristo. Sí, ¡claro que era la casa más importante!”.

Para 1960 la cantidad de publicadores había ascendido a 47. De nuevo era preciso encontrar un lugar con suficiente amplitud donde reunirnos. Adrienne Rudier puso a nuestra disposición dos habitaciones en la planta baja de su casa de Bellevue. Dos años después nos propuso derribar la pared que quedaba para ampliar el local y mudarse ella arriba. En solo dos años se había duplicado la cifra de publicadores. Ya éramos 94, y se dirigían 177 estudios bíblicos. Puesto que algunos publicadores venían del otro lado de Fort-de-France, nos pareció lo mejor formar un segundo grupo. Este se reunía en la casa de Inoër Puisy, en Sainte Thérèse, una pequeña comunidad en la zona sur de Fort-de-France.

El aumento prosiguió. En 1964 tuvimos un promedio de 157 publicadores. A fin de acomodar a los que asistían a las reuniones, se compró una casa en el sector de Bellevue en Fort-de-France y se transformó en Salón del Reino. Cinco años después, se construyó otro en una zona distinta de la ciudad. Cesaire y Elvíre Quasima cedieron amablemente el techo de hormigón de su casa, y sobre él se levantó el Salón del Reino.

Cuando las asambleas eran pequeñas

La primera asamblea se celebró en 1955, en el hogar de los hermanos Noll. Veintisiete hermanos vinieron desde Guadalupe para animar a los cinco Testigos de Martinica. La asistencia fue de apenas cuarenta, pero el programa les dispensó alimento espiritual en abundancia. Les alegró muchísimo reunirse en un ambiente espiritual y de fraternidad.

En aquel entonces era difícil lograr que las reuniones comenzaran a tiempo. Algunas veces se producían situaciones graciosas por llegar tarde. En el curso de una asamblea en 1956, se escenificó cómo un sacerdote, según la táctica que estos solían emplear, iba a la casa de alguien para desanimarle de leer las publicaciones de los testigos de Jehová. Un hermano que llevaba barba en aquel entonces se puso una sotana para representar el papel del sacerdote. Una persona con interés que llegó tarde no comprendió que solo se trataba de una demostración. Después de la sesión, dijo un tanto enfadada: ‘No me pareció bien lo que hizo el sacerdote. Los testigos de Jehová no van a la catedral a molestar, y el sacerdote no debería haber venido aquí a hacer eso’.

Se lleva un mensaje de libertad a la costa nordeste

Con el tiempo, las zonas de la isla alejadas de la capital requirieron una mayor atención. El mar Caribe baña el litoral occidental de Martinica, y el océano Atlántico, el oriental. Por esta razón, los vientos alisios azotan la costa este provocando fuertes lluvias y mucha humedad. Todo crece en las fértiles colinas y mesetas de esta región: caña de azúcar, verduras, plátanos y otros frutos. Los núcleos urbanos, casi todos enclavados a orillas del mar, viven asimismo de la pesca.

Se trata de una zona cuya historia también nos habla de tráfico de esclavos y de emancipación. Los nombres de algunos lugares del municipio de Le Lorrain evocan esa época, como Fond-Gens-Libre (valle de la Gente Libre) y Fond-Massacre (valle de la Masacre). A pesar de haberse abolido la esclavitud, cuando los testigos de Jehová llevaron el mensaje del Reino de Dios a esos lugares vieron que la gente todavía necesitaba liberación: la liberación de la religión falsa y la superstición, que solo se consigue al aceptar la verdad bíblica.

Destroza las imágenes y las tira a la calle

El 1 de noviembre de 1954, los misioneros llegaron por vez primera a Basse-Pointe, enclavado en la costa norte a 50 kilómetros [30 millas] de Fort-de-France. A este pueblo pesquero y agrícola se llegaba por una carretera escarpada en mal estado, sobre todo después de la estación de las lluvias, y en algunos tramos los misioneros tuvieron que bajarse de los ciclomotores que llevaban y empujarlos.

Pensaban visitar a la directora de la escuela del pueblo, pues en Francia ya había tratado con los testigos de Jehová y tenía una suscripción a ¡Despertad! a punto de vencerse. La visita resultó muy provechosa. La señora explicó que aunque había sido catequista, dejó de ir a la iglesia cuando el sacerdote habló irrespetuosamente del matrimonio. Se interesó en lo que la Biblia dice del alma y de la vida eterna en un paraíso terrestre. Poco después regresó a Francia, donde se dedicó a Jehová y se bautizó.

Antes de su partida, se la consideraba una figura destacada de la comunidad y una católica devota. Imagínese la conmoción que provocó a su regreso, cuando hizo añicos todas sus imágenes, grandes y pequeñas, y las tiró frente a su casa para que el servicio de recogida de basuras se las llevara (compárese con Deuteronomio 9:16, 21). El sacerdote estaba furioso, así que presentó candentes homilías que condenaban la conducta de esta ex católica. El efecto fue que la religión de la señora Cressan, como la gente la llamaba, se convirtió en el tema de conversación general. Gabrielle Cressan ya tiene 88 años, y durante los últimos cuarenta y dos como testigo de Jehová ha procurado cumplir su más preciado deseo: “Que cada uno de los latidos de mi corazón sea para alabar a Jehová”.

Otra señora católica, una vecina que escuchó al sacerdote criticar tan severamente a la hermana Cressan, decidió preguntarle a ella misma para informarse. Se trataba de Leónie Ducteil, madre de once hijos y esposa de un cartero del pueblo. Persuadida de que lo que estaba aprendiendo de la hermana Cressan era la verdad, comenzó a estudiar la Biblia con sus hijos. Con el tiempo, tanto ella como nueve de ellos llegaron a ser Testigos dedicados y bautizados. Algunos años después, Edgard, una de sus hijas, se casó con Gérard Trivini, quien más tarde llegó a ser miembro del Comité de Sucursal.

Diez años antes de que Leónie Ducteil aprendiera la verdad con la ayuda de la hermana Cressan, otra de sus vecinas, Georgette Josephe, había oído el nombre de Jehová en un himno durante una ceremonia de la Iglesia Adventista. El nombre le llamó la atención, así que cuando una vecina, la señora Ducteil, le dijo que la hermana Cressan acababa de explicarle la Palabra de Jehová, inmediatamente pidió más información. Tanto ella como sus ocho hijos, y más tarde su marido, se hicieron testigos de Jehová.

Esas pocas familias integraban el núcleo de adoradores verdaderos del norte de la costa atlántica de la isla. En los años que siguieron, desde Basse-Pointe se sembraron las semillas de la verdad en las ciudades y pueblos del litoral. Estas crecieron y florecieron en Le Lorrain, Marigot, Sainte-Marie, Trinité y Le Robert, así como en Ajoupa-Bouillon, Vert-Pré y Gros-Morne, en el interior.

Varios precursores celosos contribuyeron a difundir la verdad a lo largo de la costa oriental. Osman Léandre, una viuda, se mudó a Sainte-Marie en 1965 y ofreció su casa para celebrar las reuniones. Arcade Bellevue y Maryse Mansuéla, precursoras especiales de Guadalupe, llegaron a Le Robert en diciembre de 1967 y persistieron a pesar de la oposición del sacerdote. En 1970, Aline Adélaïde y Jacqueline Popincourt comenzaron a predicar en Le Lorrain. Valiéndose de las Escrituras, Aline ayudó a una mujer que había practicado la brujería a librarse del dominio satánico. Tres años más tarde se les unieron otras tres: Michèle y Jeanne Ursulet, y Josette Mérine. Estas precursoras habían dejado su empleo de maestras de escuela para colaborar en una obra educativa mucho más importante: enseñar la verdad que lleva a vida eterna.

¿Para qué quería el cura el libro La verdad?

Jeanne Ursulet relata: “En 1974 la Sociedad nos envió una carta de alguien que vivía en Le Lorrain. El remitente estaba muy interesado en recibir publicaciones de los testigos de Jehová, en particular el libro La verdad que lleva a vida eterna, que había visto en casa de alguien. A la mañana siguiente intentamos localizarlo. El nombre no nos resultaba familiar, y tuvimos que preguntar a un cartero de quién se trataba. Imagínese nuestra sorpresa cuando supimos que la carta la había enviado el cura párroco.

”Preguntándonos cómo nos recibiría, fuimos a la casa parroquial. La persona en cuestión se identificó y nos dijo fríamente que no deseaba hablar con nosotras, que solo le interesaban las publicaciones. Estábamos perplejas. No obstante, algún tiempo después de la visita, los vecinos solían decirnos que el sacerdote les había explicado ciertos asuntos tal y como nosotras lo hacíamos. Así que llegamos a la conclusión de que sin duda utilizaba nuestras publicaciones para preparar sus homilías.”

Buscan a tientas a Dios y verdaderamente lo hallan

En 1967, otros cuatro precursores especiales, Octave Thélise, su esposa Alvina y Elie y Lucette Régalade, iniciaron lo que sería la Congregación Trinité. Al día siguiente de su llegada, Elie Régalade salió a predicar. ¿Por dónde empezó? Haciendo caso omiso de las casas a su izquierda y a su derecha, fue directamente a la puerta de la señora Moutoussamy y llamó. No la conocía en absoluto, y nadie le había dado su nombre. Pero dejemos que sea ella quien nos cuente su historia:

“Desde niña, estuve muy ligada a la religión católica. Trabajé muchos años en una guardería administrada por sacerdotes, pero estaba decepcionada por la hipocresía que observaba, y mi devoción se iba debilitando día tras día. Cuando llegó la hora de matricular a mis dos hijos mayores para aprender las doctrinas de la Iglesia, estaba en una encrucijada por la insistencia de mis suegros católicos, la oposición de mi esposo comunista y la influencia de mi hermana adventista. No sabía qué hacer. Pasé buena parte de la noche pidiéndole a Dios que me ayudara a encontrar una solución. A la mañana siguiente el hermano Régalade llamó a mi puerta y se presentó como testigo de Jehová. Había venido directamente a mi casa. Yo fui la primera persona de Trinité a la que habló.”

Lisette Moutoussamy y su esposo ex comunista se bautizaron ocho meses después. Hoy, transcurridos más de treinta años, continúan sirviendo a Jehová con toda su familia, y tres de sus hijos son ancianos. Las personas que con sinceridad buscan al Dios verdadero, sin falta lo hallan, tal como dice la Biblia (Hech. 17:26, 27).

El territorio resultó fructífero, y florecieron varias congregaciones. Una en Trinité, de la que se formaron otras seis: dos en Le Robert, y una en Sainte-Marie, Gros-Morne, Vert-Pré y Trinité. Todas ellas siguen creciendo, para la honra de Jehová.

El clero sigue atacando

Por toda Martinica, el clero veía con angustia cómo menguaba su poder sobre una población a la que había mantenido en la ignorancia. En 1956, un párroco se puso furioso al encontrarse con dos muchachas que estaban visitando en Basse-Pointe a los parientes de un vecino que falleció. Sabedor de que estaban estudiando la Biblia con los testigos de Jehová, las denunció como apóstatas y las amenazó con el fuego del infierno por haber dejado de ir a misa. Cuando una de ellas le respondió sin amilanarse, la abofeteó con todas sus fuerzas, y encendido de ira, subió de un salto a su todoterreno y se fue.

Cuando en 1967 llegaron dos precursoras a Le Robert, el sacerdote prohibió a sus feligreses que les abrieran la puerta. Cierto día, encolerizado, casi las atropelló con su automóvil. En la hoja parroquial se sucedieron las más duras y furiosas advertencias, y desde el púlpito los sacerdotes proferían denuncias hirientes contra los que calificaban de ‘agentes de Satanás que han venido a perturbar la paz romana’.

Las demás religiones se unieron a la ofensiva. Concretamente, los evangélicos nos acusaban de no creer en Jesucristo, y los adventistas, de no guardar el sábado, aunque la mayoría de estos solo lo observaba de dientes para afuera. Durante algún tiempo los hermanos contendieron con pastores de esas religiones en interminables debates que a menudo terminaban a altas horas de la noche y no servían para nada. Poco a poco aprendimos, con la ayuda del esclavo fiel y discreto, a utilizar nuestro tiempo para buscar y encontrar a personas mansas como ovejas, muy dispuestas a escuchar la voz del Pastor Excelente.

Con todo, aquellas discusiones abrieron los ojos de algunas personas mansas como Jules Nubul, de Fort-de-France, que se dio cuenta de que aunque el pastor decía citar de la Biblia, en realidad se inventaba los pasajes con el fin de probar que los cristianos deben guardar el sábado (compárese con Romanos 10:4; Colosenses 2:13-16). Actualmente, el hermano Nubul sirve de anciano. Gertrude Buval, de Trinité, que era adventista del séptimo día, vio la falta de honradez de su pastor en un debate con Octave Thélise, que servía de precursor especial junto a su esposa Alvina. Han pasado los años, y a pesar de su edad avanzada y precaria salud, la hermana Buval aún sigue apoyando lealmente a la organización de Jehová.

Al pie del volcán: ¿escucharían?

En la zona noroeste de la isla, las ciudades de Saint-Pierre, Le Prêcheur, Le Carbet y Le Morne Rouge se asientan en torno a la Montagne Pelée, que se hizo tristemente célebre cuando causó la destrucción de Saint-Pierre y sus 30.000 habitantes en 1902.

Respecto a la erupción del 8 de mayo de aquel año, lo que más pesa en el recuerdo es que los habitantes de Saint-Pierre desoyeron las advertencias y se negaron a escapar. Durante un mes, el volcán había arrojado humo, ceniza y trozos de roca. La ciudad se cubrió de polvo volcánico. Un arroyo de lodo hirviente había matado a veinticinco personas. La gente estaba asustada, y sin embargo no huyó. La razón fue, de un lado, su actitud fatalista, y de otro, que los personajes destacados de la comunidad, entre ellos el clero, les instaron a quedarse. Estos mismos factores influyen en la respuesta de muchos cuando se les advierte del inminente día inspirador de temor de Jehová (Joel 2:31, 32).

Muchas personas de Martinica son fatalistas, y ante las dificultades se encogen de hombros y dicen: “Es la voluntad de Dios”. A menudo procuramos que entren en razón rememorando lo que sucedió en la erupción de la Montagne Pelée. “Si tales hechos son ‘la voluntad de Dios’ —les preguntamos—, ¿por qué el único sobreviviente de la catástrofe fue un preso habitual al que habían incomunicado en un calabozo subterráneo de la prisión, en tanto que todos los ‘buenos cristianos’ y las iglesias con sus ‘santos’ sufrieron destrucción?”

A principios de los años sesenta, los publicadores comenzaron a viajar frecuentemente desde Fort-de-France a los pueblos de las inmediaciones del volcán para llevarles el mensaje del Reino. Sin embargo, el temor ejercía una poderosa influencia en los habitantes. “¿Qué dirá la gente?”, se preguntaban. Como temían el rechazo de los vecinos, nadie quería que lo relacionaran con los testigos de Jehová. En 1962, la familia Charpentier se mudó desde Francia para vivir en Le Morne Rouge, al nordeste de Saint-Pierre. La esposa, Madeleine, era precursora especial. Durante muchos años tanto ella como su esposo, René, sembraron las semillas de la verdad en esta zona.

No obstante, la influencia de la Iglesia es aún muy fuerte en el norte de la isla, donde acaudalados terratenientes que descienden de los primeros pobladores, y que son uña y carne con el clero, administran grandes plantaciones. En toda Martinica, el número de estos blancos nacidos en la isla que han aceptado la verdad podría contarse con los dedos de una mano.

Liberados del temor al hombre

Aunque la gente en general recelaba de que se la relacionara con los testigos de Jehová, a mediados de los años sesenta los esposos Yoland y Bernadette Hortance se sintieron impelidos a actuar por el amor a Jehová y a su Palabra. ¿A qué pruebas de fe se enfrentaron? Ellos nos cuentan: “Como fuimos los primeros en aceptar la ‘nueva religión’ nos excluyeron de la comunidad. Fue una etapa muy difícil. En el plazo de un año perdimos a dos hijos en accidente, y la gente empezó a decir que ese era el castigo de Dios por haber dejado la religión católica. Pero lo que ya habíamos aprendido de Jehová hizo que nos mantuviéramos firmes”.

Para colmo, el patrón de Yoland, un béké (blanco isleño) inducido por un sacerdote, le amenazó con despedirlo si no volvían a la Iglesia. A pesar de todo, Yoland se mantuvo firme y el béké no cumplió sus amenazas, pues nuestro hermano era un buen trabajador. Aunque los dos han tenido que pasar por otros momentos difíciles, los hermanos Hortance continúan sirviendo a Jehová con lealtad.

En 1968 la familia Palvair se mudó de Fort-de-France a Le Morne Rouge. Poco a poco, otros aceptaron la verdad. Actualmente hay una congregación de 60 publicadores en esa población.

Más ayuda en las estribaciones del volcán

A partir de 1972, dos precursoras especiales, Anne-Marie Birba y Arlette Girondin, trabajaron valerosamente a favor de los habitantes de Saint-Pierre, Le Carbet, y Le Prêcheur. Aunque eran portadoras de un mensaje de paz, a veces les tiraban piedras y las golpeaban con escobas. Muchas mujeres que aceptaron la verdad en esa zona soportaron la enconada oposición de sus esposos, pero como resultado de su buena conducta, con el tiempo casi todos se hicieron más tolerantes (1 Ped. 3:1, 2).

Un ejemplo de perseverancia fue el de Jules Martinon, un Testigo de edad avanzada que sirvió en Saint-Pierre por más de veinte años. En los años sesenta y setenta, las reuniones de esta zona se celebraban en sitios que apenas reunían condiciones. Sin embargo, algunos hermanos devotos como John Chavigny, y más tarde las familias Lemoine y Papaya, contribuyeron a que en Saint-Pierre creciera una espléndida congregación. Un hermoso Salón del Reino con capacidad para 200 personas demuestra a las claras que los testigos de Jehová se han arraigado firmemente al pie del volcán.

Una noche subida a un mango

El mensaje del Reino ya había llegado a Le Lamentin en 1955, pero los que en esa ciudad deseaban adorar a Jehová Dios tuvieron que enfrentarse a pruebas muy duras. Y no siempre fue el clero quien las instigó. En general, los hombres de Martinica están orgullosos de su virilidad, y muchos son muy dominantes con su esposa. Si una mujer quería adorar a Jehová, a menudo sufría malos tratos de parte de su marido.

Una hermana de Le Lamentin relata: “Cuando en 1972 el mensaje del Reino llegó hasta mí, colmó todos mis anhelos. Aunque mi esposo me lo prohibió, seguí estudiando en secreto. En cuanto encontró la Biblia y el libro con el que la estudiaba, los quemó y me dio una paliza. Decidió que nos mudásemos, con la esperanza de acabar así con mi interés por la Palabra de Dios.

”Cuando empecé a ir a las reuniones, solía dejarme encerrada. Muchas veces tuve que dormir en el porche. Luego derribó cuanto pudiera servirme de refugio, hasta el gallinero. A menudo me pegaba, y muchas veces tuve que irme sin comer. En una ocasión me persiguió en mitad de la noche con un machete. Para que no me atrapara, tuve que correr entre la maleza y subirme a un árbol de mango lo más deprisa que pude. Logré escapar, pero solo porque su linterna dejó de funcionar. Me buscó durante horas, rondando cerca de donde estaba escondida, encaramada al árbol y orando. Pasé toda aquella noche en lo alto del mango.” A pesar de todo, ella se bautizó en 1977. Tiempo después, su hija también se puso de parte de Jehová.

Libertad de la superstición y del quimbois

Cuando alguien estudia la Biblia con los testigos de Jehová y aplica lo que aprende, se ve liberado en diversos sentidos. Muchas creencias y costumbres de los habitantes de Martinica tienen sus raíces en rituales y supersticiones de origen africano que luego se plantaron en el permisivo terreno del catolicismo. Los que años atrás se hicieron Testigos todavía recuerdan las supersticiones de las que se les liberó.

No han olvidado que el Viernes Santo había que besar la cruz antes de hacer cualquier otra cosa. En memoria de Cristo, aquel día estaba rigurosamente prohibido el uso de clavos y martillos. Tampoco se podía cavar con una pala o un rastrillo, porque según se les había enseñado, la “tierra sangraría”. Se creía que el repique de las campanas de la iglesia a la mañana siguiente, el sábado, tenía efectos benéficos en todos los que después de oírlo se metían en el agua, ya fuera en un río o en el mar. Bañaban a los niños enfermos, y zarandeaban a los que padecían raquitismo para asegurarse de que también les aprovechara.

Otros recuerdan “la danza fúnebre” que solía celebrarse cuando alguien moría. Consistía en un velatorio estrepitoso, con tambores, bailes, cantos y el relato de cuentos criollos. La gente creía que así se evitaba que el alma del difunto se quedara vagando por la casa.

Aunque las personas rara vez leían la Biblia, muchas la consideraban un objeto sagrado. La tenían abierta en sus hogares por un Salmo en particular, con unas tijeras encima. Según creían, así se protegía la casa contra los malos espíritus.

Tampoco han olvidado las pócimas que los hechiceros preparaban. Quimbois es una palabra criolla que, según se dice, proviene de la expresión francesa “Tiens, bois!” (“¡Toma, bebe!”), que hace alusión a la costumbre de los brujos de dar a beber a sus parroquianos pociones “mágicas”, que si bien de mágicas tenían muy poco, enriquecieron a muchos hechiceros que las recetaban. La adoración verdadera ha liberado a la gente de todas esas supersticiones.

Se dirige la atención al sur de la isla

Bordeando el extremo sur de la isla se encuentran los pueblos costeros de Le Marin, Sainte-Anne y Le Vauclin, y en el interior, a poca distancia, el de Rivière-Pilote. Son estos lugares los que han hecho que los visitantes consideren a Martinica una isla de playas de arena blanca y aguas azul turquesa. También esta zona ha producido personas que alaban a Jehová.

Rivière-Pilote fue el primero de estos pueblos al que llegó un Testigo. Ocurrió así: La doctora Maguy Prudent acababa de terminar la carrera de medicina en Francia. Antes de regresar a Martinica, los testigos de Jehová le hablaron del amoroso propósito de Dios para la humanidad. Por eso, cuando llegó se puso en contacto con los Testigos, y Sara Noll le dirigió un estudio bíblico. Se bautizó en 1959. Al ejercer la medicina, la hermana Prudent entró en contacto con un gran número de personas, incluso con las que vivían en los pueblos aledaños, y les habló de las verdades que había aprendido en la Palabra de Dios.

Los publicadores de Fort-de-France también se desplazaron a la región para dar testimonio. En aquellos tiempos pocos Testigos tenían automóviles, así que alquilaban un “bidón”, un autobús pequeño cuya forma recordaba la de un bidón de aceite. Empezaban su jornada de predicación hablando con la gente del pueblo, y a continuación con los que vivían en las empinadas laderas de los montes. Un estudio de La Atalaya a la sombra de un árbol de mango ponía fin al trabajo del día.

Más tarde se enviaron varios precursores especiales a esta zona. Una de ellos fue Marie Démas, de 70 años, procedente de Francia. Por su valentía y buen humor, dejó un magnífico ejemplo para los más jóvenes. En 1963, las precursoras especiales Séphora Martinon y Georgette Charles fueron a respaldar al pequeño grupo de publicadores. Tras años de sembrar y cultivar, por fin en la década de los setenta los precursores especiales de los pueblos vecinos de Le Vauclin, Le Marin y Sainte-Anne empezaron a recoger algún fruto de su ardua labor. Entre ellos estuvieron Stéphanie Victor y Monique y Eugènie Coutinard en Le Vauclin. Cabe destacar el coraje de Eugènie, quien tras someterse a cirugía mayor quedó físicamente discapacitada. Aunque caminaba con muletas y hablaba con mucha dificultad, perseveró en el precursorado regular.

En 1966 se envió a dos precursoras especiales a Rivière-Pilote: las hermanas Anne-Marie Birba y Arlette Girondin; en menos de dos años, se formó una congregación en ese lugar. En 1970, se asignaron dos precursoras más a Le Marin: las hermanas Hélène Pérasie y Thérèse Padra. Hasta 1975, los pocos hermanos de esta zona tenían que viajar a Rivière-Pilote para ir a las reuniones. Con la bendición de Jehová, se formaron por tanto las congregaciones de Le Marin, en 1979; Le Vauclin, en 1984; Sainte-Luce, en 1993, y Sainte-Anne, en 1997. En la actualidad los hermanos de todos estos pueblos se reúnen en hermosos Salones del Reino y prósperas congregaciones atienden las necesidades espirituales de las personas de la zona.

Lugares adecuados para asambleas más grandes

En breve se necesitó un lugar más conveniente donde celebrar las asambleas de circuito y distrito. Los locales grandes disponibles eran salones de baile, llamados paillotes (cabañas de paja) porque las paredes consistían en un entramado de hojas de palmera. Los de más edad recuerdan los salones de baile de Kerlys y de Serge Rouch, donde por muchos años se celebraron las asambleas de distrito. Sin embargo, con el tiempo esta clase de salones dejaron de ser adecuados.

Los hermanos fabricaron una estructura metálica desmontable que posibilitó la celebración de asambleas por toda la isla. Todos los pueblos tenían un campo de fútbol, así que durante años erigimos nuestro Salón de Asambleas móvil en los distintos terrenos de juego de la isla para albergar la asamblea de circuito. De este modo se dio un magnífico testimonio, y los Testigos de los pueblos donde se celebraron las asambleas recibieron mucho ánimo.

Para celebrar las asambleas de distrito, utilizábamos el polideportivo cerrado del Estadio Louis Achille, de Fort-de-France. Todavía nos acordamos de la Asamblea Internacional “Fe victoriosa”, de 1978, en la que tuvimos el honor de que un miembro del Cuerpo Gobernante, John C. Booth, fuese el orador principal. En uno de sus discursos, el hermano Booth dijo: “No hay razón alguna para perder la fe en la organización de Jehová”. Y añadió: “Nuestra fe inamovible se verá recompensada con la victoria. Jehová nunca decepcionará a sus siervos leales”. El programa animó muchísimo a los 2.886 asistentes.

Los dramas bíblicos atraen la atención

El primer drama bíblico, puesto en escena en 1966, dejó un recuerdo perdurable. Como no había magnetófonos para reproducir la grabación, los participantes tuvieron que aprenderse de memoria los diálogos y recitarlos. El drama trataba sobre Jeremías, y duraba casi dos horas. Tuvimos que hacer coincidir los movimientos de los diferentes personajes con el uso de los muchos micrófonos y sus respectivos pedestales. Además, puesto que para entonces había pocos Testigos en Martinica, fue preciso que algunos interpretaran varios papeles, cambiándose de ropa entre escena y escena según el personaje que fueran a representar. ¡Vaya trabajo! Sin embargo, los dramas entusiasmaban a los asistentes.

También se incluían efectos de sonido. Tras los bastidores, un hermano golpeaba una chapa de cinc para imitar el trueno. Con las luces de la sala apagadas, otro iluminaba desde arriba el escenario con el flas de una cámara para simular el relámpago. Las noticias vuelan en una isla, así que cuando llegó a oídos de la gente que estábamos representando dramas bíblicos, la televisión envió equipos de filmación a los ensayos. Sus emisiones dieron una espléndida publicidad a las asambleas.

Se derriba y se edifica a la vez

Sin lugar a dudas, la verdad de la Palabra de Jehová derribó muchos bastiones del engaño y la superstición en Martinica. Igual que al profeta Jeremías, Jehová ha comisionado a sus siervos ungidos “para desarraigar y para demoler y para destruir y para derruir”, así como “para edificar y para plantar” (Jer. 1:10). Por eso usan la Palabra de Dios, no solo para poner al descubierto lo que esta condena, sino también para ayudar a los humildes a “vestirse de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad” (Efe. 4:24).

Debido al incremento en la cantidad de personas que respondieron con aprecio a la Palabra de Dios, se hizo precisa otra clase de edificación. El número de testigos de Jehová de Martinica aumentó de 1.000 en 1975 a 1.500 en 1984 y a 2.000 en 1986. Muy a menudo, la asistencia a las reuniones de congregación doblaba la cifra de publicadores, y la de la Conmemoración anual era aún mayor. Se requerían más Salones del Reino para acomodar a todos. Se han construido veinte, todos con un aforo de entre doscientas cincuenta y trescientas personas. Pero la sucursal también necesitaba unas instalaciones adecuadas.

Un paso importante

Tras años de intensa búsqueda, se encontró una propiedad en una de las colinas que dominan la ciudad de Fort-de-France, con un espléndido panorama de la bahía. Comenzaba una experiencia extraordinaria para Martinica.

Entre los hermanos de la isla había muy pocos obreros cualificados que pudieran trabajar a jornada completa. Por lo tanto, el Cuerpo Gobernante autorizó que Testigos del extranjero con experiencia vinieran a ayudarnos. El primero en llegar fue el arquitecto francés Robert Weinzaepflen, en febrero de 1982. Para supervisar la construcción, pocos días después llegó Sylvain Théberge desde Canadá. El equipo se completó, unas semanas más tarde, con la llegada de unos veinte hermanos y hermanas de Canadá y algunos voluntarios de Martinica. Los hermanos apoyaron la construcción, no solo con su trabajo devoto, sino también con generosas donaciones acordes con las posibilidades de cada uno; algunos donaron incluso sus joyas de oro. El celo, la unidad y el amor que los hermanos demostraron durante las obras resultaron en un magnífico testimonio.

¿Perjudicaría a la predicación pública de las buenas nuevas en Martinica todo el empeño que se puso en la construcción? Al contrario, hubo un notable aumento. En marzo de 1982 había 1.267 publicadores, entre ellos 19 precursores regulares y 190 auxiliares. Cuando las obras tocaron a su fin, en 1984, la cifra de publicadores había ascendido a 1.635, con 491 precursores auxiliares en el mes de abril. Obviamente, Jehová bendijo nuestro trabajo.

Pero el progreso no ha cesado. En el programa de dedicación, que se celebró el 22 de agosto de 1984, John Barr, del Cuerpo Gobernante, habló sobre el tema “Avancemos con la organización de Jehová”. Comparó el nuevo edificio de cuatro pisos que alberga las oficinas y el Hogar Betel a “una magnífica herramienta para hacer frente al aumento y servir mejor a las ovejas de Jehová”. Entre los hermanos de distintas nacionalidades presentes en el acto, se encontraban los cuatro misioneros a los que se había expulsado de la isla casi treinta y cuatro años antes, quienes se regocijaron de ver la manifestación de la bendición de Jehová sobre sus siervos en esta pequeña isla caribeña.

Ayuda valiosa de hombres espirituales

Ni que decir tiene que la ayuda que recibimos no se limitó a unos edificios. También se dio superintendencia amorosa. Durante muchos años, hasta 1977, la sucursal de Guadalupe supervisó la obra de predicar en Martinica, y envió desde esa isla hermana a superintendentes viajantes, verdaderos pastores espirituales. Los más veteranos se acuerdan de Pierre Jahnke y de Nicolas Brisart. Luego, a partir de 1963, fue Armand Faustini quien visitó regularmente las congregaciones.

Les siguieron otros, que con sus diversas características y personalidades contribuyeron a la edificación espiritual de las congregaciones. Xavier Noll estuvo en el servicio viajante durante muchos años, así como Jean-Pierre Wiecek y su esposa, Jeanine. David Moreau y su esposa, Marylène, visitaron las congregaciones tanto aquí como en la Guayana Francesa, que para entonces estaba bajo la supervisión de la sucursal de Martinica. Cuando en aquel territorio se abrió una nueva sucursal, se nombró coordinador del Comité de Sucursal al hermano Moreau, quien había recibido preparación en las oficinas de la Sociedad en Martinica. Claude Lavigne y su esposa, Rose Marie, servían de misioneros en Kourou (Guayana Francesa) cuando se les encomendó la obra de circuito en Martinica. Actualmente se encuentran en su asignación misional en la República de Guinea. Otros estuvieron por menos tiempo en ese servicio, pero a todos se les recuerda con cariño por su ardua labor y lealtad. Los que estaban casados tuvieron en sus esposas a valiosas compañeras que dieron un magnífico ejemplo a las hermanas de las congregaciones. En la actualidad, Alain Castelneau y Moïse Bellay visitan junto a sus esposas los dos circuitos, cuyas congregaciones tienen un promedio aproximado de cinco ancianos y siete siervos ministeriales cada una.

Aun siendo una isla pequeña, Jehová ha otorgado a sus siervos de Martinica la supervisión amorosa de los miembros del Cuerpo Gobernante. Nos han visitado Ewart C. Chitty, Daniel Sydlik, Karl Klein, William K. Jackson, Lloyd Barry y Milton Henschel, así como otros superintendentes de zona. Los doce hermanos y hermanas que viven y trabajan en el Hogar Betel, junto a los demás testigos de Jehová de Martinica, se sienten muy agradecidos por estas visitas.

‘Jehová ve a los humildes’

El salmista David escribió: “Jehová es alto, y, no obstante, al humilde lo ve” (Sal. 138:6). El discípulo Santiago añadió que Dios “da bondad inmerecida a los humildes” (Sant. 4:6). La veracidad de estas declaraciones se ve a las claras en el caso de las personas de Martinica a las que Jehová ha atraído.

Christian Bellay y su esposa, Laurette, que entonces vivían en Fort-de-France, fueron objeto de esa bondad inmerecida. Estaban confusos por la presencia de distintas religiones en Martinica. ¿Cuál sería la que Dios aprobaba? Cuando Christian Bellay leyó Revelación 22:18, 19, cayó en la cuenta de que había encontrado una clave para responder a esa pregunta. ¿Qué religión no añadía ni quitaba nada a la Palabra de Dios? Tras examinar los hechos, se convenció de que era la de los testigos de Jehová. También comprendió que debía regir su vida por la misma norma, es decir, sin añadir a la Palabra de Dios ni quitarle nada, desdeñando o rechazando algo de ella. Hasta entonces había cohabitado sin casarse legalmente, pero en 1956 legitimó su relación con Laurette. El discurso de boda que acompañó la ocasión fue el primero de esa índole que un Testigo pronunció en Martinica. Al año siguiente, Christian se bautizó junto a su esposa en el río Madame, en Fort-de-France. Tanto su hermano Leon como su padres, así como Alexandre, el hermano de Laurette, aceptaron la verdad. Un hijo de Christian y Laurette, Moïse Bellay, es en la actualidad superintendente de circuito. Bien puede decirse que Jehová ha colmado a esta familia con su bondad inmerecida.

Las muestras sencillas de bondad a los siervos de Jehová pueden abrir el camino para que las personas de buen corazón reciban bendiciones (Mat. 10:42). Ese fue el caso de Ernest Lassus, propietario de una joyería de Fort-de-France. Más como un gesto de bondad que por verdadero interés, aceptaba todos los números de la revista ¡Despertad! Un día, el Testigo que se los llevaba le explicó que solo Jesucristo, el Príncipe de Paz, hará que triunfe la justicia en la Tierra. Ese era precisamente el anhelo de Ernest Lassus, así que accedió a que el hermano le visitara en su hogar, y se comenzó un estudio bíblico. “Ahora tengo todo lo que puedo desear —dice—. La mayoría de mis hijos están en la verdad; una es precursora, otro precursor y anciano, y un tercero, mayor que ellos, miembro de la familia Betel de Martinica.”

Resueltos a servir a Jehová

Es alentador ver cómo los jóvenes se vuelven a Jehová y agradecen su dirección amorosa. Debido a que este mundo carece de una guía confiable, muchos estaban angustiados. Sin embargo, la Palabra de Dios está ayudándoles a aprender el verdadero propósito de la vida (Ecl. 12:13). A medida que conocen lo que la Biblia dice, toman conciencia de cuánto les conviene seguir el consejo que se encuentra en Isaías 30:21: “Tus propios oídos oirán una palabra detrás de ti que diga: ‘Este es el camino. Anden en él’”.

Por ejemplo, una niña de 10 años llamada Claudia hizo muchas preguntas a la Testigo que visitaba a su familia. A causa de la enfermedad del padre, el estudio con la madre no se conducía de forma regular, pero la niña siguió aprendiendo y observando lo que ya sabía de la Biblia. Quemó el catecismo y el misal, y rompió las imágenes religiosas que tenía. A la muerte de su padre, rehusó vestirse de negro para guardar luto y predicó a cuantos querían rezar por el alma del difunto. Con un espíritu semejante al de la niña israelita sirvienta de la esposa de Naamán, animó a su madre a asistir a las reuniones de la congregación (2 Rey. 5:2-4). En el Salón del Reino se matriculó en la Escuela del Ministerio Teocrático. Al poco tiempo ya participaba en el servicio del campo, y en 1985, a la edad de 12 años, se bautizó junto con su madre. Esta no vacila en reconocer que su hija contribuyó en gran medida a su progreso espiritual.

Algunos jóvenes aprovechan sin temor las oportunidades de predicar en la escuela. Un maestro francés de Le François pidió a los alumnos que investigaran las distintas religiones de Martinica. Roselaine, que entonces tenía 18 años, y otra compañera tuvieron la oportunidad de utilizar el libro El hombre en busca de Dios para dar un buen testimonio. Distribuyeron unos veinte libros entre los alumnos y el maestro.

Incluso cuando en la escuela se tocan los temas más polémicos, los Testigos jóvenes de Martinica han alzado su voz en favor de los elevados principios de la Palabra de Jehová. Mary-Suzon Monginy cuenta su experiencia: “Cierto día, al tratar los problemas relacionados con la superpoblación, el profesor mencionó los métodos modernos de control de natalidad. Surgió la cuestión del aborto, y enseguida se suscitó un acalorado debate. Pedí permiso al maestro para exponer mi punto de vista al día siguiente presentando un informe ante la clase. Él accedió, y todos los alumnos analizamos el asunto durante casi dos horas”. La joven obtuvo la información, que incluía el “Diario de una criatura no nacida”, del número del 22 de agosto de 1980 de la revista ¡Despertad! en francés. Tras oír el informe, mejoró el concepto que la clase tenía de los testigos de Jehová.

Martinica tiene una población joven, que en general se ve sumida en el vacío y la desesperanza por causa de un sistema económico que pone un énfasis exagerado en las posesiones materiales. Sin embargo, los Testigos jóvenes aprecian los valores espirituales. Es reconfortante ver los Salones del Reino de Martinica llenos de muchachos que desean conocer a Jehová y sus caminos.

Libertad de la esclavitud a las drogas

Tal como sucede en otros países en los que el materialismo ha suprimido los valores espirituales, muchos jóvenes de Martinica han arruinado su salud y su vida por el consumo de crack y otras drogas adictivas. Sin embargo, el cristianismo verdadero ha liberado a algunos de estas prácticas destructivas. Paul-Henri y Daniel, de Fort-de-France, formaban parte de una comunidad rastafariana cuyos miembros consumían marihuana sin restricción. Los rastafarianos tienen su propia teoría en cuanto al significado de las palabras del Apocalipsis sobre ‘las hojas para la curación de las naciones’, pero ni siquiera intentan explicar la mayoría de los demás pasajes de ese libro bíblico. Sin embargo, Paul-Henri y Daniel sí lo querían comprender, y los testigos de Jehová les brindaron su ayuda.

Ellos dicen: “No queríamos ir a las reuniones de los testigos de Jehová porque temíamos una fría acogida a causa de nuestro repulsivo aspecto”. Pero cuando fueron, les sorprendió la bondad, el cariño y la sencillez de los que conocieron en el Salón del Reino. A la semana siguiente se cortaron el cabello y se vistieron de forma más presentable. También dejaron de fumar, y en poco tiempo ya proclamaban las buenas nuevas al prójimo.

Paul-Henri añade: “Cierto día estaba predicando en la calle, cuando un inspector de policía con el que había tenido problemas a causa de las drogas exclamó estupefacto: ‘¡Pero si es Grosdésormaux!’. De mi maletín saqué, no drogas, sino la Biblia y unas revistas, que aceptó con mucho gusto, tras lo cual me felicitó y me animó a seguir así. Eso fue lo que hice. Me bauticé en 1984, y al año siguiente me hice precursor regular. Ahora, ya casado y cabeza de familia, soy anciano de la congregación. Mi amigo Daniel ha progresado en la verdad de forma parecida”.

No solo los jóvenes buscan soluciones a los problemas de la vida; también lo hacen los adultos. Con el objetivo de ayudar a aquellos de corazón dispuesto a aprender, durante los meses de abril y mayo de 1995 la sucursal facilitó para su distribución 250.000 ejemplares del tratado Noticias del Reino intitulado “¿Por qué hay tantos problemas en la vida?”. Como la isla tenía solo unos trescientos treinta mil habitantes, todos los adultos, y también muchos jóvenes, podrían recibir ese importante mensaje. Gracias a esta iniciativa se entablaron muchas conversaciones provechosas.

Un superintendente de circuito informó de una campesina que después de leer el tratado, se apresuró a llamar a la sucursal de la Sociedad. Con las prisas, marcó un número equivocado, pero que aun así resultó ser un buen número al que llamar. El teléfono sonó en un Salón del Reino de Fort-de-France. En aquel mismo instante, unos publicadores estaban a punto de salir a predicar con el superintendente de circuito. Ella rogó: “Por favor, envíenme a un testigo de Jehová lo antes posible. Quiero estudiar la Biblia”. Al día siguiente se atendió su deseo.

Al fin, un Salón de Asambleas

La búsqueda de lugares apropiados para celebrar las asambleas se estaba convirtiendo en un serio problema, pues la cifra de asistentes aumentaba. Además, el recinto del estadio que usábamos en el pasado ya no reunía condiciones. ¿Qué podíamos hacer?

Por ese entonces, un anciano de la congregación de Rivière-Salée estaba buscando un solar para construir un Salón del Reino. Sorprendentemente, le ofrecieron un terreno de unas seis hectáreas [5 acres], muchísimo mayor de lo necesario para ese propósito, y que providencialmente estaba ubicado en el centro de la isla. La propiedad tenía una antigua estructura metálica que, si bien estaba deteriorada, albergó de manera provisional las asambleas, la primera de las cuales tuvo lugar en 1985. Hubo 4.653 asistentes, 600 más que el año anterior.

En 1992 se empezó la construcción de un nuevo edificio. Un grupo de hermanos y hermanas de Italia se costearon sus gastos y vinieron para colaborar. Los Testigos de la isla contribuyeron con generosidad de su tiempo y dinero. Las obras se concluyeron recientemente. Este hermoso Salón de Asambleas tiene un aforo de 5.000 personas. De hecho, es el auditorio más grande de toda Martinica.

Ya no tenemos que posponer las asambleas, a menudo a última hora, debido a partidos de fútbol aplazados. También ha terminado la ardua labor de armar, desarmar, transportar y almacenar las estructuras metálicas desmontables. El Salón de Asambleas, enclavado como está en un entorno de flores, palmeras reales y flamboyanes, honra el nombre de Jehová.

Una organización que alaba a Jehová

En los últimos cincuenta años, Jehová ha visto a la adoración verdadera echar raíces y florecer en Martinica. A través de su organización, ha preparado a los que tienen a su cargo la supervisión de la obra. Xavier Noll adquirió la formación misional cuando con su esposa formó parte de la clase 31 de Galaad, y más tarde en 1964, recibió otro curso de diez meses en esa misma escuela. Esa preparación resultó muy valiosa cuando, en febrero de 1977, el Cuerpo Gobernante decidió abrir una sucursal de la Sociedad Watch Tower en Martinica.

Los primeros componentes del Comité de Sucursal fueron Xavier Noll, el coordinador; Valentin Carel y Gérard Trivini. Más tarde se incorporó Armand Faustini, que durante muchos años había sido superintendente viajante. En septiembre de 1989, tras el fallecimiento del hermano Trivini y el traslado a Francia del hermano Carel, se nombró a Henri Ursulet tercer miembro del Comité de Sucursal. Nació en 1954, el año en que Xavier y Sara Noll llegaron de Francia para dedicarse al ministerio en Martinica. Desde la infancia, Henri se benefició del ejemplo de fe de su madre, igual que Timoteo, el compañero del apóstol Pablo (2 Tim. 1:5).

En 1975 había 1.000 publicadores y un total de quince congregaciones en la isla. Durante 1997 se alcanzó un máximo de más de cuatro mil publicadores, que forman parte de las 46 congregaciones. En los últimos veinte años hemos tenido un aumento medio anual de un 7%.

En Martinica, ya hay 1 Testigo por cada 90 habitantes, y se conducen miles de estudios bíblicos con personas que muestran interés. La obra de Jehová ha cobrado fama en toda la isla, y también son muy conocidos Sus Testigos. A los que nos calumnian cada vez les resulta más difícil hablar mal de nosotros, porque siempre hay alguien cerca que los recrimina por ello. La predicación que se efectúa en calles, plazas públicas, mercados y estacionamientos de hospitales y grandes centros comerciales, mantiene el mensaje del Reino en una posición prominente ante todas las personas. Y si en su hogar alguien les llama con las palabras “To-to-to, il y a du monde?” (“Hola, ¿hay alguien?”), ya saben que se trata de testigos de Jehová, que los visitan para hablarles del Reino de Dios.

Hoy día, no es raro que los territorios de algunas zonas de la isla se abarquen todas las semanas. Cuando los publicadores van a predicar, puede que solo conformen su territorio diez o quince casas, de modo que predican a personas que ya han oído el mensaje muchas veces. Por lo tanto, se requiere que den variedad a sus introducciones y a los temas que tratan con la gente, así como que utilicen con eficacia todos los recursos y las recomendaciones del esclavo fiel y discreto. Hasta hace poco, la predicación en las calles no se efectuaba con mucha asiduidad en los territorios franceses, pero ahora se está convirtiendo en una faceta atrayente y productiva del ministerio.

“Si bon Dié lé”

Las personas de Martinica suelen apostillar lo que dicen con la expresión “Si bon Dié lé” (“Si Dios quiere”). Desde luego, lo que Dios quiere se expone con claridad en la Biblia. El Salmo 97:1 declara: “¡Jehová mismo ha llegado a ser rey! Esté gozosa la tierra. Regocíjense las muchas islas”. El Salmo 148:13 añade: “Alaben ellos el nombre de Jehová”. Y por medio de su profeta Isaías, Jehová da esta atractiva invitación: “¡Oh, si realmente prestaras atención a mis mandamientos! [...] tu paz llegaría a ser justamente como un río, y tu justicia como las olas del mar” (Isa. 48:18). En su bondad, la voluntad de Dios es que “hombres de toda clase se salven y lleguen a un conocimiento exacto de la verdad” (1 Tim. 2:4). Además, lo que Dios quiere es conferir libertad a su creación, romper sus cadenas y convertir toda la Tierra en un paraíso donde vivan seres humanos de todas las razas y colores, todos unidos en la adoración a su Creador (Rom. 8:19-21). La oportunidad de ser parte de ese amoroso propósito todavía está al alcance de los habitantes de la isla.

Martinica ha cambiado mucho en los últimos diez años, lo mismo que la mayor parte del planeta. Las drogas, el materialismo y la decadencia moral han transformado lo que una vez fue un idílico paraíso. La Palabra de Dios predijo los cambios en las actitudes humanas que dan cuenta de la situación actual. (2 Tim. 3:1-5). Sin embargo, estas condiciones no se producen por la voluntad de Dios. Más bien, Jehová continúa entresacando a quienes llama “las cosas deseables”, a los que prepara para ser parte de una sociedad mundial formada por Su pueblo y que habitará el Paraíso (Ageo 2:7). No se trata de personas cuya indiferencia les impida actuar porque crean que lo que sea la voluntad de Dios sucederá de todos modos. Prefieren examinar con cuidado las Escrituras para hallar en qué consiste esa voluntad de Dios y, entonces, impulsadas por el amor, hacer con celo las cosas que le agradan (Hech. 17:11; Tito 2:13, 14).

[Mapa de la página 192]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Cuarenta y seis congregaciones se distribuyen en las poblaciones que se citan

SAINT-PIERRE

CASE PILOTE

SCHOELCHER (2)

FORT-DE-FRANCE (14)

LES TROIS ÎLETS

AJOUPA-BOUILLON

LE MORNE ROUGE

GROS-MORNE

VERT-PRÉ

SAINT-JOSEPH (2)

LE LAMENTIN (3)

DUCOS

SAINT-ESPRIT

RIVIÈRE-SALÉE

RIVIÈRE-PILOTE

SAINTE-LUCE

BASSE-POINTE

LE LORRAIN

MARIGOT

SAINTE-MARIE

TRINITÉ (2)

LE ROBERT (2)

LE FRANÇOIS (2)

LE VAUCLIN

LE MARIN

SAINTE-ANNE

[Ilustración de la página 162 (completa)]

[Ilustración de la página 167]

Xavier y Sara Noll, el año que llegaron a Martinica

[Ilustraciones de la página 175]

Algunos hermanos que han servido lealmente a Jehová por muchos años: 1) Leon Bellay. 2) Jules Nubul. 3) Germain Bertholo. 4) Philippe Dordonne. 5) Roger Rosamond. 6) Christian Bellay. 7) Albert Nelson. 8) Vincent Zébo. 9) Vincent Muller

[Ilustraciones de la página 177]

Algunas mujeres que dieron un excelente ejemplo como maestras de la Palabra de Dios: 1) Stella Nelzy. 2) Victor Fousse (ahora Lasimant). 3) Léonide Popincourt. 4) Andrée Zozor. 5) Emma Ursulet

[Ilustración de la página 183]

El primer Salón del Reino que fue propiedad de los hermanos (Fort-de-France)

[Ilustración de la página 186]

La familia Moutoussamy: todos sus miembros forman parte de la congregación cristiana

[Ilustración de la página 191]

La Montagne Pelée, con Saint-Pierre a orillas del mar

[Ilustración de la página 199]

La familia Betel de Martinica

[Ilustraciones de la página 207]

Por fin un Salón de Asambleas, en Rivière-Salée