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Informe mundial

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África

Cuando una joven estudiante de Côte d’Ivoire llamada Edith vio que un examen escolar coincidía con la fecha de su bautismo, se armó de valor y le pidió a su maestro que la excusara de asistir a clase el día en cuestión. El profesor accedió, pero sus compañeros empezaron a mofarse de ella llamándola María, la madre de Jesús. Un muchacho incluso divertía a la clase diciendo que Edith no había ido a bautizarse, sino a una prueba de natación. ¿Cómo reaccionó ella? Le ofreció un tratado que exponía las creencias de los testigos de Jehová.

Cuando lo leyó, el joven abandonó su actitud burlona y expresó que también deseaba ser Testigo. Estudió el libro El conocimiento que lleva a vida eterna y se bautizó a pesar de que encontró cierta oposición de parte de su familia. Edith se alegra de haber considerado la dedicación a Jehová un asunto prioritario en su vida y de que esto, a su vez, haya contribuido a que otra persona hiciera lo mismo.

Un misionero de África occidental observa: “Una de las bendiciones que provienen de Jehová es pertenecer a una organización que goza de buena reputación, incluso en las aldeas más pequeñas de la Tierra. Este hecho se demostró de forma palpable aquí en Ghana, donde se conoce bien a los testigos de Jehová y se les respeta. En cierta ocasión estábamos distribuyendo el envío mensual de publicaciones a algunas congregaciones de la zona rural. En un pueblo pequeño no encontramos a la persona que solía recoger el paquete, así que le pregunté al conductor qué íbamos a hacer. Este me miró, sonrió y respondió: ‘No hay problema’. Detuvo el camión en un mercado lleno de gente, se asomó por la ventanilla y llamó a una de las jóvenes que vendían pescado junto a la carretera. Le entregó el paquete y le dijo: ‘Por favor, haz llegar esto a los testigos de Jehová’. Sin mediar palabra, ella colocó la caja sobre su cabeza, dio media vuelta y se perdió entre la multitud. Mientras nos dirigíamos al siguiente pueblo, le pregunté al conductor si conocía a la muchacha. Me volvió a sonreír y contestó: ‘No, pero ella sí nos conoce a nosotros’. Tenía mis dudas de si las publicaciones llegarían a los hermanos, pero, en realidad, no había motivo de preocupación, pues las recibieron aquel mismo día”.

Los hermanos de Gbolobo, un pueblo de Liberia, escribieron al jefe del lugar a fin de comunicarle su intención de celebrar en la localidad la reunión religiosa más importante del año. Él les concedió permiso para utilizar el campo de fútbol y se encargó de que se hiciera un anuncio a todas las iglesias de las siete poblaciones de su jurisdicción en el que se invitaba a la gente a asistir a la Conmemoración. Un gran grupo de Testigos acudió al pueblo para construir una plataforma en el centro del campo de fútbol. Trabajaron unidos en un ambiente de amor y felicidad, lo que impresionó a los vecinos. Aunque solo hay cinco publicadores en Gbolobo, la asistencia a la Conmemoración fue nada menos que de 636.

Un niño de 10 años del norte de Ruanda crió una cabra hasta que esta parió tres cabritas. Hace poco envió a la sucursal una fotografía de él junto al animal. La carta que adjuntó decía: “Jehová me ha bendecido mucho, y por eso doy esta cabra para la obra mundial de predicar mencionada en Mateo 24:14”. La entregó a los ancianos de la congregación para que la vendieran, y estos, una vez que consiguieron el dinero, lo remitieron a la sucursal.

Un precursor especial de Nigeria subió a un automóvil cuyo conductor se había ofrecido a llevarlo. Cuando otro pasajero se movió para hacerle sitio, el conductor vio que el hermano llevaba la revista La Atalaya en la mano y, sin explicación alguna, le ordenó que se bajara. Cuando algunos transeúntes vieron que el vehículo se iba sin el hermano, le dijeron que su Dios lo había salvado. “¡Ese vehículo es de unos secuestradores!”, exclamaron. La “identificación” del hermano le brindó protección divina.

Grant es un publicador de ocho años de edad que reside en la provincia de Copperbelt (Zambia). No tenía todavía los tres años cuando ya relataba historias sencillas sobre los dibujos del libro El hombre más grande de todos los tiempos. Sus padres lo animaron a memorizar partes de la Biblia aún antes de que aprendiera a leer. En la actualidad es publicador no bautizado y dirige numerosos estudios bíblicos, algunos de ellos con la publicación Mi libro de historias bíblicas y otros con el folleto ¿Qué exige Dios de nosotros? Debido a su actividad entusiasta, los demás niños lo llaman shimapepo mukalamba, que en el idioma cibemba significa “el sumo sacerdote”.

Un hombre que comenzó a estudiar la Biblia en Senegal leyó el relato de la revista ¡Despertad! del 22 de septiembre de 1999. En ese número se narraba cómo una hermana de Canadá y su hija devolvieron 1.000 dólares que hallaron en un bolso de segunda mano que habían comprado en una venta de artículos personales. Al poco tiempo de haber leído el artículo, el hombre encontró en la calle una billetera que contenía varios documentos de identidad y el equivalente en efectivo a más de 500 dólares estadounidenses. Pensó mucho en el artículo que había leído, y aquella noche apenas pudo dormir.

A las ocho en punto de la mañana siguiente telefoneó al dueño de la billetera y al instante se citó con él para devolvérsela con todo el dinero. El hombre quedó tan impresionado por la honradez de este estudiante de la Biblia, que le dio la mitad del dinero: 250 dólares. “Gracias a esa ¡Despertad! —mencionó el estudiante— me sentiré orgulloso el resto de mi vida.” Desde entonces se ha tomado muy en serio sus clases bíblicas.

Kandole, de 12 años, se sentaba a escuchar con atención mientras su madre estudiaba la Biblia con los testigos de Jehová en Uganda, país del África oriental. Con el tiempo, el interés de su madre por el estudio disminuyó, pero el muchacho añoraba las lecciones de la Palabra de Dios, así que averiguó dónde se celebraban las reuniones de los Testigos. El domingo siguiente caminó 11 kilómetros [7 millas] hasta el Salón del Reino, tras lo cual siguió asistiendo con regularidad. Un precursor inició un estudio de la Biblia con Kandole, quien progresó bien y se bautizó a los 14 años. Ahora tiene 17, y hace poco ha emprendido el precursorado regular, aunque su meta es ser precursor especial. Andando el tiempo, su madre reanudó el estudio, y en la actualidad es una hermana bautizada. Kandole ya no va a pie a las reuniones, pues ahora cuenta con una bicicleta en la que también lleva a su madre al Salón del Reino.

América

Márcio recibió la invitación de servir en el Betel de Brasil. Este hermano procede de una zona pobre del país, y nadie de su familia es Testigo. A fin de reunir dinero para viajar a la sucursal en autobús, vendió sus pertenencias personales. El dinero que obtuvo, junto con el que le dieron los hermanos de la congregación, le permitió costearse el viaje. Después de tres días de trayecto, unos asaltantes armados desviaron el autobús fuera de la carretera. Registraron las pertenencias de todos los viajeros y se llevaron lo que quisieron, pero al abrir la maleta de Márcio, vieron su Biblia, así que la volvieron a cerrar sin tocar nada. Cuando el autobús llegó al siguiente pueblo, los pasajeros estaban hambrientos, pero la mayoría no tenía dinero. Puesto que los ladrones no se habían llevado la billetera de Márcio, él compró comida para los demás, lo que supuso un gran testimonio.

A Osvaldo, que estudiaba en Chile con los testigos de Jehová, le comunicaron en su empresa que tendría que comenzar a trabajar los domingos. Acudió a su supervisor y le dijo que, según su contrato, la jornada abarcaba de lunes a viernes. “Me acabo de casar —añadió—, y necesito tiempo para estar con mi esposa. Además, he reservado los domingos para ofrecer algo a Dios.” El supervisor le dijo que a fin de mes sería despedido. Aun así, Osvaldo fue el único entre 3.000 empleados que no fue a trabajar los domingos. Más bien, siguió asistiendo a las reuniones y confiando en Jehová.

Al poco tiempo, un director de alto rango de Francia que visitaba la empresa se detuvo en su escritorio para felicitarlo por su trabajo. “Usted es el único que no tiene juegos en su computadora. Además, su trabajo es metódico”, mencionó. Osvaldo agradeció el encomio, pero comentó que dentro de poco iba a dejar el puesto. El director le preguntó: “¿Acaso le han hecho una mejor oferta?”. Osvaldo respondió que no y le explicó la situación.

Unos días más tarde, el supervisor y el director lo convocaron a una reunión. En medio de una atmósfera tensa, el director le dijo: “Osvaldo, no tendrá que trabajar los domingos y casi ningún sábado. Además, le vamos a otorgar mayor responsabilidad en la empresa”. Aquella misma semana se bautizó, y en la actualidad es precursor auxiliar junto con su esposa.

A un joven de Ecuador que se bautizó este mismo año se le asignó su primer discurso estudiantil en la sala principal del Salón del Reino. Como consideraba aquella asignación un gran privilegio, comenzó a ahorrar para comprarse un traje nuevo. Cuando llevaba reunidos 30 dólares, se enteró de que una hermana de la congregación no podía costearse unas medicinas, así que le entregó el dinero con estas palabras: “Jehová me querrá igual tanto si doy el discurso con mi traje viejo como si lo hago con uno nuevo”.

Una hermana de Guatemala que estaba predicando en la calle vio a un hombre sentado en el umbral de una casa. Como la vivienda pertenecía al territorio de otra congregación, pensó que no debía abordarlo y pasó de largo. Sin embargo, se sintió impulsada a hablar con él, así que dio media vuelta y entabló una conversación acerca del Reino de Jehová. Después de escucharla atentamente, él le dijo: “Gracias por dirigirse a mí, señora, porque estoy aquí para matar a un hombre que llega a las siete cuarenta y cinco de la mañana. Él estaba a punto de perder la vida, y yo a punto de ir a prisión. Sé que usted no vino por su iniciativa; fue Dios quien la envió para que yo conociera Su amor. Ahora mismo me voy a mi casa para no cometer este crimen. Que Dios la bendiga”.

La sucursal de Colombia organizó una campaña de predicación en territorios aislados que se llevó a cabo en diciembre de 2000 y enero de 2001. Se animó a los hermanos a mudarse a esas zonas a fin de predicar y cultivar el interés de la gente por un período de entre una semana y dos meses, dependiendo de sus circunstancias.

Deseosa de participar en la campaña, una hermana joven de Bogotá viajó a la población de Guasca. Fue tan feliz durante los dos meses que pasó allí, que le pidió a Jehová que la ayudara a hallar empleo para quedarse. Compró cocos con los que hizo galletas para venderlas en las calles y tiendas. Además, consiguió un trabajo de lavar y planchar ropa e incluso aprendió a ordeñar vacas. De ese modo logró unos ingresos que le han permitido seguir siendo precursora regular en Guasca, donde dirige veinticinco estudios bíblicos.

En Jamaica, un ama de casa le dijo a una hermana que nadie jamás la convencería de que se hiciera Testigo. La hermana le explicó que el propósito de su visita era mostrarle el mensaje de la Biblia, lo que incluía la esperanza de vida eterna. Durante la conversación, la publicadora notó el profundo respeto de la señora por la Biblia. También se dio cuenta de que las firmes objeciones que presentaba se disipaban al leer textos pertinentes de las Escrituras. Esto la motivó a citar constantemente de la Biblia tanto en las siguientes visitas como en el curso bíblico que iniciaron más tarde. Posteriormente, la estudiante comenzó a asistir a las reuniones y llegó a ser lo que había afirmado que nunca sería: una testigo de Jehová dedicada y bautizada.

Carol, una hermana de Bolivia, estudiaba con un hombre y su esposa, quienes vivían en la casa de la madre de él. Esta era una católica devota que nunca faltaba a misa ni se perdía las procesiones religiosas, y su hogar estaba lleno de imágenes, cada una con una vela encendida. Cierto día, durante el estudio, la madre irrumpió en la habitación, Biblia católica en mano, y, desafiante, preguntó a Carol: “¿Dónde dice la Biblia que María tuvo más hijos?”. Cuando la hermana la dirigió a Mateo 12:46-50 y 13:55, la señora se fue cabizbaja. A los pocos minutos volvió a entrar llevando con orgullo otra Biblia, esta vez grande y dorada, con ilustraciones, pero de nuevo se marchó cuando se le mostraron los mismos versículos. Enseguida regresó aún con otra Biblia, pero al ver que los textos decían lo mismo, se quedó sin saber qué decir.

Durante las siguientes semanas se sucedieron nuevas interrupciones con otras preguntas, pero poco a poco, la señora comenzó a apaciguarse. Las respuestas que obtenía la impresionaban, y no tardó en aceptar un estudio bíblico. Su fervor católico se transformó en celo por la adoración verdadera. Comenzó a llevar a sus amistades al Salón del Reino y, con el tiempo, se bautizó.

Asia y Oriente Medio

Gary, quien vive en Sri Lanka, ofreció el folleto Podemos ser amigos de Dios a un señor católico y a su esposa, una budista que insistió en que era su marido el que deseaba aprender más de la Biblia. No obstante, en la siguiente visita, ella reconoció que también le interesaba saber cómo conseguir la amistad de Dios. Una semana después comenzaron a estudiar el folleto y pidieron una Biblia. “Creo que si vamos a ser amigos de Dios, necesitamos una Biblia”, razonó la señora.

Cuando llegaron a la tercera lección, ella ya estaba entusiasmada con el estudio. Aquella noche tuvieron otro participante: un joven que se hospedaba en casa de la pareja. Unos días antes de la cuarta clase, Gary les llevó una Biblia, que inmediatamente colocaron sobre la mesa junto a los folletos. Cuando celebraron la cuarta sesión, tomaron con orgullo su Biblia, en la que habían colocado numerosas cintas de color azul. “Hoy nos hemos preparado bien”, afirmó el esposo. Habían buscado todos los textos de la lección y habían señalado con tiras azules las páginas donde se hallaban los versículos.

En Filipinas, Rowena, madre soltera de poco más de 20 años, se interesó en la verdad, inició un estudio bíblico y, al poco tiempo, comenzó a asistir a las reuniones. No obstante, los problemas económicos la obligaron a marcharse del pueblo donde se había criado a fin de buscar trabajo en una ciudad lejana. Allí, una familia católica muy devota la empleó de criada. Rowena les preguntó la dirección del Salón del Reino más cercano, pero la familia se mostró reacia a ponerla en contacto con los Testigos.

Pasaron los meses, y Rowena le suplicó a Jehová que la ayudara a localizar a los Testigos para reanudar su estudio de la Biblia. Cierta mañana sonó el teléfono y, cuando contestó, le preguntaron: “Hola, ¿es ahí el Salón del Reino?”.

Ella respondió sin dilación: “Yo estoy buscando el Salón del Reino. ¿Puede ayudarme a encontrarlo?”. Se tomaron las medidas oportunas, reanudó sus lecciones de la Biblia, y en la actualidad ya está bautizada.

Una jovencita de 12 años envió una carta a la sucursal de Rusia en la que escribió: “No soy más que una niña que vive en Tiumén, una región de Siberia. No hace mucho tiempo, a nuestra aldea, situada en medio de la nada, llegó por primera vez la revista La Atalaya. La vi en la biblioteca de la escuela y me la llevé a casa para leerla. Aprendí muchas cosas nuevas e interesantes. Tan solo las ilustraciones me gustaron muchísimo. Quisiera recibir más información. Desearía estudiar el libro de Revelación y la Biblia, y saber más de su organización”. Ya se han dado pasos para atender el interés de esta muchacha.

Dos hermanas que predicaban de casa en casa en el Líbano llamaron a una puerta, tras lo cual se fijaron en un adhesivo que advertía que los testigos de Jehová no eran bien recibidos. De la vivienda salió un hombre con el que entablaron una conversación. Él las invitó a entrar y, cuando supo que eran Testigos, les preguntó si habían leído la nota de la puerta. “Así es —contestaron—, pero lo hicimos después de haber llamado.” Entonces les contó que aquella era la casa de sus padres, quienes no simpatizaban con los testigos de Jehová. Sin embargo, él quería saber más; sentía especial curiosidad debido a los adhesivos que muchos vecinos de la zona habían colocado en las puertas.

Las hermanas hicieron planes para visitar al hombre en su hogar y comenzaron un estudio de la Biblia con él y su esposa, quienes no tardaron en asistir a las reuniones y poner en práctica los principios bíblicos. El esposo confiesa que jamás había abierto la Biblia, pero que los Testigos lo ayudaron tanto a leerla como a entenderla.

Una hermana que regenta un salón de belleza en Corea coloca a la vista la Biblia y otras publicaciones que editan los testigos de Jehová, y con frecuencia pone los casetes del libro El hombre más grande de todos los tiempos. Una señora que los escuchó solicitó un juego de casetes y comenzó a estudiar la Biblia. La esposa de un pastor religioso también se interesó por las grabaciones, pues, según explicó, en su iglesia jamás había oído una información que invitara tanto a la reflexión. También ella pidió los casetes y comenzó un estudio bíblico con los Testigos. Así mismo, una budista que vio las publicaciones se interesó y ahora también estudia la Biblia. A fin de atender la necesidad espiritual de aquellos a quienes había predicado informalmente, la hermana se hizo precursora regular.

Dos precursores especiales de Malaysia abordaron a un hombre que caminaba por la carretera. Este tenía muchas preguntas, así que invitó a los hermanos a su casa. Fueron juntos a su hogar y disfrutaron de una conversación interesante hasta que llegó el momento de irse para asistir al Estudio de Libro de Congregación. Lo invitaron a ir con ellos, y él aceptó. Después de la reunión, que le pareció muy interesante, los precursores le entregaron el folleto Exige y acordaron visitarlo al día siguiente. Cuando llegaron, les dijo que la noche anterior, después de la reunión, se había quedado leyendo y orando en su hogar hasta las cuatro de la mañana.

Este hombre era ministro de una iglesia de la cristiandad. Aunque había pasado varios años en escuelas teológicas, jamás llegó a comprender la doctrina de la Trinidad. Gracias al folleto Exige, había encontrado los textos de las Escrituras que revelan la verdad sobre esa enseñanza antibíblica. Feliz de saber quién es Dios en realidad, le dijo a la pareja: “He dejado de creer en la Trinidad”. Desde aquel momento se negó a predicar en su iglesia y siguió asistiendo a las reuniones de los testigos de Jehová.

Analizó las publicaciones que le dieron los Testigos y comparó lo que aprendía con sus apuntes de teología. Al cabo de dos semanas decidió cambiar su vida por completo. Había salido de la India para recibir formación teológica en el Trinity College (Universidad de la Trinidad) de Singapur. No obstante, objetó: “¿Cómo podría matricularme en esa universidad? ¡Hasta su nombre es Trinidad!”. Regresó a su país ansioso de localizar a los Testigos. Con un corazón agradecido exclamó: “¡He hallado la verdad!”.

Cierta hermana, natural de Kazajstán, sentía mucho temor de dar testimonio a sus compatriotas. Así que cuando emprendió el precursorado, predicaba en territorios donde residían otros grupos étnicos. Pero un día encontró en su territorio a una mujer kazaka, quien aceptó un número de ¡Despertad! La hermana tardó dos semanas en armarse de valor para volver a visitarla, pero cuando lo hizo, quedó sorprendida: la mujer la esperaba disgustada porque la Testigo no había acudido antes. Literalmente la obligó a entrar en su apartamento y, enseñándole un ejemplar del libro Conocimiento, le dijo: “¡Estudiemos la Biblia!”. Con el tiempo, tanto ella como su hijo mayor se bautizaron en una asamblea de circuito. En la actualidad, su hijo menor es publicador no bautizado; y su hija, su prima y su sobrino están estudiando la Biblia.

En un país de Oriente Medio, un precursor especial visitó a un señor llamado John, quien deseaba renovar la suscripción a las revistas La Atalaya y ¡Despertad! Este le explicó que su abuelo, que reside en la India, es Testigo desde hace muchos años. John había asistido a las reuniones allí, pero llevaba diecinueve años fuera de ese país y no sabía cómo comunicarse con los Testigos locales.

Cuando el precursor lo invitó a asistir a una reunión, John respondió que a la misma hora se celebraba otra reunión en su casa “para investigar la Biblia y orar”. Haciendo uso de la revista La Atalaya y el libro Conocimiento, estudiaba la Biblia con un grupo de hasta veinticinco compatriotas. Llevaban años celebrando reuniones semanales. En cambio, el grupo inglés del lugar solo consta de doce publicadores. Ya se ha visitado al grupo indio, y se están tomando las medidas oportunas para atender el interés espiritual que manifiestan.

Cierta muchacha vivía en un orfanato de Nepal administrado por voluntarios coreanos. Mientras asistía a la escuela del centro, una de sus maestras afirmó haber hallado a los “verdaderos cristianos”. La joven huérfana siempre se había considerado una verdadera cristiana, y los que dirigían la institución también afirmaban ser cristianos, así que, confundida por aquel comentario, sintió curiosidad por conocer a los “verdaderos cristianos”. Resultó que su profesora estudiaba con los testigos de Jehová y asistía regularmente a sus reuniones. La alumna habló con ella y la acompañó a una reunión. Quedó tan impresionada por lo que vio, que no dudó en aceptar un estudio de la Biblia. Progresó con rapidez y se bautizó al cabo de cuatro meses, tras lo cual emprendió el precursorado auxiliar.

Europa

Todos los años se organiza en Londres (Inglaterra) una feria informativa para la comunidad de sordos. Los testigos de Jehová montaron un puesto de información con Biblias y otras publicaciones, entre las que se exhibía la videocinta ¿Qué exige Dios de nosotros? en lenguaje de señas británico. Entusiasmada al ver el puesto, una mujer sorda se acercó y les contó que había estado buscando a los Testigos sordos por todas partes. Explicó que cuando vivía en Mongolia, una hermana sorda solía darle testimonio, pero no fue hasta la muerte de su padre que comenzó a estimar la esperanza de la resurrección y a estudiar la Biblia. Seis meses después se mudó a Inglaterra, y aunque localizó un Salón del Reino, no entendió la reunión ni mencionó que era sorda. Pidió a Jehová que la ayudara a encontrar a los Testigos sordos, y lo consiguió. En la actualidad, tanto ella como su hija estudian la Biblia y asisten a las reuniones en lenguaje de señas.

Andreia, una Testigo de ocho años de Portugal, se percató de que una compañera de escuela estaba muy triste debido a la separación de sus padres. Varios días más tarde, Andreia recibió la ¡Despertad! del 8 de enero de 2001, con el titular de portada “¿Podemos salvar nuestro matrimonio?”. Entusiasmada, le dijo a su madre que los artículos ayudarían a los padres de la niña, y se encargó de hacerles llegar un número de la revista al padre y otro a la madre.

Poco después, la compañera de Andreia le comentó: “Mis padres viven juntos de nuevo, y mi papá quiere que sepas que, gracias a la revista que nos diste, ahora somos una familia unida”. Entonces, Andreia les entregó el libro El secreto de la felicidad familiar. En la actualidad, la madre de Andreia dirige un estudio de la Biblia con la madre de la compañera.

Dos Testigos que participaban en el servicio del campo en Italia le ofrecieron a un anciano las revistas La Atalaya y ¡Despertad! Este les confesó que no sabía leer y que jamás había ido a la escuela, pues a los siete años de edad se vio obligado a trabajar de pastor. Vivió en la montaña los siguientes quince años con las ovejas como única compañía. Mientras cuidaba del rebaño, le suplicaba a Dios que le permitiera conocerlo mejor. “Ojalá pudiera leer las revistas —se lamentó—, sería un sueño hecho realidad.”

Uno de los hermanos observó: “Todavía no es tarde para aprender a leer”. Al día siguiente, el pastor acudió al Salón del Reino, y con la ayuda de los Testigos ya sabe leer y escribir. Hoy día, este hombre de edad es un lector regular de la Biblia y un infatigable predicador de las buenas nuevas.

Groenlandia, incluida en este informe con Europa, es la mayor isla del planeta, aunque solo la habitan 56.000 personas. Cuenta con siete congregaciones, algunas de ellas muy pequeñas.

Harald es un publicador no bautizado de 15 años que pertenece a una de esas congregaciones. Un día, cuando sus compañeros de clase salieron de excursión, él no fue con ellos, sino que asistió a otra aula donde los alumnos debían hablar sobre su religión. Aunque les habían concedido dos meses de plazo, casi nadie tenía nada preparado, y los que sí intervinieron hablaron solo unos minutos. Dado que aún faltaba media hora para el final de la clase, el profesor preguntó: “¿Qué vamos a hacer ahora?”. Harald —el visitante— levantó la mano y mencionó que estaría encantado de hablarles de su religión.

El profesor objetó: “¿Estás seguro? No has tenido tiempo para prepararte”. Harald aseguró que estaba listo y dio un buen testimonio a todos. Cuando el maestro de Harald supo lo que había hecho, le pidió que lo repitiera en su clase, pero esta vez el joven dispuso de una semana de tiempo y pudo llevar algunas publicaciones bíblicas para mostrárselas al profesor y a sus compañeros.

Pia, que vive en Dinamarca, deseaba bautizar a su bebé recién nacido, pero su esposo no era partidario del bautismo de infantes, así que tras considerar el asunto, decidieron acudir a su ministro religioso. Cuando este les informó que aquella no era una práctica bíblica, Pia se enfadó con la Iglesia y sus clérigos, pues durante treinta y dos años le habían hecho creer una enseñanza falsa. Descartó la idea de bautizar a su bebé y se puso a leer la Biblia por su cuenta para descubrir lo que estaba bien y lo que no.

En mayo de 2000, una hermana visitó a Pia, y esta aceptó estudiar la Biblia. Tras asistir a la asamblea de distrito, comentó: “Todavía no lo entiendo todo, pero lo que ya sé es que la Iglesia Nacional no posee la verdad”. En la actualidad es publicadora no bautizada y progresa con paso firme hacia el bautismo.

Un hermano de Eslovenia estaba descansando en un parque con su hijo cuando se fijó en una joven que se había separado de un grupo de estudiantes. Entabló una conversación con ella acerca de asuntos espirituales. Tiempo después, el hermano y su esposa comenzaron un curso bíblico con la muchacha, de nombre Silvia. Esta invitó a su novio a estar presente, y ahora él también estudia la Biblia. Silvia le habló de la verdad a su madre, quien también comenzó a estudiar. Ahora, los tres asisten asiduamente a las reuniones del Salón del Reino. Silvia ya es publicadora no bautizada. Es digno de mención que el día de la conversación en el parque había pedido a Dios que le hiciera entender el porqué de un mundo tan irracional.

En los últimos años han llegado a España un sinnúmero de inmigrantes procedentes de América Central y del Sur. Una precursora que predicaba de casa en casa habló con una mujer colombiana, que escuchó con atención y aceptó un estudio de la Biblia. En su siguiente visita, la hermana también lo ofreció a otros ocupantes del mismo apartamento, y varios de ellos aceptaron la invitación. Como los inquilinos de la vivienda se mudaban continuamente, la hermana hablaba con quien encontraba allí. Hasta la fecha ha comenzado veinte estudios bíblicos. Aunque algunos de los estudiantes se han trasladado y no se sabe si continúan estudiando, diez personas siguen haciéndolo de forma regular, algunas de las cuales ya asisten a las reuniones.

Pese a haber oído el mensaje del Reino durante los pasados cuarenta años, fue hace poco cuando una mujer de 82 años de Creta llegó a ser publicadora no bautizada. El interés personal que le mostró una precursora especial la motivó a progresar y bautizarse.

Diversos miembros de su familia no tardaron en seguir su ejemplo. El esposo, de 86 años, fumador durante seis décadas, inició un estudio de la Biblia, dejó el tabaco y se hizo publicador no bautizado. La hija de ambos, de 55 años, también está progresando bien en su estudio; ya asiste a las reuniones y ha dejado de fumar. Por último, uno de los bisnietos del matrimonio ha comenzado a analizar la Biblia y ya ha expresado su deseo de matricularse en la Escuela del Ministerio Teocrático.

Mientras una misionera de Estonia predicaba en un edificio de apartamentos contiguo al suyo, una mujer le preguntó si tenía un buen esposo. La hermana respondió que sí. Entonces, la señora quiso saber dónde vivía, y la hermana contestó que en el edificio de al lado. Al oír eso, se emocionó y dijo: “Vaya, entonces es usted, usted debe ser la persona que yo digo. Suele cenar en el balcón, ¿verdad?”.

“Sí, con mi marido”, contestó la misionera.

La vecina le dijo: “La verdad es que les he estado observando. Su esposo lleva un delantal y acostumbra a servir la comida. ¡Qué buen matrimonio tienen! Desde mi apartamento no les veo bien, así que voy al de una amiga. Nos hemos fijado en que siempre oran antes de comer. Nos encanta verlos. Pero, por favor, entre”. Desde ese momento, la Testigo ha visitado a la señora regularmente.

Oceanía

Esta región de la Tierra engloba las islas de las zonas meridional, occidental y central del océano Pacífico, entre las que figuran Melanesia, Micronesia y Polinesia. En este informe también se incluyen Australia, Nueva Zelanda, el archipiélago malayo y Hawai.

Cierto día, dos hermanas de Nueva Zelanda que vieron a una mujer trabajando en el jardín se detuvieron para ayudarla a arrancar bambú. Impresionada por la amabilidad de las publicadoras, las invitó a un café, y ellas le dieron testimonio. La señora escribió al periódico de la localidad para contarles lo sucedido, y la redacción se puso en contacto con la congregación para notificarles que tal gesto bondadoso había merecido un premio: un hermoso ramo de flores.

“Cuando los testigos de Jehová se encargaron de la pesada tarea de arrancar bambú del jardín de una viuda —afirmaba el artículo—, hicieron algo habitual para ellos: ayudar a alguien necesitado. Su buena obra iluminó el día de ese alguien, quien sintió tanta gratitud, que nos contó la historia. Se han ganado el ramo de agosto. Esperamos que las flores les reporten la misma satisfacción que logró despertar su acto de bondad.”

En una de las islas de Vanuatu, dos precursoras predicaron a una joven que trabajaba en un comercio. Esta aceptó el folleto Exige y un estudio de la Biblia, pero su padre se opuso con firmeza a que estudiara con los Testigos, hasta el punto de que destrozó sus publicaciones bíblicas, la golpeó con dureza y finalmente la echó de casa. Pese a ello, la muchacha siguió adquiriendo conocimiento, asistiendo a las reuniones y cultivando el fruto del espíritu (Gál. 5:22, 23). Con el tiempo, su actitud respetuosa impresionó tanto a su padre, que se tranquilizó y le pidió que regresara al hogar. La joven se matriculó en la Escuela del Ministerio Teocrático y asistió a su primera asamblea de circuito, celebrada en la cercana isla de Espíritu Santo. Cuando le preguntaron cómo pudo costearse el pasaje, respondió con una sonrisa: “Mi padre me lo pagó”.

Clarence, un afable hombre de Hawai, siempre aceptaba las revistas cuando los Testigos iban a su casa. Cierto día, un precursor que lo visitó se percató de que Clarence tenía el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra y le ofreció un estudio bíblico. No dudó en aceptarlo, pues, según dijo, siempre había deseado conocer la Biblia. Se preparaba bien para el estudio y no tardó en asistir a las reuniones de congregación.

Ahora bien, Clarence debía efectuar cambios. Era veterano de la II Guerra Mundial, y en los días festivos le encantaba participar en los desfiles junto con otros militares jubilados. Además, en Navidad se ofrecía voluntario para tocar una campana mientras recolectaba donaciones para el Ejército de Salvación. Necesitó algún tiempo para entender lo que implica no ser parte del mundo de Satanás. Sin embargo, logró reunir los requisitos para participar en el ministerio cristiano.

Clarence se bautizó cuando contaba 85 años de edad, y todavía continúa activo en la predicación y presenta discursos estudiantiles en la Escuela del Ministerio Teocrático. No hace mucho aprendió a utilizar la computadora, lo que le permite estudiar con el programa Watchtower Library en CD-ROM. Con total convicción afirmó: “Ahora que he hallado la verdad, nada me impedirá servir a Jehová”.

Predicando por teléfono, una hermana de Australia le preguntó a un hombre si dedicaría quince minutos semanales a examinar la Biblia. Él contestó que le era imposible. “¿Y cinco?”, insistió la publicadora. Aunque no estaba muy convencido, el señor accedió. A la semana siguiente celebraron la primera sesión de cinco minutos. Enseguida, él comenzó a plantear preguntas reflexivas, pero como la hermana no quería extenderse más del tiempo acordado, le decía: “Esa es una buena pregunta, pero se nos ha terminado el tiempo, así que la contestaremos en la siguiente lección. Adiós”.

Cuando el hombre le preguntó cómo saber cuál es la religión verdadera, la hermana propuso abordar ese tema la siguiente ocasión. Una vez analizado, el señor observó: “Los testigos de Jehová han de ser la religión verdadera, pero no puedo convencerme y convertirme sin más; creo que necesito más conocimiento”. A medida que aumentó su interés, la duración de las sesiones fue prolongándose de cinco a treinta minutos.

Al finalizar el folleto Exige, la hermana le preguntó si le permitiría ir con su esposo a su hogar para repasar lo que había aprendido hasta entonces, y él accedió. En la visita le mencionaron que había representado un placer ayudarle durante los anteriores seis meses y lo animaron a que continuara con el curso bíblico. Actualmente, el esposo de la hermana dirige el estudio todas las semanas en la casa del estudiante.

En numerosos rincones de Papua Nueva Guinea, las buenas nuevas todavía no se han predicado, pues es difícil llegar a las aldeas. Por lo general, la única posibilidad de comunicarse con sus habitantes es cuando estos van a la ciudad a abastecerse de provisiones. Fue así como un hombre de una aldea remota consiguió un número de La Atalaya. Tras leerlo, escribió a la sucursal para solicitar más información. Se le pidió a un misionero que se pusiera en contacto con él, y lo hizo de la única forma posible: por correo. Como resultado se comenzaron muchos estudios por correspondencia.

Algunos misioneros, resueltos a visitar la zona, emprendieron un viaje de seis horas en un vehículo todoterreno. Recorrieron la mayor parte del trayecto por una peligrosa carretera llena de maleza que serpenteaba a través de ríos y de angostos desfiladeros. En un tramo del recorrido, la “carretera” era en realidad el lecho de un río. Al llegar a su destino, vieron aparecer ante ellos una hermosa llanura de 10 a 12 kilómetros [4 a 5 millas cuadradas] cuadrados, rodeada de una exuberante vegetación selvática que servía de atuendo a unas montañas cuyas cumbres parecían acariciar las nubes. Era como retroceder en el tiempo. Las casas estaban construidas con bambú, siguiendo una tradición centenaria. Cuando la gente supo de la llegada de los misioneros, acudieron entusiasmados a verlos. Aunque para muchos aquella era la primera vez que estaban con los testigos de Jehová, ya estudiaban La Atalaya dos veces por semana, y casi todos habían abandonado la Iglesia Luterana.

Los misioneros les enseñaron a dirigir las reuniones y anunciaron que a las 8.00 de la mañana del día siguiente pronunciarían un discurso público. Algunos hombres se levantaron a las 4.30 de la mañana para invitar a los habitantes de las aldeas cercanas. El resto de la gente construyó un salón para la reunión. Gruesas ramas hicieron las veces de bancos, y las ramas con hojas sirvieron para dar sombra. Hasta construyeron un atril de bambú. Todos estaban entusiasmados. La asistencia fue de 44 personas, y 11 dieron su nombre para estudiar por correspondencia. Los misioneros regresaron a casa agotados, pero enormemente satisfechos con lo que se había logrado.

[Ilustración de la página 45]

Grant, un niño de ocho años de Zambia, dirige muchos estudios bíblicos

[Ilustración de la página 57]

El puesto de información para sordos empleado en las ferias de Inglaterra