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Filipinas

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Cocoteros, vegetación tropical exuberante, playas de arena blanca y hermosos mares configuran gran parte del territorio de las Filipinas. Con razón este archipiélago de aproximadamente siete mil cien islas recibe el nombre de “Perla de los mares orientales”. A su ya de por sí atractivo paisaje hay que añadir el carácter alegre y emotivo de su gente, amiga del baile y del canto. Si alguna vez va de visita a este país, de seguro no olvidará la excepcional hospitalidad de sus encantadores y amigables habitantes.

Sin embargo, a muchas personas las Filipinas les traen a la memoria una imagen diametralmente opuesta: la de catástrofes. Tal vez rememoren la erupción del monte Pinatubo, cuyos lahares, o coladas de barro, arrasaron ciudades enteras; o quizá recuerden el mayor desastre mundial acaecido en el mar en tiempo de paz: la colisión del ferry Doña Paz contra un petrolero, que dejó un saldo de miles de muertos. De hecho, el organismo belga Centro de Investigación de Catástrofes sitúa a las Filipinas en el primer lugar de la lista mundial de países con mayor índice de desastres. Los tifones, las inundaciones, los terremotos y las erupciones volcánicas son habituales. Añadamos a todo esto la relativa pobreza económica de muchos de sus habitantes, y visualizaremos el cuadro completo de un hermoso país con problemas como cualquier otro.

A lo largo y ancho de las Filipinas, los testigos de Jehová dan a conocer incansablemente la verdad bíblica a los 78.000.000 de habitantes del país. No es tarea fácil, pues aparte de la amenaza de los desastres naturales, se enfrentan a desafíos como el de llegar a las personas que viven en las numerosas islitas y en las zonas más remotas de las montañas y la jungla. Aun así, la obra sigue adelante. El pueblo de Jehová ha demostrado una excepcional capacidad de recuperación y adaptación frente a los diferentes obstáculos con los que se ha topado. En consecuencia, la bendición de Jehová se ha dejado ver en la obra de hacer discípulos.

Los Testigos de las islas Filipinas son, en algunos aspectos, como los antiguos israelitas que querían restaurar la adoración verdadera en Jerusalén, quienes se sintieron reconfortados por las siguientes palabras de Nehemías: “El gozo de Jehová es su plaza fuerte” (Neh. 8:10). Sin importar las pruebas que se les presentaron, los israelitas siguieron fomentando con gozo la adoración de Jehová. Al igual que sucedió con los israelitas de los tiempos de Nehemías, hoy día se instruye en la Palabra de Dios a los testigos de Jehová de las Filipinas, y también ellos hacen del gozo de Jehová su plaza fuerte.

La luz de la verdad brilla por primera vez

Las Filipinas tienen la peculiaridad de ser el único país asiático eminentemente católico. En un principio, los filipinos practicaban cultos indígenas, pero después de más de trescientos años de dominación española, el catolicismo se impuso entre los nativos. Y aunque durante el medio siglo de administración estadounidense se introdujeron otras confesiones, siguió predominando la católica. Hoy en día profesa esta religión algo más del ochenta por ciento de la población.

En 1912, Charles T. Russell, destacado Estudiante de la Biblia —como se conocía anteriormente a los testigos de Jehová—, llegó a Manila como parte de una gira de conferencias que estaba realizando por todo el mundo. El 14 de enero pronunció un discurso en el Gran Teatro de la Ópera de Manila con el título “¿Dónde están los muertos?”, tras lo cual se distribuyeron publicaciones entre los asistentes.

A principios de la década de los veinte se sembraron más semillas de la verdad bíblica con la llegada desde Canadá de otro representante de los Estudiantes de la Biblia, William Tinney, quien organizó una clase de estudio bíblico. Cuando el hermano tuvo que regresar a Canadá por motivos de salud, los filipinos que estaban interesados continuaron la clase. A fin de mantener viva la verdad en los corazones de la gente, se les enviaban publicaciones por correo. Esta situación no cambió hasta comienzos de la década de los treinta. En 1933 se transmitía el mensaje de la verdad en las Filipinas a través de la emisora de radio KZRM.

Ese mismo año, Joseph dos Santos partió de Hawai con el objetivo de comenzar una gira mundial de predicación. Las Filipinas fueron su primera y última parada. El hermano Dos Santos recibió la comisión de dirigir la predicación del Reino en el país y abrir una sucursal, la cual comenzó a funcionar el 1 de junio de 1934. El hermano Dos Santos y unas cuantas personas del lugar deseosas de servir a Jehová se dedicaron con ahínco a predicar y distribuir publicaciones. A pesar de la oposición, en 1938 había 121 publicadores en el país, 47 de los cuales servían de precursores.

Aunque los norteamericanos habían introducido el inglés, los hermanos veían que la gente captaba mejor el mensaje bíblico en su lengua nativa. Esto supuso una nueva complicación debido a que en las Filipinas se hablan cerca de noventa idiomas y dialectos. Aun así, se trabajó duro para traducir ciertas publicaciones a algunas de las principales lenguas. “En estos momentos estamos grabando [discursos bíblicos] en tagalo, a fin de sacar mayor provecho a las máquinas de reproducción de sonido y los fonógrafos para la gloria del Señor”, informó en 1939 la sucursal. También se estaba traduciendo el libro Riquezas al tagalo. Dos años después se concluyó la traducción de unos folletos a otras cuatro lenguas filipinas de importancia, lo que abrió el camino para que la mayoría de la población comprendiera el mensaje del Reino.

Entre los que respondieron al mensaje de la verdad durante aquellos años estuvo un maestro de escuela llamado Florentino Quintos. Este supo por primera vez de la obra del pueblo de Jehová mediante una conversación con un hombre que había asistido a la conferencia del hermano Russell en 1912 en Manila. En 1936, un testigo de Jehová proporcionó a Florentino dieciséis libros de vivos colores que analizaban la Biblia. No obstante, su trabajo de maestro lo mantenía muy ocupado, así que durante algún tiempo, aquellos libros multicolores tan solo sirvieron de adorno. Pero al estallar la guerra e invadir los japoneses el país, muchas actividades habituales quedaron paralizadas. Entonces, Florentino dispuso de tiempo para leer, y no tardó mucho en terminar los libros Riquezas, Enemigos y Salvación. No pudo seguir leyendo porque tuvo que huir de los japoneses, pero las semillas de la verdad ya habían arraigado en su corazón.

Se experimenta un veloz crecimiento a pesar de la II Guerra Mundial

La II Guerra Mundial supuso nuevas dificultades para los siervos de Jehová de todo el archipiélago. En los inicios de la guerra, había 373 publicadores en las Filipinas. Sin embargo, a pesar de su reducido número, promovieron la adoración pura con gran celo y adaptabilidad.

Algunos Testigos de Manila se mudaron a poblaciones más pequeñas a fin de continuar allí con la predicación. Aunque era imposible importar literatura bíblica a causa de la guerra, los hermanos pudieron distribuir las publicaciones que se habían almacenado en casas privadas antes de que comenzara el conflicto. Cuando este suministro se agotó, optaron por prestar los libros a la gente interesada.

Salvador Liwag, un maestro que dejó su trabajo para convertirse en proclamador de las buenas nuevas de tiempo completo, estaba en Mindanao cuando estalló la guerra. Él y otros hermanos se refugiaron en la jungla y las montañas, donde prosiguieron con sus actividades teocráticas. Mientras predicaban tenían que tomar muchas precauciones, por un lado, para que los japoneses no los reclutaran a fin de trabajar en sus campamentos y, por otro, para que las guerrillas antijaponesas no los confundieran con espías.

Por sorprendente que parezca, hubo oportunidades de celebrar pequeñas asambleas durante la ocupación japonesa. Muchos asistieron a una asamblea de circuito celebrada en Manila. También tuvo lugar otra en Lingayen, donde a la gente le sorprendió ver llegar a tantos extraños en camiones; pero como nadie puso trabas, la asamblea se pudo celebrar sin contratiempos.

Jehová bendijo toda esta actividad, y como consecuencia, el número de Testigos aumentó. Los 373 alabadores de Jehová que había al comienzo de la guerra se convirtieron en más de dos mil tan solo cuatro años después.

En enero de 1942 confinaron en un campo de prisioneros japonés de Manila al hermano Dos Santos, a quien, como se recordará, se le había asignado dirigir la predicación del Reino en las Filipinas. Sin embargo, también él mantuvo un espíritu celoso. “Hablé de las buenas nuevas a cuantos pude en el campamento”, relató. La vida allí era difícil, y muchos murieron de hambre. Cuando encarcelaron al hermano Dos Santos pesaba 61 kilos, y cuando lo pusieron en libertad, apenas 36.

Los norteamericanos liberaron a los prisioneros en 1945 y ofrecieron al hermano Dos Santos repatriarlo a Hawai, pero él rechazó la oferta. ¿Por qué? Porque disfrutaba de participar en la obra del Reino y quería hacer todo lo posible para ver su avance en las Filipinas. Además, aún no había llegado su sustituto. “Yo iba a quedarme allí hasta que él llegara”, dijo posteriormente el hermano Dos Santos. Hilarion Amores señaló acerca de él: “Era muy trabajador y estaba sinceramente preocupado por las necesidades espirituales de los hermanos”.

Llegan misioneros

Sin haber recibido una preparación especial, los hermanos filipinos se ocuparon de la obra lo mejor que pudieron antes y durante la guerra. Poco después de la guerra, el 14 de junio de 1947, llegaron los refuerzos: los graduados de Galaad Earl Stewart, Victor White y Lorenzo Alpiche. Por fin, el hermano Dos Santos tendría sustituto. En 1949, Joseph dos Santos regresó a Hawai con su esposa y sus hijos.

El hermano Stewart fue nombrado siervo de la sucursal, pero la mayoría de los misioneros que llegaron en aquellos años fueron asignados al ministerio del campo. El hermano filipino Víctor Amores, a quien posteriormente invitaron a Galaad, relató los beneficios de tener a estos misioneros: “Fueron de gran ayuda en la organización del trabajo. Los hermanos aprendían de estos graduados de Galaad, y el resultado fue un progreso notable. Antes de 1975, casi alcanzamos los 77.000 publicadores, mientras que en 1946 éramos solamente 2.600”. Detrás de los tres primeros hermanos llegaron bastantes misioneros más, entre los que se encontraban los Brown y los Willett, que sirvieron en la ciudad de Cebú; los Anderson, que fueron a la ciudad de Davao; los Steele, los Smith, y los hermanos Hachtel y Bruun. En 1951 se recibió a Neal Callaway, quien después se casó con Nenita, una hermana filipina. Juntos sirvieron en prácticamente todo el archipiélago hasta que él falleció, en 1985. En 1954 llegaron los británicos Denton Hopkinson y Raymond Leach, quienes todavía colaboran en la obra en las Filipinas después de más de cuarenta y ocho años.

Los graduados de Galaad extranjeros no fueron los únicos que contribuyeron a la organización y el progreso de la predicación del Reino en las Filipinas. En la década de los cincuenta se invitó a asistir a la Escuela de Galaad a hermanos filipinos, la gran mayoría de los cuales regresó a servir en su país de origen. Los primeros tres fueron Salvador Liwag, Adolfo Dionisio y Macario Baswel. Víctor Amores, mencionado con anterioridad, empleó la preparación misional en la obra de superintendente viajante y en Betel. Después de criar una familia, regresó al servicio de tiempo completo. Acompañado de su esposa, Lolita, sirvió de superintendente viajante y más tarde de precursor especial en la provincia de Laguna casi hasta los 80 años.

Prosigue el avance en la década de los setenta

La obra avanzó rápidamente, y el número de publicadores continuó aumentando hasta sobrepasar los 77.000 en 1975. En su inmensa mayoría, los siervos de Jehová mantuvieron su espiritualidad y siguieron sirviendo a Dios lealmente. No obstante, hubo muchos que dejaron de hacerlo cuando el presente sistema de cosas no concluyó en 1975. El número de publicadores cayó por debajo de los 59.000 en 1979. Cornelio Cañete, quien servía de superintendente de circuito a mediados de los setenta, explica: “Algunos se bautizaron debido a la proximidad de 1975 y se mantuvieron fieles durante unos cuantos años. Pero después de 1975 abandonaron la verdad”.

Afortunadamente, la gran mayoría solo precisaba ánimo para mantener la perspectiva correcta del servicio cristiano. Así pues, la sucursal comenzó a preparar una serie de discursos especiales. El resultado fue que se animó a los hermanos activos y, además, se ayudó a algunos inactivos a volver a ser alabadores de Jehová. Los hermanos comprendieron que debían servir a Dios, no con una fecha límite en mente, sino para siempre. A partir de aquel descenso temporal, el número de publicadores del Reino ha aumentado de forma espectacular. Sin lugar a dudas, Jehová ha recompensado a los que no permitieron que la decepción les hiciera olvidar toda su bondad.

Se abre territorio en zonas remotas de las montañas

Los miles de islas que componen las Filipinas se reparten a lo largo de una extensión oceánica de 1.850 kilómetros de norte a sur y 1.125 kilómetros de este a oeste. Algunas islas están deshabitadas y muchas comprenden escarpadas montañas. Llegar a la gente de estos lugares tan remotos supone un desafío.

Una de tales zonas es Kalinga-Apayao. Los habitantes de esta provincia, situada en la escabrosa Cordillera Central, al norte de la isla de Luzón, viven separados en tribus y aldeas, cada una con su dialecto y costumbres propias. Aunque en el siglo XX desaparecieron los cazadores de cabezas, las contiendas y asesinatos debidos a la enemistad entre las aldeas siguen siendo comunes. Gerónimo Lástima dijo: “En años anteriores era difícil enviar precursores especiales a esos territorios. Los vecinos perseguían a los hermanos a fin de matarlos”.

La solución fue enviar hermanas. “A ellas no las perseguían —explicó Gerónimo—. La tradición dicta que no se debe hacer daño a las mujeres.” Las hermanas enseñaron la verdad con eficacia. Tiempo después, algunos lugareños se bautizaron y se hicieron precursores. Estos comprendían la cultura de sus vecinos y sabían cómo predicarles para obtener los mejores resultados. Como consecuencia, se extendieron por todas las montañas “cazadores” que iban en busca de personas que querían saber de la verdad. En los años setenta, solo había unos cuantos Testigos en Kalinga-Apayao; en la actualidad hay dos circuitos.

En la montañosa provincia vecina de Ifugao tampoco había un solo Testigo a principios de los años cincuenta. Así pues, asignaron tres precursores regulares a predicar a las personas que vivían entre las centenarias terrazas de arroz, y, con el tiempo, la gente de la localidad comenzó a aceptar la verdad. Hoy en día, hay 18 congregaciones con 315 publicadores en esta zona.

En las montañas de la provincia de Abra, situada más al norte, el problema radica en llegar a pueblos en los que todavía no hay Testigos. Un superintendente de circuito, deseoso de llevar las buenas nuevas a las zonas más remotas, invitó a 34 hermanos a predicar con él en una zona próxima a Tineg (Hech. 1:8). Al no haber transporte público, el grupo tuvo que andar por las montañas durante siete días para llegar a diez pueblos con aproximadamente doscientas cincuenta casas.

“No era nada fácil caminar por la cresta de las montañas cargados con las provisiones. De las seis noches, cuatro las pasamos al aire libre o al lado de un río”, cuenta el superintendente. Habían transcurrido muchos años desde que algunas de aquellas aldeas habían recibido testimonio. En una de ellas se encontraron con un hombre que les contó: “Hace veintisiete años, los testigos de Jehová le predicaron a mi padre. Él nos dijo que ustedes tienen la verdad”. En total, el grupo dejó en manos de la gente 60 libros, 186 revistas, 50 folletos y 287 tratados, y se comenzaron muchos estudios bíblicos.

Se predica en otras zonas remotas

La larga y estrecha Palawan, una de las islas grandes de las Filipinas (de 434 kilómetros de longitud), está lejos del bullicio de las islas más pobladas. Sus bosques albergan varias tribus y muchos asentamientos aislados, incluidos los de trabajadores itinerantes. Al misionero Raymond Leach, siempre dispuesto a aceptar cualquier cometido, lo enviaron a esa isla a servir de superintendente de circuito. Había pocos Testigos y tenía que recorrer largas distancias. “En el período en que estuve asignado allí, de 1955 a 1958, había únicamente catorce publicadores en todo Palawan —recuerda—. Me llevaba cinco semanas visitarlos a todos.”

Se ha progresado mucho desde aquel entonces, aunque la isla sigue planteando muchas dificultades. Febe Lota, que ahora tiene poco más de 40 años, comenzó su precursorado especial en Palawan en 1984. Ella nos cuenta lo que le pasó mientras servía en Dumaran: “Llegamos a la que pensábamos que sería la última casa. No se nos ocurrió que pudiera haber otra, pero sí la había”. Entre las palmas vivía un matrimonio que cuidaba de una plantación de cocoteros y que estaba interesado en la Biblia.

“Si no hubiera sido por servir a Jehová, nunca hubiera vuelto a aquel lugar”, confiesa Febe. Llegar allí les tomaba a ella y a su compañera un día de camino a través de campos de cocoteros y por una larga playa con algunos tramos arenosos y otros pedregosos. Cuando la marea subía, el agua les llegaba a las rodillas. En vista de la distancia, decidieron ir una vez al mes y pasar allí varios días, lo que suponía cargar con comida, libros, revistas y ropa para cambiarse. “Exponernos al sol y a las picaduras de los insectos fue todo un sacrificio para nosotras. Llegábamos empapadas de sudor.” No obstante, sus esfuerzos se vieron recompensados con los rápidos progresos que hizo en el estudio bíblico la pareja interesada.

Este matrimonio se vio obligado a dejar su trabajo en la plantación de cocoteros después de que el administrador, que era bautista, se enteró de que estaban estudiando con los testigos de Jehová. Más adelante, Febe tuvo la grata sorpresa de volver a encontrarse con la esposa. No solo ya se había bautizado, sino que, en palabras de Febe, “estaba presente en la reunión de precursores de la asamblea de distrito”. ¡Qué alegría ver los buenos frutos de la labor de uno!

Al sur de las Filipinas, en la enorme isla de Mindanao, hay muchas áreas de difícil acceso. En esta zona ha servido de superintendente viajante Nathan Ceballos junto con su esposa. Las semanas que no tenían que visitar congregaciones, se esforzaban por predicar en territorios aislados e invitaban a otros hermanos y hermanas a que los acompañaran. En cierta ocasión, el grupo empleó diecinueve motocicletas para poder llegar a muchas aldeas. Las carreteras eran malas y estaban llenas de barro, y la mayoría de los ríos y arroyos que cruzaban carecían de puentes. Aunque la gente de la zona no disponía de mucho dinero, regalaban escobas flexibles hechas a mano en señal de agradecimiento por las publicaciones que les llevaban los hermanos. Imagínese a estos de vuelta a casa con las motocicletas cargadas de escobas. Nathan recuerda: “Regresábamos cansados y desaliñados, pero llenos de gozo porque sabíamos que habíamos hecho la voluntad de Jehová”.

Se aprovecha toda oportunidad de predicar las buenas nuevas

Durante estos últimos años, la organización de Jehová ha animado a los predicadores del Reino a aprovechar toda ocasión que se presente para dar testimonio. La idea ha sido particularmente oportuna en las zonas más pobladas del país. Las grandes ciudades como Davao, Cebú y el área metropolitana de Manila, son como muchas otras urbes del mundo: tienen multitud de negocios, oficinas, edificios de apartamentos y urbanizaciones privadas. ¿Qué se ha hecho para llegar a las personas que viven o trabajan en estos lugares?

Makati forma parte del circuito que, hasta hace poco, atendía Marlon Navarro. Este joven graduado de la Escuela de Entrenamiento Ministerial se esforzó mucho para organizar la predicación en el sector financiero de Makati, un área asignada a tres congregaciones. Se elegían hermanos y hermanas, en su mayoría precursores, a fin de prepararlos para predicar eficazmente en esta zona. En la actualidad se dirigen estudios bíblicos en los centros comerciales y los parques del sector, y algunos de estos estudiantes de la Biblia asisten a las reuniones.

Dos precursores, Cory Santos y su hijo Jeffrey, a menudo salen a predicar en las calles muy temprano, a veces a las seis de la mañana. A esas horas se encuentran con los que vuelven a casa después de trabajar durante el turno de noche en las fábricas. Ya han comenzado varios estudios bíblicos gracias a la predicación en las calles. De hecho, algunas de las personas con las que contactaron por primera vez de esta forma han progresado hasta el bautismo.

También los publicadores de las afueras de la ciudad están atentos a las oportunidades que se les puedan presentar para predicar. Norma Balmaceda, precursora especial desde hace más de veintiocho años, habló con una mujer que estaba esperando que la recogieran.

—¿Adónde va? —le preguntó.

—A la provincia de Quirino —respondió ella.

—¿Es usted de allí?

—No, pero mi marido quiere mudarse porque la vida aquí en Ifugao es muy difícil.

Norma aprovechó para darle a conocer las buenas nuevas acerca del gobierno del Reino, que resolverá los problemas de la humanidad. Después, cada una se fue por su lado. Años más tarde, en una asamblea de circuito, una mujer se aproximó a Norma y se identificó como la señora con la que ella había hablado. Ahora estaba bautizada, y sus dos hijas y su esposo estaban estudiando la Biblia.

Los hermanos de la sucursal, situada en Quezón City, también procuran aprovechar toda ocasión de dar testimonio. Félix Salango, por ejemplo, es bien conocido por el celo que demuestra en la predicación. Con frecuencia compagina su servicio en Betel con el precursorado auxiliar. Mientras se construía un edificio de viviendas adicional en el año 2000, Félix se fijó en los trabajadores a quienes se había contratado para levantar la estructura exterior del edificio. Se acercó al ingeniero jefe y le pidió permiso para hablar con ellos. Félix nos cuenta: “Cuando terminaron el almuerzo, me presenté en el solar, donde el ingeniero había reunido a los más de cien trabajadores. Les describí la obra de los testigos de Jehová y les expliqué que se necesitaba conocimiento para sobrevivir a la gran tribulación. Llevaba una caja de folletos y otra de libros Conocimiento, y les dije que si alguno de ellos estaba interesado en estudiar la Palabra de Dios, podía tomar una de las publicaciones”. Félix les explicó asimismo cómo se financia la obra por todo el mundo, y dejó las publicaciones y un sobre al lado de un cocotero. Muchos obreros tomaron un libro o un folleto, y un buen número de ellos también puso una donación en el sobre.

Algunos estaban interesados en recibir un estudio, entre ellos el ingeniero jefe. Todos los lunes, miércoles y viernes durante la pausa para el almuerzo, Félix estudiaba con él mediante el folleto ¿Qué exige Dios de nosotros? El ingeniero le dijo a Félix: “Lo que aprendo aquí se lo explico a mi mujer y a mis amigos”. Otros dos ingenieros que estaban trabajando allí, así como un guardia de seguridad y dos secretarias, también deseaban estudiar. No cabe duda de que Jehová bendice a quienes predican en toda oportunidad.

Los misioneros llegan para ayudar

A lo largo de los años han llegado a las Filipinas 69 extranjeros con preparación misional a fin de colaborar en la predicación del Reino. Estos hermanos han ayudado de diferentes formas. A Denton Hopkinson y Raymond Leach, mencionados anteriormente, se les asignó en un principio al ministerio del campo, primero como misioneros y luego como superintendentes viajantes. Más tarde se les encomendaron responsabilidades en la sucursal.

En la década de los setenta llegaron varios graduados de Galaad para colaborar en las labores de impresión que se acababan de iniciar. Entre ellos se encontraban Robert Pevy y su esposa, Patricia, que hasta entonces habían servido en Inglaterra y en Irlanda. Robert resultó de mucha ayuda para montar una sección de redacción en la sucursal de las Filipinas. A todos les entristeció que se marcharan en 1981 para continuar su servicio en la sede mundial de Brooklyn (Nueva York, EE.UU.).

En 1980 llegaron Dean y Karen Jacek desde Estados Unidos y, tras un breve período de aprendizaje del tagalo en la provincia de Laguna, se les asignó a la sucursal. Después de recibir preparación adicional en 1983, ayudaron a los hermanos de las Filipinas y de otras naciones insulares cercanas a utilizar el sistema informático creado por los testigos de Jehová, que ha demostrado ser fundamental para la producción de publicaciones bíblicas en distintas lenguas.

En 1988, cuando la sucursal estaba a punto de comenzar una importante obra de construcción, llegaron de los Países Bajos Hubertus (Bert) y Jeanine Hoefnagels. Puesto que la pareja tenía experiencia en la construcción de sucursales y Bert sabía utilizar maquinaria pesada, se les destinó a ayudar en las obras. Bert manejaba el equipo y enseñaba a otros al mismo tiempo. “Desde el principio enseñé a los hermanos filipinos a conducir camiones y a manejar la grúa y distintos tipos de excavadoras y niveladoras. Con el tiempo, formamos un grupo de veinte a veinticinco personas que trabajábamos con maquinaria pesada”, cuenta.

Posteriormente se les unieron otros cuatro graduados de Galaad: Peter y Beate Vehlen, de Alemania, y Gary y Teresa Jeane Melton, de Estados Unidos. El matrimonio Vehlen también tenía experiencia en la construcción de sucursales, y los Melton habían servido cinco años en el Betel de Estados Unidos. Todos colaboraron en la construcción de la sucursal.

Años antes, en 1963, se había cerrado el último hogar misional, puesto que ya había precursores filipinos capacitados para ocuparse de la obra en el campo. Sin embargo, en 1991 el Cuerpo Gobernante dispuso que seis misioneros fueran enviados al ministerio del campo. Aunque eran veteranos en el trabajo de la sucursal, estos misioneros también tenían una experiencia muy valiosa en la predicación. Por citar un ejemplo, Jeanine Hoefnagels era precursora especial desde los 18 años, así que podría emplear su experiencia y su vivaz personalidad para animar a los hermanos y a los nuevos. Su esposo, Bert, comenta otros beneficios: “Tener misioneros en el ministerio del campo ayuda a la gente a darse cuenta del alcance internacional de nuestra obra”. Mientras tanto, otros misioneros han continuado con el trabajo administrativo y otras labores en la sucursal.

Pero las Filipinas no solo han recibido misioneros; también los han exportado.

Exportación de misioneros

Aunque seguían llegando misioneros, se comenzó a enviar precursores filipinos a otros países para servir de misioneros. Puede que estos precursores no tuvieran la misma preparación en cuanto a organización que los graduados de Galaad, pero muchos de ellos eran excelentes evangelizadores. Desde la II Guerra Mundial, la obra de hacer discípulos se había extendido más rápido en las Filipinas que en los países vecinos. Así pues, desde 1964 se ha invitado a precursores filipinos capacitados a servir de misioneros en Asia y las demás islas del Pacífico. Se han enviado algunos matrimonios, pero la mayoría han sido precursores solteros con diez años o más de experiencia en el servicio de tiempo completo. A mediados de 2002 se habían mandado 149 precursores a 19 naciones. Setenta y cuatro de ellos continúan en sus destinos. Mientras se tramitan todos sus documentos, estos futuros misioneros pasan una temporada en la sucursal, durante la cual se les instruye y adquieren experiencia que les será de gran utilidad en sus respectivas asignaciones. ¿Cómo han contribuido a la predicación estos misioneros a lo largo de los años, y con qué dificultades y alegrías se han encontrado?

Los primeros precursores que salieron fueron las hermanas Rose Cagungao (ahora Engler) y Clara de la Cruz (ahora Elauria), a quienes se envió a Tailandia. Aproximadamente un año después, Angelita Gavino se les unió en la misma asignación. Como en el caso de otros misioneros, aprender el idioma fue un gran desafío. Angelita nos cuenta su experiencia al aprender tai: “Durante las primeras semanas me sentía frustrada porque todos los caracteres del libro me parecían garabatos y en las reuniones apenas podía hablar con nadie a causa de la barrera lingüística”. No obstante, consiguieron aprender el idioma y hoy siguen utilizándolo para ayudar a otros.

Después de aquellos primeros misioneros, se envió un torrente continuo de precursores serviciales a diferentes países. A Porferio y Evangeline Jumuad les pidieron que fueran a Corea en 1972. Aprendieron bien el idioma y, tras dos años y medio en el campo misional, se les invitó a la obra de circuito.

Salvación Regala (ahora Aye) fue una de las nueve hermanas filipinas que llegaron a Hong Kong en 1970 para comenzar la obra misional. Su primer reto fue aprender el chino cantonés. Este idioma posee nueve tonos, los cuales modifican el significado de las palabras. Salvación recuerda lo mucho que le costó familiarizarse con los tonos. Una vez le dijo a una estudiante de la Biblia que se habían mudado de vivienda “a causa de un fantasma” en vez de “a causa del elevado alquiler”. No obstante, con el tiempo aprendió el idioma y así ha podido ayudar a más de veinte personas a conocer el mensaje bíblico de la verdad. Ahora está intentando aprender indonesio para predicar a los indonesios que trabajan de empleados domésticos en Hong Kong.

Rodolfo Asong, un hermano resuelto y amigable, tuvo que enfrentarse a situaciones completamente nuevas para él cuando lo destinaron a Papua Nueva Guinea en 1979. Se aplicó con tanta diligencia al estudio del idioma y obtuvo tan buenos resultados, que en poco tiempo se le nombró superintendente viajante. Sin embargo, las visitas a las congregaciones de Papua Nueva Guinea eran muy diferentes de las que se realizaban en las Filipinas. Dice él: “Aprendí a remar de pie sobre una pequeña canoa individual de madera, igual que hacen los nativos”.

Con respecto a las asambleas, Rodolfo nos cuenta: “Debido a las largas distancias que había que cubrir y a la falta de transporte asequible, organizábamos muchas asambleas pequeñas. La asistencia total a la asamblea más pequeña a la que asistí fue de diez personas, en la aldea de Larimea”. En otra ocasión, se le nombró superintendente de asamblea para la reunión celebrada en el pueblo de Agi. Él explica: “Además, tuve que ejercer de presidente de la asamblea, encargarme de los departamentos de Sonido y Alimentación, dirigir el drama y representar el papel del rey David”. Indudablemente se esforzó mucho durante esa asignación. Más adelante, Rodolfo disfrutó del servicio misional en las islas Salomón.

En 1982 se envió a las islas Salomón a un hermano muy adaptable de Luzón, Arturo Villasín. Este hermano sirvió de superintendente de circuito en condiciones muy diferentes a las de las islas Filipinas. La mejor forma de llegar a muchas islas era con avioneta. “Una vez se estrelló nuestra avioneta, pero sobrevivimos todos. En otra ocasión estuvimos a punto de chocar contra la ladera de una montaña debido a la mala visibilidad”, cuenta. Con respecto a lo que implicaba visitar algunas congregaciones, dice: “Teníamos que atravesar a pie la pluviselva y escalar empinadas colinas llenas de barro para llegar a las congregaciones situadas en zonas donde se rinde culto a los antepasados”. Arturo murió repentinamente en 2001 de una enfermedad, pero siempre será recordado como un fiel misionero.

Son muchas las experiencias como estas de hermanos y hermanas filipinos que han sido enviados de misioneros a territorios de Asia y el Pacífico. A pesar de los obstáculos con los que se han encontrado, estos siervos de Jehová dispuestos y abnegados han contribuido enormemente a la obra evangelizadora en estos países.

Se obtiene gozo al ayudar a otros a hacer de Jehová su plaza fuerte

La bendición de Jehová es lo que produce gozo (Pro. 10:22). Adelieda Caletena, que fue enviada a Taiwan en 1974, dice: “Me siento verdaderamente feliz y agradecida a Jehová porque está bendiciendo la obra en este lugar y porque me ha dado la oportunidad de tomar parte en ella”.

Paul y Marina Tabunigao, que en estos momentos sirven en las islas Marshall, comentan: “Hemos ayudado a setenta y dos personas a que sirvan a Jehová, y nos regocija el corazón ver que muchas de ellas ahora son ancianos, siervos ministeriales, precursores especiales, precursores regulares y publicadores de congregación activos”.

Lydia Pamplona, que sirve desde 1980 en Papua Nueva Guinea, ha ayudado a más de ochenta y cuatro personas a llegar hasta la dedicación y el bautismo. Recientemente informó que dirigía estudios bíblicos en los hogares de dieciséis personas, la mayoría de las cuales asistían a las reuniones. Sus observaciones personales resumen indudablemente lo que sienten muchos misioneros: “Doy gracias a Jehová por el ministerio que me ha encomendado. Ojalá siga bendiciendo nuestro trabajo, para gloria suya”.

Las sucursales de los países a los que han sido enviados estos misioneros filipinos están muy agradecidas por tenerlos en su territorio. La sucursal tailandesa escribió: “Los misioneros filipinos realizan una labor excelente. Han sido ejemplos de fidelidad a lo largo de los años que han permanecido en Tailandia, pues continúan con la predicación a pesar de la edad avanzada. Aman esta tierra y a su gente; consideran Tailandia su hogar. Muchas gracias por enviarnos a estos misioneros excepcionales”.

La Escuela del Ministerio del Reino prepara a los ancianos

Más o menos por las mismas fechas en que se envió a los primeros precursores filipinos a servir en otros países, la organización de Jehová comenzó a preparar al creciente número de hermanos capacitados que tenían responsabilidades en las congregaciones del país. Uno de los principales medios que se emplearon en su preparación fue la Escuela del Ministerio del Reino.

El primer curso, de un mes de duración, comenzó en 1961. Se decidió que el instructor fuera Jack Redford, que ya había sido instructor en Galaad y que más tarde sirvió de misionero en Vietnam. Estas primeras clases se impartieron en inglés en la sucursal.

Aunque a algunos no les resultaba difícil comprender el inglés, había que tener en consideración otros idiomas y dialectos comunes en las Filipinas. Se pensó que muchos ancianos sacarían más provecho del curso si se impartía en su lengua nativa. Por eso, desde mediados de la década de los sesenta, este se celebra en varios idiomas. Cornelio Cañete recuerda que se le encomendó la escuela en las islas Visayas y en Mindanao. Se ríe al decir: “Daba las clases en tres idiomas: cebuano, hiligaynon y samareno-leyte”.

Con el tiempo, el curso se ha modificado, al igual que el modo de programarlo. Desde hace unos años, dura un fin de semana: un día y medio para los ancianos y un día para los siervos ministeriales. Aun así, todavía persiste el desafío de tener que darlo en ocho idiomas. La sucursal envía ancianos que hablan estos idiomas a impartir el curso a los superintendentes viajantes. Y estos, a su vez, dirigen las escuelas para los ancianos de congregación y los siervos ministeriales. En la última clase se beneficiaron de esta instrucción 13.000 ancianos y 8.000 siervos ministeriales.

Ayuda para los precursores

Tiempo después, los precursores también comenzaron a recibir preparación adicional. En 1978 se invitó a todos los que en aquel momento eran precursores, incluidos los especiales, a las clases de la Escuela del Servicio de Precursor. Desde entonces se ha impartido este curso todos los años, excepto en 1979 y 1981.

Aunque los precursores han derivado enormes beneficios de la escuela, muchos han debido superar grandes obstáculos a fin de estar presentes. Algunos han hecho sacrificios económicos, mientras que otros han tenido problemas de transporte.

Los hermanos que asistieron a la escuela en Santiago (Isabela) se enfrentaron a una situación inesperada. Este es el relato de Rodolfo de Vera, el superintendente de circuito: “El 19 de octubre de 1989, un gran tifón azotó sin previo aviso la ciudad de Santiago con vientos que alcanzaron un máximo de 205 kilómetros por hora. Por la mañana, cuando comenzamos la clase en el Salón del Reino, solo caían algunos chubascos y soplaba un viento suave, así que decidimos continuar con la escuela de precursores. Sin embargo, el viento arreció y el edificio comenzó a estremecerse. Poco después, el techo salió volando. Queríamos irnos, pero nos dimos cuenta de que aventurarse afuera era más peligroso, debido a los numerosos objetos que el tifón lanzaba por los aires”. Aunque algunas partes del edificio habían comenzado a derrumbarse, todos resultaron ilesos. Según los hermanos, debían su supervivencia no solo a Jehová, sino también a haber seguido la sugerencia de la revista ¡Despertad! de buscar refugio bajo una mesa o un escritorio en este tipo de situaciones. El hermano De Vera explicó: “Nos refugiamos bajo las mesas. Tras el paso del tifón, estábamos cubiertos de ramas y planchas metálicas del tejado, pero ninguno de los que permanecimos en el edificio bajo las mesas sufrió daño alguno”.

Todos los años se dirige la escuela en siete idiomas. Hasta el año de servicio 2002 se han celebrado 2.787 clases con una asistencia total de 46.650 precursores. Sin lugar a dudas, esta ha sido una magnífica provisión para que los precursores mejoren sus habilidades y depositen toda su confianza en Jehová mientras continúan ‘resplandeciendo como iluminadores en el mundo’ (Fili. 2:15).

Primeros pasos en la impresión offset

Nuestro trabajo en el ministerio del campo y en las congregaciones sería mucho más difícil sin las excelentes publicaciones bíblicas que tenemos a nuestro alcance. Por muchos años, las labores de impresión para el territorio filipino se efectuaron en Brooklyn. Pero a principios de la década de los setenta se construyó una imprenta en los terrenos de la sucursal, en Quezón City. Esta ampliación permitió instalar un equipo tipográfico parecido al de Brooklyn e imprimir todas las revistas.

En esa misma década, la industria editorial comenzó a abandonar la impresión con tipos de metal fundido en favor de la impresión offset. Las pautas procedentes de la sede mundial indicaban que nosotros también haríamos ese cambio gradualmente.

En 1980, la sucursal adquirió un programa comercial de fotocomposición semejante al que ya poseía la sucursal de Sudáfrica, la cual amablemente compartió su experiencia con los hermanos de las Filipinas. Este sistema de composición informatizada comenzó a funcionar junto con una pequeña prensa offset alimentada por hojas que se compró en aquella misma época.

Todo este equipo permitió que los hermanos aprendieran a pequeña escala las técnicas de la impresión offset. David Namoca, que ya tenía amplia experiencia como linotipista tipográfico, aprendió a manejar el programa de fotocomposición. Otros hermanos se hicieron diestros en preparar las planchas y en imprimir con la nueva rotativa. El resultado fue que, a finales de 1980, la sucursal ya estaba utilizando el sistema offset para producir algunos números de Nuestro Ministerio del Reino y revistas en idiomas de menor circulación.

El inminente cambio al procedimiento offset supuso también la introducción de computadoras para ayudar a los responsables de la traducción y de los trabajos previos a la impresión. Poco a poco, estos hermanos fueron adquiriendo experiencia y confianza. Con el tiempo consiguieron avanzar en la calidad y la cantidad de las publicaciones al emplear los nuevos métodos. De hecho, estaban tan deseosos de progresar en este campo, que en 1982 imprimieron el folleto a cuatro colores Noticias del Reino núm. 31, pero con una imprenta offset de un solo color. El papel tuvo que pasar seis veces por la rotativa: cuatro para la parte de cuatro colores, y dos para la parte de dos colores. Supuso mucho trabajo y la calidad no fue la mejor, pero a todos les entusiasmó ver un Noticias del Reino a cuatro colores realizado con su propio equipo.

Este fue el comienzo del camino, pero ¿cómo se completaría el cambio a la fotocomposición informatizada y a la impresión offset? La organización de Jehová tenía planes de los que pronto se beneficiaría la sucursal filipina.

La organización de Jehová crea el sistema MEPS

El Cuerpo Gobernante autorizó la creación de un sistema de fotocomposición informatizada que satisficiera las necesidades singulares de la publicación de las buenas nuevas en muchos idiomas. Este sistema electrónico de fotocomposición plurilingüe (MEPS por sus siglas en inglés) se desarrolló en Brooklyn. Aunque los equipos comerciales empleados por la sucursal hasta entonces habían introducido a pequeña escala las computadoras y la impresión offset, el sistema MEPS permitiría que las sucursales, tanto la filipina como otras de todo el mundo, progresaran en este campo.

Se invitó a dos matrimonios de las Filipinas a Wallkill (Nueva York) con el objetivo de aprender el mantenimiento de las computadoras del sistema MEPS y la aplicación de sus programas en los trabajos previos a la impresión. Otro matrimonio, Florizel Nuico y su esposa, pasaron algún tiempo en Brooklyn, donde él aprendió el funcionamiento de la impresión offset con las prensas MAN. Toda esta capacitación era exactamente lo que la sucursal filipina precisaba para completar la transición a la informatización de los trabajos previos y a la impresión offset.

En 1983 llegó a las Filipinas una prensa MAN de impresión offset, que se montó gracias a la ayuda de Lionel Dingle, procedente de la sucursal de Australia. Florizel Nuico, a su vez, comenzó a enseñar a los hermanos filipinos lo que había aprendido en Brooklyn. A finales de 1983 se imprimieron las primeras revistas con esta rotativa. No obstante, como el sistema aún no se había implantado por completo, durante algún tiempo se imprimieron las revistas combinando los dos métodos: el de planchas de metal fundido y la impresión offset.

Aun así no faltaba mucho para terminar de introducir el nuevo sistema. La primera computadora MEPS llegó a finales de 1983, y los dos hermanos que habían recibido preparación en Wallkill comenzaron a instruir a otros en el manejo y mantenimiento de estos equipos. En poco tiempo, la producción estaba en marcha. Se enseñó a muchos betelitas a utilizar este sistema en los campos de traducción, entrada de texto, composición y fotocomposición, así como a reparar las computadoras. En las Filipinas, este proceso de formación resulta complicado debido al número de idiomas en que se imprime. Tan solo La Atalaya se publica en siete idiomas, sin contar la edición en inglés, y el sistema MEPS era el idóneo para la tarea.

La mejora en la calidad de las publicaciones se hizo evidente. Con respecto a los hermanos que realizaban las labores de impresión, César Castellano, uno de los operarios de la fábrica, comentó: “La mayoría de los betelitas son granjeros, y algunos no tenían ninguna formación técnica. Por eso impresiona ver cómo Jehová, mediante su espíritu, impulsa a los hermanos a realizar tantos trabajos, entre ellos el de impresión”. Los hermanos aprendieron, y los publicadores pudieron recibir revistas cada vez más atrayentes. No obstante, este avance tecnológico en la impresión hizo posible otro logro de mayor importancia, esta vez de índole espiritual.

Alimento espiritual al mismo tiempo

Cuando las revistas para las Filipinas se imprimían en Brooklyn, la información de las revistas en inglés tardaba seis meses o más en salir en las versiones en las lenguas vernáculas filipinas. Aunque la traducción se realizaba en las Filipinas, el ir y venir de borradores y correcciones retrasaba mucho la llegada de las revistas impresas. Se ahorró tiempo con el traslado a las Filipinas del trabajo de impresión de las revistas en la década de 1970, pero la información que contenían todavía iba seis meses por detrás de la edición en inglés. Muchos hermanos pensaban: “¿No sería maravilloso tener las revistas en nuestra lengua al mismo tiempo que en inglés?”. Durante años, eso fue tan solo un sueño.

No obstante, con el nuevo sistema MEPS y los reajustes en los procedimientos de producción, lo que antes solo era un sueño se convirtió en realidad. El Cuerpo Gobernante se dio cuenta del gran efecto unificador que tendría en todo el pueblo de Jehová el hecho de estudiar la misma información al mismo tiempo. Por fin se logró este objetivo, y en enero de 1986, las ediciones de La Atalaya en cebuano, hiligaynon, iloko y tagalo estaban publicándose simultáneamente con la edición en inglés. En poco tiempo, otros idiomas se sumaron a la lista. Fue toda una sorpresa cuando, durante las asambleas de 1988, se presentó en inglés y en tres idiomas vernáculos el libro Apocalipsis... ¡se acerca su magnífica culminación! Los hermanos estaban gozosos, no solo por las publicaciones de mayor calidad que ofrecían a las personas interesadas, sino por beneficiarse de forma simultánea del mismo programa de alimentación espiritual que la mayoría de sus hermanos de todo el mundo.

Estas mejoras en las publicaciones se produjeron en un período turbulento para algunas regiones del país. Las publicaciones subrayaron la continua necesidad de hacer de Jehová su plaza fuerte.

Refriegas entre militares y rebeldes

Las actividades de los grupos rebeldes, algunos relacionados con el movimiento comunista, se incrementaron en muchas zonas del país durante los años ochenta. Se hicieron muy habituales las escaramuzas entre tropas del gobierno y las fuerzas subversivas. A menudo, estas contiendas ponían a prueba la confianza de los hermanos en Jehová.

En el territorio de una congregación formada por 62 publicadores, los hermanos se encontraron una mañana al despertar con que los militares y los rebeldes estaban tomando posiciones para combatir. Las casas de los hermanos se encontraban justo en el medio. Un anciano fue a hablar con las fuerzas rebeldes, y otro se dirigió a las tropas del gobierno. Aludiendo al gran número de civiles a los que afectaría, les pidieron que no lucharan allí, pero ambos bandos ignoraron la petición. Así que, incapaces de huir, los Testigos se reunieron en el Salón del Reino. Un anciano hizo una oración bastante larga y en voz lo suficientemente alta como para que la oyeran las tropas del gobierno que estaban fuera. Al abrir los ojos, descubrieron que ambos grupos se habían trasladado a otro lugar. El enfrentamiento no se produjo. Estos hermanos estaban convencidos de que Jehová los había protegido.

Dionisio Carpentero ha servido de superintendente viajante junto con su esposa por más de dieciséis años. Todavía recuerda lo que pasó durante su primer año en la obra de circuito, en la provincia de Negros Oriental, en el sur de la zona central de las Filipinas: “Estábamos visitando la congregación de Linantuyan. El miércoles habían acudido al servicio del campo cuarenta publicadores, así que estábamos muy animados. Sin embargo, no sabíamos que las fuerzas rebeldes vigilaban todos nuestros movimientos. Su guarida estaba próxima al Salón del Reino. A las cuatro de la tarde, cuatro rebeldes fueron a donde nos alojábamos para saber quiénes éramos. Un anciano les explicó que yo era un superintendente de circuito que visitaba su congregación cada seis meses”.

Por lo visto, estos hombres, que sospechaban que Dionisio era un militar, no quedaron satisfechos con la explicación y exigieron al anciano que lo sacara fuera para matarlo. Cuando el anciano les contestó que primero tendrían que matarlo a él, se marcharon.

Dionisio sigue contando: “Los ladridos de los perros durante toda la noche delataban la presencia de los rebeldes. Esa noche oramos cuatro veces pidiendo la guía de Jehová. Luego, a pesar de estar en la estación seca, comenzó a llover copiosamente, y los hombres que nos esperaban para matarnos se fueron”.

Tras la reunión del domingo, Dionisio comunicó a los ancianos que él y su esposa partirían hacia la siguiente congregación. Sin embargo, esto requería pasar al lado de la guarida de los rebeldes. “Uno de los hombres estaba mirando por la ventana —cuenta Dionisio—. Incluso le dijimos que nos marchábamos; pero, a las ocho de la noche, los rebeldes fueron al Salón del Reino y preguntaron por nosotros. El anciano les informó que ya nos habíamos marchado y que incluso habíamos pasado por delante de su guarida. Asombrosamente, no nos habían visto. Esta experiencia nos enseñó a confiar en Jehová y a ser valientes al enfrentarnos a las pruebas.” Dionisio y su esposa continúan con gozo en su ministerio.

Este tipo de conflictos a veces dificulta la predicación. Estar en el lugar y en el momento equivocados puede significar encontrarse en medio del fuego cruzado. Aun así, se han dado casos en los que una u otra facción han avisado a los hermanos de refriegas inminentes. Cuando esto ocurre, se van a predicar a un lugar más tranquilo hasta que cesen los combates. Así pues, la obra de dar a conocer el Reino sigue adelante y los hermanos han aprendido a apoyarse en Jehová.

Pruebas de neutralidad

Jesús dijo de sus apóstoles: “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo” (Juan 17:14). Al igual que en los demás países, los testigos de Jehová de las Filipinas se han mantenido al margen de la política y los conflictos militares de este mundo. Ellos no ‘han tomado la espada’, sino que han dejado a un lado las armas y han andado en las sendas de la paz, tal como enseña Jehová (Mat. 26:52; Isa. 2:4). Su postura neutral es bien conocida en todas las Filipinas, y los partidarios de uno y otro bando reconocen que los testigos de Jehová no son una amenaza para ellos. Sin embargo, ha habido ocasiones en las que los siervos de Jehová han tenido que demostrar claramente cuál es su postura, y eso los ha protegido.

Wilfredo Arellano es un superintendente viajante que posee una amplia experiencia de servicio en una gran variedad de territorios, algunos más pacíficos que otros. En 1988 visitó una congregación en el sur de la zona central del país, donde los hermanos habían resistido firmemente las presiones de los subversivos para que se unieran a la rebelión contra el gobierno.

“Durante mi visita —relata Wilfredo—, las tropas gubernamentales estaban muy activas en el territorio de la congregación. Querían organizar a los vecinos en una milicia para combatir a los rebeldes. En el transcurso de una reunión con los representantes del gobierno, los hermanos tuvieron oportunidad de explicar por qué no se unirían a ninguno de los dos bandos. Aunque algunos vecinos se opusieron a nuestra postura, los portavoces del gobierno nos respetaron.”

Wilfredo cuenta lo que sucedió a continuación: “Cierto hermano que volvía a su granja después de la reunión se encontró con un grupo de hombres fuertemente armados que llevaban a dos prisioneros con los ojos vendados. Le preguntaron si había asistido a la reunión organizada por el gobierno, y él respondió afirmativamente. Entonces quisieron saber si se había unido a la milicia, a lo que él respondió que no y les expuso su postura neutral. Como resultado, dejaron que siguiera su camino a casa. A los pocos minutos, este hermano oyó dos tiros y comprendió que habían ejecutado a los dos prisioneros”.

Durante la década de los setenta y a principios de los ochenta, la ley filipina obligaba a todos los ciudadanos a votar, y se encarcelaba a quienes no lo hacían. Este hecho dio a los siervos de Jehová la oportunidad de demostrar su lealtad a Dios. Al igual que sus hermanos cristianos por toda la Tierra, los testigos de Jehová de las Filipinas se han mantenido neutrales en cuestiones políticas, sin ser “parte del mundo” (Juan 17:16).

Con motivo del cambio de gobierno que se produjo en 1986, se revisó la Constitución nacional y se eliminó la obligatoriedad del voto. Esta medida alivió la situación de los hermanos. Sin embargo, a muchos les esperaban otras pruebas, sobre todo a los de edad escolar.

‘No aprenderán más la guerra’

Irene García se crió en la provincia de Pampanga, en el centro de Luzón, y tuvo que enfrentarse a lo que todavía hoy supone una prueba para muchos jóvenes: la instrucción militar obligatoria en la escuela secundaria. Los estudiantes testigos de Jehová se han resuelto individualmente a no participar en una clase en la que se les enseña a combatir. Lo primero que hizo Irene fue pedirle a Jehová su ayuda. Luego, teniendo presente el ejemplo de los tres jóvenes hebreos fieles de tiempos del profeta Daniel, fue a hablar personalmente con el oficial encargado de la instrucción militar para solicitar que se la eximiese de tal adiestramiento (Dan., cap. 3). Aunque él no comprendía por completo su postura, le agradeció la explicación. Sin embargo, le advirtió que si no asistía, sus notas se verían afectadas. “Está bien, procuraré esforzarme más en el resto de las asignaturas”, respondió Irene. Así pues, se le asignó otra tarea en lugar de esa clase. “Como consecuencia —explica ella misma—, otros jóvenes Testigos no tuvieron ningún problema al solicitar la exención, y yo conseguí graduarme de todos modos entre los diez mejores alumnos.”

No todos los instructores militares admiten las exenciones, y algunos han puesto trabas a que estos estudiantes puedan graduarse. Aun así, aferrarse a los principios de Jehová ha enseñado a miles de jóvenes una importante lección: adoptar una postura firme a favor del Reino de Dios y mantener la neutralidad en este sistema de cosas nos granjea la protección y la bendición de Jehová (Pro. 29:25).

Aumenta el número de asambleas de distrito

Concentrémonos ahora en las reuniones de carácter espiritual de los siervos de Jehová, las cuales siempre constituyen ocasiones gozosas. Como antes de la II Guerra Mundial había pocos Testigos en el país, no se celebraron asambleas grandes hasta después de la guerra. Sin embargo, se tomaron medidas para animar a los hermanos a reunirse. De hecho, en el 1941 Yearbook (Anuario 1941) se informaba de una asamblea celebrada en Manila en marzo de 1940.

¿Recuerda que los japoneses habían detenido a Joseph dos Santos? Pues bien, a principios de 1945, las fuerzas norteamericanas lo liberaron. Él estaba profundamente interesado por la salud espiritual de los hermanos, muchos de los cuales eran nuevos, de modo que se hicieron preparativos para que supieran cómo enseñar eficazmente las verdades bíblicas dirigiendo estudios en los hogares de las personas. Un medio para lograr este objetivo fue la asamblea nacional que tuvo lugar a finales de 1945 en Lingayen, en la provincia de Pangasinán. La asistencia de aproximadamente cuatro mil personas demuestra el gran interés que existía por aquel entonces. ¡Qué gozosa ocasión, ya acabada la guerra!

A partir de ese momento, la asistencia a las asambleas creció de forma constante, lo mismo que el número de publicadores. En diecisiete años, aquellos primeros 4.000 se convirtieron en 39.652. Además, no se celebraron asambleas en un único lugar, sino en siete distintos. Al cabo de otros quince años (1977) se sobrepasaron los 100.000 asistentes en las veinte asambleas de distrito que se celebraron por todo el país. Ocho años después se superaron los 200.000 asistentes, y en 1997, los 300.000. Para el año 2002 se programó el mayor número de asambleas de distrito celebradas hasta entonces: 63. Viajar de una isla a otra puede ser difícil, y a veces resulta caro. Por tanto, tener muchas asambleas en distintos lugares las acerca a los hermanos, de modo que les es más fácil asistir y beneficiarse de estos banquetes espirituales.

Jehová bendice los esfuerzos por asistir

No siempre ha sido fácil asistir a las asambleas. En 1947, unos hermanos del norte del país bajaron el río Abra en dos balsas hasta la ciudad costera de Vigan, en la que se celebraba la asamblea de circuito. Al llegar a la desembocadura del río, desmontaron las balsas y vendieron la madera, y con ese dinero compraron los billetes del autobús que los llevaría de vuelta a las montañas al finalizar la asamblea. Llegaron cargados con haces de leña, grandes sacos de arroz y esterillas para dormir, acompañados de muchos hijos y con afables sonrisas que fueron creciendo según avanzaba el programa de la asamblea. Con arroz, leña, un brasero viejo y una esterilla para dormir satisficieron todas sus necesidades materiales.

En 1983, unos hermanos de la congregación de Caburan, en la provincia meridional de Davao del Sur, caminaron tres días por las montañas para llegar a la terminal de una lancha motora que, tras otro día de viaje, los dejó en la ciudad en que se celebraría la asamblea. Para ellos, el esfuerzo y los gastos del viaje valieron la pena con tal de disfrutar de la gozosa compañía de otros cristianos durante la Asamblea de Distrito “Unidad del Reino”.

En 1989, un matrimonio con dos hijos, uno de dos años y otro de cuatro, recorrió 70 kilómetros desde la ciudad de El Nido (Palawan) para asistir a una asamblea de circuito. Les llevó dos días atravesar una jungla con pocos senderos marcados. Además, mientras caminaban tenían que arrancarse las sanguijuelas del cuerpo. Y por si fuera poco, llovió sin parar los dos días. Había que cruzar muchos arroyos y ríos, pero no había puentes. A pesar de todas las dificultades, la familia logró llegar. ¡Y cuánto disfrutó de estar allí con los hermanos!

En otras regiones, la escasez de recursos dificulta que las familias consigan el dinero necesario para asistir a las asambleas. Ramón Rodríguez se encaró a este problema en 1984. Ramón es un pescador que vive con su familia en la isla de Polillo, cerca de la costa este de Luzón. Apenas quedaba una semana para la asamblea, y solo había reunido el dinero suficiente para que uno de los siete miembros de su familia pudiera asistir. Después de orar a Jehová, él y su hijo de doce años salieron a pescar. Remaron mar adentro y echaron las redes, pero no pescaron nada. Al rato, el hijo insistió en intentarlo más cerca de casa. Allí volvieron a probar. Ramón cuenta: “No nos lo imaginábamos, pero cuando tiramos de las redes llenas de peces, había tantos que llenaron el bote”. ¡Habían pescado más de 500 kilos! Con la venta reunieron más dinero del necesario para que toda la familia Rodríguez asistiera a la asamblea.

La noche siguiente, otros hermanos que también querían ir a la asamblea echaron las redes en el mismo lugar y capturaron otros 100 kilos de pescado. Ramón añade: “Unos pescadores que no eran Testigos y echaron las redes al mismo tiempo quedaron asombrados, pues no pescaron ni un solo pez. Después comentaban entre ellos: ‘Su Dios los bendice porque van a la asamblea’”. Las familias filipinas de Testigos han comprobado vez tras vez que poner los asuntos espirituales en primer lugar en la vida y actuar en armonía con sus oraciones redunda en gozo y en la bendición de Jehová.

Asambleas de distrito sobresalientes

Los siervos de Jehová de todo el mundo recuerdan con cariño pasadas asambleas de distrito, y los hermanos filipinos no son una excepción. Aunque todos los programas de las asambleas son valiosos, algunos revisten un carácter especial y dejan una impresión más profunda en la mente y el corazón. A veces son asambleas internacionales o, quizás, asambleas con misioneros que vuelven a su país de origen y relatan sus experiencias a los asistentes.

Como ya mencionamos, bastantes hermanos y hermanas de las Filipinas son misioneros en otros países e islas de Asia. En varias ocasiones, los Testigos de todo el mundo han donado fondos para que los misioneros asistan a asambleas en su país de origen. Los misioneros filipinos también se han beneficiado de esta amorosa provisión. En 1983, 1988, 1993 y 1998, muchos volvieron a las Filipinas para disfrutar de las asambleas en compañía de sus familiares y amigos. Los informes indican que en 1988 estaban presentes en las asambleas filipinas 54 misioneros que servían en doce países, con una media de veinticuatro años en el servicio de tiempo completo. Todos los presentes disfrutaron muchísimo con sus comentarios y con las experiencias que narraron durante el programa.

Otros recuerdan las asambleas debido a algún suceso notable o a la determinación de los hermanos de celebrarlas a pesar de los inconvenientes. Por citar un ejemplo, en 1986, un tifón con vientos de 150 kilómetros por hora azotó Surigao, en Mindanao, justo antes de la Asamblea de Distrito “Paz Divina” que allí iba a celebrarse. El techo del estadio sufrió muchos daños. Se interrumpió el suministro eléctrico en toda la ciudad y no se reanudó sino hasta después de la asamblea. El agua se tenía que ir a buscar a seis kilómetros de distancia. Pese a todo, los Testigos se reunieron. Rescataron lo que quedó de la plataforma y la montaron en un pabellón de gimnasia contiguo al estadio, y también alquilaron un generador para encender algunas luces, el equipo de sonido y un refrigerador para la cafetería. Aunque se esperaba una asistencia de 5.000 personas, un máximo de 9.932 asistentes disfrutaron de la asamblea. ¡Desde luego, no eran cristianos de conveniencia!

Las asambleas internacionales nos traen recuerdos especialmente gratos. El Cuerpo Gobernante hizo preparativos para que tanto en 1991 como en 1993 se celebraran asambleas internacionales en Manila. Los asistentes dejaron una profunda impresión en la ciudad, y la ocasión supuso un maravilloso intercambio de estímulo para los hermanos filipinos, la mayoría sin medios para viajar y visitar otros países (Rom. 1:12). Los asambleístas extranjeros quedaron encantados con la cálida y amistosa hospitalidad que les demostraron estos hermanos. Un matrimonio de Estados Unidos escribió: “Muchísimas gracias por su calurosa bienvenida. Nos recibieron a todos con los brazos abiertos y nos colmaron de muestras de cariño”.

Para las asambleas de 1993 se utilizaron tres estadios de Manila, y cada vez que un miembro del Cuerpo Gobernante discursaba, se conectaban vía telefónica. A los concurrentes los embargó la emoción cuando se presentó la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en tagalo. Una hermana joven dijo: “Rebosaba de gozo. Estaba deseando que llegara el día en que pudiera tener la Traducción del Nuevo Mundo en tagalo. ¡Qué sorpresa tan maravillosa!”.

En 1998 se invirtieron los papeles. Por primera vez desde 1958 se invitó a las Filipinas a enviar representantes a otros países: 107 asistieron a una asamblea internacional celebrada en la costa occidental de Estados Unidos, y otros 35, a otra que tuvo lugar en el mes de septiembre en Corea. Este tipo de asambleas han desempeñado un importante papel en la educación y unificación del pueblo de Jehová y en ayudar a todos a hacer de Jehová su plaza fuerte.

Centrémonos ahora en el ministerio del campo. ¿Cómo se ha llevado a cabo esta labor en un país con tantos idiomas?

Se predican las buenas nuevas en muchos idiomas diferentes

Como ya mencionamos, a la gente le resulta más fácil aprender la verdad en su lengua materna. Esto representa un desafío en las Filipinas a causa de la gran cantidad de idiomas que se hablan. Con todo, los testigos de Jehová se han esforzado por cubrir las necesidades de la gente predicándoles en su propia lengua y preparando publicaciones bíblicas en distintos idiomas.

Lo habitual es que la gente reciba testimonio de hermanos que hablan su mismo idioma. Ahora bien, en los casos en que son pocos los Testigos que conocen cierto lenguaje, algunos publicadores y precursores celosos han procurado aprenderlo. Así han imitado al apóstol Pablo, quien se hizo “toda cosa a gente de toda clase” (1 Cor. 9:22).

Aunque las Filipinas ocupan el cuarto lugar en cuanto a número de habitantes entre los países en que oficialmente se habla el inglés, este no es el primer idioma de la mayoría de la población. Puesto que no todos lo leen, es esencial disponer de publicaciones bíblicas en varias lenguas filipinas. A lo largo de los años, los testigos de Jehová han editado obras en por lo menos diecisiete de ellas. En algunas solo se han impreso uno o dos folletos; este es el caso del tausug, idioma de la población islámica del sur del país, y del ibanag, hablado por un pequeño grupo étnico cerca del extremo norte. No obstante, la mayoría de los filipinos comprende y habla sin dificultad alguna de las siete lenguas más importantes en las que La Atalaya se traduce e imprime. Por tanto, en los Salones del Reino y en las asambleas se presentan los programas de alimento espiritual en estos idiomas.

En los últimos años, el gobierno ha promovido el uso del pilipino, que básicamente es el mismo que el tagalo. Los efectos de esta medida se han hecho patentes en una generación. El uso del pilipino en el habla y la literatura ha aumentado de forma considerable, sin que apenas se hayan percibido cambios o reducción en el empleo del resto de los idiomas. Esto puede observarse en la cantidad de ejemplares de La Atalaya impresos. En 1980, la tirada de cada número de la edición en tagalo era de 29.667. Para el año 2000, esta cifra se había cuadruplicado, alcanzando los 125.100 ejemplares. Al mismo tiempo, casi no hubo cambio en la edición en inglés y se notó un leve aumento en las demás lenguas filipinas en que se edita.

La familia Betel apoya el ministerio del campo

La sucursal de los testigos de Jehová se halla en Quezón City, una de las ciudades que componen el conglomerado urbano llamado Metro Manila, y en ella sirven unos trescientos ochenta ministros de tiempo completo. Un equipo de 69 hermanos colabora en la labor de traducción y corrección de las publicaciones en lenguas vernáculas. Parte de este equipo se encargó de la reciente traducción de las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo en tres idiomas: cebuano, iloko y tagalo. Desde que en 1993 se presentaron las Escrituras Griegas de esta versión, los hermanos ansiaban la edición completa. No es de extrañar que acogieran con inmensa alegría la presentación de la Traducción del Nuevo Mundo en tagalo en la asamblea de distrito que tuvo lugar a finales del año 2000. Enseguida le siguieron las ediciones en cebuano e iloko, de modo que ahora cientos de miles de personas se pueden beneficiar de esta traducción clara, exacta y coherente de las Santas Escrituras.

Los miembros de la familia Betel filipina poseen diversos antecedentes culturales y hablan veintiocho diferentes idiomas y dialectos. Por eso, muchos están cualificados para traducir publicaciones bíblicas. Sin embargo, la traducción es solo una faceta del trabajo que se efectúa en Betel.

Los voluntarios que sirven en Betel realizan diversas tareas que contribuyen a la importantísima obra de predicación. Algunos hermanos imprimen revistas y otras publicaciones. Otros se encargan de transportarlas a varios lugares de la provincia de Luzón. Bastantes llevan a cabo tareas de apoyo en el propio hogar Betel, como cocinar, limpiar o mantener el equipo. Y aun otros están asignados al Departamento de Servicio, donde se recibe y se envía correspondencia en numerosos idiomas para ayudar a las congregaciones, los superintendentes viajantes y los siervos de tiempo completo que predican en el territorio. ¡Imagínese la cantidad de correspondencia que se intercambia con las 3.500 congregaciones de todo el archipiélago!

Desde que se estableció la primera sucursal en 1934 hasta mediados de la década de 1970, las actividades estuvieron bajo la supervisión de un siervo, o superintendente, de sucursal. Cuando Joseph dos Santos regresó a Hawai, Earl Stewart, misionero de Canadá, ejerció este cargo durante trece años. Después de él, otros dos hermanos desempeñaron esta labor por breves períodos. En 1966, Denton Hopkinson, que había llegado en 1954, fue nombrado superintendente de sucursal. Este hermano cumplió fielmente con su cometido durante diez años, hasta que la organización de Jehová decidió instituir un nuevo sistema en la supervisión de las sucursales de todo el mundo.

En febrero de 1976, siguiendo las instrucciones dirigidas a todas las sucursales, la superintendencia dejó de recaer en un solo hombre y pasó a ser responsabilidad de un Comité de Sucursal. Bajo la supervisión del Cuerpo Gobernante, este grupo de hombres capacitados se encargaría de tomar decisiones concernientes al trabajo en el ministerio del campo y en la sucursal. Al principio, el Comité de Sucursal de las Filipinas se compuso de cinco miembros. Como la mayoría de estos primeros miembros eran misioneros extranjeros, más adelante se vio prudente aumentar la representación de hermanos filipinos. Así que, por algún tiempo, los integrantes del comité fueron siete.

Las ventajas de contar con un Comité de Sucursal se notaron rápidamente, como señala Denton Hopkinson, ahora coordinador de dicho comité: “Mirando al pasado, me doy cuenta de lo sabio y oportuno que fue este cambio. La cantidad de trabajo y la envergadura de la organización hacían imposible que una sola persona se ocupara de todo. Ahora la carga de responsabilidad está mejor distribuida”.

Como señala Proverbios 15:22, “en la multitud de consejeros hay logro”. El Comité de Sucursal de las Filipinas aplica este principio, consciente de que consultar con otros constituye una fuente inestimable de sabiduría. Desde que el hermano Hopkinson fue nombrado superintendente de sucursal, el número de betelitas se ha multiplicado por diez, al igual que el trabajo. En la actualidad, el Comité de Sucursal está compuesto por cinco siervos de Jehová de mucha experiencia, con una media de más de cincuenta años en el servicio de tiempo completo. No cabe duda de que toda esa experiencia combinada ha aportado mucho al enérgico progreso de la obra que bajo la guía de Jehová se ha producido en el entero archipiélago. Tanto el Comité de Sucursal como toda la familia Betel consideran un enorme privilegio apoyar esta obra.

Se lleva la verdad a “hombres de toda clase”

Llevar a cabo la obra de predicar armoniza con el deseo de Dios de que “hombres de toda clase se salven y lleguen a un conocimiento exacto de la verdad” (1 Tim. 2:4). ¿A qué ‘clases’ de personas han ayudado los proclamadores celosos en todo el territorio de las Filipinas?

Marlon era de la clase de personas que siempre está metida en problemas. En su pueblo era conocido por ser un hombre con muchos vicios: tabaco, borracheras, drogas y malas compañías. Su madre se interesó en el mensaje del Reino cuando los Testigos la visitaron. A fin de dirigirle el estudio, unos precursores recorrían caminos polvorientos y enlodados. Al principio, Marlon no demostró ningún interés en estudiar, sino que se limitaba a pasar por allí de vez en cuando. Aun así, aquellos hermanos se interesaron por él. Con el tiempo, no solo comenzó a estudiar, sino que incluso se cortó la melena —que le llegaba hasta la cintura— para asistir a su primera reunión en el Salón del Reino. Progresó rápidamente, y los cambios que hizo en su vida sorprendieron a los vecinos. En la actualidad, Marlon sirve de precursor y dedica mucho tiempo a llevar el mensaje a otras personas. ¿Qué lo motivó a aceptar la verdad? Él reconoce que la perseverancia con que los precursores acudían a dirigirle el estudio a su madre fue lo que lo convenció de que tenían la verdad.

Puede que algunos no parezcan de la clase de personas que se inclinan a aceptar la verdad. Sin embargo, los proclamadores de las buenas nuevas no prejuzgan a la gente sin darle la oportunidad de oír el mensaje. Cierto día, una precursora especial dio testimonio en una casa de la pequeña isla de Marinduque. Al terminar, preguntó si allí vivía alguien más. Le dijeron que había una familia en el piso de arriba, pero le advirtieron: “No se moleste en subir; él es una persona violenta y se enfurece con facilidad”. Sin embargo, la precursora consideró que aquel hombre merecía la oportunidad de escuchar el mensaje del Reino. Cuando subió, se encontró con un señor que parecía estar esperándola. Con una sonrisa le ofreció un estudio bíblico gratuito en su hogar, y le sorprendió que el hombre, llamado Carlos, aceptara encantado. Así que se inició un estudio bíblico con él y su esposa.

En la segunda visita, Carlos le confesó que tanto él como su esposa tenían problemas tan graves, que incluso habían intentado suicidarse. Cuando la precursora estaba predicando en el piso de abajo, Carlos había pegado la oreja al suelo y había escuchado cómo trataban de disuadirla de subir las escaleras. Al oír eso, le había pedido a Dios que nuestra hermana no hiciera caso y subiera, puesto que quizás ella fuera la respuesta a su petición de lograr paz mental. El estudio de la Biblia les proporcionó dicha paz. Ambos se bautizaron al mismo tiempo, y la esposa de Carlos sirve en la actualidad de precursora regular.

Otro hombre, Víctor, que conocía tanto el budismo como el catolicismo, empezó a preguntarse por qué existían tantas religiones en el mundo y se puso a buscar la verdad personalmente. Después de investigar el islam, el hinduismo, el sintoísmo, el confucianismo, la teoría de la evolución y otras filosofías, vio que ninguna le satisfacía. Durante su búsqueda descubrió que solo la Biblia contiene profecías exactas. Por lo tanto, se centró en ella. Tras examinar las Escrituras, él y su novia, Maribel, llegaron por sí mismos a la conclusión de que la Trinidad, el infierno y el purgatorio son doctrinas falsas. Aun así, les parecía que les faltaba algo.

Algún tiempo después de casarse con Maribel, Víctor conversó con un Testigo y se enteró de la necesidad de utilizar el nombre de Dios. Tras comprobarlo en su Biblia, Víctor comenzó de inmediato a emplear el nombre de Jehová en sus oraciones. No tardó en asistir a las reuniones en el Salón del Reino, y su progreso espiritual fue rápido. Tanto él como Maribel se bautizaron en mayo de 1989, y ahora él anima a las congregaciones en calidad de superintendente viajante.

Los precursores han ayudado a personas que se encontraban en todo tipo de circunstancias. Primitiva Lacasandile, precursora especial en la región del sur de Luzón, inició un estudio bíblico en un pueblo con una pareja de escasos recursos que tenía dos niños. Cierto día en que Primitiva llegó para dirigir el estudio, se sobresaltó al ver al mayor de los niños colgado dentro de un saco y llorando. Primitiva recuerda: “La madre empuñaba un cuchillo y estaba a punto de matarlo. La detuve y le pregunté por qué iba a hacer aquello. Ella me respondió que a causa de sus penurias económicas”. Primitiva le expuso las pautas bíblicas para resolver el problema, y gracias a eso se salvó la vida del niño. La pareja prosiguió el estudio bíblico y comenzó a acudir a las reuniones, a pesar de que tenían que caminar ocho kilómetros para llegar al lugar donde se congregaban. Ambos progresaron y se bautizaron, y ahora él es anciano de la congregación. Primitiva relata: “En la actualidad, el chico que estuvo a punto de morir es precursor regular. La obra que Jehová encomendó a sus siervos realmente salva vidas, tanto ahora como en el futuro”.

Servicio en lugares de mayor necesidad

Todavía hay muchas zonas con pocos proclamadores del Reino, de modo que precursores y publicadores se han ofrecido para ir a estos lugares. Pascual y María Tatoy, quienes servían de precursores regulares, acompañaron al precursor especial Angelito Balboa para predicar en el territorio de la isla Coron, situada en el lado oeste de las Filipinas. A fin de ganarse la vida, Pascual iba a pescar con otro hermano y María preparaba tortas de arroz para venderlas.

Cuando el superintendente de circuito los visitó, les señaló la necesidad existente en otra isla, la de Culion. En ese lugar había un hospital de leprosos y tan solo cuatro publicadores. El superintendente invitó a los Tatoy a mudarse allí. Pascual y María aceptaron, y Jehová ha bendecido sus esfuerzos, pues los cuatro publicadores de Culion ya se han convertido en dos congregaciones.

A mediados de la década de los setenta, grandes cantidades de personas huyeron de Vietnam en botes. Muchas de ellas acabaron en las Filipinas, donde durante unos veinte años hubo campos de refugiados. En la isla de Palawan había uno grande, y varios hermanos filipinos se ofrecieron a llevar la verdad a aquella gente. Desde Estados Unidos llegó para colaborar un hermano que hablaba vietnamita. Algunos refugiados aceptaron la verdad en el campo, mientras que otros, cuando se mudaron a distintos lugares, ya estaban familiarizados con el nombre de Jehová y con Sus Testigos.

En muchas zonas remotas de las Filipinas sirven precursores especiales. Cuando van a predicar a lugares distantes, a menudo se llevan con ellos a otros publicadores y precursores. Norma Balmaceda nos cuenta cómo se trabaja en la montañosa provincia de Ifugao: “Solemos salir el lunes con la cartera llena de publicaciones y con toda la ropa y las provisiones que necesitaremos hasta el sábado por la mañana. El sábado por la tarde regresamos para asistir a nuestras reuniones de congregación”.

Algunas congregaciones organizan expediciones de predicación, en especial cuando hace buen tiempo. Les puede llevar varios días o una semana ir a los territorios del interior. Nicanor Evangelista, quien en la actualidad sirve en Betel, recuerda cuando él lo hacía: “La costumbre entre los filipinos de las zonas rurales es que si están interesados te digan: ‘Quédense a dormir en nuestra casa. Pueden cocinar aquí’. A veces, los precursores estudiaban la Biblia con las personas interesadas hasta bien entrada la noche, ya que luego se quedaban a dormir allí mismo”.

Se enseña la verdad a los aetas

En su empeño por dar testimonio a gente de toda clase, los siervos de Jehová han tenido algún contacto con los aetas, también llamados negritos. Se cree que ellos fueron los primeros habitantes de las Filipinas. Su número es relativamente pequeño y no siempre resulta fácil encontrarlos, pues muchos llevan una vida nómada en los bosques que cubren las montañas, cazando o buscando frutos y verduras silvestres. Con menos de metro y medio de estatura, la tez oscura y el cabello rizado, guardan ciertas similitudes con los pigmeos africanos. Algunos se han integrado en la vida urbana, y otros han establecido hogares más permanentes cerca de áreas pobladas. Muchos vivían en las montañas de alrededor del monte Pinatubo, pero la gigantesca erupción los obligó a desplazarse.

Otro grupo de aetas vive en la isla de Panay, en el centro de las Filipinas. Lodibico Eno y su familia son aetas de esta región. Él nos cuenta los cambios que tuvo que hacer para aplicar los principios bíblicos: “Antes tenía muchos vicios: mascaba nuez de areca, fumaba, bebía y jugaba por dinero. También era muy violento. No éramos una familia feliz. Si no hubiera abandonado todos esos vicios, ya estaría muerto. Ahora mi cuerpo está limpio. Mis dientes, que eran rojizos, se han vuelto blancos. Soy anciano de congregación. Todas estas bendiciones las he recibido de Jehová Dios”. Al igual que esta familia aeta, incluso miembros de tribus pequeñas han experimentado la libertad que se deriva de seguir el camino de Jehová (Juan 8:32).

Se otorga libertad a los que no la tienen

Otra clase de personas a las que se ha prestado ayuda son las que están en prisión. Desde los años cincuenta, los testigos de Jehová han puesto especial empeño en visitar a los presos, de modo que han ayudado a una cantidad considerable de ellos a andar en la senda de la verdad.

Cuando era joven, Sofronio Haincadto estuvo involucrado en una rebelión contra el gobierno, debido a lo cual fue arrestado y condenado a seis años de cárcel. Durante su estancia en la prisión New Bilibid de Luzón se dio cuenta de que un recluso no asistía a los servicios religiosos permitidos a los prisioneros. Supo que ese hombre se había hecho testigo de Jehová, lo que condujo a que conversara sobre la Biblia con él casi a diario. Sofronio relata: “Me convencí de que, en realidad, aquello por lo que había luchado no iba a cambiar ni mejorar a la sociedad”. Aprendió que solo el Reino de Dios produciría los cambios que tanto deseaba. Con la ayuda de los hermanos de una congregación cercana, Sofronio progresó espiritualmente y se bautizó en un pozo de la prisión que se utilizaba para regar las plantas.

Una vez cumplida la condena, Sofronio siguió progresando hasta convertirse en precursor regular y, más tarde, en precursor especial. Durante sus años en el servicio de tiempo completo pudo ayudar a unas quince personas a aceptar la verdad. Después de casarse, tuvo seis hijos. Tres son siervos de tiempo completo, y uno de ellos, superintendente de circuito. En 1995, dos de sus hijos asistieron a la Escuela de Entrenamiento Ministerial. La verdad ha otorgado auténtica libertad a Sofronio, a su familia y a todos aquellos a los que ha ayudado.

A los prisioneros de la colonia penal de Iwahig, en la isla de Palawan, les predican precursores especiales, a quienes incluso se les ha permitido construir un pequeño Salón del Reino dentro de la institución. Uno de los internos, condenado por provocar incendios, hurtar y asesinar a varias personas, empezó a estudiar. Lo ayudaron a poner en práctica lo que aprendió en el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra, y su vida cambió por completo.

Tras más de veintitrés años de cárcel, se le notificó su inminente puesta en libertad. Después de tan largo tiempo, este hombre expresó el deseo de estar de nuevo con su familia. Sin embargo, esta sentía tanta vergüenza y le tenía tanto miedo, que le escribió diciendo: “Por favor, no regreses”. No tenían ni idea de los increíbles cambios que la Palabra de Dios había obrado en su vida. Se llevaron una enorme sorpresa cuando este cristiano tranquilo y pacífico volvió a su ciudad natal.

La mayor prisión nacional de mujeres está situada en Mandaluyong (Metro Manila). Durante muchos años, los testigos de Jehová tuvieron un acceso bastante limitado a estas instalaciones. Sin embargo, la situación cambió cuando se trasladó a la prisión a una mujer que ya había estado estudiando la Biblia. La dirección del centro le dijo que se uniera a alguno de los otros grupos religiosos que allí había, pero ella insistió en que la única ayuda espiritual que deseaba era la de los testigos de Jehová. Por consiguiente, los responsables accedieron a que los Testigos visitaran la cárcel una vez a la semana. Desde entonces se han bautizado varias mujeres, y una congregación cercana dirige con regularidad el Estudio de La Atalaya y algunas reuniones más en beneficio de las reclusas que muestran interés.

Ciertamente, el mensaje de la verdad ha otorgado una libertad única a algunos presos. Ellos también son de gran valor para Jehová, y los siervos de Dios están encantados de contribuir a su progreso espiritual.

Siervos de muchos años siguen adelante

Un proverbio bíblico dice: “La canicie es corona de hermosura cuando se halla en el camino de la justicia” (Pro. 16:31). Sí, realmente es hermoso ver a los que han hecho del gozo de Jehová su plaza fuerte durante tantos años.

Antes de la II Guerra Mundial, la organización teocrática de las Filipinas era pequeña. Hay muy pocos cuya trayectoria de servicio se remonte hasta aquel entonces. Por eso resulta tan animador conocer a Leodegario Barlaan, quien ha estado en el servicio de tiempo completo desde 1938. A pesar de los malos tratos que sufrieron en la guerra a manos de los japoneses, sus compañeros y él siguieron predicando. En la posguerra continuó en el servicio de tiempo completo junto con su esposa, Natividad, y con el tiempo, se les invitó a colaborar en la obra de superintendente viajante. Más tarde sirvieron de precursores especiales de salud delicada en la provincia de Pangasinán. Natividad murió en el año 2000, pero Leodegario prosigue en esa asignación. Todos se sienten animados por su firme resolución de seguir haciendo lo que siempre ha hecho: predicar.

La actividad de dar testimonio se incrementó velozmente tras la II Guerra Mundial. Muchos de los que aprendieron la verdad en aquel entonces todavía hoy continúan su servicio. Un ejemplo de esto es Pacífico Pantas, quien durante la guerra leía las publicaciones bíblicas de sus vecinos Testigos. “Comencé a asistir a las reuniones —recuerda—. Después solicité el precursorado general (en la actualidad, regular), pero aún no estaba bautizado. Me pidieron que me bautizara, y eso fue lo que hice.” Aquello ocurrió en 1946. Por su condición de precursor, Pacífico recorrió distintas regiones del país. También disfrutó de otros privilegios, como él mismo nos cuenta: “Fui invitado a la clase 16 de Galaad y pude asistir a la asamblea internacional de 1950 en la ciudad de Nueva York. Tras la graduación serví de superintendente de circuito en los estados de Minnesota y Dakota del Norte (EE.UU.), y luego regresé a las Filipinas para servir de superintendente de distrito en la parte del país al sur del río Pasig, nada menos que desde Manila hasta Mindanao”.

En los siguientes años, el hermano Pantas disfrutó de diversas asignaciones en Betel y como superintendente viajante. Luego se casó en 1963. Pacífico y su esposa tuvieron hijos, lo que los obligó a establecerse. Siguieron sirviendo a Jehová como familia, y sus tres hijos han crecido siendo alabadores de Dios. En la actualidad, los tres son ancianos; uno de ellos se ha graduado de la Escuela de Entrenamiento Ministerial y otro sirve en Betel. A pesar de su edad avanzada, el hermano Pantas sigue siendo una fuente de estímulo para la congregación.

Salones apropiados para adorar a Jehová

No fue sino hasta hace poco que los siervos de Jehová de las Filipinas pudieron reunirse en Salones del Reino para adorar a Dios. A lo largo de muchos años, la gran mayoría se congregó en casas de hermanos. Por supuesto, ya en el primer siglo, los cristianos empleaban sus hogares con ese propósito (Rom. 16:5). Sin embargo, el crecimiento de las congregaciones de tiempos modernos ha hecho aconsejable disponer de lugares apropiados para acomodar a una mayor cantidad de personas.

David Ledbetter señala: “A muchos les resultaba muy difícil debido a la falta de recursos económicos. Incluso en una zona populosa como Metro Manila, solo disponíamos de un Salón del Reino construido en un terreno propiedad de la congregación. En el resto de los lugares donde había un salón, la congregación era dueña del edificio, pero no del solar”. Los salarios de los hermanos eran tan bajos, que las congregaciones no podían permitirse comprar la parcela.

Así pues, los hermanos se las arreglaban como podían y con gusto compartían cualquier lugar que tuvieran a su disposición. Por ejemplo, Denton Hopkinson recuerda a Santos Capistrano, un Testigo de Manila que permitió utilizar la planta alta de su casa como Salón del Reino durante cuarenta años. “Tras la muerte de la esposa del hermano Capistrano —nos dice—, sus hijos se mudaron al piso de abajo. El Salón del Reino ocupaba la mayor parte del piso de arriba, y él solo disponía de una pequeña habitación con una cocina a un lado. Podría parecer incómodo, pero él se sentía feliz. Esa era la actitud de los hermanos.”

Finalmente se logró construir Salones del Reino en terrenos adquiridos por las congregaciones. El valor del peso subió, y en la década de los ochenta hubo un ligero aumento de los salarios, lo que hizo viable prestar dinero. En consecuencia, unas cuantas congregaciones consiguieron préstamos.

Entonces, el Cuerpo Gobernante inició un amoroso programa que supuso un gran cambio. En Estados Unidos y Canadá se anunció la creación del Fondo para Salones del Reino, y las Filipinas no tardaron en beneficiarse de contribuciones hechas específicamente para la construcción de salones. Este sistema, que sigue el principio de “que se efectúe una igualación”, hace posible la concesión de préstamos (2 Cor. 8:14, 15). Las cosas comenzaron poco a poco, pero saber que el programa resultaba eficaz en otros lugares animó a cada vez más hermanos a tratar de conseguir un Salón del Reino.

¡Qué cambio ha supuesto esta provisión! Acerca de los préstamos para Salones del Reino, la sucursal informa: “En total, se han construido más de mil doscientos Salones del Reino. Sin lugar a dudas, esto ha tenido efecto en todo el país”. Aunque al principio gran parte de los fondos procedían de otros países, al final los hermanos filipinos han podido sufragar su propio programa. La sucursal señala al respecto: “Ya desde hace varios años, todas las construcciones de Salones del Reino se han financiado con las devoluciones de los créditos y las contribuciones de los hermanos filipinos. Esto demuestra que, incluso en las zonas más deprimidas, la creación de un fondo común produce excelentes resultados”.

En estos momentos, un gran número de congregaciones dispone de Salón del Reino. Existen unas tres mil quinientas congregaciones en todo el país, y todavía hay necesidad de más lugares de reunión. Sin embargo, aproximadamente quinientas de ellas están formadas por menos de quince publicadores y no pueden pagar un crédito. Por eso, en tiempos recientes se las ha animado a fusionarse a fin de que les resulte más fácil conseguir un Salón del Reino.

Reajustes en los puntos de vista sobre los horarios de las reuniones

Algunas congregaciones, tengan o no Salón del Reino, están situadas en zonas remotas. Los hermanos han de caminar dos, cuatro o incluso más horas por un terreno agreste hasta llegar a un lugar de reunión situado en un punto intermedio, de modo que no resulta práctico acudir más de una vez a la semana. Como consecuencia, muchas de estas congregaciones agrupaban todas las reuniones, a excepción del Estudio de Libro de Congregación, en un único día. Los hermanos iban preparados para celebrar cuatro reuniones. Incluso llevaban la comida. De esta forma, solo necesitaban recorrer el largo trayecto una vez a la semana, y el resto de las actividades, como el ministerio del campo, las llevaban a cabo otros días cerca de su propia casa.

En los años ochenta, esta costumbre se extendió a congregaciones no tan lejanas, e incluso a las que se reunían en las ciudades. Quizás las dificultades económicas hayan impelido a algunos a buscar formas de ahorrar. Menos días de reuniones suponen menos viajes, y por tanto, menos gastos. Otros hermanos llegaron a preocuparse en demasía por su propia conveniencia, tal vez dedicando el tiempo libre a actividades personales de tipo educativo o laboral.

Más y más congregaciones comenzaron a celebrar cuatro de las reuniones el mismo día, y algunas incluso las cinco. Ahora bien, esto significaba que las congregaciones filipinas cada vez se apartaban más del procedimiento que seguía la mayoría de los siervos de Jehová de todo el mundo, quienes se reúnen tres días a la semana. Los hermanos se habían desequilibrado un poco a este respecto. Durante la visita del superintendente de zona en 1991 se le habló del asunto, y él, por su parte, lo consultó con el Cuerpo Gobernante, que respondió: “No creemos que sea una buena costumbre a no ser que se den circunstancias atenuantes extremas”. Se transmitió esta información a los hermanos, primero a los de las ciudades y luego a los de zonas rurales.

Se les recalcó que además de ajustarse al sistema de reuniones establecido en todo el mundo, las congregaciones se beneficiaban más en sentido espiritual al celebrar las reuniones por separado en vez de intentar comprimir toda la información en tres horas y media o cuatro. Este horario resultaba más difícil tanto para los niños como para los recién interesados. Es más, si los ancianos solo tenían que prepararse para una o dos reuniones y no para muchas, podrían pronunciar discursos de mayor calidad.

¿Cuál fue la respuesta de las congregaciones a este consejo? La inmensa mayoría respondió favorablemente y de inmediato hizo los reajustes necesarios para reunirse entre semana. En la actualidad, excepto en territorios muy apartados, la generalidad de las congregaciones disfruta todas las semanas de un programa espiritual más equilibrado.

Salones de Asambleas

Por muchos años, las asambleas de circuito se celebraron en pabellones escolares, gimnasios, pistas de carreras u otras instalaciones públicas. A pesar de los inconvenientes, los hermanos agradecían estas oportunidades de disfrutar de gozosa compañía.

Al igual que sucedió con los Salones del Reino, conseguir Salones de Asambleas no fue fácil, pues también en este sentido hubo que superar limitaciones económicas. No obstante, muchos circuitos veían con entusiasmo la perspectiva de ser dueños de sus propios lugares de reunión, lo que ha resultado en la construcción de unos cuantos Salones de Asambleas modestos. Lo habitual es que solo los utilicen uno o dos circuitos, y no un grupo de ellos como sucede en numerosos países. En muchos casos, el terreno había sido donado o adquirido a un precio razonable, en particular en una zona rural. A continuación, los hermanos juntaban las contribuciones y erigían una armazón sencilla: normalmente, un salón abierto por los lados, solo con un techo para dar sombra, un suelo de hormigón, una plataforma y algún tipo de asientos.

En el área de Metro Manila ni eso fue posible al principio, debido a los exorbitantes precios del terreno y a los gastos que suponía levantar una estructura adecuada en la ciudad. Las congregaciones de la zona crearon un fondo con ese propósito, pero la cantidad reunida estaba muy por debajo de lo que se necesitaba siquiera para comprar el terreno. Así que durante los años setenta, ochenta y la mayor parte de los noventa, en Metro Manila continuaron celebrándose las asambleas en escuelas, estadios y lugares similares.

Mientras tanto, el número de congregaciones y circuitos de la región de Metro Manila siguió aumentando, lo que acrecentó la necesidad de un Salón de Asambleas. Se inició la búsqueda de un terreno apropiado. Las congregaciones recibieron cartas en las que se les informaba del privilegio que tenían de colaborar económicamente en el proyecto, y en 1992 se encontraron seis hectáreas de terreno cerca del distrito de Lagro, en el extremo norte de Metro Manila.

Las congregaciones de Metro Manila apoyaron la construcción enviando contribuciones y trabajadores voluntarios, y también se contó con la ayuda de siervos internacionales de varios países. Uno de ellos, Ross Pratt, procedente de Nueva Zelanda, relata: “En marzo de 1997 recibimos la autorización de Brooklyn para comenzar. Los trabajos de preparación del terreno para los edificios fueron inmensos, pues hubo que trasladar 29.000 metros cúbicos de tierra. Había entre cincuenta y sesenta trabajadores permanentes. El Salón de Asambleas se finalizó en noviembre de 1998”. La dedicación se realizó poco después. Puesto que el salón está diseñado para acomodar a 12.000 personas, también puede albergar asambleas de distrito. Los laterales abiertos permiten que la brisa tropical refresque al auditorio mientras escucha el programa. En la actualidad, dieciséis circuitos de Metro Manila y sus alrededores disfrutan regularmente de programas espirituales en este local.

Se amplía el terreno de la sucursal

A medida que se multiplicaba el número de congregaciones y circuitos, aumentaba el trabajo de la sucursal. En 1980 había unos sesenta mil publicadores en el territorio, y en menos de una década, las Filipinas pasaron a engrosar la lista de países que superaban la cifra de 100.000 publicadores. En el mismo período, la familia Betel creció de 102 a 150 miembros. No obstante, ya a principios de los años ochenta, la sucursal se estaba quedando pequeña. Era imprescindible disponer de más alojamiento.

El Cuerpo Gobernante dio instrucciones de que se buscara más terreno. Félix Fajardo relata lo que ocurrió: “Fuimos de casa en casa para averiguar si había en venta alguna propiedad próxima a Betel. Los propietarios filipinos y chinos dijeron que no pensaban vender sus fincas. Uno de ellos afirmó categóricamente: ‘Los chinos no vendemos, sino que compramos. Nunca vendemos’”. Así que, por el momento, parecía que no había nada disponible cerca de la sucursal original.

Se inició la búsqueda de terrenos en otros lugares. De ser necesario, la sucursal se trasladaría a las afueras de la ciudad. En provincias cercanas se encontraron varios terrenos. Un hermano ofreció a un precio razonable una gran finca próxima a San Pedro (Laguna) en la que el Cuerpo Gobernante puso especial interés. Se autorizó la compra de la propiedad y se siguió adelante con la planificación de la construcción de oficinas, un hogar Betel y una fábrica. Con el paso del tiempo, sin embargo, se vio que no era la voluntad de Jehová que se trasladaran allí. No había servicio de teléfono, la carretera estaba en mal estado y era una zona poco segura. Se hizo evidente que aquella no era la mejor localización para la sucursal, así que se convirtió en una granja que contribuiría a abastecer a la familia Betel. Sin embargo, eso no resolvió la falta de espacio en la sucursal.

Un inesperado giro de los acontecimientos pareció indicar cuál era la guía de Jehová. Félix prosigue: “De repente, nuestro vecino más cercano nos dijo: ‘Vendemos nuestra finca de 1.000 metros cuadrados, y deseamos vendérsela a ustedes’. El Cuerpo Gobernante autorizó la compra, y pensamos que el problema estaba resuelto. Sin embargo, cuando sometimos los planes de construcción a la aprobación de la sede mundial, nos respondieron: ‘Convendría seguir buscando más terreno. Necesitan un poco más’.

”Justo después de eso, un médico y un abogado vinieron y nos dijeron: ‘Queremos venderles nuestra propiedad’. Eran otros 1000 metros cuadrados más. A continuación, una señora puso a la venta una hectárea de terreno contigua a Betel, y la compramos a muy buen precio. Entonces creímos que ya teníamos una superficie lo bastante grande. Pero la sede central nos dijo: ‘Busquen un poco más’.”

En ese momento se recibió ayuda de una fuente insospechada: el médico y el abogado a quienes se les había comprado la propiedad fueron a visitar a los demás vecinos y los convencieron de que vendieran sus tierras. Uno a uno acudieron a la sucursal para venderlas. Cuando ya se habían adquirido casi todas las propiedades de los alrededores, se envió otra propuesta a la sede central. De nuevo, la respuesta fue: “Todavía necesitan más terreno”. Los hermanos pensaron: “¿Adónde iremos ahora? Hemos agotado todas las posibilidades de las inmediaciones”.

Más o menos por ese entonces, se recibió una llamada de teléfono relacionada con el terreno del comerciante que antes les había dicho: “Los chinos no vendemos”. ¡Ahora estaba en venta! Félix explica: “El hermano Leach y yo averiguamos que nadie más estaba interesado en él, así que lo conseguimos muy barato. Parecía que la mano de Jehová estaba detrás de lo que ocurría”. Tras añadir otra hectárea a lo que ya tenían, la sede central al fin respondió: “Ahora tienen suficiente para iniciar los planes para la construcción”.

Con el paso del tiempo y los cambios de circunstancias, se hizo patente que la granja de San Pedro ya no era necesaria. Gran parte de los alimentos para la familia Betel podían adquirirse al por mayor a precios más bajos de lo que costaba cultivarlos en la granja, de modo que se optó por venderla. En 1991 ya tenía otro dueño, y el dinero de la venta ayudó a sufragar la construcción de los nuevos edificios de la sucursal.

Se construyen las nuevas instalaciones de la sucursal

La propiedad de la sucursal triplicaba con creces el tamaño del solar original de una hectárea adquirido en 1947. Los planos se diseñaron con la colaboración de la Oficina Regional de Ingeniería de la sucursal japonesa de los testigos de Jehová, y a mediados de 1988 se iniciaron los trabajos de preparación del terreno, que incluyeron el derribo de algunas de las viejas construcciones de madera. Entre los edificios proyectados figuraba uno de once plantas destinado a viviendas y una enorme fábrica de dos plantas, así como un Salón del Reino.

Además de los graduados de Galaad asignados a colaborar en las obras, casi trescientos hermanos y hermanas de unos cinco países acudieron en calidad de siervos internacionales permanentes y voluntarios internacionales temporales. A los vecinos les sorprendió que vinieran a ayudar personas de otros países, y aún se quedaron más impresionados al enterarse de que la mayoría había pagado de su propio bolsillo los gastos del viaje. Los hermanos y hermanas filipinos se sumaron a este ambiente de unidad internacional.

Tal como había ocurrido con la adquisición del terreno, la guía de Jehová se percibía a medida que avanzaba la construcción. Por citar un ejemplo: solo una empresa en todo el país fabricaba las planchas necesarias para el tejado de los edificios... y el pedido de la sucursal tenía el número 301 en la lista de espera de la empresa. Los hermanos solicitaron una cita para hablar directamente con el vicepresidente de la compañía y le explicaron la naturaleza voluntaria de nuestra obra. La junta directiva se reunió, aprobó la solicitud de los hermanos y trasladó el pedido al primer lugar de su lista de producción. Poco después de entregarse los materiales, los trabajadores de la compañía se declararon en huelga.

La multitud de hermanos que participaron en la ampliación de la sucursal manifestaron un excelente espíritu. Cada semana acudían unos seiscientos voluntarios de congregaciones cercanas. De hecho, estos hermanos desempeñaron alrededor de un treinta por ciento del trabajo.

Se mantuvieron elevados niveles de calidad. Puesto que las islas Filipinas están situadas en una región de intensa actividad sísmica, los hermanos que proyectaron la construcción se aseguraron de que el bloque de once plantas pudiera resistir fuertes temblores. Estos edificios de alta calidad contrastaban enormemente con las estructuras anteriores, una de las cuales se había construido allá en la década de 1920. Los inmuebles más antiguos se derribaron para hacer sitio a los nuevos.

Por fin, el 13 de abril de 1991 tuvo lugar la dedicación de la sucursal. John Barr, miembro del Cuerpo Gobernante, pronunció el discurso de dedicación ante un auditorio de 1.718 personas. Se invitó para la ocasión a hermanos y hermanas que habían servido a Jehová por más de cuarenta años y a delegados de diez países. Al día siguiente, 78.501 personas se beneficiaron de un edificante programa espiritual transmitido por vía telefónica a seis sedes distribuidas por todo el archipiélago.

Filipinos que sirven de siervos internacionales

Durante la construcción de la sucursal, los siervos internacionales extranjeros adiestraron a Testigos filipinos. Hubertus Hoefnagels, quien enseñó a otros, comenta al respecto: “Muchos hermanos del país son muy celosos, y ponían en práctica lo que habían aprendido”. El resultado fue que, una vez concluidas las obras en las Filipinas, algunos de ellos pudieron colaborar en calidad de siervos internacionales en la construcción de sucursales en otros países, sobre todo en el sudeste asiático.

Uno de estos hermanos fue Joel Moral, de la provincia de Quezón. En un principio llegó a la obra de ampliación de la sucursal de Manila con la idea de ofrecerse para trabajar una semana. Sin embargo, como se precisaba su ayuda, se le pidió que se quedara. Aunque no tenía mucha experiencia en construcción, aprendió con rapidez de los siervos internacionales extranjeros.

Ya antes de finalizar las obras en las Filipinas, surgió la necesidad de ayudar en la edificación de una nueva sucursal en Tailandia. Joel cuenta: “Sin esperármelo, me invitaron a ir a Tailandia. La experiencia en construcción que adquirí en las Filipinas me sirvió de preparación para la obra internacional”. El hermano Moral colaboró durante más de un año en Tailandia.

Joshua y Sara Espíritu se conocieron cuando ambos participaban en la construcción de la sucursal filipina. Poco después de la dedicación se casaron y se pusieron la meta de servir juntos de siervos internacionales. Al cabo de unos meses se les invitó a cooperar en construcciones en el extranjero. Desde entonces han servido en cinco países: tres de Asia y dos de África. Acerca de lo que fue su experiencia mientras aún estaba en las Filipinas, Joshua señala: “Al trabajar con hermanos de fuera, aprendimos nuevas técnicas que luego podríamos compartir con otros”. Cuando los destinaban a otros países, decían a los hermanos locales: “No siempre vamos a estar aquí. En el futuro, ustedes continuarán el trabajo”. Con relación a su objetivo explica: “No vamos simplemente a trabajar, sino que de veras tratamos de enseñar a los hermanos”.

Naturalmente, viajar a diferentes países requiere flexibilidad. Jerry Ayura, a quien se envió a diversos lugares, entre ellos Tailandia, Samoa y Zimbabue, hace este comentario: “He aprendido que Jehová emplea personas con todo tipo de antecedentes. Si Jehová las ama, nosotros también”. ¡Qué felices se sienten estos hermanos filipinos de haber colaborado en la obra de Jehová a escala internacional!

Los disturbios no detienen la obra

Hacer del gozo de Jehová nuestra plaza fuerte incluye ser leales a él en todo momento, incluso en tiempos difíciles. Los siervos de Jehová de las Filipinas han tenido numerosas oportunidades de demostrar tal lealtad.

Aunque la ley marcial se levantó el 17 de enero de 1981, los disturbios se prolongaron durante toda aquella década. En febrero de 1986 hubo un cambio de gobierno. Sin embargo, el relevo en el poder se realizó de forma relativamente pacífica, de modo que hasta las congregaciones de las regiones donde estalló la revolución, denominada Poder Popular, continuaron celebrando sus reuniones y predicando sin interrupción. Al pasar junto a las multitudes de Poder Popular, los publicadores veían a sacerdotes y monjas instigándolas a la rebelión.

El nuevo gobierno introdujo rápidamente ciertos cambios. Sin embargo, los conflictos no desaparecieron. En los tres primeros años de mandato hubo varios intentos de golpe de estado, algunos de ellos sangrientos. En una ocasión, mientras la sucursal estaba todavía en obras, los trabajadores de la construcción locales y extranjeros se sorprendieron por igual al dirigir su mirada hacia la ciudad y ver soldados renegados bombardeando su propio cuartel. Aunque estas refriegas eran relativamente breves, se hizo necesario recomendar a algunas congregaciones que se reunieran en Salones del Reino de zonas más seguras.

En algunas regiones de Mindanao, los enfrentamientos entre las tropas del gobierno y las fuerzas de la oposición llevan muchos años produciéndose. Sin aflojar el paso en su ministerio, los hermanos de esta región han tenido que actuar con discreción y confiar en Jehová. Renato Dungog, graduado de la Escuela de Entrenamiento Ministerial y en la actualidad superintendente de circuito, servía en una zona donde abundaban los conflictos. En cierta ocasión, mientras esperaba un barco, un soldado le preguntó:

—¿Adónde va?

—Soy un ministro viajante de los testigos de Jehová. Visito a los hermanos dos veces al año para animarlos y salir a predicar con ellos —le explicó Renato.

El soldado contestó: “Dios debe estar de su parte, porque si no, ya lo habrían matado”. Aun a pesar de la agitación política, los hermanos prosiguen su labor con confianza en Jehová, y son muy respetados por ello.

De nuevo ante los tribunales por no saludar la bandera

Los jóvenes también han tenido que probar su lealtad a Dios. El 11 de junio de 1955, el presidente Ramón Magsaysay firmó la Ley de la República núm. 1265, la cual exigía que todos los niños de escuelas públicas y privadas saludaran la bandera filipina. Los hijos de testigos de Jehová siguieron los dictados de su conciencia, al igual que los jóvenes Testigos por todo el mundo (Éxo. 20:4, 5). Aunque respetan el emblema nacional, su conciencia no les permite participar en lo que consideran actos religiosos de adoración a un objeto. En 1959 se llevó ante el Tribunal Supremo de las Filipinas el caso de la familia Gerona, cuyos hijos fueron expulsados de la escuela en Masbate por no saludar la bandera. El tribunal, sin embargo, no respetó la postura religiosa de los testigos de Jehová, sino que alegó que la bandera “no es una imagen” y que “carece de cualquier significado religioso”. De esta forma, el tribunal se atribuyó el derecho de establecer lo que es o no es religioso.

Naturalmente, este veredicto no modificó las creencias de los testigos de Jehová. Los hermanos han defendido con firmeza los principios bíblicos, y aunque esta decisión del tribunal causó algunas dificultades, no fueron tan graves como podría haberse esperado.

El saludo a la bandera no volvió a ser asunto de debate hasta que el fallo del tribunal se incorporó al Código Administrativo de 1987. Después de eso, en 1990, varios hijos de testigos de Jehová de la zona de Cebú fueron expulsados de la escuela. Un supervisor escolar se había resuelto a hacer cumplir esa norma, de modo que se sucedieron las expulsiones.

Los medios de comunicación se hicieron eco de la situación, y una comisión de derechos humanos se interesó en estos niños a quienes se les negaba la educación. El clima parecía muy distinto del que había en 1959. ¿Sería aquel el momento de Jehová para que este asunto se debatiera de nuevo? Ernesto Morales, anciano por ese entonces en Cebú, recuerda: “Editores, periodistas, educadores y otros muchos nos animaban a llevar el caso a los tribunales”. Se consultó a los departamentos legales de la sucursal y de la sede mundial, y se decidió recurrir a la vía judicial.

No obstante, tanto el tribunal de primera instancia como el tribunal de apelación dictaron fallos adversos, pues no quisieron ir en contra de la decisión que el Tribunal Supremo había tomado en 1959 sobre el caso Gerona. La única forma de resolver la cuestión sería presentando de nuevo el asunto ante el Supremo. ¿Estarían dispuestos a ver el caso? La respuesta fue afirmativa. Felino Ganal, abogado Testigo, se encargó de la presentación del caso ante la más alta institución judicial, la cual dictó a los pocos días el mandamiento de que todos los niños expulsados fueran readmitidos en las escuelas a la espera de que se tomase una decisión sobre el caso.

Ambas partes expusieron sus argumentos. Tras cuidadosa reflexión, el Tribunal Supremo revocó la decisión de 1959 y defendió el derecho de los hijos de testigos de Jehová a abstenerse de saludar la bandera, recitar el juramento a la bandera y cantar el himno nacional. El tribunal explicó esta resolución histórica: “La idea de que se obligue a alguien a saludar la bandera [...] so pena de [...] ser expulsado de la escuela es ajena a la conciencia de la actual generación de filipinos, quienes han madurado al amparo de la Carta de Derechos, que salvaguarda su libertad de expresión y culto”. El tribunal también falló que la expulsión de los testigos de Jehová de las escuelas “violaba su derecho [...], garantizado por la Constitución de 1987, a recibir una educación gratuita”. El diario Manila Chronicle afirmó: “El Tribunal Supremo corrige una injusticia de treinta y cinco años contra los testigos de Jehová”.

La parte contraria presentó una petición de reconsideración, pero el 29 de diciembre de 1995, el Tribunal Supremo la rechazó. Por lo tanto, el veredicto sigue vigente. ¡Qué gran victoria para el pueblo de Jehová!

La obra prosigue a pesar de las catástrofes

Como se señaló al comienzo de este informe, las catástrofes naturales devastan las Filipinas muy a menudo. Veamos algunos desastres que han sufrido los hermanos.

Terremotos. Dado que estas islas están situadas en la convergencia de dos importantes placas tectónicas, en el país son frecuentes los terremotos. Un experto afirma que a diario se producen un mínimo de cinco, así como un número mucho mayor de temblores imperceptibles. La mayoría no alteran la vida cotidiana, pero de vez en cuando causan estragos.

A las cuatro y veintiséis de la tarde del 16 de julio de 1990 se produjo uno de esos grandes sismos acompañado de fuertes réplicas en las cercanías de Cabanatuan, ciudad del centro de Luzón. La provincia de Benguet también sufrió graves daños, y el derrumbamiento de varias escuelas y hoteles causó víctimas mortales.

En aquel momento, el superintendente de distrito de la zona, Julio Tabíos, viajaba con su esposa para asistir a una asamblea de circuito en una región montañosa de Benguet. Un hermano que transportaba verduras con la intención de venderlas en Baguio se ofreció a llevarlos en su camión. Tras serpentear por las montañas, llegaron a un estrechamiento de la carretera donde tuvieron que ceder el paso a otro vehículo que iba en dirección contraria. Justo en ese momento empezaron a desprenderse rocas de la montaña, y se dieron cuenta de que se trataba de un gran terremoto. Julio relata: “El hermano logró llevar el camión marcha atrás hasta un tramo de camino más ancho, tras lo cual un enorme peñasco cayó sobre el lugar que acabábamos de dejar. Agradecimos estar a salvo. Instantes después se produjo un segundo temblor y vimos una gigantesca roca tambalearse a nuestro lado como si estuviera bailando”. Laderas enteras se deslizaron montaña abajo.

Los corrimientos de tierras habían cortado el camino, de modo que la única forma de llegar al lugar de la asamblea, o a cualquier otro lugar en realidad, era atravesando las montañas a pie. Al caer la noche se alojaron en casa de una persona amable. Al día siguiente tuvieron que trepar por una elevada montaña para llegar a su destino. En el trayecto se encontraron con varios hermanos que se estaban ayudando unos a otros a paliar los efectos del terremoto. Por fin, siguiendo peligrosos senderos de montaña llegaron a Naguey, donde se iba a celebrar la asamblea. Julio prosigue: “Los hermanos lloraban de alegría, pues ya no esperaban que llegáramos. Aunque estábamos agotados, verlos felices dándonos la bienvenida nos hizo recuperar las fuerzas”. A pesar del terremoto, muchos se habían esforzado por estar presentes, lo que puso de manifiesto su gran aprecio por los asuntos espirituales.

Seguramente recuerda que por aquel entonces estaban en construcción los nuevos edificios de la sucursal. Pues bien, aunque el que albergaba las viviendas aún no se había finalizado, el terremoto de 1990 constituyó su primera prueba estructural. El balanceo provocó que algunos betelitas se marearan, pero el edificio soportó el fuerte temblor sin sufrir daños, tal como se había proyectado.

Inundaciones. A causa del húmedo clima tropical, en la mayor parte del país llueve en abundancia, y en algunas zonas son comunes las inundaciones. Leonardo Gameng, que lleva más de cuarenta y seis años en el servicio de tiempo completo, comenta: “Teníamos que caminar tres kilómetros con lodo hasta las rodillas”. Juliana Angelo, que ha servido de precursora especial en territorios de la provincia de Pampanga que se inundan con frecuencia, nos cuenta: “Para llegar a las personas interesadas en el mensaje del Reino, nos trasladábamos en pequeños botes de remos. El hermano que rema ha de tener buena vista para evitar los árboles donde aguardan serpientes listas para dejarse caer dentro de la embarcación”. Corazón Gallardo, precursora especial desde 1960, pasó muchos años en territorios de Pampanga. Recuerda que en ocasiones, por no disponer de bote, tuvo que vadear a pie las aguas de las crecidas, que casi le llegaban a los hombros. A pesar de los desafíos, su actitud es magnífica. Ha aprendido a adaptarse y confiar en Jehová, pues sabe que él nunca abandona a sus leales.

La situación ha empeorado en Pampanga desde que el lahar del monte Pinatubo rellenó muchas tierras bajas, ya que ahora el agua se desborda hacia otras zonas. Generoso Canlas, superintendente de circuito de la región, explica que, debido al agua, a menudo tienen que calzar botas o incluso ir descalzos al servicio del campo. No obstante, los hermanos siguen saliendo pese a los inconvenientes.

Allí donde las inundaciones son especialmente graves y afectan a comunidades enteras, los testigos de Jehová se ayudan entre sí y a otras personas que no son Testigos. Los funcionarios de Davao del Norte, al sur de las Filipinas, quedaron tan agradecidos a los hermanos, que aprobaron una resolución para expresarlo públicamente.

Volcanes. Los volcanes abundan en las Filipinas, pero el que captó la atención del mundo fue el monte Pinatubo. En junio de 1991, el volcán hizo erupción originando una espectacular nube con forma de hongo. Parecía como si el día se hubiera trocado en noche, y algunos pensaron que era el comienzo del Armagedón. Las cenizas llegaron hasta la lejana Camboya, al oeste. En poco tiempo, el monte Pinatubo arrojó 6.650 millones de metros cúbicos de piroclastos. Las pesadas cenizas causaron el derrumbe de techos y hasta de edificios enteros. Gran parte del material expulsado formó lahares, inmensas corrientes de agua y sedimentos volcánicos, que a su paso se llevaban algunas casas y sepultaban otras. Tanto las cenizas como los lahares destruyeron o dejaron seriamente dañados Salones del Reino y hogares de hermanos. Julius Aguilar, precursor regular en Tarlac por aquel entonces, comenta: “Nuestra casa quedó sepultada por completo bajo las cenizas”. Su familia no tuvo más remedio que mudarse.

Pedro Oandasán, que servía de superintendente de circuito en la zona, señala: “Los hermanos nunca abandonaron su adoración y servicio a Jehová. La asistencia siempre superaba el 100%. Además, el lahar no disminuyó el amor de los hermanos por la predicación. Continuamos predicando a los evacuados e incluso a los que estaban en las áreas devastadas”.

Este tipo de catástrofes naturales ofrecen oportunidades de demostrar con obras el amor cristiano. Tanto durante como después de la erupción del monte Pinatubo, los hermanos colaboraron unos con otros en la evacuación. La sucursal envió de inmediato un camión lleno de arroz que, una vez descargado, se empleó para desalojar a los hermanos de las poblaciones afectadas. En cuanto los Testigos de Manila se enteraron de la necesidad, enviaron fondos y ropa. Hermanos jóvenes del pueblo de Betis, en la provincia de Pampanga, organizaron una brigada de ayuda a los damnificados. Entre estos se encontraba una señora interesada cuyo esposo se había opuesto a la verdad. Al ver a estos jóvenes colaborando en la reconstrucción de su casa, el esposo quedó tan impresionado, que ahora es Testigo.

Tifones. De todos los fenómenos meteorológicos que se producen en el país, los que mayor destrucción dejan a su paso son los tifones, o ciclones tropicales. Una media de veinte tifones sacuden el archipiélago todos los años. Aunque varían en intensidad, estas tormentas se caracterizan por fuertes vientos y aguaceros, a menudo tan violentos que llegan a derribar edificios. Por otra parte, los tifones arrasan los cultivos, con el consiguiente perjuicio para los agricultores.

Vez tras vez, los Testigos ven afectados sus hogares y cultivos, pero se recuperan con sorprendente rapidez y siguen adelante. En algunas regiones del país, los tifones son tan habituales que la gente casi se ha acostumbrado a ellos. Es digno de encomio que los hermanos hayan aprendido a aguantar y afrontar los problemas de cada día sin inquietarse por los del siguiente (Mat. 6:34). Sobra decir que cuando los Testigos de zonas cercanas se enteran de la necesidad de sus hermanos, les envían por iniciativa propia alimento o dinero. A veces, después de tormentas particularmente fuertes, los superintendentes viajantes se ponen en contacto con la sucursal, la cual se complace en organizar la ayuda que se precise.

El envío de publicaciones bíblicas

Debido a las numerosas islas que forman las Filipinas, siempre ha sido un desafío lograr que las publicaciones lleguen a las congregaciones a tiempo y en buenas condiciones. Durante muchos años se utilizó el servicio postal. Sin embargo, a menudo los números de La Atalaya y Nuestro Ministerio del Reino que debían estudiarse en las reuniones llegaban demasiado tarde.

Jehú Amolo, quien trabaja en el Departamento de Envíos de la sucursal, recuerda la razón que los indujo a cambiar de sistema: “Además del problema del retraso en las entregas, las tarifas postales aumentaron considerablemente en 1997”. Si se tiene en cuenta que se despachaban cerca de trescientas sesenta mil revistas cada dos semanas, este incremento implicaba una gran suma de dinero.

Se propuso al Cuerpo Gobernante que los hermanos de la sucursal se encargaran de entregar las publicaciones y, tras un cuidadoso análisis, se aprobó la medida. En la isla de Luzón, los camiones salen directamente de la sucursal. Sin embargo, puesto que llegar a otras regiones requiere cruzar el mar, la sucursal emplea un servicio confiable de mensajería para enviar revistas y publicaciones por barco a puntos concretos de todo el archipiélago. Desde estos almacenes, se trasladan los envíos en camión hasta los lugares de entrega. Si los conductores están lejos de su punto de partida, los hermanos los alojan con gusto en sus hogares a fin de que puedan descansar antes de continuar el viaje.

Aparte del ahorro económico, a los hermanos les encanta recibir a tiempo y en magníficas condiciones las publicaciones que necesitan. Un beneficio añadido es que se sienten más próximos a la organización gracias al contacto regular con hermanos de la sucursal. El mero hecho de ver pasar el camión con el nombre “Watch Tower” anima a muchos.

En algunos aspectos, este sistema ha proporcionado testimonio adicional. En cierta ocasión, por ejemplo, cuando se estaba realizando una entrega, se produjo una inundación en Bicol, al sur de Luzón. La cantidad de agua que inundaba la carretera impidió que los vehículos continuaran. Coincidió que el camión que transportaba las publicaciones se detuvo frente a la casa de un hermano. Cuando la familia lo vio, les dijeron a los conductores: “Vengan a comer y quédense aquí hasta que bajen las aguas”.

Los camioneros que no eran Testigos no tenían dónde comer ni dormir, así que al ver aquello preguntaron a los betelitas:

—¿De qué conocen a esta gente?

—Son nuestros hermanos espirituales —contestaron.

—¡Conque así son ustedes los Testigos! Aun cuando se acaban de conocer, confían unos en otros —dijeron los camioneros.

Más allá de las fronteras filipinas

Echemos ahora un vistazo fuera del país y tengamos en cuenta a los muchos filipinos que residen en el extranjero. En el apogeo del Imperio británico se decía que “el Sol nunca se ponía” sobre sus dominios. En la actualidad, algunos dicen: “El Sol nunca se pone sobre los filipinos”. Aunque las Filipinas son una nación pequeña, sus ciudadanos están esparcidos por todo el globo. Por trabajo u otras razones, cientos de miles de filipinos se han desplazado a otros países. ¿Cómo ha influido este hecho en que algunos aprendan la verdad bíblica? Y en el caso de los que ya eran Testigos, ¿cómo han ayudado a otras personas?

Ricardo Malicsi era asesor de aeropuertos. Puesto que su profesión requería que viajara mucho, él y su esposa aprovechaban esta circunstancia para divulgar las buenas nuevas en países donde había muy pocos publicadores. De hecho, en algunas de estas naciones, la obra de predicar estaba restringida. A su paso por lugares como Bangladesh, Irán, Tanzania y Uganda disfrutaron de ayudar a varias personas a conocer a Jehová. En algunos casos desempeñaron un papel decisivo en la formación de congregaciones. También trabajaron y predicaron en Laos, Myanmar y Somalia. Realizaron esta labor durante veintiocho años, hasta que Ricardo se jubiló, y se alegran muchísimo de haber hecho tan magnífica aportación a la difusión de las buenas nuevas en territorios lejanos.

Otros no eran Testigos cuando se marcharon de las Filipinas a trabajar a otro lugar, pero una vez allí hallaron la verdad. Rowena, que era católica, se trasladó primero a Oriente Medio. En aquel entonces comenzó a leer la Biblia. Más tarde consiguió un trabajo en Hong Kong, donde miles de filipinos son empleados domésticos. “Oraba todas las noches a Dios pidiéndole que me enviara a las personas adecuadas para guiarme hacia su Reino”, recuerda. Su oración se vio contestada cuando dos misioneros, John y Carlina Porter, la encontraron y la ayudaron a estudiar la Biblia. Rowena escribió a la sucursal filipina para contar su experiencia, así como para solicitar que alguien visitara a su esposo, todavía en las Filipinas, y le diera a conocer el mensaje bíblico.

Actualmente, los emigrantes filipinos forman grandes comunidades en varios países. A principios del siglo XX se precisaba mano de obra en las plantaciones de Hawai. Muchos filipinos suplieron esa carencia, y algunos de ellos fueron de los primeros en aceptar la verdad allí. Ahora existen en Hawai diez congregaciones en iloko y una en tagalo.

Miles de filipinos viven en Estados Unidos, y muchos de ellos son Testigos. La primera congregación filipina se formó en Stockton (California) en 1976. La sucursal de Estados Unidos informa: “El campo filipino progresó muy bien, de modo que el 3 de septiembre de 1996 se estableció su primer circuito”. En el año de servicio 2002 había 37 congregaciones filipinas con unos dos mil quinientos publicadores que trabajaban bajo la supervisión de la sucursal estadounidense. También hay congregaciones o grupos en tagalo en Alaska, Alemania, Australia, Austria, Canadá, Guam, Italia y Saipán.

Aunque estos filipinos viven en otros países, todavía dependen de los hermanos de las Filipinas para recibir su alimento espiritual, puesto que toda la traducción de las publicaciones a las lenguas filipinas se realiza en la sucursal de Manila. Además, algunos países, como Guam, Hawai y Estados Unidos, celebran asambleas con programas en iloko o tagalo, y toda la información traducida que se necesita para ello, incluidos los dramas grabados, procede de las Filipinas.

La predicación a quienes hablan otros idiomas

A la mayoría de la gente que habla lenguas vernáculas se le ha dado un testimonio cabal a lo largo y ancho del archipiélago. No obstante, en estos últimos años se ha hecho un esfuerzo especial por llegar a los que no han recibido con anterioridad este testimonio (Rom. 15:20, 21).

Durante muchos años hubo pocas congregaciones de habla inglesa en las Filipinas. Aunque casi todos los filipinos saben algo de inglés, la mayoría no lo habla fluidamente. Aun así, en algunos lugares era necesario celebrar reuniones en este idioma. A finales de la década de los sesenta, los hermanos observaron este problema en las proximidades de la Base Aérea Clark, situada en Pampanga. Las hermanas casadas con militares estadounidenses no sabían hablar el idioma del país, así que se organizaron reuniones en inglés que durante muchos años fueron de gran beneficio para los que vivían en la región.

Un problema parecido surgió en Metro Manila. Una hermana norteamericana vivió allí desde finales de los años setenta hasta principios de los ochenta. Pacífico Pantas, anciano de la congregación en tagalo a la que ella asistía, cuenta: “Me daba pena porque iba con regularidad a las reuniones, pero no sacaba mucho provecho de ellas”. Pronto llegaron más norteamericanos a la congregación, de modo que se sugirió tener el discurso público y el Estudio de La Atalaya en inglés. El hermano Pantas se encargó de organizarlo todo. Poco a poco, esta provisión se extendió al resto de las reuniones y se invitó a otros hermanos a ayudar. David y Josie Ledbetter, que servían en la sucursal, aceptaron la invitación. Con los años, la predicación ha dado su fruto, y aquel pequeño grupo ha crecido hasta convertirse en dos congregaciones de habla inglesa.

Monica, de California, es una de las muchas personas a quienes las congregaciones de habla inglesa han beneficiado. Ella comenzó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová en Estados Unidos. Pero sus padres, fervientes católicos, se opusieron con mucha vehemencia y decidieron mandarla a un entorno católico en las Filipinas. La madre la acompañó hasta Manila y allí la dejó sin pasaporte en casa de su abuela materna, quien también era católica. Aunque Monica pudiera encontrar una congregación, no podría proseguir con el estudio, puesto que, al haberse criado en Estados Unidos, no sabía nada de tagalo. Sin embargo, la hermana que le dirigía el estudio en California llamó a Josie Ledbetter para asegurarse de que alguien se pusiera en contacto con ella. Josie le dijo que ahora había una congregación de habla inglesa. Aquello era justo lo que Monica necesitaba. “Durante los seis meses que estuvo ‘exiliada’ en las Filipinas, Monica se bautizó. Dos semanas después, cuando su madre le entregó su pasaporte y le dijo que volviera, ella ya era Testigo”, relata Josie. ¡Qué agradecida estaba Monica por la congregación de habla inglesa!

Una ventaja añadida es que los hermanos han llegado a algunas zonas donde antes no se había predicado. En Metro Manila hay urbanizaciones en las que viven personas acomodadas, muchas de las cuales hablan inglés. Conocer este idioma ha abierto la puerta a la predicación en tales territorios.

También se ha intentado llevar el mensaje a quienes hablan chino. A mediados de los años setenta se formó en esa lengua un grupo de estudio de libro que se reunía en una zapatería regentada por Cristina Go. No obstante, el grupo era muy pequeño y precisaba ayuda.

Elizabeth Leach, que llegó a las Filipinas tras contraer matrimonio con el misionero Raymond Leach, había servido dieciséis años en Hong Kong, y tanto su conocimiento del cantonés como su experiencia en ayudar a los chinos a aprender la verdad resultaron muy provechosos. Por la misma época, Esther Atanacio (ahora Esther So) era una de las dos precursoras especiales asignadas a aquel territorio. Ella recuerda: “Cuando comenzamos a predicar en esa zona, la gente no sabía quiénes eran los testigos de Jehová”. No obstante, gradualmente la comunidad china de Manila fue conociendo el nombre de Jehová y a Su pueblo.

Aunque las precursoras hablaban cantonés, tuvieron que aprender otro dialecto chino, puesto que el predominante en Manila es el de Fukién. Ching Cheung Chua, joven nuevo en la verdad, comenzó a reunirse con el grupo. Como él hablaba este dialecto, al principio sirvió de intérprete en las reuniones.

Poco a poco, el grupo progresó, y en agosto de 1984 se formó una pequeña congregación. Aún queda mucho por hacer, pero quienes se han ofrecido a ayudar consideran un placer predicar en un territorio en el que antes no se había dado un testimonio cabal.

Incluso los sordos “oyen”

A medida que el tiempo pasaba, parecía que la voluntad de Jehová era prestar atención a otro idioma más y su territorio: el de los sordos. Aun a principios de los años noventa, no había prácticamente nada organizado en las Filipinas para que estas personas pudieran conocer a Jehová. A pesar de que muy pocas de ellas se reunían con las congregaciones, hubo unas cuantas excepciones. Por ejemplo, Manuel Runio, cuya madre era Testigo, aprendió la verdad bíblica gracias a que la hermana que estudiaba con él le escribía todo pacientemente. Manuel se bautizó en 1976. En la isla de Cebú, a las gemelas Lorna y Luz, ambas sordas, les enseñó el mensaje bíblico un tío suyo que era ciego. ¿Cómo podía un precursor ciego enseñar a los sordos? Con la ayuda de una prima empleaba ilustraciones. Además, como las gemelas nunca habían estudiado el lenguaje de señas, esta prima les interpretaba con señas que ellas pudieran entender lo que él había dicho. Las gemelas se bautizaron en 1985. Sin embargo, estos casos fueron muy excepcionales.

Varias circunstancias condujeron a que se iniciara la predicación en este campo. Cuando los misioneros Dean y Karen Jacek visitaron el Betel de Brooklyn a mediados de 1993 para recibir cierto adiestramiento, los hermanos del Departamento de Servicios de Traducción les preguntaron qué se estaba haciendo en las Filipinas para ayudar a los sordos. En el país, una hermana joven se había matriculado en un curso de lenguaje de señas a fin de poder comunicarse con una amiga sorda de una familia de Testigos. Por otra parte, Liza Presnillo y sus compañeras de precursorado en la ciudad de Navotas, en Metro Manila, habían encontrado sordos en el territorio pero no habían logrado hacerse entender, así que se estaban planteando estudiar el lenguaje de señas para llevar a los sordos el mensaje del Reino.

La sucursal averiguó que Ana Liza Acebedo, precursora regular en Manila, trabajaba en una escuela para sordos y, por tanto, estaba entre los pocos Testigos filipinos que tenían un amplio conocimiento de lenguaje de señas. “¿Estarías dispuesta a enseñar el lenguaje de señas a algunos betelitas?”, le preguntaron.

Su respuesta fue un rotundo sí, pues a menudo había pensado en cómo se daría testimonio a las personas sordas. Se inició una clase compuesta por betelitas y precursores regulares de la zona. Las hermanas de Navotas ya se habían inscrito en un curso de lenguaje de señas, así que continuaron con él.

A partir de entonces, los acontecimientos se sucedieron rápidamente. Al cabo de seis meses se interpretaba en lenguaje de señas en tres congregaciones de Metro Manila. En 1994 se empezaron a interpretar las asambleas. Uno de los primeros objetivos fue ayudar a los hijos sordos de padres Testigos, y varios de ellos estuvieron entre los primeros sordos en bautizarse. Manuel Runio, quien llevaba años asistiendo fielmente a las reuniones sin que se las tradujeran al lenguaje de señas, estaba feliz de poder beneficiarse de esta nueva provisión.

Otras partes del país no tardaron en solicitar ayuda. Liza Presnillo fue enviada junto con una compañera precursora a Olongapo para que sirviera de precursora especial temporera en el campo de los sordos. Muchas personas recibieron ayuda. A mediados del año 2002, ya se habían formado grupos de lenguaje de señas en veinte municipios fuera de Manila. Un hito en este progreso fue la formación de la Congregación de Lenguaje de Señas de Metro Manila en abril de 1999, la primera del país. Joel Acebes, uno de los betelitas que asistieron a la primera clase de lenguaje de señas y que ahora sirve de anciano en esa congregación, comenta: “Nos alegra que Jehová nos utilice en esta labor tan importante”. Sí, incluso los sordos están “oyendo” el mensaje del Reino. Ver el adelanto en este territorio donde antes no se predicaba es una causa de auténtico regocijo.

Se requiere otra ampliación

Al atender territorios nuevos en los años noventa y predicar más a fondo en los territorios de siempre, se produjo un crecimiento continuo en el número de publicadores y de nuevos asistentes a las reuniones de congregación. Nunca antes se han necesitado tantas revistas ni se han traducido tantos libros y folletos a los idiomas filipinos. Como consecuencia, el personal de la sucursal dedicado a la impresión, traducción, corrección y a otras tareas necesarias para los hermanos y las congregaciones ha aumentado considerablemente. No mucho después de terminarse en 1991, el nuevo edificio de viviendas estaba lleno. Se había diseñado para albergar a 250 personas, pero en 1999, la familia Betel se componía de 350 hermanos.

Todavía quedaba sitio en la propiedad de la sucursal para edificar, así que el Cuerpo Gobernante dio luz verde a la construcción de otro edificio de viviendas, muy parecido al que se concluyó en 1991. La obra se inició en 1999 y se completó a finales de 2001. Este edificio casi ha duplicado la capacidad de alojamiento de la sucursal. Además, se ha proporcionado espacio para oficinas, algo que era imperioso para cubrir las necesidades derivadas de la expansión de la obra en el campo. Otros servicios añadidos fueron una lavandería más grande, un aula para la Escuela de Entrenamiento Ministerial y mejores bibliotecas. Para realizar este trabajo, se sumaron a la familia Betel hermanos locales con experiencia y siervos internacionales. Una vez concluido el nuevo edificio, estos voluntarios se quedaron para acometer las labores de renovación del que se finalizó en 1991. Este tipo de obras exigen mucho trabajo, pero se ejecutan con un único objetivo: disponer de instalaciones que permitan difundir las vivificantes verdades de la Biblia.

La Escuela de Entrenamiento Ministerial cubre una necesidad

Cuando en 1987 se fundó la Escuela de Entrenamiento Ministerial en Estados Unidos, muchos hermanos filipinos pensaron: “¿Podremos beneficiarnos nosotros algún día de ese adiestramiento?”. La respuesta llegó en 1993, al anunciarse que la escuela comenzaría a funcionar en las Filipinas al año siguiente y que proporcionaría una formación adicional a hermanos capacitados que ya tuvieran alguna experiencia en la organización por ser ancianos o siervos ministeriales. Cientos de hermanos entregaron solicitudes.

Se preparó como instructores a dos superintendentes viajantes y un misionero, y en enero de 1994 se inició la primera clase. Todos los que han recibido esta formación están ahora mejor capacitados para servir a sus hermanos en las congregaciones. Con respecto a un graduado de la escuela que se reunía con ellos, cierta congregación escribió: “Comparado con antes de asistir a la escuela, se nota una gran mejora en sus intervenciones en las reuniones”.

Muchos estudiantes se sacrificaron en sentido material a fin de beneficiarse de esta instrucción espiritual. Ronald Moleño era ingeniero químico. Más o menos por la misma época en la que recibió la invitación para asistir a la escuela, una empresa le ofreció un puesto de trabajo que le reportaría un buen sueldo, casa, seguro y otras ventajas. Ronald sopesó las dos oportunidades y optó por la de carácter espiritual. Tras graduarse de la clase 18, continuó disfrutando de su servicio de precursor, y recientemente ha sido invitado a emprender el servicio misional en Papua Nueva Guinea.

Wilson Tepait tuvo que tomar una decisión después de asistir a la primera escuela. Tenía un buen trabajo de profesor, pero entonces se le invitó a ser precursor especial en un lugar de mayor necesidad. Él señala: “Me gustaba la docencia, pero también sabía que tenía que poner en primer lugar en mi vida los intereses del Reino”. Al aceptar el privilegiado servicio de precursor especial, vio cómo Jehová bendecía su labor. En la actualidad, Wilson es superintendente de distrito en el sur de las Filipinas.

La mayoría de los invitados a la escuela son filipinos. Sin embargo, el Cuerpo Gobernante ha dispuesto lo necesario para que asistan hermanos de otras naciones asiáticas, como Camboya, Hong Kong, Indonesia, Malaysia, Nepal, Sri Lanka y Tailandia. Algunos proceden de países donde la obra de los testigos de Jehová está restringida. Aprender unos de otros ha supuesto una experiencia muy edificante para todos los asistentes. El instructor Aníbal Zamora observa: “Los que proceden de países donde hay restricciones cuentan cómo han depositado su confianza en Jehová en todo momento. Esto fortalece a los estudiantes filipinos”. A su vez, los estudiantes extranjeros aprenden cómo los hermanos filipinos de antecedentes humildes han servido a Jehová en circunstancias adversas.

Nidhu David, estudiante de Sri Lanka, se expresa así: “Tengo recuerdos que siempre atesoraré. Fueron dos meses de enseñanza de parte de Jehová Dios. ¡Sencillamente fantástico!”.

Las dependencias de la escuela están situadas en la propia sucursal. Los estudiantes no solo se benefician del programa de estudios preparado, sino que también aprenden de ver en la práctica el sistema de trabajo de la sucursal. El contacto con hermanos y hermanas espirituales de Betel les proporciona buenos ejemplos de fe que imitar. Además, los que provienen de países con pocos publicadores o con otras restricciones pueden ver la organización a gran escala.

Hasta la fecha se han graduado 922 estudiantes de las 35 clases celebradas. De los graduados filipinos, 75 sirven en la actualidad de superintendentes viajantes, y muchos más, de superintendentes de circuito sustitutos en los 193 circuitos del archipiélago. Seis están asignados a Betel y diez son misioneros en Papua Nueva Guinea y Micronesia. Cientos de ellos sirven de precursores regulares en sus lugares de procedencia o donde hay mayor necesidad. Transcurridos ocho años desde la inauguración de la escuela, se han bautizado más de sesenta y cinco mil personas en el país. Se respira un excelente espíritu de precursor y, en general, se percibe con claridad el crecimiento de las congregaciones. Es indudable que estos hermanos han puesto en práctica lo que aprendieron en la escuela, y ello ha contribuido a este excelente progreso.

El progreso continúa

En todas las islas se han alcanzado magníficos logros. Los celosos hermanos que se reúnen en las casi tres mil quinientas congregaciones se mantienen ocupados proclamando las buenas nuevas del mejor gobierno imaginable, el Reino de Dios.

Los informes más recientes son muy animadores. Cada uno de los siete últimos meses del año de servicio 2002 se alcanzó un nuevo máximo de publicadores. Durante el mes de agosto hubo 142.124 publicadores llevando el mensaje del Reino a otras personas. El nombre y el propósito de Jehová se están dando a conocer en multitud de islas. Los siervos de Jehová del país están haciendo algo parecido a lo que se predijo en Isaías 24:15: ‘Glorifican el nombre de Jehová en las islas del mar’.

Entre estos celosos predicadores hay miles de precursores regulares. En 1950 solo había 307, pero a finales de abril de 2002 se alcanzó la cifra de 21.793. Si a estos les añadimos los 386 precursores especiales y los 15.458 precursores auxiliares que hubo ese mes, suman un total de 37.637 precursores, es decir, un 27% de todos los publicadores. Muchos más han demostrado el deseo de incorporarse a las filas de los siervos de Dios de tiempo completo. Durante el año de servicio 2002 se aprobaron 5.638 solicitudes para el precursorado regular.

Todo esto ha producido un magnífico fruto, pues miles de personas siguen respondiendo favorablemente. La asistencia a la Conmemoración de marzo de 2002 fue de 430.010. Cada mes se dirigen cerca de cien mil estudios bíblicos, y en el año de servicio 2002 se bautizaron 6.892 nuevos discípulos. En 1948 había un solo Testigo por cada 5.359 habitantes, y ahora hay 1 por cada 549. Mientras Jehová deje la puerta abierta, existen magníficas perspectivas de que miles de personas más se unan a los alabadores de Dios en estas islas.

Resueltos a seguir adelante

Cuando C. T. Russell visitó el país en 1912, sembró unas cuantas semillas de la verdad en suelo filipino. De forma lenta pero constante, las semillas germinaron, crecieron y produjeron fruto excelente, pues algunos se pusieron de parte de la verdad “en tiempo favorable [y] en tiempo dificultoso” (2 Tim. 4:2). En particular a partir de la II Guerra Mundial, la velocidad de crecimiento ha seguido aumentando hasta nuestros días, en que decenas de miles de personas son alabadores activos de Jehová y trabajan gozosamente en honrar Su nombre junto con los seis millones que componen la congregación mundial del pueblo de Dios.

Tal como este informe ha señalado, la obra no siempre ha sido fácil. A pesar de la belleza de esta tierra, llegar a los habitantes de su multitud de islas ha puesto a prueba la entereza de los proclamadores del Reino. Algunos cruzan mares tormentosos para acceder a lugares aislados del territorio. Muchos han atravesado a pie la espesura de las montañas a fin de hallar a personas mansas como ovejas. Aunque el archipiélago filipino ha padecido una cantidad desproporcionada de desastres —terremotos, inundaciones, tifones y volcanes—, ninguno de estos ha detenido la obra de los leales testigos de Jehová.

Ellos se asemejan a los israelitas que habitaban una tierra restaurada para restablecer la adoración verdadera. Las circunstancias estaban en su contra, pero el gozo de Jehová era su plaza fuerte. Hoy también, los testigos de Jehová han demostrado claramente su capacidad de recuperación y su confianza en Dios. Saben que Jehová está de su lado y creen lo que dice Salmo 121:7: “Jehová mismo te guardará contra toda calamidad. Él guardará tu alma”. Con el respaldo de Jehová, anhelan ayudar a cuantos les sea posible antes de la conclusión de este sistema. Después, esperan enseñar a los millones de personas que resuciten por toda la Tierra, lo que incluye las 7.100 islas de este archipiélago. La belleza paradisíaca de esta tierra brillará entonces para la alabanza del Creador.

Mientras tanto, los testigos de Jehová están resueltos a seguir adelante con plena confianza en que Jehová bendecirá su labor, a la vez que se esfuerzan por armonizar sus vidas con las palabras del profeta de Dios: “Atribuyan ellos gloria a Jehová, y en las islas anuncien hasta su alabanza” (Isa. 42:12).

[Comentario de la página 232]

“Dios debe estar de su parte, porque si no, ya lo habrían matado”

[Recuadro de la página 153]

Se siembran las primeras semillas de la verdad

Charles T. Russell y el grupo que lo acompañaba visitaron las Filipinas en 1912. Aunque ellos fueron los primeros representantes oficiales de la central de Brooklyn, los informes indican que ya había otros dos Estudiantes de la Biblia en el archipiélago enseñando la verdad bíblica. Louise Bell, de Estados Unidos, escribió:

“Mi esposo y yo fuimos a las Filipinas en 1908 y conseguimos trabajo de profesores. Éramos los únicos norteamericanos de la ciudad de Sibalom. Encargamos a Brooklyn cientos de kilos de tratados bíblicos, que se mandaron de Nueva York a San Francisco. Luego, la carga cruzó el Pacífico hasta llegar a Manila, y desde allí, en los barcos que comunican las islas entre sí, llegó a Sibalom.

”Siempre que teníamos tiempo y se nos presentaba la oportunidad, conversábamos con la gente del lugar y les entregábamos los tratados. No llevábamos un registro de las horas que hablábamos ni de las publicaciones que distribuíamos. Aunque la gente era católica, muchos nos escuchaban encantados. Trabajábamos de profesores con conocimientos médicos, pero nuestra principal labor era la de difundir las buenas nuevas.

”Viajábamos a pie o a caballo por caminos difíciles. En algunas ocasiones dormimos sobre suelos de bambú entretejido y comimos pescado y arroz de un plato común.

”Cuando el pastor Russell visitó Manila en 1912, le enviamos un telegrama.”

La hermana Bell asistió en el Gran Teatro de la Ópera de Manila a la conferencia del hermano Russell con el título “¿Dónde están los muertos?”.

[Recuadro de la página 156]

Datos básicos

Territorio: El archipiélago está formado por unas 7.100 islas con una superficie total de aproximadamente 300.000 kilómetros cuadrados. Estas se reparten por una extensión que abarca 1.850 kilómetros de norte a sur y 1.125 kilómetros de este a oeste. El tamaño de las islas varía mucho: la más grande es un poco mayor que Portugal y la más pequeña desaparece cuando sube la marea.

Población: Los habitantes son en su mayoría de procedencia malaya, aunque también hay descendientes de chinos, españoles y norteamericanos.

Idioma: Entre la gran cantidad de idiomas que se hablan en las Filipinas, los más extendidos son los siguientes: becol, cebuano, hiligaynon, iloko, pangasinán, samareno-leyte y tagalo. Se consideran lenguas oficiales el inglés y el pilipino, que se deriva del tagalo.

Recursos económicos: En las ciudades existe una gran variedad de profesiones, pero en las zonas rurales, la mayoría de las personas son agricultores o pescadores. Los cultivos más extendidos son el arroz, la caña de azúcar, el plátano, el coco y la piña.

Alimentación: Prácticamente todos los platos van acompañados de arroz. El pescado y los mariscos son habituales, lo mismo que las verduras y las frutas tropicales.

Clima: El país goza de un clima tropical, con temperaturas bastante estables en todas las islas. Las lluvias son abundantes en todo el archipiélago.

[Ilustración y recuadro de la página 161 y 162]

Entrevista con Hilarion Amores

Año de nacimiento: 1920

Año de bautismo: 1943

Reseña biográfica: Aprendió la verdad durante la ocupación japonesa en la II Guerra Mundial. Por aquel entonces no había muchos Testigos en el país.

Me bauticé durante la guerra cuando todavía se les permitía a los hermanos predicar de casa en casa. Aun así, debíamos ser cautos porque la gente desconfiaba de lo que hacíamos. Al final tuvimos que refugiarnos en las zonas rurales, pero en 1945 regresamos a Manila.

En aquel tiempo tenía el privilegio de traducir La Atalaya al tagalo, lo que requería quedarse a trabajar hasta las dos de la madrugada. La información traducida se mimeografiaba y se hacía llegar a los grupos de Testigos. Aunque esto exigía mucho sacrificio de nuestra parte, a nosotros nos alegraba ver que los hermanos recibían atención espiritual.

A lo largo de todos mis años en la verdad he podido percibir la misericordia de Jehová. Él se interesa profundamente por el bienestar espiritual y físico de su pueblo. Recuerdo las ayudas que recibimos en las Filipinas después de la guerra. ¡Cuántos hermanos se beneficiaron de los pantalones, zapatos y otras prendas de vestir que se enviaron! Muchos de los precursores que recibieron estas ayudas estaban tan agradecidos, que continuaron en su servicio de tiempo completo con más ahínco aún. Sin duda alguna, Jehová cuida de su pueblo y le proporciona todo lo necesario.

[Ilustración y recuadro de la página 173 y 174]

Un misionero muy querido

Neal Callaway

Año de nacimiento: 1926

Año de bautismo: 1941

Reseña biográfica: Sus padres se hicieron Testigos siendo él un niño. Comenzó su ministerio de tiempo completo al terminar sus estudios de enseñanza secundaria. Después de asistir a la clase 12 de la Escuela de Galaad, se le envió a las Filipinas, donde sirvió de superintendente viajante.

Neal Callaway era un misionero celoso y muy querido por los hermanos. Tomaba muy en serio la obra del Reino pero, a la vez, era jovial. Él contó lo siguiente sobre su labor de superintendente viajante por todo el país.

“En algunas ocasiones teníamos que andar dos horas por las colinas para llegar al territorio, y durante el trayecto entonábamos cánticos del Reino. Cuando veía al grupo de entre quince y veinte hermanos caminar en fila india por los senderos cantando, me alegraba mucho de haber aceptado aquella asignación en el extranjero.

”Llevar la Palabra de Dios a hogares modestos de las zonas rurales, ver a estas personas humildes sentadas en el suelo pendientes de cada palabra que se decía y más tarde verlas en el Salón del Reino durante mi siguiente visita a la congregación... todo esto me animaba a esforzarme todavía más a fin de dar a conocer el Reino de Dios.”

Neal se casó con Nenita, una hermana de Mindoro, y juntos sirvieron fielmente hasta la muerte de él en 1985. Los hermanos filipinos todavía lo recuerdan con cariño. Uno de ellos dijo: “El hermano Callaway era un buen hombre, muy afable con los hermanos. Sabía adaptarse a cualquier situación que surgiese”. *

[Nota]

^ párr. 342 La biografía del hermano Callaway apareció en La Atalaya del 1 de agosto de 1973.

[Ilustración y recuadro de la página 177]

Entrevista con Inelda Salvador

Año de nacimiento: 1931

Año de bautismo: 1949

Reseña biográfica: Fue enviada como misionera a Tailandia en marzo de 1967.

La noticia de que me enviaban como misionera a Tailandia me produjo sentimientos encontrados. Estaba contenta, pero a la vez algo preocupada, y además, me surgían mil preguntas.

Llegué aquí el 30 de marzo de 1967. El idioma me pareció muy extraño, pues utiliza tonos bajos, altos, profundos, ascendentes y agudos. Me costó mucho aprenderlo, pero tanto los hermanos del país como los extranjeros fueron muy amorosos y me ayudaron.

Entre 1967 y 1987 serví en Sukhumwit. Luego me pidieron que me mudara a una nueva congregación. Creí que me resultaría difícil porque tenía que dejar a los hermanos con los que había trabajado veinte años. Al menos eso pensaba cuando partí para Thon Buri. En realidad, todo dependía de la actitud. En 1999, después de doce años en Thon Buri, me mudé de vuelta a Sukhumwit. Otros misioneros me dijeron que era como regresar a casa. Sin embargo, para mí, cualquier congregación a la que me asignen es mi hogar.

[Ilustración y recuadro de la página 178]

Anécdotas del aprendizaje de un idioma

Benito y Elizabeth Gundayao

Reseña biográfica: Benito, junto con su esposa, Elizabeth, sirvió en la obra de circuito en las Filipinas. En 1980 los enviaron de misioneros a Hong Kong, donde han ayudado a 53 personas a conocer la verdad.

Aprender el cantonés fue una gran prueba para quienes no teníamos conocimientos previos de chino. Requirió mucho esfuerzo y perseverancia, así como grandes dosis de humildad.

En cierta ocasión quería decir: “Voy al mercado”; pero lo que realmente dije en cantonés fue: “Voy al estiércol de los pollos”. Otro día, mi esposa exclamó entusiasmada mientras participaba en el ministerio del campo: “¡Ah, sí, sé quién es!”, refiriéndose a una hermana a quien el ama de casa conocía. Sin embargo, lo que mi esposa en realidad dijo fue: “¡Ah, sí, yo me la como!”. Imagínese la sorpresa de la señora. Recordamos con mucho cariño las experiencias vividas en el territorio chino.

[Ilustración y recuadro de las páginas 181 y 182]

Entrevista con Lydia Pamplona

Año de nacimiento: 1944

Año de bautismo: 1954

Reseña biográfica: Después de adquirir experiencia como precursora especial en las Filipinas, se la invitó a servir en Papua Nueva Guinea en 1980. Ha ayudado a más de ochenta y cuatro personas a aprender la verdad.

Siempre quise servir donde hubiera mayor necesidad, así que me emocioné al recibir la asignación. También me preocupé, puesto que esta sería la primera vez que me separaría de mi familia. Además, no sabía mucho de Papua Nueva Guinea, y lo poco que había oído eran historias que aumentaban mi inquietud. Mi madre me animó diciendo: “Jehová Dios cuidará de nosotros en cualquier parte, con tal de que estemos haciendo su voluntad”. Inmediatamente escribí la carta en la que aceptaba la asignación.

Cuando llegué, los hermanos fueron muy bondadosos conmigo, y la gente, muy amigable. Todos los meses distribuía más libros y revistas que cuando estaba en las Filipinas. No obstante, el idioma y las costumbres eran muy diferentes de los míos. “Bueno, serviré aquí solo unos cuantos años y luego volveré a casa a hacer el precursorado con mi madre”, recuerdo que pensé.

Después de aprender dos de los principales idiomas y de adoptar algunas de las costumbres del lugar, llegué a comprender mejor a la gente. Durante los más de veinte años que llevo aquí, he tenido el privilegio de enseñar la verdad a bastantes personas; a algunas incluso les he enseñado a leer y escribir para que puedan estudiar mejor y hacer suya la verdad. Esta y otras bendiciones hacen que ahora sienta Papua Nueva Guinea como mi hogar. Si Jehová así lo desea, seguiré sirviéndole con mucho gusto hasta que él diga que la obra ha concluido o hasta el final de mis días.

[Ilustración y recuadro de las páginas 191 y 192]

Entrevista con Filemón Dámaso

Año de nacimiento: 1932

Año de bautismo: 1951

Reseña biográfica: Emprendió el servicio de tiempo completo en 1953. Posteriormente se casó y comenzó en la obra de circuito. Después de criar a sus hijos, él y su esposa prosiguieron en el servicio de tiempo completo como precursores especiales. Hasta el momento ha servido en distintas asignaciones en las islas Visayas y en Mindanao.

Durante los años sesenta, muchas privaciones dificultaban el servicio de tiempo completo. Las plagas de ratas que atacaban los maizales y arrozales hacían escasear la comida. Además, la vestimenta y los zapatos gastados nos impedían predicar en las ciudades.

Así que íbamos, normalmente sin zapatos, a los campos, montañas y barrios de la periferia. En cierta ocasión, estuve a punto de no dar un discurso en una asamblea de circuito por carecer de la ropa apropiada. No obstante, nuestro superintendente de distrito, el hermano Bernardino, me prestó su camisa y pude pronunciar la conferencia. Claro está, muchas personas aún tenían menos que nosotros. Jehová bendijo nuestra determinación de seguir adelante.

En 1982 nos enfrentamos a diversas pruebas debido a nuestra postura neutral. En Mindanao, la rebelión contra el gobierno se intensificaba de forma incontrolable. Como yo dirigía estudios bíblicos con presuntos dirigentes rebeldes, los soldados del gobierno me pusieron la etiqueta de “maestro” de los izquierdistas. No obstante, un funcionario les explicó que lo que nosotros enseñamos procede en su totalidad de la Biblia y no tiene carácter político.

Al mismo tiempo, los rebeldes me veían con recelo, pues los primeros a quienes daba testimonio cuando iba a predicar eran el representante municipal del barrio y el comandante del destacamento militar. Sin embargo, no se atrevieron a tocarnos, pues un dirigente rebelde con el que había estado estudiando nos defendió.

Jehová nos ha ayudado durante décadas a superar privaciones y pruebas. Damos gracias a él por su misericordia y protección (Pro. 18:10; 29:25).

[Ilustración y recuadro de las páginas 217 y 218]

Entrevista con Pacífico Pantas

Año de nacimiento: 1926

Año de bautismo: 1946

Reseña biográfica: Graduado de la clase 16 de Galaad en 1951. En la actualidad sirve de anciano en Quezón City.

Durante la II Guerra Mundial vivíamos en la provincia de Laguna y teníamos unos vecinos que eran testigos de Jehová. Ellos me invitaron a leer los libros que quisiera de su biblioteca. Eran buenos libros: La Creación, Vindicación, Reconciliación, Religión, Enemigos, Hijos y muchos más. Cuando los japoneses incendiaron la ciudad, perdimos el contacto con los Testigos, pero un año después los encontré en Manila. Comencé a asistir a las reuniones y, después de bautizarme, me uní a un grupo de precursores. Nuestra asignación era toda la provincia de Tayabas, posteriormente conocida como Quezón. Íbamos de ciudad en ciudad y dormíamos en autobuses vacíos, en hogares de personas interesadas o en lugares parecidos.

Cuando llegamos a Mauban, un grupo de guerrilleros irrumpió en la ciudad. Estábamos dormidos en el piso de arriba del ayuntamiento, y el alboroto nos despertó. Sonaba como si hubieran atrapado a los policías que estaban en la planta baja. Los oímos arrojar sus armas al suelo.

Los guerrilleros se lanzaron escaleras arriba. Uno de ellos nos enfocó con una linterna y nos preguntó:

—¿Quiénes son ustedes? —Fingimos estar dormidos. Volvió a preguntar y añadió—: ¿No serán espías de la policía filipina?

—No, señor —contestamos.

—Pero van vestidos con ropa de color caqui —dijo.

Le explicamos que nos habían regalado la ropa y que los zapatos nos los habían enviado nuestros hermanos de Estados Unidos en paquetes de ayuda humanitaria.

El oficial al mando dijo: “Muy bien, me llevo los zapatos”. Así que me quité los zapatos. También quiso mis pantalones. Pronto estábamos todos en paños menores. Menos mal que teníamos alguna ropa guardada cerca. En realidad, nos alegró que se llevaran la ropa de color caqui. De lo contrario, ¡toda la ciudad habría creído que éramos espías de los guerrilleros!

Compramos calzado de madera, regresamos a Manila y luego partimos hacia las islas Visayas para seguir predicando.

El hermano Pantas participó en el ministerio de tiempo completo y fue siervo a los hermanos (ahora superintendente de circuito) antes de asistir a la Escuela de Galaad. A su regreso a las Filipinas, sirvió de superintendente de distrito y en la sucursal, tras lo cual crió una familia.

[Ilustraciones y tabla de las páginas 168 y 169]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Hitos en la historia de las Filipinas

1908: Un matrimonio de Estudiantes de la Biblia de Estados Unidos comienza a dar testimonio en la ciudad de Sibalom.

1910

1912: Charles T. Russell pronuncia una conferencia en el Gran Teatro de la Ópera de Manila.

1934: Se abre una sucursal y se publica el folleto Escape al Reino en tagalo.

1940

1947: Llegan los primeros graduados de Galaad.

1961: Comienzan las clases de la Escuela del Ministerio del Reino.

1964: Se invita por primera vez a precursores filipinos a servir de misioneros en países vecinos.

1970

1978: Comienzan las clases de la Escuela del Servicio de Precursor.

1991: Conclusión y dedicación de los nuevos edificios de la sucursal. El monte Pinatubo hace erupción.

1993: Se publica la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en tagalo.

2000

2000: Se publica la Traducción del Nuevo Mundo completa en tagalo.

2002: Se alcanza la cifra de 142.124 publicadores activos en las Filipinas.

[Ilustración]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Publicadores

Precursores

150.000

100.000

50.000

1940 1970 2000

[Ilustraciones y tabla de la página 199]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Gráfica del aumento de la asistencia a las asambleas (1948-1999)

350.000

300.000

250.000

200.000

150.000

100.000

50.000

0

1948 1954 1960 1966 1972 1978 1984 1990 1996 1999

[Mapas de la página 157]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

FILIPINAS

LUZÓN

Vigan

Baguio

Lingayen

Cabanatuan

Mte. Pinatubo

Olongapo

Quezón City

MANILA

MINDORO

ISLAS VISAYAS

Masbate

CEBÚ

MINDANAO

Surigao

Davao

PALAWAN

El Nido

[Ilustraciones a toda plana de la página 150]

[Ilustración de la página 154]

Charles T. Russell y William Hall durante su visita a las Filipinas en 1912

[Ilustración de la página 159]

Joseph dos Santos (aquí junto a su esposa, Rosario, en 1948) siguió siendo un celoso proclamador del Reino a pesar de los tres años de cruel encarcelamiento que sufrió durante la II Guerra Mundial

[Ilustración de la página 163]

Los primeros hermanos filipinos enviados a la Escuela de Galaad: Adolfo Dionisio, Salvador Liwag y Macario Baswel

[Ilustración de la página 164]

Atravesando las montañas durante la predicación

[Ilustración de la página 183]

Miles de precursores se han beneficiado de la Escuela del Servicio de Precursor

[Ilustración de la página 186]

Se comenzó a emplear la fotocomposición informatizada en 1980

[Ilustración de la página 189]

Las buenas nuevas se publican en muchos idiomas filipinos

[Ilustración de la página 199]

Asamblea Internacional “Enseñanza Divina”, 1993

[Ilustración de la página 199]

Bautismo en la Asamblea de Distrito “Alabadores Gozosos”, 1995

[Ilustración de la página 200]

Misioneros filipinos que regresaron para asistir a las asambleas de distrito

[Ilustración de la página 202]

La Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en tagalo se presentó en las asambleas de distrito de 1993

[Ilustración de la página 204]

Se traduce la Biblia con ayuda de computadoras

[Ilustración de la página 205]

Un precursor feliz recibe la Traducción del Nuevo Mundo completa en su propio idioma

[Ilustración de la página 207]

Comité de Sucursal, de izquierda a derecha: (sentados) Denton Hopkinson, Félix Salango; (de pie) Félix Fajardo, David Ledbetter y Raymond Leach

[Ilustración de la página 211]

Muchos refugiados vietnamitas aprendieron la verdad en las Filipinas

[Ilustración de la página 215]

Natividad y Leodegario Barlaan pasaron más de sesenta años en el servicio de tiempo completo

[Ilustraciones de las páginas 222 y 223]

Salones del Reino construidos en los últimos años

[Ilustraciones de la página 224]

Salón de Asambleas en Metro Manila (arriba) y otros Salones de Asambleas fuera de Manila

[Ilustración de la página 228]

Izquierda: John Barr discursando en el programa de dedicación de la sucursal, en 1991

[Ilustración de la página 228]

Abajo: los edificios de la sucursal en 1991

[Ilustración de la página 235]

La prensa se hizo eco de la victoria de los testigos de Jehová

[Ilustraciones de la página 236 ]

Pese a las dificultades que causan los terremotos, volcanes e inundaciones, los celosos publicadores siguen predicando

[Ilustración de la página 246]

Precursores celosos han aprendido el lenguaje de señas para ayudar a los sordos a beneficiarse de los programas espirituales

[Ilustración de la página 246]

Estudiantes e instructores durante la primera clase en lenguaje de señas de la Escuela del Servicio de Precursor en el país, a principios de 2002

[Ilustración de la página 251]

Clase 27 de la Escuela de Entrenamiento Ministerial en las Filipinas