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Nicaragua

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Nicaragua merece por derecho propio el calificativo de paraíso tropical. La costa oriental da a las claras aguas azul turquesa del mar Caribe, mientras que la occidental está bañada por las olas procedentes del majestuoso océano Pacífico. Visto desde el aire, el terreno dibuja un mosaico de bosques, granjas, ríos y multitud de lagos que semejan joyas engastadas en los cráteres de antiguos volcanes. No obstante, dichos lagos son como diminutos estanques azules en comparación con los dos lagos gigantes, el de Nicaragua y el de Managua. El primero, con 8.200 kilómetros cuadrados de extensión, ocupa por sí solo más del seis por ciento de la superficie del país.

La capital, Managua, está ubicada en la orilla sur del lago del mismo nombre, cuya extensión aproximada es de 1.000 kilómetros cuadrados. Su nombre resulta muy apropiado, pues en una de las lenguas indígenas, Managua significa “lugar donde hay una extensión de agua”. La ciudad es la sede gubernamental y financiera, y cuenta con una población cercana al millón de habitantes, o sea, un 20% de los cinco millones que tiene el país. Está situada en los estrechos confines de las tierras bajas del Pacífico, que constituyen el hogar de aproximadamente el 60% de los nicaragüenses; otro 30% de la población habita en las tierras altas del centro, y el resto —que apenas llega al 10%— vive más hacia el oriente en dos regiones poco pobladas y políticamente autónomas, que componen la mitad del territorio nacional.

El istmo centroamericano se estrecha en el extremo sur de Nicaragua, dejando una separación de solo 220 kilómetros entre el mar Caribe y el océano Pacífico. Sin embargo, como el río San Juan fluye desde el lago de Nicaragua y desemboca en el Caribe, únicamente los 18 kilómetros del istmo de Rivas separan dicho lago del océano Pacífico. Antes de la construcción del canal de Panamá, la vía fluvial entre el río San Juan y el lago de Nicaragua era una ruta popular entre los viajeros, convirtiendo la región en una zona muy atractiva. De hecho, la historia revela que ha estado sometida a la influencia de muchos pueblos, entre ellos los mayas, los aztecas, los toltecas y los chibchas, además de potencias extranjeras como España, Francia, Gran Bretaña, Holanda, Estados Unidos y la Unión Soviética.

El influjo de tantas tribus y nacionalidades se hace patente en las múltiples culturas y lenguas presentes en la sociedad nicaragüense. Mientras que la población de la zona del Pacífico está compuesta principalmente por mestizos hispanohablantes, descendientes de españoles e indígenas, la región del Caribe es indudablemente multiétnica. Allí predominan los mískitos (misquitos), criollos y mestizos, y hay poblaciones menores de sumos, ramas y garífunas, un grupo afrocaribeño. Aunque muchas de estas comunidades han conservado su idioma y su cultura tradicionales, sus miembros son sencillos, abiertos y amigables. Además, son profundamente religiosos, y muchos de ellos aman la Biblia.

Como veremos en este relato, el carácter nicaragüense también se ha forjado en las adversidades, causadas tanto por la naturaleza como por el hombre. Por ejemplo, durante el pasado siglo, Managua fue asolada en dos ocasiones por terremotos originados en la costa pacífica del istmo. La zona oriental del país ha sufrido desastres naturales de otro tipo: los destructivos huracanes que se forman en el Atlántico. A todo lo anterior hay que sumarle las calamidades provocadas por la guerra civil, las revoluciones políticas y las opresivas dictaduras.

No obstante, las aguas puras de la verdad bíblica han conseguido penetrar en esta hermosa tierra de ríos y lagos, para llevar consuelo y esperanza a miles de personas de corazón sincero (Rev. 22:17). De hecho, el torrente de provisiones espirituales que discurre por Nicaragua en la actualidad es prueba de que Jehová está bendiciendo ricamente la predicación del Reino en este país, sobre todo si se tiene en cuenta que hace tan solo seis décadas, las buenas nuevas eran un simple hilo de agua.

Al principio, solo un hilo de agua

El 28 de junio de 1945 llegaron a Managua Francis y William Wallace, hermanos carnales graduados de la primera clase de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Ellos emprendieron la predicación organizada de las buenas nuevas en Nicaragua y prepararon el camino para las futuras generaciones de misioneros. Mas no fueron los primeros en dar a conocer el mensaje del Reino en este país, pues en 1934 una precursora que estaba de visita había dejado publicaciones en manos de la gente en Managua y en otros lugares. Aun así, en 1945 eran muy pocas las personas que habían oído hablar de los testigos de Jehová.

Los hermanos Wallace empezaron a predicar con un fonógrafo portátil que utilizaban para reproducir grabaciones bíblicas, una auténtica novedad en la Nicaragua de aquella época. De ese modo lograron que, durante el primer mes, 705 personas escucharan el mensaje del Reino.

En octubre de 1945 llegaron cuatro misioneros más: los matrimonios formados por Harold y Evelyn Duncan, y Wilbert y Ann Geiselman. Deseosos de anunciar el Reino por todos los medios posibles, programaron una serie de reuniones públicas. Así pues, en noviembre del mismo año, los nicaragüenses recibieron en las calles el saludo de personas que les entregaban invitaciones para asistir a una conferencia pública. A pesar de que un disturbio político ocurrido en las cercanías amenazó con interrumpir la reunión, esta prosiguió pacíficamente, y más de cuarenta personas escucharon aquel primer discurso público. En el ínterin se comenzó a celebrar en el hogar misional un estudio semanal de La Atalaya junto con la Reunión de Servicio.

El año 1946 fue un momento feliz para los misioneros y las primeras personas que acogieron el mensaje bíblico. Una de ellas fue Arnoldo Castro, quien por entonces contaba 24 años. Sonriente, evoca cómo llegó a conocer la verdad bíblica: “Mis compañeros de vivienda —Evaristo Sánchez y Lorenzo Obregón— y yo decidimos aprender inglés juntos. Cierto día, Evaristo volvió a casa del mercado agitando un libro en el aire y diciendo: ‘Conocí a un americano que nos va a enseñar inglés’. Por supuesto, esa no era la intención del ‘maestro’, sino lo que Evaristo había entendido. Por eso, a la hora acordada, los tres jóvenes esperábamos ilusionados una lección de inglés. El ‘maestro’, que era el misionero Wilbert Geiselman, recibió una grata sorpresa al encontrar unos ‘estudiantes de la Biblia’ tan dispuestos a escuchar esperándolo con el libro en la mano.

”Se trataba de la publicación ‘La verdad os hará libres’, que estudiábamos dos veces a la semana —explica Arnoldo—. Al final no aprendimos mucho inglés, pero sí la verdad bíblica.” Arnoldo se bautizó en agosto de 1946 en una asamblea en Cleveland (Ohio, EE.UU.) y después volvió a Nicaragua y emprendió el servicio de precursor. Sus dos compañeros se bautizaron a finales de aquel mismo año.

Evaristo Sánchez, que en la actualidad tiene 83 años, rememora con alegría aquellos comienzos: “Al principio no teníamos dónde celebrar nuestras reuniones. Pero como éramos tan pocos, nos reuníamos donde se alojaban los misioneros. Después se alquiló una casa de dos plantas, y allí acudíamos regularmente de treinta a cuarenta personas”.

Aquellos tres jóvenes fueron los primeros nicaragüenses que acompañaron a los misioneros en el ministerio, primero en Managua y luego en los alrededores. En aquella época, Managua, con una población cercana a los 120.000 habitantes, era más pequeña que ahora. La única zona pavimentada era una sección de doce manzanas en el centro de la ciudad. “Viajábamos a pie —recuerda Evaristo—. No había buses, ni carreteras pavimentadas, solo las vías del tren y senderos para las carretas de bueyes. Así que, dependiendo de si estábamos en la estación seca o en la de lluvias, íbamos cubiertos o de polvo, o de barro.” Pero sus esfuerzos se vieron recompensados cuando 52 personas acudieron a la Conmemoración en abril de 1946.

Se abre una sucursal

En aquel mismo mes, Nathan H. Knorr y Frederick W. Franz, de las oficinas centrales de Brooklyn, visitaron Nicaragua por primera vez. Durante los cuatro días de estancia, el hermano Knorr pronunció ante 158 personas el discurso público “Regocijaos, oh naciones”, y el hermano Franz lo interpretó en español. Antes de partir, el hermano Knorr abrió una sucursal de los testigos de Jehová para supervisar la obra en Nicaragua. William Eugene Call, que tenía 26 años de edad y había sido transferido recientemente desde Costa Rica, fue nombrado siervo de sucursal.

En las décadas siguientes, la sucursal abrió hogares misionales en Jinotepe, Masaya, León, Bluefields, Granada y Matagalpa. También dispuso que un superintendente de circuito visitara las congregaciones y los grupos recién formados para fortalecer y animar a los hermanos.

Triunfo momentáneo de los opositores

El celo de los hermanos dio fruto rápidamente, lo que inquietó al clero de la cristiandad. Las primeras muestras de oposición surgieron en Bluefields, una población de la costa caribeña a la que se asignaron dos misioneros. La situación llegó a un punto crítico el 17 de octubre de 1952, cuando se emitió una orden judicial contra los testigos de Jehová. La orden, que prohibía todas las actividades de los Testigos, llevaba la firma de un funcionario del Departamento de Inmigración, pero había sido instigada por el clero católico.

Se informó de la orden a los misioneros de Bluefields, León, Jinotepe y Managua. Los recursos de apelación que se interpusieron ante las autoridades competentes —entre ellas el entonces presidente, Anastasio Somoza García— no prosperaron. Los hermanos comenzaron a reunirse en grupos más pequeños, se interrumpió la predicación con las revistas en las calles y las publicaciones almacenadas en la sucursal se llevaron a lugares seguros. Nuestros enemigos religiosos habían logrado que se proscribiera la obra afirmando falsamente que los testigos de Jehová eran comunistas. Se contrató a un abogado para apelar contra la decisión ante la Corte Suprema de Justicia.

Aunque algunos hermanos cedieron al temor del hombre, la mayoría se mantuvieron firmes. Los misioneros, maduros e intrépidos, fueron un gran apoyo para los hermanos locales, que siguieron predicando y reuniéndose en obediencia a la Palabra de Dios (Hech. 1:8; 5:29; Heb. 10:24, 25). Entonces, el 9 de junio de 1953, tras una proscripción que tan solo duró ocho meses, la Corte Suprema falló unánimemente a favor de los testigos de Jehová, reafirmando el derecho constitucional a la libertad de expresión y de culto. La conspiración había fracasado por completo.

Pruebas para los primeros misioneros

La oposición del clero no fue la única prueba a la que tuvieron que enfrentarse los primeros misioneros. Pensemos en el caso de Sydney y Phyllis Porter, un matrimonio de graduados de la duodécima clase de Galaad. Cuando llegaron a Nicaragua en julio de 1949, a Sydney lo nombraron superintendente del único circuito que había en todo el país. Así describe él la obra en aquel entonces: “Utilizábamos trenes y buses para desplazarnos. A menudo no había hermanos con quienes alojarse, así que llevábamos ropa de cama y una pequeña hornilla portátil para hervir el agua y cocinar. En muchas ocasiones pasábamos hasta diez semanas fuera de la sucursal. No obstante, el territorio era tan fructífero que en algunas zonas resultaba difícil atender a tanta gente interesada. Por ejemplo, más tarde, cuando nos asignaron al circuito que se formó en Managua, Phyllis dirigía dieciséis estudios bíblicos. ¿De dónde sacaba el tiempo? De nuestro día libre y de las noches que no había reuniones de congregación.” ¡Qué entregados eran aquellos primeros misioneros!

Doris Niehoff, que llegó en 1957, refiere su primera impresión: “Estábamos a finales de marzo, en la estación seca, así que el campo presentaba un color café. En ese entonces había muy pocos automóviles; todo el mundo iba a caballo y armado: era como meterse en el escenario de una película del Oeste. La mayoría de la gente era o rica o pobre, pero sobre todo lo último. La situación resultaba aún más complicada porque Nicaragua se hallaba en guerra con Honduras por una disputa territorial, y seis meses antes de mi llegada, el presidente Somoza García había sido asesinado y se había impuesto la ley marcial.

”Me asignaron a León, una ciudad universitaria —continúa Doris—. Como no entendía mucho español, los estudiantes se divertían gastándome bromas. Por ejemplo, cuando me ofrecí a volver para hablar de la Biblia con ciertos estudiantes, ellos aceptaron, pero me dieron sus ‘nombres’ entre risas. Uno me dio el nombre del asesino del presidente, y el otro, el de un famoso guerrillero. Fue un milagro que no me metieran en la cárcel cuando volví y pregunté por los estudiantes utilizando aquellos nombres.”

Entrevista con el obispo de Matagalpa

La ciudad de Matagalpa, a unos 130 kilómetros al norte de Managua, está enclavada en las colinas de una región cafetalera. En 1957 se enviaron allí cuatro misioneros. Agustín Sequeira, que por entonces era profesor de matemáticas en una escuela regentada por monjas Josefinas, evoca la atmósfera religiosa de Matagalpa en aquella época: “La gente era mayormente católica —dice— y le temía a los sacerdotes, sobre todo al obispo. Él era el padrino de uno de mis hijos”.

Aquel clima de temor le dificultaba a la sucursal encontrar alojamiento para los misioneros. Por ejemplo, cuando iban a alquilar una casa, la sucursal informó al propietario, que era abogado, de que los misioneros celebrarían reuniones cristianas allí. El hombre dijo: “No hay problema”.

Doris Niehoff explica lo que ocurrió después: “El día que llegamos con todos nuestros muebles, el dueño apareció con cara de preocupación. Dijo que nos había enviado un telegrama avisándonos de que no viniéramos. ¿Por qué? El obispo lo había amenazado diciendo que si nos alquilaba la casa, su hijo no podría asistir a la escuela católica. Afortunadamente no habíamos recibido el telegrama y ya habíamos pagado un mes de renta.

”Aunque nos costó mucho trabajo, encontramos otra casa ese mes —añade Doris—. Cuando el obispo intentó presionar al dueño, un valiente hombre de negocios de la localidad, este le respondió: ‘Bueno, si usted me paga los cuatrocientos córdobas mensuales del alquiler, yo pongo a los Testigos en la calle’. Por supuesto, el obispo no iba a pagarle. Sin embargo, no desistió de su propósito: fue por todas las tiendas diciéndole a los dueños que no nos vendieran nada, a la vez que colocaba carteles de advertencia para que la gente no hablara con los testigos de Jehová.”

A pesar del celo de los misioneros, no parecía que hubiera nadie en Matagalpa dispuesto a ponerse de parte de la verdad bíblica. Sin embargo, Agustín, el profesor de matemáticas, tenía muchas preguntas sin contestar, como por ejemplo por qué seguían en pie las pirámides cuando los faraones que las habían construido llevaban tanto tiempo muertos. Todavía recuerda claramente que un misionero lo visitó y respondió a sus preguntas con ayuda de la Biblia. “Me fascinaron los textos bíblicos que demostraban que el hombre no fue creado para morir, sino para vivir para siempre en una Tierra paradisíaca, y que los muertos serían resucitados —explica Agustín—. Enseguida comprendí que aquello era la verdad.” ¿Cuál fue su reacción? Él recuerda: “Comencé a predicarle a todo el mundo en la escuela donde daba clases, incluyendo a la directora, que era monja. Ella me invitó entonces a visitarla el domingo para hablar ‘del fin del mundo’. Para mi sorpresa, cuando llegué me estaba esperando el obispo de Matagalpa”.

—Bueno, compadre —me dijo—. He oído que usted está perdiendo la fe.

—¿Cuál fe?’ —le contesté— ¿La que nunca tuve? Ahora es cuando estoy aprendiendo a tener verdadera fe.’”

Comenzó entonces una conversación que se prolongó por tres horas, en presencia de la monja. El celo de Agustín por su nueva fe lo motivó a ser bastante franco en ocasiones. Afirmó incluso que la creencia anticristiana de la inmortalidad del alma era una treta para lucrarse con las personas inocentes. Para ilustrar ese punto, le dijo al obispo: “Imagínese, por ejemplo, que mi madre muriera. Naturalmente, yo le pediría a usted que hiciera una misa por ella porque su alma está en el purgatorio. Usted me cobraría por el servicio. Ocho días después, celebraría otra misa. Un año después, otra más, y así sucesivamente. Sin embargo, nunca me diría: ‘Compadre, no voy a decir más misas por el alma de su madre porque ya salió del purgatorio’”.

—¡Ah! —contestó el obispo—. ¡Es porque solo Dios sabe cuándo sale el alma de allí!

—Entonces, ¿cómo sabría usted cuándo entró para poder empezar a cobrarme? —replicó Agustín.

En cierto momento de la conversación, mientras Agustín empezaba a citar otro texto bíblico, la monja le dijo al obispo: “¡Mire, Monseñor, la Biblia que él utiliza no sirve, es luterana!”.

El obispo respondió: “No, esa es la Biblia que yo le di”.

A medida que avanzaba la conversación, Agustín se asombró cuando escuchó al obispo decir que uno no debería creer todo lo que enseña la Biblia. “Después de aquella reunión —comenta Agustín—, me convencí de que el clero de la cristiandad, al igual que los líderes religiosos del día de Jesús, prefiere las tradiciones de la Iglesia a la Palabra de Dios.”

En febrero de 1962, Agustín Sequeira se convirtió en el primer publicador bautizado de Matagalpa. Continuó progresando espiritualmente, llegó a ser precursor y anciano, y desde 1991 es miembro del Comité de Sucursal de Nicaragua. En cuanto a Matagalpa, para el año de servicio 2002 había dos congregaciones en expansión con un total de 153 publicadores del Reino.

Precursores especiales incansables

Muchos de los que aceptaron las buenas nuevas del Reino de Dios se sintieron impulsados a aumentar su participación en el ministerio haciéndose precursores. Entre ellos estuvieron Gilberto Solís; su esposa, María Cecilia, y la hermana menor de Gilberto, María Elsa. Los tres se bautizaron en 1961, y cuatro años después se habían convertido en un equipo de precursores especiales sumamente eficaces. Aquel trío colaboró en la formación o el fortalecimiento de nueve congregaciones en diversas partes del país. Una de sus asignaciones fue la isla de Ometepe, en el lago de Nicaragua.

Ometepe tiene una extensión de 276 kilómetros cuadrados y está formada por dos volcanes, uno de ellos de 1.600 metros de altitud. Cuando se observa desde el aire, los volcanes le confieren la forma de un ocho. Cada día, al amanecer, los tres precursores iniciaban su predicación. Tomaban un autobús que los llevara lo más lejos posible y entonces continuaban a pie por la costa arenosa, a menudo descalzos, hasta llegar a muchos de los pueblos de la isla. Durante un período aproximado de dieciocho meses, organizaron varios grupos aislados de estudiantes de la Biblia por toda Ometepe, el mayor de los cuales estaba en Los Hatillos.

El cultivo del tabaco había constituido la principal fuente de ingresos de muchos de los nuevos publicadores de Los Hatillos, pero sus conciencias educadas por la Biblia ya no les permitían realizar aquel trabajo. Por ello, muchos se dedicaron a la pesca, aunque significara una disminución de sus ganancias. ¡Qué alegría sintió la familia Solís al ver aquella fe, además de otras muchas pruebas de que Jehová bendecía ricamente su ministerio! De hecho, el número de publicadores de la zona aumentó a 32 en poco tiempo, por lo que surgió la necesidad de contar con un Salón del Reino. Uno de los nuevos publicadores, Alfonso Alemán, cultivaba sandías y donó generosamente una parcela de terreno para edificar el salón. Pero ¿cómo obtendrían los publicadores de Los Hatillos los fondos necesarios?

Gilberto Solís organizó a los voluntarios para que plantaran en la parcela donada semillas de sandía, suministradas por el hermano Alemán, y animó al grupo a “cuidarlas para Jehová”, dando él mismo un ejemplo de trabajo duro. María Elsa, una mujer menuda pero muy vivaz, explica cómo aquel grupito de publicadores se ocupó de la cosecha: “Nos levantábamos temprano, mientras todavía era de noche, para regar el campo. Recogimos tres cosechas abundantes. El hermano Alemán cruzaba el lago de Nicaragua en su barca para llevar las sandías hasta Granada, donde las vendía y compraba materiales de construcción. Así fue como se construyó el Salón del Reino de Los Hatillos, y por eso mi hermano lo llamaba el Salón de sandías”. Desde aquellos humildes comienzos, la isla de Ometepe cuenta en la actualidad con tres congregaciones florecientes.

La humildad, el espíritu optimista y la total confianza en Jehová que mostraban Gilberto, su esposa y su hermana conmovieron muchos corazones. Gilberto solía decir: “Siempre debemos ver a los nuevos como terneritos: son encantadores, pero todavía están débiles. Así que no debemos molestarnos por sus debilidades, sino ayudarlos a fortalecerse”. Tal actitud amorosa sin duda contribuyó a que estos tres precursores ejemplares ayudaran a 265 personas a llegar hasta la dedicación y el bautismo. La esposa de Gilberto murió fiel, y él, ya con 83 años, ha visto su propia salud deteriorarse notablemente. Aun así, su deseo de servir a Jehová es tan fuerte como siempre. Respecto a María Elsa, cuando se le preguntó recientemente cómo se sentía después de treinta y seis años de ser precursora especial, contestó: “Como el primer día. Me siento muy feliz, y siempre le doy gracias a Jehová por habernos conducido a su santa organización y permitirnos morar en este maravilloso paraíso espiritual”. A lo largo de los años, muchos precursores laboriosos, como la familia Solís, han visto fructificar la obra del Reino en Nicaragua, gracias a la generosa bendición de Jehová.

El terremoto de Managua de 1972

Acababan de dar las doce de la noche del 23 de diciembre de 1972 cuando Managua fue sacudida violentamente por un terremoto de magnitud 6,25 en la escala de Richter, equivalente a la energía que liberarían 50 bombas atómicas. La sucursal estaba ubicada al oriente de Managua, a tan solo dieciocho manzanas del epicentro. Levi Elwood Witherspoon, que era el superintendente de sucursal en aquella época, relata: “Todos los misioneros estaban acostados. Cuando acabó el temblor, nos apresuramos a salir a la calle. Entonces se produjeron otros dos movimientos sísmicos, uno detrás del otro. Las casas se derrumbaron a nuestro alrededor. Una espesa nube de polvo cubrió la ciudad, en cuyo centro se veía un resplandor rojizo, resultado de los violentos incendios”.

El epicentro del terremoto estaba situado precisamente bajo el distrito comercial, y en solo treinta segundos Managua se volvió inhabitable. Los supervivientes se abrían paso como podían entre el polvo y los escombros, luchando por respirar. Muchos no lo consiguieron. Aunque según algunos cálculos el número total de muertos superó los doce mil, se desconoce la cifra exacta. Cerca del setenta y cinco por ciento de las casas de Managua fueron destruidas, lo que dejó a unas doscientas cincuenta mil personas sin hogar. Durante los tres días siguientes al terremoto, unas cien mil personas abandonaban diariamente la ciudad.

El amor cristiano acude al rescate

Para las doce del mismo día en que ocurrió el terremoto, la sucursal ya había recibido un informe completo de los superintendentes de las congregaciones de Managua. Actuando rápidamente y de común acuerdo, aquellos fieles hermanos habían visitado a cada miembro de la congregación para averiguar sus necesidades. Por fortuna, no hubo ningún muerto entre los más de mil Testigos de la ciudad, pero más del ochenta por ciento perdieron sus hogares.

El amor cristiano motivó al pueblo de Jehová de países vecinos a acudir con presteza en ayuda de sus hermanos, y en menos de veintidós horas después del terremoto llegaron a la sucursal camiones cargados de alimentos, agua, medicinas y ropa. De hecho, la sucursal fue uno de los primeros lugares en donde se repartió ayuda humanitaria. Además, llegó una gran cantidad de voluntarios de las congregaciones del país, quienes en poco tiempo se ocuparon de clasificar la ropa, empacar la comida y enviar dichos artículos para su distribución. Incluso se recibieron suministros donados por Testigos de países más lejanos.

Al día siguiente, el superintendente de sucursal se reunió con representantes procedentes de las sucursales de Costa Rica, El Salvador y Honduras para organizar la ayuda adicional. Los testigos nicaragüenses que vivían en las afueras de Managua brindaron amorosamente sus hogares a los hermanos que tuvieron que abandonar la capital. Los que permanecieron en ella se organizaron en grupos para las reuniones cristianas y el servicio del campo. El superintendente de circuito visitó aquellos grupos para animarlos y entregarles suministros de socorro.

El terremoto afectó a la entera economía del país. Sin embargo, aunque la vida se hizo más difícil, la reconstrucción de los Salones del Reino y los hogares de los hermanos continuó. Y lo que es más, las congregaciones aumentaron gracias a la afluencia de muchos nuevos. Era obvio que Jehová se complacía en su pueblo a medida que seguían poniendo los intereses del Reino en lugar prioritario en sus vidas (Mat. 6:33).

El Anuario para 1975 informó: “La mayoría de las catorce congregaciones de la zona de Managua todavía se reúnen en edificios que tienen paredes agrietadas o solo bajo un techo de metal galvanizado en algún patio. Es interesante el hecho de que desde el año pasado la concurrencia a estas reuniones ha aumentado al doble. Los hermanos tuvieron un aumento [del 20%] sobre el promedio de publicadores del año pasado. Ahora hay 2.689 personas compartiendo la verdad con otros, y 417 se bautizaron”.

Este crecimiento continuo pronto resultó en que la antigua sucursal se quedara pequeña. Podemos imaginar lo felices que se sintieron los publicadores cuando se finalizaron las obras de una nueva sucursal y un hogar misional en diciembre de 1974, solo dos años después del gran terremoto. La nueva sucursal estaba ubicada en una calle tranquila llamada El Raizón, a dieciséis kilómetros al sur del centro de Managua.

Los misioneros dan ejemplo de amor y unidad

Desde la llegada de los dos hermanos Wallace en 1945, los misioneros de Nicaragua resultaron ser ejemplos de fe, aguante y amor al prójimo. Tan admirables cualidades estrecharon la relación de los misioneros entre sí y con los hermanos locales. Dice el misionero Kenneth Brian: “Después del terremoto de Managua colaboramos en la sucursal y ayudamos a los hermanos a mudarse de sus casas y enterrar a sus parientes que habían muerto. Trabajar juntos en tales circunstancias acerca mucho a las personas”. Marguerite Moore (antes Foster) comenta respecto a sus compañeros misioneros: “Aunque éramos de distintas nacionalidades y antecedentes y teníamos diferentes personalidades, el espíritu de unidad de la familia nos ayudó a sentirnos felices en nuestra asignación, a pesar de nuestros defectos”.

Misioneros como Kenneth y Sharan Brian consideran un privilegio especial haberse beneficiado de los ejemplos de misioneros experimentados como Francis y Angeline Wallace, Sydney y Phyllis Porter, y Emily Hardin. Sharan recuerda: “Todos trabajaban muy duro, y era obvio que les gustaba lo que hacían”.

Con los años, muchas parejas de misioneros participaron también en la obra de los viajantes. De hecho, el fundamento sólido colocado por misioneros celosos contribuyó al buen crecimiento espiritual observado en Nicaragua durante las primeras tres décadas de su historia teocrática. Sin embargo, aquel edificio espiritual estaba a punto de ser sometido a prueba, no por otro terremoto, sino por algo de duración más prolongada y espiritualmente peligroso: el nacionalismo y la revolución (1 Cor. 3:12, 13).

Probados por las llamas de la revolución política

A finales de los años setenta, comenzó a extenderse por toda Nicaragua una revolución política encabezada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Con el tiempo, esta condujo al derrocamiento de la dinastía político militar que gobernó el país durante cuarenta y dos años. Ruby Block, misionera por quince años en Nicaragua, dice refiriéndose a aquel período: “El aumento de la propaganda política en aquellos años ponía a todo el mundo nervioso. Los enfrentamientos violentos entre militares y sandinistas eran frecuentes. Para efectuar nuestro ministerio, teníamos que confiar plenamente en Jehová”.

A pesar de la neutralidad cristiana de los testigos de Jehová en asuntos políticos, los simpatizantes del sandinismo solían acusarles de ser agentes o del régimen de Somoza o de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA). También se fomentaban los sentimientos de hostilidad hacia los extranjeros. Por ejemplo, en cierta ocasión la misionera Elfriede Urban se hallaba en el ministerio y un hombre la acusó de ser espía. “¿Cómo voy a ser espía? —contestó ella—. No llevo cámara ni grabadora. Además, ¿a quién o qué podría espiar en este vecindario?”

El hombre replicó: “Usted está tan bien entrenada que sus ojos son la cámara, y sus oídos y cerebro son la grabadora”.

En aquellos días se coreaba en las calles de Managua un eslogan popular: “Entre los cristianos y la revolución, no hay contradicción”. Esa forma de pensar, que ganó adeptos en Latinoamérica durante los años setenta, era un reflejo de la teología de la liberación, corriente fomentada por un movimiento marxista que surgió en el seno de la Iglesia Católica Romana. Según The Encyclopædia Britannica, el objetivo de la teología de la liberación era ayudar a “los pobres y los oprimidos mediante la participación [religiosa] en los asuntos políticos y civiles”.

Ruby Block recuerda: “La gente nos preguntaba a menudo: ‘¿Qué opinan ustedes de la revolución?’. Les explicábamos que la única solución para los problemas de la humanidad es el Reino de Dios”. Permanecer leales a Jehová en aquel clima político tan inestable era un desafío. Ruby añade: “Siempre le pedía a Jehová que me diera fuerzas para permanecer neutral, no solo de palabra, sino también de pensamiento y corazón”.

Tras meses de violentos levantamientos, el FSLN lanzó en mayo de 1979 una ofensiva general para derrocar al gobierno. El presidente Somoza Debayle se vio obligado a huir del país, y su Guardia Nacional quedó disuelta. En julio de aquel año, la nueva Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional asumió el poder ejecutivo. Se calcula que unos cincuenta mil nicaragüenses murieron durante la revolución.

¿Cómo les fue a los hermanos? El siguiente anuncio apareció en Nuestro Ministerio del Reino de diciembre de 1979: “Los hermanos se encuentran bien y han reanudado sus reuniones y su obra de predicar y enseñar. Durante el período de violencia, [...] tres de nuestros hermanos perdieron la vida. Muchos hermanos perdieron sus hogares, pero como la mayoría de ellos eran inquilinos, lo que perdieron, por el saqueo y la destrucción, en su mayor parte, fue otro tipo de posesiones materiales. En lo que se refiere a transportación, hay muy poca. La mayoría de los autobuses fueron destruidos, solo ahora se están reparando las carreteras, y hay gran escasez de gasolina”. No obstante, al pueblo de Jehová le aguardaban pruebas mayores.

Arrestos y deportaciones

Enseguida resultó evidente que el nuevo gobierno no aprobaba la postura neutral de los testigos de Jehová. Por ejemplo, el Departamento de Aduanas dificultó la importación de publicaciones bíblicas. Además, una ley promulgada en 1981 requería que todas las sociedades civiles y religiosas se volvieran a registrar para obtener el reconocimiento legal. Hasta que se concediera dicho reconocimiento a los hermanos, se suspendió su situación jurídica anterior. Lamentablemente, las peticiones de renovación del registro no fueron atendidas.

En septiembre de 1981, se arrestó a Andrew y Miriam Reed mientras realizaban una visita de circuito en las tierras altas del centro. Pasaron diez días detenidos en varias cárceles bajo las peores condiciones. Finalmente, los llevaron a los cuarteles de la policía de seguridad, que los mantuvo en celdas separadas la mayor parte del tiempo. Los interrogaban con frecuencia, a menudo durante horas, en un intento de sonsacarles los nombres de los hermanos encargados de la obra. A ambos les dijeron que su cónyuge había confesado ser un agente de la CIA, a pesar de que los Reed ni siquiera eran ciudadanos estadounidenses. Al final les informaron que todo había sido un error. Aunque nunca se presentó una acusación formal contra ellos, los deportaron a Costa Rica. Sin embargo, antes de salir del país, les dijeron que la negativa de los testigos de Jehová a tomar las armas era inaceptable, que todos los nicaragüenses debían estar dispuestos a pelear por su patria.

El Comité de Sucursal, obrando con prudencia, intensificó la capacitación de los hermanos del país para que supervisaran el trabajo en caso de que hubiera que cerrar la sucursal. Entretanto, se llevaron a cabo diversos cursos: uno para los superintendentes de circuito y sus sustitutos, una serie de clases de la Escuela del Ministerio del Reino para ancianos y algunos siervos ministeriales, y varias escuelas de precursores. Las asambleas, sin embargo, resultaban más difíciles de organizar.

Por ejemplo, las autoridades de la ciudad de Masaya habían garantizado que el estadio estaría disponible para una de las dos asambleas de distrito “Lealtad al Reino” que se celebrarían en diciembre de 1981; sin embargo, se echaron atrás cuando tan solo faltaban treinta y seis horas para la asamblea. La decisión no provenía de la oficina del alcalde, sino del gobierno central. Sin embargo, los hermanos ya habían recibido aviso. Así que un día antes se pusieron de acuerdo con una hermana generosa que les permitió utilizar como alternativa su granja de aves, situada a unos ocho kilómetros de Managua. Los voluntarios trabajaron toda la noche para acondicionar el lugar. Más de seis mil ochocientos hermanos se enteraron de palabra de la nueva localización.

Cierre de la sucursal

El sábado 20 de marzo de 1982, a las 6.40 de la mañana, Ian Hunter estaba preparando el desayuno para sus compañeros misioneros cuando apareció en la calle un autobús lleno de funcionarios de inmigración y soldados armados con ametralladoras que rodearon la sucursal y el hogar misional. Ian relata: “Los funcionarios nos dijeron que empacáramos tan solo una maleta y un pequeño bulto de mano cada uno. No quisieron decirnos porqué, solo que nos llevaban a una casa donde permaneceríamos por un breve período, mientras se realizaban ciertas investigaciones. Reiner Thompson, que era el coordinador del comité de sucursal, se metió en su oficina discretamente y telefoneó a los demás hogares misionales para advertirles de lo que estaba ocurriendo”.

“Aquel día —reflexiona Ruby Block— aprendí el verdadero significado de las palabras de Pablo: ‘No se inquieten por cosa alguna, sino que en todo, por oración y ruego [...] dense a conocer sus peticiones a Dios; y la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales’ (Fili. 4:6, 7). Mientras un soldado armado nos vigilaba desde la cocina, Reiner Thompson nos representó en oración, y todos contestamos con un sincero ‘Amén’. Después sentimos una total tranquilidad de ánimo, aun cuando no sabíamos cómo terminaría el día. Estábamos seguros de que sin importar lo que ocurriese, Jehová nos daría las fuerzas necesarias para afrontarlo. Siempre recordaré y valoraré aquella lección.”

El hermano Hunter explica lo que ocurrió después: “Nos obligaron a subir al bus y nos llevaron a una antigua plantación de café, situada en el campo. Les recordé a los funcionarios que los extranjeros teníamos derecho a hablar con nuestras embajadas. Me contestaron que debido al estado de emergencia, declarado a principios de la semana, se habían cancelado tales derechos, y que una vez que estuviéramos fuera del país, podríamos hablar con quien quisiéramos. Esa fue la primera admisión tácita de que nos estaban expulsando de Nicaragua”. Aquel día, los nueve misioneros que vivían en la sucursal fueron conducidos en grupos diferentes a la frontera con Costa Rica.

Mientras tanto, los misioneros de los otros dos hogares actuaron con prontitud tras la llamada telefónica del hermano Thompson. Con ayuda de los hermanos locales, desmontaron gran parte de las máquinas, incluida una prensa offset, y retiraron muchas de sus pertenencias personales. Cuando llegaron los funcionarios de inmigración, se sorprendieron al ver las casas prácticamente vacías y a los misioneros haciendo su equipaje. Aquella noche condujeron al aeropuerto a los diez misioneros de aquellos dos hogares. Phyllis Porter relata: “Dijeron que éramos contrarrevolucionarios; sin embargo, no nos revisaron y tampoco registraron el equipaje que llevábamos. Aunque no teníamos boletos de vuelo, los comprobantes de nuestro equipaje indicaban que se nos deportaba a Panamá”. Los dos únicos misioneros que habían quedado en el país —un matrimonio británico en la obra de circuito— fueron deportados algunos meses después.

Los misioneros se reunieron en la sucursal de Costa Rica en cuestión de días. Allí recibieron asignaciones del Cuerpo Gobernante para seguir en su servicio en países cercanos como Belice, Ecuador, El Salvador y Honduras. Sin embargo, Reiner y Jeanne Thompson, e Ian Hunter permanecieron en Costa Rica durante algún tiempo para mantenerse en contacto con los hermanos que habían asumido la supervisión de la obra en Nicaragua.

¿Cómo se las arreglaron los hermanos nicaragüenses? “Tras derramar algunas lágrimas al enterarse de nuestra deportación —informó entonces el hermano Hunter—, nuestros queridos hermanos han seguido adelante. Los miembros recién nombrados del Comité del País llevan la delantera de forma eficaz, y estamos seguros de que harán un excelente trabajo.” Félix Pedro Paiz, superintendente de circuito en Nicaragua por muchos años, recuerda cómo se sintieron los hermanos tras la partida de los misioneros: “Lo lamentamos muchísimo. Verdaderamente habían dado todo de sí mismos y permanecieron leales. Su ejemplo fortaleció a los hermanos y estableció un fundamento firme para la obra en este país”.

Restringidos, aunque no proscritos

Los gobiernos a veces no comprenden la neutralidad de los testigos de Jehová con respecto a la política, la guerra y los conflictos sociales, lo que a menudo provoca actitudes contradictorias hacia el pueblo de Dios. Por ejemplo, durante las décadas de 1950 y 1960, bajo el régimen de Somoza, los opositores acusaban a los hermanos de ser comunistas; pero después, los sandinistas los acusaban de ser agentes de la CIA. Los medios de comunicación también intervinieron, calificándolos de “contrarrevolucionarios”.

A pesar de todo, a los testigos de Jehová no se les proscribió, aunque el período de 1982 a 1990 se vio marcado por restricciones concretas de su libertad de culto. Por ejemplo, no podían introducir publicaciones en el país. Además, se estableció un sistema mediante el cual sus actividades —en realidad, las de la gente en general— se podían vigilar estrechamente.

Vigilados por espías de la vecindad

Un manual de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos afirma: “Inmediatamente después de la revolución, el FSLN también creó organizaciones multitudinarias que representaban a los grupos de intereses comunes más populares de Nicaragua”. Dichos grupos incluían obreros, una asociación de mujeres, ganaderos, agricultores y campesinos. Según la misma fuente, “para 1980, unos doscientos cincuenta mil nicaragüenses pertenecían a organizaciones sandinistas”. Entre las más poderosas figuraban los Comités de Defensa Sandinista, o CDS, de ideología comunista. Integrados por comités vecinales, realizaban un censo de las ciudades calle por calle, y de este modo “sabían el paradero de todo el mundo”, declara el manual citado anteriormente. Tales comités constituyeron un instrumento eficaz para recabar y propagar información a favor del gobierno.

Poco después, las actividades de los testigos de Jehová se vieron vigiladas de cerca, sobre todo por la fuerte campaña propagandística que se lanzó en contra suya. Los CDS denunciaban regularmente ante las autoridades sandinistas a los vecinos sospechosos de actividades contrarrevolucionarias o de “diversionismo ideológico”, los cuales a menudo eran arrestados por agentes de la Dirección General de Seguridad del Estado, un cuerpo de policía secreta.

Una de las funciones de los CDS era organizar las tareas de vigilancia nocturna. Se hacían llamamientos para que la gente común, tanto hombres como mujeres, participaran en turnos de vigilancia a fin de prevenir cualquier actividad criminal o contrarrevolucionaria en la vecindad. Los Testigos no se prestaban a ello ni permitían que sus hogares se utilizaran para las reuniones semanales de los CDS. Sin embargo, aceptaban realizar otros trabajos voluntarios, como la limpieza de las calles. Aun así, se les consideraba fanáticos y un peligro para el Estado. Un hermano menciona: “Durante casi toda esa década mi casa fue rotulada con un letrero que decía: ‘Te tenemos controlado, te vigilamos’”.

Prudentes, pero valerosos

Los hermanos eran discretos para no llamar demasiado la atención cuando asistían a las reuniones cristianas y participaban en el ministerio. Las reuniones se celebraban en grupos pequeños, de tamaño familiar, lejos de la vista pública, ya fuera en hogares particulares o en Salones del Reino sin letrero. En ciertos vecindarios los hermanos no entonaban cánticos en las reuniones. Con el tiempo, los publicadores sustituyeron sus nombres por números en los diversos documentos e informes de la congregación. Además, a los interesados no se les invitaba a las reuniones a no ser que llevaran estudiando por lo menos seis meses y hubieran dado muestras de progreso espiritual.

Se redujeron el tamaño de las asambleas y la duración del programa. Cada congregación recibía los bosquejos de los discursos y demás información, y los ancianos se organizaban para presentar el programa localmente con la ayuda de siervos ministeriales cualificados. Los miembros del Comité del País y los superintendentes viajantes visitaban tantas asambleas como les era posible.

El lugar se anunciaba de palabra, y nunca hubo que cancelar ninguna asamblea. Sin embargo, a veces fue preciso cambiar el lugar con muy poca antelación. Por ejemplo, en 1987 se preparó el patio de la casa de un hermano en una comunidad rural para una asamblea a la que acudirían unos trescientos asistentes. De repente apareció un oficial militar con sus hombres y preguntó: “Bueno, ¿y qué es todo esto?”.

“Vamos a celebrar una fiesta”, contestó el hermano, que observando las botas del hombre comprendió que pertenecía a la Seguridad del Estado. Tras aquello, el oficial se marchó. Convencidos de que las autoridades sospechaban algo, los hermanos trabajaron la noche entera desmantelándolo todo. Para las cinco de la mañana, no solo se habían llevado las sillas, la plataforma y el equipo de cocina, sino que habían instalado todo en otro lugar, aproximadamente a un kilómetro y medio de distancia. Algunos jóvenes saludables corrieron a avisar a los demás hermanos de la nueva ubicación. Más tarde aquella misma mañana llegó al lugar original un camión lleno de soldados dispuestos a interrumpir la asamblea, reclutar a los jóvenes para el servicio militar y arrestar a los hermanos que llevaban la delantera; pero solo encontraron al dueño de la casa.

El oficial preguntó: “¿Dónde está todo el mundo?”.

—Bueno, tuvimos una fiesta anoche, pero ya se terminó— contestó el hermano.

—¿No tenían una asamblea? —volvió a preguntar el oficial—.

—Véalo usted mismo —replicó el hermano—. Aquí no hay nada.

El oficial no se dio por satisfecho e insistió: “¿Dónde están las tiendas de campaña que había aquí ayer?”.

“La fiesta terminó —repitió el hermano—. Recogieron todo y se fueron.”

Después de aquello, los soldados se marcharon. Mientras tanto, los hermanos disfrutaban de un programa espiritualmente edificante en otro lugar.

Jesús dijo: “¡Miren! Los estoy enviando como ovejas en medio de lobos; por lo tanto, demuestren ser cautelosos como serpientes, y, sin embargo, inocentes como palomas” (Mat. 10:16). Los publicadores tomaron a pecho esas palabras, no solo respecto a las reuniones y asambleas, sino también al ministerio del campo. Por ello, evitaban formar grupos grandes y trabajaban discretamente en parejas los territorios que se les asignaban con anticipación. Félix Pedro Paiz, superintendente de circuito, explica: “Teníamos que ser muy cuidadosos. Lo único que llevábamos al ministerio era una Biblia. Cada día asignaban a un hermano diferente para que me acompañara en la predicación. Cuando visitaba ciertas congregaciones, asistía a un grupo de estudio del libro el martes por la tarde, a otro el jueves y a otro más el domingo. En algunas zonas del país, dichas medidas preventivas eran un poco menos estrictas”.

Confiscaciones y arrestos

Durante una noche de julio de 1982, turbas de cien a más de quinientas personas, acompañadas por agentes de la Seguridad del Estado, invadieron varios Salones del Reino en diferentes partes del país y se apoderaron de ellos “en nombre del pueblo”. El 9 de agosto, entre las siete y las nueve de la noche, se apropiaron de otros cinco Salones del Reino, un Salón de Asambleas y el anterior edificio de la sucursal en la calle El Raizón. Tras la deportación de los misioneros en marzo, seis hermanos nicaragüenses y el último matrimonio de misioneros que quedaba en el país siguieron viviendo en la sucursal para cuidar de la propiedad. Con el tiempo, sin embargo, las autoridades, respaldadas por una turba que abucheaba a los hermanos, los obligaron a salir de allí sin permitirles siquiera recoger sus pertenencias.

El gobierno concedió a los CDS autoridad sobre los Salones del Reino de los que se habían apoderado, los cuales pasaron a denominarse “propiedad del pueblo”, pues se suponía que iban a adaptarse para el uso público. Al final se ocuparon ilegalmente 35 propiedades de un total de 50, aunque nunca se produjo su confiscación formal.

En medio de aquel fervor nacionalista, a los hermanos que dirigían la obra no solo se les vigilaba de cerca, sino que se les amenazaba con frecuencia. Por ejemplo, en algunos vecindarios, turbas de los CDS hostigaban a los hermanos frente a sus casas durante horas, gritando acusaciones y eslóganes políticos. Los oficiales de la Seguridad del Estado registraron los hogares e incluso saquearon algunos. Varios ancianos, entre ellos miembros del Comité del País, fueron arrestados y maltratados.

Uno de los primeros ancianos que pasó por aquella experiencia fue Joel Obregón, que a la sazón era superintendente de circuito. El 23 de julio de 1982, los agentes de la Seguridad del Estado rodearon la casa donde se alojaba junto con su esposa, Nila, y lo arrestaron. No fue sino hasta después de cinco semanas de intentos constantes que a ella le permitieron ver a su esposo, aunque sólo por tres minutos y en presencia de un agente armado. Era obvio que lo habían maltratado, pues Nila observó que había adelgazado y tenía dificultad para hablar. Un agente le dijo: “Joel no quiere cooperar con nosotros”.

Al cabo de noventa días de encierro, a Joel finalmente lo liberaron, pero pesaba 20 kilos (40 libras) menos. También otros ancianos de diversas partes del país fueron arrestados, interrogados y, posteriormente, puestos en libertad. El ejemplo de integridad que dieron fortaleció mucho la fe de sus hermanos (véase el recuadro “Un incidente con la policía secreta”, págs. 99-102).

El reclutamiento pone a prueba a los jóvenes cristianos

Los hermanos más jóvenes se vieron especialmente afectados por la instauración en 1983 de un sistema de reclutamiento general denominado Servicio Militar Patriótico. A los varones de edades comprendidas entre los 17 y 26 años se les obligaba por ley a pasar dos años en el servicio activo y otros dos en la reserva. Una vez reclutados, se les trasladaba directamente a un campo de instrucción militar. No había opción para los objetores de conciencia; negarse significaba detención a la espera de juicio y, más adelante, una condena de dos años de prisión. Los hermanos se enfrentaron a aquella prueba con valor, decididos a permanecer leales a Jehová.

Por ejemplo, el 7 de febrero de 1985, Guillermo Ponce, un precursor regular de Managua que contaba 20 años, se dirigía a dar clases bíblicas en los hogares cuando la policía lo detuvo. Como no tenía carné militar, lo enviaron a un campo de instrucción. Pero en vez de tomar las armas, Guillermo comenzó a predicar a los jóvenes reclutas. Al ver aquello, uno de los comandantes le dijo bruscamente: “Esto no es una iglesia; es un campamento militar. ¡Aquí nos obedecerá a nosotros!”. Guillermo le citó las palabras de Hechos 5:29: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. El enfadado comandante, un instructor militar cubano, le quitó la Biblia y le dijo en son de amenaza: “Hablaremos esta noche”, lo que quería decir que Guillermo sería sometido a una forma de tortura psicológica destinada a minar su voluntad.

Por fortuna, el comandante no cumplió su amenaza. Sin embargo, tres días más tarde, a Guillermo lo trasladaron a una prisión en la que pasó los siguientes nueve meses en las condiciones más rudimentarias. Aun así, continuó siendo precursor, dirigía estudios bíblicos e incluso celebraba reuniones dentro de la cárcel. Posteriormente, en aquel difícil período, Guillermo se convirtió en una valiosa ayuda para el Comité del País.

En vez de encarcelarlos, a algunos jóvenes se los llevaron por la fuerza a las montañas para que se integraran en unidades militares denominadas Batallones de Lucha Irregulares. Cada batallón estaba formado por cinco o seis compañías de ochenta a noventa hombres entrenados para combatir en la selva montañosa, donde tenían lugar los enfrentamientos más feroces con los contras (guerrilleros que se oponían a los sandinistas). A pesar de que los hermanos se negaron a vestir los uniformes militares y a tomar las armas, los llevaron por la fuerza a las zonas de combate, los castigaron y los maltrataron verbalmente.

Giovanni Gaitán, de dieciocho años, soportó dicho tratamiento. Lo reclutaron a la fuerza poco antes de la asamblea de distrito de diciembre de 1984 —en la que había esperado bautizarse—, y lo enviaron a un campo de instrucción militar. Allí, durante cuarenta y cinco días, los soldados trataron de obligarlo a que aprendiera a utilizar un rifle y a combatir en la selva. Pero en armonía con su conciencia educada por la Biblia, Giovanni se negó a ‘aprender la guerra’ (Isa. 2:4). No vistió el uniforme militar ni tomó las armas. No obstante, lo obligaron a marchar con los soldados por los siguientes dos años y tres meses.

Giovanni relata: “Me mantuve fuerte orando incesantemente, meditando sobre lo que había aprendido en el pasado y predicando a cualquier soldado que mostrara interés. Solía recordar las palabras del salmista: ‘Alzaré mis ojos a las montañas. ¿De dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene de Jehová, el Hacedor del cielo y de la tierra. No es posible que él permita que tu pie tambalee. A Aquel que te guarda no le es posible adormecerse’” (Sal. 121:1-3; 1 Tes. 5:17).

Aunque se vio obligado a estar en medio de los combates en casi cuarenta ocasiones, Giovanni salió ileso. Se bautizó el 27 de marzo de 1987 —después de su liberación—, y al poco tiempo se hizo precursor. Muchos otros jóvenes fieles pasaron por experiencias similares (véase el recuadro “Arrastrados a la zona de combate”, págs. 105, 106).

Defienden su postura neutral

Tanto la prensa controlada por el gobierno como los CDS acusaron falsamente a los testigos de Jehová de utilizar el ministerio de casa en casa para hacer campaña contra el Servicio Militar Patriótico. Se afirmaba que los Testigos socavaban la seguridad nacional al convencer a los jóvenes nicaragüenses de que se negaran a prestar el servicio militar. Si bien se trataba de acusaciones infundadas, se repitieron con suficiente frecuencia como para crear prejuicios en jueces y fiscales. Para empeorar las cosas, los líderes de las iglesias evangélicas prominentes, que se autodenominaban defensores de la revolución, también tildaban de “enemigos del pueblo” a quienes permanecían neutrales por razones religiosas.

Un Testigo que era abogado se encargó de la apelación de veinticinco casos de hermanos jóvenes sentenciados a dos años de prisión por negarse a realizar el servicio militar. Dado que la objeción de conciencia no tenía reconocimiento legal, el propósito de la apelación era conseguir la reducción de las condenas teniendo en cuenta las buenas referencias sobre la conducta de los acusados y que no se habían resistido al arresto. Como resultado, algunas condenas, aunque no todas, se redujeron entre seis y dieciocho meses.

Julio Bendaña, un hermano que estuvo presente en los juicios, comenta: “Resulta interesante observar que, a excepción de los testigos de Jehová, ningún joven rechazó el servicio militar por motivos religiosos. Me sentía orgulloso de ver a nuestros muchachos de 17 años defender su neutralidad con firme convicción ante un juez y un fiscal militar en medio de un ambiente hostil” (2 Cor. 10:4).

Impresión clandestina

Durante aquel período, el Cuerpo Gobernante siguió dando ayuda y guía a los hermanos de Nicaragua a través de la sucursal de Costa Rica y el Comité del País. Puesto que la importación de publicaciones estaba proscrita, ¿cómo se suministraría el “alimento al tiempo apropiado”? (Mat. 24:45.) Jehová volvió a despejar el camino.

En 1985, los hermanos pudieron obtener los artículos de estudio de La Atalaya y otra información bíblica con la ayuda de una imprenta comercial. Sin embargo, aquella vía era arriesgada, pues ponía nuestra obra a merced de los opositores. Por lo tanto, se decidió recurrir a la prensa offset que se había utilizado para imprimir los programas de asamblea y las invitaciones a la Conmemoración hasta el cierre de la sucursal. Se puso a trabajar la máquina en el hogar de una hermana que vivía a las afueras de Managua.

Por desgracia, en noviembre de aquel año la prensa cayó en manos del gobierno. Sin dejar que aquel revés interrumpiera el trabajo, los hermanos reconstruyeron rápidamente un viejo mimeógrafo al que apodaron el gallo, utilizado anteriormente para imprimir folletos, cartas y programas. Cuando resultó difícil conseguir piezas de recambio, los hermanos adquirieron en el país otro mimeógrafo usado al que denominaron el pollo. Algún tiempo después, la sucursal de El Salvador les suministró uno más, al que llamaron la gallina, siguiendo con la nomenclatura de corral.

Un método de impresión menos complejo, aunque igualmente práctico, consistió en la utilización de pequeñas tablas de mimeógrafo, que los hermanos denominaron las tablitas. Construidas por Pedro Rodríguez, un ebanista bautizado en 1954, constaban de dos bastidores rectangulares unidos por bisagras; el bastidor superior sostenía una malla de tela y el bastidor inferior, o base, un panel de vidrio o madera. El modelo era sencillo, al igual que el proceso de impresión. En el bastidor superior se insertaba un cliché de papel mecanografiado contra la tela de malla, y en el inferior se colocaba una hoja de papel en blanco. Se aplicaba la tinta a la malla con un rodillo y tras cada impresión se colocaba una nueva hoja de papel en blanco.

Aunque resultaba laborioso, se utilizó este método para imprimir varias publicaciones, entre ellas el cancionero completo Canten alabanzas a Jehová, con sus 225 cánticos del Reino. Edmundo Sánchez, que trabajó en la impresión, recuerda: “Cuando los hermanos se familiarizaron con la utilización de las tablitas, imprimían veinte páginas por minuto. Tan solo del cancionero imprimimos casi cinco mil ejemplares”.

Elda, la esposa de Edmundo, fue una de las primeras hermanas que ayudaron a preparar los clichés de papel para los mimeógrafos. Utilizando su propia máquina de escribir manual, Elda, que además era madre, comenzaba su trabajo a primeras horas de la mañana y solía trabajar hasta bien entrada la noche mecanografiando los artículos de estudio de La Atalaya en los clichés para los mimeógrafos. “Edmundo me daba un ejemplar de la revista que recibía de Costa Rica —dice ella—. Nunca supe cuántos grupos de impresión había ni cómo funcionaban; solo conocía la parte del trabajo que se me asignaba. También estaba consciente de que si nos descubrían, nos confiscarían la casa, los muebles... en fin, todo, y que nos arrestarían, incluso que podríamos acabar entre los ‘desaparecidos’. Sin embargo, nuestro amor y temor a Jehová disiparon cualquier temor al hombre que pudiéramos haber sentido.”

Los talleres de impresión

Guillermo Ponce recuerda cómo eran los talleres de impresión. Él era corrector de pruebas y servía de enlace entre los hermanos que preparaban los clichés y los que se dedicaban a la impresión y distribución. “Se instalaron talleres en los hogares de algunas familias de Testigos —explica—. Cada taller era una habitación construida dentro de otra, lo que proporcionaba un espacio de trabajo reducido. Para disimular el sonido del mimeógrafo, colocábamos alguna radio o grabadora fuera del taller y le subíamos el volumen.”

Los hermanos trabajaban de nueve a diez horas al día en el interior de aquellas habitaciones diminutas, bañados en sudor, imprimiendo La Atalaya u otras publicaciones. A menudo, cuando los vecinos empezaban a sentir curiosidad o alguien informaba a las autoridades, había que trasladar inmediatamente el taller completo a otro hogar.

Aquel trabajo se consideraba servicio de Betel, y los que participaban en él eran hermanos jóvenes y solteros. Felipe Toruño, de 19 años, estaba recién bautizado cuando lo invitaron a servir en una de las imprentas. “Lo primero que recuerdo —dice— es que entré en una habitación diminuta, casi hermética, en la que olía muchísimo al líquido corrector que se utilizaba para los clichés. El calor parecía insoportable, y nos alumbrábamos con una pequeña lámpara fluorescente.”

También había otros obstáculos. Por ejemplo, cuando una máquina necesitaba reparación —lo que ocurría a menudo—, no podía llevarse sin más al taller. La gente preguntaría: “¿De quién es este mimeógrafo? ¿Qué imprimen en él? ¿Es un trabajo autorizado por el gobierno central?”. Así que los hermanos tenían que hacer sus propias reparaciones, e incluso fabricar las piezas en algunas ocasiones. Otro problema eran los frecuentes cortes de energía eléctrica. “Como los equipos de impresión nunca querían retrasarse en la producción —dice el hermano Ponce—, a veces los encontraba trabajando a la luz de una lámpara de querosén, con las narices manchadas de hollín. El aprecio, la buena disposición y el espíritu de abnegación de aquellos jóvenes me motivaron a seguir adelante.”

Recuerdos entrañables

Felipe Toruño evoca con cariño sus cuatro años de impresor clandestino. “Siempre tuve presente que los hermanos esperaban ansiosos el vital alimento espiritual —dice—. Por eso, a pesar de que nos veíamos sometidos a muchas limitaciones, servíamos con gozo.” Omar Widdy, que participó en esa labor desde junio de 1988 hasta su conclusión en mayo de 1990, recuerda: “Una de las cosas que más me impresionó fue el ambiente de cariño fraternal que existía. Los nuevos estaban dispuestos y deseosos de aprender, y se les enseñaban las diferentes tareas con paciencia. Las condiciones de trabajo no eran ideales, pero los voluntarios, a pesar de su juventud, eran hombres espirituales que comprendían cabalmente los sacrificios que implicaba este tipo de servicio”.

Giovanni Gaitán, quien también trabajó en los talleres de impresión, recuerda: “Lo que nos sostuvo fue el aprecio por Jehová y su organización. En aquel entonces, ninguno recibía reembolso económico alguno, pero eso no nos preocupaba, teníamos lo que necesitábamos. Yo había pasado ya por muchas situaciones en las que debí confiar plenamente en Jehová, así que no estaba demasiado preocupado por mis necesidades materiales. Hermanos como Guillermo Ponce, Nelson Alvarado y Felipe Toruño, aunque eran jóvenes, fueron excelentes ejemplos para mí. Los hermanos de más edad que llevaban la delantera también me fortalecieron. Lo cierto es que cuando lo pienso, tengo que reconocer que aquella experiencia realmente enriqueció mi vida”.

Todos los que participaron en las actividades clandestinas sintieron el respaldo de Jehová de muchas maneras, incluso en lo relativo al trabajo de impresión en sí. El hermano Gaitán comenta: “Normalmente, un cliché sirve para una tirada de trescientas a quinientas reproducciones. ¡Pero nosotros conseguíamos obtener seis mil de cada uno!”. ¿Por qué era necesario prolongar el uso de los clichés y otros materiales de impresión? Además de que las existencias en el país eran limitadas, solo se podían adquirir en tiendas controladas por el Estado, donde la compra de cantidades fuera de lo común habría llamado la atención y habría expuesto al comprador al riesgo de ser arrestado. Jehová realmente bendijo los esfuerzos de los hermanos, pues con excepción de la prensa offset original, las autoridades no encontraron ni cerraron ninguno de los talleres.

Los hermanos que trabajaban seglarmente para sostener a sus familias también colaboraron en esta obra, a menudo corriendo grandes riesgos. Por ejemplo, muchos repartían publicaciones por todo el país con sus propios vehículos. A veces viajaban todo el día, atravesando muchos controles militares. Sabían que si los atrapaban, podían perder sus vehículos, ser arrestados e incluso ir a la cárcel. Sin embargo, no se dejaron intimidar. Desde luego, aquellos hermanos necesitaron el apoyo total de sus esposas, algunas de las cuales también desempeñaron un papel vital durante aquel período difícil, como veremos a continuación.

Mujeres espirituales valientes

Muchas mujeres cristianas mostraron un valor y una lealtad sobresalientes durante los años de restricción en Nicaragua. Cooperaron con sus esposos ofreciendo sus hogares para la impresión clandestina, a veces durante varios meses seguidos. También prepararon las comidas para los trabajadores utilizando sus propios recursos. “Se creó un estrecho vínculo cristiano entre nosotros, los hermanos jóvenes, y aquellas hermanas —rememora Nelson Alvarado, que ayudó a coordinar la impresión—. Ellas se convirtieron en madres para nosotros, y, como si de hijos se tratara, les dábamos mucho que hacer. En ocasiones trabajábamos hasta las cuatro de la mañana para cumplir con las cuotas y plazos de entrega, sobre todo cuando se programaban trabajos extras, como la impresión del folleto Examinando las Escrituras diariamente. A veces, dos de nosotros hacíamos turnos de casi veinticuatro horas. Sin embargo, las hermanas siempre nos tenían una comida preparada, hasta cuando trabajábamos de madrugada.”

Las familias que tenían una imprenta en su hogar también se encargaban de la seguridad. Por lo general, eran las amas de casa quienes se ocupaban de dicha asignación, dado que la mayoría de los esposos trabajaban fuera durante el día. Una hermana recuerda: “Para camuflar el ruido que hacían las máquinas, subíamos al máximo el volumen de la radio. Cuando alguien llamaba a la puerta, alertábamos a los hermanos del taller mediante un interruptor que encendía una bombilla especial”.

A menudo, los visitantes eran otros Testigos o parientes. No obstante, las hermanas intentaban despedirlos tan rápida y delicadamente como fuera posible. Como es de imaginar, no siempre resultaba fácil, pues las hermanas eran por lo común muy hospitalarias. Pensemos en el ejemplo de Juana Montiel, que tenía un árbol de marañón (anacardo) en su patio. Como otros Testigos solían venir a recoger los frutos, el patio de Juana se había convertido en un lugar de encuentro informal. Ella comenta: “Cuando tuvimos el privilegio de que se instalara un taller de impresión en nuestra casa, mi esposo y yo decidimos cortar el árbol. No podíamos explicar a los hermanos por qué de repente parecíamos habernos vuelto menos sociables, pero sabíamos que había que proteger el trabajo de impresión”.

Consuelo Beteta, ya fallecida, se bautizó en 1956. Su hogar también se utilizó como taller. Sin embargo, los hermanos no podían estacionarse frente a su casa para recoger las publicaciones sin despertar sospechas. Por ello, se detenían en un lugar más seguro: la casa de un hermano que vivía casi a una manzana de distancia. En una entrevista que se le hizo antes de morir, la hermana Beteta habló de aquellos días. Con los ojos brillantes, dijo: “Las revistas se enrollaban y se metían en sacos destinados a las diferentes congregaciones. Cada saco pesaba unas 30 libras [15 kilos]. Para llegar a la casa del hermano, mi nuera y yo nos colocábamos los sacos en la cabeza y cruzábamos una zanja que había detrás de mi casa. Mis vecinos nunca sospecharon nada, porque los sacos no parecían diferentes a los que la mayoría de las mujeres llevaban sobre la cabeza”.

¡Cómo apreciaban los hermanos a estas mujeres leales y valerosas! “Fue un verdadero privilegio trabajar con ellas”, afirma Guillermo Ponce, en nombre de los muchos hermanos con quienes colaboró en aquella época. Es obvio que estas excelentes mujeres cristianas, junto con sus esposos, pusieron un formidable ejemplo para sus hijos. A continuación reflexionaremos sobre algunas de las dificultades a las que se enfrentaron los niños en aquellos años turbulentos.

Niños leales y dignos de confianza

Al igual que sus padres, los hijos de quienes participaron en las operaciones secretas de impresión y distribución mostraron una lealtad extraordinaria. Claudia Bendaña, cuyos dos hijos aún vivían en su casa en aquel entonces, recuerda: “En una habitación de la parte de atrás de nuestra casa funcionó un taller de impresión durante cinco meses. Tan pronto como los niños volvían de la escuela, querían ayudar a los hermanos. Pero ¿qué podían hacer? En vez de rechazarlos, los hermanos les permitían grapar las hojas mimeografiadas de La Atalaya. Los niños disfrutaban mucho de estar con aquellos jóvenes, que los animaban a aprender textos bíblicos y cánticos del Reino”.

La hermana Bendaña comenta: “Para mantener la confidencialidad, mi esposo y yo explicamos a nuestros hijos que estábamos en tiempos difíciles, que aquel trabajo se hacía para Jehová y que era muy importante que permaneciéramos leales. No debían hablar de ello con nadie, ni con los parientes ni con nuestros hermanos cristianos. Gracias a Dios, los niños fueron fieles y obedientes”.

El hogar de Aura Lila Martínez fue uno de los primeros que se utilizó como centro de impresión. Sus nietos ayudaban a pegar y grapar las páginas, y a empacar. Además, entablaron muy buena relación con los hermanos que trabajaban en su hogar, y nunca le contaron a nadie lo que hacían. Eunice recuerda: “Íbamos a la escuela y jugábamos casi a diario con los niños de las familias Bendaña y Eugarrios, pero no fue sino hasta años después que todos supimos que también se imprimían publicaciones en nuestros respectivos hogares. ‘¿De verdad? ¿También en tu casa?’, nos preguntábamos asombrados. Aunque desde niños fuimos muy buenos amigos, ninguno dijo nada a los demás. Evidentemente, Jehová protegió la obra de esa forma”.

Aquellas primeras experiencias siguieron ejerciendo una influencia positiva en los jovencitos. Emerson Martínez, que en la actualidad es siervo ministerial y participa en el ministerio especial de tiempo completo, dice: “Los hermanos de aquellos talleres fueron mis modelos de conducta. Solo tenían 18 ó 19 años, pero me enseñaron a valorar las responsabilidades espirituales, sin importar lo pequeñas que fueran, y aprendí el valor de efectuar trabajo de calidad. Si me olvidaba de incluir una sola página, alguien perdería dicha información. Aquello me enseñó que era importante hacer lo máximo posible por Jehová y por nuestros hermanos”.

Elda María, hija de Edmundo y Elda Sánchez, colaboraba repartiendo los clichés que su madre mecanografiaba de La Atalaya y otras publicaciones. Los llevaba en bicicleta a la casa del hermano Ponce, a cinco manzanas de distancia. Antes de darle los clichés a su hija, la hermana Sánchez los envolvía cuidadosamente y los colocaba en un pequeño cesto. “Desde muy pequeña —dice Elda María—, mis padres me enseñaron a ser obediente. Por eso, cuando llegó el período de restricciones, ya estaba acostumbrada a seguir instrucciones al pie de la letra.”

¿Comprendía ella los peligros a los que se enfrentaban los hermanos, entre ellos su padre, que supervisaban la impresión? Elda María relata: “Antes de salir de la casa, mi papá me decía que si lo arrestaban, no debía sentirme triste o asustada. No obstante, recuerdo haber orado muchas veces junto con mi mamá por su seguridad cuando tardaba en llegar. A menudo veíamos que miembros de la Seguridad del Estado se estacionaban frente a nuestra casa para vigilarnos. Cuando mi mamá abría la puerta porque alguien llamaba, yo recogía todos sus materiales de trabajo y los escondía. Me siento muy agradecida por el ejemplo y la educación que me dieron mis padres para que mostrara lealtad a Jehová y a los hermanos”.

Como resultado del fundamento sólido que pusieron en su juventud, muchos que en aquella época eran jóvenes participan en la actualidad en el servicio de tiempo completo y ocupan puestos de responsabilidad en las congregaciones. Su adelantamiento es prueba de la rica bendición de Jehová sobre su pueblo, que no se vio privado de alimento espiritual durante aquel difícil período. De hecho, las buenas nuevas del Reino de Dios siguieron avanzando, e incluso encontraron “tierra excelente” entre los miles de personas encarceladas durante la época sandinista (Mar. 4:8, 20). ¿Cómo sucedió?

Se siembra la semilla del Reino en la prisión

Tras la revolución sandinista, miles de miembros de la derrotada Guardia Nacional, así como disidentes políticos, permanecieron detenidos antes de ser juzgados por los tribunales especiales que funcionaron desde finales de 1979 hasta 1981. La mayoría de los anteriores guardias nacionales recibieron condenas de hasta treinta años en la Cárcel Modelo, un gran centro penitenciario situado en Tipitapa, a 11 kilómetros al nordeste de Managua. Como veremos a continuación, muchas personas de corazón sincero obtuvieron la libertad espiritual dentro de aquellas lóbregas y atestadas cárceles.

A finales de 1979, un anciano de Managua recibió una carta de un Testigo que se encontraba preso, aunque no en la Cárcel Modelo, por haber pertenecido al ejército bajo el gobierno de Somoza antes de conocer la verdad. El hermano solicitaba en su carta publicaciones para repartirlas a otros prisioneros. A los dos ancianos que las llevaron no se les permitió verlo. Sin embargo, esto no lo desanimó, pues siguió predicando a sus compañeros de prisión, e incluso dio clases bíblicas a algunos de ellos.

Uno de aquellos estudiantes, Anastasio Ramón Mendoza, progresó espiritualmente con rapidez. “Me gustaba tanto lo que estaba aprendiendo —recuerda— que comencé a acompañar al hermano mientras predicaba a otros prisioneros. Algunos nos rechazaban; otros escuchaban. Al poco tiempo, unos doce estudiábamos juntos en un patio al aire libre durante el receso.” Aproximadamente un año después, un miembro de este primer grupo se bautizó.

A principios de 1981, aquel pequeño grupo de estudiantes de la Biblia fue trasladado junto con otros prisioneros a la Cárcel Modelo, donde siguieron compartiendo las buenas nuevas con otros. Al mismo tiempo, también circulaban discretamente entre ellos publicaciones bíblicas, algunas de las cuales encontraron más “tierra excelente”.

Considere el ejemplo de José de la Cruz López y su familia, quienes no eran Testigos. Seis meses después de que José fuera encarcelado, su esposa obtuvo un ejemplar de Mi libro de historias bíblicas de unos Testigos que conoció en la calle. Su única intención era dárselo a su esposo. “Cuando empecé a leer el libro —cuenta José—, pensé que era una publicación evangélica. No sabía nada de los testigos de Jehová. El libro me impresionó tanto que lo leí varias veces y comencé a prestarlo a mis dieciséis compañeros de celda, que también lo disfrutaron. Era como beber un vaso de agua refrescante. Los prisioneros de otras celdas también me pidieron que se lo prestara, así que circuló por todo el pabellón y acabó desgastado como una baraja de cartas viejas.”

Varios de los compañeros de prisión de José eran miembros de iglesias evangélicas, algunos incluso pastores. José comenzó a leer la Biblia con ellos. Sin embargo, se sintió defraudado cuando les preguntó por el significado de Génesis 3:15 y tan solo le contestaron que era un misterio. En cierta ocasión, otro prisionero, que era estudiante de la Biblia, le dijo: “La respuesta está en ese libro que usted tiene. Lo editan los testigos de Jehová. Puedo estudiarlo con usted si lo desea”. José aceptó la oferta y, con la ayuda del libro Historias bíblicas, aprendió el significado de Génesis 3:15. A partir de entonces comenzó a reunirse con los internos que se identificaban con los Testigos.

Una de las cosas que atrajo a José a este grupo peculiar dentro de la Cárcel Modelo fue su excelente conducta. “Sabía que algunas de aquellas personas habían llevado un estilo de vida muy corrupto —cuenta él—, pero ahora las veía manifestar una conducta excelente como resultado de su estudio de la Biblia con los testigos de Jehová.” Entretanto, su esposa siguió obteniendo publicaciones bíblicas y llevándoselas a él, quien con el tiempo progresó espiritualmente. De hecho, su grupo de estudio incluso le asignó un pabellón para que predicara de celda en celda. Así pudo prestar a las personas interesadas las pocas publicaciones que tenía, y también invitarlas a las reuniones que se celebraban en aquella sección durante el receso.

Se atienden las necesidades espirituales de los prisioneros

La congregación Managua Este se ocupó de las necesidades espirituales del creciente número de reclusos de la Cárcel Modelo que leían las publicaciones y progresaban en sentido espiritual. Con ese fin, la congregación estableció un programa para que ciertos hermanos les llevaran publicaciones secretamente. Se permitían visitas una vez al mes o cada dos meses, pero el prisionero solo podía recibir la visita de la persona cuyo nombre hubiera indicado previamente. Por ello, no todos los interesados podían recibir visitas personales de los Testigos locales. No obstante, aquello no supuso un gran problema, porque los internos enseguida se reunían y pasaban la información a otros.

Los ancianos de la congregación Managua Este ayudaron a organizar y dirigir las actividades del grupo en expansión dentro de la Cárcel Modelo. Mantuvieron contacto regular sobre todo con los que llevaban la delantera en sentido espiritual; les explicaron cómo dirigir las reuniones semanales, predicar de forma ordenada e informar dichas actividades. A su vez, estos prisioneros les hacían llegar la información a los demás. Sin duda era necesario seguir un buen orden teocrático, porque para entonces se había formado un grupo grande de estudiantes de la Biblia en la cárcel.

La Cárcel Modelo tenía originalmente cuatro pabellones, con más de dos mil reclusos en cada uno. Julio Núñez, uno de los ancianos visitantes, explica: “Cada pabellón era independiente de los demás, por eso las reuniones semanales se celebraban por separado en el área de recreo de cada uno. En total asistían aproximadamente ochenta personas”.

Bautizados en un barril

A medida que los nuevos progresaban, había quienes manifestaban su deseo de bautizarse. Los ancianos que visitaban la prisión aprobaban a los candidatos y ayudaban a los prisioneros que llevaban la delantera en los asuntos espirituales a programar la fecha del bautismo de modo que coincidiera con la celebración de alguna asamblea fuera de la cárcel. Por lo general, la noche anterior se pronunciaba un discurso de bautismo en una de las celdas y, a la mañana siguiente, a la hora del baño, se bautizaba a los candidatos.

José de la Cruz López se bautizó en prisión en noviembre de 1982. “Me bautizaron en un barril de basura —relata—. Después de lavarlo a fondo con detergente, cubrimos el interior con una sábana y lo llenamos de agua. Sin embargo, justo cuando nos habíamos reunido para el bautismo, llegaron unos guardias armados y preguntaron: ‘¿Quién autorizó este bautismo?’. El hermano que estaba a cargo respondió que no se necesita autorización para hacer lo que Dios manda. Los guardias consintieron, pero quisieron presenciar el acto. Por eso, mientras ellos observaban, los hermanos me hicieron las dos preguntas destinadas a los candidatos al bautismo, y entonces me sumergieron en el barril.” Con el tiempo se bautizaron así por lo menos 34 prisioneros.

Algunos de los reclusos progresaron con rapidez. Tal fue el caso de Omar Antonio Espinoza, que cumplió diez de los treinta años de su condena en la Cárcel Modelo. A los prisioneros se les trasladaba con frecuencia, y durante su segundo año, Omar tuvo como compañero de celda a un Testigo. Omar observó que aquel hombre recibía continuamente la visita de otros prisioneros para que les enseñara la Biblia. Impresionado por lo que veía y oía, él también pidió un estudio bíblico.

Omar comenzó a estudiar con la ayuda del libro La verdad que lleva a vida eterna, a razón de un capítulo por día. A los once días ya quería ser publicador. Cuando terminó los veintidós capítulos del libro, pidió que lo bautizaran. Sin embargo, los hermanos le aconsejaron que lo pensara un poco más, y le recomendaron que estudiara una segunda publicación que acababan de recibir en la prisión, el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra. Omar también terminó aquel libro en poco más de un mes. Y no solo eso, sino que, además, dejó de fumar e hizo otros cambios. Era evidente que la verdad bíblica estaba influyendo en su vida. Ante aquello, los hermanos se convencieron de que su deseo era sincero, así que lo bautizaron en un barril el 2 de enero de 1983.

Lenguaje de señas en la cárcel

Para poder transmitir la información que recibían de los ancianos que visitaban la cárcel o para recabar datos, como los informes de servicio, los publicadores presos necesitaban comunicarse entre pabellones. El hermano Mendoza, que se bautizó en prisión en 1982, nos explica cómo lo hacían:

“Algunos aprendimos un tipo de lenguaje de señas creado por los mismos reclusos. Cuando llegaba la fecha de la Conmemoración, calculábamos la hora de la puesta del Sol y nos la comunicábamos por señas para que todos pudiéramos unirnos en oración al mismo tiempo. Lo hacíamos año tras año. Las señas también nos resultaban útiles para el estudio de La Atalaya. Cuando los hermanos de un pabellón no tenían el artículo de estudio de la semana, se lo transmitíamos íntegramente por señas. Un observador situado en el otro pabellón descifraba en voz alta las señas a un amigo que iba escribiendo el artículo.” Pero, para empezar, ¿cómo llegaba el alimento espiritual a la prisión?

El alimento espiritual nutre a los prisioneros

Los ancianos, sus familias y otros publicadores de la congregación Managua Este iban regularmente a la Cárcel Modelo a visitar a los internos. Durante casi diez años llevaron a sus hermanos información y provisiones espirituales, entre ellas La Atalaya y Nuestro Ministerio del Reino. El alimento espiritual, por supuesto, lo introducían a escondidas.

Un anciano ocultaba revistas en el hueco de sus grandes muletas de madera. “Los niños también ayudaban, pues raramente se les registraba”, dice Julio Núñez. Los visitantes podían incluso introducir en la prisión los emblemas de la Conmemoración.

Cada pabellón tenía sus días de visita designados, y los visitantes autorizados por lo general pasaban todo el día con el prisionero en un gran patio. De esta forma, unos cuantos reclusos Testigos podían reunirse con sus hermanos de Managua y obtener el alimento espiritual necesario. Luego, cuando estos volvían a sus pabellones, compartían lo que habían recibido.

Ni siquiera los cánticos del Reino se pasaban por alto. El hermano López explica: “En nuestro pabellón, solo un prisionero tenía contacto con los hermanos visitantes. Por eso, recaía sobre él la responsabilidad de aprender las melodías de algunos cánticos en cada visita y después enseñarlas a los demás. Como solo disponíamos de un cancionero, todos practicábamos antes de las reuniones”. El hermano Mendoza era uno de los pocos reclusos que podía recibir visitas de los Testigos. “Carlos Ayala y su familia me visitaban —cuenta él—. Sus dos hijas me enseñaron por lo menos nueve cánticos del Reino, que a su vez enseñé a mis compañeros.” El hermano López, uno de los que aprendió los cánticos gracias a otro prisionero, recuerda: “Posteriormente, cuando comencé a ir a las reuniones fuera de la prisión, estaba encantado, aunque admito que un poco sorprendido, al comprobar que realmente habíamos estado cantando las mismas melodías”.

Se mantienen espiritualmente fuertes en prisión

¿Qué tipo de ambiente tenían que soportar en la cárcel los hermanos y los reclusos interesados, y cómo se mantuvieron espiritualmente fuertes? El hermano Mendoza recuerda: “En prisión, la comida se racionaba. A los reclusos se nos golpeaba en repetidas ocasiones, y a veces, los guardias disparaban a nuestro alrededor mientras yacíamos boca abajo en el suelo. Hacían aquello para mantenernos con los nervios de punta. Cuando había conflictos entre algunos de los otros prisioneros y los guardias, nos castigaban a todos enviándonos desnudos al patio para que nos asáramos al sol. Los Testigos nos valíamos de aquellas ocasiones para edificarnos y consolarnos unos a otros. Recordábamos textos bíblicos y mencionábamos puntos aprendidos en nuestro estudio personal. Aquellas experiencias nos ayudaron a mantenernos unidos y fuertes”.

Aprovechando la gran cantidad de tiempo libre de que disponían, muchos Testigos y otros presos interesados leyeron la Biblia cuatro o cinco veces. No era raro que estudiaran cuidadosamente, y en repetidas ocasiones, cuantas publicaciones bíblicas llegaban a sus manos. El hermano Mendoza recuerda con especial aprecio los Anuarios: “Estudiábamos todo: las experiencias de diferentes países y los mapas. Cada año comparábamos los aumentos, el número de congregaciones, de nuevos bautizados y de asistentes a la Conmemoración de todos los países. Esas cosas nos alegraban mucho”.

En tales circunstancias, los nuevos publicadores adquirieron rápidamente un conocimiento excelente de la Palabra de Dios y de los procedimientos teocráticos. También se convirtieron en predicadores y maestros fervorosos. Por ejemplo, en febrero de 1986 había en la Cárcel Modelo 43 publicadores que dirigían 80 estudios bíblicos. A las reuniones semanales asistían un promedio de 83 personas.

Todos aquellos reclusos liberados espiritualmente pronto habrían de disfrutar de más libertad, pues el gobierno decidió conceder una amnistía a todos los presos políticos. En consecuencia, el 17 de marzo de 1989 salieron en libertad los últimos treinta publicadores de la Cárcel Modelo, los cuales se trasladaron a distintas zonas. La congregación Managua Este pidió enseguida a los ancianos que se comunicaran con ellos. Dichos ancianos dieron la bienvenida a sus nuevos hermanos, muchos de los cuales llegaron a ser más tarde ancianos, siervos ministeriales y precursores.

Las restricciones no detienen la predicación

A pesar de los peligros y dificultades, el número de publicadores de Nicaragua siguió aumentando rápidamente durante el período de restricciones. De hecho, en algunas zonas se formaron congregaciones compuestas casi por completo de publicadores nuevos. Un ejemplo es la congregación La Reforma. Los precursores especiales Antonio Alemán y su esposa, Adela, viajaban diariamente para predicar en las comunidades rurales situadas entre Masaya y Granada, una de las cuales era La Reforma. Allí, a principios de 1979, los Alemán estudiaron con Rosalío López, un joven cuya esposa acababa de morir. Rosalío les habló enseguida a sus parientes políticos, con quienes vivía, de las cosas que estaba aprendiendo. Primero habló con su suegra, y después con sus cuñados. Al poco tiempo se podía ver a un grupo de veintidós familiares caminando seis kilómetros para asistir a las reuniones en Masaya.

En cierta ocasión, los parientes de Rosalío le dijeron: “En las reuniones de los testigos de Jehová aprendimos que hay que predicar de casa en casa, pero nosotros no lo estamos haciendo”.

“Muy bien —dijo Rosalío—. Saldremos a predicar este sábado.” Y así lo hicieron. Aunque era Rosalío quien hablaba, los veintidós iban juntos a cada puerta. Cuando Antonio lo visitó para el siguiente estudio, Rosalío anunció con una gran sonrisa: “Todos salimos a predicar esta semana”. Aunque Antonio estaba encantado con el entusiasmo de sus estudiantes, animó a las parejas jóvenes a que primero arreglaran algunos asuntos personales.

En diciembre de 1979, Rosalío y uno de los hermanos de su difunta esposa, Húber López, fueron los primeros del grupo en bautizarse; el resto lo hizo poco tiempo después. Solo tres años más tarde, se fundó la congregación La Reforma con treinta publicadores, ¡todos de la misma familia! Con el tiempo, Húber, su hermano Ramón y Rosalío fueron nombrados ancianos. En 1986, 54 miembros de la congregación participaron en el servicio de precursor (véase la caja en las págs. 99-102).

A consecuencia del entusiasmo con que predicaba la congregación La Reforma, posteriormente se formaron otras seis congregaciones en los pueblos aledaños. Conviene recordar asimismo que los hermanos seguían vigilados de cerca por las autoridades, las cuales no se sentían muy complacidas por su celo. “Los militares nos hostigaban constantemente —recuerda Húber López—, pero eso nunca nos impidió predicar.” De hecho, durante aquella época difícil, la predicación se intensificó. ¿Cómo fue posible? Porque muchos hermanos perdieron sus trabajos y emprendieron el precursorado regular o auxiliar.

Jehová bendijo sus esfuerzos. En 1982 había 4.477 publicadores de las buenas nuevas en Nicaragua, pero para 1990 —tras ocho años de restricciones y persecución— ya eran 7.894, lo cual representó un 76% de aumento.

Se eliminan las restricciones

En febrero de 1990, bajo el escrutinio de observadores internacionales, tuvieron lugar las elecciones que produjeron un cambio de gobierno en Nicaragua. Poco después se revocaron las restricciones que pesaban sobre los testigos de Jehová, se puso fin al reclutamiento militar y se disolvieron los comités de defensa. Aunque los hermanos se mostraban cautos, ya no temían las miradas indiscretas de los vecinos. En septiembre de aquel año, Ian Hunter, que había formado parte del Comité de Sucursal de Guatemala, se convirtió en el nuevo coordinador del Comité del País de Nicaragua.

Durante los ocho años anteriores, el Comité del País había supervisado la obra en Nicaragua sin contar con oficinas ni equipo. De hecho, el hermano Hunter se alegró de haber traído consigo la máquina de escribir que había estado usando en la sucursal de Guatemala. Un hermano del país, Julio Bendaña, ofreció amablemente mucho de su propio equipo de oficina a los hermanos, que tenían muchísimo trabajo que hacer.

Se consiguió una casa en las afueras de Managua para albergar las oficinas de la sucursal. Sin embargo, muchos hermanos no estaban familiarizados con el ritmo habitual de Betel, pues estaban acostumbrados a trabajar en secreto en lugares diferentes y en horarios irregulares. Pero respondieron bien a la instrucción e hicieron los cambios necesarios. La mayoría de aquellos jóvenes continúan sirviendo a Jehová fielmente, algunos en diferentes facetas del servicio de tiempo completo.

Asimismo, se enviaron hermanos de otros países para colaborar con el trabajo de la sucursal. Los misioneros Kenneth y Sharan Brian fueron reasignados desde Honduras a finales de 1990. En enero de 1991, Juan y Rebecca Reyes, graduados de la primera Extensión de la Escuela de Galaad en México, llegaron desde Costa Rica, seguidos de Arnaldo Chávez, también graduado de la primera clase de México, y su esposa, María. Lothar y Carmen Mihank llegaron dos años más tarde desde Panamá, donde él había formado parte del Comité de Sucursal. La mayoría de ellos fueron asignados a la nueva sucursal, donde ayudaron a reorganizar el trabajo de acuerdo con las pautas de la organización. En la actualidad, la familia Betel de Nicaragua consta de 37 miembros de diversas nacionalidades.

En febrero de 1991 se nombró a un Comité de Sucursal para sustituir al Comité del País, y la sucursal de Nicaragua se abrió de nuevo oficialmente el 1 de mayo de 1991. Ya estaba colocado el fundamento para el crecimiento futuro, que resultó ser impresionante, pues entre 1990 y 1995 se bautizaron 4.026 nuevos discípulos, lo que significó un aumento del 51%. Dicho crecimiento hizo surgir una necesidad apremiante de lugares de reunión apropiados. No obstante, conviene recordar que en 1982 las turbas se habían apoderado de un total de 35 propiedades.

Reclamación de las propiedades

La primera vez que se produjo la ocupación ilegal de Salones del Reino, los hermanos no se conformaron, sino que apelaron de inmediato al gobierno, citando en su defensa la Constitución de Nicaragua. Sin embargo, a pesar de que cumplieron todos los requisitos legales, sus peticiones cayeron en oídos sordos. En 1985 escribieron incluso al entonces presidente de Nicaragua solicitando reconocimiento legal y la restitución de todas las propiedades. Además, pidieron en numerosas ocasiones una entrevista con el Ministro del Interior. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano.

Tras la toma de posesión del nuevo gobierno, en abril de 1990, los hermanos no tardaron en elevar otra petición, esta vez al nuevo Ministro del Interior, para que se volviera a registrar legalmente a los testigos de Jehová. ¡Cuánto se regocijaron y agradecieron a Jehová cuando, sólo cuatro meses después, su petición les fue concedida! Desde entonces, la Sociedad Watch Tower Bible and Tract goza ante el gobierno nicaragüense del status de misión internacional, y disfruta de la libertad de acción y las exenciones fiscales que se conceden habitualmente a las organizaciones no lucrativas de este tipo. Sin embargo, no ha resultado fácil recuperar los Salones del Reino, porque algunos fueron “donados” a partidarios del régimen anterior.

Los hermanos apelaron al recién formado Comité Nacional de Revisión de Confiscaciones, solicitando la restitución de todas las propiedades. Fue un proceso complicado y frustrante, en parte debido al gran número de apelaciones similares de otras organizaciones y personas. En enero de 1991, después de un año de intensos esfuerzos, se recuperó una de las propiedades. Los hermanos visitaron también a las personas que ocupaban los Salones del Reino con el objetivo de llegar a un acuerdo. Pero la mayoría pensaba que su adquisición era una “ganancia” legítima de la revolución.

La propiedad que ocupaba la sucursal fue devuelta a finales de aquel año, pero hubo que comprar una casa para la familia que la habitaba. En los años siguientes, los hermanos recobraron gradualmente 30 de las 35 propiedades y recibieron bonos del Estado en compensación por las que no se pudieron recuperar.

Lucha contra los desastres naturales

Además de los terremotos mencionados al principio de este informe, los volcanes y los huracanes también se han cobrado sus víctimas en Nicaragua. Desde 1914, el volcán Cerro Negro, el más activo del país, ha hecho erupción doce veces, cubriendo de cenizas vastas áreas de cultivo. Elfriede Urban, una misionera que servía en León cuando ocurrieron las erupciones de 1968 y 1971, describe lo sucedido: “Durante dos semanas llovieron arena negra y cenizas sobre la ciudad. Hubo que retirarlas a paladas de los tejados por temor de que estos se derrumbaran. La gente tenía motivos para preocuparse, pues la antigua ciudad de León había sido sepultada de la misma manera siglos atrás. El viento hacía que aquella arenilla se metiera por todas partes: en los zapatos, la ropa, las camas, la comida e incluso entre las páginas de los libros. Aun así, en medio de aquellas circunstancias, los hermanos siguieron asistiendo a las reuniones y participando en el ministerio del campo”.

En octubre de 1998, el huracán Mitch, considerado por algunos expertos como el “huracán más mortífero que haya asolado el hemisferio occidental en los últimos dos siglos”, inundó toda América Central. “Además de las cuantiosas pérdidas materiales que acarreó su llegada, el huracán provocó en el país la muerte de unas 3.800 personas”, menciona la Enciclopedia Encarta. “Los fuertes aguaceros formaron un lago en el cráter del volcán Casitas, provocando un corrimiento de tierras que cubrió un área de 80 kilómetros cuadrados y sepultó varios pueblos.” Recientemente se ha calculado la cifra de muertos en más de dos mil personas.

Al igual que hicieron en el resto de los países afectados, los testigos de Jehová de Nicaragua pusieron en marcha un amplio plan de socorro. En algunas ciudades, Testigos voluntarios formaron equipos de ciclistas que se desplazaron a las zonas donde no podían acceder los vehículos para averiguar cómo estaban los hermanos y llevarles comida y otros suministros. A menudo eran los primeros voluntarios que llegaban, para alegría de sus hermanos que se habían quedado sin hogar. Los Testigos de Costa Rica y Panamá enviaron de inmediato 72 toneladas de alimentos y ropa. Tras atender las necesidades básicas, los voluntarios siguieron durante meses reparando Salones del Reino y construyendo nuevos hogares para los hermanos.

La “otra” Nicaragua

En 1987, el gobierno creó dos regiones autónomas que constituyen la zona oriental de Nicaragua. Conocidas anteriormente por el nombre de Zelaya, en la actualidad se denominan Región Autónoma Atlántico Norte (RAAN) y Región Autónoma Atlántico Sur (RAAS). Aunque estas ocupan casi un 45% del territorio nicaragüense, tan solo albergan al 10% de la población.

Salpicadas de minas de oro y de plata, la RAAN y la RAAS se extienden desde las laderas orientales de las escarpadas tierras altas del centro hasta las lagunas y marismas de la Costa de los Mosquitos. Poseen un paisaje multicolor de pluviselva tropical, sabanas de pinos y palmeras, así como numerosos ríos y arroyos que descienden serpenteantes hasta el mar Caribe. Con el transcurso de los años se han formado villas, pueblos y pequeñas ciudades habitadas por mestizos, mískitos y otros pueblos indígenas.

A la mayoría de los habitantes mískitos, sumos, ramas y criollos de esta región, la capital, Managua, les parece otro mundo. De hecho, todavía no hay una carretera pavimentada que una el oriente con el occidente. Aunque en la región atlántica se habla español, muchas personas hablan mískito, criollo u otras lenguas indígenas. Además, la mayoría profesa el protestantismo —por lo general el moravo— en contraste con lo que sucede en la región Pacífica, cuyos habitantes son predominantemente católicos. Por eso, en casi todos los aspectos —geográfico, lingüístico, histórico, cultural y religioso— existe un agudo contraste entre el oriente y el occidente. Pues bien, ¿cómo reaccionaría la gente a las buenas nuevas en esta “otra” Nicaragua?

El mensaje del Reino llega a los lugares más distantes

Ya en 1946, misioneros Testigos habían realizado visitas de exploración a la zona oriental y habían dejado publicaciones en manos de sus pobladores. En la década de 1950, el superintendente de circuito Sydney Porter y su esposa, Phyllis, visitaron las pequeñas ciudades costeras de Bluefields y Puerto Cabezas, las islas del Maíz y las ciudades mineras de Rosita, Bonanza y Siuna. Sydney relata: “En uno de los viajes a las minas colocamos cada uno más de mil revistas y cien libros. A todo el mundo le encantaba leer”. En poco tiempo se formaron grupos aislados en muchas de estas ciudades, y desde los años setenta dichos grupos han progresado hasta convertirse en congregaciones.

Sin embargo, en otras zonas de la RAAN y la RAAS apenas se predicó durante años. El aislamiento, la falta de carreteras y los aguaceros tropicales que caen durante más de ocho meses al año suponían grandes obstáculos a la predicación. Pero no fueron insalvables, como demostraron muchos precursores entusiastas e intrépidos. Gracias, sobre todo, a su determinación y duro trabajo, existen actualmente en la RAAN y la RAAS siete congregaciones y nueve grupos, con un total aproximado de cuatrocientos publicadores del Reino.

Para ilustrar las dificultades a las que se enfrentan los Testigos de estas regiones, consideremos el ejemplo de un hermano de 22 años. Tres veces a la semana efectúa un recorrido de unas ocho horas a través de las montañas para asistir a las reuniones en la ciudad minera de Rosita, donde se encuentra la congregación más cercana. Allí sirve de precursor regular y siervo ministerial. Al ser el único Testigo bautizado en su familia, por lo general predica solo en esta zona montañosa, donde las casas suelen distar una de la otra alrededor de dos horas a pie. Si se le hace tarde mientras visita un hogar, se queda allí a dormir y reanuda la predicación al día siguiente, ya que resulta poco práctico viajar de vuelta a casa por las noches. Su padre murió recientemente, y a él, como hijo mayor, le toca ahora cuidar de la familia. No obstante, sigue siendo precursor. De hecho, uno de sus hermanos ya es publicador no bautizado y lo acompaña en el ministerio.

Desde 1994, la sucursal ha organizado campañas anuales de predicación en esta vasta región. Precursores especiales temporales, seleccionados de entre las filas de entusiastas precursores regulares, predican en las ciudades y pueblos remotos de la RAAN y la RAAS durante los cuatro meses que dura la estación seca. Estos tenaces precursores se enfrentan al calor extremo, el terreno accidentado, las serpientes, las fieras, el agua contaminada y el riesgo de contraer alguna enfermedad contagiosa.

Su meta es dar un testimonio cabal, estudiar la Biblia con las personas interesadas y celebrar reuniones cristianas, entre ellas la Conmemoración. Los resultados obtenidos también ayudan a la sucursal a decidir dónde asignar precursores especiales. Con los años, este programa ha resultado en la formación de congregaciones y grupos en las ciudades de Waspam y San Carlos, a orillas del río Coco, en el extremo nororiental.

Aunque la RAAN y la RAAS han experimentado gran afluencia de mestizos hispanohablantes, los indígenas mískitos siguen siendo el grupo más numeroso en estas regiones. Hay algunas publicaciones bíblicas disponibles en mískito, y varios precursores han aprendido el idioma, de modo que el mensaje del Reino ha causado una impresión favorable en muchas de estas personas hospitalarias y amantes de la Biblia.

Por ejemplo, cerca del río Likus en la RAAN se halla Kwiwitingni, un pueblo mískito formado por 46 casas, seis de las cuales se hallaban vacías cuando se llevó a cabo la campaña de precursorado del año 2001. Durante aquel período, los precursores especiales temporales dirigieron 40 estudios bíblicos en el pueblo, uno por casa. Después de tan solo un mes, tres estudiantes, uno de los cuales había sido el asistente de un pastor de la iglesia morava local, expresaron su deseo de bautizarse. Había dos parejas que querían salir a predicar, pero no estaban casadas. Por ello, los precursores les explicaron bondadosamente las normas bíblicas respecto al matrimonio y el bautismo. Podemos imaginarnos la alegría de los precursores cuando, justo antes de que partieran para sus hogares, aquellas dos parejas se les acercaron llevando en alto sus actas de matrimonio.

Desde aquella fructífera campaña, los publicadores de Waspam han recorrido regularmente los 19 kilómetros que los separan de Kwiwitingni para ayudar a los recién interesados a seguir progresando espiritualmente y capacitarlos para el ministerio.

Los precursores especiales temporeros que predican en varios pueblos mískitos situados en las márgenes del río Coco se encontraron en una ocasión con un grupo grande de asistentes sociales estadounidenses. Los precursores les dejaron bastantes revistas en inglés. En el pueblo de Francia Sirpi, cerca del río Wawa, los miembros de una iglesia bautista estaban construyendo una pequeña escuela. El encargado de la cuadrilla le dijo a uno de los precursores: “Admiro la obra de los testigos de Jehová. Ustedes están aquí para enseñar la Biblia; desearía que mi religión hiciera lo mismo”.

Necesidad de hermanos experimentados

Durante la época de las restricciones, casi un sesenta por ciento de los Testigos de Nicaragua asistían a reuniones cuya concurrencia no superaba el tamaño de una familia pequeña, y contaban con muy pocas publicaciones para el ministerio. Las asambleas se celebraban por separado en cada congregación con un programa condensado. Algunos hermanos maduros que eran, además, cabezas de familia, sustituían a los superintendentes viajantes, pero solo podían hacerlo a tiempo parcial. Asimismo, muchas familias que eran Testigos desde hacía tiempo emigraron a otros países durante aquellos años tumultuosos. Por lo tanto, cuando se volvió a registrar legalmente la obra, surgió una necesidad urgente de precursores y ancianos experimentados.

De hecho, los propios ancianos ansiaban recibir capacitación en los procedimientos de organización, mientras que los publicadores necesitaban guía sobre asuntos como la manera de ofrecer publicaciones en el campo. A fin de satisfacer dichas necesidades, el Cuerpo Gobernante asignó a Nicaragua a graduados de las Escuelas de Entrenamiento Ministerial celebradas en El Salvador, México y Puerto Rico. Uno de aquellos hermanos, Pedro Henríquez, graduado de la primera clase de El Salvador, comenzó la obra de circuito en Nicaragua en 1993. Once superintendentes de circuito experimentados de México también ‘pasaron’ a esta Macedonia del día moderno para ayudar (Hech. 16:9).

En los pasados nueve años, Nicaragua ha recibido también a 58 graduados de Galaad, asignados a seis hogares misionales repartidos por todo el país. Su madurez ha contribuido a que exista una sana atmósfera espiritual en las congregaciones y a que muchos jóvenes vean el servicio de tiempo completo como una meta deseable.

Los que llegaron a Nicaragua durante las décadas de 1960 y 1970 para servir donde hubiera mayor necesidad dijeron que era un paraíso para la predicación, algo que aún es cierto en la actualidad. Un hermano del Departamento de Servicio de la sucursal comenta: “Nicaragua es todavía un país donde los publicadores y los precursores deciden cuántos estudios bíblicos desean dirigir, porque hay mucho interés”. Es comprensible que un gran número de los que desean colaborar donde la necesidad es mayor y que han calculado el costo hayan preguntado sobre la posibilidad de servir en Nicaragua. De hecho, en abril de 2002, había 289 precursores procedentes de 19 países que se habían trasladado hasta allí para ayudar. ¡Qué agradecidos se sienten los Testigos del país por la llegada de todos esos segadores! (Mat. 9:37, 38.)

Asamblea nacional emocionante

La última asamblea nacional que se celebró antes de las restricciones fue en 1978. Podemos imaginarnos lo emocionados que se sintieron los hermanos al recibir la invitación para la asamblea de distrito que se celebraría en Managua en diciembre de 1999. Se animó a los miembros de las familias a que empezaran a ahorrar dinero para el viaje y otros gastos, a fin de que todos pudieran asistir. Algunos Testigos tuvieron ideas muy ingeniosas para obtener los fondos. Por ejemplo, dado que el cerdo es muy popular en Nicaragua, algunos le dieron vida a sus “chanchitos” comprando lechones para criarlos y más tarde venderlos. Como resultado de su determinación y buena planificación, 28.356 Testigos y personas interesadas de todos los rincones del país pudieron asistir a la Asamblea de Distrito “La palabra profética de Dios”, que comenzó el 24 de diciembre en el estadio nacional de béisbol.

Los delegados se sintieron realmente emocionados el sábado de la asamblea al presenciar el bautismo de 784 personas, el mayor de la historia de la obra en Nicaragua. Se contó con la presencia de misioneros que habían servido anteriormente en el país, quienes compartieron experiencias animadoras con los presentes. Además, la asamblea tuvo un potente efecto unificador, pues motivó a todos, fueran cuales fuesen su idioma o antecedentes tribales, a estar más decididos que nunca a progresar en el único “lenguaje puro” de la verdad espiritual “para [servir a Jehová] hombro a hombro” (Sof. 3:9).

Defendiendo nuestro derecho a recibir tratamiento médico sin sangre

Nicaragua cuenta con tres Comités de Enlace con los Hospitales (CEH), cuyas tareas son coordinadas por la sucursal a través del Departamento de Servicios de Información sobre Hospitales. Además de ayudar a los pacientes Testigos cuando surgen cuestiones relacionadas con las transfusiones de sangre, estos comités procuran informar a los profesionales de la salud y a los estudiantes sobre las muchas alternativas existentes a las transfusiones de sangre que resultan aceptables para los testigos de Jehová.

Con ese objetivo, miembros de los comités también han dictado conferencias y realizado presentaciones audiovisuales ante médicos y estudiantes de Medicina, algunos de los cuales han hecho comentarios muy positivos. De hecho, un número cada vez mayor de cirujanos y anestesistas han indicado su disposición a cooperar con los testigos de Jehová respetando su postura bíblica respecto a las transfusiones de sangre.

Decididos a progresar

La historia teocrática de Nicaragua suministra una amplia prueba de que ni los desastres naturales ni los provocados por el hombre pueden impedir el progreso de las buenas nuevas. En efecto, Jehová ha hecho que verdaderamente “el pequeño” mismo haya llegado a ser “mil” (Isa. 60:22). El primer informe de servicio del campo para el país, presentado en 1943, reflejaba la actividad de tan solo tres publicadores; cuarenta años después se registró un máximo de 4.477 publicadores. En 1990, cuando se permitió el reingreso de los misioneros, la cifra había aumentado a 7.894. La bendición de Jehová continuó durante la década de 1990, pues la cantidad de proclamadores del Reino aumentó a casi el doble.

Como es natural, a consecuencia de este rápido crecimiento hay una necesidad urgente de más Salones del Reino. Por ello, la sucursal ha dirigido un amplio programa de construcción que incluye la edificación de unos ciento veinte Salones del Reino, además de una nueva sucursal en Ticuantepe, once kilómetros al sur de Managua, que probablemente se termine para abril de 2003.

En los últimos años, Nicaragua ha logrado algunos avances económicos, especialmente en Managua, ciudad que ha visto un rápido incremento de las oportunidades laborales, educativas y recreativas. La construcción parece ser una característica constante de la ciudad, que en la actualidad cuenta con modernos restaurantes, gasolineras y centros comerciales llenos de bienes de consumo y otros muchos símbolos de la sociedad occidental.

Ese ambiente y sus numerosas tentaciones suponen nuevos obstáculos para los cristianos. Un anciano de mucho tiempo comentó: “Los cambios se están produciendo con rapidez. Es como poner un plato lleno de caramelos ante un niño que nunca ha comido otra cosa que arroz y frijoles, y decirle: ‘Ten cuidado, ¡eh!’. Es cierto que sabemos cómo servir a Jehová en tiempos difíciles, pero en la actualidad el enemigo es sutil. Esta situación resulta más difícil de manejar”.

Aun así, la lealtad, el celo y el valor que el pueblo de Jehová demostró durante los años de las restricciones siguen dando buen fruto. Muchos de los niños que crecieron en aquella época se han convertido en ancianos, precursores y betelitas. Nicaragua tiene en la actualidad diecisiete circuitos que cuentan con 295 congregaciones y 31 grupos aislados. En agosto de 2002 se informó un nuevo máximo de 16.676 publicadores; sin embargo, ese mismo año asistieron a la Conmemoración 66.751 personas.

Por ello, en nuestras oraciones pedimos que muchas más personas de este país lleno de contrastes lleguen a conocer a Jehová antes de que acabe su “año de la buena voluntad” (Isa. 61:2). Que nuestro Padre celestial siga extendiendo los límites de nuestro paraíso espiritual, sí, hasta que toda la Tierra quede “llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mismísimo mar” (Isa. 11:9).

[Recuadro de la página 72]

Datos básicos

Territorio: Nicaragua es el país más extenso de Centroamérica. Las montañas centrales lo dividen en dos secciones: la occidental, una región de lagos de agua dulce, y la oriental, menos fértil, constituida principalmente por pluviselva y llanuras. En Nicaragua existen unos cuarenta volcanes, algunos de ellos en actividad.

Población: La mayor parte de la población nicaragüense está formada por mestizos, mezcla de europeos y amerindios. En la costa occidental vive un número escaso de indígenas monimbós y subtiabas, mientras que en la región oriental hay indígenas mískitos (misquitos), sumos y ramas, así como criollos y afrocaribeños. La religión principal es el catolicismo romano.

Idioma: El español es el idioma oficial. También se hablan lenguas indígenas.

Recursos económicos: La agricultura es la base fundamental de la economía de Nicaragua.

Alimentación: Cultivos como el arroz, el maíz, los frijoles, el sorgo, los plátanos, la mandioca y diversos tipos de fruta son la base de la alimentación diaria. El café, el azúcar, los bananos, los mariscos y la carne de res constituyen artículos de exportación.

Clima: Nicaragua tiene un clima tropical. Las precipitaciones oscilan entre los 1.900 y los 3.800 milímetros, según la región. La temperatura media en las costas es de unos 26 °C, mientras que las tierras altas son un poco más frescas.

[Ilustración y recuadro de las páginas 99 a 102]

Un incidente con la policía secreta

Húber y Telma López

Reseña biográfica: Padres de tres hijos adultos. Húber es anciano en una congregación local.

Durante la época del régimen revolucionario, la Seguridad del Estado arrestó con frecuencia a siervos ministeriales y ancianos, y los retuvo para interrogarlos por períodos de tiempo que oscilaban entre un día y varias semanas. La neutralidad de los testigos de Jehová, producto de sus convicciones basadas en la Biblia, resultó en que se les acusara —aunque nunca oficialmente— de incitar al pueblo a rebelarse contra el gobierno. Además, en los interrogatorios se les pedían los nombres de nuestros “instructores” y “líderes”.

Uno de los muchos hermanos que pasaron por aquella experiencia fue Húber López, que en la actualidad es anciano de congregación y padre de tres hijos adultos. En diciembre de 1985 lo arrestaron en su hogar de La Reforma, comunidad rural situada a 40 kilómetros al sudeste de Managua. Su esposa, Telma, recuerda aquel angustioso día:

“A las cuatro de la tarde se detuvieron frente a nuestra casa dos jeeps: uno ocupado por agentes de la Seguridad del Estado, y otro por soldados que rodearon la propiedad. Cuando les dije a los agentes que mi esposo no se encontraba allí, nos ordenaron a los niños y a mí que saliéramos a la calle para registrar la casa. Pero nuestro hijo mayor, Elmer, que en aquel entonces tenía diez años, se quedó adentro y vio cómo empezaban a vaciar un armario en el que había libros seglares y teocráticos. Mi esposo tenía escondidos algunos archivos de la congregación entre ellos. Mientras los intrusos los cargaban hasta los jeeps, Elmer gritó: ‘Señor, ¿se va a llevar también mis libros de la escuela?’. Un soldado contestó bruscamente: ‘Está bien, quédate con ellos’. De esa manera, nuestro hijo pudo recuperar sus libros y los archivos de la congregación.

”Aquella noche estábamos cenando cuando los soldados volvieron. Nos apuntaron con sus rifles y se llevaron a mi esposo mientras los niños contemplaban la escena llorando. No quisieron decirnos porqué o adónde se lo llevaban.”

El hermano López relata lo que ocurrió después: “Me llevaron a la cárcel de Masaya y me encerraron en una celda con delincuentes de todo tipo. Me identifiqué inmediatamente como testigo de Jehová y les prediqué durante varias horas. A medianoche, alguien me ordenó a punta de pistola salir de la celda y subirme al jeep que esperaba en la oscuridad. Me advirtieron que no levantara la cabeza, pero al subir reconocí a otros cuatro Testigos, que tenían las cabezas agachadas. Eran siervos ministeriales y ancianos de la zona de Masaya a los que habían arrestado esa misma noche.

”Aquella noche amenazaron dos veces con matarnos, primero en una plantación de café, y después en una zona urbana, donde nos colocaron en fila contra una pared. En ambas ocasiones parecían estar esperando que dijéramos algo, pero ninguno de nosotros habló. Por último nos llevaron a la prisión de Jinotepe, donde nos mantuvieron en celdas separadas durante tres días.

”Apenas se nos permitía dormir algunas horas seguidas, y nuestras celdas se mantenían a oscuras para que no supiéramos si era de día o de noche. A menudo nos llevaban a la sala de interrogatorios y nos preguntaban por la predicación, las reuniones y los nombres de nuestros ‘líderes’. Uno de los que me interrogaban amenazó incluso con detener a mis padres y sacarles la información a la fuerza. De hecho, llegué a escuchar las voces de mis padres, mi esposa y otros miembros de mi familia desde la celda. Pero en realidad era una grabación con la que pretendían hacerme creer que habían traído hasta allí a los miembros de mi familia para interrogarlos.

”Al cuarto día, el jueves, dijeron que me liberarían, pero que primero debía firmar una declaración en la que prometía dejar de predicar mi religión. Añadieron que mis compañeros Testigos ya la habían firmado, algo que, por supuesto, no era cierto.

—Si se niega a firmar, lo traeremos de vuelta y se pudrirá aquí —me dijeron.

—Entonces les ruego que no me liberen. Déjenme aquí —repliqué.

—¿Por qué dice eso?

—Porque soy testigo de Jehová, y eso significa que predico.

”Para mi sorpresa, nos liberaron a los cinco el mismo día. Jehová contestó nuestras oraciones y nos fortaleció para que permaneciéramos en calma y no traicionáramos a nuestros hermanos. No obstante, tras aquel incidente, estuvimos sometidos a vigilancia constante.”

[Ilustración y recuadro de la página 105 y 106]

Arrastrados a la zona de combate

Giovanni Gaitán

Año de bautismo: 1987

Reseña biográfica: Arrestado pocas semanas antes de su bautismo, fue obligado a acompañar a los BLI durante veintiocho meses. Fue precursor regular durante más de ocho años.

Algunos hermanos jóvenes fueron obligados a acompañar a los Batallones de Lucha Irregulares (BLI) que peleaban en la espesa selva de las montañas.

Giovanni Gaitán fue uno de aquellos jóvenes. Pasó veintiocho meses con los BLI mientras todavía era un publicador no bautizado, pues lo arrestaron cuando faltaban pocas semanas para su bautismo. “Mis pruebas comenzaron tras el primer combate —relata Giovanni—. Un oficial me ordenó que lavara el uniforme manchado de sangre de un soldado muerto. Me negué, pues pensé que aquello podría ser el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que podrían resultar en que violara mi neutralidad cristiana. El oficial se enfureció y me golpeó en la cara. Sacó su pistola, me la puso en la cabeza y apretó el gatillo, pero el arma no se disparó. Así que me descargó un golpe en la cara con ella y amenazó con matarme si volvía a desobedecerle.

”Durante los dieciocho meses siguientes, aquel hombre me hizo la vida imposible. En varias ocasiones hizo que me dejaran todo un día con las manos atadas para que no pudiera comer. En esas condiciones, a menudo me obligaba a caminar por la selva a la cabeza del grupo, con un rifle y granadas atados a la espalda, lo que me convertía en un blanco perfecto para el enemigo. Me golpeaba y amenazaba con matarme, sobre todo en el fragor de los combates, cuando otros morían a mi alrededor y yo me negaba a recoger sus rifles. Sin embargo, yo no lo odiaba, ni tampoco demostré temor, porque Jehová me daba valor.

”Cierta mañana, en marzo de 1985, me hicieron bajar de las montañas junto con otros hermanos hasta una zona cerca de Mulukukú, a 300 kilómetros al nordeste de Managua, donde permitieron que nuestras familias nos visitaran. Mientras comía y conversaba con mis parientes, observé que el oficial estaba sentado solo. Le llevé un plato de comida, y cuando terminó de comer, me llamó. Yo me estaba preparando para lo peor, así que me sorprendió que se disculpara por el trato que me había dado. Incluso me preguntó por mis creencias. Esa fue la última vez que lo vi: murió poco después en un accidente con un camión militar.”

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 116 a 118]

Reflexiones de dos miembros del Comité del País

Durante el período de restricciones, la sucursal de Costa Rica asumió la dirección de la obra en Nicaragua, donde se nombró a un Comité del País que se ocuparía de la supervisión local. Dos hermanos que formaron parte de dicho comité, Alfonso Joya y Agustín Sequeira, reflexionan sobre aquellos tiempos de prueba.

Alfonso Joya: “Cuando me invitaron a formar parte del Comité del País en 1985, yo era anciano en una congregación de Managua. Profesionalmente, desempeñaba el cargo de director de la principal sucursal de un prestigioso banco. Mis conocimientos de banca me permitieron optimizar los recursos económicos de la organización de Jehová en un momento en que la moneda nicaragüense se devaluaba con rapidez, lo cual paralizó la economía. Un simple par de zapatos, que hasta entonces costaba unos 250 córdobas, ¡llegó a venderse por dos millones de córdobas!

”Durante aquel período de crisis económica también escaseó la gasolina en el país, y esto dificultaba que los hermanos llevaran las publicaciones a las congregaciones distantes. Jehová nos ayudó haciendo posible que yo pudiera proporcionar a los hermanos el combustible necesario.

”Ni mi propia familia sabía que yo era miembro del Comité del País. En aquel entonces tenía 35 años y figuraba en la categoría de reservista, así que los militares intentaron reclutarme en cuatro ocasiones diferentes, una de ellas incluso en mi propia casa. Recuerdo bien el incidente, porque mi esposa y mis tres hijas pequeñas estaban a mi lado mientras yo miraba fijamente el rifle que me encañonaba. Lo sorprendente es que nunca perdiera mi trabajo en el banco.”

Agustín Sequeira: “Era precursor especial en un pueblito de Boaco cuando deportaron a los misioneros en 1982. Posteriormente tuve el privilegio de que me nombraran miembro del Comité del País. Los hermanos de mi congregación no se enteraron del nombramiento. Me levantaba a las cuatro de la mañana, hacía el trabajo administrativo y después salía a predicar con la congregación.

”Todos los miembros del Comité del País utilizábamos nombres falsos al atender nuestros deberes, y nos pusimos de acuerdo para no revelarnos detalles de nuestros respectivos trabajos. Era una forma de protección en caso de que nos arrestaran. No teníamos oficina, sino que trabajábamos en diferentes hogares. Dado que un maletín podría haber despertado la curiosidad, a veces llevaba los documentos administrativos en una bolsa, y colocaba encima cebollas con los tallos a la vista. Hubo veces en las que escapé por poco, pero nunca me arrestaron.

”Los miembros del Comité de Sucursal de Costa Rica nos visitaron varias veces para darnos estímulo y guía. Una de las ocasiones más memorables y animadoras para mí fue la dedicación de la sucursal de Costa Rica, en enero de 1987, porque allí tuve la dicha de conocer, junto con otro hermano que formaba parte del Comité del País, a dos miembros del Cuerpo Gobernante.”

Poco antes de que se comenzara a imprimir este informe, el hermano Sequeira se durmió en la muerte. Tenía 86 años y llevaba veintidós en el servicio de tiempo completo. Era miembro del Comité de Sucursal de Nicaragua.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 122 y 123]

Hallamos verdadera libertad en prisión

Entre 1979 y 1989, la Cárcel Modelo se llenó de prisioneros militares y políticos que habían estado vinculados al régimen anterior. El mensaje del Reino traspasó aquellos muros, llenó las mentes y corazones de personas sinceras y les ayudó a desarrollar una personalidad similar a la de Cristo (Col. 3:5-10). He aquí los comentarios de algunos anteriores reclusos.

José de la Cruz López: “Cuando me encarcelaron, me sentía amargado y no tenía esperanza ni futuro. Entonces conocí a otros presos que se habían hecho testigos de Jehová. Quedé impresionado tanto por sus explicaciones de la Biblia como por su buena conducta. Por fin se satisfacían mis necesidades espirituales y tenía una esperanza. Pensé que si había estado dispuesto a dar mi vida por un gobierno humano que no podía ofrecer verdadera esperanza, ¡cuánta más razón tenía ahora para ser leal a Aquel que había entregado a su Hijo por mí! Después de mi liberación, mi esposa y mis hijas, así como otros tres miembros de mi familia, también aprendieron la verdad. Verdaderamente, nunca podré pagarle a Jehová todo lo que ha hecho por mí”.

El hermano López es anciano en una congregación de Managua.

Omar Antonio Espinoza: “Cuando tenía 18 años de edad, me condenaron a treinta años de cárcel, de los cuales cumplí diez antes de recibir el indulto. Aunque lamento haber perdido mi libertad, fue en prisión donde llegué a conocer a Jehová y la verdadera libertad. Anteriormente había llevado una vida disoluta, pero entonces di un giro total a mi vida. Estoy agradecido a Jehová porque mi copa está llena en sentido espiritual. He tomado la misma determinación que Josué: ‘En cuanto a mí y a mi casa, nosotros serviremos a Jehová’ (Jos. 24:15)”.

El hermano Espinoza es anciano de congregación en la ciudad de Rivas.

Anastasio Ramón Mendoza: “A los pocos meses de encierro me puse a leer la Biblia por mi cuenta. Después comencé a estudiarla con otro prisionero que era testigo de Jehová. En poco tiempo me convencí de que había encontrado la verdad. Sin embargo, postergué el bautismo porque hervía de odio contra mis captores, y sabía que ese modo de pensar no gozaba de la aprobación de Jehová.

”Oré intensamente pidiendo perdón y ayuda para superar mi actitud dañina. Jehová escuchó mis súplicas, pues con paciencia me enseñó que no debía odiar a las personas, sino las actitudes y acciones incorrectas. Me bauticé en 1982. Desde que fui puesto en libertad, en 1989, he estudiado la Biblia con muchos ex militares y otras personas que se hallaban en una situación parecida a la mía. Algunos son en la actualidad mis hermanos espirituales.”

El hermano Mendoza es siervo ministerial en Managua.

[Ilustración y recuadro de las páginas 141 a 145]

Las oraciones de un pastor reciben respuesta

Teodosio Gurdián

Año de bautismo: 1986

Reseña biográfica: El hermano Gurdián es en la actualidad anciano de la congregación Wamblán.

En 1986, cuando la guerra entre los sandinistas y la contra estaba en su máximo apogeo, dos publicadores de la pequeña congregación de San Juan del Río Coco hicieron un viaje de 100 kilómetros hacia el norte para llegar a Wamblán, un pueblo de las tierras altas centrales situado en una zona de colinas casi yermas, cercana a la frontera con Honduras. El pequeño grupo de Testigos que vivía allí había abandonado Wamblán dos años atrás debido a los combates. Los dos hermanos iban en busca de un hombre llamado Teodosio Gurdián, quien explica por qué:

“Yo había sido el pastor de una iglesia evangélica en Wamblán. El liderazgo de nuestra Iglesia lo ejercía la Asociación Nacional de Pastores Nicaragüenses (ANPEN), que agrupaba a pastores procedentes de todas las confesiones protestantes de Managua. Poco después de que los sandinistas tomaron el poder, la ANPEN firmó un acuerdo por el que aprobaba la participación de pastores y feligreses en los Comités de Defensa Sandinista y otras organizaciones, entre ellas el ejército. Pero aquello me perturbó, pues me preguntaba: ‘¿Cómo es posible que un ministro de Dios tome las armas?’.

”Entonces obtuve el libro Verdadera paz y seguridad... ¿de qué fuente? de una familia de Testigos que vivía en Wamblán en aquel entonces, y lo leí hasta bien entrada la noche. También comencé a leer las revistas La Atalaya y ¡Despertad! regularmente. Aquello era, por fin, verdadero alimento espiritual. De hecho, llegué incluso a utilizar la información en mis sermones. Cuando la situación llegó a conocimiento de los dirigentes de la Iglesia, me llamaron para que fuera a la sede central en Managua.

”Pensando que me había dejado extraviar por falta de conocimientos para ser pastor, me ofrecieron una beca de ocho meses para estudiar en Managua. Sin embargo, lo que había aprendido en las publicaciones de los Testigos tenía base bíblica. Por ello, hice muchas preguntas a los guías de la Iglesia, como por ejemplo: ‘¿Por qué no predicamos de casa en casa como hicieron los primeros cristianos? ¿Por qué pagamos el diezmo si los apóstoles no lo pidieron?’. Mis preguntas no recibieron contestación satisfactoria, y aquellos hombres no tardaron en empezar a llamarme Testigo.

”Después de esa experiencia di por terminada toda relación con la Iglesia y me fui en busca de los testigos de Jehová de Managua. Pero era el año 1984, y los Testigos celebraban sus reuniones en secreto. Por eso, después de dos semanas de buscar sin éxito, volví a Wamblán y me ocupé de mantener a mi familia trabajando una pequeña parcela de maíz y frijoles.

”Los Testigos que habían vivido en Wamblán dejaron en manos de la gente la mayor parte de sus publicaciones antes de abandonar la zona. Por eso, siempre que veía alguna de sus publicaciones en los hogares que visitaba, preguntaba: ‘¿Está usted leyendo este libro? ¿Me lo vendería?’. La mayoría de las personas me daban el libro, así que con el tiempo conseguí reunir una pequeña biblioteca teocrática.

”Aunque yo no me había identificado abiertamente como Testigo, la gente de Wamblán también empezó a llamarme así. Por lo tanto, no pasó mucho tiempo antes de que los agentes de la Seguridad del Estado comenzaran a preguntarme por mis actividades. Hasta me dijeron que podía predicar en los pueblos cercanos, a condición de que les proporcionara los nombres de quienes apoyaban a la contra. Yo respondí: ‘Si hiciera lo que me piden, estaría renunciando a mi Dios, y no puedo hacerlo. Jehová exige devoción exclusiva’.

”En otra ocasión, un oficial del ejército me dijo que firmara un documento para mostrar mi apoyo a los sandinistas, a lo que me negué. Entonces sacó una pistola y me amenazó en estos términos: ‘¿No sabe que podemos eliminar a los parásitos que no apoyan la revolución?’. Pero en vez de dispararme, me dio tiempo para reconsiderarlo. Aquella noche me despedí de mi esposa y le dije: ‘Si firmo ese papel, moriré de todas maneras; pero si muero sin firmarlo, puede que Jehová me recuerde en la resurrección. Cuida a los niños y confía en Jehová. Él nos ayudará’. A la mañana siguiente le dije al oficial: ‘Aquí estoy. Haga lo que quiera, pero no voy a firmar’. Asintiendo con la cabeza, respondió: ‘Lo felicito. Sabía que usted contestaría así. Sé cómo son los testigos de Jehová’. Entonces me dejó ir.

”Después de aquello, predicaba más abiertamente, visitaba muchos pueblos de las afueras e invitaba a las personas interesadas a reunirse. Un matrimonio de edad avanzada fueron de los primeros en responder, seguidos de otras familias. En poco tiempo nos reuníamos regularmente treinta personas. Yo utilizaba números atrasados de La Atalaya y, dado que solo teníamos un ejemplar, presentaba la información en forma de discurso. Estudié la Biblia incluso con algunos soldados, uno de los cuales posteriormente se hizo Testigo.

”En 1985, un soldado que iba de paso por mi pueblo me dijo que había una congregación de testigos de Jehová en Jinotega, a unos 110 kilómetros al sur de Wamblán. Le pedí a uno de los estudiantes de la Biblia de Wamblán que me acompañara hasta allí. Tras preguntar en el mercado de Jinotega, por fin dimos con el hogar de una familia de Testigos. La esposa abrió la puerta. Cuando nos identificamos como testigos de Jehová, nos preguntó si habíamos venido para la Conmemoración. ‘¿Qué es la Conmemoración?’, le preguntamos. Al oír aquello, llamó a su esposo. Cuando él se convenció de nuestra sinceridad, nos invitó a entrar. Lamentablemente, la Conmemoración se había celebrado la noche anterior, pero nos quedamos en su casa durante tres días y asistimos a nuestro primer Estudio de Libro de Congregación.

”Cuando volví a Wamblán, seguí predicando y dirigiendo las reuniones solo. Entonces, el día antes de la Conmemoración de 1986, llegaron los dos hermanos mencionados al principio. Nuestro pequeño grupo de estudiantes de la Biblia enseguida divulgó la noticia entre todas las personas interesadas de los pueblos aledaños, y hubo una asistencia de ochenta y cinco personas a nuestra primera Conmemoración.

”Me bauticé en octubre de aquel año, junto con mis primeros estudiantes de la Biblia, el matrimonio mayor que mencioné anteriormente, que tenían ya más de 80 años. En la actualidad, la congregación de Wamblán cuenta con más de setenta y cuatro publicadores y tres precursores regulares. Tengo el privilegio de ser uno de los ancianos. En el año 2001 celebramos la Conmemoración en otros tres pueblos además de Wamblán, y en total asistieron 452 personas.”

[Ilustraciones y tabla de las páginas 80 y 81]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Hitos en la historia de Nicaragua

1925

1934: Una precursora que visita el país deja publicaciones en manos de la gente.

1937: Comienza el régimen de Somoza.

1945: Llegan los primeros graduados de Galaad.

1946: N. H. Knorr y F. W. Franz visitan Managua. Se abre una sucursal.

1950

1952: A instancias del clero católico se decreta una proscripción.

1953: La Corte Suprema de Justicia revoca la proscripción.

1972: Un terremoto asola Managua.

1974: Se completa la construcción de una nueva sucursal y un hogar misional.

1975

1979: Los sandinistas derrocan al régimen de Somoza. Durante la revolución mueren cerca de cincuenta mil personas.

1981: Se suspende el reconocimiento legal de los testigos de Jehová.

1990: Los testigos de Jehová recuperan el reconocimiento legal.

1994: Se nombra a 100 hermanos para que sirvan temporalmente de precursores especiales. Esta campaña se repite varias veces.

1998: El huracán Mitch azota Centroamérica, causando 4.000 muertes en Nicaragua.

2000

2002: Hay 16.676 publicadores activos en Nicaragua.

[Ilustración]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Publicadores

Precursores

20.000

15.000

10.000

5.000

1950 1975 2000

[Ilustración y mapa de la página 73]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

HONDURAS

NICARAGUA

Matagalpa

León

MANAGUA

Masaya

Jinotepe

Granada

Istmo de Rivas

Bluefields

Isla de Ometepe

Lago de Nicaragua

Río San Juan

COSTA RICA

[Ilustraciones a toda plana de la página 66]

[Ilustración de la página 70]

Arriba: Francis (izquierda) y William Wallace con su hermana Jane

[Ilustración de la página 70]

Abajo (fila de atrás, de arriba abajo): Wilbert Geiselman, Harold Duncan y Francis Wallace; (fila de adelante, de arriba abajo): Blanche Casey, Eugene Call, Ann Geiselman, Jane Wallace y Evelyn Duncan

[Ilustraciones de la página 71]

Arriba: Adelina y Arnoldo Castro

Derecha: Dora y Evaristo Sánchez

[Ilustración de la página 76]

Doris Niehoff

[Ilustración de la página 76]

Sydney y Phyllis Porter

[Ilustración de la página 79]

Agustín Sequeira fue el primer publicador de Matagalpa

[Ilustración de la página 82]

María Elsa

[Ilustración de la página 82]

Gilberto Solís y su esposa, María Cecilia

[Ilustraciones de la página 87]

El terremoto de 1972 devastó Managua

[Ilustración de la página 90]

Andrew y Miriam Reed

[Ilustración de la página 90]

Ruby y Kevin Block

[Ilustración de la página 92]

Se utilizó esta granja para la Asamblea de Distrito “Lealtad al Reino”

[Ilustraciones de la página 95]

Misioneros deportados de Nicaragua en 1982

[Ilustración de la página 109]

Hermanos que imprimieron publicaciones durante la proscripción, con los mimeógrafos el gallo, la gallina y el pollo

[Ilustración de la página 110]

Elda Sánchez mecanografiaba clichés valerosamente

[Ilustración de la página 115]

Estas hermanas preparaban la comida y vigilaban mientras los hermanos se dedicaban a la impresión

[Ilustración de la página 126]

Primera fila: algunos de los hermanos que aprendieron la verdad en la cárcel. De izquierda a derecha: J. López, A. Mendoza y O. Espinoza. Segunda fila: Carlos Ayala y Julio Núñez, ancianos que visitaban la prisión para ayudar espiritualmente a los hermanos

[Ilustración de la página 133]

Cuando se levantaron las restricciones impuestas a los testigos de Jehová, esta casa sirvió de sucursal

[Ilustraciones de la página 134]

Tras el huracán Mitch, algunos voluntarios utilizaron bicicletas para repartir comida y suministros. Otros participaron en la reconstrucción de Salones del Reino y de hogares

[Ilustración de la página 139]

Banacruz, comunidad de la RAAN donde se predican las buenas nuevas a pesar de las dificultades

[Ilustración de la página 147]

Asamblea de Distrito “La palabra profética de Dios” (1999). Fue la primera asamblea nacional celebrada desde 1978, a la que asistieron 28.356 personas

[Ilustración de la página 147]

Los delegados presenciaron el bautismo de 784 personas, el mayor de la historia de Nicaragua

[Ilustración de la página 148]

El Comité de Sucursal de Nicaragua a principios de 2002, de izquierda a derecha: Ian Hunter, Agustín Sequeira, Luis Antonio González y Lothar Mihank