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Guyana

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Guyana

“Tierra de aguas.” Este es el significado de Guyana, nombre de un país de Sudamérica cuya frontera sur se encuentra a apenas 130 kilómetros [80 millas] al norte del ecuador. La designación resulta muy adecuada, pues más de cuarenta ríos e innumerables afluentes cruzan los bosques y selvas que forman la mayor parte de sus 215.000 kilómetros cuadrados [83.000 millas cuadradas]. Algunos ríos trazan los límites con los países vecinos (Brasil, Surinam y Venezuela), mientras que otros dan acceso al interior, donde hay pueblos y haciendas dispersos a lo largo de sus riberas. De hecho, estas vías fluviales están entrelazadas al comercio y la historia de la nación, incluida la historia del pueblo de Jehová.

De oeste a este, los cuatro ríos principales son el Esequibo, el Demerara, el Berbice y el Courantyne. El de más longitud, el Esequibo, mide 1.000 kilómetros [630 millas] de largo y 30 [20 millas] de ancho en su desembocadura, y tiene más de trescientas sesenta y cinco islas. Una de estas, Fort Island, fue sede del gobierno en la época colonial holandesa. Estos grandes ríos nacen en las montañas del interior, al sur del país, y fluyen hacia el norte antes de serpentear por la estrecha llanura costera y morir en el Atlántico. En el trayecto, sus aguas se precipitan por algunas de las cataratas más impresionantes del mundo, como las de Kaieteur, en las que el río Potaro —un tributario del Esequibo de 120 metros [400 pies] de anchura— salva 226 metros [741 pies] en el salto inicial.

Sus numerosas atracciones naturales hacen de Guyana un paraíso para los amantes de la naturaleza. En sus aguas habitan nutrias gigantes, caimanes negros y pirarucús, también llamados arapaimas, que figuran entre los peces de agua dulce más grandes que se conocen. Estos gigantes carnívoros que pueden respirar en el aire llegan a medir tres metros [10 pies] de largo y pesar 220 kilos [485 libras]. Los jaguares merodean en la espesura, y los monos aulladores gritan en las ramas de los árboles, que comparten con más de setecientas especies de aves, entre ellas las águilas harpías y los espectacularmente coloridos guacamayos y tucanes.

La población de Guyana es de unos 770.000 habitantes y se compone de indios orientales (cuyos antepasados vinieron de la India a trabajar bajo contrato); negros (descendientes de esclavos africanos); indígenas (arauacos, caribes, wapisanas y warraus), así como mezclas interraciales. Aunque se habla criollo en todo el país, el idioma oficial es el inglés, lo que hace de Guyana la única nación anglohablante de Sudamérica.

Llegan las aguas de la verdad

El “agua” vivificadora que sacia la sed espiritual comenzó a fluir como un hilito en Guyana hacia el año 1900 (Juan 4:14). Un hombre llamado Peter Johassen, que trabajaba en un campamento maderero junto al río Courantyne, obtuvo un ejemplar de La Torre del Vigía de Sión y Heraldo de la Presencia de Cristo. Él se lo enseñó a un hombre de apellido Elgin, quien escribió a la Sociedad Watch Tower para solicitar más publicaciones, entre ellas el libro El Plan Divino de las Edades. Aunque Elgin no se aferró a las verdades que había aprendido, hizo que otros se interesaran en ellas, lo que condujo a la formación de un grupito de estudio en New Amsterdam, ciudad situada en la desembocadura del río Berbice.

Mientras tanto, en Georgetown, la capital de Guyana, Edward Phillips obtuvo algunas publicaciones de los Estudiantes Internacionales de la Biblia, como en aquel tiempo se conocía a los testigos de Jehová. Ansioso por compartir lo que estaba aprendiendo, Phillips reunía a parientes y amigos en su hogar para conversar con regularidad sobre la Biblia de modo informal. En 1908 escribió a la Sociedad Watch Tower para solicitar que enviaran a un representante a Guyana, entonces llamada Guayana Británica. * Cuatro años después llegó Evander J. Coward y pronunció discursos bíblicos ante cientos de personas en las alcaldías de Georgetown y New Amsterdam.

El hijo de Phillips, Frederick, recuerda respecto a la visita de Coward: “El hermano Coward no tardó en hacerse muy conocido en Georgetown, y gracias al mensaje que predicó, otras personas interesadas se unieron a nuestro grupo de Estudiantes de la Biblia. En aquellos días analizábamos libros como El Plan Divino de las Edades y The New Creation [La nueva creación]. La casa se volvió pequeña enseguida, así que en 1913 alquilamos una sala en la planta alta de la Casa Somerset, en Georgetown. Allí celebramos las reuniones de la congregación hasta 1958”. En 1914, Edward Phillips volvió a ofrecer su hogar, esta vez para acoger la primera sucursal de Guyana, y él fue nombrado superintendente de sucursal, cargo que desempeñó hasta su muerte, acaecida en 1924.

En 1916, la predicación recibió un gran impulso con la exhibición del “Foto-Drama de la Creación”, una producción cinematográfica y de diapositivas. “Fue una época de paz y prosperidad espiritual —escribe Frederick—. La prensa local hasta publicó una serie de sermones de Charles T. Russell, destacado Estudiante de la Biblia.”

Para 1917, aquel clima de tranquilidad había cambiado. El país se había dejado arrastrar por la histeria bélica, y uno de sus clérigos prominentes animó al público a orar por los británicos y sus aliados. En una carta dirigida a la prensa, Coward presentó un análisis de la situación mundial a la luz de las profecías bíblicas, y en la alcaldía de Georgetown pronunció un enérgico discurso titulado “Se derrumban los muros de Babilonia”.

Un informe publicado en The Watchtower del 1 de octubre de 1983 señaló: “El clero estaba tan indignado que convenció a las autoridades para que expulsaran al hermano Coward y proscribieran algunas de nuestras publicaciones, proscripción que se prolongó hasta 1922”. Sin embargo, muchas personas respetaban a Coward por su predicación valerosa. De hecho, el día que se marchó se alinearon en el embarcadero y gritaron: “Era el único hombre que predicaba la verdad”. Los trabajadores del muelle incluso amenazaron con ir a la huelga en protesta por aquella expulsión, pero los hermanos les aconsejaron que no lo hicieran.

Tras la I Guerra Mundial, los Estudiantes de la Biblia se enfrentaron a una prueba más sutil que durante algún tiempo frenó la difusión de la verdad. Un ex hermano que había servido en la central de Brooklyn pero que se había vuelto apóstata visitó Guyana en varias ocasiones, con el objetivo de apartar de la organización a los Estudiantes de la Biblia del país.

“Durante algún tiempo —comentó la revista The Watchtower antes mencionada—, los Estudiantes de la Biblia de Guyana se dividieron en tres bandos: uno leal a la organización, otro opositor y un tercero que no sabía qué hacer. Pero Jehová únicamente bendijo al grupo de leales, que fue el que prosperó.” Entre aquellos fieles estuvieron Malcolm Hall y Felix Powlett, bautizados en 1915 y 1916, respectivamente. Ambos superaron los 90 años de edad, y su celo en el servicio de Jehová jamás disminuyó.

A fin de estimular a los hermanos, en 1922, George Young fue enviado desde la sede mundial y se quedó en Guyana unos tres meses. “Era un trabajador infatigable”, comentó Felix Powlett. El conocimiento que tenía de las Escrituras, su voz enérgica, la naturalidad de sus ademanes y las ayudas visuales que empleaba impulsaron a muchos a investigar más a fondo la Palabra de Dios. Basándose en los informes de Young, The Watchtower del 1 de enero de 1923 habló de un “interés mucho mayor por la verdad en esa parte del mundo, una mayor afluencia a todas las reuniones públicas, con casas llenas de personas, y un correspondiente aumento en el celo y la devoción de los hermanos”. En la Casa Somerset, por ejemplo, el promedio de asistentes era de 100, pese a que solo había veinticinco publicadores del Reino en ese grupo.

En 1923, los hermanos ya se estaban esforzando por llegar también a los habitantes del interior del país. A menudo, todo lo que llevaban eran hamacas y publicaciones, pues confiaban en que personas hospitalarias les dieran algo de comer. Si les ofrecían cobijo, pasaban la noche allí. Si no, colgaban su hamaca de la rama de un árbol y dormían en ella, con frecuencia rodeados por enjambres de mosquitos. A la mañana siguiente analizaban un texto bíblico tomado del libro Daily Heavenly Manna (Maná celestial diario), editado por la organización de Jehová, y luego se dirigían a la siguiente población caminando por senderos o en bote, si conseguían quien los llevara gratis.

Los viajes para llegar a personas de zonas distantes prosiguieron hasta la II Guerra Mundial, cuando el racionamiento de la gasolina restringió los desplazamientos. Entre tanto, concretamente en 1931, los Estudiantes de la Biblia adoptaron un nuevo nombre: testigos de Jehová. Los pequeños grupos de Estudiantes de la Biblia esparcidos por toda la costa abrazaron con entusiasmo la nueva designación y demostraron su celo intensificando su servicio. A finales de la década de 1930, los publicadores comenzaron a utilizar fonógrafos con discursos bíblicos grabados. Frederick Phillips, supervisor de la sucursal en aquella época, escribe: “En los pueblos nadie tenía radio, y la primera indicación de nuestra llegada era el sonido de la música que salía de los altavoces y se difundía a través del calmado aire del trópico. Después se ponían los discursos grabados, y casi todos los habitantes de la comunidad se apiñaban en torno a nosotros, algunos de ellos en pijama”.

Las emisoras de radio también contribuyeron a la propagación de las buenas nuevas. Una emisora de Guyana transmitía el mensaje del Reino todos los domingos y miércoles. Toda esta actividad no le pasó desapercibida a Satanás, quien aprovechó el fervor nacionalista de la II Guerra Mundial para obstaculizar la obra.

La II Guerra Mundial y la actividad de la posguerra

En 1941, en plena II Guerra Mundial, había en Guyana 52 proclamadores del Reino. Ese mismo año se proscribieron las revistas La Atalaya y Consolación (ahora ¡Despertad!). En 1944, tal prohibición se hizo extensiva a todas las publicaciones del pueblo de Jehová. “Aun ejemplares de la Santa Biblia que no contenían comentarios de la Watch [Tower] sino que eran simplemente versiones publicadas por otras sociedades bíblicas fueron prohibid[o]s [...] para los testigos de Jehová”, indica un informe aparecido en La Atalaya del 1 de junio de 1947.

En abril de 1946, Nathan Knorr, de las oficinas centrales, hizo una visita a Guyana. Lo acompañaba William Tracy, quien se acababa de graduar de Galaad. Su objetivo era animar a los hermanos y apelar a las autoridades gubernamentales para que se levantara la proscripción. En una reunión celebrada en Georgetown, el hermano Knorr explicó a 180 hermanos e interesados que los primeros discípulos de Jesús no contaban con biblias ni libros para efectuar su ministerio, y sin embargo, Jehová los bendijo con un notable crecimiento. ¿Por qué? Porque no dejaron de predicar. Así que, ¿no haría Dios lo mismo por sus siervos de la actualidad si perseveraban en la obra? ¡Por supuesto que sí!

Mientras tanto, los hermanos seguían buscando medios legales para que se anulara la prohibición. Por ejemplo, menos de un año después del fin de la guerra presentaron al gobierno una petición respaldada por 31.370 firmas. Además, la organización de Jehová publicó una hoja suelta con objeto de que los ciudadanos estuvieran plenamente informados de los hechos. El encabezamiento decía: “LA SANTA BIBLIA PROHIBIDA EN LA GUAYANA INGLESA: 31.000 PERSONAS FIRMAN LA PETICIÓN AL GOBERNADOR para la restauración de la libertad de adoración para todos los habitantes de la colonia, sin consideración de credo”.

A su vez, el hermano Knorr visitó con ese mismo propósito al secretario colonial, W. L. Heape. Al final de la entrevista, que duró treinta minutos, Knorr entregó al señor Heape un ejemplar del libro “La verdad os hará libres” y le pidió que lo leyera con detenimiento, a lo que el funcionario accedió. Es más, informó al hermano Knorr de que los nueve miembros del comité ejecutivo ya estaban reconsiderando el asunto de la proscripción de nuestras publicaciones. Lo que dijo era cierto, pues en junio de 1946, el gobernador promulgó un edicto en el que se notificaba la suspensión de las restricciones.

Poco después se recibieron 130 cajas con un total de 11.798 libros y folletos. Entusiasmados por disponer de nuevo de publicaciones, los hermanos, que ya habían alcanzado la cifra de 70, distribuyeron todo el envío en solo diez semanas. En agosto también comenzaron a predicar en las calles, con muy buenos resultados. “Las revistas se distribuían casi tan rápido como los periódicos locales”, informa la sucursal.

Ni siquiera durante la proscripción dejaron los hermanos de recibir el valioso alimento espiritual, gracias en parte a un Testigo que trabajaba en la oficina de correos de Georgetown. Él escribe: “Me sentía obligado a hacer que los ejemplares de La Atalaya llegaran a la sucursal. Con ayuda de las hermanas, los artículos de estudio se copiaban a máquina o se mimeografiaban, y entonces se repartían a las familias para su uso en las reuniones de la congregación”.

Nuevos misioneros dan ímpetu a la obra

Cuando a un automóvil acelerado se le acciona el cambio de velocidades, puede ir aún más rápido. Pues bien, en Guyana ocurrió un “cambio de marcha” respecto a la predicación a mediados de la década de 1940, con la llegada de misioneros capacitados en Galaad. Entre ellos estuvo William Tracy, graduado de la tercera clase, así como John y Daisy Hemmaway y Ruth y Alice Miller, de la quinta. Estos Testigos celosos transmitieron a los hermanos locales los tesoros que habían aprendido en Galaad y dieron un magnífico ejemplo en el campo.

El hermano Tracy estaba preocupado por los que vivían en zonas remotas. “Recorrí el país —escribió— realizando varios viajes a lo largo de la costa y remontando los ríos para llegar a sitios aislados, con el fin de comunicarme con personas interesadas y también lograr que otras se interesaran. Viajé en el tren del litoral, en autobuses, en bicicleta, en grandes barcos fluviales, en pequeños botes y hasta en canoas.”

Los misioneros también ayudaron a los precursores a predicar el territorio de modo sistemático y, si las circunstancias se lo permitían, cubrir zonas que jamás se habían visitado. No hay que olvidar que, en 1946, Guyana solo tenía cinco congregaciones y un máximo de 91 proclamadores del Reino. Pero ningún reto es demasiado grande para quienes cuentan con el espíritu de Dios (Zac. 4:6).

Al principio, muchos de los que predicaban con los misioneros eran precursores mayores que, pese a su edad, mostraban una excelente actitud hacia la obra. Algunos de ellos fueron Isaac Graves, George Headley, Leslie Mayers, Rockliffe Pollard y George Yearwood. Y entre las hermanas estuvieron Margaret Dooknie, Ivy Hinds, Frances Jordan, Florence Thom, Atalanta Williams y Princess Williams (sin relación de parentesco). Equipados con libros, folletos y revistas, llevaron el mensaje del Reino a lugares distantes.

Ivy Hinds (de casada Wyatt) y Florence Thom (de casada Brissett) fueron asignadas a la ciudad de Bartica, a orillas del río Esequibo, a unos 80 kilómetros [50 millas] de la costa. En esta localidad, que es puerta de entrada a los yacimientos de oro y diamantes del interior, solo vivía un hermano. John Ponting, que entonces era superintendente de sucursal y de circuito, escribe: “En dos meses ya asistían veinte personas a las reuniones, y a la Conmemoración acudieron cincuenta”. Uno de los que aceptó la verdad fue un hombre totalmente ciego llamado Jerome Flavius. “En poco tiempo ya pronunciaba discursos por sí solo, después de que Ivy Hinds le leyera la información varias veces”, comenta John.

A la edad de casi 70 años, las precursoras Esther Richmond y Frances Jordan aprendieron a montar en bicicleta para cubrir más territorio. El hermano Ponting dice: “Margaret Dooknie, que había perdido la cuenta de los años que llevaba de precursora, caminaba hasta que se sentía tan cansada que a veces la encontrábamos dormida en un banco del parque. Nunca olvidaremos a personas así”.

Movidos por el ejemplo de los misioneros y los precursores mayores, muchos jóvenes también emprendieron el precursorado. Como resultado de toda esta actividad, más personas entraron en la verdad y se formaron grupos y congregaciones en distintas zonas del país. En 1948 había 220 publicadores en Guyana, y la cifra aumentó a 434 en 1954. Mientras tanto, el grupo de Kitty-Newtown, que se reunía en la Casa Somerset, creció a tal grado que se constituyó en una congregación aparte —llamada Newtown—, la segunda de la capital. Actualmente hay nueve congregaciones en Georgetown.

Carretas con equipo de sonido, ciclistas y burros

Bajo la dirección de la sucursal, a principios de la década de 1950, los hermanos pronunciaron discursos bíblicos al aire libre a lo largo y ancho de la capital, casi siempre los sábados por la noche y los domingos por la tarde. Para ello empleaban una carreta con equipo de sonido construida por ellos mismos, que llevaba un potente amplificador, dos grandes altavoces con plataformas y los cables necesarios. El hermano Albert Small, bautizado en 1949, recuerda: “Durante el día había un letrero en el lugar de la reunión que decía ‘Respuesta a sus preguntas sobre la Biblia’ y anunciaba la hora del evento. Muchas personas oyeron aquellos discursos, y algunas entraron posteriormente en la verdad”.

Una indicación de las posibilidades de crecimiento pudo verse en los discursos que Nathan Knorr y su secretario, Milton Henschel, pronunciaron en el Globe Cinema (Georgetown) a principios de 1954. John Ponting, que estaba presente, informa: “Las 1.400 butacas del auditorio estaban ocupadas, y otras 700 personas escuchaban afuera mediante altavoces hasta que la intensa lluvia obligó a muchas de ellas a apiñarse dentro. Para dar publicidad al programa, llevamos a cabo un desfile de ciclistas con carteles; al caer la noche, empleamos un gran letrero iluminado remolcado por un burro, y el hermano que lo guiaba anunciaba el acontecimiento con un amplificador”.

Más viajes al interior

Cuando sirvió de superintendente de sucursal, William Tracy animaba a los hermanos a llegar a quienes vivían en zonas remotas. Él mismo visitó muchos lugares de las cuencas de los ríos Esequibo y Berbice, y organizó asambleas de circuito para los pequeños grupos y congregaciones de esos territorios. Las asambleas solían celebrarse en cines y escuelas públicas, pero los cines eran los únicos sitios que contaban con suficiente capacidad. En una asamblea que en 1949 se llevó a cabo en Suddie, cerca de la desembocadura del Esequibo, el discurso público “Usan el infierno para asustar a la gente” causó una profunda impresión. De hecho, hubo quienes comenzaron a llamar a los testigos de Jehová “la iglesia sin infierno”.

En 1950, William Tracy contrajo matrimonio y fue reasignado a Estados Unidos. John Ponting lo sustituyó como superintendente de sucursal y superintendente viajante. John también ayudó a que el mensaje se predicara en algunas zonas fluviales. En aquellos días, los hermanos solían utilizar el transporte regular por barco y, cuando veían a los aldeanos acercarse en canoa para intercambiar el correo, les pedían que los llevaran a la orilla, confiando en que alguien les daría comida y alojamiento. Predicaban en el pueblo y por la noche disfrutaban de la hospitalidad de alguna de las familias. Al día siguiente, alguien los llevaba remando río abajo hasta el siguiente pueblo. Una tarde visitaron un aserradero. El encargado mandó detener el trabajo, reunió a los hombres y permitió que los hermanos se dirigieran a ellos con un discurso de quince minutos. Todos ellos aceptaron publicaciones.

Thomas Markevich, graduado de la clase 19 de Galaad, fue asignado a Guyana en julio de 1952 y también se aventuró en territorios nunca antes predicados. Él señala: “Llevar el mensaje del Reino a alguien que jamás lo ha oído produce un gozo muy especial. Pero algunas veces uno se lleva sorpresas, como me pasó a mí. Tras viajar por el río Demerara en barco, me adentré caminando en la selva y me topé con una pequeña choza. Su ocupante me recibió, me invitó a pasar y tomar asiento, y se puso a escucharme. Al mirar alrededor, observé con asombro que las paredes estaban empapeladas con páginas de revistas La Atalaya, todas de los años cuarenta. No había duda de que mi anfitrión ya había oído el mensaje del Reino, posiblemente a bordo de una embarcación fluvial o en Georgetown o Mackenzie”.

El misionero Donald Bolinger fue el primero en realizar el arduo viaje por tierra hasta las cataratas de Kaieteur. Mientras predicaba a los indígenas, conoció a un funcionario que trabajaba con ellos. Con el tiempo, este hombre dedicó su vida a Jehová y atendió el grupo que más tarde se formó en ese lugar. Por motivos de trabajo, algunos publicadores se mudaron a zonas aisladas, como las regiones donde había minas de diamantes o de oro. A pesar del aislamiento, con frecuencia se les encontraba predicando de cabaña en cabaña en los campamentos. ¿Qué les permitió permanecer fuertes espiritualmente? Un buen horario de estudio y predicación.

Un servicio ‘apasionante y satisfactorio’

Los misioneros John y Daisy Hemmaway sirvieron en Guyana de 1946 a 1961. A veces pasaban dos semanas de sus vacaciones en el distrito noroeste, cercano a Venezuela, habitado por indios caribes, arauacos y de otras tribus. En cierta ocasión distribuyeron gran cantidad de publicaciones entre los arauacos, lo que no agradó a las monjas católicas que dirigían la escuela local. De hecho, ellas les preguntaron a los niños si sus padres se habían quedado con publicaciones. Cuando los padres se enteraron, se indignaron y le dijeron al sacerdote que ellos elegirían qué iban a leer. Sin hacerles caso, el religioso criticó en una misa dominical el folleto ¿Puede usted vivir para siempre en felicidad sobre la Tierra?, que muchos habían aceptado. Pero esta táctica también tuvo un efecto contrario al esperado, pues el día que los Hemmaway partieron, muchos lugareños los abordaron para pedirles ese mismo folleto.

Para llegar a esta región, localizada a unos 300 kilómetros [200 millas] hacia el interior, John y Daisy viajaban en trasbordador, en tren y en camión. Llevaban consigo un suministro adecuado de provisiones y publicaciones, así como una bicicleta, imprescindible para transitar por los caminos de tierra que conducen a los senderos indígenas. “Estos senderos —explica John— se abren en todas direcciones, y para estar seguro de encontrar el camino de regreso, hay que tener buena memoria o romper algunas ramitas en los cruces. Cuando se encuentra algún felino, la costumbre es quedarse totalmente quieto y mirar al suelo; en unos instantes, el animal se aleja con paso tranquilo. Los monos pasan saltando entre las copas de los árboles, aullando en son de protesta a los intrusos, mientras el perezoso, colgado boca abajo, observa indolente al que transita por allí. En los claros del bosque se ven de cuando en cuando coloridos tucanes alimentándose de papayas.”

Después de quince años de servicio misional en Guyana, el hermano Hemmaway resumió así su sentir: “¡Qué emocionante! ¡Sí, y qué satisfactorio! Sentarse en el suelo de tierra de una choza hecha de hojas de palma, hablar con los amerindios del Reino de Dios y enseñarles un nuevo modo de vivir produce una satisfacción sin igual. Ver a esas personas humildes responder a la enseñanza bíblica y dedicar su vida a Dios es una experiencia que jamás olvidaremos”.

Algunos precursores van a Galaad

Hubo precursores locales que tuvieron el privilegio de asistir a la Escuela de Galaad, y algunos fueron reasignados a Guyana. Entre estos figuran Florence Thom (de casada Brissett), de la clase 21 (1953); Albert y Sheila Small, de la clase 31 (1958), y Frederick McAlman, de la clase 48 (1970).

Florence Brissett relata: “Esperaba que me enviaran al extranjero, pero el que me asignaran a Skeldon, en Guyana, fue una bendición de parte de Jehová. Muchos de mis antiguos compañeros de escuela, maestros, amigos y conocidos aceptaron mi oferta de un curso bíblico porque me conocían. De hecho, algunos hasta me lo pidieron. Uno de estos fue Edward King, cuya esposa ya estudiaba conmigo. Cuando el ministro anglicano oyó que ella estaba estudiando, lo llamó a él para exigirle que pusiera fin a la situación. Pero en vez de hacerle caso, el propio Edward aceptó un curso bíblico”.

Cuando los Small regresaron de Galaad, Albert fue durante muchos años miembro del Comité de Sucursal y también superintendente de circuito. En la actualidad, y pese a su delicada salud, tanto él como Sheila son precursores especiales en una congregación local, en la que el hermano Small también sirve de anciano. Claro está, no todos los misioneros procedentes de Guyana volvieron a su país. Por ejemplo, Lynette Peters, graduada de la clase 48, fue asignada a Sierra Leona, donde aún sirve fielmente.

Una película despierta interés

En la década de 1950, los testigos de Jehová exhibieron extensamente la película La Sociedad del Nuevo Mundo en acción, que mostraba la sede mundial de Brooklyn y la gran asamblea celebrada en 1953 en el Estadio Yankee de Nueva York. La proyección ayudaba a todos, fueran Testigos o no, a tener una mejor comprensión del tamaño y alcance de la organización de Jehová. Sin duda causó una profunda impresión en quienes vivían en lo profundo de la selva, muchos de los cuales jamás habían visto ninguna película de ningún tipo.

Con frecuencia se exhibía al aire libre en algún lugar amplio, y la gente recorría varios kilómetros a pie para verla. Quizá usted se pregunte: “Pero ¿cómo podían los hermanos proyectarla en lugares sin electricidad?”. Alan Johnstone, graduado de Galaad que llegó en 1957 y sirvió de superintendente de circuito, la exhibió en bastantes ocasiones. Él relata: “Donde no había electricidad, utilizábamos generadores que amablemente nos prestaban lugareños que los usaban para iluminar sus comercios por la noche. Una sábana grande bien tensada entre dos árboles hacía de pantalla”.

Tras una de aquellas proyecciones, John y Daisy Hemmaway se dirigían a casa en un barco de vapor. Ahora bien, muchos pasajeros habían oído de la película y deseaban verla, así que, con permiso del capitán, los Hemmaway extendieron la pantalla en la cubierta y situaron el proyector en un camarote que tenía una ventana orientada en la dirección exacta. “A bordo había sacerdotes católicos y anglicanos —escribe John—. En tierra se habían negado a ver la película, pero ahora, quizá sin quererlo, estuvieron entre los espectadores. De hecho, fue en uno de sus camarotes donde colocamos el proyector. Después, los pasajeros los asediaron con preguntas a las que solo un testigo de Jehová podría responder.”

John Ponting menciona lo siguiente sobre la influencia de la película: “En aquellos años, la cinta fue especialmente eficaz donde había pocos Testigos y se les consideraba insignificantes. Los escépticos tenían la oportunidad de ver una enorme organización mundial y multirracial, y eso hacía que nos respetaran más. En realidad marcó un hito en la vida de muchos que, al verla, aceptaron un estudio bíblico. Algunos de estos llegaron a ser ancianos. En solo dos semanas, un superintendente de circuito la proyectó diecisiete veces, casi siempre al aire libre, con una asistencia total de 5.000 personas.

”En otro viaje, que exigió dos días de navegación por un río con rápidos para luego caminar por senderos en la jungla, un superintendente de circuito vio más que recompensado su empeño cuando muchísimos indígenas disfrutaron de la película, la primera que habían visto en su vida. Al día siguiente, muchos de ellos, presbiterianos en su mayoría, obtuvieron nuestras revistas. A raíz de esta visita, la opinión de todo el pueblo en cuanto a los siervos de Jehová mejoró notablemente.”

De 1953 a 1966, Guyana experimentó disturbios políticos y raciales. Los años transcurridos entre 1961 y 1964 fueron los peores, con desórdenes, saqueos, asesinatos y una huelga general. El transporte público dejó de funcionar, y todo el mundo tenía miedo. Los hermanos no fueron perseguidos de forma directa, pero algunos sufrieron los efectos de las condiciones reinantes. Por ejemplo, dos fueron golpeados, y otros dos —Albert Small y otro hermano— recibieron heridas de perdigones y tuvieron que ir al hospital para que se los extrajeran. La situación se hizo tan grave que las tropas británicas tuvieron que intervenir.

Durante aquella época turbulenta, sin duda fue muy oportuno que la película La Sociedad del Nuevo Mundo en acción señalara a un pueblo separado de todas las naciones en el que se veía verdadera paz y unidad. Además, los hermanos no permitieron que la paralización del transporte público les impidiera asistir a las reuniones o salir al ministerio. Simplemente caminaban un poco más que de costumbre o iban en bicicleta. Por encima de todo, se mostraron verdadero amor cristiano. “Cuidaban unos de otros y compartían lo que tenían”, informó Albert Small.

Hermanas encabezan la obra

Las hermanas también llevaron el mensaje del Reino a lugares distantes. Ivy Hinds y Florence Thom, por ejemplo, fueron enviadas en calidad de precursoras especiales a Bartica, en los límites de la selva. Mahadeo, un publicador aislado, vivía allí con su esposa, Jamela. En aquel tiempo era muy común que a las niñas cuyos antepasados provenían de la India no se les permitiera asistir a la escuela, así que Jamela no sabía leer ni escribir. Pero ella deseaba leer la Biblia por sí misma y enseñársela a sus dos hijos pequeños. “Con la bendición de Jehová y mi ayuda —relata Florence—, ella aprendió rápidamente a leer y escribir, así como a dar testimonio a otras personas.”

Dos meses después de su llegada, Ivy y Florence todavía no habían encontrado un lugar adecuado para vivir. También necesitaban un local donde celebrar reuniones, pues ya dirigían más de diez estudios bíblicos. La situación se volvió crítica cuando recibieron la notificación de la visita del superintendente de circuito. Para empeorar las cosas, esta se había programado para la misma semana en que trabajadores del interior y multitud de prostitutas de Georgetown acudían en masa a Bartica, con lo que la población de la ciudad se triplicaba.

Pero la mano de Jehová no se acortó. Florence recuerda: “Un día antes de la llegada del superintendente de circuito, a última hora de la tarde, conocimos a un casero que nos permitió alquilar una casita de dos dormitorios en el centro de la ciudad. Trabajamos como hormigas restregando y pintando las paredes y luego lustrando el piso. Colocamos cortinas y muebles, y no acabamos hasta altas horas de la madrugada. ¡Vaya noche! El superintendente de circuito, John Ponting, apenas podía creer nuestra historia. La primera noche de su visita hubo veintidós asistentes, un anticipo de lo que pronto se convertiría en la congregación de Bartica”.

Se surcan los ríos en los Kingdom Proclaimers

En los primeros años, los hermanos se valían de cualquier barco o canoa disponible para llegar a las poblaciones enclavadas a orillas de los ríos. Más tarde adquirieron sus propias embarcaciones, llamadas Kingdom Proclaimer (en español, proclamador del Reino), seguidas de un número que las identificaba: Kingdom Proclaimer I, Kingdom Proclaimer II, y así sucesivamente hasta el Kingdom Proclaimer V. De estos botes, los dos primeros ya no están en servicio.

Frederick McAlman relata: “Remando a favor de la corriente, predicábamos la ribera oriental del río Pomeroon hasta llegar a Hackney, a 11 kilómetros [7 millas] de la boca del río. Allí disfrutábamos de un sueño reparador en casa de la hermana DeCambra, la partera de la región de aquel entonces. Temprano por la mañana del día siguiente, seguíamos río abajo hasta la desembocadura para luego cruzar a la ribera occidental. Después teníamos que navegar de regreso 34 kilómetros [21 millas] hasta Charity”. Los hermanos recorrieron el Pomeroon de esta forma durante cinco años, hasta que consiguieron un motor fuera de borda usado de seis caballos de fuerza.

La navegación fluvial era bastante segura, pero había que tener cuidado con las demás embarcaciones. Además, como los Kingdom Proclaimer I y II eran botes de remos, no eran rápidos. Frederick recuerda: “Un sábado por la tarde en que volvía a casa de predicar en el río Pomeroon, un gran carguero que venía a toda velocidad chocó conmigo. Ni el capitán ni la tripulación venían atentos, pues se habían emborrachado con ron. Salí despedido del Kingdom Proclaimer I y me encontré bajo el carguero. Me hundí en las oscuras aguas, y el casco del barco me golpeaba una y otra vez en la cabeza, mientras yo luchaba por mi vida a escasos centímetros de la potente hélice. Al verme, un joven que iba en el barco se lanzó al agua y me rescató. Aunque el dolor de las heridas tardó semanas en irse, daba gracias de estar vivo”.

Aquel percance no lo desanimó. “Estaba determinado a seguir —explica—, pues los ribereños mostraban mucho interés en la Biblia. En Sirikie, a 11 kilómetros [7 millas] de Charity, había un Estudio de Libro de Congregación que dependía de mí.”

Una semana con un superintendente de circuito

El servicio de superintendente viajante en la Guyana rural constituye un verdadero reto. Además de recorrer ríos, caminos sin pavimentar y senderos por la jungla, los superintendentes de circuito y sus esposas suelen afrontar otras dificultades, como los mosquitos y demás insectos, la presencia de grandes felinos, las lluvias torrenciales y, en algunas zonas, los bandidos. Y no hay que olvidar el riesgo de contraer paludismo, fiebre tifoidea o cualquier otra enfermedad tropical.

Con respecto a una visita a algunos publicadores aislados que viven en las riberas del río Demerara, un superintendente viajante escribe: “Tras visitar la Congregación Mackenzie, viajamos en lancha el lunes para visitar a un hermano en la localidad de Yaruni, situada a orillas del río, a unos 40 kilómetros [25 millas] de Mackenzie. Una vez allí predicamos ambas riberas en canoa, siguiendo la corriente hacia Mackenzie.

”La gente era muy hospitalaria; nos regalaba frutas y hasta nos invitaba a comer. El viernes nos alejamos remando de la orilla para subir a un barco de vapor que nos llevó a Soesdyke, donde tras abordar una canoa, llegamos a tierra. Allí nos recibió un hermano con el que cruzamos el Demerara para ir a su casa, situada en Georgia. Aquella misma noche celebramos una reunión con su familia.

”Al día siguiente, todos cruzamos otra vez el río y volvimos a Soesdyke para predicar aquel territorio y la poblada zona cercana al aeropuerto de Timehri. También fuimos a las minas de arena, de donde camiones cargados con este material salen para Georgetown. El sábado por la noche tuvimos otra reunión con la familia de Georgia. El domingo volvimos todos a cruzar el río para predicar en Soesdyke por la mañana y asistir al discurso público que iba a presentar por la tarde en el pórtico de la oficina de correos; de esta forma concluyó la actividad de la semana.” La ardua labor de tales superintendentes de circuito devotos y sus esposas ha producido sus frutos, pues en Soesdyke hay ahora una floreciente congregación. Los hermanos tienen su propio Salón del Reino, que se terminó en 1997.

Los superintendentes de circuito también han sufrido percances. En cierta ocasión en que Jerry y Delma Murray viajaban en motocicleta, llegaron a un canal con un puente hecho con unas cuantas tablas atadas. Delma esperó mientras Jerry lo cruzaba con el vehículo, pero algo salió mal, y él, la motocicleta y la maleta cayeron del puente y desaparecieron en las oscuras aguas del canal. Delma lanzó un grito, y los lugareños acudieron al rescate. Instantes después, la ansiedad dio paso a la risa cuando, como un hermano escribió, vieron a “ese hombre blanco caminar hacia la orilla envuelto en hierbajos y con los zapatos cubiertos de lodo”.

Los indígenas aceptan las buenas nuevas

A principios de la década de 1970, mientras daba testimonio en el mercado de Charity, Frederick McAlman dejó las revistas La Atalaya y ¡Despertad! en manos de una mujer nativa llamada Monica Fitzallen (véase el recuadro de la pág. 176). Ella, que vivía en una reserva india, se las llevó a casa y las leyó durante un período en que estuvo enferma. Al instante comprendió que había hallado la verdad y no tardó en convertirse en la única publicadora de las buenas nuevas de la reserva. En 1974 se bautizó.

Monica recuerda: “Predicaba con entusiasmo de casa en casa, feliz de compartir con los miembros de mi comunidad la fe que acababa de hallar. Sin embargo, tenía que remar por ríos y arroyos para llegar a sus casas. Cuando aumentó la cantidad de personas interesadas, comencé a celebrar reuniones en las que leíamos y analizábamos información del manual bíblico La verdad que lleva a vida eterna”.

¿Produjo fruto el empeño de Monica? Desde luego que sí, pues ahora disfruta de la compañía de trece publicadores, entre ellos su esposo, su hijo, su nuera y su nieta. Hasta hace poco, el grupito tenía que viajar doce horas en canoa hasta Charity, la congregación más cercana. Pero ahora celebran las reuniones en su propia comunidad, y la asistencia alcanza el triple de la cifra de publicadores.

Mientras tanto, la congregación de Charity también ha crecido. Ya tiene 50 publicadores, muchos de los cuales recorren el río Pomeroon para llegar a las reuniones. El promedio de asistencia es superior a 60, y en la Conmemoración del año 2004 hubo 301 personas presentes. Además, la congregación cuenta con un nuevo Salón del Reino.

Notable crecimiento en Baramita

Otra zona en la que muchos indígenas han respondido al mensaje del Reino es Baramita. Situada en el noroeste del país, alberga una comunidad de indios caribes, los cuales fueron de los primeros en poblar la región que lleva su nombre. Su lengua también se llama caribe.

Ruby Smith, india caribe de nacimiento, se interesó en la verdad en 1975, cuando su abuela le dio un tratado (véase el recuadro de la pág. 181). Ruby tenía 16 años de edad. Progresó bien espiritualmente y se bautizó en 1978, en la Asamblea de Distrito “Fe Victoriosa”. Poco después, su familia se mudó a Georgetown por motivos comerciales, donde ella se casó con Eustace Smith. Aunque este no hablaba caribe, los dos estaban ansiosos por trasladarse a Baramita para llevar el mensaje del Reino a los parientes de Ruby y los demás habitantes de la zona. Ella comenta: “Jehová leyó nuestro corazón y contestó nuestros ruegos, pues en 1992 pudimos mudarnos a Baramita”.

Ruby prosigue: “En cuanto llegué, comencé a predicar. Celebrábamos reuniones debajo de nuestra pequeña casa, que estaba elevada a metro y medio [5 pies] del suelo. Al poco tiempo, la asistencia era tanta que ya no cabíamos, así que pasamos a reunirnos en tiendas de campaña prestadas. A medida que se corría la voz acerca de las reuniones, más personas acudían a ellas, y llegamos a ser nada menos que 300. Como yo hablaba bien el caribe, me correspondió interpretar La Atalaya. ¿Cómo podían escucharme todos? Usábamos un micrófono inalámbrico barato, y muchos traían su radio y sintonizaban la frecuencia apropiada.

”Para entonces, Eustace y yo estábamos convencidos de que el grupo necesitaba un Salón del Reino, así que, tras calcular el costo y hablar de ello con los demás, pusimos manos a la obra. Mi hermano Cecil Baird donó gran parte de los materiales, mientras que otros ayudaron en la construcción. Los trabajos comenzaron en junio de 1992 y finalizaron a principios del año siguiente, justo a tiempo para la Conmemoración. Nos impresionó ver a 800 personas presentes para escuchar el discurso que pronunció Gordon Daniels, superintendente viajante.

”El grupo de Baramita se convirtió en congregación el 1 de abril de 1996, y el Salón del Reino se dedicó el 25 de mayo. Desde entonces se ha ampliado, de modo que ahora puede acomodar a más de quinientas personas cómodamente sentadas y albergar asambleas de circuito y días especiales de asamblea. En efecto, lo que empezó como un grupito se ha transformado en una congregación de casi cien publicadores con una asistencia promedio de 300 en la Reunión Pública. ¡Y en la Conmemoración hubo 1.416 personas presentes!”

¡Menuda boda!

En el distrito de Baramita, muchas parejas que habían convivido sin casarse legalizaron su unión para conformar su vida a las normas bíblicas. Sin embargo, en algunos casos surgieron problemas para conseguir los documentos necesarios, como los certificados de nacimiento. Tras muchos esfuerzos y gracias a la ayuda de los hermanos, se pudieron determinar datos como fechas de nacimiento y otros detalles, de modo que estas parejas han podido registrar su matrimonio.

En cierta ocasión, 79 parejas se casaron en la misma ceremonia. Adin Sills, miembro del Comité de Sucursal, pronunció el discurso de boda. Tres días después, 41 personas, en su mayoría recién casadas, expresaron el deseo de ser publicadores no bautizados.

Han sido tantos los habitantes de Baramita que han mostrado interés en la Palabra de Dios, que toda la comunidad ha sido testigo de una notable mejora. Uno de los ancianos afirmó en la dedicación del Salón del Reino: “Baramita es ahora un lugar de paz y tranquilidad. Esto se debe a que no es raro que más del noventa por ciento de la comunidad asista con regularidad a las reuniones”.

En 1995, el distrito de Baramita sufrió una grave sequía. ¿Cómo les fue a los siervos de Jehová? Gillian Persaud, maestra de escuela, enseñaba en Baramita en ese entonces. Cuando escuchó el sonido de una avioneta aterrizando en el aeródromo cercano, corrió con todas sus fuerzas para hablar con el piloto antes de que volviera a despegar y lo convenció de que la llevara a Georgetown. Una vez allí fue directamente a la sucursal para informar de la difícil situación de los hermanos.

James Thompson, miembro del Comité de Sucursal en aquel momento, relata: “El Cuerpo Gobernante nos dio permiso para llevar en avión alimentos y otras provisiones a Baramita. También se dispuso lo necesario a fin de que 36 publicadores volaran a Georgetown para asistir a la asamblea de distrito. Muchos de ellos no habían estado nunca en una reunión de este tipo”.

Escuela de Entrenamiento Ministerial

Desde el comienzo de la Escuela de Entrenamiento Ministerial en 1987, muchos países se han beneficiado de la labor de ancianos y siervos ministeriales solteros que se han capacitado en ella, y Guyana no es una excepción. Tras asistir al curso, que se celebra en el vecino país de Trinidad, muchos hermanos locales han incrementado su apoyo a la obra del Reino en Guyana. Algunos son precursores regulares, precursores especiales o ancianos de congregación. Los que regresaron a sus congregaciones de origen están haciendo una gran aportación en la tarea de cuidar de las ovejas de Jehová.

Algunos graduados han podido asumir responsabilidades de más peso. Por ejemplo, a Floyd y Lawani Daniels, hermanos carnales, se les envió en calidad de precursores especiales a congregaciones con apremiante necesidad de ancianos. David Persaud tuvo el privilegio de servir de superintendente de circuito, y su compañero de clase Edsel Hazel fue nombrado miembro del Comité de Sucursal de Guyana. Un superintendente de circuito dijo de algunos hermanos que han asistido a la escuela: “A todos los he visto crecer espiritualmente, más aún después de su paso por la Escuela de Entrenamiento Ministerial”.

Servir donde hay más necesidad

A finales de la década de 1970, la costa atlántica que se extiende al oeste del río Esequibo tenía unos 30.000 habitantes y apenas treinta publicadores. Por ello, la sucursal enviaba de vez en cuando precursores especiales para predicar sectores de ese territorio durante un mes. El hermano responsable de un grupo de predicación informó: “Los hermanos abarcaron todo el territorio, dejaron 1.835 libros en manos de la gente, hicieron muchas revisitas y comenzaron varios estudios bíblicos”.

Otro relató: “Remamos por dos horas y recorrimos 27 kilómetros [17 millas]. A veces teníamos que arrastrar o empujar el bote con el lodo hasta las rodillas, pero la hospitalidad de los lugareños compensó todos los sacrificios. Uno de ellos, profesor de música, empleaba nuestro cancionero para enseñar solfeo. ‘Me encanta la forma en que se compusieron las melodías’, comentó, tras lo cual nos tocó dos cánticos y aceptó seis libros”.

Otros hermanos y hermanas se han ofrecido a ayudar en zonas de gran necesidad. Este es el caso de Sherlock y Juliet Pahalan. Él escribe: “En 1970, Juliet y yo fuimos invitados a servir en Eccles, a 13 kilómetros [8 millas] al sur de Georgetown remontando el río Demerara. La congregación local tenía problemas, y algunas personas tuvieron que ser expulsadas, de modo que solo quedaron unos doce publicadores activos y sus hijos no bautizados. Durante algún tiempo fui el único anciano. Además, la congregación atendía un pequeño grupo en Mocha, una aldea aislada. Los lunes por la noche dirigía el Estudio de Libro de Congregación en Mocha y luego en Eccles.

”También tenía a mi cargo el Estudio de La Atalaya. Puesto que casi nunca había suficientes revistas para todos, primero leíamos cada párrafo y luego contestábamos la pregunta, al revés del procedimiento normal que se seguía en aquel tiempo. Llevábamos velas a las reuniones por causa de los frecuentes apagones, y en la estación de las lluvias nos rodeaban enjambres de mosquitos. En aquellos tiempos, la mayoría de los hermanos iban caminando o en bicicleta a las reuniones y a la predicación. Los publicadores de Mocha venían a Eccles de la misma forma. Después de las reuniones, apiñaba a cuantos era posible en mi pequeña furgoneta Austin y los llevaba de regreso a Mocha.”

¿Valió la pena todo este trabajo? Al mirar atrás, el hermano Pahalan escribe: “Mientras estábamos en Eccles, mi esposa y yo dimos clases de la Biblia a numerosas personas, muchas de las cuales aún están en la verdad junto con sus familias. Y algunos de los varones ahora son ancianos de congregación. ¡Nada puede compararse a estas bendiciones!”.

“Un paraíso para precursores”

En estos últimos años, unos cincuenta hermanos y hermanas —precursores en su mayoría— procedentes de Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Irlanda se han trasladado a la “Tierra de aguas” para unir sus voces a la llamada: “¡Ven! [...]; cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida” (Rev. 22:17). Algunos han podido quedarse unos meses; otros, varios años. Muchos se van a su país cuando se les acaba el dinero, trabajan allí una temporada y luego regresan. La mayoría de ellos se sienten privilegiados de haber servido en Guyana. Sobre todo, han disfrutado de conversar de asuntos espirituales con personas que, en general, sienten gran respeto por la Biblia. Incluso a muchos que no profesan ser cristianos les gusta hablar con los testigos de Jehová. Más aún, hay veces que la gente invita a comer a los hermanos. “Así que no es exagerado afirmar que Guyana es un paraíso para precursores”, comenta Ricardo Hinds, actual coordinador del Comité de Sucursal.

Arlene Hazel, quien ahora sirve en la sucursal junto a su esposo, Edsel, recuerda algunas de sus experiencias en el territorio rural: “En 1997, tras comunicarnos con la sucursal, fuimos asignados a Lethem, una lejana población del interior, cerca de la frontera con Brasil. Servimos allí con Robert y Joanna Welch (también de Canadá) y Sarah Dionne (de Estados Unidos), que había llegado a Lethem unos meses antes. Para aquel tiempo, Richard Achee, veterinario de profesión, era el único hermano bautizado de la zona. La sucursal nos facilitó una lista de unas veinte personas que habían estudiado en el pasado, pero encontramos que la mayoría no estaban realmente interesadas. Dos de ellas, sin embargo, deseaban ser publicadores no bautizados.

”Nuestra primera reunión se celebró bajo un árbol de mango y contó con doce asistentes, incluidos nosotros, los seis precursores. Al cabo de unos cuantos meses, 60 personas estuvieron presentes en la Conmemoración. Mientras tanto, nuestro grupo de precursores se había reducido a tres. Sin embargo, ¡tratábamos de atender 40 estudios bíblicos! El superintendente de circuito nos recomendó en su visita que dejáramos de estudiar con quienes no asistieran a las reuniones. Fue un consejo sabio, pues los estudios que mantuvimos progresaron muy bien.”

De hecho, cuatro años después, Lethem se convirtió en una congregación de catorce publicadores. La asistencia a los días especiales de asamblea que allí se celebran ha aumentado a 100. Esta clara prueba de la bendición de Jehová sobre los esfuerzos de sus siervos compensa con creces las dificultades que puedan afrontar.

Salones alquilados y “bajos de las casas”

Desde los inicios de la obra en Guyana, siempre ha sido difícil encontrar lugares de adoración adecuados. Allá en 1913, el puñado de hermanos que había en Georgetown alquiló una sala en la Casa Somerset, la cual cumplió bien su propósito durante cuarenta y cinco años. Para 1970, tan solo dos congregaciones tenían su propio Salón del Reino: la Congregación Charlestown, en Georgetown, y la Congregación Palmyra, en Berbice. No obstante, tres años antes, el país había superado la cifra de 1.000 publicadores. Eso significaba que, en su mayoría, las congregaciones se reunían en locales alquilados que a menudo dejaban mucho que desear.

A finales de la década de 1950, por ejemplo, la Congregación Wismar, a orillas del río Demerara, aumentó hasta tal punto que los hermanos tuvieron que buscar un salón adecuado. Se les concedió el uso de un lugar llamado Islander Hall, en el que se reunían a mediados de semana para la Escuela del Ministerio Teocrático y la Reunión de Servicio, y los domingos por la tarde para la Reunión Pública y el Estudio de La Atalaya. Pero para ello se requería un cúmulo de preparativos. En primer lugar, los hermanos tenían que salir de Mackenzie en barca y cruzar el río Demerara hasta Wismar. Uno llevaba una caja con las revistas, otro una con las demás publicaciones, y un tercero, los formularios y las cajas de contribuciones. Claro está, todo debía quedar listo antes de que se iniciara la reunión, y al finalizar, había que invertir el proceso.

También se celebraban reuniones en los llamados “bajos de las casas”, es decir, el espacio existente debajo de estas. Debido al riesgo de inundaciones, las viviendas de Guyana suelen estar elevadas sobre postes o pilotes de madera u hormigón. Este diseño proporciona un espacio útil para diversos usos, como para albergar reuniones de congregación. Sin embargo, muchos habitantes del país opinan que si una religión no puede tener un lugar de adoración apropiado, es que no cuenta con la bendición de Dios.

Además, las reuniones que tenían lugar en los bajos de las casas sufrían frecuentes interrupciones, lo que les restaba dignidad. En cierta ocasión, un pollo asustado por un perro entró volando en el auditorio y fue a parar encima de una niña de seis años, la cual lanzó un grito tan espeluznante que todos se sobresaltaron. Aunque el incidente fue motivo de broma después de la reunión, recalcó la necesidad de buscar un lugar más digno. Además, celebrar las reuniones en los bajos de una vivienda era un pobre incentivo para que las personas interesadas asistieran.

La construcción de Salones del Reino

“En los treinta y dos años que llevo en la Congregación Charity —recuerda Frederick McAlman—, hemos alquilado cinco bajos de viviendas. Como estábamos debajo de la casa, había que tener cuidado para no lastimarnos en la cabeza con las vigas de madera. Una hermana que llevaba a su bebé en brazos calculó mal la altura y la criatura se golpeó en la cabeza. La hermana se lo contó a su padre, que no era creyente, y tanto él como su madre concluyeron que la congregación necesitaba su propio lugar de adoración. De hecho, la madre ofreció una parcela y el padre dijo que financiaría la construcción de un Salón del Reino. Y así sucedió exactamente. El edificio, que ha sido remodelado varias veces, sigue siendo el centro de la adoración verdadera en la comunidad. También se utiliza como pequeño Salón de Asambleas para ese circuito.”

Al principio, los Salones del Reino tardaban muchos meses en construirse. Así ocurrió en el caso del salón de Eccles. Sherlock Pahalan, que en ese tiempo era anciano de la congregación, relata: “Celebrábamos las reuniones en una escuela. Sabíamos que si lográbamos tener un Salón del Reino, habría más aumento, pero los pocos publicadores de Eccles eran pobres. Pese a ello, se adoptó una resolución para construir uno. Yo busqué un terreno adecuado en el territorio, pero sin éxito.

”Mientras tanto, los hermanos de Georgetown nos prestaron dos moldes y nos enseñaron a fabricar bloques de hormigón. Al principio nos tomó varias horas hacer tan solo doce bloques, pero con la práctica adquirimos bastante habilidad, sobre todo las hermanas. Otro problema fue conseguir el cemento, pues estaba racionado. Tuve que solicitar un permiso para que se nos concediera una cantidad limitada. Luego, para garantizar nuestra cuota, yo iba al muelle de madrugada y esperaba en la fila. Entonces tenía que encontrar un camión que fuera a Eccles con suficiente espacio libre para transportar el cemento. Jehová nos ayudó siempre, pero todavía nos hacía falta un terreno.”

Sherlock prosigue: “En 1972, Juliet y yo fuimos a Canadá de vacaciones y visitamos a mi primo, que no es Testigo. Él mencionó que tenía dos parcelas en Eccles, pero que los parientes encargados de mantenerlas no lo estaban haciendo, y me pidió que lo ayudara. Le dije que me encantaría, y añadí que justo en ese momento estaba buscando un solar en Eccles para un Salón del Reino. Sin dudarlo un instante, me dijo que escogiera la parcela que quisiera.

”Durante la construcción vimos más pruebas de que la mano de Jehová estaba con nosotros. Como aparte del cemento escaseaban muchos materiales, improvisábamos y los sustituíamos con otros, de modo que de algún modo siempre nos las arreglábamos para acabar el trabajo. Además, había pocos hermanos con las habilidades necesarias, y disponer de voluntarios en el lugar de las obras requirió mucha planificación. De hecho, mi pequeña furgoneta recorrió cientos de kilómetros recogiendo y llevando a los hermanos. Por fin, nuestro Salón del Reino quedó acabado, e incluso fue un miembro del Cuerpo Gobernante, Karl Klein, quien pronunció el discurso de dedicación. ¡Qué sorpresa tan agradable!”

Salones del Reino de construcción rápida

Todavía en 1995, más de la mitad de las congregaciones del país se reunían en locales alquilados, entre ellos bajos de viviendas. Por consiguiente, la sucursal instituyó un comité nacional de construcción. En octubre de ese mismo año, los hermanos levantaron su primer Salón del Reino de construcción rápida en Mahaicony, localidad situada a orillas del río del mismo nombre y a unos 50 kilómetros [30 millas] al este de Georgetown. Cuando le dijeron a un vecino que los testigos de Jehová iban a edificar un Salón del Reino en cuatro fines de semana, él replicó: “Si se tratara de un gallinero, podría ser; ¿pero un edificio de hormigón? ¡Jamás!”. No hace falta decir que no tardó en cambiar de opinión.

En un país donde a veces afloran tensiones raciales, las construcciones de Salones del Reino han demostrado a los ojos de todos que los testigos de Jehová, sin importar su raza ni nacionalidad, trabajan en verdadera unidad cristiana. De hecho, una anciana que contemplaba las obras en Mahaicony le dijo admirada a un superintendente de circuito: “¡He visto personas de seis distintas razas trabajando juntas ahí!”.

La construcción de la sucursal

En 1914 se estableció en el hogar de los Phillips la primera sucursal del país, donde permaneció hasta 1946. En ese año había 91 publicadores. En 1959, la cifra había aumentado a 685, y la obra seguía expandiéndose. Así que en junio de 1960, los hermanos adquirieron una propiedad en el número 50 de la calle Brickdam, en Georgetown. Con unas pocas modificaciones, los edificios existentes albergaron tanto la sucursal como un hogar misional. Pero para 1986 también este complejo resultaba inadecuado, por lo que, con la aprobación del Cuerpo Gobernante, se construyó una nueva sucursal en ese mismo sitio. Las obras se completaron en 1987, gracias al trabajo de siervos internacionales y hermanos locales.

Como las hijas de Salum, que ayudaron a su padre a reconstruir una sección de los muros de Jerusalén, la colaboración de las hermanas en las obras de la sucursal fue de inestimable valor (Neh. 3:12). Por ejemplo, 120 hermanas, divididas en unos diez equipos, fabricaron en cincuenta y cinco días los 12.000 bloques de hormigón que se necesitaban valiéndose de dieciséis moldes. Aquello no fue nada fácil, pues la mezcla tenía que estar en su punto: lo bastante húmeda para que el cemento fraguara bien, pero no tanto que los bloques se desmoronaran al sacarlos del molde.

Los hermanos locales se encargaron de la vigilancia nocturna, a menudo llegando directamente a la obra desde su lugar de empleo. Otros trabajaron junto a los siervos internacionales, quienes les enseñaron destrezas muy valiosas. Uno de estos hermanos, un joven llamado Harrinarine (Indaal) Persaud, recuerda: “Tenía que instalar esquineros en el alféizar de una ventana; aunque nunca lo había hecho, me esmeré hasta que me salió bien. El superintendente inspeccionó mi trabajo y, obviamente complacido, me dijo: ‘Ahora puedes seguir con las ventanas de toda la sucursal’”. En la actualidad, este joven comparte su experiencia con otros voluntarios en la construcción de Salones del Reino.

Puesto que los hermanos tenían que importar algunos materiales, necesitaban la colaboración de las autoridades. Como consecuencia, muchos funcionarios visitaron las obras, entre ellos el presidente Forbes L. Burnham y su comitiva. Todos quedaron impresionados con la calidad de la construcción. Un carpintero local se expresó así: “Ustedes están haciendo un trabajo de primera clase en el edificio”. El 14 de enero de 1988, Don Adams, representante de la central de Brooklyn en calidad de superintendente de zona, tuvo a su cargo el discurso de dedicación.

El 12 de febrero de 2001 se comenzó a construir de nuevo, solo que ahora en otro lugar. Una vez más trabajaron en las obras siervos internacionales con la ayuda de hermanos locales. La nueva sucursal se dedicó el sábado 15 de febrero de 2003. Richard Kelsey, quien sirve en la sucursal de Alemania, pronunció el discurso de dedicación ante un auditorio de 332 personas.

Muchos de los primeros misioneros regresaron a Guyana para la ocasión, algunos por primera vez en décadas. El domingo, 4.752 personas de doce naciones —bastante más del doble de la cantidad de publicadores del país— asistieron a una reunión especial.

Las asambleas exigen ingenio

Los hermanos suelen alquilar locales para albergar las asambleas de circuito y los días especiales de asamblea, y en las zonas rurales puede que hasta edifiquen un lugar de reunión. Thomas Markevich, que sirvió en Guyana de 1952 a 1956, comenta: “Nuestra asamblea se celebraba a 60 kilómetros [40 millas] de Georgetown remontando el río Demerara. Unos doscientos Testigos de la capital deseaban asistir para animar a los hermanos locales, así que construimos un Salón de Asambleas temporal con materiales de la zona: bambú para los puntales y los asientos, y hojas de platanero para el techo.

”Reunimos los materiales, los cargamos en un pequeño vagón de ferrocarril y bajamos por una pendiente. Pero el vagón se volcó en una curva, y todo su contenido fue a parar al río. Sin embargo, la desgracia pronto se tornó en dicha, pues la carga llegó flotando al lugar exacto de las obras. Cuando se inició la asamblea, los hermanos visitantes se entusiasmaron al ver que varios centenares de lugareños se les habían unido para escuchar el programa de tres días.”

Thomas agrega: “Después de la asamblea, todos predicamos en un territorio no asignado cercano. En un pueblo organizamos un discurso público al que asistieron todos los habitantes, incluida una mascota algo especial: un mono que escuchó un rato y luego quiso ver las cosas desde otra perspectiva, así que dio unos cuantos saltos y se posó en mi hombro. Tras dar un vistazo a todo, regresó brincando a su amo y se quedó allí el resto del discurso, con gran alivio por mi parte”.

Asambleas de distrito

A principios del siglo pasado solían celebrarse grandes reuniones cuando se recibía la visita de representantes especiales de la sede mundial, como los hermanos Coward y Young. En 1954, Nathan Knorr y Milton Henschel vinieron a Guyana con motivo de la Asamblea “Sociedad del Nuevo Mundo”, que tuvo una asistencia de 2.737.

Décadas más tarde, en 1999, más de siete mil cien personas se congregaron en dos asambleas de distrito. Una se celebró en Georgetown, y la otra, en Berbice. Para la primera se requirió efectuar grandes cambios a última hora, lo que sometió a una verdadera prueba a los hermanos. “Una famosa estrella de cine y su compañía de bailarines llegaron desde la India, y la Comisión del Parque Nacional decidió que no podía cambiar la fecha del espectáculo, pese a que nuestra reserva se había hecho primero”, escribe la sucursal.

“Enseguida buscamos otro lugar —el campo de cricket— y dimos aviso inmediato a las congregaciones. ¡Solo faltaban ocho días para la asamblea! Pero los problemas no acabaron ahí. En el Caribe, el cricket goza de gran estimación, y los campos en que se juega se consideran casi sagrados. Por lo tanto, a la administración le parecía absolutamente inconcebible la idea de que camináramos sobre el césped. ¿Cómo, entonces, se representaría el drama? ¿Y dónde colocaríamos la plataforma?

”Con todo, seguimos adelante, confiados en que Jehová abriría las puertas necesarias. ¡Y así lo hizo! Se nos concedió usar el terreno de juego, con la condición de que la plataforma y el pasillo que conducía a ella quedaran a cierta altura del suelo. Para lograrlo, todos trabajaron febrilmente la noche entera. Ni siquiera el tiempo quiso cooperar, pues llovió de forma casi continua. Pese a todas las dificultades, el programa comenzó con total puntualidad.

”La asamblea siguió sin contratiempos, y el clima se mantuvo apacible hasta el último día, el domingo, en que nos despertamos con el sonido de la lluvia. El terreno de juego no tardó en anegarse, y el nivel del agua subió hasta quedar a cinco centímetros [2 pulgadas] por debajo del pasillo y la plataforma. Justo antes del inicio del programa cesó de llover. Felizmente, los cables eléctricos no se habían dejado en el suelo, sino que se habían fijado a la parte inferior de las tablas. Así pues, la molestia de tener que construir una plataforma y un pasillo a una altura elevada realmente se tornó en una bendición.”

Cuando el drama comenzó, los 6.088 presentes pudieron disfrutar de él bajo un sol radiante. Dos semanas después, 1.038 asistieron a la segunda asamblea, celebrada en Berbice. El total de 7.126 fue el mayor registrado en Guyana hasta entonces. Más recientemente se han alcanzado cifras de casi diez mil asistentes.

Brillantes perspectivas para el futuro

Ezequiel vio en su profecía el templo de Jehová restaurado y glorificado. De él fluía una corriente de agua que, según iba avanzando, se hacía más ancha y profunda hasta convertirse en un “torrente de doble tamaño” que llevaba vida incluso al salado y estéril mar Muerto (Eze. 47:1-12).

Los siervos de Dios han visto cumplirse esta profecía en el progreso que la adoración pura ha experimentado desde 1919. En nuestros días, un auténtico río de dádivas espirituales —biblias, manuales para estudio bíblico, reuniones y asambleas grandes y pequeñas— está saciando la sed espiritual de millones de personas de todo el mundo.

Los testigos de Jehová de Guyana se sienten privilegiados de tomar parte en el cumplimento de dicha profecía. De hecho, continuarán utilizando los ríos en un sentido muy literal para llevar el alimento espiritual dador de vida a todos los que estén “correctamente dispuestos para vida eterna”, sin importar en qué lugar de esta “Tierra de aguas” vivan (Hech. 13:48).

[Nota]

^ párr. 8 Cuando la Guayana Británica obtuvo la independencia, en mayo de 1966, el país pasó a llamarse Guyana. Emplearemos este nombre a menos que el contexto requiera lo contrario.

[Recuadro de la página 140]

Información general

Territorio: La franja costera, formada por suelo que los ríos han ido depositando, está protegida por un sistema de diques de 230 kilómetros [140 millas] de longitud, pues gran parte del litoral se encuentra por debajo del nivel del mar. Las selvas cubren el 80% del país, incluidas las tierras altas del interior, donde nacen la mayoría de los ríos guyaneses.

Población: Un 50% de los habitantes tienen antepasados procedentes del subcontinente indio, más del 40% tienen origen negro africano o mestizo, y un 5% son indígenas. Alrededor del 40% afirma pertenecer a una religión cristiana, el 34% al hinduismo y el 9% al islam.

Idioma: El inglés es el idioma oficial, aunque en todo el país se habla también un dialecto criollo.

Recursos económicos: El 30% de la población activa vive de la agricultura. Otros recursos son la pesca, la explotación forestal y la minería.

Alimentación: Los principales cultivos son los de arroz, cacao, cítricos, cocos, café, maíz, yuca (mandioca), caña de azúcar y otras frutas y verduras tropicales. También se crían cabezas de ganado vacuno, porcino y ovino, así como aves de corral, para consumo humano. Los productos del mar más importantes son el pescado en general y los camarones.

Clima: Guyana disfruta de un clima tropical con pocos cambios estacionales. La región costera registra precipitaciones anuales de entre 1.500 y 2.000 milímetros [60-80 pulgadas]. Cerca del ecuador, sin embargo, las temperaturas son más templadas gracias a los persistentes vientos alisios que soplan desde el océano Atlántico.

[Ilustración y recuadro de las páginas 143 a 145]

Nadie pudo cerrarle la boca

Malcolm Hall

Año de nacimiento: 1890

Año de bautismo: 1915

Otros datos: Fue uno de los primeros en predicar las buenas nuevas en la isla Leguan, de la que era originario, y se encargó del grupo que surgió en ese lugar.

Relatado por su sobrina nieta Yvonne Hall.

Un funcionario electoral le dijo en una ocasión a mi tío abuelo: “¿Así que usted no vota? Pues vamos a encerrarlo y a confiscar su Biblia”. Mirándolo a los ojos, él le contestó: “¿Y qué va a hacer con mi boca? ¿Me la va a cerrar porque enseño la verdad que sus guías religiosos siempre les han ocultado?”. Lo único que el funcionario pudo responderle fue: “Después me encargo de usted”.

Mi tío abuelo se bautizó en 1915, y fue uno de los primeros predicadores del Reino que hubo en Guyana. En palabras de un hermano, era “un firme defensor de la verdad”. Oyó hablar por primera vez de las verdades del Reino cuando vivía y trabajaba en Georgetown. Después de escuchar un solo discurso en la Casa Somerset, supo que aquello era la verdad. De hecho, se fue a su hogar y buscó todos los versículos en su Biblia.

Posteriormente regresó a Leguan y empezó a predicar de inmediato. Entre los primeros que aceptaron el mensaje del Reino estuvieron sus dos hermanas y varios sobrinos adultos, quienes constituyeron el núcleo del grupo que empezó a reunirse en casa de mi tío abuelo.

En aquellos días, el clero tenía un control férreo sobre los isleños, por lo que era muy difícil que respondieran a las buenas nuevas. Los sacerdotes decían de él que era “un loco, un fanático de la Biblia”. Pero eso no apagó su celo. Por ejemplo, los domingos por la mañana colocaba su fonógrafo en el frente de su casa y ponía discos de discursos bíblicos. Muchos transeúntes se detenían para escucharlos.

Con el tiempo, algunos respondieron con aprecio. Este hecho se hacía evidente en la noche de la Conmemoración, pues todo el piso superior de la casa de mi tío abuelo se llenaba a rebosar. Él era el presidente de la reunión, el orador y el único participante. Uno de sus estudiantes de la Biblia, Leroy Denbow, emprendió el servicio de precursor e incluso fue superintendente de circuito por un tiempo.

Tras retirarse de su empleo de sobrecargo de barco en el río Esequibo, mi tío abuelo se hizo precursor. Predicaba en Leguan y en Wakenaam, una isla vecina. Sus actividades diarias comenzaban a las cuatro y media de la mañana ordeñando las vacas, tras lo cual se ocupaba de los cerdos. Alrededor de las siete y media empezaba a arreglarse y a continuación leía el texto diario y un pasaje de la Biblia, desayunaba y se preparaba para el ministerio. Todavía me parece verlo mientras inflaba los neumáticos de su bicicleta antes de salir. Todos los días recorría un mínimo de 20 kilómetros [12 millas].

Concluyó su carrera terrestre el 2 de noviembre de 1985, tras setenta años de servicio fiel a Jehová. Durante todo ese tiempo, nadie pudo cerrarle la boca. En la actualidad hay una congregación en la isla Leguan y otra en la isla Wakenaam.

[Ilustración y recuadro de las páginas 155 a 158]

Mi vida cambió cuando recibí respuesta a preguntas que tenía desde niño

Albert Small

Año de nacimiento: 1921

Año de bautismo: 1949

Otros datos: Empezó el precursorado en 1953. Él y su esposa, Sheila, asistieron a Galaad en 1958 y fueron asignados de nuevo a Guyana.

De pequeño me repetían que Dios me había hecho, así que cuando mi madre dijo que yo era el peor de sus cuatro hijos, concluí que Dios había hecho tres buenos y uno malo.

A los 10 años de edad le pregunté al maestro de la escuela dominical: “¿Quién hizo a Dios?”, pero no me contestó. Aun así, siguiendo la costumbre de aquel entonces, cuando tuve edad suficiente me hice miembro de una iglesia. Escogí la Iglesia Presbiteriana. No obstante, muchas de mis preguntas seguían sin respuesta. Por ejemplo, en la iglesia cantábamos un himno que decía en parte: “El rico en el castillo y el pobre en su puerta. Dios hizo al primero elevado, y al segundo, humilde; Él decretó su condición”. Esto me hacía pensar: “¿De verdad decretó Dios su condición?”. En cierta ocasión le pregunté a un pastor: “Si Dios hizo a Adán y Eva, ¿de dónde provienen las razas?”. Su respuesta fue, en pocas palabras, que el relato de Génesis era un mito.

Durante la segunda guerra mundial se nos animó a los feligreses a rezar por el ejército británico, lo cual me acabó de convencer de que las enseñanzas de mi iglesia contradecían lo que había leído en la Biblia. A pesar de eso, dado que no sabía a qué iglesia acudir, me quedé en la mía. A la edad de 24 años me casé con Sheila.

Un día acababa de llegar a casa de la iglesia cuando apareció un testigo de Jehová. Yo no tenía ningún interés en escuchar a los Testigos, a quienes llamábamos “los de la iglesia sin infierno”. Ellos celebraban sus reuniones en hogares particulares y no llevaban vestiduras clericales. Por otra parte, algunas de las cosas que me habían ocurrido, como el hecho de casarme con una mujer magnífica, me hacían pensar que Dios ya estaba cuidando de mí.

Cuando el Testigo, de nombre Nesib Robinson, se presentó, yo estaba reparando un pinchazo de la bicicleta. Mis palabras fueron: “Se me ha pinchado un neumático. Si es cristiano, ayúdeme a repararlo”. Acto seguido me metí rápidamente en la casa. La semana siguiente, cuando salía Biblia en mano hacia la iglesia, Nesib estaba subiendo las escaleras de mi casa. “No me interesa su religión —le dije—. Mi esposa está dentro. Hable con ella.” Y me fui.

Lamenté habérselo dicho, porque en la iglesia, en vez de escuchar al pastor, me puse a pensar: “Si el señor Robinson y mi esposa empiezan a hablar, a lo mejor no le queda tiempo de preparar la sopa que me hace todos los domingos”. Pero mi preocupación era infundada; cuando llegué a casa, la sopa estaba lista. Por curiosidad le pregunté a Sheila: “¿Hablaste con ese tal Robinson?”. “Sí —me respondió—. Se sentó a predicarme mientras yo cocinaba.”

Poco después, Sheila aceptó estudiar la Biblia. Por aquel mismo tiempo dio a luz a nuestro primer hijo, que nació muerto. Le pregunté al señor Robinson por qué ocurrían esas cosas, y él me contestó que no era culpa de Dios, sino de la desobediencia de Adán y Eva y de la imperfección que hemos heredado de ellos. Su respuesta me satisfizo.

Nesib venía a visitarme a mi carpintería con frecuencia. Nuestras conversaciones giraban en torno al trabajo, aunque de alguna manera Nesib siempre incluía algún punto bíblico antes de irse. Con el tiempo empezamos a hablar cada vez menos sobre muebles y más sobre la Palabra de Dios. Un buen día decidí hacerle una o dos de las preguntas que me habían inquietado toda la vida. Estaba convencido de que no sabría qué contestarme, pues, a fin de cuentas, tampoco los “auténticos” ministros tenían la respuesta.

Insistiéndole en que basara su contestación en las Escrituras, le lancé la primera pregunta: “¿Quién hizo a Dios?”. Nesib me leyó este pasaje: “¡Antes que naciesen las montañas, o tú produjeras la tierra y el mundo, y desde la eternidad hasta la eternidad, tú eres Dios!” (Sal. 90:2, Versión Moderna). A continuación me miró y me dijo: “¿Ve lo que dice aquí? A Dios no lo hizo nadie; siempre ha existido”. Su respuesta clara y lógica me dejó atónito y provocó una avalancha de preguntas, todas las que había acumulado durante años. Las contestaciones bíblicas de Nesib, sobre todo las que tenían que ver con el propósito divino de hacer de la Tierra un paraíso, me produjeron una felicidad que nunca había experimentado.

En mi primera visita al Salón del Reino me causó una profunda impresión el hecho de que el auditorio participara en la reunión, algo que no había visto nunca en la iglesia. Cuando se lo conté a mi esposa, que estaba ausente en esos días y no había asistido todavía a ninguna reunión, me dijo: “Tenemos que ir juntos”. ¡Cincuenta y cinco años después seguimos yendo a las reuniones!

En 1949, Sheila y yo nos bautizamos en el océano Atlántico, y en 1953 emprendí el precursorado. Dos años más tarde, Sheila se unió a mí en lo que sería una carrera de cincuenta años en el servicio de tiempo completo. En 1958 nos invitaron a la clase 31 de Galaad, y fuimos asignados de nuevo a Guyana. Servimos como ministros viajantes durante veintitrés años y después como precursores especiales, privilegio de servicio en el que continuamos hasta la fecha. En definitiva, no solo le agradezco a Jehová haberme contestado las preguntas que tenía desde niño, sino también que nos permitiera a mi esposa y a mí servirle.

[Ilustración y recuadro de las páginas 163 a 166]

“¡Aquí estoy yo! Envíame a mí”

Joycelyn Ramalho (de soltera Roach)

Año de nacimiento: 1927

Año de bautismo: 1944

Otros datos: Estuvo cincuenta y cuatro años en el servicio de tiempo completo, incluidos los que acompañó a su esposo en la obra de viajante. En la actualidad es viuda.

Nací en la isla caribeña de Nieves, y me crió mi madre sola. Ella era metodista, y me enseñó a creer en Dios. Debido a su trabajo de enfermera tuvimos que mudarnos a un pequeño pueblo de la isla. El domingo siguiente a nuestra llegada fuimos a la iglesia metodista y nos sentamos en uno de los bancos, pero minutos después nos dijeron que los “dueños” del banco habían llegado y teníamos que sentarnos en otra parte. Aunque otro feligrés tuvo la gentileza de dejarnos sentar en “su” banco, mamá decidió que no volveríamos nunca más allí, así que nos cambiamos a la Iglesia Anglicana.

A principios de la década de 1940, mi madre estaba visitando una amiga y se encontró con una Testigo de la isla de San Cristóbal, quien le dio unas publicaciones. Mamá, que era una ávida lectora, devoró la información y se dio cuenta de que era la verdad. Poco después se casó, y todos nos mudamos a Trinidad. En aquel entonces, nuestras publicaciones estaban proscritas en esta isla, pero podíamos asistir a las reuniones en el Salón del Reino. Al poco tiempo, mi madre cortó todo vínculo con la Iglesia Anglicana y comenzó a servir a Jehová, igual que mi padrastro, James Hanley.

En Trinidad conocí a una hermana joven llamada Rose Cuffie. Lo que menos me imaginaba era que once años después, Rose sería una de mis compañeras en el campo misional. Entre tanto, mi deseo de servir a Jehová se fue intensificando. Aún recuerdo la primera vez que salí a predicar sola. En la primera puerta salió un señor, y me quedé muda. No sé el tiempo que estuve sin decir palabra. Al final abrí la Biblia, leí Daniel 2:44 y me marché de inmediato.

Comencé el precursorado en 1950 y solo dos años más tarde recibí con gran emoción una invitación a la clase 21 de Galaad. Tres de nuestra clase fuimos asignadas a Guyana: Florence Thom, nativa de este país; mi compañera de cuarto, Lindor Loreilhe, y yo. Llegamos en noviembre de 1953, y nos enviaron a Skeldon, un pueblo a unos 180 kilómetros [110 millas] de Georgetown, cerca de la desembocadura del río Courantyne. El grupo aislado que vivía en ese lugar nos esperaba con impaciencia.

La mayoría de las personas de la región de Skeldon provenían de la India, y eran o de la religión hindú, o de la musulmana. Como muchas eran analfabetas, cuando les predicaba, me pedían que les hablara más claro. Al principio, la asistencia a las reuniones era de veinte o treinta personas, pero la cifra menguó al dejar de ir los que no tenían verdadero interés.

Una mujer progresó hasta el punto de querer participar en el servicio del campo. No obstante, cuando fui a buscarla a la hora acordada, el que estaba bien vestido y deseoso de salir a predicar era su hijo de 14 años. Su madre me dijo: “Señorita Roach, puede llevarse a Frederick, en vez de a mí”. Después nos enteramos de que el padre de la mujer, ferviente anglicano, la había presionado mucho. En cambio, su hijo, Frederick McAlman, progresó muy bien en sentido espiritual y llegó a asistir a Galaad (véase el recuadro de la pág. 170).

Después me asignaron a un pueblo llamado Henrietta, donde había un solo publicador. La congregación de Charity atendía el territorio. Mi nueva compañera de precursorado fue Rose Cuffie, a quien ya mencioné antes. Rose y yo pasábamos cuatro días a la semana en Henrietta y los viernes salíamos temprano hacia Charity, donde se celebraban las reuniones. Recorríamos en bicicleta 30 kilómetros [18 millas] de caminos polvorientos, cargadas de comestibles, sábanas, mantas y mosquiteros.

En el trayecto hasta Charity predicábamos a la gente y visitábamos a varios publicadores aislados y a una hermana inactiva. Normalmente estudiábamos con ellos La Atalaya. El domingo, de vuelta en Henrietta, dirigíamos el Estudio de La Atalaya para beneficio de nuestros estudiantes de la Biblia. Nunca tuvimos ningún percance serio en el camino. Eso sí, de vez en cuando se nos reventaba una rueda o nos atrapaba la lluvia, dejándonos empapadas.

Nada nos hacía perder el gozo. En una ocasión, una mujer nos dijo: “Siempre están contentas; nada parece preocuparlas”. Algo que contribuyó a nuestra alegría fue que Jehová nos concedió un ministerio productivo. Hasta la hermana inactiva a la que visitábamos reanudó su servicio a Jehová y, cincuenta años más tarde, todavía permanece fiel.

El 10 de noviembre de 1959 me casé con un precursor llamado Immanuel Ramalho. Servimos juntos en Suddie, a 23 kilómetros [14 millas] al sur de Henrietta. Me quedé embarazada, pero perdí el bebé. Mantenerme ocupada en el ministerio me ayudó a sobrellevar la pérdida. Con el tiempo tuvimos dos hijos, pero nos las arreglamos para continuar en el servicio de precursor.

En 1995 falleció Immanuel. Habíamos servido juntos a Jehová en muchos territorios y habíamos visto cómo grupos reducidos se convertían en congregaciones prósperas, con ancianos, siervos ministeriales e incluso su Salón del Reino. También disfrutamos de diez años en la obra de ministros viajantes. Aunque extraño mucho a Immanuel, el apoyo amoroso de Jehová y el de la congregación son un gran consuelo para mí.

El profeta Isaías respondió así a la invitación que Jehová le hizo de servirle: “¡Aquí estoy yo! Envíame a mí” (Isa. 6:8). Mi difunto esposo y yo procuramos con ahínco imitar la excelente disposición del profeta. Es cierto que, al igual que Isaías, tuvimos épocas difíciles que a veces nos desmoralizaban, pero las alegrías las han compensado con creces.

[Ilustración y recuadro de las páginas 170 a 173]

Mi asignación misional fue mi país de origen

Frederick McAlman

Año de nacimiento: 1942

Año de bautismo: 1958

Otros datos: Tras graduarse de Galaad, fue asignado de nuevo a Guyana. Él y su esposa, Marshalind, son actualmente precursores regulares.

Mi madre empezó a estudiar la Biblia con una misionera llamada Joycelyn Roach (de casada Ramalho). En aquel tiempo yo tenía 12 años y siempre participaba en el estudio. Aunque ella lo descontinuó, yo seguí con las clases bíblicas y empecé a asistir a las reuniones. Cuando tenía 14 años de edad, la hermana Roach y sus compañeras misioneras Rose Cuffie y Lindor Loreilhe me llevaban a predicar en sus bicicletas. El espíritu misional de ellas me influyó más de lo que yo pensaba entonces.

Cuando empecé a estudiar con los testigos de Jehová, me estaba preparando para recibir la confirmación como anglicano. Un día, el sacerdote intentó explicarme la “Santísima” Trinidad. Tras escucharlo un rato, le expresé con franqueza que no creía que tal doctrina estuviera en la Biblia, a lo que replicó: “Sé que estás leyendo unos libros llenos de ponzoña. No los leas. Tienes que creer en la Trinidad”. Nunca más volví a la Iglesia Anglicana. Seguí estudiando con los Testigos y me bauticé en 1958.

En septiembre de 1963 recibí una carta de la sucursal en la que se me invitaba a ser precursor especial, invitación que acepté. Mi nueva asignación era la Congregación Fyrish, en la ribera del río Courantyne, y mi compañero era Walter McBean. Durante un año predicamos el territorio a orillas del río, lo cual nos preparó para nuestra siguiente asignación: la Congregación Paradise, que contaba con diez publicadores cuando llegamos en 1964. Servimos en ella más de cuatro años y la vimos crecer hasta alcanzar los veinticinco publicadores.

En 1969 me invitaron a la clase 48 de Galaad. Aquel mismo año tuve la gran satisfacción de hospedarme en el Betel de Brooklyn para asistir a la Asamblea Internacional “Paz en la Tierra”. Conocer a tantos hermanos y hermanas fieles fue una verdadera bendición espiritual. Nunca olvidaré cuando Frederick W. Franz, miembro del Cuerpo Gobernante, nos llevó a su cuarto; tenía tantos libros que me preguntaba dónde guardaba la cama. Otro excelente estudiante de la Palabra de Dios era Ulysses Glass, uno de nuestros instructores en Galaad. Aún recuerdo cuando nos dijo: “Los principios fundamentales de la buena escritura y la buena enseñanza son la precisión, la brevedad y la claridad”.

He de confesar que cuando supe que me asignaban a Guyana, me llevé una decepción. Para mí, Guyana era mi casa, no una asignación en el extranjero. No obstante, el hermano Glass muy amablemente me llevó aparte y me ayudó a ver las cosas de otra manera. Me recordó que asistir a Galaad era de por sí un enorme privilegio, y que probablemente me enviarían a un lugar de Guyana desconocido para mí. Así fue, puesto que me asignaron a Charity, que estaba en la ribera del río Pomeroon. En aquel momento, esta congregación se componía de solo cinco publicadores.

Ni mi compañero, Albert Talbot, ni yo teníamos mucha experiencia viajando por ríos, así que tuvimos que aprender a manejar el bote. Tal vez parezca fácil, pero puedo asegurar que no lo es. Si no se tienen en cuenta las corrientes y los vientos, es posible que la embarcación se quede inmóvil en el mismo lugar o que dé vueltas sin rumbo. Afortunadamente, recibimos mucha ayuda al respecto. Una de nuestras mejores maestras fue una hermana de la región.

Durante diez años nos desplazamos a remo. Después, un lugareño ofreció un motor a la congregación, pero no teníamos suficiente dinero para comprarlo. Imagínese nuestra alegría cuando la sucursal nos mandó un cheque para que lo adquiriéramos. Al parecer, varias congregaciones se habían enterado de nuestra situación y querían ayudarnos. Con el pasar del tiempo conseguimos otros botes y a todos les dimos el nombre de Kingdom Proclaimer (en español, proclamador del Reino), seguido de un número que los identificaba.

Después de tener varios compañeros de precursorado hallé a la que sería mi compañera para toda la vida, Marshalind Johnson, una precursora especial asignada a la Congregación Mackenzie. Su difunto padre, Eustace Johnson, era muy conocido en Guyana, pues había sido superintendente de circuito durante diez años antes de morir. Marshalind y yo hemos servido entre los dos un total de setenta y dos años como evangelizadores de tiempo completo, cincuenta y cinco de ellos en el precursorado especial. Durante ese tiempo criamos además seis hijos. En la actualidad somos precursores regulares.

Jehová ha bendecido nuestra labor en el ministerio. Por ejemplo, a principios de la década de 1970, cuando recorríamos el río Pomeroon, encontramos a un joven sastre que aceptó un estudio de la Biblia. Fue un estudiante excelente. Lo animamos a aprenderse los nombres de los libros de la Biblia, y no solo los memorizó todos en una semana, sino que también se aprendió el número de la página en que empezaba cada libro. Desde entonces han entrado en la verdad él, su esposa y siete de sus nueve hijos. Él y yo servimos como ancianos en Charity. Reconozco que seguramente nunca habría tenido bendiciones como estas si no hubiera sido por el magnífico ejemplo de celo de aquellas primeras misioneras.

[Ilustración y recuadro de las páginas 176 y 177]

Estudié la Palabra de Dios por correspondencia

Monica Fitzallen

Año de nacimiento: 1931

Año de bautismo: 1974

Otros datos: Dado que estaba aislada, estudió la Palabra de Dios por correspondencia durante dos años y predicó mucho a otros amerindios. Ahora que está ciega, memoriza versículos y los utiliza en el ministerio.

Vivo en una reserva amerindia llamada Waramuri que está en el río Moruka, en la zona noroccidental de Guyana. Cuando conocí la verdad, a principios de la década de 1970, la congregación más cercana estaba a doce horas en piragua. Era la de Charity, a orillas del río Pomeroon.

Conocí a los testigos de Jehová un día que estaba de compras en Charity. Frederick McAlman me ofreció las revistas La Atalaya y ¡Despertad! Se las acepté, pero cuando llegué a casa, las metí en un baúl y me olvidé de ellas. Dos años después me enfermé y quedé postrada en cama algún tiempo, lo cual me causó una depresión profunda. Entonces me acordé de las revistas. Las leí e inmediatamente reconocí que aquello era la verdad.

Por aquel entonces, mi esposo, Eugene, empezó a buscar empleo río abajo, en dirección a Charity. Como yo había empezado a recobrar la salud, lo acompañé, si bien mi objetivo principal para hacerlo era encontrar a los testigos de Jehová. No tuve que buscar mucho, porque una Testigo llegó a la casa donde nos hospedábamos. “¿Usted es de los de La Atalaya?”, le pregunté. Cuando me respondió que sí, inquirí sobre el hombre con quien había hablado en el mercado dos años antes. Rápidamente fue a buscar a Frederick McAlman, quien por casualidad estaba predicando con un grupo de publicadores en un territorio cercano.

Cuando llegaron los dos, el hermano McAlman me demostró el sistema de estudio bíblico con el libro La verdad que lleva a vida eterna. Acepté el curso bíblico, pero lo llevé a cabo por correspondencia, ya que Eugene y yo tuvimos que volver a casa. Así estudié dos libros: el libro La verdad y el titulado ‘Cosas en las cuales es imposible que Dios mienta’. Mientras estudiaba el primero, presenté mi renuncia oficial a la Iglesia Anglicana y me hice publicadora no bautizada. El sacerdote me escribió una carta en la que decía: “No escuches a los testigos de Jehová. Su comprensión de la Biblia es superficial. Voy a ir a visitarte y hablaremos de este asunto”. Pero nunca vino.

Puesto que era la única publicadora de la reserva, transmití a los vecinos el conocimiento que acababa de adquirir. También le prediqué a mi esposo, quien, para mi gran satisfacción, se bautizó un año después que yo. En la actualidad, Eugene es uno de los catorce publicadores de la localidad.

En los últimos años, el glaucoma y las cataratas me han dejado ciega, así que ahora me aprendo los textos de memoria para usarlos en el ministerio. Sin embargo, le doy gracias a Jehová porque aún puedo servirle.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 181 a 183]

Jehová me ha concedido ‘las peticiones de mi corazón’

Ruby Smith

Año de nacimiento: 1959

Año de bautismo: 1978

Otros datos: Esta hermana indígena de ascendencia caribe desempeñó un papel clave en la predicación de las buenas nuevas en Baramita, una reserva amerindia del interior de Guyana.

Mi primer contacto con los testigos de Jehová fue en 1975, cuando tenía 16 años. Mi abuela había recibido un tratado de su hijastro y me pidió que se lo tradujera porque ella no leía el inglés. Las promesas bíblicas de las que hablaba el tratado me impresionaron, así que llené el cupón y lo envié a la sucursal. Cuando me llegaron las publicaciones solicitadas, las estudié y comencé a comunicar las verdades que había aprendido a otras personas, empezando con mi abuela y mi tía. Lamentablemente, a mi padre eso no le pareció bien.

Poco después, mi abuela y mi tía comenzaron a predicar, lo que llevó a que algunos vecinos del pueblo vinieran a casa para aprender más de la Biblia. Mientras tanto, yo seguía leyendo las publicaciones y cuanto más lo hacía, más me convencía de que para agradar a Jehová debía dar algunos pasos, como confesarle a mi padre que le había robado algo del taller y hacer las paces con uno de mis hermanos. Tras mucha oración, logré hacer ambas cosas.

Por aquel entonces, la sucursal mandó a un precursor especial, Sheik Bakhsh, a visitar nuestra región. No se pudo quedar mucho tiempo, así que él y otro hermano, Eustace Smith, me dirigieron el estudio por correspondencia. Tiempo después llegué a ser la esposa de Eustace.

En 1978 fui a Georgetown para asistir a la asamblea “Fe Victoriosa”. Al llegar a la ciudad, me dirigí directamente a la sucursal para expresar mi deseo de bautizarme. Se hicieron planes para que Albert Small repasara conmigo las preguntas que los ancianos formulan a quienes desean bautizarse. ¡Qué contenta me sentí de volver a Baramita como sierva bautizada de Jehová!

Rebosante de celo, empecé a predicar de inmediato. Como había muchas personas interesadas, les pedí a algunas de ellas que construyeran un lugar sencillo de adoración. Todos los domingos nos reuníamos allí, y yo interpretaba La Atalaya al caribe. No obstante, mi padre me presentó mucha oposición e insistió en que me quedara en casa ese día de la semana. Así que comencé a grabar a escondidas los artículos en casete, y uno de mis hermanos ponía las grabaciones en la reunión. Para entonces ya asistían unas cien personas.

Poco después, nuestra familia se trasladó a Georgetown por razones de trabajo, y mi abuela se mudó a Matthews Ridge. Mi tía se quedó en Baramita, pero dejó de difundir las buenas nuevas. Como resultado, durante algún tiempo no hubo actividad del Reino en esa región.

En Georgetown conocí a Eustace Smith en persona, y poco después nos casamos. Aunque Eustace no hablaba caribe, los dos queríamos ir a Baramita para cultivar el interés que había. Nuestro deseo se hizo realidad en 1992. Tan pronto como llegamos, nos dedicamos a predicar y a organizar reuniones. La asistencia alcanzó enseguida la cifra de 300 personas.

También programamos una clase de alfabetización para después del Estudio de La Atalaya. Nuestra hija mayor, Yolande, ayudaba con las clases. Cuando empezó, tenía 11 años y era publicadora no bautizada. En la actualidad, ella y nuestra otra hija, Melissa, son precursoras regulares.

En 1993, Jehová bendijo a Baramita con un Salón del Reino. También nos dio “dádivas en hombres” que hablaban caribe y podían dirigir la congregación (Efe. 4:8). Desde el 1 de abril de 1996 somos la Congregación Baramita, y me da mucha satisfacción decir que mi madre, mi abuela y casi todos mis hermanos forman parte de ella. En verdad, Jehová me ha concedido ‘las peticiones de mi corazón’ (Sal. 37:4).

[Ilustración]

Eustace y yo en la actualidad

[Ilustraciones y tabla de las páginas 148 y 149]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Guyana: datos históricos

1900: Algunas personas empiezan a leer y analizar La Torre del Vigía de Sión y otras publicaciones bíblicas.

1910

1912: E. J. Coward pronuncia discursos ante cientos de personas en Georgetown y New Amsterdam.

1913: Se alquila una sala de la Casa Somerset para celebrar las reuniones. Se utiliza con ese fin hasta 1958.

1914: Se abre la primera sucursal en Georgetown.

1917: Instigado por el clero, el gobierno proscribe algunas publicaciones.

1922: Se levanta la proscripción. George Young hace una visita.

1940

1941: Se proscriben La Atalaya Consolación (hoy ¡Despertad!).

1944: Se proscriben las demás publicaciones de los testigos de Jehová.

1946: Se levanta la proscripción en junio. Llegan los primeros misioneros de Galaad.

Década de 1950: Se presenta por toda Guyana la película La Sociedad del Nuevo Mundo en acción.

1960: La sucursal compra una propiedad en Georgetown. Los edificios existentes sirven de sucursal y hogar misional.

1967: Se supera la cifra de 1.000 publicadores.

1970

1988: Se dedica una nueva sucursal en la misma propiedad.

1995: Se realiza la primera construcción rápida de un Salón del Reino.

2000

2003: Se dedica la sucursal actual en un nuevo terreno.

2004: Hay 2.163 publicadores activos en Guyana.

[Ilustración]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Publicadores

Precursores

2.000

1.000

1910 1940 1970 2000

[Mapas de la página 141]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

GUYANA

Baramita

Hackney

Charity

Henrietta

Suddie

GEORGETOWN

Mahaicony

Soesdyke

Bartica

Yaruni

New Amsterdam

Mackenzie

Wismar

Skeldon

Berbice

Orealla

Lethem

Esequibo

Demerara

Berbice

Courantyne

VENEZUELA

BRASIL

SURINAM

[Ilustraciones a toda plana de la página 134]

[Ilustración de la página 137]

Evander J. Coward

[Ilustración de la página 138]

La Casa Somerset (Georgetown, Guyana) albergó reuniones de congregación desde 1913 hasta 1958

[Ilustración de la página 139]

George Young

[Ilustración de la página 146]

Frederick Phillips, Nathan Knorr y William Tracy (1946)

[Ilustración de la página 147]

En junio de 1946 se promulgó este edicto que puso fin a la proscripción de nuestras publicaciones en Guyana

[Ilustración de la página 152]

Nathan Knorr; Ruth Miller; Milton Henschel; Alice Tracy (de soltera Miller), y Daisy y John Hemmaway (1954)

[Ilustración de la página 153]

John Ponting

[Ilustración de la página 154]

Geraldine y James Thompson sirvieron veintiséis años en Guyana

[Ilustración de la página 168]

Grupo predicando en bote

[Ilustración de la página 169]

Predicando a lo largo del río Moruka en el Kingdom Proclaimer III

[Ilustración de la página 175]

Jerry y Delma Murray

[Ilustración de la página 178]

Frederick McAlman, con Eugene y Monica Fitzallen, predica las buenas nuevas a un indígena que repara su canoa

[Ilustración de la página 184]

Asamblea de circuito en Baramita (2003)

[Ilustraciones de la página 185]

Muchos habitantes del distrito de Baramita han respondido a la verdad de la Biblia

[Ilustración de la página 186]

Predicando en piragua

[Ilustración de la página 188]

Sherlock y Juliet Pahalan

[Ilustraciones de la página 191]

Guyana, “un paraíso para precursores”

[Ilustración de la página 194]

Salón del Reino en Orealla (Guyana)

[Ilustración de la página 197]

La anterior sucursal, situada en el número 50 de la calle Brickdam (Georgetown), se terminó en 1987

[Ilustración de la página 199]

Comité de Sucursal. De izquierda a derecha: Edsel Hazel, Ricardo Hinds y Adin Sills

[Ilustración de las páginas 200 y 201]

La recién construida sucursal de Guyana