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Rumania

Rumania

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La Biblia predijo que la persecución de los cristianos verdaderos alcanzaría su punto culminante durante los últimos días (Gén. 3:15; Rev. 12:13, 17). En Rumania, esta profecía ha tenido un sorprendente cumplimiento. Pese a ello y como mostrará este relato, los testigos de Jehová de ese país no han permitido que se extinga la llama de la verdad que arde con fuerza en el corazón de los siervos de Dios (Jer. 20:9). Más bien, se han recomendado “como ministros de Dios, por el aguante de mucho, por tribulaciones, por necesidades, por dificultades, por golpes, por prisiones” (2 Cor. 6:2, 4). Estamos seguros de que su historial de integridad fortalecerá a todos los que desean andar con Dios en estos tiempos difíciles.

El año 1914 marcó el comienzo de la época más inestable de la historia de la humanidad. En muchos países europeos aparecieron dictadores despiadados e ideologías políticas extremas, lo que produjo horribles matanzas. Rumania no fue la excepción, y sus habitantes sufrieron muchísimo. Entre ellos estaban quienes decidieron obedecer a Jesucristo dando “a Dios las cosas de Dios” y negándose a idolatrar al Estado (Mat. 22:21).

Antes de 1945, el clero ortodoxo y el católico lideraron la ofensiva contra el pueblo de Jehová, valiéndose de los púlpitos y de sus alianzas con los políticos y la policía. La siguiente ola de persecución vino de los comunistas, quienes llevaron a cabo su brutal y sistemática campaña durante casi cuatro décadas.

Ahora bien, ¿cómo lograron difundirse las buenas nuevas pese a tanta opresión? Solo gracias a que Jesús cumplió su promesa: “¡Miren!, estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas” (Mat. 28:20). Retrocedamos cien años en el tiempo, a los días en que se plantó la primera semilla del Reino en lo que hoy conocemos como Europa del Este.

Rumanos que regresan a su patria

En 1891, el Estudiante de la Biblia Charles Taze Russell visitó varias partes de Europa del Este en una gira de predicación. Los resultados obtenidos lo decepcionaron un poco. “La gente no está lista para recibir la verdad”, informó. Pero en Rumania, la situación pronto iba a cambiar. De hecho, el propio hermano Russell desempeñaría un papel fundamental, aunque de forma indirecta, en el inicio de la obra. ¿De qué manera?

A finales del siglo XIX, la situación social y económica de Rumania obligó a muchas personas a buscar trabajo en otros países, como por ejemplo, Estados Unidos. Algunos emigrantes lograron algo más que una mejora económica, pues también adquirieron conocimiento exacto de la verdad bíblica. Ese fue el caso de Károly Szabó y József Kiss, hombres de inclinación espiritual que asistieron a varios discursos bíblicos de Charles Russell.

Como el hermano Russell percibió el interés sincero que ambos tenían en la Biblia, en cierta ocasión tomó la iniciativa y fue a saludarlos. Durante la conversación, les sugirió que regresaran a su país para dar a conocer el mensaje del Reino a parientes y amigos. A ellos les gustó la idea, y en 1911 se embarcaron para Rumania y se establecieron en Tîrgu Mureş (Transilvania).

Durante el viaje, el hermano Szabó le expresó a Jehová su deseo de que algún familiar aceptara la verdad. Cuando llegó a casa, actuó de acuerdo con su oración y predicó a sus parientes, entre los que se encontraba su sobrina Zsuzsanna Enyedi, en cuya casa se alojó. Esta ferviente católica se dedicaba a vender en el mercado las flores que cultivaba su esposo.

Zsuzsanna acudía a misa todas las mañanas antes de irse al trabajo, y cada noche, cuando todos se habían acostado, salía al jardín para orar. Károly, que la había estado observando, se le acercó una noche en el jardín, le puso la mano en el hombro y le dijo: “Zsuzsanna, tienes un corazón sincero. Encontrarás la verdad”. Aquella predicción se cumplió, pues esta buena mujer aceptó el mensaje del Reino y se convirtió en la primera persona de Tîrgu Mureş que se dedicó a Jehová. Zsuzsanna permaneció fiel hasta su muerte, a la edad de 87 años.

El hermano Szabó también le dio testimonio a Sándor Józsa, un joven que trabajaba para la familia Enyedi. Sándor, de 18 años, empezó a asistir a todas las reuniones que conducían los dos hermanos y aprendió con rapidez. Enseguida comenzó a predicar y a pronunciar magníficos discursos bíblicos en su pueblo, Sărăţeni, en el distrito de Mureş. Con el tiempo, seis matrimonios y veinticuatro niños —trece muchachas y once muchachos— llegaron a ser sus “cartas de recomendación” (2 Cor. 3:1, 2).

Después de predicar en Tîrgu Mureş, los hermanos Kiss y Szabó recorrieron toda Transilvania. En la comuna de Dumbrava, situada a 30 kilómetros [20 millas] de Cluj-Napoca, conocieron a un bautista llamado Vasile Costea. Este pequeño pero resuelto hombre era un apasionado estudiante de la Biblia. Intrigado por el Reinado de Mil Años de Cristo, escuchó con atención las explicaciones bíblicas de József y Károly. Después de su bautismo, Vasile, quien además hablaba húngaro, dio un buen testimonio a los rumanos y los húngaros de su distrito. Más adelante se hizo repartidor (evangelizador de tiempo completo), servicio que prestó hasta su muerte.

El hermano Szabó, por su parte, llevó las buenas nuevas a Satu Mare, ciudad situada en el extremo noroeste de Rumania. Allí encontró a Paraschiva Kalmár, una mujer devota que aceptó la verdad enseguida y enseñó a sus nueve hijos a amar a Jehová. En la actualidad hay cinco generaciones de Testigos en su familia.

Alexa Romocea, otro rumano que aprendió la verdad de la Biblia en Estados Unidos, regresó a su país antes de la primera guerra mundial. Poco después de que llegó a su pueblo, Benesat, en el noroeste de Transilvania, se formó un pequeño grupo de Estudiantes de la Biblia (nombre con el que se conocía entonces a los testigos de Jehová). Entre sus integrantes estaban los sobrinos de Alexa: Elek y Gavrilă Romocea. En la actualidad, en la numerosa familia de Alexa también hay cinco generaciones de Testigos.

Elek, que fue perseguido cruelmente por su neutralidad cristiana, emigró a Estados Unidos, donde asistió a la asamblea especial que celebraron los Estudiantes de la Biblia en 1922 en Cedar Point (Ohio). De hecho, tuvo el privilegio de interpretar parte del programa para la sección rumana del auditorio. Por otra parte, Gavrilă se quedó en Rumania y acompañó a los hermanos Szabó y Kiss en su gira de predicación y visitas a las congregaciones y los grupos recién formados de Transilvania. Posteriormente llegó a servir en la primera sucursal del país.

Un rumano de nombre Emanoil Chinţa fue arrestado durante la primera guerra mundial y enviado a una prisión militar en Italia, lejos de su hogar. Allí conoció a algunos Estudiantes de la Biblia que se habían negado a tomar las armas. Emanoil aceptó su mensaje bíblico y cuando en 1919 fue puesto en libertad, regresó a su hogar en Baia Mare (Maramureş), donde predicó con entusiasmo las buenas nuevas y contribuyó a la formación de otro grupo de Estudiantes de la Biblia.

Gracias al celo y al espíritu abnegado de estos pioneros de las buenas nuevas y de los que escucharon su mensaje, la cantidad de discípulos se multiplicó y se formaron en el país multitud de grupitos de Estudiantes de la Biblia. De hecho, para 1919 —solo ocho años después del regreso de Károly Szabó y József Kiss— había más de mil setecientos publicadores del Reino y personas interesadas organizados en 150 clases de estudio de la Biblia (conocidas hoy como congregaciones). El hermano Kiss sirvió de precursor en su país hasta su muerte, a los 86 años de edad. Y el hermano Szabó regresó a Estados Unidos en 1924 para coordinar la obra en el campo húngaro en ese país.

Se prepara alimento espiritual

Las publicaciones eran instrumentos fundamentales para difundir el mensaje del Reino y satisfacer a las personas con hambre espiritual. A fin de atender su necesidad, se encargó la impresión a diversas imprentas comerciales. En 1914, una imprenta de Tîrgu Mureş llamada Oglinda (que significa “espejo”) comenzó a producir una edición mensual de dieciséis páginas en húngaro de The Watch Tower and Herald of Christ’s Presence (La Torre del Vigía y Heraldo de la Presencia de Cristo), así como varios libros también en ese idioma.

En 1916 se imprimieron en rumano publicaciones como el folleto El Tabernáculo o Sombras de los Sacrificios Mejores, una revista de ocho páginas con artículos seleccionados de The Watch Tower, el libro Maná celestial diario para la casa de la fe (que corresponde al actual folleto Examinando las Escrituras diariamente) y el cancionero Himnario de la Aurora del Milenio. En 1918, una imprenta de Detroit (Michigan, EE.UU.) comenzó a publicar y a enviar a Rumania una edición en rumano de La Torre del Vigía y Heraldo de la Presencia de Cristo y del tratado mensual El púlpito del pueblo, que denunciaba con valor a la religión falsa.

En vista del buen progreso de la obra se pidió a Jacob B. Sima, un Estudiante de la Biblia de origen rumano, que colaborara en su organización y en la obtención del reconocimiento legal. Poco después de llegar a Cluj-Napoca, en 1920, el hermano Sima se reunió primero con Károly Szabó y luego con József Kiss. Su primer objetivo fue encontrar en la ciudad una casa adecuada para abrir una sucursal. Sin embargo, en vista de la escasez de lugares, hubo que instalarla temporalmente en el apartamento de un hermano. Así fue como se estableció en abril de 1920 la primera sucursal con el nombre de Watch Tower Bible and Tract Society. Durante un tiempo, la sucursal de Rumania también supervisó la obra en Albania, Bulgaria, Hungría y la antigua Yugoslavia.

En aquella época, los vientos de la revolución que soplaban por los Balcanes comenzaron a barrer Rumania. Además de la inestable situación política reinante, el antisemitismo corrió como un reguero de pólvora, sobre todo en las universidades, y los estudiantes protagonizaron actos vandálicos en varias ciudades. En consecuencia, el gobierno prohibió las reuniones públicas. Y aunque los repartidores no tuvieron nada que ver con los disturbios, más de veinte de ellos fueron apresados y maltratados, así como privados de sus publicaciones.

A pesar de todo, los hermanos siguieron predicando con ahínco, por lo que aumentó la demanda de publicaciones. Pero los costos de la impresión comercial también aumentaron, de modo que la sucursal estudió otras alternativas. Justo por aquel entonces se puso en venta una imprenta, que los hermanos ya estaban usando, situada en la calle Regina Maria 36, en Cluj-Napoca. Tras recibir el visto bueno de la sede mundial, la sucursal compró esta magnífica propiedad, que incluía dos edificios: uno de cuatro plantas y otro de dos.

Para las obras de renovación, iniciadas en marzo de 1924, acudieron hermanos hasta de Baia Mare, Bistriţa y Rodna. Hubo hermanos que vendieron artículos personales, y otros que donaron comida y materiales de construcción a fin de hacer aportaciones para la obra. Muchos de estos artículos se transportaron en una especie de alforjas llamadas desagi, que podían llevarse en el hombro o a lomo de un caballo.

Con objeto de modernizar la imprenta, la sucursal compró, entre otras cosas, tres linotipias, dos prensas planas, una rotativa, una plegadora automática y una máquina para estampar en oro. Con esta maquinaria, enseguida se logró imprimir con la mejor calidad del país.

Uno de los ocho miembros de la familia Betel se encargaba de supervisar los tres turnos en los que trabajaban 40 empleados, que no eran Testigos. La producción del primer año, 1924, indica que trabajaron arduamente, pues imprimieron en rumano y húngaro 226.075 libros, 100.000 folletos y 175.000 revistas. Entre los libros figuraban el manual bíblico El Arpa de Dios, así como El Plan Divino de las Edades, el primero de los siete volúmenes de la obra Estudios de las Escrituras.

Tras dos años de preparativos, la sucursal imprimió la edición en rumano del libro Escenario del Foto-Drama de la Creación. Como su propio nombre indica, esta publicación se basaba en el Foto-Drama, un discurso en el que se utilizaban diapositivas de cristal coloreadas, películas y grabaciones sincronizadas, y en el cual se mostraban imágenes desde la creación de la Tierra hasta el final del Reinado Milenario de Cristo. Aunque la obra no era tan vistosa como el Foto-Drama, contenía 400 láminas, además de breves lecciones sobre aspectos doctrinales, históricos y científicos, lo que impulsó a muchos lectores a investigar la Biblia.

Se multiplican las clases de estudio bíblico

“¡Anuncien, anuncien, anuncien al Rey y su reino!”, exhortó Joseph Rutherford en la asamblea de Cedar Point (Ohio) celebrada en 1922. Aquella entusiasta proclamación electrizó a los siervos de Dios de todo el mundo y les infundió muchísimo celo. Los hermanos rumanos se esforzaron por predicar las buenas nuevas en territorios nuevos y consiguieron hacer muchos más discípulos.

¿Cómo se estudiaba la Biblia en aquel tiempo? Los nuevos asistían a unas clases llamadas estudios bereanos de la Biblia. Se les facilitaban las preguntas, y la información impresa se obtenía de diversas publicaciones, las cuales podían pedirse por correo. El programa de estudio se publicaba en La Torre del Vigía. Además, los estudiantes más adelantados se beneficiaban del curso Lecciones para la escuela dominical internacional, que los preparaba para ser maestros de la Palabra de Dios.

Los representantes de la sucursal visitaban a los grupos de estudio, pronunciaban discursos y proporcionaban ayuda espiritual. Del pastoreo y la enseñanza se encargaban los peregrinos (los actuales superintendentes viajantes). En 1921 había seis de estos hermanos, y solo dos años después, el número ascendió a ocho. Fueron celosos trabajadores, que celebraron reuniones en cientos de ciudades, pueblos y aldeas, y hablaron con decenas de miles de personas hambrientas en sentido espiritual.

Dos de estos peregrinos fueron Emanoil Chinţa, mencionado antes, y Onisim Filipoiu. En cierta ocasión, el hermano Chinţa fue a Bukovina, una región del norte, y habló ante un auditorio compuesto por una gran cantidad de adventistas y bautistas, algunos de los cuales respondieron favorablemente a la verdad. Más adelante, estos dos hermanos fueron asignados a Bucarest, donde ayudaron a mucha gente a adquirir un conocimiento exacto de la Palabra de Dios. Un hombre agradecido escribió: “Le doy gracias a Dios por haber enviado a los hermanos Emanoil y Onisim, quienes tuvieron que esforzarse mucho para convencerme e iluminarme. El Señor realizará una gran labor en esta ciudad, pero hay que tener paciencia”.

En el año 1920 se celebraron las primeras asambleas: una en Brebi (distrito de Sălaj) y la otra en Ocna Dejului (distrito de Cluj), dos localidades a las que se podía llegar en tren. Los publicadores y las personas interesadas del lugar abrieron sus casas, y la excelente conducta de los 500 representantes venidos de todo el país supuso un magnífico testimonio.

Sin embargo, el rápido crecimiento en el número de proclamadores del Reino no se produjo sin oposición. De hecho, desde el inicio de la primera guerra mundial, los hermanos sintieron la persecución del clero y los políticos.

Los opositores se aprovechan del fervor bélico

Enardecidos por el nacionalismo y a instancias del clero, los políticos no sintieron ninguna compasión por quienes no estaban dispuestos a defender la bandera y morir por la patria. Por eso, cuando estalló la primera guerra mundial, muchos hermanos fueron encarcelados y condenados. Algunos hasta fueron ejecutados, como el recién casado Ioan Rus, de la localidad de Petreştii de Mijloc, al sur de Cluj-Napoca.

Daniel, sobrino nieto de Ioan, relata: “En 1914 llamaron a filas a Ioan Rus. Debido a que se negó a ir a la guerra, lo llevaron a Bucarest, donde lo sentenciaron a la pena de muerte. Lo obligaron a cavar su propia tumba y a quedarse junto a ella ante un pelotón de fusilamiento. Como el oficial al mando le permitió pronunciar unas palabras finales, él decidió hacer una oración en voz alta. Impresionados por la oración, los soldados cambiaron de idea y no quisieron ejecutarlo. Entonces, el oficial llevó a uno de los hombres aparte y le prometió un permiso de tres meses con sueldo a condición de que disparase al prisionero. El soldado accedió y se ganó el permiso”.

En 1916, los hermanos Kiss y Szabó también fueron detenidos y recibieron una sentencia de cinco años de prisión. Como se les declaró “peligrosos”, los tuvieron aislados durante dieciocho meses en una prisión de máxima seguridad de Aiud. ¿Por qué los consideraron peligrosos? Según el juez, “por haber proclamado enseñanzas diferentes a las oficiales”. Así es, los encerraron no solo por negarse a matar, sino por enseñar verdades bíblicas que estaban en conflicto con la doctrina tradicional.

Desde la prisión, los dos hermanos escribían a las congregaciones y los grupos para animar a los publicadores. Una de sus cartas decía en parte: “Queremos que sepan que nos sentimos felices de que nuestro bondadoso Padre celestial, quien se merece nuestra gratitud, alabanza y honra, haya permitido que brille la luz de La Torre del Vigía. Creemos que nuestros hermanos aprecian La Torre del Vigía y la protegen como a una vela que parpadea en medio de una tormenta”. Los hermanos Kiss y Szabó fueron puestos en libertad en 1919, lo que les permitió ayudar a abrir la sucursal al año siguiente.

Se intensifica la oposición del clero

Después que terminó la primera guerra mundial, en 1918, el clero siguió oponiéndose al pueblo de Jehová. Un sacerdote criticó públicamente a los Estudiantes de la Biblia por sus enseñanzas sobre la inmortalidad del alma y la figura de María. “El deseo de conseguir una mejor vida en la Tierra está enloqueciendo [a los Estudiantes de la Biblia] —escribió—. Dicen que todos somos hermanos y hermanas, y que ninguna nacionalidad es superior.” Además se quejó de que resultaba difícil tomar acción legal contra los Estudiantes de la Biblia, porque “da[ba]n la apariencia de ser personas bondadosas, religiosas, pacíficas y humildes”.

En 1921, los sacerdotes de Bucovina escribieron a los Ministerios del Interior y de Justicia solicitando que se proscribiera la obra de los Estudiantes de la Biblia. Había clérigos furiosos con el pueblo de Dios en prácticamente todas las zonas donde había progresado la verdad. Las Iglesias Ortodoxa y Católica, entre otras, organizaron campañas de odio contra los hermanos en las que se incitaba a los fieles —individualmente o en grupos— a que los atacaran. La sucursal envió una carta a la sede mundial diciendo: “En este país, los miembros del clero ocupan muchos puestos en la administración pública, y nuestra obra, hasta cierto punto, está a su merced. Todo iría bien si cumplieran la ley, pero abusan del poder”.

El Ministerio de Asuntos Religiosos respondió al aluvión de quejas del clero aprobando el uso de las “fuerzas de orden público” para impedir la predicación y las reuniones del pueblo de Jehová. Así, la policía se convirtió en un instrumento al servicio de las iglesias y comenzó a apresar a los hermanos bajo la falsa acusación de perturbar el orden. Sin embargo, como la ley no estaba claramente definida, las sentencias eran muy dispares. Además, la buena conducta de los hermanos representaba un problema. “Los Estudiantes de la Biblia no pueden ser condenados —declaró un juez—, porque son de los hombres más pacíficos que existen.”

Con todo, la persecución se intensificó, y a finales de 1926 se proscribió La Torre del Vigía. Pero aquella prohibición no detuvo el suministro de alimento espiritual. Lo que los hermanos hicieron fue sencillamente cambiar el nombre de la revista. A partir del 1 de enero de 1927, la edición en rumano se llamó La Siega; luego, La Luz de la Biblia, y por último, La Aurora. Y en húngaro se llamó Peregrino cristiano, Evangelio y Revista para los creyentes en la sangre de Cristo.

Lamentablemente, por aquella época, Jacob B. Sima se hizo infiel. En realidad, por su culpa se perdió en 1928 toda la propiedad y la maquinaria de la sucursal. Según el Year Book (Anuario) de 1930, los hermanos “quedaron dispersados y muy desconcertados”. A raíz de esos problemas, la supervisión de la obra se transfirió en 1929 a la sucursal de Alemania y posteriormente a la oficina central europea, situada en la ciudad suiza de Berna. Ambas sucursales trabajaron en comunicación con una oficina que los hermanos abrieron en Bucarest.

‘¡Por favor, no queme mi libro!’

Pese a estas pruebas, los hermanos fieles se reorganizaron y siguieron predicando, incluso abrieron nuevos territorios. La oficina de Rumania escribió el 24 de agosto de 1933: “La gente tiene hambre espiritual. Los hermanos nos han escrito contándonos que cuando dan testimonio, los vecinos los siguen en grupo de casa en casa para aprender más acerca de la verdad”.

Cierta mujer pobre pidió uno de los libros que ofrecían los hermanos e hizo una modesta contribución para la obra del Reino. Cuando el sacerdote se enteró, fue directo a su casa y le dijo: “Deme ese libro. Voy a echarlo al fuego”.

—Por favor, Padre, no lo queme —le imploró la mujer—. Nos ha consolado mucho y nos ayudará a aguantar nuestro sufrimiento. —La señora se negó a entregárselo.

Una duquesa que apreciaba sinceramente las publicaciones les dijo cierto día a sus sirvientes, que eran testigos de Jehová: “A partir de ahora ya no son mis sirvientes. Ahora son mis hermanos”. En cierta localidad, cuando un hermano le dijo a un grupo de niños curiosos que estaba proclamando el Reino de Dios, estos se pusieron a instar a los transeúntes a que se quedaran con una publicación. “Estos libros hablan de Dios”, decían. El hermano no tuvo que abrir la boca, pues los entusiastas y espontáneos muchachos repartieron en un momento todas las publicaciones.

Nicu Palius, un precursor de habla apacible, llegó a Rumania desde Grecia para colaborar en la predicación. Tras servir en Bucarest se mudó a Galaţi, un importante puerto del Danubio. A finales de 1933, Nicu escribió: “Durante casi dos meses y medio prediqué a los rumanos, y aunque no sé hablar su idioma, Jehová Dios me ha bendecido muchísimo. Después prediqué a griegos y armenios, y con la ayuda del Señor, visité veinte pueblos. Los griegos recibieron el mensaje con gozo”.

Así es, a pesar de la campaña de odio que desató el clero, mucha gente sincera quería escuchar las buenas nuevas. Por ejemplo, el alcalde de una población leyó con avidez varios folletos y declaró posteriormente que esperaba el nuevo mundo con muchas ansias. En otra población, un señor pidió varias publicaciones y prometió distribuirlas a todos los que quisieran leerlas.

Se reorganiza la obra

En 1930, dos años después de que Sima se hiciera infiel, se nombró supervisor de la obra a Martin Magyarosi, un rumano de origen húngaro que vivía en Bistriţa (Transilvania). Tras recibir una preparación de seis semanas en la sucursal de Alemania, el hermano Magyarosi abrió una oficina en Bucarest. Al poco tiempo, la edición rumana de La Torre del Vigía, que se había publicado temporalmente en Austria y Alemania, volvió a imprimirse en Rumania, esta vez en una editorial de Bucarest llamada El Libro de Oro.

Después de no poco empeño, en 1933 los hermanos lograron inscribir una nueva entidad legal: La Sociedad de Biblias y Tratados de los Testigos de Jehová, con sede en la calle Crişana 33, en Bucarest. Sin embargo, a causa de la oposición religiosa y política, solo pudo obtenerse un permiso comercial.

Aun así, estos esfuerzos sirvieron para recuperar la confianza e impulsar la predicación. Muchos publicadores emprendieron el precursorado, y otros incrementaron su actividad, sobre todo durante el invierno, cuando la gente del campo disponía de más tiempo. Los hermanos también escuchaban por radio discursos bíblicos que se emitían desde el extranjero, discursos que resultaron muy útiles para las personas que, por temor a los vecinos o los sacerdotes, no asistían a las reuniones. En La Torre del Vigía aparecían los títulos de los discursos, el horario de emisión y las frecuencias de las emisoras.

Algo que también contribuyó a la difusión de las buenas nuevas fue el uso del fonógrafo portátil que fabricó la organización de Jehová. Durante la década de 1930, tanto las congregaciones como las personas a título individual podían solicitar estos reproductores así como las grabaciones de los discursos bíblicos. Estos últimos sirvieron para animar “no solo a los hermanos, sino también a las familias amantes de la verdad que poseían un fonógrafo”, señaló un anuncio del Boletín (llamado ahora Nuestro Ministerio del Reino).

Más pruebas internas

Durante las décadas de 1920 y 1930 aumentó el conocimiento de la Palabra de Dios y se comprendió mejor que todo cristiano debe dar testimonio de la verdad. En 1931 se produjo un gran destello de luz espiritual, pues los Estudiantes de la Biblia adoptaron el nombre testigos de Jehová. Lejos de ser una simple etiqueta, este nombre bíblico da a entender que su portador sostiene y proclama la divinidad del Altísimo (Isa. 43:10-12). Por eso, los Estudiantes de la Biblia que se oponían a la predicación tropezaron y dejaron la organización. Algunos se hicieron apóstatas y se hicieron llamar milenaristas. ¿Aguantarían los siervos leales esta prueba de fe? ¿Seguirían cumpliendo con su comisión de predicar ante la oposición del clero y los apóstatas?

Aunque hubo quienes cedieron a la presión, muchos siguieron sirviendo a Jehová fiel y celosamente. Un informe de 1931 señaló: “Hay unos dos mil hermanos en Rumania, los cuales, pese a muchas dificultades, han distribuido durante el año 5.549 libros y 39.811 folletos”. Al año siguiente se superaron esas cifras, pues se dejaron un total de 55.632 libros y folletos.

Además, la persecución a veces produce el efecto opuesto al deseado. Por ejemplo, todos los Testigos de cierta zona decidieron dejar constancia pública de su separación de “Babilonia la Grande” (Rev. 18:2, 4). Durante cinco días consecutivos, estos valerosos hermanos y hermanas acudieron al ayuntamiento para redactar documentos de renuncia a su antigua iglesia.

Los líderes de la comunidad estaban escandalizados, y el sacerdote, horrorizado. Este fue corriendo a la comisaría de policía en busca de ayuda, pero no consiguió nada, así que regresó al ayuntamiento y acusó al notario de ser comunista por ayudar a los hermanos con los documentos. Ofendido, el notario respondió airado que si todos los vecinos acudieran a él, no dudaría en ayudarles a redactar su renuncia. Así, el sacerdote no se salió con la suya, y los hermanos pudieron tramitar todo el papeleo.

“¿Piensa dispararme?”

El clero arremetía contra los testigos de Jehová en sus sermones y, además, seguía presionando al Gobierno para que proscribiera la obra. Por su parte, el Ministerio de Asuntos Religiosos, el brazo político del clero, siguió usando a la policía para acosar a los hermanos. En cierta ocasión, el jefe de policía y un agente entraron ilegalmente en una casa que se usaba para celebrar reuniones.

—Quiero ver su permiso para celebrar servicios religiosos —le dijo el jefe de policía al dueño de la casa, un hermano al que llamaremos Jorge.

Jorge se imaginaba que no llevaba una orden de registro, así que le preguntó:

—¿Con qué autoridad ha entrado en mi casa?

Como no le respondió, el hermano le pidió que se marchara. El oficial se dirigió a la puerta a regañadientes, pero al salir, le ordenó al agente que lo acompañaba que se quedara en la entrada y arrestara a Jorge si intentaba abandonar la casa. Cuando más tarde el hermano salió, el policía intentó detenerlo “en nombre de la ley”.

—¿En nombre de qué ley? —preguntó Jorge.

—Tengo una orden de arresto —aseguró el policía.

Jorge conocía bien la ley, pues había sido policía, así que le pidió que le mostrara esa orden; pero tal como imaginaba, no había ninguna. Como no pudo detenerlo de forma legal, el policía lo apuntó con su arma, pensando que así Jorge se asustaría.

—¿Piensa dispararme? —le preguntó Jorge.

—No, no soy tonto —replicó el agente.

—Entonces, ¿por qué ha cargado el arma?

El policía se dio cuenta de que lo que hacía no tenía ningún sentido, así que se marchó. Para que no volviera a ocurrir un incidente parecido, Jorge denunció al jefe de policía por allanamiento de morada. Sorprendentemente, este fue multado y sentenciado a quince días de prisión.

En otro caso, un hermano mayor dio un magnífico testimonio en un tribunal. El juez le mostró dos libros publicados por los testigos de Jehová y lo acusó de distribuir propaganda religiosa.

“Si usted me condenara por proclamar la Palabra de Dios —declaró el hermano—, no sería para mí un castigo, sino un honor. El Señor Jesucristo dijo a sus seguidores que se regocijaran cuando fueran perseguidos por causa de la justicia, pues así habían tratado a los profetas de la antigüedad. Es más, Jesús mismo fue perseguido y colgado en un madero, no por obrar mal, sino por hablar la verdad que Dios le había revelado.”

El hermano continuó: “Por lo tanto, si este tribunal me condena por proclamar el mensaje de Jesús acerca del Reino mediante estos dos libros, estarán condenando a un hombre que no ha cometido delito alguno”. Al final, el juez desestimó los cargos.

‘En ningún lugar de la Tierra atraviesan dificultades tan graves’

Después de 1929, la caída de los precios de los productos agrícolas, el desempleo generalizado y la inestabilidad política contribuyeron al rápido progreso del fascismo y otras ideologías políticas extremistas. Además, durante la década de 1930, Rumania fue cayendo poco a poco en la esfera de influencia de la Alemania nazi. Todo ello no presagiaba nada bueno para los testigos de Jehová. De hecho, el Year Book (Anuario) de 1936 señaló: “En ningún lugar de la Tierra atraviesan los hermanos dificultades tan graves como en Rumania”. De 1933 a 1939 se interpusieron 530 demandas contra los testigos de Jehová. Los fiscales solicitaban una y otra vez que se proscribiera la obra y se clausurara la oficina de Bucarest.

Finalmente, el 19 de junio de 1935 a las ocho de la mañana, la policía se presentó en la oficina con lo que resultó ser una orden ilegal. Confiscaron varios archivos y más de doce mil folletos, y dejaron a un agente de guardia. Sin embargo, un hermano se escapó por la puerta de atrás y se puso en contacto con un abogado que también era senador. El hombre, que simpatizaba con nuestra obra, telefoneó a las autoridades competentes y logró que se anulara aquella operación y se devolvieran todos los archivos. Sin embargo, aquel respiro no duró mucho tiempo.

El 21 de abril de 1937, el Ministerio de Asuntos Religiosos emitió una orden que se publicó en el boletín oficial y en los periódicos, según la cual las actividades de los testigos de Jehová quedaban terminantemente prohibidas en Rumania. Además, todo el que distribuyera o incluso leyera sus publicaciones podría ser encarcelado y castigado, y sus publicaciones serían confiscadas.

Los hermanos apelaron aquel decreto, pero como el ministro implicado sabía que no tenía argumentos sólidos, pospuso la vista en tres ocasiones. Entonces, antes de que llegara la fecha de la última vista, el rey Carol II estableció una dictadura en el país. En junio de 1938 se emitió una nueva orden contra los testigos de Jehová, y los hermanos volvieron a apelar. Además, enviaron al rey un memorando oficial asegurándole que las publicaciones de los testigos de Jehová eran educativas y no subversivas, y no trataban de quebrantar el orden público. Como prueba de ello, el documento incluso reseñaba el fallo favorable que había emitido anteriormente un tribunal superior. El monarca remitió el memorando al Ministerio de Asuntos Religiosos. ¿Cuál fue el resultado? El 2 de agosto de 1938, el ministerio clausuró la oficina de Bucarest.

Durante esta época difícil, varios hermanos e incluso familias enteras fueron enjuiciados y encarcelados. En algunas ocasiones su único delito había sido entonar cánticos del Reino en la intimidad de su hogar. Las sentencias oscilaban entre los tres meses y los dos años de prisión. ¿Cómo descubrían a estos hermanos? Había personas que, a instancias del clero, se disfrazaban de obreros o mendigos para espiar a los hermanos.

Se arrestaba también a todo el que poseía publicaciones nuestras. Un hermano que trabajaba de maderero en el bosque se llevó consigo la Biblia y el Year Book. Cierto día, la policía efectuó un registro de los artículos personales de todos los trabajadores y encontró las publicaciones del hermano. Lo arrestaron y se lo llevaron caminando hasta el juzgado, a 200 kilómetros [125 millas] de distancia, donde fue condenado a seis meses de cárcel. Las prisiones, por cierto, estaban mugrientas e infestadas de piojos, además de atestadas de gente. Por si fuera poco, la única comida que había era una sopa muy aguada.

Más pruebas a causa de la segunda guerra mundial

Al romper el alba del 1 de septiembre de 1939, las tropas alemanas marcharon sobre Polonia, lo que desencadenó otro conflicto global que tendría profundas y duraderas repercusiones para Rumania. En un intento de tomar el control, la Unión Soviética y Alemania, que habían firmado un pacto de no agresión, fraccionaron Europa del Este en zonas y se repartieron Rumania como si fuera un bizcocho. Hungría se quedó con la parte norte de Transilvania; la Unión Soviética, con Besarabia y el norte de Bucovina, y Bulgaria, con el sur de Dobrudja. En consecuencia, Rumania perdió un tercio de su población y de su territorio. En 1940 asumió el poder una dictadura fascista.

El nuevo gobierno suspendió la Constitución y emitió un decreto en el que se reconocían solo nueve religiones, entre las que figuraban las principales: las Iglesias Ortodoxa, Católica y Luterana. La proscripción sobre los testigos de Jehová seguía vigente. Los actos de terrorismo eran frecuentes, y en octubre de 1940, el ejército alemán invadió el país. En estas circunstancias extremas, la correspondencia entre Rumania y la oficina central europea, situada en Suiza, prácticamente se interrumpió.

Como la mayoría de los testigos de Jehová de la región vivían en Transilvania, Martin Magyarosi se fue de Bucarest y se estableció en dicha región, en particular en Tîrgu Mureş, donde se unió a su esposa, Maria, que ya se había mudado por motivos de salud. Pamfil y Elena Albu, quienes también habían servido en la oficina de Bucarest, se trasladaron más al norte, a Baia Mare. Desde estas dos ciudades, los hermanos Magyarosi y Albu reorganizaron la predicación y la publicación clandestina de La Atalaya. Su compañero, Teodor Morăraş, se quedó en Bucarest, coordinando la obra de lo que quedaba de Rumania hasta 1941, año en que fue arrestado.

Durante ese tiempo, los hermanos se mantuvieron ocupados en el ministerio, distribuyendo con mucha cautela publicaciones bíblicas cuando tenían la oportunidad. Por ejemplo, dejaban folletos en lugares públicos, como en restaurantes o en compartimentos de tren, esperando que despertaran la curiosidad de la gente. Además, siguieron obedeciendo el mandato bíblico de reunirse para darse ánimo espiritual, aunque, claro está, procuraban no levantar sospechas (Heb. 10:24, 25). Por ejemplo, los que vivían en el campo aprovechaban las fiestas tradicionales que tenían lugar para el tiempo de la cosecha. En esa época del año, la gente se ayudaba mutuamente en las labores del campo y luego lo festejaba contando chistes e historias. Los hermanos también se juntaban, pero en vez de fiestas, celebraban sus reuniones.

“Se nos oprime de toda manera”

El hermano Magyarosi fue encarcelado en septiembre de 1942, pero siguió coordinando la predicación desde la prisión. Los Albu también fueron detenidos, junto con mil hermanos y hermanas más, muchos de los cuales fueron puestos en libertad tras ser golpeados y retenidos durante unas seis semanas. Debido a su neutralidad cristiana, un centenar de Testigos, entre los que había varias hermanas, recibieron sentencias de dos a quince años. Cinco hermanos fueron sentenciados a la pena de muerte, pero posteriormente les conmutaron su castigo por cadena perpetua. Al amparo de la noche, grupos de policías armados se llevaban a rastras a mujeres con sus hijos pequeños, dejando las casas y los animales a merced de los saqueadores.

Cuando los hermanos llegaban a los campos de prisioneros, recibían la “bienvenida” del comité de vigilantes. Estos les ataban los pies, los tumbaban en el suelo y les golpeaban los pies descalzos con una porra de goma reforzada con alambre. Terminaban con los huesos rotos, sin uñas y con la piel negra. De hecho, a algunos hermanos se les desprendía la piel como si fuera la corteza de un árbol. Los sacerdotes que vigilaban los campos y presenciaban los abusos, les decían burlándose: “¿Dónde está su Jehová? ¡Que los libre de nuestras manos!”.

A los hermanos se los ‘oprimió de toda manera’, pero ‘no se los dejó sin ayuda’ (2 Cor. 4:8, 9). La realidad es que incluso animaban a otros reclusos con la esperanza del Reino. Alguno respondió positivamente, como Teodor Miron, oriundo de Topliţa, un pueblo del nordeste de Transilvania. Antes de que estallara la segunda guerra mundial, Teodor había llegado a la conclusión de que Dios prohíbe el homicidio, de modo que se negó a incorporarse al ejército. Por eso, en mayo de 1943 recibió una condena de cinco años de cárcel. Poco después conoció a Martin Magyarosi, Pamfil Albu y otros prisioneros Testigos, y accedió a estudiar la Biblia. Progresó rápidamente en sentido espiritual, y en cuestión de semanas dedicó su vida a Jehová. Ahora bien, ¿cómo se bautizó?

Se presentó una buena oportunidad cuando Teodor y otros 50 Testigos rumanos fueron trasladados por una ruta indirecta al campo de prisioneros nazi de Bor (Serbia). De camino, se detuvieron en Jászberény (Hungría), donde se les unieron más de un centenar de hermanos húngaros. Aprovechando la parada, los guardias enviaron a varios hermanos al río a llenar un bidón de agua. Como contaban con la confianza de los supervisores, los hermanos fueron sin vigilancia. Teodor los acompañó y fue bautizado en el río. Desde Jászberény, los prisioneros viajaron a Bor en tren y en una embarcación que siguió el curso del río.

En el campo de Bor había en aquel tiempo 6.000 judíos, 14 adventistas y 152 Testigos. “Las condiciones eran horribles —recuerda el hermano Miron—, pero Jehová nos cuidó. Un vigilante muy comprensivo al que enviaban a menudo a Hungría introducía publicaciones en el campo. Como varios Testigos en los que confiaba cuidaban de su familia en su ausencia, él se había convertido casi en un hermano para ellos. Este guardia, que era teniente, nos avisaba cuando iba a pasar algo. Teníamos quince ancianos, como los llamamos ahora, que organizaban tres reuniones semanales. Cuando los turnos lo permitían, la asistencia era de unos ochenta. También celebrábamos la Conmemoración.”

En algunos campos, los Testigos del exterior podían llevar comida y otros artículos a sus hermanos encarcelados. Entre 1941 y 1945 se enviaron 40 Testigos al campo de concentración de Şibot (Transilvania) procedentes de las regiones de Besarabia, Moldavia y Transilvania. Todos los días iban a trabajar a una industria maderera. Como había poco alimento en el campo, los hermanos que vivían cerca iban a la fábrica todas las semanas a llevarles comida y ropa, y ellos la distribuían según la necesidad.

Aquellas buenas obras proporcionaron un magnífico testimonio tanto a los demás presos como a los guardias. Estos últimos también se dieron cuenta de que los Testigos eran responsables y confiables. Por ello, les concedieron ciertas libertades que no solían darse a los prisioneros. Uno de los guardias de Şibot incluso aceptó la verdad.

Bendiciones en la posguerra

Todos los testigos de Jehová fueron liberados de las prisiones y los campos de trabajos forzados en mayo de 1945, al término de la guerra en Europa. Martin Magyarosi, que por entonces contaba 62 años, regresó a Bucarest y encontró que la antigua oficina había sido desmantelada. No quedaba ni una sola máquina de escribir. “La obra del Señor se reanudó sin ninguna posesión”, decía un informe. Amén de organizar la obra, los hermanos procuraron inscribirse legalmente, lo cual produjo buenos resultados, pues el 11 de julio de 1945 quedó registrada la Asociación de los Testigos de Jehová de Rumania.

Su registro facilitó la organización de reuniones públicas y asambleas, así como la impresión de publicaciones, todo lo cual infundió vigor a la obra y contribuyó a eliminar mucha de la confusión y desunión que había surgido. Tanto es así que, pese a la escasez de papel en el país, durante el primer año posbélico se imprimieron casi 870.000 folletos y más de 85.500 ejemplares de La Atalaya. Además, se bautizaron 1.630 personas.

Los hermanos comenzaron a predicar abiertamente y a organizar reuniones y discursos públicos especiales incluso antes de recibir el reconocimiento legal. Un testigo ocular dice de los Testigos del distrito de Maramureş: “Aún no se habían retirado completamente las tropas cuando los hermanos ya estaban reuniéndose. Se veían venir de todos los pueblos de la zona, sin ningún temor. Eran tiempos emocionantes. Algunos caminaban 80 kilómetros [50 millas] cantando y dando testimonio por el camino. Cada domingo, el presidente de la reunión mencionaba el lugar de encuentro para el domingo siguiente”.

Los discursos públicos se anunciaban y se pronunciaban en los pueblos donde había pocos Testigos o ninguno. A eso de la medianoche, los hermanos partían en dirección al lugar elegido, que en ocasiones distaba 100 kilómetros [60 millas]. Con frecuencia iban descalzos debido al alto precio de los zapatos. No es que no tuvieran zapatos, sino que los llevaban colgados del hombro y solo se los ponían cuando las inclemencias del tiempo lo requerían: por ejemplo, ante el frío intenso. El día antes de la reunión se ofrecían publicaciones, se anunciaba el título de la conferencia y se invitaba al público a asistir. Al terminar el discurso, los hermanos regresaban a casa.

En Baia Mare, Cluj-Napoca, Tîrgu Mureş y Ocna Mureş se celebraron un sinnúmero de asambleas a las que asistieron centenares de Testigos y personas interesadas. Un rasgo memorable de la asamblea de Baia Mare celebrada en junio de 1945 fue el bautismo, que tuvo lugar a 10 kilómetros [6 millas] de la ciudad. Tras el discurso en el jardín de un hermano, los 118 candidatos fueron sumergidos en el río Lăpuşul, que pasaba junto al jardín. Fue un bautismo inolvidable enmarcado por un bello escenario.

En Tîrgu Mureş, los hermanos alquilaron un teatro con capacidad para 3.000 personas. El día previo a la asamblea empezaron a llegar hermanos en tren, en carretas tiradas por caballos, en bicicleta y a pie. Hubo quienes enseguida se pusieron a predicar y a invitar a la gente a la conferencia pública, que trataba sobre el arca de Noé. Cuando los asambleístas vieron los atractivos carteles que anunciaban el discurso por toda la ciudad, muchos derramaron lágrimas de alegría. ¡Nunca se habían imaginado que disfrutarían de tanta libertad para predicar las buenas nuevas!

La ardua labor de los hermanos obtuvo magníficos resultados: asistió tanta gente que tuvieron que instalarse dos altavoces fuera del local para quienes no pudieron entrar. De modo que muchos vecinos escucharon el programa asomados a sus ventanas. Se invitó a las autoridades de la ciudad y a otras personas destacadas para que vieran y oyeran a los testigos de Jehová por sí mismos; sorprendentemente, ocuparon todos los asientos reservados y hasta cantaron los cánticos.

La primera asamblea de distrito del país

El fin de semana del 28 y 29 de septiembre de 1946, los testigos de Jehová celebraron la primera asamblea de distrito en Rumania. La cita fue en el Arenele Romane de Bucarest. Los ferrocarriles rumanos aceptaron no solo proporcionar un tren especial, sino rebajar el precio del pasaje a la mitad. El convoy transportó más de mil asambleístas desde algunos de los lugares más lejanos del país. Muchos de ellos portaban carteles, lo que despertó bastante curiosidad a lo largo del recorrido. Sin embargo, el viaje no estuvo exento de incidentes.

El clero se enteró de la asamblea y trató de detener el tren. El viernes antes de la asamblea, los Testigos comenzaron a acudir a la estación a las nueve de la mañana, con la idea de recibir a sus hermanos que llegarían durante la siguiente hora. Esperaron pacientes hasta las seis de la tarde, hora en que por fin apareció el tren en el andén. Faltan palabras para describir la emoción que embargó tanto a los visitantes como a los anfitriones mientras se fundían en abrazos. Había policías armados para mantener el orden, pero estuvieron de más.

La mayor parte de Bucarest había sido destruida durante la guerra, incluidas 12.000 viviendas, así que el alojamiento era muy escaso. Los hermanos, pues, tuvieron que hacer gala de su ingenio. Para contar con más “camas”, compraron gran cantidad de heno y lo esparcieron por el terreno de un hermano que vivía en el barrio de Berceni. Como hizo un calor insólito aquellos días finales de septiembre, las familias visitantes pudieron acostarse con sus hijos en un cómodo colchón de paja bajo los cielos estrellados. Hoy existe en ese mismo lugar un bonito Salón del Reino.

A los 3.400 que asistieron el sábado por la mañana les emocionó el anuncio de que La Atalaya volvía a imprimirse quincenalmente en rumano y en húngaro. De hecho, aquella mañana se distribuyeron entre el auditorio 1.000 ejemplares de la primera edición. Durante un tiempo, la revista contuvo cuatro artículos de estudio para que los hermanos pudieran ponerse al día con la información que se habían perdido debido a la guerra.

El domingo por la mañana se dedicó a la predicación. Por todas partes se veían grupos de publicadores anunciando la conferencia pública. Portaban carteles en los que se representaban un martillo, una espada y un yunque, y se leía: “‘Forjarán sus espadas en rejas de arado’. Dios inspiró estas palabras. Dos profetas las escribieron. Pero ¿quién las pone en práctica?”. Los publicadores llevaban las invitaciones y las revistas que ofrecían en bolsas de tela blanca que podían colgarse del hombro, identificadas con las palabras “Testigos de Jehová” o “Proclamadores del Reino de Dios” o “Proclamadores de la Teocracia”.

Aquella misma tarde, Martin Magyarosi inició su discurso diciendo: “Hoy, las grandes potencias celebran una conferencia de paz en París. Aquí, en nuestra asamblea, somos 15.000. Si se registrara a cada uno de los testigos de Jehová presentes, no se hallarían espadas ni pistolas. ¿Por qué razón? ¡Porque ya hemos forjado nuestras espadas en rejas de arado!”. El discurso fue impactante y oportuno, pues las secuelas de la guerra eran evidentes.

En la reunión también estuvieron presentes el fiscal general, un secretario del Ministerio del Interior, varios policías y un grupo de sacerdotes ortodoxos. Tanto los hermanos como los policías pensaban que los sacerdotes iban a provocar disturbios, como habían amenazado; sin embargo, solo uno de ellos trató de interrumpir el programa. Cuando los hermanos lo vieron dirigiéndose hacia el orador durante el discurso público, lo interceptaron, lo agarraron fuerte por los brazos y lo condujeron hasta los asientos. “No hace falta que un sacerdote ortodoxo hable en esta asamblea —le susurraron al oído—, pero con gusto lo invitamos a que tome asiento y escuche.” No volvió a intentarlo. Más tarde, el fiscal general dijo que le habían agradado las intervenciones y que estaba muy impresionado por el orden guardado por los testigos de Jehová.

Un hermano escribió más tarde respecto a la asamblea: “La conspiración del enemigo fracasó por completo, y los hermanos regresaron a sus hogares muy felices”. También manifestaron un nuevo espíritu de paz y unidad, lo cual fue animador porque muchos de ellos habían acudido a la asamblea con sentimientos encontrados debido a las divisiones que habían surgido durante la guerra.

En cambio, al clero no le iban tan bien las cosas, puesto que en muchas zonas ya no contaban con el apoyo de las autoridades para actuar a su antojo en contra de los testigos de Jehová. Como es natural, esto no impidió que se ridiculizara a los hermanos desde los púlpitos. Hubo sacerdotes que incluso formaron bandas de desalmados para pegar a los publicadores del Reino —tanto hermanos como hermanas— cuando los veían predicar. En una ocasión, la esposa de un sacerdote ortodoxo golpeó a una precursora con un palo hasta que lo partió. “Tenemos muchos juicios pendientes contra algunos sacerdotes”, mencionaba un informe de aquella época.

Más intentos de recuperar la unidad

Alfred Rütimann, de la sucursal de Suiza, pasó dos meses en Rumania en 1947. El objetivo era celebrar una asamblea de distrito e invitar a Hayden C. Covington, de la sede mundial, pero al final no se concedieron ni la aprobación para la asamblea ni el visado del hermano Covington. Sin embargo, sí se le dio un visado de dos meses al hermano Rütimann, lo que le permitió pasar agosto y septiembre en Rumania.

En primer lugar visitó Bucarest, en cuyo aeropuerto fue recibido por un grupo de hermanos sonrientes que le ofrecieron un bonito ramo de flores, como es tradición. Luego lo llevaron a la oficina de Bucarest, que desde enero de 1947 se hallaba en el hogar de una persona interesada, en la calle Alion 38. No obstante, debido a la creciente amenaza comunista, la dirección oficial seguía siendo la misma, es decir, la calle Basarabia 38. En esta propiedad, comprada en julio de 1945, había una mesa y un sofá viejos, una máquina de escribir estropeada y un armario repleto de folletos y revistas amarillentos; en otras palabras: cosas que podían ser confiscadas sin que se sufriera una gran pérdida. Con todo, de vez en cuando una hermana iba a trabajar allí.

El hermano Rütimann conoció al presidente de la asociación legal, Pamfil Albu, y al encargado de la obra del país, Martin Magyarosi, los cuales a su vez servían de superintendentes de distrito. Dado que habían mantenido muy poca comunicación con el exterior durante años, los hermanos rumanos estaban emocionados de enterarse de los progresos recientes de la organización de Jehová, como la puesta en marcha de la Escuela del Ministerio Teocrático en las congregaciones y de la Escuela de Galaad para formar misioneros. Naturalmente, todos estaban deseosos de que se iniciara en sus congregaciones la primera de las escuelas. De hecho, los hermanos se apresuraron a imprimir en fascículos, tanto en rumano como en húngaro, las 90 lecciones del libro de texto de la escuela, Ayuda teocrática para los publicadores del Reino.

Sin embargo, el objetivo principal del hermano Rütimann era visitar al mayor número posible de congregaciones y grupos para pronunciar los discursos clave que los hermanos habrían escuchado de haberse celebrado la asamblea. Así que, acompañado de Martin Magyarosi, que hizo de intérprete, emprendió una gira de dos etapas por las zonas donde la verdad estaba bien establecida. Comenzó por Transilvania.

Transilvania y otras regiones

Como en muchos lugares, los publicadores de Transilvania hicieron grandes esfuerzos por asistir a las reuniones especiales y estuvieron dispuestos a quedarse despiertos hasta tarde con tal de acomodarse a la apretada agenda de los dos visitantes. Por ejemplo, en el pueblo de Vama Buzăului, la reunión comenzó a las diez de la noche y acabó a las dos de la mañana, sin que ninguno de los 75 presentes se quejara.

Alfred Rütimann escribió posteriormente: “Los hermanos tienen un concepto del tiempo diferente del nuestro. No les importa levantarse a las dos o las tres de la madrugada para asistir a una reunión, y para ellos las horas y los minutos no cuentan igual. Aunque viajan a pie, y a veces recorren grandes distancias descalzos, parecen tener más tiempo que nosotros y sufrir menos estrés. Al principio pensé que estábamos locos programando una reunión a esas horas de la noche, pero el hermano Magyarosi me aseguró que no”.

La siguiente parada fue en Tîrgu Mureş, ciudad que en aquel entonces tenía 31.000 habitantes y donde eran patentes los estragos de la guerra, pues apenas si quedaba un puente en pie. Pese a todo, 700 hermanos de 25 congregaciones recorrieron hasta 50 kilómetros [30 millas] para llegar al punto de encuentro: un claro en el bosque cerca de la ciudad.

Se visitó también Cluj-Napoca, adonde acudieron 300 hermanos de 48 congregaciones. Durante su estancia allí, el hermano Magyarosi le mostró al hermano Rütimann la imprenta que se había perdido en 1928 por culpa de Jacob Sima. ¿Qué había sido de él? “Murió el año pasado —escribió Alfred Rütimann en su informe—. Se había convertido en un borracho.”

Entre otras poblaciones se visitaron Satu Mare y Sighetul Marmaţiei, cerca de Ucrania. En la región había más de cuarenta congregaciones de habla rumana, húngara y ucraniana. Los agricultores y aldeanos se autoabastecían. Cultivaban los campos para alimentarse y para obtener lino y cáñamo; criaban también animales, especialmente ovejas. Se fabricaban su propia ropa y tejían sus mantas; hasta sabían curtir el cuero. El zapatero local les hacía los zapatos. Muchos hermanos y hermanas asistían a las reuniones especiales vestidos con los trajes tradicionales de lino y cáñamo bordado que ellos mismos habían confeccionado.

Durante la segunda etapa de su gira, los hermanos Rütimann y Magyarosi fueron a Moldavia, en el nordeste de Rumania. Visitaron primero la comunidad de Frătăuţii, donde los hermanos, pese a su pobreza, fueron sumamente hospitalarios. A la tenue luz de las lámparas de petróleo, les ofrecieron leche recién ordeñada, pan, polenta (gachas) y huevos cocidos bañados en mantequilla. Todos comían de sus pequeños cuencos. “La cena fue muy buena”, escribió el hermano Rütimann. Aquella noche, los invitados durmieron en la cocina, en camas colocadas al lado del horno para protegerlos del frío, y los anfitriones se acostaron cerca de ellos sobre sacos de paja.

Los Testigos de la región eran celosos en el ministerio, por lo que Jehová los bendijo mucho, como indican los informes. En la primavera de 1945 eran 33 publicadores; pero en 1947 llegaron a ser 350. ¡La cantidad de publicadores se había multiplicado por diez en dos años!

Los hermanos añadieron un toque rural a su viaje recorriendo 120 kilómetros [74 millas] montados en un carro tirado por dos caballos hasta Bălcăuţi e Ivăncăuţi. “Los magníficos caballos rumanos son pequeños, pero pueden transitar por cualquier camino, no importa su estado o la hora del día o de la noche”, escribió un hermano. La congregación de Bălcăuţi, formada en 1945, constaba de hermanos que habían pertenecido a una iglesia evangélica, cuyo predicador laico era ahora el siervo de congregación. La reunión en Ivăncăuţi se celebró en el interior del hogar de un hermano debido a la lluvia. Pero el clima no fue un gran inconveniente para los 170 asistentes, algunos de los cuales habían caminado 30 kilómetros [20 millas] descalzos para estar presentes.

En total, los dos hermanos se dirigieron a 4.504 publicadores y personas interesadas de 259 congregaciones en diecinueve auditorios. En su camino de regreso a Suiza, Alfred Rütimann también pronunció discursos en Orăştie y Arad, adonde acudieron varios hermanos desde puntos que distaban entre 60 y 80 kilómetros [40 y 50 millas]. De hecho, un granjero de 60 años caminó 100 kilómetros [65 millas] descalzo para asistir. ¡Qué gran aprecio!

Aquellas reuniones especiales constituyeron un hito en la historia de Rumania, pues llegaron en un momento muy oportuno, no solo porque los hermanos precisaban ánimo, sino porque los campos espirituales estaban maduros. Los rumanos estaban cansados de gobernantes opresivos y de la miseria de la guerra, y muchos se habían desilusionado con la religión. Además, en agosto de 1947 se devaluó considerablemente la moneda nacional, el leu, lo que dejó a muchísima gente en la ruina de la noche a la mañana. Como consecuencia, un buen número de los que se oponían al mensaje del Reino estuvieron dispuestos a escuchar.

Las reuniones especiales resultaron asimismo oportunas por otra razón: estaba a punto de desatarse una ola de persecución de mayor intensidad. Avivadas por ideas ateas y líderes intolerantes y despiadados, las persecuciones durarían casi cuatro décadas.

Se baja la cortina de hierro en Rumania

En noviembre de 1946, casi un año antes de la visita de Alfred Rütimann, ascendió al poder el partido comunista. Durante los siguientes años, el partido eliminó todo vestigio de oposición al régimen y aceleró la sovietización, es decir, el proceso por el que las instituciones políticas y culturales de Rumania se acomodaron al modelo soviético.

Los hermanos aprovecharon al máximo aquel período de calma para imprimir cientos de miles de revistas, folletos y otras publicaciones, y distribuirlas en veinte almacenes por todo el país. Muchos también aumentaron su actividad, y algunos emprendieron el servicio de precursor, entre ellos Mihai Nistor y Vasile Sabadâş.

El hermano Mihai fue destinado al noroeste y centro de Transilvania, donde sirvió de precursor incluso después de imponerse la proscripción comunista, durante la cual se le persiguió incansablemente. ¿Cómo evitó su captura? Él cuenta: “Me hice un saco idéntico al que utilizaban los vendedores de ventanas. Recorría el centro de los pueblos y aldeas donde se me había dicho que predicara, vestido con ropa de trabajo y llevando materiales y herramientas. Cuando veía a la policía o a alguien sospechoso, me ponía a ofrecer mis servicios a voz en cuello. Hubo hermanos que utilizaron otros métodos para eludir a los enemigos. Era muy emocionante, pero arriesgado, y no solo para los precursores, sino también para las familias que nos alojaban en sus hogares. Con todo, nos produjo gran alegría ver progresar a los estudiantes de la Biblia y aumentar la cifra de publicadores”.

Vasile Sabadâş también continuó con su precursorado pese a tener que mudarse de continuo. Era especialmente útil para localizar y ayudar a los hermanos que habían sido dispersados por la Securitate (la policía política del Estado), que constituía la pieza clave de una vasta red de seguridad del nuevo régimen comunista. “Para que no me detuvieran —cuenta Vasile—, tuve que ser muy cauteloso e imaginativo. Por ejemplo, cuando viajaba a otra zona del país, siempre tenía una razón válida para ello, como una prescripción médica para acudir a un balneario.

”Así, sin levantar sospechas, pude establecer líneas de comunicación entre los hermanos a fin de que recibieran un surtido regular de alimento espiritual. Mis lemas eran Isaías 6:8: ‘¡Aquí estoy yo! Envíame a mí’ y Mateo 6:33: ‘Sigan, pues, buscando primero el reino’. Estos versículos me impartieron el gozo y la fortaleza necesarios para perseverar.” Vasile iba a precisar estas cualidades, pues pese a ser cauteloso, como muchos otros hermanos, terminaría siendo apresado.

Se ataca con violencia a la organización de Dios

En 1948, la correspondencia con la sede mundial se hizo muy difícil, así que los hermanos recurrieron a escribir mensajes cifrados en tarjetas postales. En mayo de 1949, Martin Magyarosi envió una nota de Petre Ranca, quien también trabajaba en la oficina de Bucarest, que decía: “Todos en la familia estamos bien. Tuvimos vientos fuertes y frío intenso; por eso no pudimos trabajar en el campo”. Tiempo después, otro hermano escribió: “La familia no está en condiciones de recibir dulces”, y agregó: “Muchos están enfermos”. Quería decir que no se podía enviar alimento espiritual a Rumania y que bastantes hermanos estaban encarcelados.

Tras una decisión del Ministerio de Justicia tomada el 8 de agosto de 1949, se clausuraron la oficina de Bucarest y las viviendas, y fueron confiscadas todas las pertenencias, inclusive las personales. Durante los años siguientes, cientos de hermanos fueron detenidos y juzgados. Bajo el régimen fascista, se había acusado a los testigos de Jehová de ser comunistas; pero cuando los comunistas tomaron el poder, se los tildó de “imperialistas” y “propagandistas americanos”.

Había espías e informantes por doquier. El Yearbook (Anuario) de 1953 decía con respecto a las medidas adoptadas por los comunistas: “Son ahora tan estrictas que se apunta en la lista negra y se vigila de cerca a todo el que reciba correo de los países occidentales”. Y añadía: “Es casi imposible imaginar el nivel de terror existente. Ni siquiera se puede confiar en la propia familia. La libertad se ha esfumado”.

Ya en 1950, Pamfil y Elena Albu, Petre Ranca, Martin Magyarosi y muchos otros hermanos fueron detenidos y acusados falsamente de ser espías occidentales. Hubo quienes fueron torturados para que revelaran detalles confidenciales y confesaran que eran espías. Sin embargo, su única confesión fue que servían a Jehová y que fomentaban los intereses de su Reino. Tras ser maltratados, algunos terminaron en prisión y otros en campos de trabajos forzados. ¿Qué impacto tuvo esta ola de persecución en la obra? Aquel año de 1950, Rumania tuvo un 8% de aumento en la cantidad de publicadores. ¡Qué testimonio del poder del espíritu de Dios!

El hermano Magyarosi, que ya tenía cerca de 70 años, fue enviado a la prisión de Gherla (Transilvania), donde murió a finales de 1951. “Sus padecimientos por causa de la verdad han sido muchos e intensos —dijo un informe—, especialmente desde su encarcelamiento en enero de 1950. Ya ha dejado de sufrir.” En efecto, por unos veinte años, el hermano Martin aguantó feroces ataques del clero, los fascistas y los comunistas. Su ejemplo de integridad trae a la memoria las palabras del apóstol Pablo: “He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe” (2 Tim. 4:7). Aunque su esposa, Maria, no estuvo en prisión, fue asimismo un ejemplo de aguante frente a la adversidad. Un hermano dijo que era “una hermana inteligente que estaba plenamente dedicada a la obra del Señor”. Cuando a Martin lo detuvieron, sus familiares cuidaron de ella, entre otros su hija adoptiva, Mărioara, quien también pasó un tiempo en prisión, hasta el otoño de 1955.

“Los testigos de Jehová son muy buena gente”

En 1955, el gobierno concedió una amnistía, y se liberó a casi todos los hermanos. No obstante, su libertad iba a durar poco. Desde 1957 hasta 1964 se persiguió y se detuvo de nuevo a los testigos de Jehová, y algunos fueron sentenciados a cadena perpetua. Con todo, los hermanos presos no cayeron en la desesperación, sino que se fortalecieron unos a otros. En efecto, se les llegó a conocer por sus principios y su lealtad. “Los testigos de Jehová son muy buena gente; no van a ceder ni a claudicar de su fe”, dijo un preso político. Y añadió que donde él estaba recluido, los Testigos eran “los prisioneros más apreciados”.

En 1964 se anunció otra amnistía, pero la tregua duró poco, pues volvieron a producirse detenciones en gran escala entre 1968 y 1974. “Se nos tortura y hostiga porque difundimos el Evangelio —escribió un hermano—. Les imploramos que en sus oraciones tengan presentes a los hermanos presos. Sabemos que todo esto es una prueba que debemos soportar. Seguiremos predicando las buenas nuevas con valor, tal como se profetizó en Mateo 24:14. Pero una vez más les rogamos de todo corazón que no nos olviden.” Como veremos, Jehová oyó las emotivas y sinceras oraciones de sus fieles hermanos y los consoló de varias maneras.

Satanás siembra la semilla de la desconfianza

El Diablo no solo ataca a los siervos de Dios desde fuera, sino también desde dentro. Por ejemplo, algunos hermanos que ocupaban puestos de superintendencia antes de ser encarcelados no volvieron a ocuparlos cuando en 1955 salieron en libertad. A causa de esto se resintieron y plantaron la semilla de la discordia. Lamentablemente, después de permanecer firmes en prisión, se dejaron vencer por el orgullo cuando recuperaron la libertad. Por lo menos un hermano destacado colaboró incluso con la Securitate para no ser condenado, lo cual hizo mucho daño a los hermanos fieles y a la predicación (Mat. 24:10).

El pueblo de Dios también tuvo que hacerle frente a diferencias de opinión sobre asuntos de conciencia. Por ejemplo, cuando se detenía a los hermanos, normalmente se les permitía elegir entre ir a la cárcel o trabajar en las minas de sal. Algunos opinaban que quienes escogían la segunda opción renegaban de los principios bíblicos. Otros no aprobaban que las hermanas utilizaran cosméticos, que se fuera al cine o al teatro o que se poseyera una radio.

Pero, si miramos el lado positivo, los hermanos en general no perdieron de vista la cuestión principal: mantenerse leales a Dios. Esto se hizo patente cuando el informe de servicio de 1958 reveló que 5.288 habían participado en el servicio del campo, 1.000 más que el año anterior. Además, 8.549 asistieron a la Conmemoración, y se bautizaron 395.

En 1962 comenzó otra prueba. Aquel año, La Atalaya explicó que “las autoridades superiores” que se mencionan en Romanos 13:1 eran las autoridades gubernamentales humanas, y no Jehová Dios y Jesucristo, como se había creído. Debido al intenso sufrimiento que les habían infligido los despiadados gobernantes, a muchos hermanos rumanos se les hizo difícil aceptar el nuevo entendimiento. De hecho, hubo quienes creyeron sinceramente que era un maniobra astuta de los comunistas para tratar de someterlos por completo al Estado, algo que iba en contra del principio expuesto en Mateo 22:21.

Cierto hermano, que habló con otro Testigo que había estado en Berlín, Roma y otras ciudades, recuerda: “El hermano me confirmó que el nuevo entendimiento no era una estratagema comunista, sino alimento espiritual proveniente de la clase del esclavo. Aun así, todavía tenía dudas, de manera que le pregunté al superintendente de distrito qué debíamos hacer.

”Él me contestó: ‘Seguir adelante con la obra, eso es lo que debemos hacer’.

”Aquel consejo fue muy acertado, y me complace decir que aún ‘sigo adelante con la obra’.”

Pese a las grandes dificultades para comunicarse, la sede mundial y la sucursal que supervisaba la obra en Rumania hicieron cuanto pudieron para mantener a los hermanos al día con la verdad revelada y ayudarlos a trabajar juntos como una familia espiritual unida. A tal fin, se escribieron cartas y se prepararon artículos especiales para el Ministerio del Reino.

¿Cómo llegó este alimento espiritual al pueblo de Dios? Todos los miembros del Comité del País mantenían comunicación secreta con los superintendentes viajantes y los ancianos de las congregaciones. Tal comunicación se llevaba a cabo mediante mensajeros confiables, quienes además se encargaban de llevar las cartas y los informes a la sucursal de Suiza y entregar los que allí se originaban. Así fue como los hermanos pudieron obtener al menos algo de alimento espiritual y dirección teocrática.

Los hermanos leales también se esmeraban para fomentar un espíritu de armonía en las congregaciones y los grupos. Uno de ellos era Iosif Jucan, quien solía decir: “No podemos esperar pasar vivos el Armagedón a menos que sigamos alimentándonos espiritualmente y nos aferremos a la ‘Madre’”, refiriéndose a permanecer unidos a la parte terrestre de la organización de Jehová. Estos hermanos fueron valiosísimos para el pueblo de Dios y un baluarte contra aquellos que trataron de quebrantar su unidad.

Tácticas del enemigo

En su intento de debilitar la fe de los siervos de Jehová o de forzarlos a obedecer, los comunistas emplearon espías y traidores, así como la tortura, la propaganda engañosa y la amenaza de muerte. Entre los espías e informantes figuraban vecinos, compañeros de trabajo, apóstatas, familiares y agentes de la Securitate. Estos últimos hasta se infiltraron en las congregaciones fingiendo interés en la verdad y aprendiendo términos teocráticos. Aquellos “falsos hermanos” causaron mucho perjuicio y fueron el origen de muchas detenciones. Uno de ellos, Savu Gabor, llegó a ocupar un puesto de responsabilidad hasta que se le descubrió en 1969 (Gál. 2:4).

Los agentes del gobierno también se valían de micrófonos ocultos para espiar a los hermanos y a sus familias. Timotei Lazăr cuenta: “Mientras estuve en prisión por no servir en el ejército, la Securitate citaba a mis padres y a mi hermano menor en su sede y los interrogaba a veces hasta durante seis horas corridas. En una ocasión pusieron micrófonos ocultos en la casa. Aquella noche, mi hermano, que era electricista, se dio cuenta de que el contador de la luz giraba demasiado rápido. Miró por los alrededores y encontró dos aparatos con micrófonos. Los fotografió y los desconectó. Al día siguiente, los agentes de la Securitate fueron a buscar sus juguetes, como ellos los llamaban”.

La propaganda engañosa solía consistir en artículos adaptados que habían sido publicados en otros países comunistas. Por ejemplo, el titulado “La secta jehovista y su carácter reaccionario” ya había aparecido en un periódico ruso. El editorial acusaba a los testigos de Jehová de tener “el carácter de una organización política común”, cuyo objetivo era “llevar a cabo actividades subversivas en los países socialistas”. Y animaba a los lectores a delatar a todo el que promoviera las enseñanzas de los Testigos. Sin embargo, para cualquier persona inteligente, esta propaganda política constituía la admisión indirecta del fracaso de los enemigos, pues anunciaba a los cuatro vientos que los testigos de Jehová aún estaban muy activos y lejos de haber sido silenciados.

Cuando la Securitate capturaba a un hermano o hermana, su crueldad, aplicada con maestría, no conocía límites. Para hacerlos hablar, empleaban incluso productos químicos que causaban daño al cerebro y al sistema nervioso. Samoilă Bărăian, una de las víctimas, relata: “Durante los interrogatorios me obligaban a tomar una sustancia que era peor que las palizas. No tardé en percibir sus efectos nocivos. No podía andar derecho y era incapaz de subir escaleras. Luego empezó el insomnio. No podía concentrarme y titubeaba al hablar.

”Mi condición física continuó deteriorándose. Al cabo de un mes, más o menos, perdí el sentido del gusto. Mi aparato digestivo se colapsó, y sentía que mis extremidades iban a desencajarse. Tenía un dolor horrible. Los pies me transpiraban tan profusamente que deshice los zapatos en dos meses, y tuve que echarlos a la basura. ‘¿Por qué sigues mintiendo? —me gritaba mi interrogador—. ¿No ves en qué te has convertido?’ Hubiera reventado de rabia, pero me controlé.” Andando el tiempo, el hermano Bărăian se recuperó de aquellos malos tratos.

La Securitate también se valía de la tortura psicológica. Alexa Boiciuc recuerda: “La peor noche fue cuando me despertaron y me llevaron a una sala desde donde se oía cómo golpeaban a un hermano. Luego oí llorar a una hermana y después la voz de mi madre. Hubiera preferido que me golpearan a tener que soportar estas cosas”.

A los hermanos les garantizaban el perdón si revelaban los nombres de otros Testigos y los lugares y las horas de reunión. A las mujeres les decían que si querían un futuro mejor para sus hijos, debían abandonar a sus esposos encarcelados.

Como sus propiedades habían sido confiscadas, muchos hermanos no tuvieron otro remedio que trabajar en granjas colectivas. El trabajo no era tan malo, pero los hombres tenían que asistir a reuniones políticas, que se celebraban a menudo. Quienes no se presentaban, eran objeto de burla y perdían casi todo el sueldo. Naturalmente, esta situación creó muchas dificultades a los testigos de Jehová, pues no participaban en ninguna reunión o actividad política.

Cuando efectuaban redadas en las casas de los Testigos, los agentes del gobierno también se llevaban las pertenencias personales, sobre todo si podían venderse. Y en pleno invierno, solían romperles las cocinas (estufas), la única fuente de calor en los hogares. ¿Por qué tal despliegue de crueldad? Porque, según decían, eran buenos sitios para esconder libros. Con todo, no se silenció a los hermanos. Ni siquiera aquellos que soportaron los abusos y privaciones de los campos de trabajos forzados y las prisiones dejaron de dar testimonio de Jehová y de consolarse unos a otros, como veremos a continuación.

Se alaba a Jehová en los campos y las prisiones

Además de las prisiones, Rumania contaba con tres enormes campos de trabajos forzados. Uno, situado en el delta del Danubio, otro en la gran isla de Brăila, y un tercero en el canal que une el Danubio con el mar Negro. Desde el inicio de la época comunista, los Testigos se encontraron muchas veces en prisión con antiguos perseguidores, que habían sido encarcelados por su relación con el régimen anterior. Un superintendente de circuito fue a parar junto a veinte sacerdotes. No cabe duda de que pudo entablar muchas conversaciones interesantes con tales prisioneros.

Por ejemplo, un hermano encarcelado tuvo una larga conversación con un profesor de teología que había sido examinador de los que iban a ser sacerdotes. El hermano no tardó en descubrir que el profesor no sabía casi nada de la Biblia. Entre los presos que estaban escuchando había un general del ejército del antiguo régimen.

—¿Cómo es que un simple trabajador sabe más de la Biblia que usted? —preguntó el general al profesor.

—En los seminarios de teología se nos enseña tradición eclesiástica y otros temas afines, pero no la Biblia —repuso este.

—Confiábamos en su conocimiento, pero es deplorable ver que nos han engañado —dijo el general, no satisfecho con la respuesta.

Con el paso del tiempo, varios prisioneros adquirieron conocimiento exacto de la verdad y dedicaron su vida a Jehová, entre ellos un hombre condenado a setenta y cinco años de prisión por robo. De hecho, los cambios en su personalidad fueron tan drásticos que llamaron la atención de los carceleros. A raíz de ello, se le dio un nuevo trabajo: ir sin escolta a la ciudad y hacer las compras para la penitenciaría, tarea que no hubiera recibido normalmente una persona encarcelada por robo.

Con todo, la vida en la prisión era dura, y la comida, escasa. Los presos llegaron a pedir que no se pelaran las papas para tener algo más que comer. Comían también remolacha, hierba, hojas y otras plantas, con tal de llenar el estómago. Algunos murieron de desnutrición, y todos sufrieron de disentería.

En verano, los hermanos del delta del Danubio extraían y transportaban tierra para la construcción de un dique, y en invierno, cortaban juncos en las heladas riberas del río. Dormían en un destartalado transbordador de hierro, donde tuvieron que soportar temperaturas glaciales, mugre, piojos y crueles guardias que permanecían impávidos incluso ante la muerte de algún prisionero. Aun así, por mala que fuera la situación, los hermanos se animaban mutuamente a no desfallecer en sentido espiritual. Veamos la experiencia de Dionisie Vârciu.

Justo antes de ser liberado, un funcionario le preguntó: “¿Ha logrado la cárcel cambiar tu fe, Vârciu?”.

—Disculpe —contestó Dionisie—, pero ¿cambiaría usted un traje de calidad por uno malo?

—No —dijo el funcionario.

—Yo tampoco —prosiguió el hermano—. Durante mi encarcelamiento nadie me ha ofrecido nada mejor que mi fe. De modo que, ¿por qué razón habría de cambiarla?

Ante tal respuesta, el funcionario le estrechó la mano y le dijo: “Estás libre Vârciu. No pierdas la fe”.

Los hermanos que aguantaron como Dionisie no eran superhombres; su valor y fortaleza espiritual provenía de su fe en Jehová, fe que mantuvieron viva de formas sorprendentes (Pro. 3:5, 6; Fili. 4:13).

Estudian de memoria

“El tiempo que pasé en prisión me sirvió para prepararme teocráticamente”, recuerda András Molnos. ¿Por qué pudo decir eso? Porque vio el valor de reunirse con los hermanos todas las semanas para estudiar la Palabra de Dios. Él cuenta: “Muchas veces la información no estaba escrita en el papel, sino en la memoria. Los hermanos recordaban artículos de La Atalaya que habían estudiado antes de entrar en prisión; algunos eran capaces de recordar una revista entera, incluidas las preguntas de los artículos de estudio”. Varios habían adquirido esta habilidad excepcional copiando manualmente el alimento espiritual antes de ser encarcelados (véase el recuadro “Métodos para copiar publicaciones”, de las páginas 132 y 133).

Cuando se programaban las reuniones cristianas, los hermanos responsables anunciaban el tema que se iba a tratar, y cada recluso intentaba recordar cuanto podía, desde pasajes de las Escrituras hasta puntos aprendidos en publicaciones bíblicas cristianas. Luego, todos se juntaban para comentar la información. En la reunión se escogía un conductor que, tras la oración, planteaba preguntas adecuadas al auditorio. Cuando todos habían dado sus comentarios, él presentaba sus ideas y pasaba al siguiente asunto.

En algunas prisiones no se permitían este tipo de reuniones. Ahora bien, el ingenio de los hermanos no conocía límites. Uno de ellos recuerda: “Sacábamos de su marco la ventana del cuarto de baño y la embadurnábamos con jabón y cal que obteníamos rascando la pared. Cuando se secaba, se convertía en una pizarra en la que podíamos escribir la lección del día. Un hermano dictaba en voz baja las palabras y otro las apuntaba.

”Dado que estábamos divididos en celdas, cada una de ellas constituía un grupo de estudio, y las lecciones se pasaban a todos los integrantes. Como solo una celda poseía la pizarra, los demás hermanos recibían la información en código morse. ¿Cómo lo hacían? Uno de nosotros ‘telegrafiaba’ el artículo golpeando, lo más suave posible, la pared o las tuberías de la calefacción. Al otro lado, los hermanos de las celdas escuchaban los mensajes valiéndose de una taza que colocaban contra la pared o las tuberías. Como es lógico, los que no sabían morse tuvieron que aprender.”

En algunas prisiones se pudo recibir alimento espiritual recién preparado gracias a las no menos ingeniosas y habilidosas hermanas. Por ejemplo, cuando cocían pan, escondían publicaciones dentro de la masa. Los hermanos lo llamaban el pan del cielo. Las hermanas fueron capaces hasta de introducir secciones de la Biblia en las prisiones. Doblaban las páginas en bloques diminutos y las metían en bolitas de plástico, luego bañaban las bolitas en chocolate y las cubrían de cacao en polvo.

Lo único desagradable de todo esto era que los hermanos tenían que realizar su lectura en el baño, el único lugar en el que se podía estar a solas unos minutos, fuera del alcance de los guardias. Cuando un hermano acababa la lectura, escondía las páginas detrás de la cisterna del inodoro. Los reclusos que no eran Testigos también sabían del escondite, así que muchos disfrutaban de una lectura tranquila.

Las mujeres y los niños se mantienen íntegros

Muchos Testigos sufrieron la oposición de su familia, como dos hermanas carnales llamadas Viorica y Aurica Filip, que tenían otra hermana y siete hermanos. Viorica relata: “Aurica estaba decidida a servir a Jehová, así que en 1973 dejó la universidad de Cluj-Napoca y poco después se bautizó. Su sinceridad y entusiasmo despertaron mi curiosidad, y empecé a investigar la Biblia. Al aprender que Dios promete vida eterna en un paraíso terrestre, pensé: ‘¿Qué hay mejor que eso?’. Seguí estudiando y me resolví a poner en práctica los principios bíblicos relacionados con la neutralidad cristiana, razón por la cual me negué a afiliarme al Partido Comunista”.

Viorica continúa: “En 1975 dediqué mi vida a Jehová. Para aquel tiempo me había mudado a la casa de unos parientes de Sighetul-Marmaţiei, ciudad donde encontré trabajo de maestra. Como no quise involucrarme en política, las autoridades escolares me informaron de que al final del curso me despedirían. Mi familia, que no quería que perdiera el empleo, se opuso tanto a mí como a mi hermana”.

Hasta los niños eran objeto de intimidación, a veces por la misma Securitate. Aparte de sufrir maltratos físicos y verbales, muchos de ellos fueron expulsados de su escuela y tuvieron que matricularse en otra. A otros no les permitieron estudiar más. Incluso había agentes que intentaban reclutar a los niños para que hicieran de espías.

Daniela Măluţan, quien actualmente sirve de precursora, recuerda: “Me humillaban delante de mis compañeros porque me negué a afiliarme a la Unión de Juventudes Comunistas, una institución dedicada al adoctrinamiento político de los jóvenes. Cuando empecé a cursar noveno grado, tuve muchos problemas a causa de los agentes de la Securitate, así como de los maestros y otros empleados de la escuela que hacían de informantes. De 1980 a 1982, cada dos miércoles casi sin excepción me interrogaban en la oficina del director, a quien, por cierto, no le permitían estar presente. Las preguntas me las hacía un coronel de la Securitate muy conocido entre los hermanos del distrito de Bistriţa-Năsăud por su odio hacia nosotros y por la intensidad con la que nos perseguía. Un día se presentó con cartas que incriminaban a varios hermanos responsables. Su objetivo era socavar mi confianza en ellos, hacer que abandonara mi fe y convencerme a mí, una escolar, de que me hiciera espía de la Securitate. Fracasó por completo.

”Pero no todas mis experiencias fueron negativas. Por ejemplo, mi profesor de Historia, que era miembro del partido, quería saber por qué me interrogaban tan a menudo. Cierto día, en lugar de dar la lección, se pasó dos horas haciéndome preguntas sobre mi fe frente a toda la clase. Quedó impresionado con mis respuestas y dijo que no le parecía bien que me estuvieran tratando tan mal. A partir de entonces comenzó a respetar nuestras creencias e incluso aceptó varias publicaciones.

”Pero las autoridades escolares siguieron hostigándome y finalmente, cuando terminé el décimo grado, me obligaron a abandonar los estudios. Con todo, no tardé en encontrar un empleo. Jamás me he arrepentido de ser leal a Jehová. Siempre le doy las gracias por haber tenido unos padres cristianos que se mantuvieron íntegros pese a los abusos que sufrieron bajo el régimen comunista. Nunca olvidaré su buen ejemplo.”

Se pone a prueba a los jóvenes

La Securitate centró su campaña de oposición en los varones jóvenes, quienes mantenían una postura de neutralidad cristiana. Con el objetivo de desmoralizarlos, los arrestaban, encarcelaban y liberaban, para luego volver a arrestarlos y encarcelarlos. Uno de tales jóvenes, József Szabó, recibió una sentencia de cuatro años justo después de su bautismo.

En 1976, tras pasar dos años encarcelado, József recuperó su libertad y poco después conoció a la que sería su esposa. “Nos comprometimos y fijamos la fecha de la boda —recuerda József—. Entonces recibí otra citación del Tribunal Militar de Cluj: tenía que comparecer ante la corte el mismo día de la boda. Aun así, seguimos con los planes y nos casamos, tras lo cual me presenté en el tribunal. Aunque solo llevaba unos minutos casado, me condenaron a tres años más de cárcel, los cuales cumplí totalmente. No hay palabras que describan el sufrimiento que nos produjo aquella separación.”

Otro joven Testigo, Timotei Lazăr, explica: “En 1977, mi hermano menor y yo salimos de la prisión. Para celebrarlo, vino a casa nuestro hermano mayor, que había sido puesto en libertad un año atrás. Pero todo era una trampa: la Securitate lo estaba esperando. Llevábamos separados dos años, siete meses y quince días, y ahora volvían a encarcelar a nuestro hermano mayor debido a su neutralidad cristiana. Mi hermano menor y yo nos quedamos desolados”.

La Conmemoración

En las noches en que se celebraba la Conmemoración se intensificaban las operaciones en contra de los Testigos. Los opositores allanaban las viviendas, ponían multas y practicaban detenciones. Por eso, como medida de precaución, los publicadores se congregaban en grupos pequeños, a veces compuestos por una sola familia.

“Un año, en la noche de la Conmemoración —relata Teodor Pamfilie—, el jefe de policía local estuvo bebiendo con sus amigos hasta tarde. Entonces salió para hacer una redada en varios hogares de Testigos y le pidió a un desconocido que lo llevara en su automóvil. Sin embargo, el señor no lograba arrancar el vehículo. Al final, después de varios intentos, el motor se puso en marcha y llegaron hasta nuestra casa, donde había un grupito celebrando la Conmemoración. Pero como habíamos cubierto totalmente las ventanas y no se veía nada de luz, pensaron que no había nadie y se fueron a otra casa. Allí ya había terminado la reunión y todos se habían ido.

Mientras tanto, nosotros continuamos con el programa, y en cuanto finalizamos, los asistentes se marcharon. Solo quedábamos mi hermano y yo cuando dos policías entraron de repente y gritaron: ‘¿Qué está pasando aquí?’.

—Nada —dije—. Mi hermano y yo estamos conversando.

—Sabemos que han celebrado una reunión —dijo uno de los hombres—. ¿Dónde están los demás? —Mirando a mi hermano le preguntó—: ¿Qué hace usted aquí?

—He venido a visitarlo a él —contestó señalándome con un ademán. Los agentes, frustrados, se marcharon a toda prisa. Al día siguiente nos enteramos de que pese a su empeño, la policía no había conseguido detener ni a un solo hermano.”

La sede mundial escribe a las autoridades rumanas

En vista del maltrato al que se sometía a los testigos de Jehová, la sede mundial envió en marzo de 1970 una carta de cuatro páginas al embajador rumano en Estados Unidos, y en junio de 1971, otra de seis páginas al presidente de Rumania, Nicolae Ceauşescu. La primera decía: “Le escribimos para expresarle nuestra preocupación por la situación de nuestros queridos hermanos cristianos de Rumania”. Tras alistar los nombres de siete hermanos encarcelados debido a su fe, la carta seguía: “Se nos ha informado que algunas de estas personas han recibido un trato sumamente cruel en prisión. [...] Los testigos de Jehová no son criminales y no se involucran en ningún movimiento político ni subversivo en ningún lugar del mundo, pues sus actividades son estrictamente religiosas”. En la conclusión, se solicitaba al Gobierno que “[pusiera] fin al acoso que sufrían los testigos de Jehová”.

La misiva dirigida al presidente Ceauşescu decía que “los testigos de Jehová del país no disfruta[ba]n de la libertad de religión que conced[ía] la Constitución rumana”, pues cuando difundían sus creencias o se reunían para estudiar la Biblia, se exponían a ser arrestados y tratados con crueldad. Tras hacer referencia a una reciente amnistía por la que se había liberado a muchos hermanos, la carta añadió: “Esperábamos el inicio de una nueva era también para [...] los testigos de Jehová. Pero lamentablemente, las expectativas no se han cumplido. Las preocupantes noticias que nos llegan de todo el país son coincidentes: el Estado sigue persiguiendo a los testigos de Jehová. Les registran las viviendas y les confiscan las publicaciones. Detienen tanto a hombres como a mujeres y los llevan ante los tribunales; a algunos les imponen largas sentencias de prisión y a otros les dan un trato inhumano. Y todo eso por leer y predicar la Palabra de Dios. Además de que tales actuaciones no fomentan la buena imagen de un Estado, nos preocupa enormemente la situación de los testigos de Jehová de Rumania”.

Junto a la carta se enviaron los libros La verdad que lleva a vida eterna en rumano y Vida eterna, en libertad de los hijos de Dios en alemán.

La situación mejoró un poco para los testigos de Jehová después de 1975, cuando Rumania, junto con otras naciones, firmó el Acta Final de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, celebrada en Helsinki. Este acuerdo garantizaba los derechos humanos y las libertades fundamentales, entre ellas la libertad de religión. A partir de ese momento solo arrestaron y encarcelaron a quienes se negaban a prestar el servicio militar.

En 1986 se adoptó una nueva constitución, según la cual nadie, ni siquiera un agente de la ley, podía entrar en una propiedad privada sin el consentimiento de su dueño, salvo que contara con una orden judicial. Por fin los hermanos se sentirían más seguros celebrando reuniones cristianas, como la Conmemoración, en hogares particulares.

Impresión clandestina

Durante la proscripción, el alimento espiritual entraba clandestinamente en el país en diversas formas —tales como publicaciones y clichés de multicopistas— y luego se reproducía localmente. Aunque la información a veces venía ya en rumano y en húngaro, casi siempre había que traducirla del alemán, francés, inglés o italiano. Para introducir el alimento espiritual se utilizaron mensajeros muy variados, como por ejemplo, turistas y estudiantes extranjeros, y rumanos que regresaban de viaje.

La Securitate trató por todos los medios de interceptar a los mensajeros y descubrir dónde se producían las publicaciones. Pero los hermanos eran prudentes y trabajaban en diversas casas particulares repartidas por varias poblaciones del país. Construían en estas compartimentos secretos insonorizados donde instalaban la maquinaria. Algunos de estos cuartos se hallaban detrás de la pared donde estaba la chimenea, que había sido modificada para que pudiera correrse dejando al descubierto una entrada oculta.

Sándor Parajdi trabajó en una imprenta secreta de Tîrgu Mureş donde se producía el texto diario, Nuestro Ministerio del Reino, La Atalaya y ¡Despertad! “Trabajábamos hasta cuarenta horas los fines de semana y nos turnábamos para dormir una hora —recuerda Sándor—. El olor de los productos químicos se adhería a la ropa y a la piel. En cierta ocasión, cuando llegué a casa, mi hijo de tres años exclamó: ‘¡Papá, hueles igual que el texto diario!’.”

A Traian Chira, un padre de familia que reproducía publicaciones y las repartía por el distrito de Cluj, le habían entregado una vieja multicopista manual a la que llamaban el molino. Aunque la máquina aún imprimía, los resultados dejaban mucho que desear, así que le pidió a un hermano mecánico que la reparara. La cara seria de este hermano cuando la inspeccionó hablaba por sí sola: la vieja multicopista no tenía arreglo. Pero de repente se le iluminó el rostro y dijo: “Yo puedo construir una”. Y en realidad hizo más que eso. Montó un taller en el sótano de una hermana y, tras construir un torno, fabricó más de diez multicopistas. Estos “molinos” se repartieron por todo el país y dieron muy buen servicio.

En la década de 1980, varios hermanos aprendieron a manejar máquinas offset, que eran mucho mejores. Nicolae Bentaru fue el primero en aprender, y este enseñó a los demás. En la casa del hermano Bentaru, así como en otras, toda la familia participaba en la producción de publicaciones. Cada cual se encargaba de una tarea. Claro, trabajar en secreto no era nada fácil, sobre todo durante la época en la que la Securitate espiaba a la gente y hacía redadas en los hogares. Como era vital actuar con rapidez, los hermanos se pasaban todo el fin de semana imprimiendo y transportando las publicaciones. ¿Por qué el fin de semana? Porque de lunes a viernes tenían que presentarse en su empleo.

También debían actuar con cautela al comprar papel. Tan solo con adquirir una resma —500 pliegos—, un comprador ya tenía que explicar para qué iba a usarla. Pues bien, los hermanos gastaban hasta 40.000 pliegos al mes. Es obvio que tenían que ser muy cautos al tratar con los vendedores. Además, como había controles en las carreteras, también había que tener mucho cuidado al transportar los materiales.

El desafío de la traducción

Un pequeño grupo de hermanos y hermanas que vivían en diversos lugares del país traducían las publicaciones a los idiomas locales, entre los que figuraba el ucraniano, hablado por una minoría étnica del norte. Algunos traductores eran profesores de lengua que habían abrazado la verdad; otros habían aprendido un nuevo idioma por su cuenta, gracias a algún cursillo o algún otro método.

En aquel tiempo, los traductores escribían su traducción a mano en un cuaderno y luego la llevaban a la ciudad de Bistriţa, en el norte, para que la corrigieran. Los traductores y los correctores de pruebas se reunían una o dos veces al año para tratar cuestiones relacionadas con el trabajo. Cuando las autoridades descubrían a estos hermanos, a menudo los registraban, interrogaban, golpeaban y arrestaban. A los que arrestaban los retenían en el cuartel varias horas o varios días y luego los liberaban; después volvían a arrestarlos y liberarlos, y así sucesivamente, todo con la intención de intimidarlos. A algunos hermanos les imponían arresto domiciliario o los obligaban a presentarse todos los días ante la policía. Y no pocos fueron encarcelados, como Dumitru y Doina Cepănaru, y Petre Ranca.

Dumitru Cepănaru trabajaba de profesor de Lengua e Historia Rumana, y su esposa, Doina, era médico. La Securitate los apresó, los separó y los encarceló por un período de siete años y medio. Doina pasó cinco de esos años totalmente incomunicada. Sus nombres figuraban en la carta antes mencionada que se envió desde la sede mundial al embajador rumano en Estados Unidos. Durante su reclusión, Doina escribió 500 cartas a su esposo y a otras hermanas encarceladas a fin de infundirles ánimo.

Un año después de la detención de este matrimonio, la madre de Dumitru, Sabina Cepănaru, fue también detenida, y pasó en la cárcel cinco años y diez meses. El único miembro de la familia que quedó en libertad, aunque estrechamente vigilado por la Securitate, fue el esposo de Sabina, que también era testigo de Jehová. Pese a correr un gran riesgo, este hermano visitaba regularmente a los tres miembros de su familia que estaban confinados.

Petre Ranca, por su parte, fue nombrado secretario de la oficina de los testigos de Jehová de Rumania en 1938. Esta ocupación, sumada al trabajo de traductor, lo colocó en la lista de los más buscados por la Securitate. Lo localizaron en 1948, fue arrestado varias veces y finalmente, en 1950, lo juzgaron junto con Martin Magyarosi y Pamfil Albu. Acusado de formar parte de una red de espionaje angloamericana, Petre pasó diecisiete años en algunas de las peores prisiones del país (Aiud, Gherla y Jilava) y tres años bajo arresto domiciliario en el distrito de Galaţi. Este fiel hermano sirvió a Jehová con toda el alma hasta el fin de su carrera terrestre, el 11 de agosto de 1991.

El amor con el que estos leales hermanos han efectuado su labor nos trae a la memoria las siguientes palabras: “Dios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre, por el hecho de que han servido a los santos y continúan sirviendo” (Heb. 6:10).

Asambleas de distrito al aire libre

Durante la década de 1980, los hermanos comenzaron a reunirse en grupos más grandes —de hasta miles de personas— cuando se presentaba alguna ocasión propicia, como una boda o un funeral. En las bodas levantaban una gran carpa en algún lugar apropiado del campo y la decoraban con bonitas alfombras que contenían escenas y textos bíblicos. Se colocaban mesas y sillas para todos los “invitados” y detrás de la plataforma se colgaba un cartel con una ampliación del logotipo de La Atalaya y el texto del año. Los hermanos del lugar solían suministrar la comida, en función de sus posibilidades. Así todos disfrutaban de un doble banquete: físico y espiritual.

El programa comenzaba con el discurso de boda o funeral y seguía con varios discursos bíblicos. Como los oradores no siempre podían llegar a tiempo, había hermanos capacitados listos para sustituirlos, aunque solo contaban con la ayuda de la Biblia, pues no había copias de los bosquejos que se iban a presentar.

En el verano, la gente de la ciudad solía ir al campo para pasar el día. Los testigos de Jehová hacían lo mismo, pero aprovechaban la ocasión para celebrar pequeñas asambleas en las montañas y en los bosques. Hasta llegaron a representar dramas bíblicos con trajes de época.

Un destino turístico tradicional era el mar Negro, lugar ideal para los bautismos. ¿Cómo se bautizaba a los nuevos sin atraer la atención? Una manera era haciendo ver que jugaban. Los candidatos y algunos publicadores bautizados formaban un círculo en el agua y se pasaban un balón unos a otros. El orador se ponía en el medio y pronunciaba el discurso, tras lo cual se sumergía a los candidatos, con toda discreción, por supuesto.

Un local de apicultores

En 1980, a los hermanos de Negreşti-Oaş, localidad del noroeste de Rumania, se les ocurrió una ingeniosa manera de conseguir el permiso para construir un Salón del Reino. Como en aquel tiempo el Estado fomentaba la apicultura, un grupo de publicadores que poseían colmenas pensaron que si creaban una asociación de apicultores, tendrían la excusa perfecta para construir un lugar de reunión.

Tras consultar a los ancianos del circuito, los hermanos crearon la Asociación de Apicultores de Rumania y presentaron en el ayuntamiento un proyecto de edificación de un lugar de reuniones. Las autoridades enseguida aprobaron la construcción de un edificio de madera de 34 metros de largo por 14 de ancho [111 pies x 46 pies]. Entusiasmados, los apicultores y sus muchos ayudantes materializaron el proyecto en tres meses. Hasta recibieron un reconocimiento especial por parte de las autoridades.

En vista de que la inauguración sería un evento multitudinario que duraría varias horas, los hermanos pidieron permiso para celebrar en el local la fiesta de la cosecha de grano. Más de tres mil Testigos de todo el país se reunieron para la ocasión. Las autoridades municipales se quedaron asombradas al ver que tantas personas acudían para participar en la cosecha y en la subsiguiente “celebración”.

Como es natural, la celebración resultó ser una asamblea muy fortalecedora en sentido espiritual. En vista del uso oficial del local, en el programa abundaron las referencias a las abejas, pero en un contexto espiritual. Por ejemplo, los oradores hablaron de su laboriosidad, de su capacidad para orientarse y organizarse, del espíritu altruista y valeroso con que defienden su colmena y de muchas cualidades más.

Tras la inauguración, el Salón de las Abejas, como se lo llamó, siguió dando un buen servicio a los hermanos, no solo hasta el fin de la proscripción, sino incluso por tres años más.

Los superintendentes de zona promueven la unidad

Durante varias décadas, los comunistas hicieron lo indecible por impedir la comunicación y sembrar las semillas de la duda y la discordia entre los siervos de Dios. Y, como mencionamos antes, en ciertos casos lo consiguieron. Lamentablemente, algunas de las divisiones que causaron persistieron durante los años ochenta. Pero la visita de los superintendentes de zona y el cambio que se produjo en el clima político contribuyeron a corregir el problema.

A partir de mediados de los años setenta visitó el país varias veces Gerrit Lösch, actual miembro del Cuerpo Gobernante que servía entonces en el Comité de Sucursal de Austria. En 1988, Theodore Jaracz y Milton Henschel fueron en dos ocasiones a Rumania en representación del Cuerpo Gobernante. Los acompañaron el hermano Lösch y Jon Brenca, que era entonces betelita de Estados Unidos y les hizo de intérprete. Tras aquellas animadoras visitas, miles de hermanos que se habían mantenido separados del núcleo principal de siervos de Jehová recuperaron la confianza y regresaron al rebaño.

Mientras tanto, los constantes cambios políticos fueron estremeciendo a toda la Europa comunista, hasta que a finales de los ochenta tambalearon sus cimientos y la mayoría de esos regímenes se desplomaron. En Rumania, la situación llegó a un punto crítico en 1989, cuando el pueblo se rebeló contra el gobierno comunista. El líder del partido, Nicolae Ceauşescu, y su esposa fueron ejecutados el 25 de diciembre, y al año siguiente se formó un nuevo gobierno.

¡Libertad por fin!

Como siempre, los testigos de Jehová se mantuvieron estrictamente neutrales ante los cambios en el panorama político. Con todo, a la mayoría de los 17.000 publicadores del país, tales cambios les reportaron una libertad desconocida hasta entonces. “Tras cuarenta y dos largos años —escribió el Comité del País—, nos complace enviarles un gozoso informe de la obra en Rumania. Estamos agradecidos a nuestro amoroso Padre, Jehová Dios, quien ha escuchado las fervientes oraciones de millones de siervos suyos y ha puesto fin a una despiadada persecución.”

El 9 de abril de 1990 se registró legalmente la Organización Religiosa de los Testigos de Jehová, y los hermanos comenzaron de inmediato a preparar asambleas de circuito por todo el país. La asistencia a tales reuniones superó las cuarenta y cuatro mil personas, más del doble de la cantidad de publicadores, que había llegado casi a los diecinueve mil. El informe del servicio del campo mostró que de septiembre de 1989 a septiembre de 1990 se produjo un aumento del 15%.

En aquel entonces, el Comité del País, bajo la sucursal de Austria, supervisaba la obra. Sin embargo, en 1995, Rumania volvió a tener una sucursal, después de sesenta y seis años.

Ayuda en tiempos de inestabilidad económica

Para la década de 1980, la situación económica había empeorado mucho y los bienes básicos escaseaban. Cuando finalmente se derrocó al gobierno comunista, la economía se desplomó dejando al pueblo en graves apuros. Pero los Testigos de Austria, Hungría y las antiguas Checoslovaquia y Yugoslavia enviaron más de 70 toneladas de comida y ropa a los hermanos rumanos, quienes compartieron algunas de estas provisiones con sus vecinos no Testigos. “Cada vez que se proporcionaba ayuda —señala un informe—, los hermanos aprovechaban la oportunidad para dar un buen testimonio.”

Además de ayuda material, también se recibió una gran cantidad de alimento espiritual. Dicha abundancia hizo que a muchos se les saltaran las lágrimas, pues estaban acostumbrados a compartir una revista La Atalaya con todo un grupo. Lo que es más, el número de La Atalaya del 1 de enero de 1991 se publicó a todo color simultáneamente con la edición inglesa. Gracias a estas mejoras, se distribuyeron muchísimas más revistas en el territorio.

De estudios en grupitos a reuniones normales

Durante la persecución no se podían celebrar ciertas reuniones, como la Escuela del Ministerio Teocrático, como era debido. Los hermanos se reunían en grupos pequeños, leían la información y la comentaban, y casi siempre disponían de muy pocos ejemplares, o uno solo, de la publicación que debía estudiarse.

“La edición rumana del libro Guía para la Escuela del Ministerio Teocrático se publicó en 1992 —señala Jon Brenca, que ahora es miembro del Comité de Sucursal—. Antes, unos pocos hermanos disponían de una versión que se había imprimido en el país. En 1991 empezamos a enseñar a los ancianos a dirigir la Escuela del Ministerio Teocrático y a ofrecer consejos. Pero a muchos de ellos no les gustaba aconsejar a los hermanos desde la plataforma, como se hacía entonces, pues pensaban que se ofenderían.”

También surgieron malentendidos. Por ejemplo, en 1993, un graduado de la Escuela de Entrenamiento Ministerial visitó una congregación, y un anciano lo abordó con una copia del programa de la escuela, el cual mencionaba que las congregaciones grandes podían tener una segunda sala. Pensando que esta era para los estudiantes avanzados, le preguntó: “¿Cuándo podremos comenzar a presentar discursos en una segunda sala? Ya disponemos de hermanos capacitados que podrían subir de nivel”. Como es lógico, el visitante le aclaró con bondad el verdadero propósito de dicha sala.

“Las asambleas de circuito fueron instrumentos valiosos para educar a los hermanos —explica Jon Brenca—, pues en ellas el superintendente de distrito dirige una sesión modelo de la Escuela del Ministerio Teocrático. Aun así, se necesitaron varios años para que todos se adaptaran completamente al nuevo sistema.”

La Escuela del Servicio de Precursor, que comenzó a celebrarse en el país en 1993, ha ayudado a miles de precursores a progresar espiritualmente y a ser más eficientes en el ministerio. No resulta fácil servir de precursor en Rumania, pues es casi imposible conseguir un empleo de tiempo parcial. Pese a ello, en 2004, más de tres mil quinientos hermanos y hermanas participaron en alguna faceta del servicio de precursor.

Ayuda para los superintendentes viajantes

Roberto Franceschetti y Andrea Fabbi, que servían bajo la sucursal de Italia, fueron asignados en 1990 a Rumania para ayudar a reorganizar la obra en el país. “En aquel tiempo tenía 57 años de edad —relata el hermano Franceschetti—. Debido a la crisis económica, aquella asignación no fue nada fácil ni para mi esposa, Imelda, ni para mí.

”Cuando llegamos a Bucarest, el 7 de diciembre de 1990 a las siete de la tarde, el termómetro marcaba 12 °C bajo cero [10 °F] y la ciudad estaba cubierta por un manto de nieve. Nos encontramos con unos hermanos en el centro y les preguntamos dónde íbamos a pasar la noche. ‘Todavía no lo sabemos’, respondieron. Sin embargo, una joven cuya madre y abuela eran Testigos escuchó la conversación y enseguida nos invitó a su casa. Nos alojamos allí durante varias semanas hasta que hallamos un apartamento adecuado en la ciudad. Los hermanos también nos dieron ánimo y apoyo emocional, lo cual nos ayudó a adaptarnos a la nueva asignación.”

Roberto, graduado de la clase 43 de Galaad en 1967, y su esposa pasaron casi nueve años en Rumania ayudando desinteresadamente a los hermanos a beneficiarse de sus décadas de experiencia en el servicio de Jehová. “En enero de 1991 —explica Roberto—, el Comité del País convocó una reunión con los 42 superintendentes viajantes de Rumania. La mayoría estaban asignados a circuitos formados por seis o siete congregaciones, las cuales visitaban dos fines de semana consecutivos, normalmente sin sus esposas. Hasta entonces, los superintendentes de circuito habían tenido que trabajar para mantener a su familia y no levantar sospechas. Pero ahora podrían seguir el mismo horario que los viajantes de otros países: de martes a domingo.

”Después de explicarles el nuevo sistema a los 42 hermanos, les dije: ‘Quien desee seguir sirviendo de superintendente viajante, que levante la mano’. Nadie la alzó. En cuestión de minutos, ¡nos habíamos quedado sin superintendentes viajantes en el país! Sin embargo, tras orar y meditar al respecto, algunos cambiaron de opinión. Además, más adelante recibimos refuerzos con la llegada de graduados de la Escuela de Entrenamiento Ministerial de Alemania, Austria, Estados Unidos, Francia e Italia.”

Jon Brenca, un rumano que llevaba diez años en el Betel de Brooklyn, fue transferido a su país. Al principio, Jon sirvió de superintendente de circuito y distrito. “En junio de 1991 —recuerda— comencé a trabajar en calidad de superintendente de distrito con los superintendentes de circuito que habían aceptado servir a tiempo completo. Enseguida me di cuenta de que ellos no eran los únicos que tenían que cambiar su mentalidad, pues a las congregaciones también les costaba adaptarse al nuevo sistema. ‘Los publicadores no podrán apoyar el grupo de predicación todos los días’, decían algunos ancianos. No obstante, todos cooperaron y lograron hacer los cambios necesarios.”

La Escuela del Ministerio del Reino y la Escuela de Entrenamiento Ministerial también fueron herramientas útiles para educar a los hermanos. Durante una clase de la Escuela del Ministerio del Reino celebrada en Baia Mare, un anciano le dijo llorando a un instructor: “Aunque llevo de anciano muchos años, ahora es cuando por fin entiendo bien cómo deben hacerse las visitas de pastoreo. Estoy muy agradecido al Cuerpo Gobernante por brindarnos esta magnífica información”.

Los hermanos habían oído hablar de la Escuela de Entrenamiento Ministerial, pero la idea de celebrar una clase en el país era poco menos que un sueño. Por eso, no es difícil imaginar la alegría que sintieron cuando en 1999 se hizo realidad ese sueño y tuvieron la primera clase. Desde entonces, ya se han celebrado ocho clases más, a las que se ha invitado también a hermanos de habla rumana de los países vecinos de Moldavia y Ucrania.

“¡He encontrado la verdad!”

Aunque en la actualidad se predica regularmente a mucha gente, hay 7.000.000 de personas (un tercio de la población) que viven en territorio no asignado. Y hay varias regiones que todavía no han escuchado las buenas nuevas, por lo que la mies es aún mucha (Mat. 9:37). Ha habido precursores regulares y especiales, así como ancianos, que han tratado de ayudar mudándose a zonas no asignadas. Como resultado, se han formado nuevos grupos y congregaciones. Por otro lado, la sucursal ha invitado a las congregaciones a participar en campañas especiales para cubrir el territorio no asignado. Como en otros países, tales campañas han dado muy buenos resultados.

En un pueblo muy apartado, una señora de 83 años recibió de su hija un ejemplar de La Atalaya que había encontrado en Bucarest tirado en la basura. La anciana no solo leyó la revista, sino que además buscó todos los textos en su Biblia, que por cierto, usaba el nombre divino. Cuando volvió a hablar con su hija, le dijo emocionada: “Querida, ¡he encontrado la verdad!”.

La señora fue a hablar con el sacerdote y le preguntó por qué no le había enseñado el nombre divino a la gente. El religioso no le respondió; lo que hizo fue pedirle prestadas la Biblia y la revista para examinarlas. Ella, por respeto, accedió a su petición, y esa fue la última vez que vio ambas publicaciones. Cuando los Testigos llegaron a su pueblo, los invitó a su casa y comenzó a estudiar la Palabra de Dios con el libro Conocimiento. La anciana progresó muy bien, y en la actualidad, tanto ella como sus hijas están en la verdad.

¡Por fin asambleas en libertad!

Los testigos de Jehová de Rumania no cabían en sí de alegría cuando en 1990 celebraron en Braşov y Cluj-Napoca las asambleas de distrito “Lenguaje Puro”. Para muchos, esta era su primera asamblea. Dos semanas antes, una delegación de más de dos mil personas había asistido a la asamblea de distrito en rumano celebrada en Budapest (Hungría). Aunque las asambleas de Rumania solo duraron un día, los hermanos estuvieron encantados de escuchar a dos representantes del Cuerpo Gobernante: Milton Henschel y Theodore Jaracz. Asistieron más de treinta y seis mil personas y se bautizaron 1.445, el 8% de los publicadores.

En 1996, Bucarest iba a ser una de las sedes de las asambleas internacionales “Mensajeros de la Paz de Dios”. Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa trató por todos los medios de impedir que se celebrara. Los sacerdotes y sus feligreses pegaron carteles con frases cargadas de odio por toda la ciudad: en las propiedades de la iglesia, en los edificios y en las paredes. “Ortodoxia o muerte”, decía uno, y en otro se leía: “Pediremos a las autoridades que cancelen esta asamblea. VEN A DEFENDER LA FE DE NUESTROS ANTEPASADOS. ¡Que Dios nos ayude!”.

Dadas las circunstancias, las autoridades municipales lo pensaron mejor y denegaron el permiso para celebrar la asamblea en Bucarest. No obstante, los hermanos encontraron dos sedes en Braşov y Cluj-Napoca, donde pudieron llevarla a cabo del 19 al 21 de julio. Además, organizaron asambleas mucho más pequeñas en Bucarest y Baia Mare para los que no pudieron desplazarse a las otras dos ciudades.

A los periodistas les impresionó que los hermanos conservaran la calma y fueran capaces de reorganizar el evento en tan poco tiempo. Por ello, pese a las críticas del clero, la cobertura informativa del día antes de la asamblea fue positiva. Pero hasta las noticias negativas anteriores tuvieron un buen efecto, pues sirvieron para que se hablara del nombre de Jehová. “En tres semanas hemos recibido publicidad equivalente a varios años de testimonio en todo el país —dijo un hermano de Bucarest—. Lo que la Iglesia Ortodoxa pensó que nos detendría, en realidad resultó en el avance de las buenas nuevas.” La asistencia ascendió a 40.206, y hubo 1.679 bautismos.

En las asambleas de distrito “Hacedores de la Palabra de Dios”, del año 2000, los hermanos recibieron con emoción la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en rumano. Un joven expresó agradecido: “Cuando leí el nombre de Jehová en mi ejemplar personal, me sentí todavía más cerca de él. Les doy gracias a Jehová y a Su organización desde lo más profundo del corazón”.

Del Salón de las Abejas a un Salón de Asambleas

Con la excepción del Salón de las Abejas, mencionado anteriormente, durante la época comunista no se construyó ningún Salón del Reino. Así que cuando se levantó la proscripción, la cantidad de salones que había que edificar era abrumadora. Pero gracias en gran parte al Fondo para Salones del Reino, en los últimos años se ha logrado edificar un promedio de un salón cada diez días. Son edificios sencillos y funcionales construidos a partir de diseños estándar y con materiales fáciles de obtener. Como en otros países, la buena organización y el espíritu servicial que se evidenciaron durante las obras, sobre todo en las construcciones rápidas, han resultado en un magnífico testimonio para los vecinos, empresarios y autoridades municipales.

En el distrito de Mureş, los hermanos solicitaron permiso para abastecer de electricidad a un salón que estaba en construcción. “¿Por qué tanta prisa? —preguntó un funcionario—. La autorización tardará un mes como mínimo, y no creo que podrán avanzar mucho en ese tiempo.” Al ver la respuesta, decidieron acudir al director.

Este también preguntó: “¿Por qué tanta prisa? Acaban de colocar los cimientos, ¿verdad?”.

“Sí —respondieron los hermanos—, pero eso fue la semana pasada. ¡Ya estamos trabajando en el techo!” El director entendió la situación y les concedió el permiso al día siguiente.

El primer Salón de Asambleas, construido en Negreşti-Oaş, tiene capacidad para 2.000 personas en el auditorio principal y otras 6.000 en un anfiteatro al aire libre. El hermano Lösch aceptó encantado la invitación de pronunciar el discurso de dedicación, lo cual hizo en rumano. Más de noventa congregaciones de cinco circuitos colaboraron en la construcción. Aun antes de la dedicación, se había celebrado allí una asamblea de distrito en julio de 2003, con una asistencia de 8.572 personas. Como es lógico, el Salón de Asambleas dio pie a muchos comentarios entre la comunidad ortodoxa local, y no fueron en absoluto negativos. Es más, hasta hubo sacerdotes que alabaron a los hermanos por su buena disposición.

Ningún arma formada contra los siervos de Dios tendrá éxito

Cuando Károly Szabó y József Kiss regresaron a su país en 1911, no se imaginaban el grado al que Jehová bendeciría la obra que iban a iniciar. Piense en los siguientes datos: en los últimos diez años se han bautizado 18.500 personas y el número de publicadores ha alcanzado la cifra de 38.423. En 2005 hubo 79.370 asistentes en la Conmemoración. A fin de mantenerse al ritmo del aumento, en 1998 se dedicó un hermoso Hogar Betel, que se amplió en el año 2000. Además, en la propiedad de la sucursal también se construyó un complejo de tres Salones del Reino.

La base de este tremendo aumento se colocó durante los años de la persecución, una persecución tan despiadada que no podemos poner por escrito muchos de los detalles. No obstante, todo el mérito del aumento es de Jehová, bajo cuya sombra protectora se han refugiado sus Testigos leales (Sal. 91:1, 2). Pensando en estos, Jehová prometió: “Sea cual sea el arma que se forme contra ti, no tendrá éxito, y sea cual sea la lengua que se levante contra ti en el juicio, la condenarás. Esta es la posesión hereditaria de los siervos de Jehová, y su justicia proviene de mí” (Isa. 54:17).

A fin de no perder esa valiosísima “posesión hereditaria”, los testigos de Jehová de Rumania están resueltos a imitar la extraordinaria fe de todos los que tanto han sufrido por causa de la justicia, y de esa forma honrar sus lágrimas (Isa. 43:10; Heb. 13:7).

[Recuadro de la página 72]

Información general

Territorio: Rumania es un país de 238.000 kilómetros cuadrados [91.700 millas cuadradas], con forma más o menos ovalada y una longitud de este a oeste de 720 kilómetros [450 millas]. Limita al norte con Ucrania, al este con la República de Moldavia, al sur con Bulgaria, al suroeste con Serbia y Montenegro, y al oeste con Hungría.

Población: Entre sus 22.000.000 de habitantes figuran, además de naturales del país, húngaros, alemanes, judíos, ucranianos y romaníes. Al menos el setenta por ciento de la población pertenece a la Iglesia Ortodoxa Rumana.

Idioma: La lengua oficial es el rumano, que procede del latín, el idioma de la antigua Roma.

Recursos económicos: El 40% de la población activa se dedica a la agricultura, la ganadería, la pesca o la explotación forestal; el 25% trabaja en la minería, la construcción o la industria, y el 30% pertenece al sector servicios.

Alimentación: Los principales cultivos son el maíz, la papa, la remolacha azucarera, el trigo y la vid. La ganadería comprende la cría de vacas, cerdos, aves y, sobre todo, ovejas.

Clima: Las temperaturas y las precipitaciones varían de una región a otra, pero en general el clima es templado con cuatro estaciones bien diferenciadas.

[Recuadro de la página 74]

Las variadas regiones de Rumania

El país, fundamentalmente agrícola, está dividido en varias regiones históricas muy diferentes entre sí, como Maramureş, Moldavia, Transilvania y Dobrudja. Maramureş, en el norte, es el único territorio que escapó a la invasión romana. Sus habitantes viven en pueblos de montaña remotos y preservan la cultura de sus antepasados dacianos. En el este se halla Moldavia, con sus famosas bodegas, manantiales y monasterios del siglo XV. En Valaquia, al sur, encontramos la mayor ciudad de la nación: Bucarest, la capital.

En el interior se encuentra Transilvania, una meseta rodeada por el gran arco montañoso que forman los Cárpatos. Es en esta región de abundantes castillos, ciudades y ruinas medievales donde las obras de ficción sitúan al conde Drácula, el legendario vampiro. Este célebre personaje está inspirado en los príncipes del siglo XV Vlad Dracul (Vlad el Diablo) y Vlad Tepeş, llamado Vlad el Empalador por la forma de ejecutar a sus enemigos. Como es natural, en los recorridos turísticos de la zona se suelen visitar sus numerosas fortalezas.

La región de Dobrudja, con 250 kilómetros [150 millas] de costa bañada por el mar Negro, cuenta con el impresionante delta del Danubio. Este río, el segundo más largo de Europa, fluye por gran parte del país y forma la frontera sur. Su delta, de 4.300 kilómetros cuadrados [1.700 millas cuadradas] y alta biodiversidad, constituye la mayor reserva de humedales del continente y alberga más de trescientas especies de aves, ciento cincuenta de peces y mil doscientas de plantas, desde sauces a nenúfares.

[Recuadro de la página 87]

Del culto a Zalmoxis a la ortodoxia rumana

Durante varios siglos antes del nacimiento de Cristo, el país estuvo habitado por getas y dacios, dos tribus emparentadas que adoraban a Zalmoxis, probablemente el dios del cielo y de los muertos. Hoy, sin embargo, casi todos los rumanos profesan el cristianismo. ¿Cómo se produjo ese cambio?

Los getodacios opusieron una férrea resistencia a la ocupación romana de la península balcánica. De hecho, Decébalo, rey de la unión, derrotó en dos ocasiones al ejército romano. No obstante, a principios del siglo II, el imperio consiguió someter a la región y la convirtió en la provincia romana de Dacia. Su gran prosperidad atrajo a multitud de colonos romanos, quienes enseñaron a los dacios su idioma, el latín. En ese intercambio se formaron matrimonios mixtos, de los cuales surgieron los antepasados del pueblo rumano.

Colonos, mercaderes y comerciantes introdujeron el cristianismo nominal. En el año 332 aumentó la influencia de la cristiandad, pues el emperador Constantino pactó la paz con los godos, confederación de tribus germanas situadas al norte del río Danubio.

Tras el gran cisma que separó en 1054 a la Iglesia Oriental de la de Roma, la región quedó bajo el dominio de la Iglesia Ortodoxa Oriental, de la que se derivó la Iglesia Ortodoxa Rumana. A finales del siglo XX, esta última contaba con más de dieciséis millones de fieles, lo que la convierte en la mayor confesión ortodoxa independiente de los Balcanes.

[Ilustración y recuadro de las páginas 98 a 100]

Las bombas no lograron silenciarnos

Teodor Miron

Año de nacimiento: 1909

Año de bautismo: 1943

Otros datos: Aprendió la verdad de la Biblia en prisión. Pasó catorce años en campos de concentración nazis, así como en cárceles y campos de trabajo comunistas.

El 1 de septiembre de 1944, las tropas nazis decidieron retirarse y nos obligaron a los 152 hermanos que estábamos en el campo de concentración serbio de Bor y a otros prisioneros a partir en dirección a Alemania. Pasamos días enteros sin comer, así que cuando encontrábamos comida, como algunas remolachas de un campo cercano tiradas al borde del camino, las compartíamos con todos. Y si alguien estaba muy débil para caminar, los más fuertes lo llevaban en una carretilla.

Por fin llegamos a una estación de ferrocarril, donde, tras descansar cuatro horas, nos hicieron descargar dos vagones descubiertos para poder acomodarnos. No había sitio para que nos sentáramos, y como único abrigo cada uno disponía de una manta, que utilizamos para resguardarnos de la lluvia que no paró de caer en toda la noche. A las diez de la mañana del día siguiente, cerca de un pueblo, dos aviones bombardearon la locomotora. Ninguno de nosotros murió, aunque estábamos justo en el primer vagón. A pesar del incidente, se enganchó otra máquina a nuestro vagón y reemprendimos la marcha.

Cuando llevábamos dos horas detenidos en una estación 100 kilómetros [60 millas] más adelante, vimos a varios hombres y mujeres con canastos llenos de papas. Pensamos que se trataba de vendedores, pero en realidad eran nuestros hermanos espirituales. Se habían enterado de la situación y como se imaginaban que estaríamos hambrientos, trajeron para cada uno tres papas cocidas grandes, un pedazo de pan y un poco de sal. Aquel “maná celestial” nos sustentó hasta llegar, cuarenta y ocho horas después, a la ciudad húngara de Szombathely. Era principios de diciembre.

Allí pasamos el invierno, subsistiendo a base del maíz que encontrábamos bajo la nieve. Durante marzo y abril de 1945, la bella ciudad de Szombathely sufrió varios bombardeos que dejaron las calles sembradas de cuerpos mutilados. Muchas personas quedaron atrapadas bajo los escombros, y a veces oíamos sus gritos de socorro. Con palas y otras herramientas conseguimos sacar a algunas de ellas.

Aunque cayeron varias bombas en los edificios próximos, el nuestro seguía intacto. Cuando sonaba la sirena antiaérea, todos salían corriendo aterrorizados en busca de un refugio. Al principio, nosotros hacíamos lo mismo, pero enseguida nos dimos cuenta de que era absurdo, pues no había ningún lugar seguro. Así que decidimos quedarnos donde estábamos tratando de no perder la calma. Los guardas no tardaron en unirse al grupo, pues según ellos, nuestro Dios también los protegería. La noche del 1 de abril, la última que pasamos en Szombathely, se produjo el bombardeo más intenso. Con todo, no nos movimos del edificio, sino que nos pusimos a cantar alabanzas a Jehová y a darle gracias por la paz que sentíamos (Fili. 4:6, 7).

Al día siguiente partimos hacia Alemania. Contábamos con dos carros tirados por caballos, de modo que nos turnamos para caminar y descansar por unos 100 kilómetros [60 millas] hasta llegar a un bosque situado a 13 kilómetros [8 millas] del frente ruso. Tras pasar la noche en la propiedad de un terrateniente acaudalado, los soldados nos liberaron. Antes de irnos a nuestras casas, unos a pie y otros en tren, nos despedimos con lágrimas en los ojos agradecidos por la protección física y espiritual que nos había brindado Jehová.

[Recuadro de la página 107]

Amor cristiano en acción

En 1946, una hambruna azotó Rumania oriental. Pese a su pobreza, los testigos de Jehová de otras zonas del país menos castigadas por la segunda guerra mundial y sus efectos enviaron provisiones, ropa y dinero a sus hermanos necesitados. Por ejemplo, ciertos Testigos que trabajaban en una mina de sal en la ciudad de Sighetul Marmaţiei, cerca de la frontera con Ucrania, compraron sal, la vendieron en poblaciones vecinas y, con las ganancias, obtuvieron maíz. Asimismo, los testigos de Jehová de Estados Unidos, Suecia, Suiza y otros países colaboraron donando cinco toneladas de alimentos.

[Ilustración y recuadro de las páginas 124 y 125]

Memorizamos mil seiscientos versículos bíblicos

Dionisie Vârciu

Año de nacimiento: 1926

Año de bautismo: 1948

Otros datos: Desde 1959 pasó más de cinco años en diversas prisiones y campos de trabajo. Murió en 2002.

Durante nuestro encarcelamiento se nos permitía comunicarnos con nuestros familiares, y ellos podían enviarnos cada mes un paquete de hasta cinco kilos [10 libras]. Pero los funcionarios solo los entregaban a quienes terminaban sus trabajos obligatorios. Nosotros siempre compartíamos la comida equitativamente, lo que suponía dividirla en unas treinta porciones. En una ocasión, lo único que teníamos eran dos manzanas. Los trozos resultaron pequeños, pero, así y todo, aliviaron un poco nuestra hambre.

Aunque no poseíamos biblias ni publicaciones bíblicas, nos mantuvimos espiritualmente fuertes recordando lo que habíamos aprendido antes de entrar en prisión y conversando de ello juntos. Hicimos un programa para que todas las mañanas un hermano citara un texto bíblico. Luego nosotros lo repetíamos en voz baja y reflexionábamos sobre él durante los quince o veinte minutos de nuestro paseo obligatorio. Cuando volvíamos a la celda —éramos veinte en una habitación de dos por cuatro metros [7 por 13 pies]— comentábamos el versículo durante una media hora. Entre todos logramos recordar 1.600 versículos. A mediodía repasábamos varios temas, y unas veinte o treinta citas bíblicas relacionadas con ellos. Todos memorizábamos la información.

Había un hermano que al principio creía que era muy mayor para memorizar tantos textos, pero se estaba subestimando. Después de oírnos repetir los pasajes en voz alta cerca de veinte veces, también él pudo recordar y recitar infinidad de textos bíblicos, para su alegría.

Es cierto que pasamos hambre y estábamos débiles, pero Jehová nos mantuvo alimentados y fuertes en sentido espiritual. Incluso después de ser liberados, tuvimos que cuidar de nuestra espiritualidad porque la Securitate seguía persiguiéndonos, tratando de quebrantar nuestra fe.

[Recuadro de las páginas 132 y 133]

Métodos para copiar publicaciones

Durante la década de 1950, la forma más sencilla de reproducir publicaciones para el estudio de la Biblia era copiarlas a mano, valiéndose en muchos casos de papel carbón. Era lento y engorroso, pero tenía una ventaja: los copistas memorizaban gran parte de la información. Así, cuando los encarcelaron, pudieron animar espiritualmente a sus hermanos. También se usaban máquinas de escribir, pero eran difíciles de conseguir y además debían figurar en un registro especial de la policía.

Al final de los años cincuenta empezaron a usarse los mimeógrafos, o multicopistas. Para hacer el cliché de estas máquinas, los hermanos preparaban una mezcla de cera, cola y gelatina. Luego la vertían sobre una superficie rectangular lisa, preferiblemente de cristal, formando una capa fina. Con una tinta especial hecha por ellos mismos grababan en un papel el texto que iban a copiar. Cuando se secaba la tinta, colocaban el papel sobre la cera presionándolo de manera uniforme. Estos clichés no duraban mucho, así que siempre había que preparar clichés nuevos. Además tenían otro inconveniente: debido a que el texto se escribía a mano, el autor corría el riesgo de ser identificado por su caligrafía, como pasaba con las copias al carbón.

Desde 1970 hasta los últimos años de la proscripción, los hermanos construyeron más de diez multicopistas portátiles basándose en un diseño austriaco. El modelo manual que crearon, al que llamaron el molino, utilizaba planchas de impresión de papel plastificado. A finales de los setenta consiguieron varias máquinas offset alimentadas por hojas, pero como no sabían hacer las planchas, no pudieron usarlas. En 1985, un hermano de la antigua Checoslovaquia que era ingeniero químico les enseñó a fabricarlas, y a partir de entonces aumentaron muchísimo tanto la velocidad como la calidad de la impresión.

[Ilustración y recuadro de las páginas 136 y 137]

Jehová me preparó

Nicolae Bentaru

Año de nacimiento: 1957

Año de bautismo: 1976

Otros datos: Colaboró en la impresión durante la época comunista. Ahora sirve de precursor especial junto con su esposa, Veronica.

Empecé a estudiar la Biblia en 1972 en la población de Săcele y cuatro años después me bauticé; tenía 18 años. En aquel entonces, la obra estaba proscrita, y celebrábamos las reuniones por grupos de estudio de libro. Pese a todo recibíamos un suministro regular de alimento espiritual; hasta escuchábamos los dramas de la Biblia, que se presentaban con diapositivas a color.

Mi primera asignación después de mi bautismo fue encargarme del proyector de diapositivas. Dos años después me concedieron otro privilegio: comprar el papel para nuestra imprenta clandestina. En 1980 aprendí a imprimir y empecé a colaborar en la producción de La Atalaya, ¡Despertad! y otras publicaciones. Usábamos una multicopista y una prensa manual pequeña.

Por aquel tiempo conocí a Veronica, una magnífica hermana que había demostrado su fidelidad a Jehová, y nos casamos. Ella me ayudó muchísimo en mi labor. En 1981, Otto Kuglitsch, de la sucursal de Austria, me enseñó a manejar nuestra primera multicopista offset alimentada por hojas. En 1987 conseguimos otra máquina en Cluj-Napoca, y me enviaron para que enseñara a los hermanos a utilizarla.

Después de que en 1990 se levantó la proscripción, Veronica y yo, junto con nuestro hijo, Florin, seguimos imprimiendo y distribuyendo publicaciones durante ocho meses. Florin se encargaba de agrupar las páginas impresas antes de prensarlas, guillotinarlas, graparlas, empaquetarlas y enviarlas. En 2002 nos asignaron a los tres a servir de precursores en Mizil, una localidad de 15.000 habitantes situada a 80 kilómetros [50 millas] al norte de Bucarest. Mi esposa y yo somos precursores especiales, y nuestro hijo es precursor regular.

[Ilustración y recuadro de las página 139 y 140]

Jehová cegó al enemigo

Ana Viusencu

Fecha de nacimiento: 1951

Fecha de bautismo: 1965

Otros datos: De adolescente ayudaba a sus padres a copiar publicaciones, y más adelante colaboró en su traducción al ucraniano.

Cierto día de 1968 estuve haciendo a mano los clichés de un número de La Atalaya. Por descuido, olvidé esconderlos cuando me fui a la reunión. Regresé a casa a medianoche y pocos segundos después, escuché un automóvil detenerse. Antes de que pudiera ver quién era, irrumpieron en la casa cinco agentes de la Securitate con una orden de registro. Estaba aterrorizada, pero logré guardar la compostura. En ese instante le imploré a Jehová que me perdonara por mi descuido y le prometí que no volvería a ocurrir.

El oficial al mando se sentó junto a la mesa donde estaban los papeles —que yo había tapado con un paño apresuradamente antes de que entraran los hombres— y no se movió de allí hasta que finalizó el registro, unas horas más tarde. Mientras escribía el informe, a unos centímetros de los clichés, alisó el paño con la mano varias veces. El informe decía que los agentes no habían encontrado publicaciones prohibidas en la casa ni en poder de nadie.

A pesar de ello, se llevaron a mi padre a Baia Mare. Mi madre y yo le suplicamos a Jehová que lo ayudara y le agradecimos su protección aquella noche. Afortunadamente, mi padre regresó unos días después.

Al poco tiempo volvió a detenerse un automóvil frente a nuestra casa. Yo estaba copiando a mano unas publicaciones, así que apagué la luz y fui a mirar por las ventanas, que estaban tapadas. Vi a varios hombres uniformados con insignias brillantes en las hombreras bajarse del vehículo y entrar en la casa de enfrente. A la noche siguiente vino otro grupo a sustituir al primero, lo cual confirmó nuestras sospechas: eran espías de la Securitate. Con todo, continuamos copiando publicaciones, aunque ahora sacábamos el material por el jardín de atrás para que no nos descubrieran.

“Entre nosotros y el enemigo —solía decir mi padre— hay una columna de nube como la que separaba a los israelitas de los egipcios.” (Éxo. 14:19, 20.) Yo misma pude comprobar lo ciertas que resultaron ser aquellas palabras.

[Ilustración y recuadro de las páginas 143 y 144]

Nos salvó un tubo de escape roto

Traian Chira

Año de nacimiento: 1946

Año de bautismo: 1965

Otros datos: Fue uno de los hermanos encargados de producir y transportar publicaciones durante los años de la proscripción.

Un domingo de verano, a primera hora de la mañana, cargué en mi automóvil ocho sacos de publicaciones. Como no cabían todos en el portaequipajes, quité los asientos de atrás y puse algunos en el espacio que quedó libre. Luego los tapé con unas mantas y coloqué encima una almohada. Cualquiera que nos viera pensaría que mi familia y yo íbamos a pasar el día en la playa. Tomé la precaución de cubrir también los sacos del portaequipajes.

Después de pedir la bendición de Jehová, mi esposa, mis dos hijos, mi hija y yo partimos en dirección a Tîrgu Mureş y Braşov a fin de repartir las publicaciones. Durante el viaje cantamos cánticos del Reino. Tras haber recorrido 100 kilómetros [60 millas], llegamos a un tramo de la carretera llena de baches. La suspensión del vehículo no pudo aguantar todo el peso, y el tubo de escape recibió un golpe fuerte y se partió. Me detuve, recogí el trozo de tubo de escape que se había caído y lo puse en el portaequipajes, junto a la rueda de recambio, sobre las mantas. Luego proseguimos el viaje haciendo un ruido espantoso.

En Luduş nos dio el alto un policía con la intención de inspeccionar el automóvil. Comprobó el número de motor y el funcionamiento de la bocina, los limpiaparabrisas y los faros, entre otras cosas. Al final quiso ver la rueda de recambio. Mientras me dirigía a la parte de atrás del vehículo, me acerqué a la ventanilla y les susurré a mi mujer y a mis hijos: “Comiencen a orar. Solo Jehová nos puede ayudar”.

Cuando abrí el portaequipajes, el agente inmediatamente vio el tubo de escape roto. “¿Qué es esto? —preguntó—. Le voy a poner una multa.” Satisfecho por haber descubierto una falta, dio por concluida la inspección. Así que cerré el portaequipajes y solté un suspiro de alivio. ¡Nunca me había alegrado tanto de que me pusieran una multa! Ese fue el único susto que pasamos. Al final, los hermanos recibieron las publicaciones.

[Ilustración y recuadro de las páginas 147 a 149]

Encuentro con la Securitate

Viorica Filip

Año de nacimiento: 1953

Año de bautismo: 1975

Otros datos: Emprendió el servicio de tiempo completo en 1986. En la actualidad es miembro de la familia Betel.

Cuando mi hermana Aurica y yo nos hicimos testigos de Jehová, nuestra familia nos trató muy mal. Aunque sufrimos mucho, aquella oposición nos preparó para los futuros encuentros con la Securitate. Uno de ellos ocurrió una noche del mes de diciembre de 1988. Por entonces, yo vivía con Aurica y su familia en la ciudad de Oradea, cerca de la frontera con Hungría.

Aquella noche fui a la casa del hermano que supervisaba la traducción. Yo llevaba en el bolso una revista que estaba corrigiendo. No sabía que los agentes de la Securitate estaban registrando la vivienda e interrogando a los ocupantes y a todo el que los visitara. Afortunadamente, cuando me di cuenta de lo que pasaba, pude quemar la revista sin que me descubrieran. Después de eso, los agentes me llevaron al cuartel junto a otros Testigos, pues querían seguir interrogándonos.

Me hicieron preguntas durante toda la noche. Al día siguiente registraron mi pequeña casa, en la localidad cercana de Uileacu de Munte. Yo no vivía allí, pero los hermanos guardaban en ella material para la obra clandestina. Cuando los agentes lo descubrieron, me llevaron de regreso al cuartel y me golpearon con una porra de goma para que les dijera de quién era aquel material o quiénes estaban relacionados directamente con él. Le supliqué a Jehová que me ayudara a aguantar la paliza, y al instante me invadió una sensación de paz. El dolor de los golpes desaparecía en unos segundos. Sin embargo, enseguida se me hincharon las manos; tanto, que dudé que algún día volviera a escribir. Esa noche me pusieron en libertad. No tenía dinero, estaba exhausta y muerta de hambre.

Comencé a caminar en dirección a la terminal de autobuses con un agente de la Securitate siguiéndome los pasos. En el interrogatorio no había dicho dónde vivía, así que no podía ir directamente a casa de Aurica, pues pondría a ella y a su familia en peligro. Sin saber adónde ir, le rogué a Jehová que me ayudara porque necesitaba con urgencia algo de comer y deseaba dormir en mi cama. “¿Estoy pidiendo mucho?”, recuerdo que pensé.

Cuando llegué a la terminal, había un autobús a punto de irse. Salí corriendo y me subí, aunque no tenía con qué pagar el boleto. Dio la casualidad de que se dirigía a la localidad donde estaba mi casa. El agente de la Securitate también se subió al autobús y, después de preguntarme cuál era la siguiente parada, se bajó. Al ver aquello, pensé que habría otro agente esperándome en Uileacu de Munte. Afortunadamente, el conductor me dejó viajar sin pagar. “Pero ¿por qué voy a Uileacu de Munte?”, me pregunté. No quería ir a mi casa, pues allí no había comida, ni siquiera una cama.

Mientras le expresaba a Jehová mis preocupaciones, el conductor detuvo el autobús en las afueras de Oradea para que se apeara un amigo suyo. Aproveché esa ocasión para bajarme. Cuando se fue el autobús, me embargó una sensación de felicidad. Luego, con mucha precaución, me dirigí a la casa de un hermano al que conocía. Cuando llegué, su esposa acababa de preparar gulasch, uno de mis platos favoritos, y me invitaron a cenar.

Más tarde, cuando vi que no había peligro, fui hasta la casa de Aurica y por fin pude echarme en mi cama. Así es, Jehová me concedió mis dos deseos: una buena comida y dormir en mi cama. ¡Qué Padre tan maravilloso tenemos!

[Recuadro de la página 155]

Jóvenes concentrados en los asuntos espirituales

Durante la persecución, los jóvenes cristianos se labraron un historial de integridad digno de encomio. Muchos de ellos arriesgaron su libertad por causa de las buenas nuevas. Ahora afrontan otras pruebas, y lamentablemente algunos han bajado la guardia. Pero otros siguen concentrados en los asuntos espirituales. Por ejemplo, varios estudiantes de 16 a 18 años de Câmpia Turzii se juntan por la mañana a la hora del recreo para analizar el texto diario. Lo hacen en el patio de la escuela o en el campo de entrenamiento, y a veces se les unen otros compañeros.

Una hermana joven comenta: “El rato que paso con mis amigos analizando el texto diario es un refugio para mí, una breve pausa que me libera de la compañía de los alumnos que no sirven a Jehová. Además, me anima mucho saber que no soy la única Testigo en la escuela”. La directora y algunos profesores han elogiado la conducta de estos magníficos jóvenes.

[Recuadro de la página 160]

Se establecen legalmente las buenas nuevas

El jueves 22 de mayo de 2003, el Ministerio de Cultura y Religión de Rumania ratificó mediante una orden ministerial que la Organización Religiosa de los Testigos de Jehová, constituida el 9 de abril de 1990, es una entidad legal reconocida por el Estado. Por consiguiente, los testigos de Jehová ya pueden disfrutar de todos los beneficios legales que se conceden a las religiones aprobadas, como por ejemplo, el derecho a predicar y construir Salones del Reino. Este reconocimiento representa la culminación de numerosas batallas legales que han tenido lugar durante muchos años.

[Ilustraciones y tabla de las páginas 80 y 81]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Rumania: datos históricos

1910

1911: Károly Szabó y József Kiss regresan de Estados Unidos.

1920: Se abre una sucursal en Cluj-Napoca para supervisar la obra en Albania, Bulgaria, Hungría, Rumania y la antigua Yugoslavia.

1924: Se compra en Cluj-Napoca una propiedad para la sucursal en la que hay una imprenta.

1929: Se hace cargo de la obra la sucursal de Alemania y más tarde, la oficina central europea, situada en Suiza.

1938: Las autoridades clausuran la oficina de Rumania, situada entonces en Bucarest.

1940

1945: Se inscribe en Rumania la Asociación de los Testigos de Jehová.

1946: Asisten 15.000 personas a la primera asamblea de distrito del país, celebrada en Bucarest.

1947: Alfred Rütimann y Martin Magyarosi recorren Rumania durante agosto y septiembre.

1949: El gobierno comunista proscribe a los testigos de Jehová y se queda con todo lo que pertenece a la sucursal.

1970

1973: La supervisión de la obra pasa de la sucursal de Suiza a la de Austria.

1988: Representantes del Cuerpo Gobernante visitan Rumania.

1989: Cae el régimen comunista.

1990: Se concede reconocimiento legal a los Testigos y se organizan asambleas.

1991: La edición rumana de La Atalaya se edita a todo color y simultáneamente con la edición en inglés.

1995: Se restablece la sucursal en Bucarest.

1999: Se celebra la primera clase de la Escuela de Entrenamiento Ministerial.

2000

2000: Se presenta la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en rumano.

2004: Dedicación del primer Salón de Asambleas, situado en Negreşti-Oaş.

2005: Hay 38.423 publicadores activos en Rumania.

[Ilustración]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Publicadores

Precursores

40.000

20.000

1910 1940 1970 2000

[Mapas de la página 73]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

POLONIA

ESLOVAQUIA

HUNGRÍA

UCRANIA

MOLDAVIA

RUMANIA

Satu Mare

Oradea

Arad

Negreşti-Oaş

Baia Mare

MARAMUREŞ

Brebi

Bistriţa

Topliţa

Cluj-Napoca

Tîrgu Mureş

Ocna Mureş

TRANSILVANIA

Mtes. Cárpatos

Frătăuţii

Bălcăuţi

Ivăncăuţi

Prut

MOLDAVIA

Braşov

Săcele

Mizil

BUCAREST

VALAQUIA

Galaţi

Brăila

Danubio

DOBRUDJA

SERBIA Y MONTENEGRO

BULGARIA

MACEDONIA

[Ilustraciones a toda plana de la página 66]

[Ilustraciones de la página 69]

En 1911, Károly Szabó y József Kiss regresaron a su país para predicar el mensaje del Reino

[Ilustración de la página 70]

Paraschiva Kalmár, sentada, con su esposo y ocho de sus hijos

[Ilustración de la página 71]

Gavrilă Romocea

[Ilustración de la página 71]

Elek y Elisabeth Romocea

[Ilustración de la página 77]

Construcción de la nueva oficina de Cluj-Napoca (1924)

[Ilustración de la página 84]

Cuando se intensificó la persecución, las publicaciones se editaron con diversos títulos

[Ilustración de la página 86]

Nicu Palius llegó desde Grecia para colaborar en la predicación

[Ilustración de la página 89]

Escuchando un discurso bíblico grabado (1937)

[Ilustración de la página 95]

Martin y Maria Magyarosi (al frente), y Elena y Pamfil Albu

[Ilustración de la página 102]

Asamblea de circuito en Baia Mare (1945)

[Ilustración de la página 105]

Cartel de la asamblea de distrito celebrada en 1946

[Ilustración de la página 111]

Mihai Nistor

[Ilustración de la página 112]

Vasile Sabadâş

[Ilustración de la página 117]

Micrófonos empleados por la Securitate

[Ilustración de la página 120]

Periprava, campo de trabajo situado en el delta del Danubio

[Ilustración de la página 133]

El molino

[Ilustraciones de la página 134]

Veronica y Nicolae Bentaru en un búnker oculto bajo su casa

[Ilustración de la página 138]

Doina y Dumitru Cepănaru

[Ilustración de la página 138]

Petre Ranca

[Ilustraciones de la página 141]

Las asambleas de los años ochenta

[Ilustración de la página 150]

Primera Escuela del Servicio de Precursor celebrada en Rumania (1993)

[Ilustración de la página 152]

Roberto e Imelda Franceschetti

[Ilustraciones de las páginas 156 y 157]

Pese a la oposición del clero, millares de personas asistieron en 1996 a las asambleas internacionales “Mensajeros de la Paz de Dios”

[Ilustraciones de la página 158]

1. Complejo de siete Salones del Reino en Tîrgu Mureş

2. Sucursal de Rumania, situada en Bucarest

3. Salón de Asambleas de Negreşti-Oaş

[Ilustración de la página 161]

Comité de Sucursal, en el sentido de las agujas del reloj, desde la parte superior izquierda: Daniele Di Nicola, Jon Brenca, Gabriel Negroiu, Dumitru Oul e Ion Roman