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Ruanda

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RUANDA, la Tierra de las Mil Colinas, es uno de los países más pequeños de África y, sin duda, uno de los más bellos. Montañas, bosques, lagos y cascadas engalanan el paisaje, que ostenta una infinita variedad de plantas y animales. En la región montañosa que limita con la República Democrática del Congo, al oeste, y con Uganda, al norte, los montes Virunga exhiben sus majestuosas cumbres. * El volcán Karisimbi, un gigante dormido que a menudo se viste de blanco, asoma su pico nevado a unos 4.480 metros (14.700 pies) de altura. Bosques de bambú y frondosas selvas cubren las faldas de la cordillera. Entre las ramas y las enredaderas saltan los monos dorados, ya en peligro de extinción. Y es allí donde también, en medio de la exuberante naturaleza, se encuentra uno de los más preciados tesoros de Ruanda: el gorila de montaña.

Las abundantes mariposas y orquídeas salpican de color la exótica vegetación que se extiende hasta las orillas del lago Kivu y el Parque Nacional Nyungwe. En este último habitan cerca de trescientas especies de aves, doscientas setenta especies de árboles y más de setenta mamíferos, como el chimpancé y el colobo blanco y negro.

En el corazón del Nyungwe, un riachuelo comienza su recorrido hacia el este. De camino, más corrientes y ríos se le unen hasta desembocar en el lago Victoria. Allí, las aguas se aceleran, y más allá de Etiopía ganan fuerza para seguir su larga travesía hacia el norte. Salen de Sudán, entran a Egipto y finalmente afluyen al mar Mediterráneo. Desde sus modestos inicios en las verdes colinas de África central, este río —el Nilo⁠— recorre una distancia de 6.825 kilómetros (4.240 millas), lo cual lo convierte en uno de los más largos del planeta.

TIEMPOS DIFÍCILES

Lamentablemente, este pequeño país ha sufrido brutales actos de violencia. Cientos de miles de hombres, mujeres y niños fueron exterminados a sangre fría en uno de los peores genocidios de nuestra época. Las escenas que difundieron los medios horrorizaron a muchos. El mundo fue testigo de la crueldad con que el hombre puede tratar a su semejante (Ecl. 8:9).

¿Cómo les fue a nuestros hermanos en aquellos tiempos de terror y en los años subsiguientes? Al igual que aquel humilde riachuelo del Nyungwe, que supera todos los obstáculos, que sobrevive al intenso calor del sol africano y que se convierte en un impetuoso río, los Testigos de Ruanda siguieron sirviendo a Jehová con tenacidad. Soportaron intensa persecución, así como muchas penurias, por lo que ahora son fuente de fortaleza y ánimo para la hermandad mundial. La historia de fe, amor y lealtad de estos siervos de Dios no solo nos conmoverá, sino que nos ayudará a valorar más nuestra amistad con Jehová y a estrechar los lazos de unión con nuestros hermanos.

LLEGA LA LUZ DE LA VERDAD

El primer informe acerca de la obra en Ruanda apareció en el Anuario de los testigos de Jehová para 1971. Este decía: “En marzo de este año [1970] fue posible que dos precursores especiales entraran en Ruanda y comenzaran la predicación en la ciudad capital, Kigali. Han hallado a la gente amigable y dispuesta a responder al mensaje del Reino, y una persona que ha mostrado interés ya ha comenzado a participar en el servicio. Los precursores ya han comenzado diez estudios entre el número limitado de personas que hablan suajili. Ahora se están esforzando mucho por aprender el lenguaje kiniaruanda para dar un testimonio más amplio”.

Los precursores mencionados en el Anuario eran Oden y Enea Mwaisoba, un matrimonio procedente de Tanzania. Como no sabían kiniaruanda, el idioma nativo, comenzaron a visitar a las personas que hablaban suajili, muchas de las cuales provenían del Congo o de Tanzania. Para febrero de 1971, cuatro publicadores habían empezado a informar su servicio. Sin embargo, no había publicaciones en kiniaruanda, lo cual frenaba el progreso de la obra.

Stanley Makumba, un audaz superintendente de circuito que servía en Kenia, visitó Ruanda por primera vez en 1974. Él recuerda: “Muy pocos autobuses viajaban desde la frontera de Uganda hasta Ruhengeri, en Ruanda, así que fuimos en un camión. A mi esposa le tocó ir sentada junto al conductor. Yo, por mi parte, tuve que ir de pie y sin espacio suficiente para abrir un poco las piernas. Cuando llegamos a nuestro destino, mi esposa apenas pudo reconocerme, pues mi cabeza estaba cubierta de polvo. El viaje me provocó un dolor de espalda tan intenso que tuve que discursar sentado durante toda esa semana y durante la pequeña asamblea de circuito que se celebró después. Por otro lado, el sistema de transporte era tan impredecible que no podía avisarles a los hermanos cuándo los visitaría”.

UN RUANDÉS VUELVE A CASA

Gaspard Rwakabubu, natural de Ruanda, trabajaba como mecánico en las minas de cobre del Congo. “En 1974 —cuenta⁠— fui a la Escuela del Ministerio del Reino en Kolwezi. Uno de los instructores, Michael Pottage, me dijo que la sucursal congoleña, ubicada en Kinshasa, estaba buscando a un anciano ruandés que quisiera regresar a su país para ayudar en la predicación. ¿Estaría yo dispuesto a ir? Le dije que lo consultaría con mi esposa, Melanie.

”Para aquel entonces, me iba muy bien en el trabajo: mi sueldo seguía aumentando y mi jefe en la compañía me había ofrecido la oportunidad de ir a Alemania a recibir capacitación. Con todo, solo nos tomó unos cuantos días decidir lo que íbamos a hacer. Le dije al hermano Pottage que aceptaríamos la invitación de regresar a Ruanda. Mi jefe, confundido con mi decisión, me preguntó: ‘Pero ¿por qué tienes que regresar allá? ¿No puedes ser testigo de Jehová aquí?’. Incluso algunos hermanos bien intencionados quisieron disuadirme. Me decían: ‘Gaspard, tú tienes cuatro hijos. Acuérdate de lo que dice Lucas 14:28-30. Primero, siéntate y calcula los gastos’. No obstante, nosotros ya estábamos decididos.

”Mi jefe pagó nuestros pasajes a Ruanda. Llegamos a Kigali en mayo de 1975 y alquilamos una casa de adobe con piso de tierra. Aunque era algo completamente diferente a la cómoda vivienda que teníamos cuando trabajaba para la compañía minera, ya nos habíamos hecho a la idea de lo que afrontaríamos y estábamos seguros de que saldríamos adelante.”

Como los precursores especiales de otros países predicaban en suajili, muchas personas pensaban que su objetivo era enseñarles dicho idioma. Pero esa idea cambió tras la llegada de Gaspard y su familia, quienes pudieron predicar la verdad del Reino con la ayuda de una Biblia en kiniaruanda.

Además, el hermano Rwakabubu tradujo al kiniaruanda el folleto de 32 páginas “Estas buenas nuevas del reino”, el cual fue publicado en 1976 y atrajo la atención de muchos. Las personas lo leían en los autobuses y en las calles. El uso del nombre Jehová dio lugar a muchas conversaciones.

LOS RUANDESES ABRAZAN LA VERDAD

Para aquel entonces, solo había unos once publicadores en Ruanda, la mayoría de los cuales eran extranjeros. Justin Rwagatore, un ruandés extrovertido y sociable, fue una de las primeras personas que aprendieron la verdad en el país. Comenzó a estudiar en suajili con los precursores especiales de Tanzania, pues estos no hablaban ni francés ni kiniaruanda, y se bautizó en 1976. Vivía en Save, lugar donde, con el permiso del rey, se había establecido la primera misión católica en 1900. Justin recuerda que las personas de allí estaban ansiosas por saber lo que la Biblia realmente enseña. No obstante, el clero era hostil con los Testigos y prohibía a sus feligreses atenderlos o aceptar publicaciones.

Ferdinand Mugarura, un hermano tenaz, fue otro de los primeros ruandeses en aprender la verdad. En 1969, mientras vivía en el este del Congo, consiguió un ejemplar del libro La verdad que lleva a vida eterna en suajili. Posteriormente supo dónde podía encontrar a los testigos de Jehová. Desde entonces, él y otros dos hombres caminaban unos 80 kilómetros (50 millas) todos los viernes para asistir a las reuniones y estudiar la Biblia, y regresaban a su casa los lunes. Ferdinand se bautizó en 1975, el mismo día que uno de sus estudiantes de la Biblia. Él recuerda que, en 1976 —un año antes de ser nombrado precursor especial en Ruanda⁠— se celebró una asamblea de circuito en la sala de la casa de los Rwakabubu, a la que asistieron 34 personas y en la que se bautizaron tres.

SE NIEGA LA ENTRADA A LOS MISIONEROS

El Cuerpo Gobernante, que siempre está al tanto de dónde hay necesidad de proclamadores, ya había intentado enviar misioneros a Ruanda. En 1969, cuatro graduados de la clase 47 de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower fueron asignados a servir en el país.

Nicholas Fone recuerda: “A finales de enero, el hermano Knorr les comunicó a los estudiantes dónde serían asignados. Primero, les dijo a Paul y Marilyn Evans que se irían a Ruanda. Entonces nos dijo a mi esposa y a mí: ‘¡Y ustedes van con ellos!’. Estábamos tan emocionados que después de la reunión corrimos hasta la biblioteca de Galaad para ver en un atlas dónde está Ruanda. Poco después, recibimos una carta explicándonos que los hermanos no habían podido obtener permiso para que entráramos al país. Aunque nos desilusionamos, aceptamos un cambio de asignación: nos fuimos al Congo con Paul y Marilyn”.

En 1976, otras dos parejas de la clase 60 de Galaad fueron asignadas a Ruanda. Esta vez, los misioneros obtuvieron permiso para entrar al país. Alquilaron una casa, predicaron con mucho empeño y comenzaron a aprender kiniaruanda. No obstante, tres meses después sus visas expiraron, y los oficiales de inmigración rehusaron renovarlas, por lo que fueron asignados a Bukavu, en el este del Congo.

“TRABAJABAN ARDUAMENTE”

A mediados de los años setenta, los precursores especiales que habían llegado de Tanzania y el Congo empezaron a dejar Ruanda por diversas razones. Entretanto, hermanos ruandeses emprendieron el precursorado y comenzaron a difundir las buenas nuevas por todo el país. En 1978, el libro La verdad y otros dos tratados fueron traducidos al kiniaruanda. También empezó a publicarse en dicho idioma una edición mensual de La Atalaya. Estas publicaciones ayudaron a que más personas aprendieran el mensaje del Reino. Con respecto a los precursores ruandeses de aquellos años, el misionero Manfred Tonak dijo: “Eran un buen ejemplo para los nuevos. Trabajaban arduamente y dedicaban muchas horas al ministerio”.

Gaspard Niyongira cuenta cómo se difundían las buenas nuevas en aquel entonces. “En 1978, año en el que me bauticé, el clero se sentía muy preocupado por la cantidad de personas que se estaba poniendo de parte de la verdad. Iban cientos a nuestras asambleas. Cuando salíamos a predicar, parecíamos un enjambre de langostas. A menudo, un grupo de más o menos veinte publicadores iban predicando a pie desde el centro de Kigali hasta Kanombe, una distancia de nueve kilómetros [seis millas]. Después de almorzar, caminaban otros siete kilómetros [cuatro millas] hasta Masaka. Por la noche, regresaban a Kigali en autobús. Hermanos de otras partes del país predicaban de forma parecida. Debido a toda esa actividad, las personas creían que éramos miles de testigos de Jehová. En consecuencia, se levantaron acusaciones en contra nuestra, y las autoridades rehusaron darnos reconocimiento legal”.

Los hermanos ruandeses estaban llenos de entusiasmo por la verdad y deseaban experimentar la alegría de confraternizar con cristianos de otros países. Así que 37 Testigos de Ruanda, entre ellos niños, viajaron a Nairobi (Kenia) en diciembre de 1978 para asistir a la Asamblea Internacional “Fe Victoriosa”. El viaje de más de 1.200 kilómetros (750 millas) fue difícil, pues el transporte no era confiable y los autobuses se averiaban a cada rato. Además, tuvieron que atravesar Uganda, donde la situación política era inestable. Cuando los asambleístas llegaron a la frontera con Kenia, los oficiales ugandeses los acusaron de ser espías, los arrestaron y los llevaron al cuartel general del ejército en Kampala (Uganda). Allí los interrogó Idi Amin, el entonces presidente del país, quien satisfecho con sus respuestas, los dejó ir. Aunque se perdieron el primer día de la asamblea, estos hermanos tuvieron la dicha de reunirse pacíficamente con miles de Testigos de distintas naciones.

ESFUERZOS POR OBTENER RECONOCIMIENTO LEGAL

Las verdades bíblicas y los elevados principios morales que enseñan los Testigos no fueron del agrado de todo el mundo. El gran número de personas que estaba aceptando la verdad consternó al clero. El hermano Rwakabubu recuerda: “Muchos católicos y protestantes, entre ellos adventistas, enviaron cartas de renuncia a sus iglesias. Un hermano comparó nuestra predicación con un incendio que devoraba las religiones establecidas. La asistencia a las reuniones de la congregación de Kigali aumentó a más de doscientos. Al principio, el clero no nos prestaba mucha atención porque éramos un simple grupito. Pero según fuimos creciendo, comenzaron a acusarnos de ser una amenaza para el país. Cabe señalar que para entonces el arzobispo católico de Ruanda, Vincent Nsengiyumva, se hizo miembro del comité central del partido político en el poder.

”Debido al rápido crecimiento de nuestra obra, necesitábamos ser reconocidos legalmente a fin de invitar misioneros, construir Salones del Reino y celebrar asambleas grandes. La sucursal de Kenia le pidió al hermano Ernest Heuse, de Bélgica, que se encargara de las gestiones para obtener reconocimiento legal. No obstante, sus esfuerzos fueron en vano. Posteriormente, en 1982, la sucursal keniana nos sugirió escribir una carta dirigida al ministro de Justicia y al ministro del Interior. Dos precursores especiales y yo firmamos la misiva. Sin embargo, nunca recibimos respuesta.”

En el ínterin, la oposición aumentó. Antoine Rugwiza, un hermano muy discreto y noble, recuerda que el presidente declaró en un programa de radio nacional que no toleraría a nadie que menospreciara la “fe ruandesa”. No había duda de que se refería a los testigos de Jehová. Al poco tiempo se les prohibió reunirse. También comenzaron a circular rumores de que se producirían arrestos. El hermano Rwakabubu fue interrogado dos veces por el cuerpo de Seguridad del Estado.

En noviembre de 1982, Kiala Mwango vino desde Nairobi con su esposa, Elaine, para coordinar las asambleas de circuito de Butare, Gisenyi y Kigali. Se asignó al hermano Rwakabubu como presidente de las tres asambleas. Ahora bien, cuando concluyó la de Kigali, el hermano Rwakabubu tuvo que comparecer de nuevo ante las autoridades. Sin embargo, esta vez no regresó. Durante los próximos cuatro días, los otros dos hermanos que habían firmado la carta para solicitar reconocimiento legal también fueron encarcelados. A ninguno de los tres se le celebró un juicio; tampoco pudieron presentar una defensa. Más tarde se produjeron otros arrestos y se clausuró el Salón del Reino. El ministro de Justicia envió una carta a las prefecturas diciendo que la obra de los Testigos estaba proscrita.

Finalmente, en octubre de 1983 se celebró el juicio de los hermanos que firmaron la petición para recibir reconocimiento legal. El tribunal los acusó sin base alguna de estafar y engañar a la gente. Durante el juicio, no hubo testigos que declararan ni se presentó una sola pieza de evidencia. Con todo, los tres hermanos fueron sentenciados a dos años de prisión. No fueron liberados ni siquiera bajo un programa de amnistía que resultó en la excarcelación de varios delincuentes, entre ellos asesinos convictos. Por otro lado, en Gisenyi, cinco Testigos aguantaron casi dos años en prisión sin recibir sentencia y sin que hubiera una orden judicial para su arresto.

LA VIDA EN LA PRISIÓN

Vivir en la prisión era horrible. Los presos tenían una sola comida al día, mayormente yuca (mandioca) con frijoles. Comían carne una vez al mes. Las camas estaban plagadas de chinches y, debido al hacinamiento, muchos dormían en el piso. El agua escaseaba. Los hermanos tenían que compartir sus celdas con violentos criminales, y los guardias los maltrataban. No obstante, uno de los guardias, Jean Fataki, era amable con los Testigos. Con el tiempo aceptó un estudio bíblico y se bautizó. En la actualidad es un fiel precursor.

El hermano Rwakabubu comenta: “Mientras estuvimos en la prisión, el arzobispo celebró una misa para los presos católicos y les dijo que tuvieran cuidado con los testigos de Jehová. Poco después, algunos se acercaron a nosotros para preguntarnos por qué el arzobispo había dicho eso si ellos veían que los Testigos no eran peligrosos”.

Por aquel entonces, Roger Poels, de Bélgica, llegó a Kigali con su esposa, Noella, para cumplir con un contrato laboral. Como el hermano Rwakabubu y los otros dos precursores aún estaban en prisión, Roger solicitó una audiencia con el ministro de Justicia a fin de explicarle nuestras creencias y preguntarle respetuosamente por qué el gobierno perseguía a los Testigos. El ministro paró en seco la conversación diciendo: “Señor Poels, ¡ya he escuchado suficiente! Se irá en el próximo avión a Bruselas. No lo queremos en este país”.

Como ninguno de los tres hermanos transigió, tuvieron que cumplir su sentencia completa. No obstante, el segundo año fueron transferidos a una prisión donde las condiciones eran mucho mejores. Finalmente, los liberaron en noviembre de 1984.

SE RECRUDECE LA PERSECUCIÓN

La oposición siguió empeorando. En un programa radial se dijo que los testigos de Jehová eran personas indeseables y unos extremistas. Para marzo de 1986, ya se había arrestado a muchos hermanos por todo el país. Entre los detenidos estuvo Augustin Murayi, quien debido a su neutralidad cristiana fue destituido de su posición como director general del Ministerio de Educación Primaria y Secundaria. Los periódicos y, en especial, la radio criticaron con dureza su postura.

Hasta hermanas embarazadas y con hijos pequeños fueron arrestadas. Para finales de 1986, todos los detenidos habían sido trasladados a la prisión de Kigali en espera de su juicio. Como los Testigos no entonaban himnos patrióticos, no llevaban la insignia del presidente ni compraban la tarjeta del partido, el público tenía la falsa impresión de que eran unos rebeldes que buscaban derrocar el gobierno.

Con una sonrisa en sus labios, Phocas Hakizumwami recuerda: “Entre los primeros arrestados estaban algunos hermanos de nuestra congregación en Nyabisindu. Pensando en que seríamos los próximos, nos preparamos para recibir un cambio de asignación: predicar dentro de la cárcel. Pero antes organizamos una extensa campaña de predicación para abarcar el territorio que ya teníamos asignado. Fuimos a los mercados y distribuimos un sinnúmero de libros y revistas. Le pedimos a Jehová que nos ayudara a terminar antes de que fuéramos encarcelados. Y así sucedió. Completamos nuestro territorio el 1 de octubre de 1985, y siete días después nos arrestaron”.

Un año más tarde, agentes de la Seguridad del Estado detuvieron a Palatin Nsanzurwimo y a su esposa, Fatuma. Después de que registraran su casa y los interrogaran durante ocho horas, se los llevaron a la cárcel junto con sus tres hijos. El hermano menor de Palatin, quien los siguió desde que salieron de su casa, logró quedarse con el niño de cinco años y la niña de cuatro. Palatin y Fatuma fueron encarcelados con su niñita de catorce meses. Posteriormente, se transfirió a Fatuma a otra prisión, en la cual estuvo nueve meses.

Por aquel entonces, los cuatro hijos de Jean Tshiteya fueron expulsados de la escuela. Poco después, las autoridades registraron su casa, arrestaron a su esposa y dejaron a los niños solos. No pasó mucho tiempo antes de que Jean también fuera arrestado y enviado a la prisión de Butare, donde estaban tanto su esposa como otros hermanos. Más tarde, todos los Testigos presos en Butare fueron trasladados a Kigali. Mientras tanto, algunos hermanos de Kigali se encargaron de cuidar a los hijos de los Tshiteya.

Él recuerda: “Cuando llegaba algún hermano de otra prisión a la de Kigali, nos saludábamos alegremente diciéndonos: ‘Komera’ (o sea, ‘¡Ánimo!’). En cierta ocasión, uno de los guardias escuchó el saludo y replicó: ‘Ustedes están locos. ¿Cómo puede alguien cobrar ánimo en la prisión?’”.

Los arrestos no desanimaron a las personas que de veras querían aprender la verdad. De hecho, la persecución a menudo tuvo buenos resultados. Por ejemplo, a Odette Mukandekezi, una hermana dinámica y extrovertida que estuvo encarcelada, le sucedió lo siguiente: “Cierto día, me encontré con una niñita llamada Josephine, quien estaba arreando ganado. Ella había leído en su Biblia que los primeros cristianos fueron difamados, perseguidos, azotados y encarcelados. Y como sabía que a los Testigos también nos habían perseguido, golpeado y arrestado, llegó a la conclusión de que teníamos la verdad. Por tanto, solicitó un estudio bíblico, y en la actualidad es una hermana bautizada”.

Durante la proscripción, había que introducir las publicaciones al país clandestinamente. Gaspard Niyongira, quien trabajaba de chofer y solía viajar a Nairobi (Kenia), tenía en su camión un compartimiento secreto donde podía esconder hasta seis cajas de libros. Por su parte, Henry Ssenyonga, del oeste de Uganda, usaba su motocicleta para llevar revistas a Ruanda.

Las reuniones de congregación tenían que hacerse en grupos pequeños. Si las autoridades sospechaban de que los hermanos se estaban reuniendo en una casa, la registraban. El hermano Niyongira recuerda: “Nos reuníamos en un cuarto que había construido junto a mi casa. Metíamos las publicaciones en bolsas de plástico y las enterrábamos, cubriéndolas de carbón”.

Durante el período en el que más arrestos hubo, Jean-Marie Mutezintare, quien en aquel entonces estaba recién bautizado, se las arregló para asistir a la Asamblea Internacional “Mantenedores de Integridad” celebrada en Nairobi en diciembre de 1985. En el camino de regreso a Ruanda, los hermanos del oeste de Uganda les dieron algunas revistas a él y a Isaie Sibomana. En la frontera, las autoridades encontraron las revistas, y los hermanos fueron esposados e interrogados. Tras pasar la noche en la fría celda de una prisión cercana, fueron transferidos a la cárcel de Kigali, donde se reunieron con los 140 Testigos que había allí. ¡Qué animador y fortalecedor fue para aquellos hermanos escuchar de primera mano el informe de la asamblea!

En la prisión, los hermanos llevaban a cabo sus reuniones, predicaban, dirigían estudios bíblicos y enseñaban a algunos prisioneros a leer y escribir. Además, ayudaban a prepararse para el bautismo a los nuevos publicadores, quienes, o estaban estudiando la Biblia cuando fueron arrestados, o aprendieron la verdad en la prisión.

LA VISITA DEL SUPERINTENDENTE EN LA PRISIÓN

Refiriéndose a la situación en la prisión de Kigali en 1986, un hermano explica: “Había muchos Testigos encarcelados. Hicimos una reunión para ver cómo podíamos animar a los hermanos que estaban en libertad y decidimos escribirles una carta. Les dijimos que regresaríamos a nuestros hogares cuando termináramos el territorio de la prisión. Predicábamos de cama en cama y dirigíamos estudios bíblicos. Posteriormente, cuando oímos que un superintendente viajante visitaría las congregaciones, oramos a Jehová para que también nos visitara. No pasó mucho tiempo antes de que el hermano Rwakabubu, quien era el superintendente de circuito, fuera encarcelado por segunda vez. Así que, después de todo, nosotros también disfrutamos de la visita”.

Durante todo aquel período, solo transigió un hermano, quien se puso la insignia del partido. Cuando lo hizo, los prisioneros que no eran Testigos lo golpearon, lo patearon, lo insultaron y lo llamaron cobarde. Su esposa, quien era estudiante de la Biblia, quiso saber por qué no se había mantenido íntegro y le pidió una explicación. Más tarde, él escribió una carta a los jueces diciéndoles que había cometido un error y que quería seguir siendo Testigo. También escribió a la sucursal de Kenia para pedir perdón. En la actualidad, este hermano sirve fielmente a Jehová.

LA PREDICACIÓN FUERA DE LA CÁRCEL

El celo de los hermanos que seguían en libertad no disminuyó. De hecho, predicaban un promedio de veinte horas al mes. Uno de ellos, Alfred Semali, comenta: “Nunca me arrestaron, pero siempre estaba a la expectativa. Aunque habían cerrado el Salón del Reino, nos reuníamos en pequeños grupos y seguíamos predicando. Yo colocaba mis revistas dentro de un sobre y me iba al pueblo como si fuera a buscar trabajo. Cuando veía una buena oportunidad, ofrecía las revistas y hablaba de la Biblia.

”En 1986 se encarceló a muchos de los hermanos y personas interesadas, algunas de las cuales apenas habían comenzado a estudiar la Biblia. Todos demostraron lealtad inquebrantable. Por su parte, los Testigos de otros países escribieron al presidente de Ruanda expresando su sentir con respecto al trato injusto que se daba a los hermanos. En la radio se dijo que llegaban cientos de cartas al día. Y se obtuvieron buenos resultados, pues al año siguiente, el presidente ordenó la liberación de todos. ¡Estábamos contentísimos!”. Poco después, los ancianos organizaron un bautismo en Kigali. En aquella ocasión se bautizaron 36 personas, de las cuales 34 solicitaron de inmediato el precursorado auxiliar.

El promedio de publicadores en 1986, cuando la persecución estaba en todo su apogeo, fue de 435; de estos, 140 cumplieron una condena en prisión. Habiendo superado una difícil prueba de fe, estos hermanos se convirtieron en los pilares de la organización de Jehová en Ruanda (Sant. 1:3).

Por fin, la turbulenta década de 1980 quedó en el pasado, y las congregaciones comenzaron a disfrutar de un período de crecimiento y de cierta medida de paz. Pero ¿cuánto duraría? ¿Demostrarían las muchas personas que abrazaron la verdad que su fe estaba edificada con materiales incombustibles? (1 Cor. 3:10-15.) ¿Podrían soportar las pruebas que se avecinaban?

GUERRA E INESTABILIDAD POLÍTICA

Para 1990, había casi mil publicadores en Ruanda. No obstante, el panorama político se había hecho inestable. En octubre de ese año, las fuerzas del Frente Patriótico Ruandés entraron por Uganda, invadiendo el norte del país.

Ferdinand Mugarura, un Testigo valeroso que había estado encarcelado en dos ocasiones debido a su fe, vivía en Ruhengeri cuando comenzó la invasión. Él recuerda: “El odio tribal se extendía con rapidez. Aun así, los hermanos se mantuvieron neutrales y no apoyaron las facciones políticas ni cedieron a los prejuicios étnicos. En consecuencia, algunos tuvieron que huir de sus hogares, y otros perdieron sus trabajos”.

Una hermana viuda con tres hijos, quien había estado presa en la década de los ochenta, era maestra en una escuela. Como se negó a hacer contribuciones para el ejército, el director se lo informó a las autoridades militares, y fue encarcelada nuevamente. Cuando las tropas rebeldes invadieron el pueblo donde ella estaba encarcelada, abrieron la prisión, y todos los reos, menos la hermana, escaparon. Una vez se retiraron las tropas, las autoridades la transfirieron a la prisión de Kigali. Estando allí oró a Jehová para saber la fecha de la Conmemoración, pues no quería perdérsela. Para su sorpresa, fue liberada el mismo día en que se celebraría. Por su neutralidad, esta hermana perdió su casa y su trabajo, pero llegó a ser una entusiasta precursora.

Gracias a la intervención internacional, por un tiempo cesó la entrada de rebeldes desde Uganda. En 1991 se tomaron medidas para establecer una estructura multipartidista en el país. Surgieron partidos grandes y pequeños, lo cual dio lugar al tribalismo y al regionalismo. Algunos eran de posturas moderadas, mientras que otros eran extremistas. Por primera vez, la neutralidad de los Testigos se veía con buenos ojos. Puesto que no apoyaban ningún bando, tanto el gobierno como el pueblo dejaron de considerarlos una amenaza.

En septiembre de 1991, una delegación internacional de Testigos, acompañada por los ruandeses Gaspard Rwakabubu y Tharcisse Seminega, visitó a importantes funcionarios del gobierno en Kigali. El grupo habló con el nuevo ministro de Justicia, quien fue muy amable. Los hermanos agradecieron su colaboración y le solicitaron con respeto que concediera libertad religiosa a los testigos de Jehová.

En enero de 1992, sin contar aún con reconocimiento legal, los hermanos celebraron una asamblea de distrito en Kigali. Godfrey y Jennie Bint recuerdan muy bien la ocasión: “Para ese tiempo, estábamos sirviendo en Uganda y nos sorprendió recibir una carta de la sucursal de Kenia en la que se nos pedía que pasáramos tres semanas en Ruanda ayudando con los preparativos de la asamblea y la grabación del drama. Los hermanos fueron sumamente hospitalarios, y cada día distintas familias nos invitaban a comer. Se rentó un estadio de fútbol privado para la asamblea, y los preparativos ya estaban en marcha cuando llegamos. Los hermanos habían organizado la grabación del drama y, pese al poco equipo disponible, el resultado fue muy bueno. Aunque muchos publicadores del norte no pudieron obtener permiso para viajar y las fronteras con Burundi y Uganda estaban cerradas, hubo una asistencia de 2.079 el domingo, y 75 personas se bautizaron”.

POR FIN SE OBTIENE RECONOCIMIENTO LEGAL

Unos cuantos meses después, el 13 de abril de 1992, la organización de los testigos de Jehová en Ruanda por fin quedó legalmente registrada. La larga lucha por proclamar las buenas nuevas pese al acoso, la proscripción y los encarcelamientos había quedado en el pasado. Ahora los testigos de Jehová tenían ante sí un futuro alentador y la perspectiva de seguir creciendo.

El Cuerpo Gobernante no tardó en enviar misioneros al país. Entre los primeros que consiguieron el visado estuvieron Henk van Bussel, quien había servido en la República Centroafricana y en Chad; y Godfrey y Jennie Bint, que habían estado en Zaire (la actual República Democrática del Congo) y en Uganda. También se nombró un Comité de País para supervisar la predicación.

El hermano Bint relata lo que sucedió cuando ellos tres llegaron a Ruanda: “A los pocos días conseguimos una casa adecuada para el hogar misional cerca del Salón del Reino. De inmediato nos concentramos en aprender kiniaruanda, pero descubrimos, al igual que los precursores especiales que habían venido en los setenta, que era todo un desafío. Por ejemplo, uno de los libros de texto daba esta explicación: ‘Las letras CW se pronuncian TCHKW’. También recuerdo que una hermana nos enseñó que para poder pronunciar la sílaba shy en la frase isi nshya (‘la nueva tierra’) teníamos que sonreír”.

Ese mismo año se alcanzó un nuevo máximo de publicadores: 1.665. Luego, en enero de 1993, se celebró otra asamblea de distrito en Kigali. Esta vez, la asistencia fue de 4.498 y se bautizaron 182 personas. Kiala Mwango fue el representante de la sucursal de Kenia. Ninguno de los asistentes se imaginaba que un pedazo de tierra frente al estadio donde se llevó a cabo la asamblea llegaría a ser el lugar donde en 2006 se construiría la sucursal.

Aunque las tropas rebeldes invadieron de nuevo el norte del país, la predicación no menguó. Para 1993, el ejército invasor estaba a unos cuantos kilómetros de Kigali. La frontera con Uganda seguía cerrada, y el fuego de artillería pesada podía escucharse en las colinas cerca de la capital. Un millón de personas se vieron obligadas a huir del norte del país. Entre estas se contaban 381 hermanos, los cuales fueron acogidos por los Testigos de Kigali y sus alrededores. Más adelante, en Arusha (Tanzania) se negoció un cese al fuego, se estableció una zona desmilitarizada y el gobierno ruandés accedió a compartir el poder con las fuerzas invasoras y diversos partidos políticos.

UN DÍA ESPECIAL DE ASAMBLEA

También en 1993 se planificó un día especial de asamblea en el Estadio Regional de Kigali. Sin embargo, los encargados del estadio programaron otra actividad para la misma fecha: un partido de fútbol, el cual comenzaría a las tres de la tarde. Los hermanos disfrutaron de la sesión de la mañana, pero antes de que diera inicio la de la tarde, comenzaron a llegar los aficionados, y la policía no pudo detenerlos. Como el administrador del local dijo que el partido terminaría a las seis, los hermanos se fueron y regresaron a esa hora para escuchar el resto del programa.

Esta situación provocó un poco de tensión, pues estaba en vigor un toque de queda. Después de las seis no podía haber vehículos transitando, y las personas tenían que estar dentro de sus casas para las nueve de la noche. No obstante, a eso de las siete se transmitió un anuncio por radio en el que se dijo que el toque de queda se pospondría para las once de la noche. Por otro lado, el suministro de energía del lugar no era confiable, pero como no se cumplieron los términos de arrendamiento, el alcalde de Kigali proveyó electricidad para la asamblea. Incluso brindó transportación gratis después del programa. Así pues, los hermanos pudieron disfrutar de la asamblea entera. Imagínese su sorpresa cuando salieron del estadio y vieron que una gran cantidad de autobuses esperaba por ellos.

Günter Reschke visitó Ruanda a finales de septiembre de 1993. “La sucursal de Kenia me envió a Kigali para dirigir junto al hermano Rwakabubu la Escuela del Ministerio del Reino —recuerda⁠—. Aunque para aquel entonces el país ya contaba con 1.881 publicadores, solo había 63 ancianos. La tensión política reinaba por doquier, y se hablaba de un conflicto en el norte. No obstante, nadie jamás imaginó lo que estaba a punto de suceder en el país. La escuela resultó ser alimento espiritual al tiempo apropiado, pues fortaleció la fe de los ancianos y les permitió desarrollar sus aptitudes como pastores, algo muy necesario en vista de los negros nubarrones que se avecinaban.”

PLANES PARA ESTABLECER UNA OFICINA

A finales de marzo de 1994, Leonard Ellis y su esposa, Nancy, vinieron desde Nairobi para estar presentes en algunos días especiales de asamblea y para ayudar a la oficina de traducción. La sucursal en Nairobi había recomendado que la casa misional y la oficina de traducción estuvieran en el mismo lugar. Por consiguiente, al estudio de La Atalaya que se celebró el lunes 4 de abril asistieron el equipo de traducción con sus nuevos miembros, el Comité de País, los misioneros y los hermanos Ellis. Eran, sin duda, momentos emocionantes, un preámbulo del crecimiento que se esperaba.

Tras completar su trabajo, los Ellis dejaron el país en lo que al parecer fue el último avión de pasajeros que salió de Kigali en meses. Al día siguiente, por la tarde, el hermano Rwakabubu llamó a la casa misional con una buena noticia: la embajada rusa había renunciado a sus derechos sobre el terreno en que los hermanos siempre habían querido construir una oficina central. De modo que se programó una reunión para el jueves 7 de abril con oficiales del Ministerio de Tierras. No obstante, dicha reunión nunca llegó a celebrarse.

COMIENZA EL GENOCIDIO

En la noche del miércoles 6 de abril, un avión fue derribado y estalló en llamas cerca de Kigali. A bordo iban los presidentes de Ruanda y Burundi. No hubo sobrevivientes. Muy pocas personas se enteraron de la noticia aquella noche; en la estación de radio oficial no se hizo anuncio alguno.

Henk van Bussel y Godfrey y Jennie Bint jamás olvidarán lo que pasó después. “La mañana del 7 de abril —explica el hermano Bint⁠— nos despertó el sonido de disparos y explosiones de granadas. Al principio, no nos pareció extraño, pues hacía meses que la situación del país era muy inestable. Sin embargo, mientras preparábamos el desayuno, recibimos una llamada. Era Emmanuel Ngirente, que se encontraba en la oficina de traducción. Se había enterado por la radio local que los presidentes habían muerto en un accidente de avión y que el ministro de Defensa había advertido que nadie saliera de sus hogares.

”Cerca de las nueve de la mañana, algunos saqueadores entraron en la casa del vecino, robaron su auto y mataron a su esposa.

”No pasó mucho tiempo antes de que soldados y saqueadores llegaran a nuestro hogar. Dieron golpes en el portón de metal y tocaron el timbre. Nos quedamos en silencio; ninguno de nosotros salió a abrirles. Por alguna razón, no intentaron forzar la entrada y se fueron a otras casas. No había manera de salir, ya que los disparos de las armas automáticas y las explosiones se escuchaban por todas partes y bastante cerca. Nos fuimos al pasillo que conducía a las habitaciones, el cual estaba en el centro de la casa, a fin de protegernos de las balas perdidas. Como nos dimos cuenta de que la situación iba para largo, decidimos racionar el alimento: nos propusimos preparar una comida al día y dividirla entre todos. Al día siguiente, tras haber acabado de comer, estábamos escuchando las noticias internacionales en la radio cuando de pronto Henk gritó: ‘¡Están saltando la cerca!’.

”Sin pensarlo dos veces, nos metimos dentro del baño, cerramos la puerta y oramos juntos a Jehová. Antes de terminar la oración, escuchamos a la milicia y a los saqueadores haciendo pedazos las puertas y las ventanas. En cuestión de minutos teníamos dentro de la casa a más de cuarenta personas —hombres, mujeres y niños⁠— vociferando y volcando los muebles. También escuchábamos tiros mientras se peleaban por las cosas que encontraban.

”Tras cuarenta minutos —que para nosotros fueron una eternidad⁠— trataron de abrir la puerta del baño. Pero como no pudieron, empezaron a romperla. Al ver que no teníamos escapatoria, decidimos salir. Los hombres actuaban como locos y estaban drogados. Nos amenazaron con machetes y cuchillos. Jennie le pedía a gritos a Jehová que nos ayudara. Uno de los hombres levantó su machete y, con el lado liso de este, golpeó a Henk en la nuca. Por el golpe, Henk cayó dentro de la bañera. De algún modo, pude conseguir dinero para dárselo a los agresores, quienes comenzaron a pelear por él.

”De pronto, notamos que un joven nos estaba mirando. Nosotros no lo conocíamos, pero él nos reconoció, tal vez por la predicación. Nos agarró, nos metió de vuelta al baño y nos pidió que cerráramos la puerta. Entonces dijo que nos salvaría.

”El saqueo continuó como por treinta minutos más; después, todo quedó en silencio. Finalmente, el joven regresó y nos dijo que ya podíamos salir. Insistió en que dejáramos la casa de inmediato y nos sacó de allí. No tuvimos tiempo para llevarnos nada. Afuera vimos los cuerpos de los vecinos que habían sido asesinados. Dos miembros de la Guardia Presidencial nos escoltaron a la casa de un oficial militar que vivía cerca. Él, a su vez, nos acompañó hasta el hotel Mille Collines, donde ya se habían refugiado muchas personas. El 11 de abril, tras largas horas de ansiedad, los militares nos llevaron por una ruta alterna hasta la parte trasera del aeropuerto. Llegamos al vestíbulo del Betel de Kenia, en Nairobi, despeinados y desaliñados. Henk, quien había sido separado de nosotros durante la evacuación, llegó unas horas más tarde. La familia Betel nos ofreció todo su apoyo y amor.”

LA ORACIÓN DE UNA NIÑITA LOS SALVÓ

El día después de que el avión en el que viajaban los presidentes de Ruanda y Burundi se estrellara, seis soldados del gobierno fueron a la casa del hermano Rwakabubu. Sus ojos estaban rojos y su aliento olía a alcohol. Además, su forma de actuar demostraba que estaban drogados. Le exigieron al hermano que les diera armas, pero él les dijo que en la casa no había ninguna porque eran testigos de Jehová.

Los soldados sabían que los Testigos eran neutrales, que habían rehusado apoyar al gobierno y que no hacían contribuciones al ejército, y esto los hizo rabiar. Gaspard y Melanie Rwakabubu, no eran tutsis, pero la milicia Interahamwe estaba matando también a hutus moderados, especialmente si tenían sospechas de que ayudaban a los tutsis o al ejército invasor.

Los soldados golpearon con palos a Gaspard y Melanie. Luego, los llevaron, junto con sus cinco hijos, a una habitación. Sacaron las sábanas de la cama y comenzaron a envolver a los miembros de la familia con ellas. Algunos tenían granadas en sus manos, así que sus intenciones eran obvias. Gaspard les preguntó: “¿Nos permiten orar primero?”.

Uno de los soldados le negó con desdén su petición. Pero, tras un breve intercambio de palabras, los soldados aceptaron, aunque a regañadientes. “Está bien —dijo uno⁠—. Tienen dos minutos”.

Todos oraron en silencio, con la excepción de la pequeña Deborah, de seis años, quien lo hizo en voz alta. Dijo: “Jehová, ellos quieren matarnos, pero papá y yo dejamos cinco revistas en la predicación. ¿Y cómo vamos a volver a las casas de esas personas? Ellas nos están esperando y necesitan aprender la verdad. Te prometo que si no nos matan, voy a ser publicadora, me voy a bautizar y seré precursora. ¡Sálvanos, Jehová!”.

Al oír esto, los soldados se quedaron atónitos. Finalmente, uno de ellos dijo: “Gracias a la oración de esta niñita, no los vamos a matar. Si luego vienen otros, díganles que ya estuvimos aquí”. *

EMPEORA LA SITUACIÓN

La guerra se intensificaba a medida que el ejército invasor (el Frente Patriótico Ruandés) iba ganando terreno en la capital, Kigali. Desesperados, los de la Interahamwe comenzaron a asesinar a más personas.

Por toda la ciudad y en las intersecciones de los caminos, soldados del gobierno y miembros de la milicia Interahamwe establecieron controles de carretera con el fin de identificar a los tutsis y asesinarlos. Todos los hombres fuertes y sanos tenían que ayudar día y noche a la Interahamwe en dichos controles.

Las matanzas seguían ocurriendo por doquier, y cientos de miles de ruandeses, incluidos Testigos, dejaron sus hogares. Muchos buscaron refugio en el Congo y Tanzania.

FRENTE A LA GUERRA Y LA MUERTE

Los relatos a continuación son de hermanos y hermanas que sufrieron lo indecible. No hay que olvidar que los testigos de Jehová de Ruanda habían aguantado férrea oposición en la década de los ochenta. Ese período de prueba fortaleció aún más su fe y su valor. Sin fe no hubieran podido mantenerse alejados del mundo, ni tampoco evitar involucrarse en asuntos políticos y militares (Juan 15:19). Y fue su valor lo que los ayudó a enfrentar las consecuencias de permanecer neutrales, a saber: el desprecio, la restricción de su libertad, la persecución y la muerte. Estas cualidades, junto con su amor por Jehová y el prójimo, impulsaron a los Testigos a negarse a participar en el genocidio y a arriesgar sus vidas a fin de protegerse unos a otros.

No se pueden incluir todas las experiencias que vivieron los hermanos. De hecho, la mayoría de ellos no busca vengarse y prefiere olvidar los detalles aterradores de su historia. Esperamos que su testimonio nos motive a demostrar más plenamente el amor que identifica a los verdaderos seguidores de Cristo (Juan 13:34, 35).

LA HISTORIA DE JEAN Y CHANTAL

Jean de Dieu Mugabo, un hermano muy alegre y cariñoso, comenzó a estudiar con los testigos de Jehová en 1982. Antes de su bautismo en 1984 ya había sido encarcelado tres veces debido a su postura basada en la Biblia. En 1987 se casó con Chantal, que también se había bautizado en 1984. Para cuando comenzó el genocidio, Jean y Chantal tenían tres hijas. Las dos mayores estaban en casa de sus abuelos, que vivían en otro pueblo, y la pequeña, de tan solo seis meses, estaba con ellos.

Durante el primer día del genocidio (7 de abril de 1994), los soldados del gobierno y los milicianos de la Interahamwe comenzaron a asaltar los hogares tutsis. A Jean lo arrestaron y lo apalearon; pero logró escapar, y junto con otro Testigo, se refugió en un Salón del Reino cercano. Mientras tanto, y sin saber lo que había ocurrido con su esposo, Chantal intentaba por todos los medios salir de la ciudad con su bebé a fin de reunirse con sus otras dos hijas.

Jean cuenta lo que le pasó después: “El Salón del Reino donde nos refugiamos había sido antes una panadería y tenía una gran chimenea. La primera semana nos escondimos en el auditorio mismo, y una hermana hutu buscaba la manera de traernos comida sin ser descubierta. Más adelante tuvimos que ocultarnos entre el falso techo y las láminas metálicas del tejado. Pero durante el día nos asábamos. En la desesperación por hallar otro escondite, le hicimos un agujero a la chimenea quitando algunos ladrillos. Allí pasamos más de un mes en cuclillas.

”Para colmo, no muy lejos había un control de carretera, y los de la Interahamwe solían entrar al salón para guarecerse de la lluvia o conversar. Desde donde estábamos podíamos escuchar sus voces. Hubo momentos en que pensé que ya no podía más, pero tanto mi compañero como yo le pedíamos continuamente a Jehová que nos diera aguante. La hermana continuó trayéndonos comida siempre que le fue posible, y por fin, el 16 de mayo, vino a decirnos que el Frente Patriótico Ruandés había tomado el control de la zona y que podíamos salir.”

Pero ¿qué sucedió con Chantal, la esposa de Jean? Ella misma relata: “Conseguí abandonar la casa junto con mi bebé el 8 de abril. Pronto me encontré con dos hermanas: Immaculée, quien tenía una tarjeta de identidad que confirmaba que era hutu, y Suzanne, una tutsi. Queríamos llegar a Bugesera, un pueblo como a 50 kilómetros [30 millas] de donde estábamos. Allí vivían mis padres, con quienes estaban mis otras dos hijas. Sin embargo, nos enteramos de que había controles en todas las carreteras que salían de la ciudad, así que decidimos irnos a una aldea que quedaba justo a las afueras de Kigali. Immaculée tenía allí un familiar Testigo llamado Gahizi. Él era hutu y, pese a las amenazas de sus vecinos, nos recibió en su casa e hizo todo lo posible por protegernos. Lamentablemente, cuando los soldados del gobierno y la Interahamwe se enteraron de que Gahizi había albergado tutsis, lo mataron.

”Tras matar a Gahizi, los soldados nos llevaron a un río para ejecutarnos. Asustadísimas, esperábamos el fin. De pronto surgió una discusión entre los soldados. Uno de ellos dijo: ‘No mates mujeres, nos traerá mala suerte. Ahora solo hay que matar hombres’. Entonces, uno de varios hermanos que nos había seguido hasta allí nos llevó a su casa. Su nombre era André Twahirwa y llevaba solo una semana de bautizado. A pesar de que sus vecinos protestaron, nos alojó esa noche. Al otro día nos acompañó hasta Kigali, donde esperaba encontrar un lugar seguro para escondernos. Con su ayuda, cruzamos varios controles de carretera muy peligrosos y, en todos, Immaculée llevaba a mi niña en brazos. De ese modo, si nos detenían a mí y a Suzanne, la bebé se salvaría. Tanto Suzanne como yo ya habíamos roto nuestra tarjeta de identidad con el fin de pasar por hutus.

”Pero en el último de los controles, los de la Interahamwe le pegaron a Immaculée y le dijeron: ‘¿Qué haces con estas tutsis?’. Como a Suzanne y a mí no nos dejaron pasar, Immaculée y André siguieron hasta la casa de los hermanos Rwakabubu. Más tarde, André y otros dos Testigos, Simon y Mathias, arriesgaron sus vidas para ayudarnos a cruzar el control de carretera. A mí me llevaron a casa del hermano Rwakabubu, y a Suzanne la dejaron con unos parientes.

”No obstante, en casa de los Rwakabubu corría peligro de ser descubierta, así que los hermanos me trasladaron al Salón del Reino. No fue nada fácil llegar hasta el salón, donde se habían refugiado diez hermanos y hermanas tutsis, así como otras personas. Immaculée, siempre tan leal, no quiso abandonarme. Decía que si me mataban a mí, se aseguraría de salvar a mi bebé.” *

Cerca del salón vivía Védaste Bimenyimana, un hermano casado con una tutsi. Védaste acababa de encontrar un lugar seguro donde ocultar a su familia. Tras dejarlos allí, ayudó a los que estaban en el salón a hallar un refugio adecuado. Felizmente, todos sobrevivieron.

Tras el genocidio, Jean y Chantal se enteraron de que habían sido asesinados más de cien familiares suyos, entre ellos sus padres y sus dos hijas, de tan solo dos y cinco años de edad. ¿Cómo se sintieron al escuchar estas devastadoras noticias? Chantal confiesa: “Al principio, el dolor era insoportable y nos sentíamos aturdidos. Nadie se imaginaba que los muertos llegaran a ser tantos. Lo único que pudimos hacer fue dejar el asunto en manos de Jehová y aferrarnos a la esperanza de volver a ver a nuestras niñas en la resurrección”.

OCULTOS POR SETENTA Y CINCO DÍAS

En los días del genocidio, Tharcisse Seminega, quien se bautizó en el Congo en 1983, estaba viviendo en Butare (Ruanda), a 120 kilómetros (75 millas) de Kigali. “Poco después de que el avión del presidente se estrellara en Kigali —cuenta⁠—, en casa escuchamos que se había ordenado la ejecución de todos los tutsis. Dos hermanos trataron de organizar nuestra huida a través de Burundi, pero la Interahamwe vigilaba todas las carreteras y los caminos.

”No había adónde ir; estábamos presos en nuestro propio hogar. Cuatro soldados vigilaban la casa, y uno de ellos se había apostado a unos 180 metros (200 yardas) con una ametralladora. Al ver que no teníamos escapatoria, oré: ‘Jehová, ya no hay nada que podamos hacer. ¡Solo tú puedes salvarnos!’. A la noche llegó un hermano corriendo hasta nuestra casa, y los militares le permitieron entrar por unos minutos. Temía que ya nos hubieran matado y sintió un gran alivio al comprobar que aún estábamos vivos. El hermano consiguió llevarse a su casa a dos de nuestros hijos. Luego le informó a Justin Rwagatore y Joseph Nduwayezu que el resto de mi familia permanecía escondida y que necesitábamos ayuda para escapar. Ellos vinieron de inmediato, aprovechando la oscuridad de la noche, y pese a las dificultades y al peligro, lograron llevarnos hasta el hogar de Justin.

”Ahora bien, no nos pudimos quedar en casa de Justin mucho tiempo, pues a la mañana siguiente los vecinos ya sabían que estábamos allí. Durante el día vino un hombre llamado Vincent a avisarnos de que la Interahamwe se preparaba para asaltar la casa y matarnos. Vincent había estudiado la Biblia con Justin, pero no había abrazado la verdad. Él nos sugirió que nos ocultáramos en la maleza de los alrededores, y en la noche nos llevó hasta su casa. Una vez allí, nos escondió en una choza circular hecha de barro que se usaba para guardar cabras. El techo de la choza era de paja y no tenía ventanas.

”Los días y las noches en aquel escondite se nos hicieron largos. Estábamos cerca de un cruce y a pocos metros del mercado más concurrido de la zona. Escuchábamos a los transeúntes hablar sobre lo que habían hecho y lo que pensaban hacer. Oír los espantosos relatos acerca de las masacres en las que habían participado nos puso más nerviosos todavía, por lo que no dejábamos de suplicarle a Dios que nos protegiera.

”Durante el mes que pasamos allí, Vincent hizo todo lo que pudo para cubrir nuestras necesidades. Pero a finales de mayo, nuestra situación se volvió más peligrosa, pues comenzaron a llegar miembros de la Interahamwe que huían desde Kigali. Por tanto, los hermanos decidieron trasladarnos a la casa de un Testigo que tenía una especie de bodega subterránea en la que ya había otros tres hermanos. Nos tomó cuatro horas y media completar a pie el peligroso recorrido hasta su casa. Gracias a Dios, aquella noche llovió torrencialmente, lo cual nos brindó cierta protección.

”El nuevo escondite estaba a metro y medio (cinco pies) bajo tierra, y tenía un tablón de madera por puerta. Para llegar a él, había que bajar una escalera y gatear a través de un túnel. La bodega misma medía unos dos metros (seis pies) cuadrados, olía a humedad y, con la excepción de un pequeño rayo de luz que se colaba por una abertura, estaba completamente a oscuras. Mi esposa, Chantal, mis cinco hijos, los otros tres hermanos y yo permanecimos seis semanas en aquel claustrofóbico agujero. No nos atrevíamos ni siquiera a encender una vela de noche por temor a que nos descubrieran. Con todo, Jehová nos sostuvo durante nuestra tribulación. Los hermanos arriesgaron su vida para venir a animarnos y a traernos comida y medicamentos, y de vez en cuando, podíamos encender una vela durante el día para leer la Biblia, La Atalaya o el texto diario.

”Todo llega a su fin, y el de nuestro encierro llegó el 5 de julio de 1994, cuando Vincent nos comunicó que Butare había pasado a manos del ejército invasor. Salimos tan pálidos de la bodega que algunos pensaron que éramos extranjeros. Además, acostumbrados a decirlo todo en susurros, no fuimos capaces de hablar en voz alta durante un tiempo. Nos tomó varias semanas recuperarnos.

”Esta experiencia tuvo un profundo impacto en mi esposa, quien por fin, tras diez años de haberse negado a estudiar la Biblia, comenzó a hacerlo. A la gente que le pregunta por qué cambió de parecer, ella le contesta: ‘El amor que los Testigos nos mostraron y los sacrificios que hicieron para salvarnos me ablandaron el corazón. Además, me di cuenta de que fue la mano poderosa de Jehová la que nos libró de los machetes’. Chantal dedicó su vida al servicio de Dios y se bautizó en la primera asamblea que hubo después de la guerra.

”Le debemos la vida a todos los hermanos y hermanas que oraron por nosotros y que contribuyeron de una manera u otra a nuestra supervivencia. Su amor tan profundo y sincero trascendió las barreras étnicas.”

AYUDA PARA LOS QUE AYUDARON

Justin Rwagatore, uno de los hermanos que contribuyó a salvar a la familia Seminega, necesitó años después que lo rescataran a él. El viejo régimen ya lo había encarcelado en 1986 por negarse a participar en política, y el nuevo gobierno lo volvió a arrestar a él, así como a otros hermanos, por la misma razón. Tharcisse Seminega formó parte de la delegación que acudió a las autoridades para aclarar la postura neutral de los Testigos. Él explicó que si no hubiera sido por Justin, su familia no hubiera sobrevivido al genocidio. Como resultado de su testimonio, todos los hermanos fueron liberados.

Por otra parte, la conducta de los testigos de Jehová durante el genocidio impulsó a algunos a aceptar la verdad. A Suzanne Lizinde, una señora católica de sesenta y tantos años, le desilusionó ver cómo la Iglesia apoyó las matanzas. Pero el ejemplo de amor y abnegación de sus vecinos Testigos la motivó a estudiar la Biblia, y su progreso fue notable. Se bautizó en enero de 1998 y jamás se perdió una reunión, aunque para llegar a ellas tenía que caminar cinco kilómetros (tres millas) por los caminos de las colinas. También ayudó a los suyos a aprender la verdad. Hoy uno de sus hijos es anciano, y uno de sus nietos, siervo ministerial.

UN ÉXODO MASIVO

Henk van Bussel, misionero que llegó a Ruanda en 1992 y que había sido evacuado a Kenia en abril de 1994, viajó en varias ocasiones a Goma (en el este del Congo) a fin de ayudar con el programa de socorro para los refugiados ruandeses. En los cruces de frontera, los hermanos iban de acá para allá sosteniendo en alto publicaciones bíblicas y cantando o silbando cánticos del Reino, esperando que así los Testigos ruandeses los reconocieran.

Presas del pánico, cientos de miles de ruandeses cruzaron las fronteras del Congo y Tanzania huyendo de la guerra entre el Frente Patriótico Ruandés y el ejército nacional. En Goma, el punto de encuentro para los testigos de Jehová era el Salón del Reino. Pronto se estableció justo a las afueras de la ciudad un campo de refugiados exclusivamente para Testigos, sus hijos y personas interesadas en la verdad. En este campo se pudo albergar a más de dos mil personas, y en otras partes del este del Congo se establecieron campos similares.

Quienes huían de Ruanda eran en su mayoría hutus que temían represalias; pero los Testigos que buscaban asilo eran tanto hutus como tutsis. Ahora bien, los tutsis que intentaban abandonar su país y pasar a Goma corrían el riesgo de que los mataran. De hecho, se llegó a pagar hasta 100 dólares por persona para pasar clandestinamente por la frontera a los hermanos tutsis.

Los Testigos que llegaban al Congo deseaban estar únicamente entre hermanos, pues querían mantenerse alejados de los milicianos de la Interahamwe que seguían activos en los campos de refugiados de las Naciones Unidas. La mayoría de los refugiados que no eran Testigos apoyaban al gobierno que los rebeldes intentaban derrocar, así que, empezando por los de la Interahamwe, odiaban a los hermanos por no haber colaborado en la defensa. Además, los hermanos tutsis solo estarían a salvo en campos para Testigos.

Los Testigos que salieron de Ruanda tuvieron que dejar atrás todas sus pertenencias, pero sus hermanos de Bélgica, el Congo, Francia, Kenia y Suiza les enviaron dinero, medicinas, alimento y ropa, así como personal para la atención médica. La sucursal de Francia también mandó pequeñas tiendas de campaña en uno de los primeros aviones de socorro. Y más adelante, los hermanos belgas enviaron tiendas más grandes que podían alojar a familias enteras. Además, se recibieron catres y camas inflables. Por su parte, la sucursal de Kenia contribuyó con más de dos toneladas de ropa y sobre dos mil frazadas.

SE DESATA EL CÓLERA

En el Salón del Reino de Goma y en sus alrededores se refugiaron durante los primeros días del éxodo más de mil Testigos y personas interesadas. Sin embargo, debido a la enorme cantidad de refugiados que había en Goma se desató un brote de cólera. La sucursal del Congo envió enseguida medicamentos para combatir la epidemia, y el hermano Van Bussel voló desde Nairobi con 60 cajas de medicinas. El Salón del Reino fue transformado en hospital, y se trató de aislar a los contagiados. Dos médicos Testigos, entre ellos Loic Domalain, y un hermano enfermero de Ruanda llamado Aimable Habimana, trabajaron día y noche. El hermano Hamel, de Francia, y otros voluntarios con experiencia en el campo de la medicina también fueron de gran ayuda.

Pese a todos los esfuerzos, se contagiaron más de ciento cincuenta hermanos y personas interesadas, y antes de que la enfermedad se pudiera contener, murieron cuarenta de ellos. Más adelante se alquiló un terreno más grande y se pudo establecer un campo de refugiados para Testigos donde se instalaron cientos de tiendas de campaña. Una gran carpa que enviaron los hermanos de Kenia sirvió de hospital. El orden y la limpieza del campamento impresionó muchísimo al personal sanitario estadounidense que lo visitó.

Para principios de agosto de 1994, el comité de socorro de Goma atendía a 2.274 refugiados, entre los cuales se contaban Testigos, niños y personas interesadas. Además, había muchos refugiados Testigos en las ciudades de Bukavu y Uvira, al este del Congo, así como en Burundi. Y 230 hermanos se refugiaron en Tanzania.

Los hermanos de la oficina de traducción, quienes habían tenido que huir de Kigali, alquilaron una casa en Goma. Y gracias a que habían logrado traer desde Kigali una computadora y un generador, pudieron continuar con su labor.

El texto traducido debía enviarse a Nairobi, pero en Goma el servicio postal y el telefónico eran prácticamente inexistentes. Sin embargo, con la colaboración de unos hermanos que trabajaban en el aeropuerto, se aprovechó un vuelo semanal de Goma a Nairobi para enviar correspondencia. La sucursal de Kenia se valió del mismo método para mantenerse en contacto con los hermanos de Goma.

Emmanuel Ngirente y otros dos hermanos hicieron todo lo que pudieron por continuar traduciendo, pero las condiciones no eran las mejores. Algunos artículos de La Atalaya se quedaron sin traducir debido a la guerra, pero tan pronto como fue posible salieron publicados en folletos especiales que los hermanos analizaron en el Estudio de Libro de Congregación.

LA VIDA EN LOS CAMPOS DE REFUGIADOS

Mientras aún seguía llegando a Goma gente de Kigali, una hermana llamada Francine —cuyo esposo, Ananie, había sido asesinado⁠— fue transferida a uno de los campamentos de los Testigos. Ella nos cuenta cómo era la vida allí: “Todos los días había hermanos asignados a preparar las comidas. Primero hacíamos el desayuno, que consistía en una papilla de maíz o de mijo, y al mediodía preparábamos el almuerzo. Tras completar nuestras tareas, nos poníamos a predicar. Hablábamos principalmente con los familiares no Testigos que había en el campamento, pero también con las personas que vivían cerca de él. No obstante, cuando los de la Interahamwe se enteraron de que los Testigos tenían campamentos solo para ellos, se enfurecieron, y el ambiente se volvió más tenso”.

Para noviembre de 1994 estaba claro que las condiciones en Ruanda eran propicias para el regreso de los hermanos. De hecho, era recomendable partir, pues la situación en los campos de refugiados del Congo era cada vez más crítica. Pero volver a Ruanda no sería nada fácil. La Interahamwe intentaba reorganizarse para atacar, y cualquiera que quisiera regresar a Ruanda era considerado un traidor.

Los hermanos le informaron al nuevo gobierno ruandés que tenían la intención de volver al país. Aclararon también que ellos eran neutrales y que no habían participado en el genocidio de los tutsis. Los oficiales les aconsejaron que llegaran a un acuerdo con la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que poseía vehículos destinados a la repatriación. Sin embargo, para evitar que la Interahamwe les impidiera a los Testigos regresar a Ruanda, hubo que idear una estrategia.

Se anunció que habría un día especial de asamblea en Goma, y hasta se hicieron carteles. Luego se informó en secreto a los hermanos que en realidad iban a volver a Ruanda. A fin de no levantar sospechas, se les pidió que dejaran todas sus pertenencias en el campamento y que se llevaran solo sus biblias y sus cánticos, como si fueran a una asamblea.

Francine, mencionada anteriormente, recuerda que caminaron unas cuantas horas hasta un lugar donde había unos camiones que los llevarían a la frontera. Ya en Ruanda, el ACNUR los trasladó hasta Kigali, y luego a las distintas zonas donde vivían. Así pues, la mayoría de los Testigos y personas interesadas en la verdad, junto con sus familiares, fueron repatriados a Ruanda en diciembre de 1994. El periódico belga Le Soir publicó la siguiente noticia el 3 de diciembre de 1994: “Mil quinientos refugiados ruandeses abandonaron Zaire [Congo] porque veían su seguridad comprometida. Eran testigos de Jehová que vivían en su propio campamento al norte del campo de refugiados de Katale. Este grupo religioso fue intensamente perseguido por el gobierno anterior debido a su negativa a portar armas y a participar en mítines políticos”.

Tras volver a Ruanda, Francine viajó a una asamblea de distrito celebrada en Nairobi, donde disfrutó del compañerismo de los hermanos y recibió consuelo por la muerte de su esposo. Más adelante regresó a la oficina de traducción, que ya se había restablecido en Kigali, y tiempo después se casó con Emmanuel Ngirente. En la actualidad, ambos sirven en la sucursal.

¿Cómo pudo Francine lidiar con el dolor que experimentó durante la guerra? Ella contesta: “Todos teníamos la mente fija en una sola cosa: aguantar hasta el fin. Nos propusimos no pensar demasiado en lo que nos estaba sucediendo, por terrible que pareciera. Personalmente, el texto de Habacuc 3:17-19, que habla sobre hallar felicidad en circunstancias extremas, me sirvió de consuelo. Además, los hermanos me animaron muchísimo, y varios me escribieron cartas. Todo esto me ayudó a mantener una perspectiva espiritual y positiva. Jamás he olvidado que Satanás tiene muchas maneras de atraparnos, y si nos quedamos estancados debido alguna prueba, podríamos caer víctimas de otra. Es muy fácil debilitarse si uno no permanece atento”.

DE VUELTA EN RUANDA

El hermano Van Bussel hizo mucho a favor de los Testigos que volvieron a Ruanda. Él relata: “A fin de ayudar a los hermanos a rehacer sus vidas tras la guerra, instauramos un plan de asistencia. Dicho plan también benefició a quienes se habían quedado en Ruanda pero que habían perdido casi todo. Se asignó a hermanos a visitar las congregaciones y evaluar la situación. Luego se entregó un paquete con artículos de socorro a cada familia o individuo de acuerdo con sus circunstancias. Todos entendieron que después de tres meses tendrían que cubrir sus propias necesidades”.

Claro está, también se atendieron las necesidades espirituales de la hermandad. Para ello, el equipo de traducción regresó a la casa de Kigali que se usaba como oficina. El hermano Van Bussel cuenta que había agujeros de bala por todas partes, pero por lo menos la mayoría de los libros estaban en el almacén. Ahora bien, por meses se siguieron encontrando balas en las cajas de publicaciones. ¡Uno de los traductores incluso halló una granada en el jardín! En octubre de 1995, cerca de un año después de regresar a Kigali, el equipo alquiló un edificio mucho más cómodo y adecuado al otro lado de la ciudad. Allí vivieron y trabajaron hasta que se construyó la nueva sucursal en 2006.

“¡ERA COMO SI ESTUVIÉRAMOS EN LA RESURRECCIÓN!”

La mayoría de los hermanos que se habían refugiado en el Congo regresaron justo a tiempo para la asamblea de distrito que oportunamente se tituló “Temor Piadoso”. Dicha asamblea se celebró en diciembre de 1994 en el terreno de uno de los Salones del Reino de Kigali y contó con la asistencia de hermanos de Francia, Kenia y Uganda. El viernes por la mañana el lugar estaba repleto. Una hermana recuerda: “Algunos no se habían visto desde que comenzó la guerra y hasta se daban por muertos, así que fue conmovedor verlos fundirse en un abrazo y derramar lágrimas al reencontrarse”. Otra hermana dijo: “¡Era como si estuviéramos en la resurrección!”.

Uno de los que vinieron a la asamblea desde Kenia fue Günter Reschke. Él relata: “Fue muy emotivo reunirnos de nuevo y volver a ver a los que habían sobrevivido. Pero no todo fue dicha y alegría. A las autoridades les preocupó que hubiera tanta gente congregada, así que temprano en la tarde llegaron unos soldados armados a disolver la reunión. Dijeron que por motivos de seguridad teníamos que salir de inmediato. Aunque pudimos animar a algunos, al final nos vimos obligados a volver a Nairobi. Nos dolió que los hermanos no hubieran podido disfrutar de su asamblea, pero al menos hicimos todo lo posible por motivarlos a permanecer fieles; y nos dio la impresión de que eso era precisamente lo que estaban decididos a hacer”.

Ahora que el país gozaba de cierta medida de paz, muchos ruandeses que vivían en el extranjero decidieron regresar. También volvieron algunos que habían nacido fuera del país debido a que sus padres huyeron durante los disturbios políticos y las luchas étnicas de los años cincuenta y sesenta. Entre las personas que regresaron se contaban Testigos que habían aprendido la verdad en el extranjero. Uno de ellos fue James Munyaburanga. Él y su familia se hicieron Testigos en la República Centroafricana. Como al nuevo gobierno de Ruanda le apremiaba llenar sus puestos vacantes, se los ofrecieron a los recién llegados, y el hermano Munyaburanga recibió una de tales ofertas. Sin embargo, sus familiares y compañeros de trabajo le hicieron la vida imposible debido a su postura cristiana. Finalmente decidió solicitar la jubilación temprana y hacerse precursor regular. Ahora es el representante legal de la organización de los testigos de Jehová en Ruanda.

Ngirabakunzi Mashariki, un tutsi que aprendió la verdad en el este del Congo, dice: “Fui objeto de discriminación por años. Por eso, cuando conocí a los testigos de Jehová, me pareció que estaba en otro planeta. Hallarme por fin entre personas consecuentes, que viven en armonía con lo que enseñan, fue para mí un milagro. Además, durante el genocidio de 1994 pude palpar el amor de los hermanos. Ellos me escondieron a mí y a mi familia y nos brindaron protección. En 1998 se me invitó a servir en Betel, y todavía disfruto de ese privilegio junto a mi esposa, Emerance. Espero con ilusión la llegada del nuevo sistema de cosas, donde el prejuicio y la discriminación serán algo del pasado y donde la Tierra entera estará habitada por personas que invoquen el nombre de Jehová y moren en unidad”.

SE REANUDA LA OBRA

En marzo de 1994, justo antes de que comenzara la guerra, había 2.500 publicadores en Ruanda. Ahora bien, pese a que muchos murieron en el genocidio, para mayo de 1995 se alcanzó un nuevo máximo de 2.807 publicadores. La gente sincera entraba a raudales en la organización de Jehová. Por ejemplo, una precursora especial llegó a tener veintidós estudiantes de la Biblia, así como una larga lista de personas en espera. Un superintendente de circuito observó: “La guerra ayudó a la gente a darse cuenta de que no valía la pena afanarse por las cosas materiales”.

En enero de 1996 se celebró la Asamblea de Distrito “Alabadores Gozosos”. ¡Y qué gozo sintieron los asistentes! Hay que recordar que la asamblea anterior se había cancelado, así que esta fue en realidad la primera que se llevó a cabo tras la guerra. “Hubo abrazos y lágrimas —comentó uno de los asambleístas⁠—. Fue impactante ver a hermanos tutsis y hutus estrecharse mutuamente.” La asistencia máxima alcanzó los 4.424, y se bautizaron 285 nuevos discípulos. Günter Reschke recuerda: “Uno de los momentos más emotivos fue cuando los candidatos al bautismo respondieron claramente ‘Yego’ (es decir, ‘sí’) a las dos preguntas que se les plantearon. Mientras esperaban en medio de la cancha para ser bautizados, se desató un fuerte aguacero, y quedaron empapados. Pero no les importó, pues decían: ‘De todas maneras nos vamos a mojar’”.

Al hermano Reschke, quien había venido para ayudar a poner en marcha la obra, se le pidió que permaneciera en Ruanda. Además, Henk van Bussel, así como Godfrey y Jennie Bint volvieron a su asignación.

HALLAN A SU HIJO PERDIDO

Algunas familias que habían sido separadas por la guerra volvieron a encontrarse años después. Un caso es el de la familia Murinda. En 1994, cuando se intensificó el combate en la zona de Kigali, la población abandonó la ciudad en masa, y en medio del caos, Oreste Murinda y su esposa fueron separados. Oreste huyó junto con su hijo de dos años y medio a Gitarama. Pero un día que salió a buscar comida se desató un enfrentamiento, y en la confusión no pudo hallar a su hijo.

Una vez restablecida la paz, Oreste logró localizar a su esposa, pero no a su hijo. La pareja dio por sentado que el pequeño había muerto. No obstante, más de dos años después llegó a trabajar a Kigali un hombre que venía del campo. Este señor les contó a unos hermanos que sus vecinos tenían familiares en Gisenyi que habían perdido a sus hijos en la guerra y se habían hecho cargo de un huerfanito. El niño recordaba el nombre de su padre y decía que sus papás eran testigos de Jehová. Como los hermanos conocían a los Murinda, se pusieron en contacto con ellos. La pareja le enseñó fotos de su hijo al hombre, y resultó que era el mismo niño. Oreste fue inmediatamente a buscarlo. Por fin, tras dos años y medio, su familia volvía a estar junta. El muchacho es hoy un publicador bautizado.

Algo digno de mención es que los hermanos no dejaron que los hijos de ningún Testigo que murió en la guerra terminaran en orfanatos. Hubo hermanos que incluso se encargaron de los huérfanos de sus vecinos, así como de sus parientes no Testigos. Una pareja que ya tenía diez hijos propios acabó cuidando a diez niños más.

NUEVOS CONFLICTOS EN EL NORTE

Para noviembre de 1996 todavía quedaban más de un millón de refugiados ruandeses en el Congo, pero una guerra civil amenazaba su seguridad y se vieron obligados a huir a la jungla o regresar a Ruanda. La mayoría decidió regresar, y entre ellos se contaron los hermanos que en diciembre de 1994 habían preferido quedarse en el Congo. Es imposible olvidar aquellos ríos de personas —jóvenes y mayores⁠— caminando por las calles de Kigali con la ropa sucia por el polvo del suelo africano y llevando sus pertenencias sobre la cabeza. Todos debían inscribirse en su pueblo natal. Durante este período se adoptaron estrictas medidas de seguridad.

Por desgracia, esa ola de refugiados trajo consigo personas muy peligrosas. Algunas eran miembros de la Interahamwe que intentaron reanudar sus actividades en el noroeste del país. Con el fin de ponerles freno, el gobierno envió tropas a esa región. Para los muchos hermanos de la zona, permanecer neutrales no fue nada fácil. De hecho, entre 1997 y 1998 más de cien publicadores fueron ejecutados, principalmente debido a su fiel postura neutral. En ocasiones hasta se cancelaron las visitas de los superintendentes de circuito.

UN PAR DE VALIENTES

El superintendente de circuito Théobald Munyampundu fue uno de los pocos que pudo visitar las congregaciones de la zona en conflicto. Él y su esposa, Berancille, se habían enfrentado ya a situaciones muy peligrosas. Por ejemplo, en 1986, dos años después de su bautismo, a Théobald lo echaron en prisión junto con otros hermanos y recibió fuertes golpizas. Además, durante el genocidio, él y su esposa arriesgaron sus vidas a fin de esconder a otros, y tras salvar a un adolescente que había perdido a su madre, lograron cruzar la frontera con Tanzania. Allí Théobald estuvo dispuesto a visitar los campos de refugiados de Benaco y Karagwe para animar a los hermanos, pese a que el viaje resultaba sumamente peligroso debido a los salteadores.

De vuelta en Ruanda, Théobald y Berancille otra vez pusieron su vida en juego al visitar a las congregaciones del noroeste del país. “Algunos lugares quedaban lejos —recuerda Théobald⁠—, y no era muy seguro pasar la noche allí. Durante la temporada lluviosa tuvimos que visitar uno de esos lugares, y todos los días teníamos que caminar cuatro horas ida y vuelta bajo la lluvia.”

En una de sus visitas a un grupo aislado de la zona, Théobald conoció a Jean-Pierre, un hermano ciego. Théobald dice: “Me extrañó ver que le hubieran asignado la lectura de la Biblia en la Escuela del Ministerio Teocrático. Pero, para mi sorpresa, la recitó completa y sin equivocarse. ¡No se saltó ni una coma! Resulta que para memorizarla, le había pedido a un buen lector que se la leyera. Su determinación fue un tremendo estímulo para mí”.

Recordando sus años de fiel servicio en la obra de circuito y distrito y los peligros que afrontó junto con su esposa, Théobald señala: “En los momentos más difíciles cifrábamos nuestra confianza en Jehová. Las palabras de Hebreos 13:6 a menudo venían a nuestra mente: ‘Jehová es mi ayudante; no tendré miedo. ¿Qué puede hacerme el hombre?’”. Los hermanos Munyampundu siguen sirviendo de tiempo completo como precursores especiales pese a su delicada salud.

CONSTRUCCIÓN DE UN SALÓN DE ASAMBLEAS

A medida que el número de Testigos aumentaba, era cada vez más difícil hallar un lugar apropiado para las asambleas de distrito en Kigali. Por ejemplo, no muy lejos del estadio en el que se celebró la Asamblea de Distrito “Mensajeros de la paz de Dios” en diciembre de 1996, pasaba un canal por el que corrían las aguas negras de una prisión cercana. El mal olor incomodó a los hermanos, y los padres comentaron que aquello era una amenaza para la salud de sus hijos. En vista de tan lamentable situación, el Comité de País tomó una resolución unánime: jamás volverían a tener una asamblea en ese lugar. Pero ¿en dónde más las podrían celebrar?

El Ministerio de Tierras le había asignado un terreno a una congregación de Kigali para que construyera un Salón del Reino. Pero el terreno era enorme, y los hermanos temían que el Ministerio les quitara una porción si sometían los planos para tan solo un Salón del Reino. Así que, con confianza en Jehová, les presentaron a las autoridades los planos para un Salón del Reino y un Salón de Asambleas sencillo junto con la propuesta de hacer otro Salón del Reino en el futuro. El proyecto fue aprobado.

Los hermanos nivelaron la superficie e instalaron una cerca. Luego vinieron cientos de voluntarios para limpiar de vegetación el terreno y cavar las letrinas. Al terminar, tenían un hermoso solar con un suave declive: un lugar perfecto para las asambleas.

En los meses subsiguientes se llevaron a cabo allí dos asambleas de circuito y una reunión especial, pero la lluvia y las fuertes ráfagas de viento obligaban a los asistentes a refugiarse bajo paraguas y lonas. Por consiguiente, se hizo una recomendación al Cuerpo Gobernante para construir un Salón de Asambleas sencillo y sin paredes.

En marzo de 1998 se recibió la aprobación del Cuerpo Gobernante y enseguida se comenzó con los preparativos. Familias enteras trabajaron cavando los hoyos para colocar los cimientos. Los voluntarios colaboraron hombro a hombro durante todo el período de construcción. Finalmente, el 6 de marzo de 1999, Jean-Jules Guilloud, de la sucursal de Suiza, pronunció el discurso de dedicación.

Para ese año, el país ya había recuperado la estabilidad. En febrero había llegado una nueva pareja de misioneros: Ralph y Jennifer Jones, quienes fueron asignados a trabajar en la oficina de país, con lo que el número de miembros de la familia Betel ascendió a veintiuno.

Ya dos hermanos ruandeses se habían graduado de la Escuela de Entrenamiento Ministerial, que en aquel entonces se celebraba a 1.600 kilómetros (1.000 millas) de distancia, en la ciudad de Kinshasa (Congo). Pero la guerra del Congo hizo que fuera muy difícil viajar hasta allá. Por eso, el Cuerpo Gobernante aprobó que ese curso, que hoy se llama Escuela Bíblica para Varones Solteros, se llevara a cabo en Kigali. En diciembre de 2000 se graduaron los veintiocho estudiantes de la primera clase, los cuales provenían de Burundi, el Congo y Ruanda.

En mayo de 2000, la oficina de Ruanda se convirtió en sucursal. Y poco después se consiguió un terreno adecuado para construir una nueva sucursal que contribuyera al acelerado progreso de la obra. La compra del terreno se efectuó en abril de 2001. Todavía muchos hermanos de Kigali recuerdan lo duro que fue limpiar de vegetación las dos hectáreas (cinco acres) de aquel solar abandonado.

ESTALLA UN VOLCÁN EN EL ESTE DEL CONGO

El 17 de enero de 2002 hizo erupción el volcán Nyiragongo, situado en el este del Congo, a unos 15 kilómetros (10 millas) de Goma. La gente tuvo que abandonar sus hogares, y la mayoría de los 1.600 publicadores de la zona, así como sus niños y las personas interesadas en la verdad, cruzaron la frontera con Ruanda y llegaron a la cercana población de Gisenyi. Desde allí se les envió a distintos Salones del Reino.

Al día siguiente, la sucursal de Ruanda envió un camión con tres toneladas de artículos de socorro, lo que incluía alimentos, frazadas y medicinas. En poco tiempo, se distribuyeron los suministros a seis Salones del Reino que había cerca de la frontera con el Congo.

Por motivos de seguridad, el gobierno ruandés no quiso que tantos ciudadanos congoleños se albergaran en los Salones del Reino, así que ordenó que fueran enviados a campos de refugiados. Con el propósito de definir un plan de acción, una delegación del Comité de Sucursal de Ruanda se reunió en Goma con dos miembros del Comité de Sucursal del Congo y algunos ancianos de la ciudad. Los ancianos congoleños insistieron en que no dejarían que el gobierno enviara a sus hermanos a campos de refugiados. Opinaban que si en 1994 ya habían atendido a más de dos mil Testigos ruandeses, así como a sus familiares y a las personas interesadas, no había nada que les impidiera cuidar de sus propios hermanos ahora. “Que vuelvan a Goma —dijeron⁠—. Nosotros los cuidaremos.”

Así que, en vez de irse a campamentos administrados por personas que no eran Testigos, los refugiados regresaron a Goma, donde sus hermanos del Congo, en un hermoso acto de hospitalidad, los alojaron gustosamente. Más adelante, llegaron desde Bélgica, Francia y Suiza cargamentos con lonas y otros suministros de ayuda. Los refugiados permanecieron en Goma hasta que se pudieron construir nuevos hogares para ellos.

SE COSECHAN GRANDES LOGROS

Los planos de la nueva sucursal de Ruanda fueron preparados por la Oficina Regional de Ingeniería, localizada en Sudáfrica. Una vez listos, se contrató a una compañía local para la construcción. También colaboraron en las obras voluntarios internacionales y muchos Testigos locales. Estos últimos ayudaron con las labores de jardinería y los acabados. Pese a algunos retrasos y problemas, la familia Betel pudo mudarse a su nuevo hogar en marzo de 2006. Guy Pierce, del Cuerpo Gobernante, y su esposa vinieron para el programa de dedicación de las hermosas instalaciones, que tuvo lugar el 2 de diciembre de 2006. En dicha ocasión estuvieron presentes 553 hermanos, incluyendo 112 representantes de 15 países.

Jim y Rachel Holmes, que vinieron desde Canadá para colaborar en la construcción, también sabían lenguaje de señas americano, y se ofrecieron a enseñárselo a los betelitas que quisieran aprender. Se apuntaron seis para las clases, que serían los lunes por la noche después del Estudio de La Atalaya de la familia Betel. Aprendieron tan rápido que pronto se formó un grupo de lenguaje de señas.

En junio de 2007, Kevin Rupp, un graduado de la Escuela de Entrenamiento Ministerial de Suiza, fue asignado a Ruanda en calidad de misionero para ayudar en el campo de lenguaje de señas. Poco después llegó otra pareja de Canadá con experiencia en dicho campo. La primera congregación de lenguaje de señas se formó en julio de 2008 y ya hay también varios grupos.

En la asamblea de distrito de 2007 se anunció una alegre noticia: ya estaba disponible en kiniaruanda la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas. En 1956, las Sociedades Bíblicas Unidas habían editado la Biblia completa en kiniaruanda. Los traductores de esa versión hicieron un esfuerzo sincero y hasta habían incluido el nombre Yehova (Jehová) siete veces en las Escrituras Hebreas. Sin embargo, la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas, era mucho más fácil de conseguir, en especial para las personas de pocos recursos. Además, gracias a la ardua labor de los traductores y a la cooperación del Departamento de Servicios de Traducción, en Nueva York, se obtuvo una versión exacta y sencilla. Hoy da gusto ver a los niños llevar sus propias biblias al Salón del Reino y levantar en alto la mano para leer un texto.

LA NEUTRALIDAD VUELVE A PONERSE A PRUEBA

Pese a que los hermanos han disfrutado de libertad de culto desde que obtuvieron reconocimiento oficial en 1992, todavía tienen problemas por su neutralidad cristiana. En los pasados quince años, cientos han sido arrestados por negarse a participar en patrullajes nocturnos supervisados por el ejército. Sin embargo, tras reunirse repetidas veces con ministros del gobierno, los hermanos han recibido autorización para cumplir con un servicio sustitutivo.

Además, no hace muchos años, 215 maestros perdieron sus empleos por no asistir a un seminario con tintes políticos. Y más recientemente se expulsó a 118 estudiantes que rehusaron cantar el himno nacional. Sin embargo, representantes de la sucursal les explicaron a las autoridades la razón de nuestra postura, señalando particularmente el hecho de que en 1986 los Testigos fueron encarcelados por su neutralidad, pero que dicha neutralidad fue un factor determinante en su decisión de no participar en el genocidio de 1994 (Juan 17:16). Después de muchos meses, la mayoría de los estudiantes pudieron regresar a clases.

Los testigos de Jehová somos ciudadanos que cumplimos con la ley; pero nos mantenemos neutrales sin importar quién esté en el poder. Por ejemplo, en 1986, François-Xavier Hakizimana pasó dieciocho meses en prisión por su neutralidad, y tras el cambio de gobierno que siguió al genocidio, fue encarcelado dos veces por la misma razón: en 1997 y en 1998. Casos como este ponen de manifiesto que los Testigos somos consecuentes en nuestra postura y que no nos oponemos a ningún gobierno en particular. Los motivos que tenemos para negarnos a participar en política se basan por entero en los principios bíblicos.

Aunque los hermanos siguen batallando con estos problemas, gozan de libertad para reunirse semanalmente, celebrar asambleas, predicar y hasta efectuar reuniones en la prisión, donde muchos han aceptado la verdad. Cabe señalar que, tan solo en el año de servicio 2009, los testigos de Jehová de Ruanda ganaron seis victorias legales en los tribunales del país.

UN FUTURO PROMETEDOR

El registro de la historia teocrática en Ruanda estaría incompleto si no mencionara los increíbles resultados que se han obtenido con el programa de construcción de Salones del Reino. Desde que comenzó en 1999 el nuevo programa para países con recursos limitados, allí se han construido con mano de obra voluntaria 290 salones sencillos y a la vez atractivos.

Con la ayuda entusiasta de los publicadores locales, los voluntarios terminan la mayoría de estos salones en tres meses. Las obras de construcción despiertan la curiosidad de los observadores y crean oportunidades de dar testimonio. Además del Salón de Asambleas abierto de Kigali, ya se han construido otros diez Salones de Asambleas del mismo tipo, aunque un poco más pequeños y sencillos. Esto ha permitido que los hermanos no tengan que caminar distancias tan largas por terreno montañoso a fin de asistir a sus asambleas. También se han completado cuatro Salones del Reino que pueden agrandarse a fin de que sirvan de Salones de Asambleas.

Durante los primeros meses del año, las congregaciones se esfuerzan por dar testimonio en territorios no asignados o en los que rara vez se predica. Hay publicadores que viajan muy lejos con este fin y cubren sus propios gastos. A ciertos lugares más aislados se envía a precursores especiales temporales por tres meses. Todo esto ha hecho posible la formación de nuevos grupos, que en el futuro se espera se conviertan en congregaciones. Por ejemplo, las congregaciones que colaboraron en la campaña de enero a marzo de 2010 comenzaron cientos de estudios bíblicos y formaron nueve grupos. Y durante ese mismo período, treinta precursores especiales temporales formaron quince grupos.

OTRO GRAN LOGRO

En la Asamblea de Distrito “¡Manténganse alerta!” de 2009, los hermanos de Ruanda se llevaron una agradable sorpresa: la presentación de un nuevo cancionero en kiniaruanda. También pudieron escuchar allí mismo algunas de las nuevas canciones. El cancionero se tradujo con prontitud, y las congregaciones ruandesas comenzaron a usarlo en enero de 2010, al mismo tiempo que la mayoría de sus hermanos por todo el mundo.

Por supuesto, desde la publicación en 2007 de la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en kiniaruanda, todos se preguntaban cuándo estaría lista la traducción de la Biblia completa. Pues bien, poco antes de que comenzara la serie de asambleas de distrito de 2010, se anunció que Guy Pierce, miembro del Cuerpo Gobernante, visitaría Ruanda para las mismas fechas en que se llevaría a cabo la asamblea de Kigali. Dicha asamblea tendría lugar en el mes de agosto, en el estadio que hay justo en frente de la sucursal. Cuando llegó el día, todos estaban a la expectativa, y qué emocionante fue escuchar al hermano Pierce presentar la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras en kiniaruanda. Cada uno de los 7.149 asistentes al programa del viernes por la mañana recibió su propio ejemplar. El domingo vinieron miles de hermanos de otros distritos de Ruanda, y la asistencia alcanzó los 11.355. También pidieron ejemplares de la nueva Biblia unos soldados que habían estado marchando afuera del estadio. En total se llevaron 180. Además, se les obsequiaron algunas biblias al alcalde de Kigali, al jefe de policía y a distintos oficiales del Ministerio de Deportes, quienes las aceptaron con gratitud.

Aquel pequeño grupo de tres publicadores que comenzó a predicar en Ruanda en 1970 se ha convertido hoy en un torrente de proclamadores del Reino. Ya son cerca de veinte mil, y entre todos dirigen mes tras mes unos cincuenta mil estudios bíblicos. Además, para la Conmemoración de 2011 tuvieron una asistencia de 87.010. Los hermanos de Ruanda siempre han tenido fama de ser celosos en su ministerio. De hecho, una cuarta parte de los publicadores sirve de tiempo completo, y el resto dedica a la predicación un promedio de veinte horas al mes. Junto al “Amo de la mies”, trabajan sin descanso en este fértil campo. Confiamos en que, con la bendición de Jehová, muchos más habitantes de la Tierra de las Mil Colinas acudirán a la montaña de la adoración verdadera (Mat. 9:38; Miq. 4:1, 2).

[Notas]

^ párr. 2 En este relato utilizaremos el nombre Congo para referirnos a la República Democrática del Congo.

^ párr. 95 Deborah se hizo publicadora, se bautizó a los diez años y actualmente es precursora regular junto con su madre.

^ párr. 111 Esa bebé es ahora una hermana bautizada.

[Comentario de la página 178]

Les dijo que tuvieran cuidado con los testigos de Jehová

[Comentario de la página 181]

Se saludaban diciendo: “Komera” (o sea, “¡Ánimo!”)

[Comentario de la página 218]

“Jehová, ya no hay nada que podamos hacer. ¡Solo tú puedes salvarnos!”

[Ilustración y recuadro de la página 166]

Información general

Territorio

Ruanda, cuya capital es Kigali, mide unos 180 kilómetros (110 millas) de norte a sur y unos 230 kilómetros (145 millas) de este a oeste. Con 11.000.000 de habitantes, se considera el país más densamente poblado de África.

Población

Se compone de hutus, tutsis y twa, así como de asiáticos y europeos. Más de la mitad de los habitantes son católicos; y un poco más de la cuarta parte son protestantes, lo que incluye un buen número de adventistas. También hay musulmanes y practicantes de diversas religiones tradicionales.

Idioma

Las lenguas oficiales son el kiniaruanda, el inglés y el francés. Para el comercio con los países vecinos se utiliza el suajili.

Recursos económicos

La mayoría de los ruandeses se dedican a la agricultura. Pero como gran parte del suelo no es muy productivo, a muchos solo les alcanza para el consumo de su familia. El café es el principal producto de exportación, y también se cultiva té y pelitre (o piretro), el cual posee propiedades insecticidas.

Alimentación

La dieta principal de los ruandeses consiste en papas, plátanos y frijoles.

Clima

Aunque Ruanda está muy cerca del ecuador, por lo general goza de un clima agradable. En las tierras altas del interior, la temperatura media anual ronda los 20 °C (70 °F) y, en promedio, la precipitación se sitúa en torno a los 1.100 milímetros (45 pulgadas) al año.

[Ilustración y recuadro de la página 185]

“Jehová no nos va a dejar en paz”

EMMANUEL NGIRENTE

AÑO DE NACIMIENTO 1955

AÑO DE BAUTISMO 1982

OTROS DATOS Miembro del Comité de Sucursal de Ruanda y superintendente del Departamento de Traducción.

▪ A FINALES de 1989, mientras servía de precursor en el este de Ruanda, se me pidió que colaborara con la oficina de traducción. La tarea me intimidaba, pues carecía de experiencia y no me sentía capaz. Con todo, puse manos a la obra y empecé a trabajar con tres publicaciones. Traducíamos en una casa alquilada y solo contábamos con unos cuantos diccionarios. A veces trabajaba durante toda la noche, bebiendo café para mantenerme despierto.

Tras el ataque de las fuerzas invasoras en octubre de 1990, no faltó quien creyera que los testigos de Jehová tenían nexos con el ejército invasor. Los agentes de seguridad comenzaron a realizar investigaciones. Como veían que yo siempre estaba en casa, pensaban que no tenía trabajo, y quisieron saber en qué ocupaba mi tiempo. Cierto día decidieron hacer un registro inesperado. Yo había estado trabajando durante la noche, y a las cinco de la mañana me acosté. De pronto, me avisaron que tenía que ir a colaborar en un servicio para la comunidad.

En mi ausencia, las autoridades registraron la casa. Y cuando volví, los vecinos me contaron que un policía y un concejal habían pasado una hora leyendo mis traducciones, en las cuales se mencionaba a Jehová constantemente. Al final dijeron: “¡Vámonos de aquí! Si no, Jehová no nos va a dejar en paz”.

[Ilustración y recuadro de la página 194]

Un millón de muertos en cien días

“La terrible matanza de Ruanda, que tuvo lugar en 1994, es uno de los casos más claros de genocidio de la historia moderna. Desde principios de abril hasta mediados de julio de aquel año, una enorme cantidad de tutsis, grupo étnico minoritario de esta pequeña nación de África central, fueron asesinados sistemáticamente por miembros del grupo étnico mayoritario: los hutus. Por temor a perder el poder debido a un movimiento democrático y una guerra civil, el gobierno extremista hutu organizó el exterminio de todo aquel que representara una amenaza, fuera tutsi o hutu moderado. El genocidio vio su fin cuando las fuerzas rebeldes, compuestas en su mayoría de tutsis, ocuparon el país y desterraron a los líderes del régimen. En tan solo cien días, el genocidio y la guerra segaron la vida de un millón de personas, haciendo de aquella matanza una de las más sangrientas de toda la historia.” (Encyclopedia of Genocide and Crimes Against Humanity.)

Lamentablemente, entre las víctimas mortales de aquel genocidio se contaron unos cuatrocientos testigos de Jehová, muchos de los cuales fueron hutus que estuvieron dispuestos a arriesgarse a fin de proteger a sus hermanos tutsis. Cabe señalar que ningún Testigo murió a manos de otro Testigo.

[Ilustración]

Ruandeses que huyeron de su país

[Ilustración y recuadro de la página 197]

“Cámaras de exterminio”

“Aprovechándose del concepto histórico de que las iglesias son refugios santos, los autores del genocidio lograron que miles de tutsis acudieran a ellas con la falsa esperanza de que serían protegidos. A todos los que se refugiaban tanto en las iglesias como en las escuelas, la milicia hutu y los soldados los exterminaban sistemáticamente: les disparaban y les arrojaban granadas, y luego remataban a los sobrevivientes con machetes, hoces y cuchillos. [...] La participación de las iglesias no se limitó a permitir que sus edificios se convirtieran en cámaras de exterminio. Hubo miembros del clero, catequistas y otros empleados de las iglesias que delataron a los tutsis que había en su comunidad. En ocasiones, ellos mismos fueron los verdugos.” (Christianity and Genocide in Rwanda.)

“A la Iglesia [Católica] se le acusa principalmente de haberse desvinculado de la élite tutsi para promover una revolución hutu y de propiciar la ascensión al poder de Habyarimana en un gobierno de mayoría hutu. Con respecto al genocidio, los críticos responsabilizan una vez más a la Iglesia por incitar al odio, proteger a los culpables y traicionar a los que se refugiaron en sus recintos. También hay quienes piensan que la Iglesia, guía espiritual de la mayoría de los ruandeses, no cumplió con su deber moral de hacer todo lo posible por detener la matanza.” (Encyclopedia of Genocide and Crimes Against Humanity.)

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 201 a 203]

“¿Quién puede matar a alguien que tiene a tanta gente suplicando por él?”

JEAN-MARIE MUTEZINTARE

AÑO DE NACIMIENTO 1959

AÑO DE BAUTISMO 1985

OTROS DATOS Fiel hermano de cálida sonrisa y albañil de profesión. En 1986, poco después de su bautismo, fue arrestado y estuvo preso ocho meses. En 1993 se casó con Jeanne. Hoy preside el Comité del Salón de Asambleas de Kigali.

▪ EL 7 de abril de 1994, Jeanne, Jemima —de apenas un mes de nacida⁠— y yo nos despertamos con el estruendo de unos disparos. Al principio, mi esposa y yo pensamos que se trataba de un simple disturbio político, pero pronto nos enteramos de que la milicia Interahamwe estaba matando a todos los que éramos tutsis. No nos atrevíamos a salir de nuestra casa y le orábamos con fervor a Jehová para que nos ayudara a decidir lo que debíamos hacer. En el ínterin, tres valientes hermanos hutus —Athanase, Charles y Emmanuel⁠— arriesgaron sus vidas para traernos algo de comer.

Durante cerca de un mes, tuvimos que escondernos en casas de distintos hermanos. Ya cuando era prácticamente imposible ocultarse, los de la milicia llegaron con cuchillos, lanzas y machetes hasta el escondite donde yo estaba. Corrí tan rápido como pude y me metí entre unos arbustos, pero me encontraron. Acorralado por aquellos hombres armados, les dije que era testigo de Jehová y les supliqué que no me hicieran nada, pero ellos me acusaron de ser un rebelde. Me tiraron al suelo de una patada, y mientras me golpeaban con palos y con las culatas de sus rifles, se juntó una multitud. Un hombre a quien le había predicado gritó valientemente: “¡Ténganle misericordia!”. Luego llegó Charles, uno de los hermanos hutus. Cuando su esposa y sus hijos me vieron en el suelo bañado en sangre, se echaron a llorar. Los agresores, desconcertados, me dejaron ir diciendo: “¿Quién puede matar a alguien que tiene a tanta gente suplicando por él?”. Charles me llevó a su casa y curó mis heridas. La milicia nos advirtió que si yo escapaba, matarían a Charles en mi lugar.

Jeanne y mi hija habían tenido que separarse de mí. Mi esposa también fue víctima de un brutal ataque: la golpearon y estuvieron a punto de matarla. Posteriormente, ciertas personas le dijeron que yo estaba muerto y que buscara unas sábanas para que envolviera el cadáver.

¡Qué alivio sentimos Jeanne y yo al encontrarnos en la casa de Athanase! No podíamos dejar de llorar. Sin embargo, aún no estábamos a salvo. El siguiente día fue una pesadilla: nos tuvimos que esconder en un sitio tras otro. Recuerdo que le supliqué a Jehová: “Sabemos que ayer nos ayudaste; pero, por favor, protégenos hoy también. Queremos ver crecer a nuestra niña y seguir sirviéndote”. En la noche, tres hermanos hutus se jugaron la vida para llevarnos a nosotros y a casi treinta tutsis a un lugar seguro burlando los controles de carretera. De ese grupo, seis aceptaron la verdad.

Más tarde nos enteramos de que Charles y su grupo continuaron ayudando a otras personas. De hecho, lograron que decenas de tutsis escaparan. Cuando los de la Interahamwe se enteraron, se pusieron furiosos. Finalmente, lo atraparon a él y a un publicador hutu llamado Leonard. La esposa de Charles oyó a los milicianos decir: “Esto les pasa por ayudar a los tutsis”. Entonces los mataron. Su caso trae a la memoria las siguientes palabras de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos” (Juan 15:13).

Antes del conflicto, cuando Jeanne y yo éramos novios, habíamos decidido que uno de nosotros sería precursor después de casarnos. Pero muchos de nuestros familiares murieron durante la guerra y tuvimos que hacernos cargo de seis huérfanos, aunque ya teníamos dos niñas para entonces. Con todo, Jeanne pudo empezar el precursorado y, pese a que tuvimos otros dos niños, lleva doce años en este servicio. Nuestras dos hijas ya se bautizaron. Y los seis huérfanos que criamos —cuyos padres no eran Testigos⁠— también se han bautizado. Los tres varones son siervos ministeriales, y una de las muchachas trabaja en Betel con su esposo.

[Ilustración]

Los hermanos Mutezintare con dos de sus hijos y cinco de los huérfanos que cuidaron

[Ilustración y recuadro de las páginas 204 y 205]

“Gracias a la verdad, no perdimos el juicio”

Valerie Musabyimana y su hermana, Angeline Musabwe, se criaron en un hogar católico. Su padre era presidente de uno de los comités de la parroquia del lugar. Valerie estuvo cuatro años preparándose para ser monja, pero en 1974 desistió de la idea debido a la conducta de uno de los sacerdotes. Más tarde, estudió la Biblia con los testigos de Jehová, se bautizó y, en 1979, emprendió el precursorado. Angeline también estudió la Biblia y se bautizó. Ahora ambas son precursoras especiales y han ayudado a muchas personas a ponerse de parte de la verdad.

Durante el genocidio, Angeline y Valerie vivían en Kigali y escondieron a nueve personas en su casa, entre las cuales se contaban dos mujeres embarazadas. Cierto día, a una de estas, cuyo esposo había sido asesinado, le comenzaron los dolores de parto. Como era muy peligroso salir de la casa, las hermanas tuvieron que atenderla. Al oír lo que había sucedido, los vecinos les llevaron alimento y agua.

Cuando los de la Interahamwe se enteraron de que Angeline y Valerie estaban refugiando a tutsis, llegaron hasta su casa y dijeron: “Vinimos a matar a las Testigos tutsis”. No obstante, como la casa pertenecía a un oficial del ejército, no se atrevieron a entrar, por lo que ninguno de los que estaban dentro sufrió daño. *

Posteriormente, la lucha se hizo más intensa y la lluvia de balas no tenía tregua. Así que Angeline y Valerie tuvieron que huir junto con otros Testigos a Goma, donde los hermanos congoleños les dieron una cordial bienvenida. Allí siguieron predicando y llegaron a dirigir muchos estudios bíblicos.

¿Y cómo se sienten con respecto al genocidio? Afligida, Valerie dice: “Perdimos a muchos de nuestros hijos espirituales, entre estos a Eugène Ntabana y su familia. Pero gracias a la verdad, no perdimos el juicio. Estamos seguras de que Jehová juzgará a los malhechores”.

[Nota]

^ párr. 265 Después de la guerra, el dueño de la casa comenzó a estudiar la Biblia. Él murió, pero su esposa y sus dos hijos se hicieron Testigos.

[Ilustración y recuadro de las páginas 206 y 207]

Decididos a dar la vida por nosotros

ALFRED SEMALI

AÑO DE NACIMIENTO 1964

AÑO DE BAUTISMO 1981

OTROS DATOS Vivía en los suburbios de Kigali con su esposa, Georgette. Ahora, este padre de familia es miembro del Comité de Enlace con los Hospitales de Kigali.

▪ CUANDO comenzó el genocidio, Athanase, un hermano hutu que vivía cerca de mi casa, mandó a alguien a advertirnos que estaban matando a los tutsis y que nosotros corríamos peligro. Quería que fuéramos a su casa, pues podía ocultarnos a más de tres metros (doce pies) bajo tierra en un cuarto que él mismo había cavado antes de la guerra. Yo fui el primero en descender por la escalera que había hecho. Hasta allí envió Athanase alimento y colchones para nosotros. Afuera las matanzas continuaban.

Pese a que los vecinos amenazaron con incendiar la casa de Athanase porque sospechaban que nos estaba dando refugio, él y su familia continuaron protegiéndonos. Sin duda, estaban decididos a dar la vida por nosotros.

Poco después se desató un violento combate en la zona, y la familia de Athanase tuvo que esconderse con nosotros. En total, éramos dieciséis. Aquello estaba oscuro como boca de lobo, pues no nos atrevíamos a prender ni una lucecita. Racionábamos lo poco que teníamos para comer, así que a cada quien le tocaba una cucharada diaria de arroz crudo remojado en agua con azúcar. A los diez días se acabó la comida, y a los trece estábamos muertos de hambre. Alguien tenía que salir a buscar alimento. Desde la parte superior de la escalera podía verse algo de lo que estaba pasando afuera, y nos dimos cuenta de que la situación había cambiado: los soldados llevaban uniformes diferentes. Como la familia de Athanase me había protegido, pensé que era mi turno de hacer algo por ellos. Por eso, fui a buscar alimento junto con uno de los muchachos de Athanase. Pero antes de salir, hicimos una oración.

A la media hora regresamos con la noticia de que el Frente Patriótico Ruandés había tomado el control de la zona. Algunos soldados nos acompañaron hasta el escondite. No podían creer lo que les habíamos contado hasta que vieron a los hermanos salir uno a uno. Mi esposa dice que nunca olvidará aquel momento. Todos estábamos sucios, pues llevábamos tres semanas bajo tierra sin poder bañarnos ni cambiarnos la ropa.

Los soldados se quedaron anonadados de que en el grupo hubiera tutsis y hutus. “Somos testigos de Jehová —les expliqué⁠—, y entre nosotros no hay prejuicios.” Hicieron que se nos diera comida y azúcar, y nos llevaron a una casa en la que ya había otros cien refugiados. Tiempo después, una hermana tuvo la bondad de ofrecernos hospedaje a los dieciséis.

Aunque nosotros vivimos para contarlo, muchos de nuestros compañeros cristianos y vecinos murieron asesinados. Por ejemplo, yo perdí a mi hermano, mi hermana, mis cuñados y mis sobrinos, todos ellos Testigos. Ese vacío nos duele muchísimo, pero reconocemos que “el tiempo y el suceso imprevisto [nos] acaecen a todos” (Ecl. 9:11). Georgette, mi esposa, expresa así lo que ambos sentimos: “Muchos hermanos perdieron la vida, y otros tuvimos que pasar por la angustiosa experiencia de andar huyendo y escondiéndonos. Sin embargo, gracias a nuestras constantes oraciones, se fortaleció nuestra relación con Jehová. De hecho, vimos su poderosa mano en acción. La ayuda oportuna que recibimos mediante su organización nos sirvió de consuelo, y estamos muy agradecidos. Podemos decir que Jehová nos ha colmado de bendiciones”.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 208 y 209]

Jehová nos ayudó a soportar aquellos meses de terror

ALBERT BAHATI

AÑO DE NACIMIENTO 1958

AÑO DE BAUTISMO 1980

OTROS DATOS Hermano hutu de carácter tranquilo. Anciano de congregación y padre de tres hijos. Su esposa y su hija mayor son precursoras, y su hijo, siervo ministerial. Comenzó a ir a las reuniones en 1977, cuando había unos setenta publicadores en el país. En 1988 fue echado a prisión y sometido a golpes. Como rehusó ponerse la insignia de metal del partido, un vecino ex militar se la clavó diciéndole con desdén: “Ahora sí que la llevas bien puesta”.

▪ TRAS la muerte de los presidentes, hubo hermanos, familiares y vecinos que fueron a mi casa a refugiarse. Sin embargo, yo estaba muy preocupado por Goretti y Suzanne, dos Testigos tutsis de las que no tenía noticias. De modo que, aunque era sumamente peligroso, decidí ir a buscarlas. Por el camino, había mucha gente huyendo. De pronto, vi a Goretti y a sus hijos, y me los llevé a casa. De haberlos dejado seguir la ruta que llevaban, hubieran llegado a un control de carretera donde seguramente los habrían matado.

Unos días más tarde, Suzanne logró llegar junto con dos mujeres y tres niñas. Al final éramos más de veinte personas escondidas en la casa, y todos corríamos grave peligro.

Los de la Interahamwe fueron a la casa por lo menos tres veces. En una de esas ocasiones vieron por la ventana a mi esposa, Vestine. Al darse cuenta de que era tutsi, le dijeron que saliera. Previendo que la matarían, me puse entre los agresores y mi esposa y les dije: “Tendrán que pasar por encima de mi cadáver”. Después de una breve discusión, le ordenaron a Vestine que volviera adentro. Uno de ellos dijo: “Yo no quiero matar mujeres; quiero matar hombres”. Entonces vieron al hermano menor de mi esposa y lo sacaron de la casa. Yo me interpuse y les supliqué: “¡Por el amor de Dios, déjenlo!”.

Empujándome con el codo, uno de ellos replicó: “Yo no tengo nada que ver con Dios”. Pero enseguida cambió de opinión y me dijo: “Está bien, llévatelo”. Así que lo liberaron.

Más o menos un mes después llegaron dos hermanos a pedirme algo de comer. Yo les convidé del suministro de frijoles que tenía, y luego los acompañé para mostrarles un camino seguro. De pronto escuché un disparo cerca de allí y perdí el conocimiento: había recibido un impacto de metralla en un ojo. Un vecino me llevó al hospital, pero no recuperé la visión de ese ojo. Aun así, lo que más me preocupaba era que no podía regresar a mi casa. Todos los que se habían refugiado en ella tuvieron que abandonarla, pues el conflicto se intensificó y llegó a ser peligroso permanecer allí. Se quedaron hasta junio en casa de otros Testigos, quienes los protegieron a riesgo de su propia vida. En mi caso, no fue sino hasta octubre que pude reunirme con mi familia. Estoy muy agradecido a Jehová por habernos ayudado a soportar aquellos meses de terror.

[Ilustración]

Albert Bahati con su familia y otras personas que él ocultó

[Ilustración y recuadro de las páginas 210 a 212]

“Este es el camino”

GASPARD NIYONGIRA

AÑO DE NACIMIENTO 1954

AÑO DE BAUTISMO 1978

OTROS DATOS Valiente defensor de la verdad que conserva una actitud positiva y a todos regala una sonrisa. Está casado, tiene tres hijas y en la actualidad es miembro del Comité de Sucursal de Ruanda.

▪ EN LA mañana del 7 de abril, poco después de haber comenzado el conflicto, vi arder en llamas unas quince casas de tutsis —dos de las cuales eran de Testigos⁠—, y temí que la nuestra fuera la siguiente. Casi pierdo la cabeza pensando en lo que podría ocurrirle a mi esposa, quien es tutsi, y a mis dos niñas.

No sabía qué hacer. Se estaban esparciendo informes falsos, y todos estábamos confundidos y aterrados. Pensé que mi familia estaría a salvo en la casa de un hermano que vivía cerca, así que les dije que fueran allá y que me reuniría más tarde con ellas. Cuando por fin pude llegar, descubrí que habían tenido que refugiarse en un complejo escolar muy grande. Esa misma tarde, un vecino me dijo: “Van a matar a los tutsis que están en la escuela”. Corrí hacia allá tan rápido como pude y encontré a mi familia. Después de reunir a otras veinte personas —entre ellas hermanos y hermanas⁠—, les dije que volvieran a sus hogares. Cuando íbamos saliendo, vimos a la milicia dirigiendo a un grupo de personas a un lugar a las afueras del pueblo donde terminaron ejecutando a más de dos mil tutsis.

Estando en aquella escuela, la esposa de otro de mis vecinos había dado a luz. Cuando los de la Interahamwe arrojaron una granada en el lugar, él salió corriendo con el bebé, pero la esposa, en la confusión, se fue para el lado contrario. Aunque él era tutsi, pudo cruzar los controles de carretera y llegar hasta mi casa gracias a que llevaba a su bebé en brazos. Me preguntó si le podía conseguir un poco de leche. Me arriesgué a salir y sin darme cuenta llegué a un control de carretera de la milicia. Como iba buscando leche para un bebé tutsi, me dijeron que me matarían por simpatizar con ellos. Un soldado me golpeó la cara con la culata de su rifle, entonces me empezó a salir sangre a chorros y perdí el conocimiento. Los soldados creyeron que estaba muerto y me arrastraron hasta la parte trasera de una casa cercana.

Un vecino me reconoció y me dijo: “Tienes que irte de aquí, porque si regresan, te matarán”. Y me ayudó a volver a casa.

Por dolorosa que haya sido la golpiza, me libró de tener que cooperar con los de la Interahamwe. Y es que, como era chofer, al día siguiente llegaron a mi casa cinco hombres para exigirme que le prestara mis servicios a uno de sus jefes. Sin embargo, al ver mis heridas, no insistieron. Tampoco me obligaron a realizar patrullajes.

Días más tarde, cundió el temor, la incertidumbre y el hambre. Durante ese tiempo, una mujer tutsi y sus dos hijitos buscaron refugio en mi casa. A los niños, los ocultamos con mis hijas en una habitación, y a ella en un armario de la cocina. Cuando el Frente Patriótico Ruandés —el ejército invasor⁠— fue ganando terreno, comenzó a rumorarse que los de la Interahamwe aniquilarían a todos los hutus que tuvieran esposas tutsis. Una vez más, mi familia se preparó para huir. No obstante, como el ejército invasor había tomado el control de la zona, los tutsis ya estaban fuera de peligro. Ahora, quien corría riesgo era yo.

Llegué con algunos de mis vecinos a un control de carretera que ya estaba a cargo de los soldados del Frente Patriótico Ruandés. Cuando vieron que yo era hutu y que llevaba la cabeza vendada, pensaron que era de la milicia. De modo que llamaron a todo mi grupo y nos dijeron: “Entre ustedes hay asesinos y maleantes. ¡Y todavía se atreven a pedirnos ayuda! ¿Acaso alguno de ustedes ha ocultado o protegido a algún tutsi?”. Yo les dije que sí y les mostré a la familia que había refugiado. Ellos llevaron aparte a los niños y les preguntaron: “¿Quién es el hombre con la venda en la cabeza?”. A lo que ellos respondieron: “No es de la Interahamwe; es testigo de Jehová y es muy bueno”. Así que aquella familia tutsi a la que yo había salvado, terminó salvándome a mí.

Satisfechos con la respuesta, los soldados nos llevaron a un campamento a 20 kilómetros (12 millas) de Kigali, donde se había reunido a más o menos dieciséis mil sobrevivientes. Allí nos encontramos con unos sesenta hermanos de catorce congregaciones, y comenzamos a celebrar las reuniones. A la primera asistieron 96 personas. Con todo, fue un período muy difícil, pues nos llegaban informes de que habían muerto amigos nuestros y de que algunas hermanas habían sido violadas. Muchos de los Testigos necesitaban la ayuda y el consuelo de la Palabra de Dios. Como yo era el único anciano, todos me contaban sus desgarradoras historias, tras lo cual los calmaba diciéndoles que Jehová los amaba y comprendía su dolor.

Finalmente, después de muchas semanas de terror, el 10 de julio pudimos regresar a nuestros hogares. Recuerdo que en los momentos de mayor peligro y tensión pensaba en el cántico titulado “Este es el camino”. La parte que más me gustaba era la que decía: “Ni a izquierda o derecha debemos girar, andando el camino con Dios avanzad”.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 223 y 224]

Oí que me llamaban

HENK VAN BUSSEL

AÑO DE NACIMIENTO 1957

AÑO DE BAUTISMO 1976

OTROS DATOS Sirvió en la sucursal de los Países Bajos antes de ir a Galaad, en 1984. Fue asignado a la República Centroafricana, después a Chad y, en septiembre de 1992, a Ruanda. Ahora trabaja en la sucursal de Ruanda junto con su esposa, Berthe.

▪ MI PRIMERA congregación en Ruanda fue la de Kigali Sud, la cual estaba repleta de niños. Todos los hermanos eran muy cariñosos y hospitalarios. Para 1992 no existían muchas congregaciones en el país, y había poco más de mil quinientos publicadores. Como las autoridades desconfiaban de nosotros, de vez en cuando llegaban adonde estuviéramos predicando para que les mostráramos nuestras identificaciones.

Cuando inició el genocidio, me vi obligado a salir del país. Pero poco después se me pidió que ayudara a los refugiados que había en el este del Congo. Viajé desde Nairobi hasta Goma, ciudad ubicada en la frontera con Ruanda. Nunca había estado allí, y la única información que tenía era el nombre de un anciano al que no sabía cómo iba a encontrar. Al llegar, tomé un taxi y le pregunté al conductor si sabía dónde vivía el hermano. Consultó el asunto con otros taxistas, y en solo media hora ya estábamos frente a la casa del anciano. Dos hermanos del Comité de País de Ruanda lograron cruzar la frontera, y les entregué el dinero que la sucursal de Kenia me había dado para ayudar a los Testigos ruandeses.

Tras viajar por segunda vez de Nairobi a Goma, tuve que llegar a pie hasta la frontera de Ruanda. Aunque no era tanto lo que tenía que caminar, me tardé mucho porque iba en contra de una multitud de ruandeses que salían en tropel de su país.

De pronto, oí que me llamaban por mi nombre: “¡Ndugu Henk! ¡Ndugu Henk!” (ndugu significa “hermano”). Busqué entre la gente para ver de dónde procedía esa voz, y me encontré con Alphonsine: una jovencita de cerca de 14 años que iba a mi congregación en Kigali y que había sido separada de su madre. La agarré con fuerza a fin de no perderla y la llevé hasta el Salón del Reino que se estaba usando como punto de encuentro para los hermanos refugiados. Una familia congoleña se hizo cargo de ella, y después la cuidó una hermana de su propia congregación. Más tarde regresó a Kigali y pudo encontrarse con su madre.

[Ilustración]

Henk van Bussel y su esposa, Berthe

[Ilustración y recuadro de las páginas 235 y 236]

Jehová ha hecho cosas grandes y maravillosas

GÜNTER RESCHKE

AÑO DE NACIMIENTO 1937

AÑO DE BAUTISMO 1953

OTROS DATOS Precursor desde 1958. Se graduó de la clase 43 de la Escuela de Galaad. En 1967 fue asignado a Gabón, y luego a la República Centroafricana y Kenia. Visitó varios países como superintendente viajante. Hoy es miembro del Comité de Sucursal de Ruanda.

▪ EN 1980 viajé por primera vez a Ruanda. Me enviaron de Kenia para servir de superintendente de distrito. Por aquel entonces, solo había 7 congregaciones y 127 publicadores en el país. Fui uno de los instructores de la primera clase de la Escuela del Servicio de Precursor en Ruanda. Cabe mencionar que muchos de los veintidós precursores que asistieron a ella siguen en el servicio de tiempo completo. Al volver a Kenia, me llevé gratos recuerdos de los hermanos ruandeses, de su empeño en el ministerio y de su amor por la verdad.

Años después, en 1996, recibí una carta de la sucursal de Kenia, en la cual se me invitaba a servir en Ruanda. Llevaba dieciocho años en Kenia, y me encantaba; no obstante, acepté la invitación. Cuando llegué, la situación en el país aún era muy inestable y por las noches incluso se oían disparos. Sin embargo, pronto comencé a disfrutar de mi asignación, en especial al ver que Jehová bendecía la obra.

Pese a las condiciones del país, los hermanos nunca se quejaban. Los lugares de asamblea eran muy rústicos: el piso y las rocas servían a menudo de asientos, y la piscina para el bautismo era un hoyo grande forrado de lona. De hecho, todavía esas son las circunstancias en muchas partes del interior. Sin embargo, hay zonas en las que se han construido Salones de Asambleas abiertos y Salones del Reino que pueden agrandarse.

Las congregaciones trabajaban con mucho entusiasmo en el ministerio. En Kigali, por ejemplo, los hermanos tenían sus reuniones los fines de semana desde temprano por la mañana y, al terminar, salían a predicar hasta el anochecer.

Por mi parte, siempre dedicaba tiempo a los pequeños, pues los veía como futuros publicadores con el potencial de asumir mayores responsabilidades. Era fascinante ver la determinación con que muchos de ellos —incluso a una corta edad⁠— daban prueba de su amistad con Jehová.

Luc, por ejemplo, era un niño de 11 años del sur del país. Cuando en la escuela le pidieron que cantara el himno nacional frente a la clase, él preguntó respetuosamente si podía entonar un cántico del Reino en su lugar. El maestro accedió, y cuando Luc terminó, todos aplaudieron. El que se supiera tanto la tonada como la letra demuestra que le gustaba cantar alabanzas a Jehová. Esta y otras experiencias me animaban mucho. También conocí a una hermana que había estado presa algunos años por predicar las buenas nuevas. En la cárcel dio a luz a un niño y le puso por nombre Shikama Hodari (en suajili, “mantente firme”). Shikama, quien ha hecho honor a su nombre, es siervo ministerial, fue hace poco a la Escuela Bíblica para Varones Solteros y sirve de precursor especial.

El celo y la fidelidad que los hermanos de Ruanda demostraron durante los muchos años de adversidades (desde proscripciones hasta una guerra civil y un genocidio) es admirable. Ha sido un gran privilegio servir con ellos. Jehová me ha bendecido y me ha dado su apoyo y protección, lo cual me ha acercado más a él. Definitivamente, Jehová ha hecho cosas grandes y maravillosas (Sal. 136:4).

[Ilustración y tabla de las páginas 254 y 255]

DATOS HISTÓRICOS: Ruanda

1970

1970 Los primeros publicadores comienzan a informar.

1975 La primera familia de Testigos ruandeses vuelve del Congo.

1976 El folleto “Estas buenas nuevas del reino” se publica en kiniaruanda.

1978 Comienza a publicarse una edición mensual de La Atalaya en kiniaruanda.

1980

1982 Se proscribe la obra y se encarcela a quienes la dirigen.

1986 Se encarcela a una tercera parte de los publicadores.

1990

1990 Estalla la guerra en el norte del país.

1992 Se celebra la primera asamblea de distrito.

La obra recibe reconocimiento legal.

Llegan misioneros.

1994 Genocidio de los tutsis.

1996 Regresan los misioneros.

Se forma el Departamento de Servicio.

1998 La Atalaya en kiniaruanda se publica simultáneamente con la edición en inglés.

1999 Dedicación del Salón de Asambleas abierto de Kigali.

2000

2000 Se establece una sucursal.

Se forma una Sección de Construcción de Salones del Reino.

2001 Se adquiere un terreno para la nueva sucursal.

2006 Dedicación de la nueva sucursal.

2007 La Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas se publica en kiniaruanda.

2010

2010 La Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras se publica en kiniaruanda.

[Ilustración y tabla de la página 234]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Publicadores

Precursores

20.000

15.000

10.000

5.000

1985 1990 1995 2000 2005 2010

[Mapas de la página 167]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

UGANDA

REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO

Volcán Nyiragongo

Goma

BURUNDI

TANZANIA

RUANDA

KIGALI

MONTES VIRUNGA

Volcán Karisimbi

Ruhengeri (actual Musanze)

Gisenyi (actual Rubavu)

Lago Kivu

Bukavu

Kanombe

Masaka

Gitarama (actual Muhanga)

Bugesera

Nyabisindu (actual Nyanza)

Save

Butare (actual Huye)

Ecuador

[Ilustración de las páginas 164 y 165]

Pesca en el lago Kivu

[Ilustraciones de la página 169]

Oden y Enea Mwaisoba

[Ilustración de la página 170]

Gaspard Rwakabubu con su hija, Deborah, y su esposa, Melanie

[Ilustración de la página 171]

“Estas buenas nuevas del reino” en kiniaruanda

[Ilustración de la página 172]

Justin Rwagatore

[Ilustración de la página 172]

Ferdinand Mugarura

[Ilustración de la página 173]

Leopold Harerimana, Pierre Twagirayezu y Emmanuel Bazatsinda, quienes se bautizaron en 1976

[Ilustración de la página 174]

Publicaciones en kiniaruanda

[Ilustración de la página 179]

Phocas Hakizumwami

[Ilustración de la página 180]

Palatin Nsanzurwimo con su esposa (a la derecha) y sus hijos

[Ilustración de la página 181]

Odette Mukandekezi

[Ilustración de la página 182]

Henry Ssenyonga en su motocicleta

[Ilustración de la página 188]

Certificado de registro (13 de abril de 1992)

[Ilustración de la página 190]

Hermanos desmontando la plataforma para que se pudiera llevar a cabo el partido de fútbol

[Ilustración de la página 192]

Leonard y Nancy Ellis (en el centro) con los Rwakabubu y los Sombe

[Ilustración de la página 193]

Restos del avión que se estrelló cerca de Kigali

[Ilustraciones de la página 199]

Rótulo en una iglesia católica de Kibuye (actual Karongi) que dice: “Nos faltó espíritu de hermandad”

[Ilustración de la página 214]

De izquierda a derecha: (atrás) André Twahirwa, Jean de Dieu, Immaculée, Chantal (con bebé) y Suzanne; (adelante) niños de los Mugabo: Jean-Luc y Agapé

[Ilustración de la página 216]

Védaste Bimenyimana dirigiendo un estudio bíblico

[Ilustración de la página 217]

Tharcisse Seminega junto a su esposa, Chantal

[Ilustración de la página 218]

Tharcisse y Justin junto a la choza en la que Tharcisse y su familia pasaron un mes

[Ilustraciones de la página 226]

Arriba: campo de refugiados para Testigos ruandeses; abajo: campo de refugiados para Testigos y otras personas

Goma (Congo)

Benaco (Tanzania)

[Ilustraciones de la página 229]

El Salón del Reino sirvió de hospital

[Ilustración de la página 238]

Oreste con su familia (1996)

[Ilustración de la página 240]

Théobald y Berancille Munyampundu

[Ilustraciones de la página 241]

Testigos tutsis y hutus preparan el terreno para la construcción del nuevo Salón de Asambleas

[Ilustración de la página 242]

Salón de Asambleas abierto de Kigali (2006)

[Ilustración de la página 243]

Escuela de Entrenamiento Ministerial (Kigali, 2008)

[Ilustración de la página 246]

Sección para lenguaje de señas en un día especial de asambleas (Gisenyi, 2011)

[Ilustración de la página 248]

François-Xavier Hakizimana

[Ilustraciones de las páginas 252 y 253]

Hermanos y hermanas que trabajan sin descanso junto al “Amo de la mies” en esta fértil tierra