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Myanmar (Birmania)

Myanmar (Birmania)

MYANMAR, una tierra llena de contrastes, se asienta entre dos gigantes asiáticos: India y China. * La ciudad de Yangón (antes Rangún) es la más importante, con sus edificios de varios pisos, sus tiendas abarrotadas de gente y su intenso tráfico. Pero más allá de Yangón, lo que se ven son aldeas donde los campesinos usan búfalos de agua para labrar sus tierras, miran con asombro a los extranjeros y miden el paso del tiempo según las estaciones.

El Myanmar de hoy evoca el Asia de antaño. Todavía se ven autobuses destartalados dando tumbos por caminos llenos de hoyos, mientras dejan atrás carretas de bueyes que llevan cosechas al mercado y pastores de cabras que cuidan sus rebaños en los campos. La mayoría de los hombres visten el tradicional lungi, falda que se envuelve alrededor de la cintura. Las mujeres se maquillan la cara con thanaka, una pasta extraída de la corteza de un árbol. La gente es muy religiosa; de hecho, los budistas devotos veneran a los monjes más que a las celebridades del mundo del espectáculo y diariamente pegan delgadas laminitas de oro en las brillantes estatuas de Buda.

Los habitantes de Myanmar son respetuosos, amables y curiosos. En el país hay ocho grupos étnicos principales y por lo menos 127 subgrupos. Cada uno tiene su lengua, indumentaria, comida y cultura particulares. La mayoría de la población vive en una amplia llanura central regada por el caudaloso río Ayeyarwardy (Irawadi), una vía fluvial de 2.170 kilómetros (1.350 millas) de largo que serpentea desde las gélidas montañas del Himalaya hasta las tibias aguas del mar de Andamán. Pero también hay millones de habitantes en un enorme delta, y en el arco que forman las montañas que limitan con Bangladesh, China, India, Laos y Tailandia.

Por los pasados cien años, la fe y el aguante de los testigos de Jehová de Myanmar han sido inquebrantables. En tiempos de violencia y agitación política se han mantenido neutrales (Juan 17:14). Pese a las dificultades, la oposición religiosa y el limitado contacto con la hermandad internacional, los siervos de Jehová de este país han predicado sin cesar las buenas nuevas del Reino de Dios. Esta es su conmovedora historia.

Por los pasados cien años, la fe y el aguante de los testigos de Jehová de Myanmar han sido inquebrantables

Los inicios de la predicación

En el histórico año de 1914, dos precursores ingleses llegaron a Myanmar en un barco de vapor y bajaron en el muelle de Yangón en medio de un calor sofocante. Hendry Carmichael y su compañero habían partido de la India para asumir la difícil comisión de dar inicio a la predicación en Birmania. Su territorio abarcaba todo el país.

“Si quieres, nos puedes pagar para que también entremos al nuevo mundo por ti”

Empezaron en Yangón y enseguida encontraron a dos hombres de origen angloíndio que mostraron interés en el mensaje del Reino. * Se trataba de Bertram Marcelline y Vernon French, quienes cortaron rápidamente todos los lazos que los unían a la cristiandad y comenzaron a dar testimonio de manera informal a sus amigos. Al poco tiempo, unas veinte personas se reunían con regularidad en la casa de Bertram para estudiar la Biblia con ayuda de la revista La Atalaya. *

Publicadores en Yangón (1932)

En 1928, otro precursor inglés procedente de la India, George Wright, llegó a Birmania y pasó cinco meses recorriendo el país y distribuyendo muchas publicaciones bíblicas. Entre las semillas de la verdad que dejó en manos de la gente estuvo el folleto Millones que ahora viven no morirán jamás, editado en 1920. Dicho folleto fue la primera de nuestras publicaciones que se tradujo al birmano.

Dos años después, llegaron a Yangón los precursores Claude Goodman y Ronald Tippin. Allí encontraron a un grupito de hermanos que, pese a celebrar reuniones regularmente, no participaban en la predicación organizada. “Les sugerimos a los hermanos que nos acompañaran a predicar los domingos —relató Claude—. Uno de ellos preguntó si nos podía dar dinero para que predicáramos por él. Ron le contestó: ‘Con mucho gusto. Si quieres, nos puedes pagar para que también entremos al nuevo mundo por ti’.” Aquel comentario tan directo fue justo lo que el grupo necesitaba. De inmediato, Claude y Ronald tuvieron compañeros de sobra para predicar.

“¡Rachel, encontré la verdad!”

Ese mismo año, Ron y Claude conocieron a Sydney Coote, un jefe de la estación de trenes de Yangón. Sydney aceptó un juego de diez de nuestros coloridos libros, que juntos parecían un arco iris. Tras leer algunos fragmentos de uno de ellos, llamó a su esposa y le dijo: “¡Rachel, encontré la verdad!”. Al poco tiempo, toda la familia Coote servía a Jehová.

Sydney Coote (centro) estudiaba las Escrituras a fondo; él y su esposa, Rachel (izquierda), llevaron el mensaje bíblico a otras personas

Sydney estudiaba las Escrituras a fondo. Su hija, Norma Barber, que fue misionera durante muchos años y ahora sirve en la sucursal de Gran Bretaña, cuenta: “Mi padre se hizo su propio libro de referencias bíblicas. Cada vez que hallaba un texto que explicaba una enseñanza bíblica, lo anotaba bajo el encabezamiento correspondiente. El libro se titulaba ¿Dónde está?”.

Pero Sydney no solo quería comprender las Escrituras, también deseaba llevar el mensaje bíblico a otras personas. Así que envió a la sucursal de la India una carta preguntando si había Testigos en Birmania. Poco después recibió una gran caja de publicaciones y una lista de nombres. Norma recuerda: “Papá escribió a todas las personas de la lista, invitándolas a pasar un día con nosotros. Vinieron cinco o seis hermanos que nos enseñaron a predicar informalmente. Mis padres empezaron de inmediato a distribuir las publicaciones entre sus amigos y vecinos, y también se las enviaron junto con una carta a todos nuestros parientes”.

Cuando Daisy D’Souza, una hermana de Sydney que vivía en Mandalay, recibió la carta de su hermano junto con el folleto El Reino, la esperanza del mundo, le contestó sin demora pidiéndole más publicaciones y una Biblia. La hija de Daisy, Phyllis Tsatos, cuenta: “Mi madre estaba tan entusiasmada con lo que leía que se quedaba estudiando hasta la madrugada. Un día reunió a sus seis hijos y nos hizo este sorprendente anuncio: ‘Voy a dejar la Iglesia Católica porque he hallado la verdad’”. El esposo de Daisy y sus hijos también se hicieron Testigos. En la actualidad, cuatro generaciones de la familia D’Souza sirven fielmente a Jehová.

Precursores intrépidos

A principios de los años treinta, había celosos precursores difundiendo las buenas nuevas a lo largo de la principal línea ferroviaria que subía desde Yangón a Myitkyina, una ciudad cercana a la frontera con China. También predicaban en Mawlamyine (Moulmein) y Sittwe (Akyab), pueblos costeros ubicados al este y al noroeste de Yangón. Gracias a esto, pronto se formaron pequeñas congregaciones en Mawlamyine y Mandalay.

La sucursal de la India atendió la obra en Birmania hasta 1938, cuando la supervisión pasó a la de Australia. A partir de entonces, comenzaron a llegar al país precursores de Australia y Nueva Zelanda. Entre aquellos tenaces evangelizadores se encontraban Fred Paton, Hector Oates, Frank Dewar, Mick Engel y Stuart Keltie. Todos ellos fueron precursores en el pleno sentido de la palabra.

Frank Dewar

Fred Paton relató: “Durante los cuatro años que viví en Birmania prediqué por casi todo el país. Tuve malaria, fiebre tifoidea, disentería y otros problemas de salud. A menudo, después de predicar todo el día, no tenía dónde pasar la noche. Sin embargo, Jehová siempre se ocupó de mis necesidades y me dio de su espíritu para seguir adelante”. Frank Dewar, un robusto neozelandés, contó: “Me encontré con delincuentes, rebeldes y funcionarios engreídos. Pero descubrí que podía superar hasta los peores obstáculos siendo amable, humilde y razonable. La mayoría de la gente se daba cuenta enseguida de que los testigos de Jehová no suponen ningún peligro”.

Había un marcado contraste entre los precursores y la demás población extranjera, que en su gran mayoría trataba a los lugareños con desprecio. Los precursores trataban a todo el mundo con amor y respeto. Esa cortesía llegaba al corazón de los birmanos, personas humildes que prefieren la amabilidad y la sutileza en vez de la brusquedad y las discusiones. Con sus palabras y acciones, los precursores demostraron que los Testigos son verdaderos cristianos (Juan 13:35).

Una asamblea histórica

Varios meses después de la llegada de los precursores, la sucursal de Australia hizo preparativos para celebrar una asamblea en Yangón. El lugar escogido fue la alcaldía de la ciudad, una construcción palaciega con escaleras de mármol y enormes puertas de bronce. A la asamblea vinieron representantes de Tailandia, Malasia y Singapur. Alex MacGillivray, el siervo de sucursal de Australia, llegó acompañado de un grupo de hermanos de la ciudad de Sydney.

Como los nubarrones de la guerra ya asomaban por el horizonte, el título “Se acerca la guerra universal” del discurso público, al que se le dio amplia publicidad, despertó gran interés entre la gente. “Nunca vi un lugar llenarse tan rápido —dijo Fred Paton—. Cuando abrí las puertas de entrada, una multitud subió en estampida las escaleras hacia el auditorio. En menos de diez minutos, más de mil personas se apretujaron en un auditorio de 850 asientos”. Por su parte, Frank Dewar añadió: “Tuvimos que cerrar las puertas ante la avalancha de gente, dejando fuera a otras mil personas. Aun así, algunos jóvenes se las ingeniaron para meterse por unas puertitas laterales”.

Los hermanos quedaron encantados al ver que en el auditorio había personas de diferentes etnias. Hasta ese entonces, muy pocos lugareños habían demostrado interés en la verdad, pues en general eran budistas devotos. Los que profesaban ser cristianos —en su mayoría de las etnias karen (kayin), kachin y chin— vivían en zonas remotas a las que casi no se había llegado con el mensaje de las buenas nuevas. La asamblea permitió ver que el territorio indígena era prometedor. No pasaría mucho tiempo antes de que la “gran muchedumbre” internacional contara con miembros de las etnias de Birmania (Rev. 7:9).

Primeros discípulos karen

Las primeras Testigos de la etnia karen, Chu May “Daisy” (izquierda) y Hnin May “Lily” (derecha)

Cierto día de 1940, una precursora llamada Ruby Goff se hallaba predicando en Insein, un pequeño pueblo a las afueras de Yangón. Como no encontraba mucho interés, oró: “Jehová, por favor, permíteme hallar una oveja antes de volver a casa”. En el siguiente hogar, conoció a Hmwe Kyaing, una mujer karen que pertenecía a la Iglesia Bautista y que aceptó con gusto el mensaje del Reino. Casi de inmediato, ella y sus hijas, Chu May (Daisy) y Hnin May (Lily), comenzaron a estudiar la Biblia y a progresar en sentido espiritual. Aunque Hmwe Kyaing falleció poco después, Lily, su hija menor, llegó a ser la primera persona de la etnia karen que se bautizó como testigo de Jehová. Luego, su hermana Daisy también se bautizó.

Lily y Daisy llegaron a ser precursoras entusiastas y dejaron tras de sí un legado que aún perdura. Hoy día, un gran número de sus descendientes y estudiantes de la Biblia sirven a Jehová en Myanmar y otros países.

Dificultades durante la II Guerra Mundial

En 1939 estalló en Europa la segunda guerra mundial, y sus efectos se hicieron sentir por todo el mundo. En medio de la histeria bélica, el clero de la cristiandad de Birmania presionó al gobierno colonial para que prohibiera nuestras publicaciones. Ante esto, Mick Engel, quien estaba a cargo del depósito de publicaciones de Yangón, acudió a un funcionario estadounidense de alto rango y consiguió una carta de autorización para transportar unas dos toneladas de libros y folletos en camiones del ejército por la carretera de Birmania hacia China.

Fred Paton y Hector Oates llegaron con las publicaciones hasta Lashio, una ciudad cerca de la frontera con China, desde donde partían los camiones. Al oficial a cargo del convoy que los llevaría casi le dio un ataque cuando los vio. “¡¿Qué?! —les gritó—. ¿Pretenden que les ceda espacio en mis camiones para sus miserables tratados cuando no tengo lugar para materiales militares y médicos que se necesitan con urgencia y que están pudriéndose aquí a la intemperie?” Tras pensar unos instantes, Fred sacó la carta de autorización de su portafolios y le recordó que si desobedecía una orden oficial procedente de Yangón, se metería en serios problemas. De inmediato, el hombre puso a disposición de los hermanos un pequeño camión con chofer y suministros incluidos. Recorrieron unos 2.400 kilómetros (1.500 millas) hasta la ciudad de Chongqing (Chungking), en la zona centro sur de China. Allí distribuyeron las publicaciones y hasta le dieron testimonio a Chiang Kai-shek, el presidente del gobierno nacionalista chino.

Cuando llegaron las autoridades, el depósito ya estaba vacío

En mayo de 1941, el gobierno colonial con sede en la India envió un telegrama ordenando a las autoridades locales que confiscaran nuestras publicaciones. Dos Testigos que trabajaban en la oficina de telégrafos vieron el mensaje e inmediatamente se comunicaron con Mick Engel, quien avisó a Lily y a Daisy para que buscaran las 40 cajas de publicaciones que quedaban en el depósito y las escondieran en sitios seguros por toda la ciudad. Para cuando llegaron las autoridades, el depósito ya estaba vacío.

El ejército japonés empezó a lanzar bombas sobre Birmania el 11 de diciembre de 1941, solo cuatro días después de haber atacado Pearl Harbor. Ese fin de semana, un grupito de Testigos se reunió en un pequeño apartamento arriba de la estación central de trenes de Yangón. Y allí, tras un discurso bíblico, Lily fue bautizada en una bañera.

Tres meses después, el ejército japonés entró en Yangón y se encontró con una ciudad casi desierta. Más de cien mil personas habían huido hacia la India. Por el camino murieron miles a causa del hambre, el agotamiento y las enfermedades. Sydney Coote huyó con su familia, pero murió de malaria cerebral cerca de la frontera con la India. Un hermano murió al recibir disparos de los soldados japoneses, y otro perdió a su esposa y su familia cuando bombardearon su casa.

En Birmania solo quedó un puñado de Testigos. Lily y Daisy se mudaron a Pyin Oo Lwin (Maymyo), un tranquilo pueblo serrano cerca de Mandalay, donde sembraron semillas de la verdad que dieron fruto. Otro Testigo, Cyril Gay, se fue a Thayarwaddy, una aldea a 100 kilómetros (60 millas) al norte de Yangón, y permaneció tranquilo allí hasta el final de la guerra.

Un reencuentro feliz

Cuando la guerra terminó, la mayoría de los Testigos que habían huido a la India comenzaron a volver a Birmania. Para abril de 1946, la congregación de Yangón contaba con ocho publicadores activos, pero a finales de ese año ya había 24. Así que los hermanos decidieron celebrar una asamblea.

La asamblea duró dos días y se llevó a cabo en una escuela de Insein. Theo Syriopoulos, que había conocido la verdad en Yangón en el año 1932, comentó: “Yo acababa de volver de la India cuando me enteré de que debía presentar el discurso público de una hora en la asamblea. ¡Pero en la India yo solo había dado dos discursos de cinco minutos en las reuniones! De todos modos, la asamblea salió bien, y asistieron más de cien personas”.

Unas cuantas semanas después, un líder de la comunidad karen, a quien le atraía la verdad, ofreció a los Testigos un terreno en Ahlone, un barrio junto al río en el centro de Yangón. Allí construyeron un Salón del Reino de bambú con capacidad para cien personas. La congregación rebosaba de alegría. La fe de los hermanos que habían sobrevivido a la guerra permanecía intacta, y todos estaban listos para seguir predicando en el país.

Llegan los primeros misioneros de Galaad

Hubert Smedstad, Robert Kirk, Norman Barber y Robert Richards, primeros misioneros de Galaad. Nancy D’Souza, Milton Henschel, Nathan Knorr, Robert Kirk, Terence D’Souza (fila de atrás), Russell Mobley, Penelope Jarvis-Vagg, Phyllis Tsatos, Daisy D’Souza, Basil Tsatos (fila de adelante).

A principios de 1947, un grupo de hermanos se reunió en el muelle de Yangón para dar una calurosa bienvenida a Robert Kirk, el primer graduado de la Escuela de Galaad enviado a Birmania. Poco después llegaron tres misioneros más: Norman Barber, Robert Richards y Hubert Smedstad, acompañados por Frank Dewar, quien durante la guerra había sido precursor en la India.

Los misioneros se encontraron con una ciudad devastada por la guerra, llena de edificios calcinados. Miles de personas vivían en frágiles chozas de bambú a lo largo de los caminos. Literalmente cocinaban, lavaban y vivían en la calle. Pero los misioneros habían venido a enseñar la verdad bíblica, así que se adaptaron a las circunstancias y se dedicaron de lleno al ministerio.

El 1 de septiembre de 1947 se estableció una sucursal de la Sociedad Watch Tower en el hogar misional, ubicado en la avenida Signal Pagoda, en el corazón de la ciudad. Se designó a Robert Kirk como superintendente de sucursal. Poco después, la congregación de Yangón se mudó del salón de bambú en Ahlone a un apartamento en la calle Bogalay Zay, a solo unos minutos a pie del majestuoso edificio donde tenía su sede el gobierno colonial británico, una administración cuyos días estaban contados.

Estalla la guerra civil

El 4 de enero de 1948, Gran Bretaña entregó el poder al nuevo gobierno birmano. Tras sesenta años de dominio británico, Birmania se convirtió en un país independiente. Pero se sumió en una guerra civil.

Varias etnias luchaban entre sí para establecer estados independientes mientras que ejércitos privados y grupos de delincuentes se disputaban el control de algunas zonas. A comienzos de 1949, las fuerzas rebeldes dominaban la mayor parte del país, y el conflicto llegó hasta las afueras de Yangón.

Como casi siempre había luchas, los hermanos predicaban con cautela. La sucursal fue trasladada del hogar misional ubicado en la avenida Signal Pagoda a un gran apartamento en la calle 39, una zona segura que albergaba varias embajadas extranjeras y que se hallaba a solo tres minutos a pie de la oficina central de correos.

El ejército birmano afianzó gradualmente su autoridad, empujando a las facciones rebeldes a las montañas. Para mediados de los años cincuenta, el gobierno había recuperado el control en gran parte del país. Pero la guerra civil estaba lejos de acabar. De hecho, de una forma u otra ha continuado hasta el día de hoy.

La predicación en birmano

Hasta mediados de la década de 1950, los hermanos daban testimonio principalmente en inglés, el idioma que hablaban las personas cultas de las ciudades y los pueblos grandes. Pero millones hablaban solo birmano, kayin (karen), kachin, chin u otros idiomas nativos. ¿Cómo se les podrían hacer llegar las buenas nuevas?

Allá por 1934, Sydney Coote le encargó a un karen que era maestro de escuela que tradujera varios folletos al birmano y al kayin. Posteriormente, otros publicadores tradujeron el libro “Sea Dios veraz” y algunos folletos al birmano. Entonces, en 1950, Robert Kirk le pidió al hermano Ba Oo que tradujera artículos de estudio de La Atalaya al birmano. Las traducciones, que se hacían a mano, se enviaban luego a imprentas comerciales de la capital que realizaban la composición e impresión del texto. Las copias se distribuían entre quienes asistían a las reuniones. Andando el tiempo, la sucursal adquirió una máquina de escribir con alfabeto birmano a fin de acelerar el proceso de traducción.

Ba Oo (izquierda) tradujo al birmano artículos de estudio de La Atalaya

La tarea no era nada sencilla para aquellos primeros traductores. Naygar Po Han, quien se encargó de la traducción de los artículos cuando Ba Oo ya no pudo hacerlo, recuerda: “Trabajaba todo el día para mantener a mi familia y traducía hasta tarde en la noche bajo la tenue luz de una bombilla. No sabía mucho inglés, así que supongo que mis traducciones dejaban mucho que desear. Aun así, lo que más anhelábamos era que las revistas llegaran a la mayor cantidad posible de gente”. Cuando Robert Kirk le dijo a Doris Raj que tradujera La Atalaya al birmano, ella se sintió tan abrumada que se echó a llorar. “Solo había cursado los estudios básicos y no sabía nada de traducción —explica—. Pero el hermano Kirk me animó a que lo intentara. Así que le oré a Jehová y puse manos a la obra.” En la actualidad, casi cincuenta años después, Doris todavía es traductora en el Betel de Yangón. En cuanto a Naygar Po Han, que ahora tiene 93 años, también vive en la sucursal y sigue promoviendo con el mismo entusiasmo los intereses del Reino.

En 1956, Nathan Knorr anunció la publicación de La Atalaya en birmano

En 1956, Nathan Knorr, de la sede mundial, visitó el país y anunció la publicación de La Atalaya en birmano. Además, recomendó a los misioneros que aprendieran el idioma a fin de lograr mejores resultados en la predicación. Motivados por sus consejos, los misioneros se esforzaron más por aprender birmano. Al año siguiente, Frederick Franz, también de la sede mundial, presentó el discurso temático en una asamblea de cinco días que se llevó a cabo en Yangón. Sugirió a los hermanos responsables de la obra que enviaran precursores a otras regiones de Birmania a fin de dar más empuje a la predicación. Mandalay, que había sido la capital y era la segunda ciudad más grande del país, fue la primera que se benefició de recibir precursores.

Mandalay produce fruto

A principios de 1957, seis nuevos precursores especiales llegaron a Mandalay. Allí servían ya Robert Richards y su esposa de la etnia karen, Baby, quienes se habían casado recientemente. Enseguida comprobaron que la ciudad era un territorio difícil: Mandalay es un destacado centro del budismo y el hogar de casi la mitad de los monjes budistas del país. Con todo, los precursores se dieron cuenta de que, como en la antigua Corinto, Jehová tenía “mucha gente en esta ciudad” (Hech. 18:10).

Un ejemplo de ello fue Robin Zauja, un estudiante kachin que entonces tenía 21 años. Él recuerda: “Cierta mañana, Robert y Baby Richards llamaron a mi puerta y se presentaron como testigos de Jehová. Me dijeron que estaban anunciando las buenas nuevas de casa en casa, tal como lo había mandado Jesús (Mat. 10:11-13). Me hablaron del mensaje bíblico y me dieron su dirección, así como varios libros y revistas. Por la noche me puse a leer uno de los libros y no pude parar hasta que lo terminé, al amanecer. Ese mismo día fui a la casa de Robert y pasé horas haciéndole preguntas. Él me respondió todas con la Biblia”. Robin Zauja pronto se convirtió en el primer kachin que aceptó la verdad. Sirvió por años de precursor especial en el norte de Birmania y ayudó a casi cien personas a hacerse Testigos. Actualmente, dos de sus hijos son miembros de la familia Betel de Yangón.

Otro ejemplo es el de Pramila Galliara, una muchacha de 17 años que acababa de regresar de Yangón, donde había conocido la verdad bíblica. “Mi padre, quien era seguidor del jainismo, se opuso con todas sus fuerzas a mis nuevas creencias —relata—. En dos ocasiones, quemó mi Biblia y mis libros. Llegó al punto de golpearme varias veces en público y de dejarme encerrada para que no fuera a las reuniones. ¡Incluso amenazó con quemar la casa del hermano Richards! Pero cuando se dio cuenta de que mi fe seguía intacta, empezó a ceder.” Pramila dejó la universidad, se hizo precursora y más tarde se casó con Dunstan O’Neill, quien era superintendente de circuito. Hasta ahora, 45 personas han aprendido la verdad gracias a ella.

A medida que la predicación progresaba en Mandalay, la sucursal fue enviando precursores a otras zonas del centro del país; entre estas, Pathein (Bassein), Kalemyo, Bhamo, Myitkyina, Mawlamyine y Myeik (Mergui). Sin duda, Jehová bendijo la obra, pues en todos estos lugares florecieron sólidas congregaciones.

Se echa del país a los misioneros

Mientras la predicación seguía dando fruto, las crecientes tensiones étnicas y políticas estaban llevando al país al borde del caos. Finalmente, en marzo de 1962, el ejército asumió el poder. Cientos de miles de indios y angloíndios fueron deportados a la India y Bangladesh (entonces Pakistán oriental), y a los extranjeros que visitaban el país solo se les concedían visados de veinticuatro horas. Birmania estaba cerrando sus puertas al mundo exterior.

Los hermanos observaban el desarrollo de los acontecimientos cada vez con más inquietud. El gobierno militar garantizó la libertad de culto siempre y cuando las religiones no se metieran en política. Pero, como era de esperarse, los misioneros de la cristiandad no dejaron de entrometerse. Para mayo de 1966, el gobierno se hartó y ordenó salir del país a todos los misioneros extranjeros. Aunque los Testigos se habían mantenido completamente al margen de los asuntos políticos, también fueron echados.

Los Testigos birmanos no podían creer lo que estaba pasando, pero no se desanimaron porque sabían que Jehová no los dejaría (Deut. 31:6). Con todo, algunos se preguntaban qué sucedería con la predicación.

Pronto se hizo evidente que era Jehová quien dirigía la obra. Sin demora se encomendó el cuidado de la sucursal a Maurice Raj, quien había sido superintendente de circuito y había recibido cierta preparación en Betel. Aunque era indio, Maurice no fue deportado. ¿Por qué? Él mismo lo explica: “Varios años antes, había solicitado la ciudadanía birmana, pero como no tenía los 450 kyats * que costaba el trámite, pospuse el asunto. Un día, cuando pasaba frente a la empresa para la que había trabajado años atrás, mi ex jefe me llamó y me dijo: ‘Oye, Raj, ven a buscar tu dinero. Te fuiste sin cobrar el aporte para tu jubilación’. ¡Y eran exactamente 450 kyats!

”Mientras salía de la oficina, pensé en todo lo que podía hacer con ese dinero. Pero como eso era lo que costaba el trámite de la ciudadanía, llegué a la conclusión de que la voluntad de Jehová era que usara el dinero para tal fin. Y fue una decisión muy acertada: pude permanecer en el país, viajar sin restricciones, importar publicaciones y efectuar otras labores fundamentales para la predicación. Todo gracias a que tenía la ciudadanía birmana.”

Maurice Raj y Dunstan O’Neill recorrieron todo el país animando a las congregaciones y grupos aislados. Maurice cuenta: “Les decíamos a los hermanos: ‘No se preocupen, Jehová está con nosotros. Si nos mantenemos fieles, él nos cuidará’. ¡Y qué bien nos cuidó! Enseguida se nombraron muchos precursores especiales, y la predicación siguió expandiéndose rápidamente”.

Ya han pasado unos cuarenta y seis años, y Maurice, quien es miembro el Comité de Sucursal, todavía viaja por todo el país para fortalecer a las congregaciones. Igual que en el caso del envejecido Caleb del antiguo Israel, su celo por el servicio a Jehová no ha disminuido (Jos. 14:11).

La predicación llega al estado Chin

El estado Chin, una zona montañosa que limita con Bangladesh y la India, fue uno de los primeros lugares en recibir precursores especiales. Muchos de sus habitantes profesan ser cristianos debido a la influencia de los misioneros bautistas del período colonial británico. De modo que la mayoría tiene en alta estima tanto a la Biblia como a quienes la enseñan.

Hacia finales de 1966, Lal Chhana, un precursor especial que había sido soldado, llegó a Falam, por entonces la ciudad más grande del estado Chin. Allí se le unieron Dunstan y Pramila O’Neill y Than Tum, otro ex soldado que acababa de bautizarse. Estos celosos evangelizadores encontraron a varias familias interesadas en la verdad y establecieron una congregación pequeña pero muy activa.

Al año siguiente, Than Tum se mudó a Hakha, un pueblo al sur de Falam, donde comenzó el precursorado y estableció un pequeño grupo. Luego se fue a predicar por todo el estado Chin y ayudó a formar congregaciones en Vanhna y Surkhua, así como en Gangaw y otras zonas. Hoy, más de cuatro décadas después, Than Tum sigue como precursor especial en su pueblo natal, Vanhna.

Cuando Than Tum se fue de Hakha, lo sustituyó Donald Dewar, precursor especial de 20 años de edad. Como los padres de Donald, Frank y Lily (antes Lily May), acababan de ser deportados, Samuel, su hermano de 18 años, se fue a vivir con él. “Nuestra cabaña era de hojalata, así que en verano nos moríamos de calor y en invierno, de frío —relata Donald—. Pero lo peor era la soledad. Casi siempre predicaba solo y apenas hablaba chin haka, el idioma local. En las reuniones solo estábamos Samuel, yo y uno o dos publicadores más. Empecé a deprimirme y hasta contemplé la posibilidad de dejar mi servicio.

”Por entonces leí en el Anuario el informe sobre los hermanos de Malaui. * Me conmovió ver su fidelidad a pesar de la cruel persecución de la que eran objeto. Me hizo pensar que si me costaba soportar la soledad, se me haría mucho más difícil aguantar la persecución. Oré a Jehová para contarle todas mis inquietudes y empecé a sentirme más tranquilo. Otra cosa que me fortaleció fue leer la Biblia y artículos de La Atalaya, y meditar en ellos. Además, me llevé una grata sorpresa cuando recibí la visita de Maurice Raj y Dunstan O’Neill. ¡Fue como si dos ángeles hubieran venido a verme! Poco a poco, fui recuperando el gozo.”

Posteriormente, mientras Donald servía de superintendente viajante, aquella experiencia le permitió animar a Testigos de territorios aislados. Sus esfuerzos en Hakha también rindieron fruto: ahora hay una próspera congregación, y a menudo se celebran allí asambleas cristianas. Además, dos de los publicadores que asistían a las reuniones en Hakha, Johnson Lal Vung y Daniel Sang Kha, llegaron a ser precursores especiales y ayudaron a difundir las buenas nuevas por gran parte del estado Chin.

Viajes por las montañas

El estado Chin se encuentra a una altura de 900 a 1.800 metros (3.000 a 6.000 pies) sobre el nivel del mar, pero algunas de sus montañas alcanzan los 3.000 metros (10.000 pies). La mayoría de ellas están cubiertas de densas junglas donde abundan altísimos árboles de teca, majestuosas coníferas, coloridas flores de rododendro y delicadas orquídeas. El territorio es tan imponente y salvaje que viajar por él es muy difícil. Los pueblos están comunicados por sinuosos caminos polvorientos que se tornan casi intransitables cuando llueve, o quedan cortados por los desprendimientos de tierra. Por si fuera poco, a muchas de las aldeas más remotas solo se puede llegar a pie. Pero estos obstáculos no han impedido que los siervos de Jehová cumplan con su propósito de anunciar las buenas nuevas al mayor número posible de personas.

La hermana Aye Aye Thit acompañó a su esposo en la obra de circuito por el estado Chin. Ella cuenta: “Como me crié en las llanuras del delta del Irawadi, me impresionó la belleza de los montes Chin. Subí mi primera montaña con mucho entusiasmo, pero al llegar a la cima casi me desmayo. Varias montañas después, mi agotamiento era tal que pensé que me moría. Poco a poco aprendí a subir las montañas a mi ritmo y sin gastar tanta energía. Así logré caminar hasta 32 kilómetros (20 millas) diarios en viajes que duraban seis días o más”.

Los miembros de la congregación de Matupi caminaban 270 kilómetros (170 millas) para asistir a las asambleas en Hakha

A lo largo de los años, los hermanos del estado Chin han usado varias formas de transporte: mulas, caballos, bicicletas y, más recientemente, motocicletas, camiones de pasajeros y vehículos todoterreno. Pero la forma más común de desplazarse siempre ha sido a pie. Por ejemplo, para llegar a las aldeas que rodean Matupi, los precursores especiales Kyaw Win y David Zama tenían que caminar un sinnúmero de kilómetros por escarpadas montañas. Los miembros de la congregación de Matupi, por su parte, caminaban de seis a ocho días de ida y otros tantos de vuelta para asistir a la asamblea en Hakha, a más de 270 kilómetros (170 millas) de distancia. En el camino iban entonando cánticos del Reino que resonaban por entre las hermosas montañas.

Además de ser extenuantes, aquellos viajes exponían a los hermanos al severo clima de montaña, a nubes de mosquitos y a toda clase de insectos desagradables, especialmente durante la temporada lluviosa. “Cierto día, mientras atravesaba una selva, vi que me subían sanguijuelas por las piernas —recuerda Myint Lwin, superintendente de circuito—. Cuando me las arranqué, se me treparon dos más. Me subí de un salto a un árbol caído, pero cientos de sanguijuelas empezaron a trepar por el tronco. Aterrado, me eché a correr y cuando por fin llegué a la carretera, estaba cubierto de sanguijuelas.”

Gumja Naw, superintendente de distrito, y su esposa, Nan Lu, visitaban las congregaciones en el estado Chin

Pero para los viajeros, las sanguijuelas eran lo de menos. Myanmar también cuenta con jabalíes, osos, leopardos, tigres y, según algunas fuentes, con la mayor variedad de serpientes venenosas del mundo. Por eso no sorprende que Gumja Naw, superintendente de distrito, y su esposa, Nan Lu, encendieran varias hogueras a su alrededor para mantener alejados a los animales salvajes durante la noche cuando visitaban las congregaciones en el estado Chin.

El legado de esos incansables evangelizadores todavía perdura. Maurice Raj menciona: “Sirvieron a Jehová con todas sus fuerzas. Aun después de irse del estado Chin, estaban dispuestos a volver. Sin duda, sus esfuerzos honraron a Jehová”. En la actualidad, pese a ser una de las regiones menos pobladas del país, en el estado Chin hay siete congregaciones y varios grupos aislados.

“En Myitkyina no hay ‘ovejas’”

En 1966, varios precursores especiales llegaron a Myitkyina, una ciudad pequeña y pintoresca ubicada a orillas del río Irawadi en el estado Kachin, cerca de China. Seis años antes, Robert y Baby Richards habían predicado brevemente en esta zona. Aunque en su informe escribieron: “En Myitkyina no hay ‘ovejas’”, los nuevos precursores sí hallaron personas deseosas de aprender la verdad.

Una de ellas fue Mya Maung, un joven bautista de 19 años que le estaba pidiendo a Dios que lo ayudara a entender la Biblia. Él mismo comenta: “Cuando vino un precursor a mi trabajo y se ofreció a darme clases bíblicas, no lo podía creer. Me di cuenta de que esa era la respuesta a mis oraciones. Mi hermano menor, llamado San Aye, y yo estudiábamos dos veces a la semana y progresamos rápidamente en sentido espiritual.

”Tuvimos un maestro excelente: Wilson Thein. En vez de limitarse a decirnos qué hacer, nos mostraba cómo hacerlo. Con sesiones de práctica y demostraciones, nos enseñó a usar la Biblia eficazmente, predicar con valor, afrontar la oposición de la gente, y a preparar y presentar discursos. Él nos escuchaba mientras practicábamos y nos decía en qué podíamos mejorar. Su amorosa ayuda nos motivó a seguir poniéndonos metas espirituales.

“Hoy día, en algunos pueblos por los que pasa el tren, como Namti, Hopin, Mohnyin y Katha, hay florecientes congregaciones”

”En 1968, San Aye y yo emprendimos el precursorado, con lo que el número de precursores en Myitkyina aumentó a ocho. Entre las primeras personas que estudiaron con nosotros estuvieron mamá y siete de nuestros hermanos y hermanas, quienes con el tiempo aceptaron la verdad. También predicábamos en los pueblos a lo largo de la línea del tren entre Myitkyina y Mandalay. Los recorridos nos tomaban de uno a tres días. Plantamos semillas que más tarde dieron fruto: hoy día, en algunos pueblos por los que pasa el tren, como Namti, Hopin, Mohnyin y Katha, hay florecientes congregaciones”.

En cierta ocasión, mientras predicaba en el territorio de negocios de Myitkyina, San Aye conoció a Phum Ram, un bautista de la etnia kachin que trabajaba en una oficina del gobierno. Phum Ram aceptó la verdad y se mudó a Putao, un pueblito a los pies del Himalaya. Allí les dio testimonio a muchos de sus familiares, y 25 personas comenzaron a asistir a las reuniones. Luego se hizo precursor y ayudó a su esposa, a sus siete hijos y a otros miembros de su familia a conocer la verdad. Todavía sirve de precursor y es anciano en una congregación de Myitkyina.

El caso de los vagones del tren

Testigos en el tren especial que partió de Yangón a Myitkyina para la asamblea de 1969

Ante el rápido progreso de la obra en el estado Kachin, la sucursal decidió celebrar en Myitkyina, y no en Yangón, la Asamblea Internacional de 1969, “Paz en la Tierra”. Para transportar a los representantes desde Yangón hasta Myitkyina, a más de 1.100 kilómetros (700 millas) al norte, la sucursal pidió a la compañía de trenes de Birmania que le fletara seis vagones. Esta solicitud era insólita, pues el estado Kachin era uno de los focos rebeldes más activos, y en aquella zona había un control muy estricto de la entrada y salida de personas. Sin embargo, para sorpresa de los hermanos, las autoridades ferroviarias accedieron a su solicitud.

Un grupo de ancianos en la Asamblea Internacional “Paz en la Tierra” de 1969 en Myitkyina. (Fila de atrás): Francis Vaidopau, Maurice Raj, Tin Pei Than, Mya Maung; (fila del medio): Dunstan O’Neill, Charlie Aung Thein, Aung Tin Shwe, Wilson Thein, San Aye; (fila de adelante): Maung Khar, Donald Dewar, David Abraham y Robin Zauja

El día que el tren debía llegar a Myitkyina, Maurice Raj y un grupo de hermanos fueron a la estación para recibir a los asambleístas. Maurice recuerda: “Mientras esperábamos, el jefe de estación vino corriendo a decirnos que acababa de recibir un telegrama. En él se le notificaba que las autoridades habían desenganchado los seis vagones que transportaban a los hermanos y que los habían dejado en algún lugar entre Mandalay y Myitkyina. Al parecer, el tren no podía subir cuesta arriba con tanto peso.

”¿Qué haríamos? Lo primero que se nos ocurrió fue cambiar la fecha de la asamblea, pero eso implicaba volver a tramitar un montón de permisos, lo cual nos tomaría semanas. Mientras orábamos a Jehová, el tren llegó a la estación. ¡No podíamos dar crédito a nuestros ojos cuando vimos los seis vagones, llenos de hermanos sonrientes saludándonos! Les preguntamos qué había pasado, y uno de ellos nos explicó: ‘Desengancharon seis vagones, ¡pero no los nuestros!’”.

“Desengancharon seis vagones, ¡pero no los nuestros!”

La asamblea fue todo un éxito. Se presentaron tres nuevas publicaciones en birmano y cinco en inglés. Tras la deportación de los misioneros, tan solo tres años antes, la entrada de alimento espiritual al país se había reducido al mínimo, pero en la asamblea los hermanos recibieron un abundante banquete.

Se predica a los nagas

Cuatro meses después de la asamblea de Myitkyina, la sucursal recibió una carta de un empleado de correos de Khamti, un pueblo ubicado en la margen del río que bordea las montañas de la frontera con la India. En esta zona viven los nagas, un conjunto de tribus que antiguamente fueron feroces cazadores de cabezas. En su carta, el hombre, llamado Ba Yee, mencionó que había pertenecido a la Iglesia Adventista del Séptimo Día y pidió ayuda espiritual. De inmediato, la sucursal envió a dos precursores especiales: Aung Naing y Win Pe.

Este último relata: “Una vez en la pista de aterrizaje de Khamti, nos asustamos al ver ante nosotros a un grupo de temibles guerreros nagas vestidos con taparrabos. En eso se acercó corriendo Ba Yee, nos saludó y enseguida nos presentó a otras personas interesadas en la verdad. Pronto contábamos con cinco estudiantes de la Biblia.

Biak Mawia (fila de atrás, extremo derecho) con la congregación de Khamti cuando la obra empezó en la región de los nagas

”Las autoridades locales asumieron que éramos pastores bautistas vinculados con los rebeldes políticos. Aunque les aclaramos una y otra vez nuestra postura neutral, nos ordenaron abandonar la zona cuando no hacía ni un mes que habíamos llegado”.

Tres años más tarde, las autoridades locales fueron reemplazadas, y Biak Mawia, un precursor de 18 años de edad, pudo continuar la labor que aquellos dos hermanos habían tenido que suspender. Al poco tiempo, Ba Yee renunció a su trabajo en el correo y emprendió también el precursorado. Posteriormente llegaron más precursores, y entre todos establecieron una congregación en Khamti y varios grupos en los pueblos limítrofes. Biak Mawia recuerda: “Los hermanos nagas no habían ido a la escuela y no sabían leer ni escribir. Pero amaban la Palabra de Dios y usaban con destreza las láminas de nuestras publicaciones para predicar a otras personas. También se aprendían muchos textos bíblicos y cánticos de memoria”.

En la actualidad se celebran en Khamti asambleas de distrito, a las que asisten personas de lugares tan distantes como Homalin, un pueblo que queda hacia el sur, a quince horas de viaje en bote.

Oposición en el Triángulo de Oro

En esa época, la predicación también estaba rindiendo fruto al otro lado del país, en las montañas que limitan con China, Laos y Tailandia. Este lugar, al que se conoce como el Triángulo de Oro, es una hermosa región de onduladas montañas y fértiles valles cuya belleza se ve opacada por la producción de opio, las revueltas y otras actividades ilegales. Por ello, los precursores de esta inestable zona tenían que ser cautelosos y discretos (Mat. 10:16). Aun así, había un grupo en particular que se oponía constantemente a nuestra obra: el clero de la cristiandad.

Cuando los precursores Robin Zauja y David Abraham llegaron al bullicioso pueblo de Lashio, en el estado Shan, el clero enseguida los acusó de insurrectos. Robin contó: “Fuimos arrestados y encarcelados. En la prisión tuvimos que presentar nuestros documentos. Al rato llegó un comandante del ejército y me dijo: ‘Hola, señor Zauja. ¡Conque los testigos de Jehová ya han llegado a Lashio!’. Resulta que él y yo habíamos sido compañeros de escuela, así que nos dejó en libertad”.

Estos dos precursores pronto pusieron manos a la obra, establecieron una congregación bastante grande y construyeron un Salón del Reino. Dos años después, fueron citados a las oficinas del gobierno de la ciudad, donde se habían reunido más de setenta oficiales militares, líderes tribales y miembros del clero. “Los clérigos nos acusaron de presionar a la gente para que abandonara sus tradiciones religiosas —dijo Robin—. Entonces la persona que dirigía la reunión nos cedió la palabra. Cuando le pregunté si podía usar la Biblia en mi defensa, él accedió. Hice una breve oración en silencio y pasé a explicar el punto de vista bíblico sobre las tradiciones religiosas falsas, el servicio militar y las ceremonias patrióticas. Cuando terminé, el hombre se puso de pie y dijo que la ley de Birmania garantizaba la libertad de culto. Al final nos dejaron ir y, para frustración del clero, también nos permitieron seguir predicando.”

En Mong Paw, un pueblito cerca de la frontera con China, una enfurecida turba de bautistas quemó un Salón del Reino. Cuando se dieron cuenta de que su vil acto no había intimidado a los Testigos de la zona, quemaron la casa de un precursor especial y comenzaron a acosar a los hermanos en sus casas. Los Testigos acudieron al líder de la zona, pero él se puso de parte de los bautistas. Finalmente, el gobierno intervino y les concedió permiso a los hermanos para construir un nuevo Salón del Reino. Pero no a las afueras —donde había estado el otro—, sino en el mismo centro del pueblo.

Más al sur, en Leiktho, un aislado pueblo de montaña en el estado Kayin (Karen), al borde del Triángulo de Oro, Gregory Sarilo se enfrentó a la férrea oposición de la Iglesia Católica. Él explica: “El sacerdote del pueblo les ordenó a sus feligreses destruir mi huerto. Entonces me regalaron comida, pero un amigo me advirtió que estaba envenenada. En otra ocasión, los secuaces del sacerdote me preguntaron qué ruta tomaría al día siguiente. Pero yo me fui por otro camino y así pude evitar una emboscada que tenían tramada para matarme. Denuncié estos atentados ante las autoridades, quienes ordenaron terminantemente al sacerdote y a sus seguidores que me dejaran tranquilo. Jehová me protegió de quienes andaban ‘en busca de mi alma’” (Sal. 35:4).

Una neutralidad incondicional

A lo largo de los años, las guerras étnicas y los conflictos políticos han supuesto otra dura prueba para la integridad de los Testigos de Birmania (Juan 18:36).

Por ejemplo, la lucha entre los grupos separatistas y las fuerzas del gobierno llegó al pueblo sureño de Thanbyuzayat —terminal birmana del tristemente célebre “ferrocarril de la muerte”, construido durante la II Guerra Mundial para unir Birmania con Tailandia—, donde vivía el precursor especial Hla Aung. “Los soldados hacían redadas por las noches en las aldeas y se llevaban a los hombres a punta de pistola para utilizarlos como porteadores —explica él—. A muchos no los volvimos a ver nunca más. Una noche, mientras Donald Dewar y yo conversábamos en mi casa, unos soldados empezaron a buscar hombres en nuestra aldea. Mi esposa enseguida pegó un grito para alertarnos, y eso nos permitió huir y escondernos en el bosque justo a tiempo. Después de aquel incidente, preparé un lugar secreto en la casa para ocultarme en caso de que hubiera más redadas.”

Cuando Rajan Pandit llegó a Dawei —un pueblo al sur de Thanbyuzayat— para servir como precursor especial, comenzó varios estudios bíblicos en una aldea cercana que era bastión de los rebeldes. “Un día que regresaba de la aldea, los soldados me arrestaron y golpearon porque, según ellos, estaba aliado con los insurgentes —cuenta Rajan—. Les dije que era testigo de Jehová, pero entonces quisieron saber cómo había llegado hasta Dawei. Así que les mostré mi pasaje de avión, que guardaba de recuerdo. Al poder probar que había viajado en un medio de transporte que los insurgentes nunca utilizaban, dejaron de golpearme y me pusieron en libertad. Sin embargo, interrogaron a uno de mis estudiantes, quien confirmó que solo habíamos estado analizando la Biblia. Ya no volví a tener problemas con los soldados, y algunos incluso llegaron a formar parte de mi ruta de revistas.”

A veces, las autoridades locales presionaban a los hermanos para que transigieran y participaran en las elecciones o en actividades nacionalistas. Cuando unos funcionarios de Zalun —un pueblo situado a orillas de un río a 130 kilómetros (80 millas) al norte de Yangón— quisieron obligar a los Testigos a votar en una elección, ellos mantuvieron una postura firme, citando la Biblia como su autoridad (Juan 6:15). Los funcionarios presentaron el caso ante la jurisdicción regional. Pero allí la neutralidad de los testigos de Jehová en asuntos políticos era muy conocida, así que fueron eximidos de inmediato de las votaciones.

En Khampat, ciudad fronteriza con la India, 23 niños Testigos se negaron a saludar la bandera, por lo que la directora los expulsó de la escuela. Luego mandó llamar a dos ancianos de la congregación para que comparecieran ante un numeroso grupo de funcionarios, entre ellos el juez de la ciudad y el comandante militar. “Mientras les explicábamos las razones bíblicas de nuestra postura —relata Paul Khai Khan Thang, uno de los ancianos—, algunos se mostraron claramente hostiles. Entonces les enseñamos una copia del decreto gubernamental que permite a los testigos de Jehová ‘permanecer de pie en silencio y con actitud respetuosa durante las ceremonias de la bandera’. Todos se quedaron sin palabras. Por fin, el comandante ordenó a la directora que readmitiera a los alumnos que había expulsado. Ella, además, entregó una copia del decreto a cada departamento de la escuela.”

En la actualidad, la postura neutral de los Testigos es conocida hasta en las más altas esferas del gobierno de Myanmar. Por su firme defensa de los principios bíblicos, estos siervos de Jehová han dado un testimonio excelente, tal como Jesús predijo (Luc. 21:13).

Militares que abrazaron el cristianismo

Una característica de la turbulenta historia moderna de Myanmar es que gran parte de sus ciudadanos han sido militares o guerrilleros. Al igual que Cornelio, oficial del ejército romano del siglo I, muchos son hombres devotos que temen a Dios (Hech. 10:2). Una vez que aprenden la verdad, se esfuerzan por vivir de acuerdo con las justas normas de Jehová.

Gracias al poder de la Palabra de Dios, estos dos hombres se libraron de las cadenas del odio; ahora los unen los lazos del amor cristiano

Tomemos como ejemplo a Hlawn Mang, un suboficial de marina que conoció la verdad mientras estaba destinado en Mawlamyine. “Desde el principio quise predicar —cuenta—. Justo cuando estaba a punto de presentar mi renuncia al ejército, me enteré de que estaban pensando ascenderme de rango y concederme una beca para estudiar en una escuela militar de un próspero país occidental. ¡Qué oportunidad tan tentadora! Pero ya había tomado mi decisión y, para sorpresa de mis superiores, entregué mi renuncia y comencé a servir a Jehová. Han pasado treinta años, y sigo convencido de que escogí lo mejor. Nada se puede comparar al privilegio de servir al Dios verdadero.”

Aik Lin (izquierda) y Sa Than Htun Aung (derecha) lucharon en bandos opuestos en batallas encarnizadas en medio de la jungla

Un soldado llamado La Bang Gam se hallaba convaleciente en un hospital militar cuando Robin Zauja le mostró el libro De paraíso perdido a paraíso recobrado. * A La Bang Gam le fascinó, y preguntó si se lo podía quedar. Pero como Robin solo tenía ese ejemplar, le dijo que se lo prestaría por una noche. Al día siguiente, cuando Robin regresó, La Bang Gam le dijo entusiasmado: “Aquí está su libro. Ahora ya tengo el mío”. ¡Se había pasado toda la noche copiando a mano las 250 páginas del libro en varios cuadernos! Poco después, dejó el ejército y utilizó su libro Paraíso para ayudar a muchas personas a conocer la verdad.

En el montañoso estado Shan, un capitán del ejército birmano, Sa Than Htun Aung, y un comandante del Ejército Unido del Estado Wa, de nombre Aik Lin, lucharon en bandos opuestos en batallas encarnizadas en medio de la jungla. Cuando se negoció un alto el fuego entre ambos bandos, los dos hombres se establecieron en el estado Shan. Andando el tiempo, aprendieron la verdad, cada uno por su lado, renunciaron a sus puestos militares y se bautizaron. Estos anteriores enemigos llegaron a conocerse en una asamblea de circuito, donde se abrazaron como hermanos. Gracias al poder de la Palabra de Dios se libraron de las cadenas del odio; ahora los unen los lazos del amor cristiano (Juan 8:32; 13:35).

Se razona con “hombres de toda clase”

Entre 1965 y 1976, el número de publicadores de Birmania aumentó más del 300%. La mayoría de los que respondían mejor a la predicación de los Testigos provenían de la cristiandad. No obstante, los hermanos sabían que la voluntad de Dios es “que hombres de toda clase se salven y lleguen a un conocimiento exacto de la verdad” (1 Tim. 2:4). Por lo tanto, desde mediados de los años setenta intensificaron sus esfuerzos por predicar a personas de otras creencias religiosas, como budistas, hinduistas y animistas.

Es frecuente ver a monjes budistas con sus tradicionales túnicas

La labor que tenían por delante no era fácil: los budistas no aceptan la existencia de un Dios personal o un Creador, los hinduistas adoran a millones de dioses, y los animistas birmanos veneran a espíritus poderosos a los que llaman nats. En estas religiones son muy comunes la superstición, la adivinación y el espiritismo. Y aunque la mayoría de sus devotos consideran que la Biblia es un libro sagrado, por lo general tienen muy poco o ningún conocimiento de los conceptos, cultura, historia y personajes de las Escrituras.

Pero los hermanos sabían que la verdad bíblica es tan poderosa que puede tocar el corazón de cualquier ser humano (Heb. 4:12). Solo debían confiar en el espíritu de Dios y valerse del “arte de enseñar”, es decir, usar razonamientos lógicos que lleguen al corazón de las personas y las motiven a hacer cambios en su vida (2 Tim. 4:2).

Por ejemplo, Rosaline, una precursora especial con mucha experiencia, emplea este tipo de razonamiento con los budistas. Ella cuenta: “Cuando se les enseña que hay un Creador, siempre preguntan: ‘¿Y quién creó al Creador?’. Dado que los budistas consideran a los animales como seres humanos reencarnados, les tienen mucho respeto, así que hago referencia a sus mascotas al razonar con ellos”. Rosaline suele dirigir la conversación de esta manera:

—¿Sabe una mascota que su dueño existe?

—Sí.

—Pero ¿sabe en qué trabaja, si está casado o cómo fue su infancia? —vuelve a preguntar Rosaline.

—No.

—De igual modo, como los humanos somos diferentes a Dios, que es un espíritu, ¿podría esperarse que entendiéramos todo sobre su origen o su existencia?

—No.

“El amor que los hermanos me mostraron me resultó dulce como la miel”

Esta forma de enseñar ha convencido a muchos budistas sinceros de seguir analizando las pruebas que demuestran la existencia de Dios. Cuando esto se combina con sincero amor cristiano, la gente se siente más inclinada a aceptar la verdad. Ohn Thwin, quien era budista, relata: “Cuando comparé mi creencia budista en el nirvana con la promesa bíblica del Paraíso en la Tierra, el Paraíso me pareció más atrayente. Sin embargo, como creía que a la verdad se llega por muchos caminos, no vi la necesidad de hacer cambios en mi vida. Pero entonces empecé a asistir a las reuniones de los testigos de Jehová. El amor que los hermanos me mostraron me resultó dulce como la miel. Fue lo que me motivó a vivir de acuerdo con lo que ya entendía que era la verdad”.

Un grupo de Testigos en Birmania (1987)

Por supuesto, para ayudar a las personas a cambiar sus creencias religiosas es necesario manifestar tacto y paciencia. Kumar Chakarabani tenía diez años cuando su padre, un hinduista estricto, permitió que el betelita Jimmy Xavier le enseñara a leer. “Papá le advirtió que solo me diera clases de lectura, no de religión —recuerda Kumar—. Jimmy le aseguró que Mi libro de historias bíblicas era una obra excelente para enseñar a leer a los niños. Además, siempre que terminaba de darme una clase de lectura, Jimmy dedicaba un poco de tiempo a conversar con mi padre y lo escuchaba con verdadero interés. Y cuando papá empezó a hacerle preguntas sobre cuestiones de religión, Jimmy le decía con prudencia: ‘La Biblia tiene la respuesta. Vamos a buscarla juntos’. Con el tiempo, mi padre y otros 63 miembros de nuestra familia se hicieron Testigos.”

Asambleas en tiempos turbulentos

A mediados de los años ochenta, el panorama político de Birmania se fue volviendo más inestable, hasta que en 1988 miles de personas salieron a las calles para protestar contra el gobierno. Las protestas, sin embargo, fueron duramente sofocadas y se impuso la ley marcial en la mayor parte del país.

“El gobierno decretó un estricto toque de queda y prohibió las reuniones de más de cinco personas —recuerda Kyaw Win, quien sirve en Betel—. Se acercaban las fechas de las asambleas de distrito, y no sabíamos si cancelarlas o no. Pero pusimos fe en Jehová y decidimos hablar con el comandante militar de Yangón y solicitar permiso para celebrar una asamblea para mil personas. Dos días después, recibimos la autorización por escrito. Cuando se la mostramos a funcionarios de otros lugares donde planeábamos celebrar asambleas, ellos también nos concedieron los permisos. Gracias a la ayuda de Jehová, la serie de asambleas fue un éxito rotundo.”

No descuidaron las reuniones cristianas

Tras el levantamiento de 1988, la economía sufrió un gran deterioro. Con todo, los hermanos demostraron su profunda fe en Jehová al seguir poniendo en primer lugar en su vida los intereses del Reino (Mat. 6:33).

Ese fue el caso de Cin Khan Dal, que vivía con su familia en una remota aldea de Sagaing. “Queríamos asistir a la asamblea de distrito en Tahan, a una distancia de dos días en bote y camión —explica él—. Pero nadie quiso cuidar de nuestros pollos durante nuestra ausencia. Aun así, confiamos en Jehová y nos fuimos a la asamblea. Al volver a casa, encontramos 19 aves muertas, lo que nos supuso una importante pérdida económica. Sin embargo, un año después ya contábamos con más de sesenta. Y aunque ese año a mucha gente de la aldea se le murieron pollos por enfermedad, nosotros no perdimos ninguno.”

Otros que se mantuvieron centrados en sentido espiritual fueron Aung Tin Nyunt y su esposa, Nyein Mya, que vivían con sus nueve hijos en Kyonsha, una pequeña aldea situada 64 kilómetros (40 millas) al noroeste de Yangón. Él relata: “Nuestra familia se alimentaba solo de vegetales y papilla de arroz. No teníamos dinero ni tampoco nada para vender. Sin embargo, no nos deprimimos. Yo les decía: ‘Jesús no tenía donde apoyar su cabeza. Así que aunque deba vivir bajo un árbol o morirme de hambre, seguiré adorando a Jehová fielmente’.

“Jehová es mi ayudante; no tendré miedo. ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Heb. 13:6)

”Llegó un día en que ya no había absolutamente nada que comer. Aunque mi esposa y mis hijos me miraban preocupados, yo los tranquilicé diciéndoles que Dios nos ayudaría. Después de predicar por la mañana, me llevé a los muchachos a pescar, pero solo conseguimos lo suficiente para una comida. Les dije que podíamos regresar después de la reunión, así que dejamos los cestos de pesca en el río, cerca de un grupo de nenúfares. Cuando volvimos, entre los nenúfares había muchos peces que buscaban refugiarse del viento, que esa tarde soplaba con fuerza. Allí mismo bajamos los cestos y atrapamos tantos peces que pudimos venderlos y comprar comida para toda la semana”.

Una y otra vez, los Testigos de Myanmar han visto de primera mano el cumplimiento de esta alentadora promesa divina: “De ningún modo te dejaré y de ningún modo te desampararé”. Por eso, pueden decir con total confianza: “Jehová es mi ayudante; no tendré miedo. ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Heb. 13:5, 6).

Mejoras en la impresión de las publicaciones

Desde 1956, la gente de Myanmar ha recibido sin interrupción alimento espiritual mediante la edición birmana de La Atalaya. A pesar de las continuas guerras étnicas, los conflictos civiles y la inestabilidad económica, no ha dejado de imprimirse ni un solo número. ¿Cómo ha sido posible?

Durante muchos años, la sucursal tuvo que enviar varias copias mecanografiadas del texto traducido al censor del gobierno. Cuando el censor aprobaba el texto, la sucursal solicitaba autorización para comprar papel de imprenta. Una vez obtenido el papel, un hermano lo llevaba junto con el texto de la revista a un impresor comercial, que componía a mano cada página, letra por letra, con los caracteres birmanos. Entonces el hermano revisaba las pruebas para asegurarse de que no hubiera errores, y se imprimía la revista en una prensa, que por cierto, estaba bastante destartalada. Luego se enviaban ejemplares de la revista al censor, quien otorgaba un certificado numerado para indicar que había aprobado la publicación de la revista. Obviamente, este laborioso procedimiento tomaba semanas. Además, la calidad del papel y la impresión dejaban mucho que desear.

Ahora bien, en 1989 la sucursal recibió un nuevo sistema de edición que transformó por completo el proceso de impresión. Se trataba del Sistema Electrónico de Fotocomposición Plurilingüe (MEPS, por sus siglas en inglés). Diseñado y producido en la sede mundial, MEPS se valía de computadoras, un programa informático y fotocomponedoras para preparar texto que podía imprimirse en 186 idiomas, incluido el birmano. *

“Los testigos de Jehová fuimos los primeros en componer y editar publicaciones por computadora —señala Mya Maung, quien trabajaba en la sucursal—. El sistema MEPS, que empleaba elegantes caracteres birmanos diseñados en nuestra sucursal, revolucionó la industria de la imprenta en el país. La gente no podía entender cómo lográbamos caracteres tan definidos.” MEPS también funcionaba en prensas offset, una mejora importante respecto a la impresión tipográfica. Y lo que es más, permitía incorporar ilustraciones de alta calidad, lo que aumentó muchísimo el atractivo visual de La Atalaya.

En 1991, el gobierno de Myanmar aprobó la publicación de la revista ¡Despertad!, algo que fue muy bien recibido, no solo por los hermanos, sino por el público en general. Un alto funcionario del Ministerio de Información expresó así el sentir de muchos lectores: “¡Despertad! es diferente a las demás revistas religiosas. Abarca muchos temas interesantes y es fácil de entender. Me encanta”.

En los pasados veinte años, la cantidad de revistas impresas ha aumentado más del 900%

En los pasados veinte años, la cantidad de revistas impresas por la sucursal cada mes ha pasado de 15.000 a más de 141.000, un aumento de alrededor del 900%. La Atalaya y ¡Despertad! son ahora revistas muy conocidas en Yangón y cuentan con lectores en todo el país.

Se necesita una nueva sucursal

Después del levantamiento de 1988, el gobierno militar solicitó formalmente a las organizaciones sociales y religiosas que se inscribieran en el registro oficial. Por supuesto, la sucursal no tardó en hacerlo. Al fin, el 5 de enero de 1990, la “Sociedad (Watch Tower) de los Testigos de Jehová” quedó oficialmente inscrita.

El edificio de Betel había llegado al límite de su capacidad. Una hermana planchaba la ropa en el suelo

Para entonces, los hermanos habían trasladado la sucursal de la calle 39 a una casa de dos plantas con bastante terreno alrededor, ubicada en la avenida Inya, en un barrio de gente adinerada al norte de la ciudad. Sin embargo, el edificio había llegado al límite de su capacidad. El hermano Viv Mouritz, quien por ese tiempo visitó Myanmar como superintendente de zona, recuerda: “Los 25 miembros de la familia Betel trabajaban en condiciones difíciles. No tenían cocina (estufa), así que una hermana hacía las comidas en un hornillo eléctrico. Otra hermana lavaba en un hoyo excavado en el suelo y conectado a un desagüe, ya que tampoco tenían lavadora. Hacía falta comprar estos aparatos, el problema era que sencillamente no se podían importar”.

Estaba claro que se necesitaban unas instalaciones más grandes. Así que el Cuerpo Gobernante aprobó la propuesta de demoler la casa y levantar en el mismo sitio un edificio de viviendas y oficinas de cuatro plantas. No obstante, para que los hermanos pudieran materializar el proyecto, antes había que superar varios obstáculos enormes. Primero, se necesitaba la aprobación de seis funcionarios del gobierno, cada uno de mayor rango que el anterior. Segundo, los contratistas del país no sabían trabajar con estructuras de acero, así que no podían encargarse de la obra. Tercero, no se permitía la entrada a Myanmar de voluntarios extranjeros. Y por último, los materiales de construcción no se podían obtener localmente ni se podían importar. De más está decir que el proyecto parecía condenado al fracaso. Con todo, los hermanos confiaban en Jehová. Si era su voluntad, la sucursal se construiría (Sal. 127:1).

No por poder, sino por el espíritu de Jehová

Kyaw Win, del Departamento de Asuntos Legales de la sucursal, prosigue el relato: “Nuestra solicitud pasó sin problemas por cinco de las seis instancias del gobierno, entre ellas el Ministerio de Asuntos Religiosos. Pero entonces, el Comité de Desarrollo de la ciudad de Yangón alegó que un edificio de cuatro plantas sería demasiado alto y rechazó nuestra solicitud. Volvimos a presentarla, pero sin éxito. Los miembros del Comité de Sucursal me animaron a seguir intentándolo. Así que oré con fervor a Jehová y presenté la solicitud por tercera vez. ¡Y fue aprobada!

”El siguiente paso fue ir al Ministerio de Inmigración, donde nos dijeron que a los extranjeros se les concedían únicamente visados de una semana para turismo. Pero cuando les explicamos que nuestros voluntarios internacionales eran expertos que enseñarían técnicas avanzadas de construcción a gente local, les concedieron visados de seis meses.

”Luego nos dirigimos al Ministerio de Comercio y allí nos enteramos de que se habían congelado todas las importaciones. Sin embargo, les informamos a los funcionarios sobre la naturaleza de nuestro proyecto y, como resultado, nos otorgaron una licencia para importar materiales de construcción valorados en más de un millón de dólares. Ahora solo faltaba ir al Ministerio de Hacienda para resolver lo del impuesto a las importaciones. De allí salimos con un permiso para importar los materiales sin pagar impuestos. ¡Parecía increíble! En esta y en muchas otras ocasiones, vimos lo ciertas que son las palabras: ‘“No por una fuerza militar, ni por poder, sino por mi espíritu”, ha dicho Jehová de los ejércitos’” (Zac. 4:6).

En las obras colaboraron hermanos de Myanmar y extranjeros

En 1997 llegaron los voluntarios. Los hermanos de Australia donaron la mayor parte del material de construcción, y el resto de los suministros vino desde Malasia, Singapur y Tailandia. Bruce Pickering, que colaboró en la supervisión de las obras, relata: “Varios hermanos prefabricaron la estructura de acero completa en Australia y luego viajaron a Myanmar para ensamblarla pieza por pieza. ¡Y todas encajaron a la perfección!”. También llegaron voluntarios de Alemania, Estados Unidos, Fiyi, Gran Bretaña, Grecia y Nueva Zelanda.

Por primera vez en treinta años, los publicadores de Myanmar pudieron relacionarse libremente con hermanos y hermanas de otros países. “Estábamos tan entusiasmados que nos parecía un sueño —recuerda Donald Dewar—. La espiritualidad, el amor y el espíritu de entrega de los visitantes fue un estímulo enorme.” Otro hermano añade: “Nos enseñaron útiles técnicas de construcción. Publicadores que en su vida solo habían usado velas, aprendieron cómo tender cables para la iluminación eléctrica. Y otros aprendieron a instalar acondicionadores de aire aunque nada más conocían los abanicos de mano. Hasta nos enseñaron a manejar herramientas eléctricas”.

Betel de Myanmar

Por su parte, a los voluntarios extranjeros les conmovió la fe y el amor de los hermanos de Myanmar. “Aunque eran pobres, tenían un gran corazón —cuenta Bruce Pickering—. Muchos nos invitaban a comer en sus casas, a pesar de que para ello gastaban lo que les habría servido para alimentar varios días a su familia. Su ejemplo nos recordó lo que es verdaderamente importante en la vida: nuestra relación con Dios, la familia, la hermandad y contar con la bendición divina.”

Las nuevas instalaciones de la sucursal se dedicaron el 22 de enero de 2000 en una reunión especial celebrada en el Teatro Nacional. Para los hermanos del país fue muy significativo que un miembro del Cuerpo Gobernante, el hermano John E. Barr, presentara el discurso de dedicación.

La construcción de nuevos Salones del Reino

Como las obras de la nueva sucursal ya estaban acabando, los hermanos se concentraron en un asunto que necesitaba atención urgente: los Salones del Reino. En 1999, Nobuhiko y Aya Koyama vinieron desde Japón para que Nobuhiko ayudara a establecer una Sección de Construcción de Salones del Reino en la sucursal. “Emprendimos una inspección de los lugares de reunión de todo el país —cuenta él—. Para ello tuvimos que viajar en autobús, avión, motocicleta, bicicleta, barco y a pie. Muchas zonas estaban vedadas a los extranjeros, así que solicitamos permisos de viaje al gobierno. Una vez que determinamos dónde se necesitaba construir salones nuevos, el Cuerpo Gobernante amorosamente hizo disponibles fondos del programa para países con recursos limitados.

”Reunimos un equipo de entusiastas voluntarios y comenzamos a levantar el primer Salón del Reino en Shwepyitha, un barrio de las afueras de Yangón. En las obras colaboraron hermanos de Myanmar y del extranjero, lo que dejó atónitos a los policías, que detuvieron la construcción varias veces para preguntar a sus superiores si estaba permitido que birmanos y forasteros trabajaran juntos así. Algunos transeúntes elogiaron a los hermanos. Un hombre dijo: ‘Vi a un extranjero limpiando el inodoro. Nunca había visto a ninguno hacer ese tipo de trabajo. ¡Ustedes sí que son diferentes!’.

Hermanos llegan en bote a un Salón del Reino recién construido

”Paralelamente, otro equipo empezó la construcción de un salón en Tachileik, una ciudad en la frontera entre Myanmar y Tailandia. Muchos Testigos tailandeses cruzaban la frontera todos los días para ayudar a sus hermanos. Aunque hablaban distintos idiomas, los dos grupos trabajaban unidamente. En marcado contraste, para cuando terminaron las obras se inició un conflicto armado entre grupos militares de ambos lados de la frontera. A pesar de la lluvia de bombas y balas que cayó alrededor del salón, ninguna lo impactó. Cuando cesó el combate, 72 personas se reunieron para la dedicación del salón a Jehová, el Dios de la paz.”

Desde 1999, los equipos han construido unos setenta Salones del Reino por todo el país

Desde 1999, los equipos han construido unos setenta Salones del Reino por todo el país. ¿Qué efecto ha tenido esto en los publicadores? Sirvan de muestra las palabras de una agradecida hermana que dijo entre lágrimas de alegría: “Nunca pensé que íbamos a tener un salón tan hermoso. Ahora pondré más empeño que nunca en invitar a las reuniones a las personas interesadas. Le doy gracias a Jehová y también a su organización por toda la bondad que nos han mostrado”.

Vuelven a llegar misioneros

En los años noventa, tras décadas de aislamiento, Myanmar empezó a abrir lentamente sus puertas al mundo. Ante eso, la sucursal pidió autorización al gobierno para traer misioneros. Por fin, en enero de 2003, llegaron de Japón Hiroshi y Junko Aoki, graduados de Galaad. Eran los primeros misioneros que entraban en Myanmar en treinta y siete años.

Hiroshi y Junko Aoki, los primeros misioneros que entraron en Myanmar en treinta y siete años

“Como había tan pocos extranjeros en el país, debíamos ser discretos para que las autoridades no malinterpretaran la naturaleza de nuestra obra —cuenta Hiroshi—. Así que empezamos acompañando a los hermanos a sus revisitas y estudios bíblicos. Enseguida notamos que a la gente le encanta hablar de temas espirituales. De hecho, el primer día que salimos a predicar comenzamos cinco estudios.”

“En todo momento veíamos la mano de Jehová guiándonos —añade Junko—. Un día que volvíamos de dar una clase bíblica cerca de Mandalay, se nos pinchó un neumático de la motocicleta. La empujamos hasta una fábrica cercana y pedimos ayuda para arreglarla. El guardia de seguridad dejó entrar a Hiroshi con la moto, pero a mí me hizo esperar en la caseta y empezó a hacerme preguntas.

—¿Qué andan haciendo por aquí?

—Estamos visitando a unos amigos —le contesté.

—¿Para qué? —insistió—. ¿Van a tener alguna reunión religiosa?

”Como no estaba segura de lo que pretendía, no le contesté, pero él no se dio por vencido.

—Dígame la verdad: ¿a qué organización pertenece?

”Le mostré un ejemplar de La Atalaya a modo de respuesta.

—¡Lo sabía! —exclamó dirigiéndose a sus compañeros de trabajo—. ¡Un ángel pinchó un neumático para que los testigos de Jehová nos encontraran!

”El hombre metió la mano en su bolsa y sacó una Biblia y uno de nuestros tratados. Había estudiado con los Testigos en otra zona pero había perdido el contacto con ellos cuando se mudó a Mandalay. Empezamos un estudio bíblico con él en ese mismo momento. Con el tiempo, algunos de sus compañeros también aceptaron estudiar la Biblia.”

En 2005 llegaron al país cuatro misioneros más, esta vez graduados de la Escuela de Entrenamiento Ministerial (ahora llamada Escuela Bíblica para Varones Solteros) de Filipinas. Uno de ellos, Nelson Junio, cuenta cómo afrontó un problema común a los misioneros, la nostalgia: “Muchas veces lloraba mientras hacía mi oración antes de dormir. Pero un hermano bondadoso me hizo reflexionar en Hebreos 11:15, 16, donde se da a entender que Abrahán y Sara decidieron que en vez de extrañar su casa en Ur, se concentrarían en cumplir con el propósito de Dios. Después de leer ese texto, ya no volví a llorar. Empecé a ver mi asignación como mi hogar”.

Buenos ejemplos que benefician a muchos

En el siglo primero, el apóstol Pablo aconsejó a Timoteo: “Las cosas que oíste de mí [...] encárgalas a hombres fieles, quienes, a su vez, estarán adecuadamente capacitados para enseñar a otros” (2 Tim. 2:2). Los misioneros se tomaron a pecho este principio y ayudaron a las congregaciones del país a emplear los procedimientos teocráticos que siguen los testigos de Jehová de todo el mundo.

Por ejemplo, observaron que muchos publicadores enseñaban a sus estudiantes de la Biblia haciéndoles repetir las respuestas directamente del libro, un método utilizado en la mayoría de las escuelas de Myanmar. “Los animamos pacientemente a que utilizaran preguntas de punto de vista para conocer los pensamientos y sentimientos del estudiante —dice Joemar Ubiña—. Los publicadores pusieron en práctica de buena gana las sugerencias y mejoraron su eficacia como maestros.”

Además, los misioneros notaron que en muchas congregaciones solo había un anciano o un siervo ministerial. Algunos de estos hermanos, aunque eran fieles y trabajadores, tenían la tendencia a tratar al rebaño de forma muy autoritaria. Esa misma tendencia humana debe haber existido en el siglo primero. Por eso, el apóstol Pedro exhortó a los ancianos: “Pastoreen el rebaño de Dios bajo su custodia, no [...] como enseñoreándose de los que son la herencia de Dios, sino haciéndose ejemplos del rebaño” (1 Ped. 5:2, 3). ¿Cómo podrían los misioneros ser de ayuda? “A fin de poner un buen ejemplo, hicimos un esfuerzo consciente por ser amables, bondadosos y abordables”, explica Benjamin Reyes. Ese espíritu contagió a otros ancianos, y muchos cambiaron su actitud y empezaron a tratar a los hermanos con más compasión.

Mejoras en la traducción de las publicaciones

Durante muchos años, los hermanos de Myanmar usaron una Biblia que había sido traducida al birmano en el siglo XIX por un misionero de la cristiandad con ayuda de monjes budistas. Esta traducción contiene muchas palabras anticuadas en el idioma pali y es muy difícil de entender. Por eso, cuando en 2008 se presentó en una asamblea la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Griegas Cristianas en birmano, los hermanos no cabían en sí de gozo. “Se quedaron aplaudiendo por largo rato, y algunos de los presentes lloraron de emoción cuando recibieron su ejemplar —recuerda Maurice Raj—. La nueva traducción es clara, sencilla y exacta. Hasta los budistas opinan que resulta fácil de entender.” Al poco tiempo de publicarse, la cantidad de estudios bíblicos aumentó más del 40%.

En la actualidad, casi cincuenta años después, Doris Raj todavía es traductora en el Betel de Yangón

Igual que muchos otros idiomas, el birmano —sea hablado o escrito— tiene dos variantes estilísticas: una formal, basada en los idiomas pali y sánscrito, y una coloquial, de uso cotidiano. La mayoría de nuestras publicaciones más antiguas empleaban el estilo formal, que las personas entienden cada vez menos. Teniendo esto presente, la sucursal comenzó recientemente a traducir las publicaciones en el estilo cotidiano, que es más sencillo.

Equipos de traducción de la sucursal de Myanmar

El impacto de estas nuevas publicaciones ha sido inmediato. El superintendente del Departamento de Traducción, Than Htwe Oo, comenta: “La gente solía decir que nuestras publicaciones eran de muy buena calidad pero que no podían entenderlas. Ahora se les ilumina el rostro cuando las reciben, y las leen enseguida. Muchos opinan que son muy fáciles de entender”. Hasta los comentarios en las reuniones de congregación han mejorado, pues los hermanos comprenden con claridad lo que está escrito.

En este momento, en el Departamento de Traducción trabajan a tiempo completo 26 traductores organizados en tres equipos que se ocupan de los idiomas birmano, chin haka y kayin sgaw. También se han traducido publicaciones a otros 11 idiomas locales.

El ciclón Nargis

El 2 de mayo de 2008, el ciclón Nargis —una gigantesca tormenta con vientos de 240 kilómetros (150 millas) por hora— azotó Myanmar, dejando a su paso una estela de muerte y destrucción desde el delta del Irawadi hasta la frontera con Tailandia. Más de dos millones de personas se vieron afectadas y hubo unos 140.000 muertos y desaparecidos.

Aunque el ciclón perjudicó a miles de Testigos, increíblemente ninguno perdió la vida. Muchos sobrevivieron refugiándose en los Salones del Reino recién construidos. En Pothigon, una aldea costera en el delta del Irawadi, 20 Testigos y otros 80 vecinos pasaron más de nueve horas encaramados en las vigas del techo del Salón del Reino hasta que el nivel de las aguas, que había subido peligrosamente, comenzó a bajar.

May Sin Oo delante de su casa, que está siendo reedificada

Un equipo de socorro junto al matrimonio Htun Khin. Al fondo, su casa reconstruida tras la devastación del ciclón Nargis

La sucursal despachó de inmediato un equipo de voluntarios con suministros de socorro a la región más afectada, en la desembocadura del delta. Atravesando una zona desolada y cubierta de cadáveres, fueron el primer grupo que llegó a Pothigon con alimentos, agua y medicinas. Después de entregar los suministros a los hermanos damnificados, los voluntarios los animaron con discursos bíblicos y les repartieron Biblias y otras publicaciones, ya que el ciclón había barrido con todas sus pertenencias.

A fin de coordinar la colosal labor de socorro, la sucursal estableció Comités de Socorro en Yangón y Pathein. Estos comités organizaron a cientos de voluntarios para que distribuyeran agua, arroz y otros suministros básicos. También organizaron equipos de construcción itinerantes para reconstruir las casas de Testigos que habían sido dañadas o destruidas por el ciclón.

Uno de los voluntarios, Tobias Lund, relata una experiencia que tuvieron él y su esposa, Sofía: “Encontramos a May Sin Oo, que tenía 16 años y era la única publicadora de su familia, secando su Biblia al sol entre los escombros de su hogar. Sonrió al vernos, pero una lágrima le corría por la mejilla. Al poco rato, llegaron los voluntarios del equipo itinerante con sus cascos, herramientas eléctricas y materiales de construcción y empezaron a edificar una casa nueva para la familia. Los vecinos estaban perplejos, se pasaron días mirando las obras, que se convirtieron en la principal atracción de los alrededores. Algunos decían: ‘Nunca hemos visto nada igual. ¡En su organización hay tanta unidad y amor! Nosotros también quisiéramos ser testigos de Jehová’. Los padres y hermanos de May Sin Oo asisten ahora a las reuniones, y toda la familia está progresando bien en sentido espiritual”.

Las labores de socorro duraron meses. Los hermanos distribuyeron toneladas de suministros y repararon o reconstruyeron 160 casas y 8 Salones del Reino. El ciclón Nargis trajo dolor y penurias a Myanmar, pero también dejó al descubierto los hermosos lazos de amor que unen al pueblo de Jehová y glorifican su nombre.

Una ocasión inolvidable

A principios de 2007, la sucursal de Myanmar recibió una emocionante carta. “El Cuerpo Gobernante nos pidió que organizáramos una asamblea internacional en Yangón —cuenta Jon Sharp, quien junto con su esposa, Janet, había llegado a la sucursal el año anterior—. La asamblea sería en el 2009, y a ella asistirían cientos de hermanos de diez países, algo nunca visto en la historia de nuestra sucursal.

”Nos surgieron todo tipo de preguntas: ‘¿En qué local reuniríamos a tanta gente? ¿Podrían venir los publicadores de las zonas remotas? ¿Dónde se alojarían? ¿Cómo viajarían? ¿Tendrían con qué alimentar a sus familias?’. Además, teníamos que pedir autorización al gobierno, ¿nos la concederían? Los obstáculos parecían interminables. No obstante, tuvimos presentes las palabras de Jesús: ‘Las cosas que son imposibles para los hombres son posibles para Dios’ (Luc. 18:27). Así que, poniendo toda nuestra confianza en Jehová, comenzamos a hacer planes concretos.

”Enseguida encontramos un lugar apropiado, el Estadio Cubierto Nacional, con capacidad para once mil personas, ubicado cerca del centro de Yangón y equipado con aire acondicionado. De inmediato, solicitamos a las autoridades permiso para utilizarlo. Sin embargo, pasaron los meses, y aunque solo faltaban semanas para la asamblea, no nos lo concedían. Entonces recibimos una noticia demoledora: la administración del estadio había programado un torneo de kickboxing en la misma fecha de nuestra asamblea. Como ya no teníamos tiempo para encontrar otro local, negociamos pacientemente con el promotor del evento y una multitud de funcionarios para resolver la situación. Por fin, el promotor accedió a posponer el torneo, pero solo si los 16 participantes estaban dispuestos a modificar sus contratos. Cuando los competidores se enteraron de que los testigos de Jehová querían celebrar allí una asamblea especial, todos aceptaron el cambio de fechas.”

Comité de Sucursal, de izquierda a derecha: Kyaw Win, Hla Aung, Jon Sharp, Donald Dewar y Maurice Raj

“Pero todavía necesitábamos la autorización del gobierno para usar el estadio —continúa Kyaw Win, otro miembro del Comité de Sucursal—, y nuestra solicitud ya había sido rechazada cuatro veces. Después de orarle a Jehová, nos reunimos con el general que controlaba todos los estadios de Myanmar. Solo quedaban dos semanas para la asamblea, y era la primera vez que se nos permitía hablar con alguien de tan alto rango. Para gran alegría nuestra, aprobó la solicitud.”

Ajenos a todo lo que estaba ocurriendo, miles de Testigos —extranjeros y de todos los rincones de Myanmar—, viajaban hacia Yangón en avión, tren, barco, autobús, camión... y a pie. Muchas familias del país habían ahorrado durante meses para asistir. Cultivaron alimentos, criaron cerdos, hicieron ropa y hasta hubo quienes buscaron oro en los ríos. Muchos hermanos no habían estado nunca en una gran ciudad ni habían visto a alguien de otro país.

Más de mil trescientos asistentes que procedían del norte de Myanmar se juntaron en la estación de Mandalay a fin de subir a un tren especialmente alquilado para llevarlos a Yangón. Un grupo de los montes Naga había viajado durante seis días. Tuvieron que cargar sobre sus espaldas a dos publicadores, ya que las sillas de ruedas que les habían improvisado se rompieron al principio del viaje. Cientos acamparon en el andén de la estación, hablando, riendo y entonando cánticos del Reino. “Todo el mundo estaba entusiasmado —dice Pum Cin Khai, que ayudó a organizar el transporte—. Les proporcionamos alimento, agua y esterillas para dormir. Cuando finalmente llegó el tren, los ancianos ayudaron a cada grupo a subir a su vagón asignado. Entonces se oyó por un altavoz a todo volumen: ‘¡El tren de los testigos de Jehová está saliendo!’. Eché un vistazo para asegurarme de que no quedaba nadie rezagado y subí de un salto al tren.”

Mientras tanto, cerca de setecientos Testigos extranjeros estaban acomodándose en hoteles de Yangón. Pero ¿dónde se alojarían los más de tres mil asistentes birmanos? “Jehová abrió el corazón de los Testigos de Yangón para que cuidaran de sus hermanos —cuenta Myint Lwin, que trabajó en el Departamento de Alojamiento—. Algunas familias hospedaron hasta a 15 visitantes, pagaron para registrarlos ante el gobierno, y les proporcionaron desayuno y transporte de ida y vuelta al estadio cada día. Decenas durmieron en los Salones del Reino, y en una fábrica grande pudimos acomodar a varios centenares más. Pero a pesar de todos nuestros esfuerzos, todavía se necesitaba alojamiento para quinientas personas. Expusimos nuestro problema a la administración del estadio, la cual permitió que se quedaran allí mismo, una concesión sin precedentes.”

“Jehová abrió el corazón de los Testigos de Yangón para que cuidaran de sus hermanos”

La asamblea internacional de 2009 “¡Manténganse alerta!” fortaleció la fe de los hermanos y fue un excelente testimonio en Yangón

Como el estadio se hallaba en malas condiciones, más de trescientos cincuenta voluntarios trabajaron diez días para dejarlo listo para la asamblea. “Arreglamos la plomería y los sistemas de electricidad y aire acondicionado, y pintamos y limpiamos todas las instalaciones —relata Htay Win, el superintendente de asamblea—. Esta monumental tarea fue un excelente testimonio. El oficial del ejército encargado del estadio nos dijo: ‘¡Gracias, gracias! Le pido a Dios que usen mi estadio todos los años’.”

Más de cinco mil personas asistieron a la asamblea, que se celebró del 3 al 6 de diciembre de 2009. El último día, muchos llevaron sus trajes típicos, creando un pintoresco despliegue de color. “Todos nos abrazábamos y llorábamos, incluso antes de que empezara el programa”, cuenta una hermana. Después que Gerrit Lösch, del Cuerpo Gobernante, pronunciara la oración de conclusión, los presentes se quedaron varios minutos aplaudiendo y saludando. Una hermana de 86 años resumió así los sentimientos de la mayoría: “¡Era como estar en el nuevo mundo!”.

A muchos funcionarios del gobierno también les impresionó la asamblea. Uno de ellos dijo: “Esta reunión es excepcional. Nadie dice malas palabras ni fuma ni masca nuez de betel. Se ve unidad entre personas de diferentes razas. Nunca había visto gente así”. Maurice Raj relata: “Hasta el comandante militar de mayor rango de Yangón nos dijo que ni él ni sus colegas habían visto un evento tan extraordinario”.

Para los hermanos también se trató de una ocasión muy especial. Un publicador birmano lo expresó de esta manera: “Antes de la asamblea, solo conocíamos de oídas la hermandad internacional. Pero ahora la hemos vivido. Jamás olvidaremos el amor de nuestros hermanos”.

“Antes de la asamblea, solo conocíamos de oídas la hermandad internacional. Pero ahora la hemos vivido”

“Blancos para la siega”

Hace casi dos mil años, Jesús les dijo a sus discípulos: “Alcen los ojos y miren los campos, que están blancos para la siega” (Juan 4:35). Lo mismo puede decirse de Myanmar. Actualmente, hay 3.790 publicadores en el país, lo que representa una proporción de uno por cada 15.931 habitantes, sin duda un campo grande que segar. Y el potencial de crecimiento es enorme, teniendo en cuenta que a la Conmemoración de 2012 asistieron 8.005 personas.

Como prueba de lo anterior, el estado Rakhine, una región costera en la frontera con Bangladesh, tiene casi cuatro millones de habitantes pero ni un testigo de Jehová. “Todos los meses recibimos muchas cartas de personas de esa región solicitando publicaciones y ayuda espiritual —menciona Maurice Raj—. Por otra parte, cada vez más budistas de todo el país, en especial jóvenes, manifiestan interés en la verdad bíblica. Es por eso que seguimos rogándole al Amo que envíe más obreros a la siega.” (Mat. 9:37, 38.)

Seguimos rogándole al Amo que envíe más obreros a la siega

Hace casi cien años, dos precursores intrépidos llegaron con las buenas nuevas a este país mayoritariamente budista. Desde entonces, miles de personas de diversos antecedentes étnicos se han puesto de parte de la verdad. A pesar de soportar conflictos violentos, agitación política, pobreza generalizada, persecución religiosa, aislamiento internacional y desastres naturales, los testigos de Jehová de Myanmar han demostrado fe inquebrantable en Jehová y en su Hijo, Jesucristo. Están decididos a predicar las buenas nuevas del Reino y a seguir este consejo: “Aguanten plenamente y sean sufridos con gozo” (Col. 1:11).

^ párr. 2 El nombre anterior del país era Birmania, pues la tribu birmana es el grupo étnico mayoritario. En 1989 pasó a llamarse Unión de Myanmar con el fin de representar a todos los grupos étnicos del país. En este relato usaremos Birmania para referirnos a sucesos previos a 1989 y Myanmar para los ocurridos en fecha posterior.

^ párr. 8 Los angloíndios son personas de ascendencia británica e india. Durante el dominio inglés, miles emigraron de India a Birmania, considerada entonces parte de la India británica.

^ párr. 8 Bertram Marcelline fue la primera persona que se bautizó como testigo de Jehová en Birmania. Allí murió fiel a finales de los años sesenta.

^ párr. 62 Equivalente entonces a 95 dólares, una suma considerable para aquella época.

^ párr. 71 Véase el Anuario de los testigos de Jehová para 1966, página 195.

^ párr. 113 Editado por los testigos de Jehová; agotado.

^ párr. 140 En la actualidad, MEPS trabaja con más de seiscientos idiomas.