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Alemania (Parte 2)

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SE ENCUENTRAN “OVEJAS” EN LA PRISIÓN

Mientras estaban en prisión los hermanos se pusieron en comunicación con personas de toda clase y, naturalmente, hasta donde fue posible, les hablaron acerca de su esperanza. ¡Qué grande fue su gozo cuando uno de sus compañeros de prisión aceptaba la verdad! Willi Lehmbecker nos cuenta una experiencia de esta índole. Él estaba encarcelado con varios prisioneros en un cuarto donde se permitía fumar:

“Mi litera estaba arriba, pero el prisionero que dormía debajo de mí fumaba tanto que yo casi no podía respirar. Mientras todos los demás dormían yo pude testificarle con la Biblia acerca del propósito de Dios para la humanidad. Descubrí que escuchaba atentamente. Este joven estaba activo en la política y había sido detenido por distribuir revistas ilegales. Nos prometimos que, una vez que obtuviéramos la libertad de nuevo, si todavía estábamos vivos, trataríamos de visitarnos. Pero lo que sucedió fue diferente. En 1948 lo encontré de nuevo en una de nuestras asambleas de circuito. Él me reconoció inmediatamente, me saludó gozosamente y entonces me contó su historia. Después de haber cumplido su tiempo y haber sido puesto en libertad, había sido reclutado para el servicio militar y había servido en el frente de Rusia. Allí tuvo una oportunidad de meditar en todas las cosas que yo le había dicho. . . . Finalmente me dijo: ‘Hoy he llegado a ser tu hermano.’ ¿Puede usted imaginarse lo mucho que me emocionó esto y lo alegre que me sentí?”

Hermann Schlömer tuvo una experiencia parecida a ésta. También fue en una asamblea de circuito que un hermano se le acercó y le preguntó: “¿Me reconoce?” El hermano Schlömer respondió: “Me parece que lo he visto, pero no sé quién es.” El hermano entonces se presentó diciendo que era el guarda de la prisión a cargo del hermano Schlömer en la prisión de Francfort-Preungesheim durante el término de cinco años de prisión de éste allí. El hermano Schlömer le había contado al guarda muchas cosas acerca de la verdad. También le había pedido una Biblia, que le había sido negada por el clérigo de la prisión. El guarda de la prisión era humanitario y obtuvo una Biblia para el hermano Schlömer. Para que tuviera algo que hacer en su encierro solitario, también le llevó los calcetines de la familia para que los remendara. Sí, el hermano Schlömer realmente tuvo causa para regocijarse, dándose cuenta de que en este caso la palabra de Jehová había caído en terreno fértil.

ESCASEA EL ALIMENTO ESPIRITUAL

El menú espiritual en Alemania continuó escaseando. De lo peligroso que era tanto para individuos como para grupos el que perdieran contacto con la organización y ya no tuvieran la oportunidad de obtener alimento espiritual informa Heinrich Vieker:

“Cuando los nazis tomaron el poder, éramos entre treinta y cuarenta publicadores en nuestra congregación. La posición desafiadora que adoptó este sistema pronto hizo que muchos hermanos ‘se pasaran a la sombra,’ haciéndose así inactivos, y aproximadamente la mitad de los publicadores ya no se presentaban. Esto significó que teníamos que tener mucha cautela al tratar con los que se habían retirado, saludándolos cuando nos encontrábamos con ellos, pero sin suplirles revistas cuando estaban disponibles. Durante una conversación, una vez descubrimos que todos los hermanos excepto unos catorce habían votado en unas elecciones que se habían celebrado.”

Naturalmente había el peligro de que algunos hermanos fueran privados de alimento espiritual sencillamente por alguna circunstancia desgraciada que causara sospecha de que se habían apartado de la organización de Jehová. Esto fue lo que le sucedió a Grete Klein y la madre de ella en Stettin. Oigamos lo que ella dice:

“Nos reuníamos en grupitos en los hogares de varios hermanos. Nuestro superintendente de congregación me dio La Atalaya para que yo preparara los papeles de mimeógrafo de ella para mimeografiarla. Pero esto solo fue por corto tiempo, y entonces este privilegio, que tanto yo atesoraba, terminó. Los hermanos se habían asustado y habían temido que se les descubriera después que supieron que mi padre se oponía a la verdad. Nosotras, mi madre y yo, ni siquiera conseguíamos un ejemplar de La Atalaya. De hecho, el temor de los hermanos era tan extremado que ni siquiera nos saludaban al vernos en las calles. Nosotras dos quedamos completamente cortadas de la organización. En Stettin una congregación de Estudiantes de la Biblia dejó de existir porque, aunque todavía estábamos libres, no teníamos guía ni alimento espiritual. . . .

“El detenerse en realidad significa ir hacia atrás; esto pronto lo vimos por nuestra actitud espiritual. Después del comienzo de la guerra, continué orando por nuestros hermanos espirituales en los campos de concentración; pronto, sin embargo, estaba también orando por mis hermanos carnales que estaban guerreando con armas literales en Rusia y Grecia. En aquel tiempo ni siquiera me di cuenta de que lo que estaba haciendo estaba equivocado. A menudo me pasó por la mente el pensamiento de si era posible de manera alguna establecer un nuevo orden bajo el reino de Dios.

“Además de mí, había muchas otras personas jóvenes en la congregación de Stettin que no sabían en qué posición estaban. Varios hombres jóvenes, tales como Günter Braun, Kurt y Artur Wiessmann, estaban en el servicio militar peleando con armas carnales. Kurt Wiessmann hasta fue muerto en acción. Una razón importante para nuestra posición negativa era, indudablemente, que nuestro acaudillamiento en la congregación de Stettin había sido víctima del temor al hombre. . . .

“Por otra parte, estos hermanos que se debilitaron durante aquel tiempo son un ejemplo de la paciencia, el amor y el perdón de Jehová, puesto que, como más tarde descubrí, algunos de ellos sinceramente se arrepintieron de sus acciones después que la obra comenzó de nuevo y fueron restaurados al favor de Jehová. Algunos de ellos todavía están en el servicio de tiempo cabal hoy, como, por ejemplo, el que fue superintendente de congregación de Stettin, quien, debido al temor al hombre, rompió toda comunicación conmigo y mi madre y se mudó con su esposa a un lugar donde eran completamente desconocidos. Pero, ¡cuánto me regocijé al encontrarlos de nuevo en Wiesbaden al empezar a servir en Betel, y poder verlos a ambos continuar en el servicio de tiempo cabal hasta en su edad avanzada! Debido al proceder de él algunos de los hermanos sufrieron mucho en los campos de concentración y prisiones, y a muchos se les hizo difícil perdonarlo. Pero la misericordia de Jehová les ayudó a hacerlo y sirvió de maravilloso ejemplo para ellos.”

INCERTIDUMBRE EN MAGDEBURGO Y OTROS LUGARES

Regresando en el relato a 1933 cuando Hitler ascendió al puesto de canciller, hallamos que el hermano Rutherford pronto se dio cuenta de que el gobierno alemán tenía su ojo puesto en nuestro edificio de Magdeburgo y las valiosas prensas que había allí. Se hicieron grandes esfuerzos por probarles a los funcionarios responsables que la Wachtturm Bibel- und Traktat-Gesellschaft era una subsidiaria de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract de Pensilvania y que, puesto que la propiedad de Magdeburgo en gran medida consistía en regalos procedentes de los Estados Unidos, era en realidad propiedad americana. En medio de estas circunstancias el hermano Balzereit como ciudadano alemán fue solo parcialmente eficaz en la lucha por hacer que la propiedad americana quedara libre. Por lo tanto, el hermano Rutherford le pidió al hermano Harbeck, el superintendente de sucursal de Suiza, que entrara en la controversia, utilizando su ciudadanía americana.

El hermano Balzereit, que había decidido mudarse a Checoslovaquia en busca de seguridad, ahora sintió que le restringían su autoridad, y su orgullo se resintió. Sin embargo él mismo mostró poco deseo de querer regresar a Alemania y personalmente dirigir las negociaciones que se estaban efectuando para retener posesión de la propiedad de la Sociedad y apoyar a sus hermanos en la pelea de ellos por la fe. Al mismo tiempo, el hermano Balzereit y varios hermanos que se habían puesto de parte de él en la controversia acusaron al hermano Harbeck de negligencia en cuanto a atender los intereses alemanes, mientras que otros llegaron al extremo de telegrafiar al hermano Rutherford a favor de Balzereit.

El hermano Rutherford le contestó a Balzereit de esta manera: “Regrese a Magdeburgo y permanezca allí y encárguese de los asuntos y haga lo que pueda, pero notifique de todo al hermano Harbeck. . . . De hecho, no debería ser necesario para usted pedir permiso para regresar a Alemania, puesto que, en lo que a mí concierne, y esto usted lo sabe, usted pudo haber permanecido allá desde el mismo principio. Usted trató de hacerme creer, sin embargo, que su seguridad personal dependía de refugiarse fuera del país.”

El año 1933 terminó sin que se lograra unidad alguna en cuanto a celebrar reuniones con regularidad y efectuar la predicación. El hermano Poddig describe así la situación: “Se desarrollaron dos grupos. Los temerosos sostenían que éramos desobedientes y estábamos poniéndolos en peligro a ellos y a la obra de Jehová.” Una carta que escribió el hermano Harbeck en agosto de 1933 fue ampliamente distribuida entre los hermanos alemanes y utilizada por los temerosos en sus discusiones como prueba de lo correcto de la posición de ellos. Mientras tanto la Sociedad publicó en La Atalaya un artículo intitulado “No los temáis,” que apoyaba la acción de los que, a pesar de la persecución y el maltrato que aumentaban, habían obedecido la voz de su conciencia y habían continuado reuniéndose en grupitos y efectuando clandestinamente la predicación. Les mostró que lo que habían hecho estaba en armonía con la voluntad divina.

Las negociaciones para que la propiedad de Magdeburgo quedara libre habían quedado en nada, de modo que el hermano Rutherford le escribió en estos términos al hermano Harbeck el 5 de enero de 1934: “Tengo poca esperanza de conseguir cosa alguna del gobierno alemán. Opino que esta ala de la organización de Satanás continuará oprimiendo a nuestra gente hasta que el Señor intervenga.”

Mientras tanto, de hermanos de Alemania le habían llegado al hermano Rutherford otras cartas que le dieron una idea más exacta de la condición de la obra en Alemania y también de la actitud espiritual de los hermanos. Una de éstas, del hermano Poddig, consideraba el artículo de La Atalaya en alemán “No los temáis.” Explicaba que algunos de los hermanos rehusaban aceptar esta Atalaya como “alimento a su debido tiempo.” Algunos hasta estaban tratando de evitar que los hermanos efectuaran predicación clandestina. La respuesta del hermano Rutherford fue comunicada a los hermanos en todas partes. Decía, en parte: “El artículo ‘No los temáis’ que salió en La Atalaya [en alemán] del 1 de diciembre fue escrito especialmente para beneficio de nuestros hermanos de Alemania. Sorprende el que haya hermanos que se opongan a los que están interesados en hallar oportunidades de dar testimonio para el Señor. . . . El artículo mencionado aplica a Alemania tanto como a cualquier otra parte de la Tierra. Especialmente aplica al resto dondequiera que estén los miembros individualmente. . . . Esto significa que ni el siervo de literatura, ni el director del servicio, el conductor de la obra de la siega ni ninguna otra persona tiene el derecho de decirles a ustedes qué hacer o rehusar suministrarles la literatura que haya disponible. Su actividad en el servicio del Señor no es ilegal, porque ustedes la hacen en obediencia al mandato del Señor . . .”

SE HACEN PLANES PARA ACCIÓN UNIDA EN BASILEA

Se hicieron arreglos para celebrar una asamblea en los terrenos de feria de Basilea, Suiza, del 7 al 9 de septiembre de 1934. El hermano Rutherford esperaba reunirse con varios hermanos de Alemania allí, para oír de ellos directamente acerca de lo que verdaderamente sucedía en el país. Bajo las más adversas condiciones casi mil hermanos de Alemania pudieron asistir. Más tarde informaron lo angustiado que se sintió el hermano Rutherford cuando personalmente oyó lo que los hermanos ya se habían visto obligados a sufrir.

Por otra parte, se vio obligado a reconocer que hasta los superintendentes viajantes presentes no opinaban de manera uniforme en cuanto a la predicación. Les habló acerca de los pasos que se habían de tomar en Alemania después de la asamblea. Se hicieron planes para acción unida.

El 7 de octubre de 1934 será siempre algo especial en la memoria de todos los que tuvieron el privilegio de participar en los acontecimientos de aquel día. Aquel día Hitler y su gobierno se vieron frente a la acción denodada de los testigos de Jehová... que a sus ojos eran una ridícula minoría.

Los detalles se dieron en una carta del hermano Rutherford, una copia de la cual fue llevada por mensajero especial a cada congregación de Alemania. Al mismo tiempo a estos mensajeros se les dio la instrucción de hacer preparaciones para reuniones que se celebrarían por toda Alemania en este día particular. La carta del hermano Rutherford decía, en parte:

“Todo grupo de testigos de Jehová en Alemania debe reunirse en un lugar conveniente en la ciudad donde viven, el domingo 7 de octubre de 1934 por la mañana, a las nueve de la mañana. Esta carta debe leerse a todos los presentes. Deben unirse en oración a Jehová pidiéndole por medio de Cristo Jesús, nuestro Cabeza y Rey, su guía, protección, liberación y bendición. Inmediatamente después de eso envíen una carta a los funcionarios gubernamentales alemanes, una cuyo texto habrá sido preparado de antemano y entonces estará disponible. Deben pasarse unos minutos considerando Mateo 10:16-24, recordando que, al hacer como dice este texto, están ‘en pie en defensa de sus vidas.’ (Ester 8:11) La reunión debe ser concluida entonces y ustedes deben ir a sus vecinos dándoles un testimonio acerca del nombre de Jehová, acerca de nuestro Dios y su Reino bajo Cristo Jesús.

“Sus hermanos por todo el mundo estarán pensando en ustedes y dirigirán una oración semejante a Jehová al mismo tiempo.”

DECLARACIÓN UNIDA DE LA RESOLUCIÓN DE OBEDECER A DIOS

Por supuesto, hubo que hacer las preparaciones en absoluto secreto. A todo hermano que tuvo algo que ver con ellas se le exigió que concordara en no hablar ni a su propia esposa ni a otros miembros de su familia acerca de lo que se planeaba para el 7 de octubre. A pesar de estas precauciones, al último instante surgió una situación que, si no hubiese sido por el brazo poderoso y protector de Jehová, pudiera haber tenido terribles consecuencias. Acerca de lo que aconteció en Maguncia, Konrad Franke informa:

“Yo había sido arrestado a principios de 1933 por primera vez y puesto en un campo de concentración, y debido a esto después de haber sido puesto en libertad tuve que comparecer muchas veces ante la Gestapo, que en cada ocasión me acusó de estar encargado de organizar la obra en esta ciudad, pues el número continuo de arrestos daba testimonio de que se estaba efectuando una campaña organizada de predicación. Por eso, hice que mi correspondencia se enviara a una dirección encubridora, una dirección que conocía nuestro director regional de servicio, el hermano Franz Merck. Pero por alguna razón inexplicable él no me había entregado personalmente la carta del hermano Rutherford que contenía las instrucciones necesarias según lo que se había concordado en Basilea, sino que me la envió por correo, y eso a mi dirección normal y literalmente ‘al último instante.’ Felizmente el hermano Albert Wandres, con quien yo trabajaba en estrecha cooperación, ya me había llamado atención a la campaña y por eso yo estaba familiarizado con todos los detalles que se daban en la carta. Puesto que los días hasta el 7 de octubre iban pasando muy rápidamente y todavía yo no había recibido esta importante información del hermano Merck, seguí adelante sin su ayuda e hice arreglos para que la reunión se celebrara en la casa de un hermano en un suburbio de Maguncia, e invitamos a casi veinte personas a esta reunión.

“Dos días antes del tiempo fijado para efectuarse la reunión hubo que hacer un cambio súbito, puesto que el hogar donde habíamos de reunirnos se convirtió en un lugar peligroso. Después que a todos los hermanos y hermanas se les había notificado acerca de una nueva dirección, súbitamente se descubrió que una familia de esta casa también había expresado gran enemistad y había amenazado con hacer que toda persona de la cual ellos supieran que era testigo de Jehová fuese arrestada inmediatamente si en cualquier momento en el futuro ponían pie en su casa. Por eso los hermanos que eran dueños de la casa, en cuyo apartamento se iba a celebrar la reunión la mañana siguiente, pidieron que se celebrara en algún otro lugar. Por lo tanto, el 6 de octubre se hizo necesario visitar a todos los hermanos de nuevo, notificándoles de una tercera ubicación para la reunión a las nueve de la mañana siguiente. Pero, ¿dónde? No parecía quedar ninguna posibilidad. Después de considerar el asunto con oración decidí invitar a los hermanos a mi pequeño apartamento de precursor, aunque esto era peligroso.

“Regresé a casa cansado la noche del 6 de octubre y mi esposa me entregó una carta que había sido entregada tarde aquella noche, a una hora que se pasaba de la hora normal de entregar la correspondencia, y esto a pesar del hecho de que era solo una carta normal más bien que de entrega especial, lo cual hubiera exigido que las autoridades postales la entregaran a aquella hora. La abrí y descubrí que era la carta del hermano Rutherford. El hermano Merck probablemente me la había enviado por no haber tenido posibilidad de entregármela personalmente a tiempo.

“Sin embargo, la manera en que fue entregada fue para mí prueba de que la carta primero había ido a la Gestapo —como sucedía con toda mi correspondencia particular— y que ellos entonces habían hecho arreglos para entregarla, obviamente pensando que yo todavía no sabía nada acerca de la campaña. Calcularon que entonces yo haría los arreglos necesarios según el contenido de la carta en algún tiempo durante la noche, de modo que podrían encontrarnos a todos juntos y arrestarnos sin esfuerzo especial de parte de ellos la mañana siguiente. De hecho, había habido suficiente tiempo para que dieran aviso a funcionarios por toda Alemania. Sería un asunto sencillo arrestar a todos los testigos de Jehová que se reunieran en las diferentes ciudades la mañana siguiente.

“¿Qué debería hacer yo? Mi apartamento, ubicado en un edificio que también contenía una taberna, no era lugar seguro de ninguna manera. Todos los que vivían en la casa, a excepción de la hermana que era dueña del edificio y cuyo cuarto dormitorio estaba al lado de nuestro apartamento, estaban enconadamente opuestos a la obra. Por otra parte, no había ninguna otra posibilidad en cuanto a dónde reunirnos. Confiando en la ayuda de Jehová, decidí no hacer más cambios ni asustar indebidamente a los hermanos y hermanas que, en su mayoría, vivían en familias divididas y que no tenían la más remota idea del propósito de la reunión. Para mis adentros me preparé para ser arrestado de nuevo.

“A las siete de la mañana del 7 de octubre los primeros hermanos ya habían llegado, pues se habían hecho arreglos para que todos vinieran individualmente durante un período de dos horas para que no se notara. Los hermanos se presentaron uno por uno, todos muy a la expectativa de lo que vendría, aunque en armonía con las instrucciones no se les había informado la verdadera razón para la reunión. Pero no había ninguno entre ellos que no pensara que este sería un día muy significativo. Todos, incluso las hermanas cuyos esposos en la mayoría de los casos eran opositores y la mayoría de las cuales tenían niñitos que atender, me dieron la impresión de estar resueltos y dispuestos a hacer todo lo que se les pidiera que hicieran en los intereses de la vindicación del nombre de Jehová.

“Para las nueve menos diez minutos todos estaban reunidos en nuestro apartamento de un solo cuarto de precursor. Yo ciertamente esperaba ver a la Gestapo llegar en un automóvil grande en cualquier momento y arrestarnos a todos. Por eso, pensé que tenía que explicar la situación a los hermanos y darles una oportunidad de retirarse de participar en la reunión si temían las posibles consecuencias. Les dije: ‘La situación es de tal índole que todos pudiéramos ser arrestados dentro de los próximos diez minutos. No quiero que ninguno de ustedes pueda acusarme después de haberlo puesto en esta situación sin haberle informado acerca de lo serio de ella. Por lo tanto, les pido que abran la Biblia a Deuteronomio 20.’ Leí el Dt 20 versículo 8: ‘¿Quién es el hombre que es temeroso y de corazón tímido? Que se vaya y vuelva a su casa, para que no haga que el corazón de sus hermanos se derrita como su propio corazón.’ Después de leer esto a los presentes, dije: ‘Cualquiera que piense que la situación es demasiado peligrosa tiene ahora la oportunidad de retirarse y no participar en la reunión.’

“Pero ninguno, ni siquiera las hermanas que tenían esposos opositores y niñitos, consideraron apartarse por temor. Lo que entonces sucedió es algo que difícilmente se puede expresar con palabras. Durante los pocos minutos que quedaban hasta las nueve de la mañana hubo un silencio acorde en la habitación. Era obvio que todos los que estaban allí estaban encomendando el asunto en oración silenciosa a la mano protectora de Jehová. Llegaron las nueve. Y mientras en mi mente quería seguir entrando el pensamiento de que ‘la Gestapo entrará en el patio en cualquier momento ahora’ abrí la reunión con oración. Súbitamente todos tuvimos la sensación de que un fuerte círculo protector había sido colocado alrededor de nosotros, abarcando no solo a los hermanos en peligro en Alemania, sino también a los hermanos de todo el mundo que, en armonía con las instrucciones, se habían congregado en muchos países a la misma hora y que naturalmente también comenzaron sus reuniones con oración, todo esto con el propósito de protestar ante Hitler por todo el tratamiento inhumano que se daba a sus hermanos en Alemania.

“Después les pronuncié un discurso a los hermanos repitiendo los principales pensamientos del notable discurso del hermano Rutherford en Basilea para estímulo de los hermanos alemanes. En éste se presentaban pruebas bíblicas de que, a pesar del cambio que había ocurrido en las condiciones, delante de Jehová no habíamos sido librados de nuestra responsabilidad de congregarnos con regularidad para estudiar Su Palabra y para alabarlo, ni de nuestra obligación de servir de testigos de él y dar a conocer públicamente el Reino.”

En armonía con la acción que estaban tomando los testigos de Jehová por toda Alemania, todos los del grupo entusiásticamente concordaron en enviar en aquel día la siguiente carta al gobierno, por correo certificado:

“A LOS FUNCIONARIOS DE GOBIERNO:

“La Palabra de Jehová Dios, como se presenta en la Santa Biblia, es la ley suprema, y para nosotros es nuestra única guía porque nos hemos dedicado a Dios y somos seguidores verdaderos y sinceros de Cristo Jesús.

“Durante el año pasado, y contrario a la ley de Dios y en violación de nuestros derechos, ustedes nos han prohibido reunirnos para estudiar la Palabra de Dios y adorarlo y servirle como testigos de Jehová. En su Palabra él nos manda que no abandonemos el reunirnos. (Hebreos 10:25) A nosotros Jehová nos ordena: ‘Vosotros sois mis testigos de que yo soy Dios. Id y dad a la gente mi mensaje.’ (Isaías 43:10, 12; Isaías 6:9; Mateo 24:14) Hay un conflicto directo entre la ley de ustedes y la ley de Dios, y, siguiendo la dirección de los fieles apóstoles, ‘debemos obedecer a Dios más bien que a los hombres,’ y esto lo haremos. (Hechos 5:29) Por lo tanto, la presente es para dejarles saber que a cualquier costo obedeceremos los mandamientos de Dios, nos reuniremos para el estudio de Su Palabra, y le adoraremos y le serviremos como él ha mandado. Si su gobierno u oficiales obran violentamente contra nosotros porque estamos obedeciendo a Dios, entonces nuestra sangre recaerá sobre ustedes y ustedes serán responsables ante el Dios Todopoderoso.

“No estamos interesados en asuntos políticos, sino que estamos completamente dedicados al reino de Dios bajo Cristo su Rey. No causaremos perjuicio ni daño a nadie. Nos deleitaríamos en morar en paz y hacer bien a todos los hombres según la oportunidad para ello, pero, puesto que su gobierno y sus funcionarios continúan persistiendo en su intento de obligarnos a desobedecer la más elevada ley del universo, nos vemos obligados a notificarles ahora que nosotros, por Su gracia, obedeceremos a Jehová Dios y confiaremos plenamente en que Él nos libertará de toda opresión y opresores.”

Apoyando plenamente a sus hermanos alemanes, los testigos de Jehová por toda la Tierra se reunieron el 7 de octubre y, después de oración unida a Jehová, enviaron un cablegrama en que dieron esta advertencia al gobierno de Hitler:

“El maltrato a los testigos de Jehová por parte de usted escandaliza a toda la gente buena de la Tierra y deshonra el nombre de Dios. Absténgase de perseguir más a los testigos de Jehová; de otro modo Dios lo destruirá a usted y a su partido nacional.”

Sorprendentemente, pocos hermanos fueron arrestados aquel día, a pesar de que la Gestapo —aunque solo fue al último instante— había descubierto lo que se iba a hacer. Regresemos al informe del hermano Franke:

“A pesar del hecho de que había pasado más de una hora desde que habíamos terminado la reunión con oración, todavía no se había presentado nadie de la Gestapo. Ahora los primeros empezaron a irse de nuevo, como antes, a intervalos. Unos ocho hermanos estaban todavía allí cuando salí para ir en bicicleta a la ciudad contigua de Wiesbaden para entregar la carta a las autoridades postales yo mismo. La carta había sido escrita durante la noche y dejada en Wiesbaden, donde los hermanos la hubieran enviado si yo, como esperaba con plena certidumbre, hubiera sido arrestado. Cuando pasé por la entrada del jardín un agente de la Gestapo entró en su bicicleta, pero no me reconoció. Los otros ocho hermanos recibieron aviso y huyeron al dormitorio contiguo de la hermana Darmstadt, la hermana que era dueña de la casa. Las preguntas que el agente de la Gestapo dirigió a mi esposa mientras efectuaba un registro de nuestro apartamento indicaban que la Gestapo estaba completamente enterada de nuestra reunión. A pesar de esto, ni yo ni ninguno de los hermanos fuimos arrestados aquel día. Fue solo varios meses después cuando fui arrestado de nuevo por la Gestapo que me dijeron que tenían la carta del hermano Rutherford.”

Mientras algunos de los hermanos estuvieron ocupados visitando a sus vecinos inmediatamente después de la reunión y llamando la atención de éstos al reino de Dios, hubo gran consternación en muchas de las oficinas de correos fuera de Alemania. Especialmente en el continente europeo, en muchos lugares las autoridades postales rehusaron aceptar el telegrama. Así sucedió en Budapest. Martin Pötzinger asistió a la reunión allí y se le pidió que llevara el telegrama a la oficina de correos. Él informa: “El telegrama fue aceptado, pero al día siguiente la oficina principal de correos me notificó que tenía que comparecer personalmente allí. Todos pensamos que la Gestapo me detendría, me expulsaría del país, y así pondría fin a mi actividad . . . pero eso no sucedió. Solo se me dijo que Hungría no transmitiría el telegrama y se me devolvió mi dinero.” En Doorn (Holanda), donde vivía en exilio el kaiser alemán Guillermo II, la oficina de correos rehusó al principio enviar el telegrama, pero más tarde le notificó a Hans Thomas, que lo había entregado, que había sido enviado y que se había confirmado su llegada a Berlín.

El efecto que tuvieron en Hitler las cartas, y especialmente los telegramas, se puede ver por un informe escrito por Karl R. Wittig, autenticado por un notario público en Francfort del Meno el 13 de noviembre de 1947:

“DECLARACIÓN—El 7 de octubre de 1934, habiendo sido citado anteriormente, visité al doctor Wilhelm Frick, en ese entonces Ministro de Gobernación del Reich y de Prusia, en su oficina matriz del Reich, ubicada en Berlín, 6 am Köenigsplatz, ya que yo era plenipotenciario del general Ludendorff. Mi misión era la de recibir comunicaciones, cuyo contenido tenía la intención de persuadir al general Ludendorff a descontinuar su objeción al régimen nazi. En el transcurso de mis deliberaciones con el doctor Frick, Hitler apareció repentinamente y comenzó a participar en la conversación. Cuando nuestra discusión forzosamente trató de la acción que se había tomado hasta la fecha contra la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia [los testigos de Jehová] en Alemania, el doctor Frick enseñó a Hitler varios telegramas en que se protestaba contra la persecución de los Estudiantes de la Biblia que llevaba a cabo el Tercer Reich, diciendo: ‘Si los Estudiantes de la Biblia no se conforman inmediatamente, actuaremos contra ellos empleando los medios más severos.’ Después de lo cual Hitler se puso de pie precipitadamente y con los puños cerrados gritó histéricamente: ‘¡Esta cría será exterminada en Alemania!’ Cuatro años después de esta discusión yo tuve la oportunidad de convencerme por medio de mis propias observaciones durante los siete años en detención protectoria en el infierno de los campos de concentración nazis en Sachsenhausen, Flossenburgo y Mauthausen —estuve encarcelado hasta que fui librado por los Aliados— que la explosión de ira de Hitler no era sencillamente una amenaza vana. Ningún otro grupo de prisioneros en los mencionados campos de concentración fue expuesto al sadismo de los soldados de la SS en la forma en que fueron expuestos a ello los Estudiantes de la Biblia. Fue un sadismo marcado por una cadena interminable de torturas físicas y mentales, algo semejante a lo cual ningún idioma del mundo puede describir.”

Después que le habíamos enviado nuestras cartas a Hitler, hubo una oleada de arrestos. El lugar donde peor fue esto fue en Hamburgo, donde, en solo unos cuantos días después del 7 de octubre, la Gestapo arrestó a 142 hermanos.

ORGANIZADA LA OBRA CLANDESTINA

Habiéndole ahora notificado a Hitler en nuestra carta del 7 de octubre que, a pesar de su proscripción, continuaríamos obedeciendo los mandatos de Dios exclusivamente, nos esforzamos por organizar a todos los hermanos y hermanas valerosos y anuentes en grupitos que estuvieran bajo la dirección de un hermano maduro, cuya obligación era atender y pastorear de todo corazón a las ovejas del Señor.

El país fue dividido en trece regiones, y un hermano de buenas cualidades de pastoreo fue nombrado para que sirviera en cada región como director regional de servicio, según se le llamaba entonces. Estos tenían que ser hermanos que, prescindiendo de los peligros que hubiera envueltos, estuvieran dispuestos a ponerse en comunicación con los grupitos para suministrarles alimento espiritual, apoyarlos en su predicación y fortalecerlos en su fe. Excepto por solo unos cuantos, los puestos fueron ocupados por siervos que hasta entonces habían sido completamente desconocidos a los hermanos. No obstante, habían probado, desde la entrada de Hitler al poder, que estaban dispuestos a someter sus propios intereses personales a los del Reino.

MIMEOGRAFIANDO Y DISTRIBUYENDO “LA ATALAYA”

Los hermanos mimeografiaron y distribuyeron ejemplares de La Atalaya en muchos diferentes lugares por toda Alemania. En Hamburgo, por ejemplo, Helmut Brembach continuaba suministrando a los hermanos de Schleswig-Holstein y Hamburgo ejemplares que él y su esposa preparaban de noche. La hermana Brembach relata la siguiente experiencia de entre muchas que ella y su esposo tuvieron:

“Fue en la mañana que súbitamente sonó el timbre de la puerta, pero con mayor intensidad de lo usual. Cuando abrí la puerta hallé a tres hombres de pie allí. Me imaginé quiénes eran. ‘Gestapo’ dijo uno de ellos y los tres ya estaban dentro del apartamento. Sentí que el corazón se me subía a la garganta al pensar en todas las cosas que había escondidas en la casa. Temblando de miedo interiormente, oré a Jehová.

“Desde un punto de vista humano no hubiera sido problema hallar las Atalayas empaquetadas y todo el equipo que usábamos para hacerlas. Puesto que nuestra casa era una en que vivían varias familias, incluso las de dos agentes de la policía, no había lugar donde esconder nada, especialmente en vista del hecho de que los materiales necesarios —papel, el mimeógrafo, la máquina de escribir y la tinta, así como los materiales de empaquetar— todos eran grandes. No sabiendo cómo esconder estas cosas de los ojos de los que no deberían verlas —las necesitábamos cada dos semanas— decidimos meter todo en nuestro depósito de papas o patatas, que estaba en medio del sótano y en el cual pudiera haber entrado cualquiera de los demás ocupantes de la casa. Cada vez que acabábamos de preparar La Atalaya, cuidadosamente poníamos todo dentro de este depósito, lo cubríamos con sacos vacíos y entonces amontonábamos encima y hasta el techo cajas de tomate vacías, esperando que, si lo peor pasaba, los que trataran de hallar algo o no lo notaran, o fueran demasiado indiferentes y perezosos para querer remover todo de encima del depósito de las papas. Confiábamos en Jehová; no podíamos hacer nada más.

“El agente me preguntó si teníamos literatura proscrita en la casa. Para evitar mentir dije: ‘Sírvase buscar usted mismo.’ Registraron el apartamento, abriendo la puerta del armario de tal manera que no vieron la máquina de escribir, que habíamos olvidado meter en el depósito y que hubieran reconocido como la máquina que se había necesitado para escribir La Atalaya, si la hubieran descubierto. Pero Jehová los cegó. Después de no hallar nada en el apartamento, preguntaron si podían investigar el sótano. Ahora pensé que era inevitable que descubrieran todos los materiales y registros. Traté de esconder de ellos mi temor aunque los latidos de mi corazón se hacían cada vez más fuertes. Para empeorar las cosas, una maleta llena de Atalayas mimeografiadas, que mi esposo había de llevarse en un viaje el día siguiente, estaba directamente detrás del depósito. Pero, ¿qué pasó? Los tres agentes estaban en medio de la habitación, imagínese, allí mismo donde estaba el depósito con la maleta llena de Atalayas detrás. Pero ninguno de ellos pareció notarlo; era como si hubiesen sido heridos de ceguera. Ninguno de ellos hizo esfuerzo de clase alguna para buscar en el depósito o siquiera para ver lo que estaba en la maleta. Finalmente uno de los agentes preguntó acerca de nuestra buhardilla; allí hallaron varias publicaciones viejas, lo cual pareció satisfacerlos, de manera que se fueron. Pero las cosas más importantes, gracias a la ayuda de Jehová y la de sus ángeles, habían permanecido escondidas de sus ojos.”

Se pudieran relatar muchos casos semejantes que muestran la guía de Jehová que hizo posible mantener estas operaciones de mimeógrafo intactas por largos períodos de tiempo y así suministrar a su pueblo literatura.

PREDICACIÓN ORGANIZADA

No todo el que se asociaba con nosotros participaba en la predicación. Al contrario, en algunas congregaciones solo la mitad lo hacía. En Dresde, por ejemplo, hubo un tiempo en que la congregación alcanzó un máximo de aproximadamente 1.200 publicadores, pero después de la proscripción esto bajó rápidamente a 500. No obstante, puede que hayan sido por lo menos diez mil personas por toda Alemania las que se declararon dispuestas a predicar prescindiendo del peligro envuelto en ello.

Al principio la mayoría trabajaba solo con la Biblia, mientras que los folletos y libros viejos que habían sido rescatados de las garras de la Gestapo se colocaban en manos de la gente al hacer revisitas. Otros hicieron tarjetas de testimonio. Otros escribían cartas a las personas que conocían, aprovechando alguna ocasión especial. La actividad de casa en casa continuó, aunque había grandes peligros. Cada vez que alguien abría la puerta podía ser un hombre de la SA o la SS. Después de visitar una casa, los publicadores por lo general pasaban a otro edificio de apartamentos o, en casos en que fuera extremadamente peligroso, hasta a otra calle.

Por lo menos por dos años fue posible predicar de casa en casa en casi toda Alemania; en algunos lugares hasta por más tiempo. No hay duda de que eso fue posible solo por la protección especial de Jehová.

Pronto las pequeñas cantidades de literatura disponibles para la predicación fueron usadas por completo. Por lo tanto investigamos las posibilidades de obtener literatura de países extranjeros. Ernst Wiesner, de Breslau, nos da unos detalles interesantes en cuanto a cómo se hizo esto:

“Se nos enviaba literatura de Suiza por vía de Checoslovaquia. Se almacenaba en la frontera con gente de afuera y entonces se traía de allí sobre las montañas Riesen a Alemania. La obra, hecha por un equipo de hermanos maduros y anuentes, era muy peligrosa y extremadamente fatigadora. Cruzábamos la frontera a medianoche. Los hermanos estaban bien organizados y equipados con grandes mochilas. Hacían el viaje dos veces por semana, aunque tenían que estar en sus empleos cada día además de eso. En el invierno usaban toboganes y esquís. Conocían toda senda y camino poco frecuentado, tenían buenas linternas eléctricas, prismáticos y zapatos para caminatas. La cautela era la ley suprema. Al llegar a la frontera alemana a medianoche y hasta después de cruzarla nadie se atrevía a hablar una palabra por largo tiempo. Dos hermanos iban al frente y, si veían a alguien, inmediatamente hacían una señal con sus linternas eléctricas. Esta era una señal para que los hermanos que venían con sus pesadas mochilas unos 100 metros atrás se escondieran en los arbustos a los lados del camino hasta que los dos hermanos que iban delante de ellos volvieran atrás y dieran cierta contraseña, que se cambiaba de semana en semana.

“Esto podía suceder varias veces en una noche. Una vez que el camino estaba libre de nuevo, los hermanos se dirigían a cierta casa en una aldea del lado alemán y allí arreglaban los libros en paquetes pequeños aquella misma noche o temprano la mañana siguiente, les ponían direcciones, y entonces los llevaban en bicicleta a la oficina de correos de Hirschberg u otros pueblos cercanos. Por toda Alemania los hermanos recibían su literatura de ese modo. . . . Este equipo de hermanos, celoso y extraordinariamente hábil, pudo introducir una gran cantidad de literatura en Alemania durante un período de dos años sin ser capturados, fortaleciendo así a muchos por todo el país.” Arreglos similares se utilizaron también en las fronteras francesa, del Sarre, suiza y holandesa.

En relación con esto es interesante una carta que escribió una hermana, diciendo: “Cuando usted lea el informe de Alemania en el Anuario se preguntará como es posible que se colocara tanta literatura en manos de la gente en medio de aquellas circunstancias. Nosotros mismos nos hacemos la misma pregunta. Si Jehová no estuviera con nosotros, sería imposible. Muchos de los hermanos están siendo vigilados por la policía constantemente cada vez que salen de sus hogares. . . . Pero Jehová sabe esto y, a pesar de ello, nos permite ser fortalecidos vez tras vez por el abundante alimento de que disfrutamos.”

Tuvimos suficiente tiempo para esconder la literatura en varios lugares antes que se anunciara la proscripción. Para entender lo que aconteció, sin embargo, es importante tener presente que los hermanos nunca habían tenido ninguna experiencia en almacenar literatura bajo proscripción. Por eso, en vez de dividirla entre muchos hermanos, la tendencia al principio fue depositarla en grandes lugares de depósito, pensando que esto era más seguro, especialmente en vista de que los que estaban a cargo de la obra pensaban que la proscripción sería solo temporaria. Algunos de los lugares de almacenaje tenían espacio para almacenar de treinta a cincuenta toneladas de literatura. Con el transcurso del tiempo, sin embargo, algunos de los hermanos comenzaron a preocuparse, preguntándose qué sucedería si los enemigos hallaban y confiscaban estos grandes depósitos de literatura. Por esa razón los hermanos que estaban a cargo de los depósitos comenzaron a sacar los libros para usarlos en el ministerio prescindiendo de si podían ser colocados por una contribución o no.

Una vez que se hizo obvio que la persecución continuaría y que el mantener los escondites se hacía cada vez más peligroso, los hermanos comenzaron a regalar tantos libros y folletos como les era posible. A medida que participaban en el ministerio del campo sencillamente los metían por la puerta cuando nadie estaba vigilando o los introducían debajo de la esterilla de la puerta, con la esperanza de que en algunos casos cayeran en manos de personas sinceras que desearan la fortaleza y esperanza que podían dar.

MEMORIAL

Puesto que estábamos resueltos a no descuidar el reunirnos, en armonía con el mandato de Jehová, es obvio que seríamos extremadamente concienzudos en cuanto a la celebración del Memorial. En aquellos días la Gestapo estaba especialmente activa, pues en la mayoría de los casos habían determinado la fecha del Memorial o por publicaciones impresas fuera de Alemania o por La Atalaya mimeografiada que a veces caía en sus manos. Su cólera se concentraba particularmente en los ungidos, a los cuales se mencionaba, no solo con relación al Memorial, sino también con relación a las campañas especiales. Veían en ellos los “cabezas” de la organización que tendrían que ser aplastados primero para destruir la organización.

El Memorial del 17 de abril de 1935 fue especialmente emocionante. Varias semanas antes, la Gestapo ya se había enterado de la fecha y tuvo mucho tiempo para avisar a todas sus oficinas. Una carta circular secreta con fecha del 3 de abril de 1935 dijo:

“Un ataque por sorpresa lanzado en esta ocasión contra los líderes conocidos de los Estudiantes de la Biblia tendría muy buen éxito. Sírvase comunicar cualquier información en cuanto al éxito para el 22 de abril de 1935.”

Pero poco se pudo hablar acerca de “información en cuanto al éxito,” pues la mayoría de los agentes, como el de Dortmund, solo pudieron informar que los hogares de los individuos de que se creía que eran líderes de la Asociación de Estudiantes de la Biblia habían sido puestos bajo vigilancia pero que en ningún caso se celebraron reuniones. Como comentario apaciguador añadían que “los miembros prominentes y activos de los Estudiantes de la Biblia en este distrito ya están en detención, de modo que no queda nadie para organizar esas reuniones.”

Sin embargo, la policía secreta estaba equivocada, porque poco después que se enviara esta carta circular secreta, nosotros recibimos una copia de ella de un amigo de la verdad que tenía acceso a aquella información secreta. Los directores regionales de servicio avisaron a todos los siervos con suficiente tiempo y les dieron consejo apropiado en cuanto a cómo evitar ser descubiertos y todavía obedecer las instrucciones de nuestro Amo y Señor.

Así fue que muchos se reunieron inmediatamente después de las seis de la tarde, mientras que otros esperaron hasta que la Gestapo había venido y se había ido antes de partir para reunirse con sus hermanos en grupitos, y algunos celebraron el Memorial a mitad de la noche. De todos modos, la mayoría de los departamentos de la Gestapo enviaron informes similares al que se envió desde Dortmund.

Willi Kleissle informa que los hermanos de Kreuzlingen celebraron el Memorial a las seis en punto. Se les había dado la instrucción de que antes de salir del edificio entraran en la tienda ubicada en el mismo edificio y que era propiedad de un hermano, donde podían comprar azúcar, café o artículos similares. Entonces podían salir por la salida corriente de la tienda. El “cuerpo de garroteros,” según los llamaba el hermano Kleissle, sí se presentó, pero solo después que todos los hermanos habían entrado en la tienda, de modo que no pudieron probar nada. Pero las preguntas que hizo la Gestapo así como varios comentarios que la policía hizo indicaron claramente que habían obtenido información por medio de La Atalaya en cuanto a la fecha del Memorial.

Los hermanos siempre estaban preparados para las sorpresas, sin embargo, y esto era bueno. Trataban de conectar no solo su concurrencia a las reuniones semanales, sino, sobre todo, su concurrencia al Memorial, con alguna actividad inofensiva de cada día, y esto a menudo los salvó de ser arrestados. Franz Kohlhofer, de cerca de Bamberg, informa:

“Este día en particular los espías estuvieron especialmente activos vigilando los hogares de los testigos de Jehová con la esperanza de poder sorprender a algunos en actividad ilegal y entonces arrestarlos. . . . Varios días antes de eso nosotros habíamos decidido reunirnos para la celebración en el hogar de un hermano que criaba cerdos. Todos habían de traer una canasta llena de mondaduras de papas o patatas y basura de otra clase. Todo eso tenía que hacerse rápidamente, porque la Gestapo podía presentarse en cualquier momento. Por si acaso, también llevábamos con nosotros naipes para poder engañar a la policía si nos sorprendían. Y, ¿se imagina lo que sucedió? Tan pronto como el hermano había completado su oración final hubo un toque a la puerta. Pero para entonces nosotros cuatro estábamos sentados alrededor de la mesa inocentemente envueltos en un juego de naipes. Casi no podían creer lo que sus ojos veían, mientras nosotros los mirábamos en silencio e ingenuamente. Puesto que no nos habían sorprendido al tiempo debido, se vieron obligados a irse sin haber logrado lo que se proponían.”

BAUTISMO

No pocos de los que aprendieron la verdad durante este tiempo se bautizaron en medio de las más difíciles circunstancias. Pronto muchos de estos nuevos bautizados fueron arrojados en prisión o en campos de concentración, y varios de ellos perdieron la vida tal como los que les habían llevado las buenas nuevas.

Paul Buder ya se había interesado en la conferencia sobre los “Millones” allá en 1922, pero no entró en comunicación estrecha con la verdad sino hasta en 1935 cuando una joven que estaba empleada en el mismo lugar donde él trabajaba, y acerca de la cual otros le habían dado advertencia, le dio el libro La Creación. “Eso fue el 12 de mayo de 1935,” escribe en sus memorias, “y era lo que yo había estado buscando. El 19 de mayo de 1935 me retiré de miembro de la iglesia y le dije a la joven que quería hacerme testigo de Jehová. ¡Cuánto se alegró! Ya ella había estado en prisión seis semanas, acusada de ser repartidora de literatura. Entonces me comuniqué con el hermano Woite y su esposa, de la congregación de Forst. A pesar del hecho de que en aquella congregación me consideraban espía de los nazis, fui con regularidad de casa en casa en todas las aldeas con mi pequeña Biblia de Lutero. El 23 de julio de 1936 me bauticé en el río Neisse en Forst ante la presencia del hermano Woite y su esposa y también un hermano de más edad que pronunció el discurso.”

A menudo los bautismos se celebraban en grupitos en hogares particulares. De vez en cuando se celebraban al descubierto, a veces con solo unos cuantos aspirantes, en otras ocasiones con más. Heinrich Halstenberg nos cuenta de un bautismo en el río Weser.

“En 1941 varias personas que se interesaban en la verdad expresaron su deseo de bautizarse. Cuando descubrimos que había varias con el mismo deseo en el vecindario comenzamos a buscar un lugar apropiado y lo hallamos en Dehme en el río Weser. Después que todo había sido cuidadosamente pensado y planeado, se fijó el bautismo para el 8 de mayo de 1941. Los hermanos y los que pensaban bautizarse ya estaban allí temprano en la mañana. A otros les pareció que éramos un grupo que disfrutaba de nadar. Entonces, para que nadie pudiera sorprendernos, enviamos a algunos a vigilar y, después de hablar acerca de la importancia del bautismo, oramos a Jehová. Entonces sesenta personas que querían bautizarse se bautizaron en el río. Otros, que eran o demasiado entrados en años o enfermos para meterse en el agua fría, fueron bautizados particularmente en un baño, y el número total de bautizados de aquel día fue ochenta y siete.”

COMIENZA UNA CACERÍA DE UN HOMBRE

Albert Wandres había sido uno de los directores regionales de servicio aun antes del 7 de octubre de 1934, y su nombre pronto se le hizo bien conocido a la Gestapo, especialmente debido a la corriente continua de casos de tribunal en las varias ciudades del Ruhr donde él trabajaba. En respuesta a la pregunta en cuanto a dónde los acusados habían obtenido su literatura, frecuentemente se oía el nombre “Wandres.” La Gestapo hizo cuanto esfuerzo pudo por arrestarlo. Sin embargo, astutamente él había pedido a todos los hermanos que tenían fotografías de él que, o se las devolvieran, o las destruyeran. El resultado fue que, aunque la Gestapo conocía su nombre, no tenía idea alguna de cómo era. Él no cayó en manos de sus perseguidores sino hasta después de una cacería de tres años y medio por parte de ellos. Escuchemos al hermano Wandres mientras nos cuenta algunas de sus experiencias en su actividad clandestina.

“Por cierto tiempo me reuní con varios hermanos en Düsseldorf en la tienda de artículos comestibles de un hermano. Pensábamos que si entrábamos y salíamos de la tienda poco antes de la hora de cerrar se notaría menos. En una ocasión habíamos estado reunidos por aproximadamente una hora cuando la Gestapo súbitamente exigió entrada. Precisamente a tiempo huí del almacén, donde habíamos tenido nuestra conversación, y entré en la tienda, que estaba a unos cuantos pasos de allí. Afortunadamente ya se habían apagado las luces. Un momento después los de la Gestapo entraron atropelladamente en el almacén y arrestaron a todos los hermanos que estaban allí. Rebuscaron en todo el cuarto, y hallaron mi maletín lleno de Atalayas. Súbitamente uno de los agentes gritó con gozo: ‘¡Esto es lo que buscábamos! ¿De quién es el maletín?’ Nadie respondió. Ahora exigió que se le dijera dónde vivía el dueño de la tienda. ‘En el tercer piso,’ fue la respuesta. ‘¡Fuera!’ gritó el agente de la Gestapo, y todos los hermanos se pusieron a subir las escaleras hacia el apartamento mientras los agentes de la Gestapo los seguían de cerca, esperando hallar al que buscaban en el apartamento del hermano.

“Entonces, cautelosamente, entré de nuevo en el almacén, me puse abrigo y sombrero, recogí mi maletín y miré para asegurarme de que no hubiera nadie en la calle afuera. Entonces, apresuradamente, partí. Cuando los caballeros regresaron de arriba descubrieron para desconcierto de ellos que el pájaro se les había ido de las manos, y ya estaba en camino a Elberfeld-Barmen.” El hermano Wandres añade: “Todo esto es muy divertido y bueno al contarlo, pero el experimentarlo uno mismo es otra historia.”

“En cierta ocasión,” continúa el hermano Wandres, “yo llevaba dos pesadas maletas llenas de libros Preparación a Bonn y Cassel. Habían sido pasados por la frontera cerca de Trier. Llegué a Bonn tarde en la noche y dejé las maletas en un lugar seguro en el sótano del siervo de la congregación. La mañana siguiente como a las 5:30 sonó el timbre de la puerta. La Gestapo había venido de nuevo para registrar el apartamento. El hermano Arthur Winkler, que en aquel tiempo era siervo de congregación, tocó a mi puerta y me hizo saber que venían huéspedes indeseables. Puesto que no había posibilidad de escapar decidimos enfrentarnos a la situación como viniera. Cuando la policía entró en mi cuarto, preguntaron que hacía yo allí y respondí brevemente que estaba de gira por el río Rin y quería visitar los Jardines Botánicos de Bonn. Investigaron mis documentos cuidadosamente y, aunque con alguna incertidumbre, me los devolvieron entonces. El hermano Winkler tuvo que ir con ellos a la comisaría de la policía, donde uno de los agentes le dijo a su superior —según el hermano Winkler me dijo más tarde— ‘Había otro allá.’ ‘¿No lo trajeron? ¡Qué bien escogimos a quiénes enviar!’ ‘¿Por qué?’ preguntó uno. ‘¿Debemos regresar y traerlo?’ ‘¿Traerlo? ¿Y ustedes creen que él va a estar esperando que ustedes regresen?’ En efecto, tan pronto como los agentes salieron de la casa yo también salí con una de las dos maletas (no las habían encontrado), que me llevé a Cassel.

“Llegando a Cassel, el siervo de congregación, el hermano Hochgräfe, me dijo: ‘No se puede quedar aquí. Tiene que salir inmediatamente. La Gestapo ha estado viniendo a esta casa cada mañana por una semana entera.’ Concordamos en que él caminara 50 metros delante de mí y me mostrara el camino a un lugar donde pudiera dejar la literatura. No habíamos ido mucho más de doscientos metros por la hermosa Kastanienallee cuando agentes de la Gestapo que conocían bien al siervo de congregación se nos acercaron. Puesto que yo venía a unos cincuenta metros atrás, pude ver la mueca de desprecio que hicieron, pero no lo detuvieron. Unos minutos después la literatura por medio de la cual los hermanos podían ser fortalecidos en su fe de nuevo había sido puesta en seguridad.

“En otra ocasión yo llevaba dos pesadas maletas con literatura en Burgsolms cerca de Wetzlar. Eran las once de la noche y estaba oscuro como boca de lobo. Difícilmente pudiera alguien haberme visto, pero todavía tenía la extraña sensación de que me estaban vigilando. Después de llegar adonde iba, les avisé a los hermanos que escondieran las maletas en un lugar seguro. Como a las 5:30 de la mañana siguiente el sargento de la policía del pueblo vino. Yo estaba en medio de la habitación preparándome para lavarme cuando él se volvió hacia la hermana y dijo: ‘Ayer por la noche un hombre vino aquí con dos maletas pesadas. Indudablemente usted ha conseguido literatura de nuevo. ¿Dónde la tiene?’ La hermana contestó: ‘Mi esposo ya se fue a trabajar. ¡Y yo no sé lo que sucedió anoche porque yo no estaba en casa!’ El sargento replicó: ‘Si no entrega las maletas voluntariamente, entonces tendremos que registrar la casa para hallarlas. Conseguiré al alcalde, porque sin él no puedo hacer el registro. Pero hasta que yo regrese se le prohíbe salir de la casa.’ Durante toda esta discusión yo había estado de pie en medio de la habitación preguntándome por qué el agente tenía una mirada tan vidriada en el ojo y por qué ni siquiera me había hablado. Solo pude suponer que era como si hubiese sido herido de ceguera. Después que él salió para conseguir al alcalde, me preparé para salir inmediatamente. Salí y esperé detrás de la casa hasta que el alcalde y el sargento de la policía entraron en la casa desde el frente. En aquel momento me escabullí por detrás. Vecinos que por casualidad vieron esto evidentemente se alegraron de que yo hubiera escapado. Terminé de vestirme entre los árboles y entonces corrí tan rápido como pude a la siguiente estación del ferrocarril y seguí mi viaje.”

Los otros directores regionales de servicio tuvieron experiencias semejantes.

UNA PRUEBA DE OTRA ÍNDOLE

Durante los años 1934 a 1936 pastores fieles estuvieron apoyando a sus hermanos por toda Alemania, estimulándolos a participar en la concurrencia a las reuniones y, si posible, a participar en todos los ramos del servicio, a pesar de la persecución. Mientras tanto se celebró un juicio en Halle el 17 de diciembre de 1935, contra Balzereit, Dollinger y otros siete individuos considerados como hermanos “prominentes.” Para por lo menos la mitad de ellos aquello fue el fin de su carrera cristiana.

Muchos hermanos en los numerosos juicios que estaban aconteciendo en Alemania en aquel tiempo admitieron francamente lo que habían hecho para dar adelanto a los intereses del Reino en medio de condiciones difíciles. En contraste con eso, estos hombres que estaban siendo juzgados en Halle negaron que alguna vez hubieran hecho algo que estuviera prohibido por el gobierno. Balzereit, cuando el presidente le preguntó qué declaraba en cuanto a sí mismo, dijo que tan pronto como se había anunciado la proscripción en Baviera él había dado instrucciones de no trabajar allí, y que lo mismo era cierto en todos los demás estados. Dijo que nunca había dado instrucciones que animaran a nadie a no prestar atención a la proscripción.

Cuando el presidente le preguntó acerca de la celebración anual del Memorial, Balzereit respondió que él también había oído que los hermanos planeaban reunirse para celebrarlo a pesar de la proscripción. Él les había advertido acerca de esto, sin embargo, puesto que sabía que la policía planeaba tomar acción especial aquel día.

Naturalmente la actitud personal del acusado en cuanto al servicio militar también se sacó a relucir, como en todos los otros juicios que se celebraron en aquel tiempo. Él se declaró completamente satisfecho con la explicación del führer, a saber, que la guerra en sí era un crimen, pero que todo país tenía el derecho y el deber de proteger la vida de sus ciudadanos.

Poco tiempo después el hermano Rutherford escribió la siguiente carta a los hermanos alemanes:

“Al pueblo fiel de Jehová en Alemania:

“A pesar de la inicua persecución que los azota, y de la gran oposición que presentan los agentes de Satanás en ese país, satisface saber que el Señor todavía tiene unos miles en ese país que tienen fe en Él y que persisten en proclamar el mensaje de Su reino. Su fidelidad al mantenerse firmes contra los perseguidores y permanecer fieles al Señor está en contraste marcado con la acción que ha tomado el que anteriormente era administrador para la Sociedad en Alemania, y otros asociados con él. Recientemente se me ha suministrado un duplicado del testimonio que se tomó en el juicio de esos hombres en Halle y me asombra hallar allí que ninguno de los que estuvieron en juicio en aquel tiempo dieron un testimonio fiel y verdadero en cuanto al nombre de Jehová. Especialmente correspondía al anterior administrador Balzereit el sostener en alto la bandera del Señor y declararse de parte de Dios y su reino en medio de toda oposición, pero ni una sola palabra se expresó que mostrara que confiaba plenamente en Jehová. Vez tras vez yo le había llamado la atención a cosas que podían hacerse en Alemania y él me aseguró que estaba haciendo todo esfuerzo por estimular a los hermanos a seguir adelante con el testimonio. Pero en el juicio declaró enfáticamente que nada se había hecho. Es innecesario para mí considerar eso aquí por más tiempo. Baste decir que la Sociedad de ahora en adelante no tendrá nada que ver con él, ni con ninguno de los que en esa ocasión tuvieron una oportunidad de dar testimonio en cuanto al nombre de Jehová y Su reino y no lo hicieron. La Sociedad no hará ningún esfuerzo para librarlos de la prisión, aunque tuviera el poder de hacer algo.

“Que ahora todos los que aman al Señor vuelvan su rostro a Él, Jehová, y Su Rey, y permanezcan fieles y firmes de parte del reino, sin importar toda la oposición que les venga. . . .”

El asunto fue tratado en el número del 15 de julio de 1936 de La Atalaya en alemán, como advertencia a los que sinceramente deseaban ser testigos fieles de Jehová en medio de toda circunstancia.

En contraste con muchos de los fieles hermanos de Alemania que habían sido sentenciados a términos de más de cinco años de prisión, Balzereit fue sentenciado a dos años y medio y Dollinger a dos años. Después de servir su condena en prisión, Balzereit fue puesto en el campo de concentración de Sachsenhausen, donde se le obligó a desempeñar un papel extremadamente vergonzoso. Él había firmado la declaración en que renunciaba a la asociación con los hermanos y evitaba todo contacto con ellos. Debido a su comportamiento fue puesto en libertad aproximadamente un año más tarde, pero mientras tanto se vio obligado a soportar muchas humillaciones, porque, fundamentalmente, los de la SS odiaban a los traidores también. Fueron los de la SS mismos quienes le dieron el nombre de “Beelzebub,” y en cierta ocasión uno de la SS le exigió que se situara delante de todos sus hermanos —había unos 300 en el campo de concentración en aquel tiempo— y repitiera su declaración firmada en que renunciaba a la asociación con los testigos de Jehová, ¡y lo hizo!

En 1946, cuando ya Balzereit se había hecho un opositor violento de la verdad, escribió una carta a las autoridades de reparaciones revelando la actitud hostil que tenía aun antes que se celebrara el juicio. Así terminó un tenebroso capítulo de la historia del pueblo de Dios en Alemania, cuyas primeras líneas se habían escrito ya en los años veinte.

LA GESTAPO ATACA... 28 DE AGOSTO DE 1936

Dos años de actividad celosa habían pasado, y durante ese tiempo la Gestapo no había podido ejercer ninguna verdadera influencia en la actividad clandestina organizada a pesar de que cuidadosamente vigilaba los pasos de todos los testigos de Jehová que les eran conocidos. Pero con el tiempo aprendieron cada vez más acerca de nuestra actividad y pronto estuvieron bien informados de lo que estábamos haciendo. Para que ayudara en la pelea contra nosotros se formó un “Comando especial de la Gestapo,” según una notificación confidencial a la Policía Secreta del Estado prusiana con fecha de 24 de junio de 1936.

Durante la primera mitad de 1936 la Policía Secreta del Estado compiló un gran archivo que contenía las direcciones de personas de quienes o se sospechaba que eran testigos de Jehová o, por lo menos, que eran amigables con ellos. Este archivo se basó a gran grado en las direcciones que hallaron en el libro Maná Celestial Diario confiscado durante registros en las casas. Ahora hasta se condujeron cursos especiales para los agentes de la Gestapo. Se les instruyó en conducir un estudio de La Atalaya; tenían que estudiar cuidadosamente los más recientes artículos de La Atalaya para que pudieran contestar preguntas como si fueran hermanos. Finalmente, hasta tenían que aprender a orar. Todo esto con el propósito de meterse en el mismo medio de la organización y destruirla desde adentro, si posible.

Anton Kötgen, de Münster, informa que, después de entregar literatura a una señora “amigable,” prontamente fue arrestado y enviado a prisión. Al mismo tiempo, sigue diciendo el hermano Kötgen, “agentes de la Gestapo visitaron a mi esposa, que estaba afuera en el jardín. Se presentaron como hermanos, pero solo con el propósito de averiguar los nombres de otros hermanos. Mi esposa, sin embargo, comprendió el proyecto de ellos, y les hizo ver que sabía que eran agentes de la Gestapo.” Pero no en todo caso fueron reconocidos a tiempo los de la Gestapo.

Mientras tanto, el hermano Rutherford estaba haciendo planes para viajar a Suiza y quería, si posible, hablar con hermanos de Alemania. Se hicieron arreglos para celebrar una asamblea en Lucerna desde el 4 hasta el 7 de septiembre de 1936. La oficina central de Suiza había sugerido que compiláramos varios informes de hermanos de toda Alemania en cuanto a sus arrestos, su maltrato por la Gestapo, el que se les hubiera despedido de sus empleos por rehusar dar “el saludo alemán,” además de casos en que ciertos hermanos hubieran muerto como resultado del maltrato, y así por el estilo. Estos informes habían de ser llevados secretamente a Suiza antes del comienzo de la asamblea para dar al hermano Rutherford la oportunidad de examinarlos.

Pero súbitamente, el 28 de agosto de 1936, la Gestapo asestó un golpe concertado, sin misericordia, poniendo en operación una campaña durante la cual a los testigos de Jehová se les cazó como a bestias salvajes. Todas las fuerzas disponibles fueron movilizadas para acción de día y de noche, pero principalmente de noche, en el intento de capturar a los testigos de Jehová. Toda la información que la Gestapo había obtenido durante los meses anteriores ahora les fue una gran ayuda. Personas que nada sospechaban, incluso algunas que nunca habían alegado ser testigos de Jehová, se vieron atrapadas en la red. Estas personas, naturalmente, estuvieron más que dispuestas a decir a la Gestapo todo lo que sabían acerca de los testigos de Jehová para recobrar su libertad; y aunque a menudo parecía que era muy poco lo que sabían y podían contar, sin embargo estos retacitos de información ayudaron a rellenar el cuadro que la Gestapo hasta entonces había podido construir. En audiencias de más tarde la Gestapo con frecuencia se jactó de que aquella información les había ayudado a capturar a miles de personas, la mayoría de las cuales fueron puestas en prisión y después en campos de concentración.

Cuando la campaña de la Gestapo finalmente marchaba a su velocidad máxima, en una gran ofensiva lograron arrestar al hermano Winkler, que en aquel tiempo estaba a cargo de toda la obra en Alemania, y a la mayoría de los directores regionales de servicio, cuyos nombres y territorios ya se conocían en la mayoría de los casos. La Gestapo juzgó que esta “campaña” era de tanta importancia que toda la red policíaca se vio envuelta en atacar a los testigos de Jehová, dejando sin molestar a los elementos criminales del bajo mundo.

La obra detallada de la Gestapo durante varios meses había llevado al descubrimiento de que se celebraban reuniones importantes entre el hermano Winkler y otros siervos responsables de toda Alemania en los jardines zoológicos de Berlín. Esto se hacía especialmente durante la parte más calurosa del año. Estas reuniones pudieron ser camufladas por mucho tiempo por medio de la agencia de alquilar sillas que tenía el hermano Varduhn allí. Él podía decirles inconspicuamente a los hermanos que llegaban dónde los esperaba un hermano en los jardines zoológicos y dirigirlos a un lugar seguro donde entonces pudiera efectuarse la conversación. Cuando se percibía peligro él les daba una advertencia con sencillamente ir a donde estaban los hermanos y recoger el pago por las sillas que habían “alquilado.” Pero este maravilloso arreglo no seguiría siendo un secreto por mucho tiempo. De una manera u otra la Gestapo había descubierto los detalles, y esto les fue una ayuda para ellos en su astuto plan de ataque. El hermano Klohe, que estuvo envuelto en la situación, nos dice lo que aconteció durante aquellos días emocionantes en Berlín:

“Yo anhelaba estar en la asamblea de Lucerna; tenía buenas probabilidades de asistir, puesto que ya había podido obtener un visado suizo. Pero antes quise ir a Leipzig para considerar asuntos de organización con el hermano Frost, sobre cuyo territorio yo había de tomar la superintendencia como director regional de servicio, en vista de que quedaba una vacante debido a que el hermano Paul Grossmann había sido arrestado. No me pude comunicar con el hermano Frost, sin embargo, y donde esperaba encontrarlo me esperaba la Gestapo en lugar de él. Al principio quede completamente pasmado, porque precisamente cuando podía comenzar un servicio tan satisfaciente iba a ser arrancado de tener asociación con mis hermanos y llevado por la Gestapo a Leipzig. [De allí fue llevado a Berlín.]

“Mientras tanto la Gestapo se había enterado de que teníamos un lugar de reunión en los jardines zoológicos y había descubierto muchas otras cosas acerca de nuestra organización. Esta información la habían obtenido de varias maneras, incluso por chantaje.

“Pocos días después cinco agentes armados con pistolas cargadas se presentaron súbitamente, me dijeron que me pusiera mis ropas de ciudadano, y me llevaron al lugar cerca del estanque de los peces dorados donde el hermano Varduhn alquilaba sus sillas del jardín. No obstante, ellos no sospechaban que él era testigo de Jehová. Yo serviría de ‘carnada’ para mis hermanos que con el tiempo se presentarían para la reunión que se había planeado y de la cual la Gestapo ahora había obtenido información.

“Escasamente acababa de sentarme donde se me dijo cuando vi a nuestra hermana Hildegard Mesch acercándoseme. Ella se había preguntado por qué yo no había ido a ellos, puesto que me habían estado esperando, y ahora quería ver por qué no había ido. Puesto que mis espinillas enconadas me dolían mucho debido a los golpes que había recibido, los agentes no sospecharon nada cuando súbitamente me incorporé con una mueca de dolor precisamente al mismo momento en que ella pasaba por el otro lado de la senda y al mismo tiempo traté de hacerle una seña con los ojos indicándole que la Gestapo estaba en los jardines del zoológico. Ella comprendió, vaciló solo un segundo y entonces regresó a donde estaba el hermano Varduhn, a quien le informó esta nueva situación. Esto quería decir el más grande de los peligros para el hermano Winkler, que de hecho vino poco después y sin sospechar nada se sentó en una silla vacía. Prontamente el hermano Varduhn se le acercó, le pidió el pago del alquiler de la silla y al mismo tiempo le advirtió acerca de los agentes de la Gestapo en los jardines zoológicos. El hermano Winkler pronto se levantó, dejando su maletín atrás, y escapó —según pareció— por entre el círculo de agentes de la Gestapo. Más tarde supe que tarde en aquella noche se había presentado en el apartamento del hermano Kassing, donde un grupo de agentes de la Gestapo que lo esperaba lo detuvo al instante.”

En pocos días por lo menos la mitad de los directores regionales de servicio en Alemania, junto con miles de otros hermanos y amigos, habían sido arrestados. Entre éstos estuvo el hermano Georg Bär, quien informa lo siguiente:

“Cada noche como a las diez oía que sacaban de sus varias celdas a los prisioneros. Poco después de eso oía que los golpeaban abajo en el sótano; oía sus gritos y sollozos. Cada noche cuando oía que se abrían las puertas de las celdas pensaba: Ahora me toca a mí. Pero no me molestaron sino hasta finalmente al cuarto o quinto día como a las seis cuando me llamaron para someterme a interrogatorio. Esta vez fue un hombre de la SS quien me dirigió al cuarto que ocupaba y me dijo que tomara asiento. Entonces dijo: “Sabemos que usted pudiera decirnos más de lo que desea.’ Se puso de pie, recogió un lápiz que aguzó en el borde de un canasto para papeles, y continuó su discursillo: ‘No le voy a hacer difícil la situación; venga acá.’ Me pidió que pasara a su escritorio, me mostró varias páginas escritas a máquina y me dejó leerlas. Era una lista de todos los siervos viajantes en Alemania, con mi nombre al pie. Leí los nombres de las congregaciones que habíamos visitado, así como los nombres de todos los hermanos de ellas. En blanco y negro leí cuántas piezas de literatura, fonógrafos y grabaciones habíamos pedido. También estaban en la lista contribuciones y otro dinero que habíamos entregado. Casi no podía creerlo. Aquí estaba toda nuestra organización clandestina en las manos de la Gestapo. En verdad necesité unos cuantos minutos antes de poder comprender completamente la situación. ¿Dónde había podido conseguir estos registros la Gestapo? me pregunté. Si mi propia actividad no hubiese estado alistada con exactitud, hubiera dudado de la veracidad del informe. El hombre de la SS y la Gestapo de Dresde, Bauch, que conducía la audiencia, me dio tiempo para poner juntos mis pensamientos. Temo que debo de haber reflejado algún estupor en la cara cuando volví a sentarme. Entonces dijo: ‘Como ve, no hay razón para guardar silencio.’

“Por meses me atormentó el pensamiento en cuanto a dónde pudo la Gestapo haber conseguido nuestros registros. Más tarde descubrí que todos nuestros pedidos, informes y el dinero que habíamos entregado habían sido cuidadosamente anotados en un registro en un archivo y esto había sido mantenido en Berlín. Más tarde la Gestapo encontró esto y lo confiscó.”

ACTIVIDAD DENODADA CONFUNDE A LA POLICÍA

La asamblea que se había planeado cuidadosamente para Lucerna del 4 al 7 de septiembre de 1936 súbitamente adquirió un nuevo aspecto como resultado de los arrestos en masa que habían acontecido dos semanas antes. Quizás la asamblea, de la cual la Gestapo también tenía información, determinó la fecha de la campaña de ellos contra nosotros. Por lo menos hicieron todo lo que pudieron para imposibilitar la concurrencia de los hermanos alemanes. Esto se puede ver por una carta circular confidencial de la Policía Secreta del Estado con fecha de 21 de agosto de 1936, que dice en cuanto a los hermanos que pensaban viajar a la asamblea: “Se debe evitar que esas personas dejen el país. El pasaporte debe ser confiscado en esos casos.”

En realidad, de más de mil personas que habían pensado hacer el viaje, solo unas trescientas pudieron hacerlo. Pero la mayoría de éstas tuvieron que cruzar la frontera ilegalmente y muchas fueron arrestadas al regresar.

El hermano Rutherford naturalmente aprovechó la oportunidad para hablar a los siervos procedentes de Alemania en concurrencia acerca de los problemas de éstos. Especialmente le interesaba la manera en que se podía atender espiritualmente a los hermanos. Heinrich Dwenger estaba allí e informa lo siguiente acerca de los puntos que se consideraron además:

“Ahora se pidió que los directores regionales de servicio presentaran sugerencias. Ellos recomendaron que el hermano Rutherford me enviara de regreso a Alemania. Me habían pedido que yo mismo hiciera la sugerencia, pero yo les había dicho que no podía hacer eso en vista de que había sido enviado a Praga y no podía decir que quería regresar a Alemania. Daría la impresión de que no estaba satisfecho con mi asignación. Por eso fue que, por el momento, se nombró al hermano Frost para que tomara la responsabilidad. Entonces el hermano Rutherford preguntó: ‘¿Qué sucede si a usted se le arresta?’ Para en caso de que el hermano Frost fuera arrestado, los hermanos recomendaron al hermano Dietschi para reemplazarlo.”

Se adoptó una resolución y de dos a tres mil ejemplares de ella les fueron enviados a Hitler y sus oficinas gubernamentales en Alemania. Un ejemplar adicional le fue enviado al papa en Roma. Franz Zürcher, de Berna, quien, por dirección de la asamblea, había enviado las resoluciones el 9 de septiembre de 1936, recibió confirmación de la entrega tanto al Vaticano en Roma como a la Cancillería del Reich en Berlín. La resolución, que era de unas tres páginas y media escritas a máquina, incluía los siguientes pensamientos:

“Levantamos fuertes objeciones al tratamiento cruel a que han sometido a los testigos de Jehová la jerarquía católica romana y sus aliados en Alemania, así como en toda otra parte del mundo, pero dejamos por completo el resultado del asunto en las manos del Señor, nuestro Dios, quien según su Palabra dará la recompensa plena. . . . Enviamos saludos de corazón a nuestros hermanos perseguidos en Alemania y les pedimos que permanezcan valerosos y que confíen completamente en las promesas del Dios Todopoderoso, Jehová, y Cristo. . . .”

Se hicieron arreglos para distribuir la resolución adoptada allí a un gran número de personas en Alemania por medio de una campaña relámpago. De los 300.000 ejemplares impresos en Berna, 200.000 fueron enviados a Praga, desde donde fueron llevados a través de la frontera cerca de Zittau y otros lugares en las montañas Riesen. Los otros 100.000 ejemplares se habían de introducir en Alemania desde los Países Bajos, pero, lamentablemente, fueron confiscados en los Países Bajos. Por lo tanto varios directores regionales de servicio tuvieron que hacer sus propias resoluciones para Berlín y Alemania septentrional. La fecha para la distribución había de ser el 12 de diciembre de 1936, desde las cinco hasta las siete de la tarde.

Según informes de más tarde, unos 3.450 hermanos y hermanas participaron en la distribución. Cada uno tenía veinte o, a lo más, cuarenta ejemplares, y la idea era repartirlos tan rápidamente como fuera posible en el territorio que le hubiera sido asignado a uno. Sencillamente se habían de introducir en los buzones o meter debajo de las puertas.

En cada casa se dejaba un ejemplar; en edificios grandes de apartamentos, por lo general no más de tres ejemplares. Entonces los que distribuían los volantes se apresuraban a una calle vecina y hacían lo mismo allí de modo que los ejemplares se distribuyeran por la zona más extensa posible.

¡El efecto en los opositores fue devastador! Erich Frost, que estuvo en estrecho contacto con la oficina de Praga durante los ocho meses que estuvo a cargo de la obra en Alemania, entregó el siguiente informe acerca de esta campaña durante uno de sus viajes a Praga:

“La distribución de la resolución fue un golpe tremendo para el gobierno y la Gestapo. Fue entregada en un súbito estallido de actividad, el 12 de diciembre de 1936. Todo estaba preparado hasta el más mínimo detalle, todos los fieles colaboradores recibieron notificación y a cada uno se le dio su territorio y su paquete de resoluciones veinticuatro horas antes del comienzo de la obra, que sería a las cinco en punto de la tarde. Dentro de una hora la policía y los hombres de la SA y la SS andaban por todas partes patrullando las calles en el intento de atrapar a algunos de los valerosos distribuidores. Pero solo capturaron a unos cuantos, escasamente menos de una docena en todo el país. El martes siguiente, sin embargo, aparecieron agentes en muchos de los hogares de los hermanos y los acusaron a la cara de haber participado en la distribución. Nuestros hermanos, por supuesto, no sabían nada acerca de ello, y muy pocos arrestos se hicieron.

“Ahora, según la prensa, no solo hay un sentimiento de cólera horrorizada debido a nuestro denuedo, sino también de un temor que aumenta. Están completamente sorprendidos de que después de cuatro años de terror por el gobierno de Hitler todavía sea posible efectuar una campaña como ésta con tal secreto y en escala tan amplia. Y, sobre todo, temen al populacho. Muchos personas se quejaron a la policía, pero cuando los agentes de la policía y otros oficiales uniformados fueron a los hogares y les preguntaron a los habitantes si habían recibido tal volante o no, ellos lo negaban. Esto se debe a que, de hecho, solo dos o, a lo más, tres familias de cada casa recibieron aquella resolución. La policía no sabía esto, por supuesto, sino que suponía que en cada puerta se había dejado una.

“Por eso creen que la gente consiguió nuestra resolución pero que por algunas razones ha rehusado admitirlo al ser interrogada por la policía, y esto les está causando mucha confusión y temor.”

La Gestapo quedó dolorosamente desilusionada, porque pensaban que habían aplastado completamente nuestra actividad con su campaña extensa del 28 de agosto. ¡Y ahora la distribución de nuestra resolución, que ellos consideraban que había sido mucho más extensa de lo que en realidad era! Era un hecho innegable que el enemigo había logrado abrir serias brechas en las filas del pueblo de Dios, pero nunca lograron hacer que la obra se detuviera por completo. Los hermanos continuaron efectuando su comisión de predicar, como se puede ver por el informe de los directores regionales de servicio que se compiló para el hermano Rutherford, y que abarca el período desde el 1 de octubre hasta el 1 de diciembre de 1936. Estos fueron los resultados: (todas las cifras son aproximadas) 3.600 trabajadores, 21.521 horas, 300 Biblias, 9.624 libros y 19.304 folletos. Esto fue mejor, comparativamente, que el último informe mensual de antes de la ola de arrestos (del 16 de mayo al 15 de junio): 5.930 trabajadores, 38.255 horas, 962 Biblias, 17.260 libros y 52.740 folletos.

DESENMASCARAMIENTO POR UNA “CARTA ABIERTA”

En casi toda audiencia o juicio que se celebró después de la distribución de la resolución el 12 de diciembre de 1936, se hizo mención de ella. Los funcionarios hicieron la situación aun más difícil para muchos de nuestros hermanos porque, según afirmaban ellos, estas declaraciones no eran ciertas y nosotros no podíamos ofrecer prueba de lo que alegábamos. Por lo tanto, los hermanos encargados le sugirieron al hermano Rutherford que se distribuyera una “carta abierta” en una “campaña relámpago” como la que se había efectuado con la resolución misma. Eso le presentaría a la Gestapo una respuesta que probaba que las alegaciones de ella no eran ciertas. El hermano Rutherford concordó y le pidió al hermano Harbeck, que estaba en Suiza, que escribiera la “carta abierta,” puesto que él tenía acceso a todo el material que se había recogido hasta 1936 acerca de la persecución.

El siguiente párrafo citado de ella muestra claramente la clase de argumento implacable que los hermanos usaron al responder públicamente a su enemigo:

“La paciencia cristiana y la vergüenza han hecho que ya por suficiente tiempo nos hayamos abstenido de llamar la atención del público, tanto en Alemania como en otros lugares, a estos ultrajes. Tenemos en nuestra posesión una aplastante cantidad de documentación que muestra que el cruel maltrato de los testigos de Jehová ya mencionado ha acontecido. Tienen prominencia especial en la responsabilidad por este maltrato cierto Theiss, de Dortmund, y Tennhoff y Heimann, de la Policía Secreta de Gelsenkirchen y Bochum. Estos no se han retenido de maltratar a mujeres con látigos y con cachiporras de caucho. Theiss de Dortmund y un hombre de la Policía del Estado en Hamm se destacan especialmente por la crueldad sádica que han mostrado al maltratar a mujeres cristianas. Poseemos los nombres y detalles de unos dieciocho casos en que se ha dado muerte violentamente a testigos de Jehová. Al principio de octubre de 1936, por ejemplo, un testigo de Jehová llamado Peter Heinen, de la calle Neuhüller, Gelsenkirchen, Westfalia, fue muerto a golpes por oficiales de la Policía Secreta en el ayuntamiento de Gelsenkirchen. Este trágico incidente le fue informado al canciller del Reich Adolfo Hitler. Copias fueron también enviadas al ministro del Reich Rudolf Hess y al jefe de la Policía Secreta, Himmler.”

Después de haberse terminado la “carta abierta,” todo el texto fue escrito en láminas de mimeógrafo de aluminio en Berna y enviado a Praga. De vez en cuando Ilse Unterdörfer, que trabajaba en estrecha cooperación con el hermano Frost en la actividad clandestina, recibía instrucciones de él de llevar informes y recoger información allí. En uno de estos viajes a Praga, la hermana Unterdörfer recibió las láminas de mimeógrafo con las cuales la “carta abierta” había de ser impresa en una máquina de mimeógrafo Rotaprint que acababa de ser comprada. El 20 de marzo de 1937, la hermana Unterdörfer llegó a Berlín con su precioso paquete.

“Acepté el paquete,” informa el hermano Frost, “y entonces pasé este ‘peligroso’ material a otra hermana que se encargó de que fuera puesto en un lugar seguro. Aquella noche tanto yo como la hermana Unterdörfer, que había traído estas valiosas láminas de mimeógrafo, fuimos arrestados en el lugar donde estábamos alojados. Duro como fue para nosotros aceptar el hecho de que habíamos perdido nuestra libertad para el resto de la dictadura nazi, todavía nos alegraba saber que habíamos garantizado la seguridad de la nueva campaña con el folleto.”

Pero el hermano Frost estaba equivocado. Mientras lo transportaban a prisión descubrió la máquina de mimeógrafo Rotaprint al lado mismo de él en el automóvil de la policía. La Gestapo la había hallado durante uno de sus registros. Además, las láminas de mimeógrafo, que no podían usarse en ninguna otra máquina, aparentemente habían desaparecido y jamás fueron halladas de nuevo.

Ida Strauss, a la cual el hermano Frost había dado las láminas de mimeógrafo y quien estaba bien familiarizada con los detalles de la campaña, pensaba igual. “Yo tenía las láminas de mimeógrafo de aluminio en mi bolsa,” recuerda ella, “y las llevaba al lugar donde estaba la máquina. Era tarde en la noche y oscuro; el dueño de la casa, una persona que mostraba interés en la verdad, estaba de pie en las escaleras y clamó: ‘Váyase inmediatamente, póngase a salvo. La Gestapo ha confiscado la máquina, ha arrestado a los hermanos y hasta hace muy poco estaban esperándola, pero al fin los agentes se dieron por vencidos.’ ¿Qué sucedería ahora? Durante los siguientes días descubrí que muchos hermanos habían sido arrestados aquella noche y no encontré a ninguno entre los hermanos que tuviera conexión alguna con la organización.

“Ahora empecé a buscar un hermano y varias hermanas que fueran lo suficientemente denodados como para dedicarse más a los intereses de la obra de Jehová. Sabía que estaba en la lista negra de la Gestapo y que tenía que contar con ser arrestada en cualquier momento. Cuando al fin sucedió me alegré pensando en que los intereses de la obra estaban en manos fieles.”

En cuanto a las láminas de mimeógrafo para la “carta abierta,” la hermana Strauss también estaba equivocada. Las láminas de mimeógrafo ya no se podían usar, puesto que la máquina había sido confiscada y no había otra.

Ahora que el hermano Frost había sido arrestado, Heinrich Dietschi pasó a encargarse de la obra, como se había decidido en Lucerna en la conversación con el hermano Rutherford. Su primer objetivo fue la publicación de esta “carta abierta.” Por lo tanto, se comunicó con el hermano Strohmeyer, que estaba en Lemgo. Tanto el hermano Strohmeyer como el hermano Kluckhuhn acababan de ser puestos en libertad de prisión después de servir seis meses por imprimir el Anuario para 1936. Pero el hermano Strohmeyer concordó en ayudar.

El problema era conseguir papel o láminas de mimeógrafo de Suiza de nuevo. Esta vez obtuvimos matrices de cartón, que ante todo tenían que ser estereotipadas por los hermanos para poder hacer los clisés para la prensa. El hermano Dietschi había obtenido las matrices de Suiza después que 200.000 ejemplares de la “carta abierta” habían sido impresos allí, pero los esfuerzos que se hicieron por pasarlas a través de la frontera a Alemania habían fracasado.

Después que se arregló el asunto de la impresión, se decidió que la “carta abierta” se distribuiría en una “campaña relámpago” que se celebraría el 20 de junio de 1937. La hermana Elfriede Löhr informa: “El hermano Dietschi organizó la campaña. Todos éramos valerosos, todo se había arreglado maravillosamente y cada región tenía suficientes cartas. Yo recogí una maleta grande llena de ellas en la estación del tren para el territorio alrededor de Breslau y las llevé a los hermanos de Liegnitz. También tenía las mías, que al tiempo señalado distribuí como todos los demás hermanos.”

La distribución de la “carta abierta” tiene que haber tomado por sorpresa a la Gestapo, porque ellos se habían jactado por meses de que habían destruido por completo la organización. Esto solo aumentó su agitación. Era como si alguien hubiera agitado de repente un hormiguero. Como en frenesí, sin meta clara delante de ellos, corrían de lado a lado en la mayor confusión, especialmente personas como Theiss, de Dortmund.

Pero el tiempo de triunfo de Theiss también había caducado. Puesto que Theiss creía que no debía mostrar misericordia al tratar con los testigos de Jehová, pidió cierto día que se registrara la casa que era propiedad de un anterior hermano que llevaba el nombre de Wunsch, quien, mientras tanto, sin embargo, se había apartado de la verdad y servía de sargento auxiliar en la fuerza aérea de Hitler. Cuando Wunsch llegó a su casa, su esposa le dijo que la casa había sido sometida a un registro. Él inmediatamente fue a Theiss en Dortmund y le preguntó por qué había hecho esto. Sorprendido al ver a un sargento auxiliar de la fuerza aérea delante de él, Theiss tartamudeó: “¿Está usted con los Estudiantes de la Biblia?” Replicó Wunsch: “Yo oí algunas de sus conferencias, pero yo iba dondequiera que podía oír algo.” Ahora la Sra. Theiss interrumpió. Excitado, Theiss ahora interrumpió también y dijo: “Si yo lo hubiera sabido, nunca habría empezado a tratar de destruir a los Estudiantes de la Biblia. Esto puede volver loco a uno. Uno cree que ha encarcelado a una de estas bestias y de repente salen otras diez. Me pesa haber empezado todo este asunto.”

No se ha de suponer que la conciencia de este agente del Diablo se haya tranquilizado alguna vez. Al contrario, el libro Kreuzzug gegen dag Christentum (Cruzada contra el cristianismo) bajo el subtítulo “¡Has vencido, Galileo!” concluye diciendo:

“Tenemos informes de que Theiss, de Dortmund, quien ha sido mencionado varias veces, por algún tiempo ya ha estado experimentando terribles dolores de conciencia debido a sus actos criminales, y de que los demonios lo están llevando lentamente a la demencia. Varios meses atrás se jactó de haber ‘partido en pedazos’ a 150 testigos de Jehová. Fue él quien desafiadoramente dijo: ‘Jehová, pronunció sobre ti escarnio eterno; ¡que viva el rey de Babilonia!’

“Ahora, sin embargo, ha buscado a estas personas, les ha prometido no atormentarlas más y les suplica que le digan qué tiene que hacer para escapar del castigo que lo amenaza y para librarse del terrible tormento mental que sufre. Dice que había recibido ‘de arriba la orden de maltratar’ y ahora quiere dejar de hacerlo, porque continuamente siguen surgiendo nuevos testigos de Jehová. Como Judas después que había traicionado al Maestro y lo había entregado al enemigo, Theiss busca arrepentimiento y no puede hallarlo. Aunque pocos, sin embargo hay casos en que agentes de la Gestapo y otros miembros del Partido han sido tan profundamente sacudidos por la firmeza de los testigos de Jehová que han visto el error de sus caminos y han abandonado su empleo.”

La distribución de la “carta abierta” le causó gran ansiedad a la Gestapo, e inmediatamente después prepararon una redada. Solo en unos cuantos días una pista los llevó directamente a Lemgo y a los hermanos Strohmeyer y Kluckhuhn, que habían impreso la “carta abierta.” Pudieron probar que ellos habían impreso por lo menos 69.000 ejemplares. Ambos fueron sentenciados a tres años de prisión, y después de haber cumplido su tiempo la Gestapo los puso bajo detención protectoria, llamándolos “incorregibles.”

Puesto que la mayoría de los directores regionales de servicio habían sido arrestados, se utilizó a hermanas para cerrar las brechas y mantener comunicación entre el hermano Dietschi y las congregaciones. Una de estas fue Elfriede Löhr, que trató de comunicarse con el hermano Dietschi después que el hermano Frost y la hermana Unterdörfer habían sido arrestados. Viajó a Wurttemberg y, después de una búsqueda, halló al hermano Dietschi en Stuttgart. Él la llevó consigo para familiarizarla con los diferentes métodos de mantener comunicación con los hermanos. También se hicieron extensas preparaciones para construir en los Países Bajos un transmisor radial portátil y ponerlo en operación alguna vez en el otoño de 1937. La Gestapo ya había oído de esto y estaba furiosa con el hermano Dietschi, cuyo nombre conocía, pero quien resultó ser tan evasivo como el hermano Wandres.

Debe haber sido para este mismo tiempo que la hermana Dietschi fue arrestada por la Gestapo y llevada a la notoria “Steinwache” en Dortmund. Trataron de obligarla a decir dónde se escondía su esposo, pero ella rehusó hablar. La maltrataron tanto que una de sus piernas después de eso quedó más corta que la otra. Además de eso, tuvo que estar completamente envuelta en vendajes empapados de alcohol por varias semanas después que la pusieron en libertad.

RESULTADOS DE LA ASAMBLEA DE 1937 EN PARÍS

El hermano Rutherford había de asistir a la asamblea de 1937 en París, como sucedió en el caso de la que se celebró el año antes en Lucerna. Esta vez solo unos cuantos hermanos de Alemania pudieron ir. El enemigo había abierto grandes brechas en las filas de los hermanos. El hermano Riffel, uno de los pocos que pudo asistir, más tarde contó que en tan solamente Lörrach y su vecindad cuarenta hermanos y hermanas habían sido aprisionados, diez de los cuales habían sido colgados, muertos con gas o fusilados, o habían muerto de hambre o muerto debido a los resultados de los “experimentos médicos” del campo de concentración.

En París adoptamos otra resolución en la cual nuevamente declarábamos nuestra clara e inquebrantable posición en cuanto a Jehová y su reino bajo la gobernación de Jesucristo y francamente llamábamos atención a la persecución brutal que se efectuaba en Alemania, advirtiendo a los responsables acerca del juicio justo de Dios.

Durante la ausencia de dos semanas del último director regional de servicio de Alemania, ciertas cosas habían estado sucediendo. La hermana Löhr, que por lo general estaba presente en las reuniones semanales que celebraba el hermano Dietschi con unos quince hermanos y hermanas para considerar problemas del servicio, había sido arrestada. Sucedió así:

Puesto que en la mayoría de los casos las reuniones comenzaban como a las nueve de la mañana y con frecuencia duraban hasta las cinco de la tarde, los hermanos y hermanas habían preguntado si podían comer juntos su comida del mediodía. La hermana Löhr había sido invitada a cocinar. Por razones de seguridad, los hermanos cambiaban el lugar de reunión de semana en semana, lo cual hacía necesario transportar de un lugar al siguiente la gran olla que se usaba para preparar la comida. Nadie sabe si fue por hermanos que acababan de ser arrestados o de otra manera que la Gestapo lo supo, pero sí averiguaron dónde se había celebrado la última reunión antes de la asamblea de París. La Gestapo mantuvo bajo observación este apartamento, y cuando la hermana Löhr vino a recoger la olla unos tres o cuatro días antes de celebrarse la siguiente reunión, fue seguida por la Gestapo al nuevo lugar de reunión y prontamente arrestada. La Gestapo pronto se dio cuenta de que no solo había hallado el nuevo lugar de reunión, sino también el escondite secreto del hermano Dietschi. Después de la asamblea de París él regresó directamente a Berlín y, sin investigar en cuanto a cualquier posible peligro, fue al apartamento. El hermano Dietschi cayó en la trampa y fue arrestado al momento. Naturalmente, la hora y el lugar de las reuniones con el grupito ahora más reducido de siervos viajantes tuvieron que ser cambiados.

El hermano Dietschi había servido incansablemente por muchos años en la actividad clandestina y no se había arredrado ante el peligro. Fue sentenciado a cuatro años, pero, diferente de lo que sucedió en el caso de la mayoría de sus hermanos, no fue puesto en un campo de concentración después de haber cumplido su tiempo.

En 1945, cuando la obra comenzó a ser reorganizada, fue uno de los primeros que empezó a servir en las congregaciones como “siervo a los hermanos.” Pero, lamentablemente, años más tarde comenzó a desarrollar sus propias teorías y se apartó de la organización de Jehová.

Pero regresemos a 1937. Después de haberse creado nuevamente brechas peligrosas en las filas de nuestros hermanos, el hermano Wandres trató de cerrarlas, por lo menos temporáneamente, para asegurar a los hermanos su alimento espiritual. Después del arresto del hermano Franke él se había encargado de atender el territorio de éste, pero ahora se sentía responsable por los otros territorios no ocupados también, de modo que le pidió a la hermana Auguste Schneider, de Bad Kreuznach, que entregara alimento espiritual a los hermanos de Bad Kreuznach, Mannheim, Kaiserslautern, Ludwigshafen, Baden-Baden y todo el territorio del Sarre. Como todos los hermanos que tenían que viajar en este tiempo extremadamente difícil, a ella se le dio otro nombre; de ahora en adelante era “Paula.”

El hermano Wandres, dándose cuenta de que el enemigo había estado especialmente furioso en Sajonia, le pidió a Hermann Emter, de Freiburgo, que atendiera este territorio. El 3 de septiembre ambos viajaron a Dresde. Aunque el hermano Wandres nunca había estado allí antes, la Gestapo los esperaba. ¡La cacería de tres años para capturar a este hombre había terminado!

Para mediados de septiembre, en armonía con arreglos hechos con el hermano Wandres, “Paula,” sin sospechar nada, esperaba en la estación del ferrocarril en Bingen con dos grandes maletas llenas de literatura. Súbitamente un caballero se le acercó y le dijo: “¡Buenos días, Paula! ¡Albert no viene y tendrás que venir conmigo!” Era inútil tratar de resistir, puesto que el extraño era un agente de la Gestapo. Añadió: “No hay para qué esperar a Albert; ya lo hemos arrestado y nos hemos apoderado de todo su dinero. . . . ¡El señor Wandres dijo que estarías aquí con dos grandes maletas y que eres Paula!” Es un misterio hasta hoy dónde consiguió la Gestapo esta información. Pero éste era un método popular de la Gestapo, es decir, afirmar que ciertos hermanos habían dicho ciertas cosas para quebrantar la confianza entre los hermanos, haciendo que se apartaran de aquellos “traidores.”

UN PLAN DE DETENCIÓN PERPETUA

Con esta serie de arrestos terminó una era importante para los hermanos alemanes. El período de actividad bien organizada había pasado. Todo ahora señalaba al principio de una nueva fase en la pelea. La meta de la Gestapo era ahora ésta: Cada individuo que fuera lo suficientemente valeroso como para apegarse a Jehová tenía que ser destruido, y así se destruiría la organización.

Según una carta circular emitida por la Gestapo de Düsseldorf el 12 de mayo de 1937, desde entonces en adelante se pondría a los Estudiantes de la Biblia en campos de concentración aun en casos en que no existiera orden de prisión judicial para arresto, sino simplemente hubiera sospecha. Avisos semejantes se esparcieron por toda Alemania. Además, a los Estudiantes de la Biblia se les colocaría automáticamente en campos de concentración después de cumplir sus términos de prisión fijados por el tribunal. Esta decisión fue hecha más severa y extensa en abril de 1939. Desde entonces en adelante, solo los que estuvieran dispuestos a firmar una declaración según la cual se desasociaban de Jehová y su organización habían de ser puestos en libertad. A muchos hermanos ni siquiera se les dio la oportunidad de decidir si firmar o no la declaración.

Cuando Heinrich Kaufmann, de Essen, había cumplido su sentencia en prisión y se había puesto sus ropas de ciudadano, un agente criminal le dijo sencillamente que se le estaba tomando bajo detención protectoria. Sin embargo, primero lo llevaron a su casa, lugar que él no había visto por año y medio, y le preguntaron: “¿Quiere renunciar a su fe y seguir a Hitler?” Al mismo tiempo le mostraron las llaves de su casa y un paquete de veinte libras de alimento, prometiéndole que su esposa también sería devuelta del campo de concentración de Ravensbrück. El hermano Kaufmann rechazó la oferta.

A veces se intentó engañar a los hermanos, según informa Ernst Wiesner. Poco antes del tiempo en que se le había de poner en libertad le colocaron un papel delante. La declaración era tan general en su naturaleza que, después de leerla cuidadosamente, decidió que podía firmarla. Pero ahora venía la treta. Se suponía que el hermano Wiesner firmara al pie de la página, pero la mitad inferior de la página estaba vacía. No había duda alguna de que la Gestapo más tarde añadiría otras cosas que el hermano Wiesner no hubiera podido firmar con buena conciencia. Pero él se dio cuenta inmediatamente de lo que ellos se proponían hacer y, antes que pudieran detenerlo, firmó su nombre directamente debajo del texto escrito a máquina. El resultado fue que, a pesar de su firma, no fue puesto en libertad, sino que la policía secreta le informó tres semanas antes de cumplir su sentencia que estaba siendo transferido inmediatamente a un campo de concentración.

LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN... UN ABISMO BOSTEZADOR

En la Vierteljahresheft für Zeitgeschichte (Publicación trimestral de historia) Hans Rothfels escribe lo siguiente en su segundo folleto para 1962: “El que los pusieran en los campos de concentración fue para los Estudiantes Sinceros de la Biblia la última y más difícil fase de su período de sufrimiento bajo los nacionalsocialistas. . . .”

Fue consolador para la mayoría el hecho de que ya hubiera en las cárceles hermanos fieles que habían sido endurecidos por la persecución intensa. Estar con ellos y experimentar su cuidado amoroso era consolador y alentaba el corazón de cada nuevo “ingreso.”

Pero siempre que la firmeza de nuestros hermanos era observada y se informaba de esto al gobierno, lo único que pensaba éste era cómo aumentar los sufrimientos de éstos. Así fue que por un tiempo a los testigos de Jehová se les dio, como asunto de rutina, veinticinco azotes con un látigo de acero, además de los muchos otros medios brutales de tortura, al llegar a los campamentos. Su labor de esclavos comenzaba a las 4:30 de la mañana, cuando la campana del campamento sonaba para despertar a todos. Poco después estallaba un tumulto: hacer las camas, lavarse, beber café, pasar lista... y todo esto a paso rápido. A ninguno se le permitía hacer nada a paso normal. Marchaban al lugar donde se pasaba lista, entonces salían para unirse a las varias cuadrillas de trabajadores. Lo que venía después era un verdadero drama: cargar grava, arena, piedra, palos, secciones enteras de cuarteles, y esto todo el día... todo a paso rápido. Los capataces, que les gritaban a los prisioneros sin cesar y los obligaban a llegar hasta el límite del aguante, eran los peores que podía ofrecer Hitler.

El recordar que Jesús había sufrido cosas parecidas era consolador y estimulador y les daba fortaleza para perseverar bajo aquel trato inhumano.

Por variedad, a veces había “ejercicios punitivos” sin que hubiera razón particular para ello. Muchas veces se obligaba a los hermanos a pasarla sin alimento. Podía ser una verdadera prueba el que, en vez de poder sentarse para tener su comida, se obligara a un hermano cansado a estar de pie en atención otras cuatro o cinco horas en el patio, y eso solo porque a uno de los hermanos le faltaba un botón de su camisa o cualquier otra infracción insignificante de las reglas.

Finalmente se les permitía acostarse, si el hambre les hacía posible esto. Pero las noches no eran siempre sencillamente para dormir. A menudo uno de los notorios “líderes de los bloques” o a veces varios, se presentaba a mitad de la noche para aterrorizar a los prisioneros. Estos episodios a veces comenzaban con disparos de revólver al aire o a las vigas de los cuarteles. Entonces se obligaba a los prisioneros a correr alrededor de los cuarteles, o, a veces, hasta a trepar sobre ellos, en su ropa de dormir, y esto por tanto tiempo como lo desearan los “líderes de los bloques.” Se comprende que los hermanos de más edad fueran los que más sufrieran bajo aquel trato, y a muchos de ellos les costó la vida.

En marzo de 1938 se puso en vigor una proscripción absoluta de correspondencia para los testigos de Jehová en los campos de concentración. Esto duró nueve meses, y durante ese tiempo los hermanos ni pudieron comunicarse con sus parientes ni éstos con ellos. Aun después de ser retirada esta proscripción, la limitación de que cada testigo de Jehová podía escribir a sus parientes solo cinco líneas al mes quedó en vigor entre tres y medio y cuatro años... en algunos campos hasta más tiempo. El texto estaba preparado y decía: “He recibido su carta; muchas gracias. Estoy bien, estoy saludable y animoso. . . .” Pero hubo casos en que la notificación de muerte llegó antes de la carta que decía: “Estoy bien, estoy saludable y animoso.” En el espacio vacío de la carta se estampaba el siguiente texto: “El prisionero permanece, como antes, terco Estudiante de la Biblia y rehúsa rechazar las falsas enseñanzas de los Estudiantes de la Biblia. Por esta razón le han sido negados los privilegios usuales de correspondencia.”

“CUADRANGULAR” ENCUENTRA LA HORMA DE SUS ZAPATOS

La vida en un campo de concentración estaba llena de sus ansiedades diarias, a menudo causadas por el mismo comandante del campo. Por un tiempo el comandante de Sachsenhausen fue un hombre llamado Baranowsky, y, debido a su corpulencia física, los prisioneros pronto le dieron el apodo de “Cuadrangular.”

Él, por lo general, salía a recibir personalmente a cada nuevo grupo de prisioneros que llegaba y les pronunciaba su “discurso de bienvenida.” Por lo general comenzaba con las palabras: ‘Soy el comandante del campo y me llaman “Cuadrangular.” ¡Ahora escuchen, todos! De mí pueden obtener todo lo que quieran... ¡un disparo en la cabeza, un disparo en el pecho, un disparo en el estómago! ¡Pueden cortarse la garganta si desean o abrirse las arterias! Pueden correr a la valla eléctrica si quieren. ¡Pero recuerden que mi gente son buenos tiradores! ¡Los enviarán derechito al cielo!’ Nunca dejaba pasar una oportunidad de hablar en burla de Jehová y de su santo nombre.

Pero al principio de la proscripción de los testigos de Jehová un joven de unos veintitrés años de edad de Dinslaken había aprendido la verdad. Se llamaba August Dickmann. Aunque todavía no se había bautizado, la Gestapo lo arrestó y le celebró juicio. Después de cumplir su sentencia había dejado que la presión de la Gestapo lo llevara a firmar la “declaración,” sin duda con la esperanza de que esto lo libraría de recibir más persecución. A pesar de esto, fue puesto en Sachsenhausen en octubre de 1937 inmediatamente después de cumplir su término de prisión. Los hermanos que estaban allí usaban toda oportunidad para conversar gozosa y animadoramente unos con otros, y ahora, estando entre ellos, él se dio cuenta de que había transigido con el enemigo debido a debilidad. Se arrepintió y pidió que se anulara la declaración que había firmado.

Mientras tanto su hermano carnal Heinrich también había sido enviado al campo de Sachsenhausen. August le dijo que había firmado la declaración pero que, desde entonces, había exigido que fuera anulada.

Las siguientes semanas pasaron rápidamente. Cuando estalló la segunda guerra mundial en la segunda mitad de 1939, el comandante del campo, Baranowsky, comenzó a poner en vigor sus planes. Vio su oportunidad cuando la esposa de August Dickmann le envió a su esposo su hoja de reclutamiento militar, que había sido enviada al hogar de ellos en Dinslaken. Tres días después de estallar la guerra, a Dickmann se le ordenó que fuera al “departamento político.” Antes que se pasara lista, Heinrich, a quien August había notificado de este nuevo desenvolvimiento, le advirtió que ahora que la guerra había estallado debía estar preparado para cualquier cosa. Debía estar completamente seguro de lo que quería hacer. August respondió: “Pueden hacer lo que quieran conmigo. No firmaré y no transigiré de nuevo.”

Aquella tarde se celebró la audiencia, pero August no regresó adonde estaban los hermanos. Según se supo más tarde, no solo había rehusado firmar la hoja de reclutamiento militar, sino que había dado un excelente testimonio. Lo colocaron en encierro solitario en el calabozo mientras el comandante del campo le notificaba del caso a Himmler, pidiendo permiso para ejecutar públicamente a Dickmann en la presencia de los hermanos y de todo el campo. Estaba convencido de que muchos testigos de Jehová firmarían si de hecho se vieran frente a la muerte. La mayoría hasta ahora había rehusado hacerlo, pero solo se habían hecho amenazas. Himmler respondió inmediatamente por correo que Dickmann estaba sentenciado a la muerte y debería ser ejecutado. Ahora se le abrió el camino a “Cuadrangular” para presentar su ‘gran espectáculo.’

Era viernes. Sobre todo el campo colgaba un extraño silencio cuando súbitamente apareció un grupo de la comandancia y, en poco tiempo, preparó el escenario para un fusilamiento en el patio. Esto, por supuesto, hizo que hubiera rumores de toda clase. La agitación se hizo todavía más intensa cuando se dieron órdenes de dejar de trabajar una hora antes de lo usual. Paul Buder todavía recuerda que, cuando su cuadrilla de trabajo marchaba de regreso, un hombre de la SS le dijo mientras reía: “¡Hoy es Día de la Asunción! Uno de ustedes va a ir al cielo hoy.”

Cuando la cuadrilla a la cual estaba asignado Heinrich Dickmann entró, el anciano del campo se le acercó y le preguntó si sabía lo que estaba aconteciendo. Cuando respondió que no sabía, se le dijo que su hermano August iba a ser fusilado.

Pero no había tiempo para largas discusiones. Hubo órdenes de que todos los prisioneros marcharan al campo. Los testigos de Jehová fueron colocados directamente enfrente de donde se situaría el pelotón de fusilamiento. Todos los ojos se fijaron en aquel lugar. Los guardas de la SS entraron marchando; las precauciones de seguridad eran cuatro veces lo que eran normalmente. Se les quitó la cubierta a los cañones y se cargaron las armas para uso inmediato. Había hombres de la SS trepados sobre el alto muro, esperando lo que iba a acontecer... tantos de ellos que se pudiera haber pensado que al grupo entero se le había ordenado que estuviera presente para este espectáculo sangriento. La puerta principal estaba construida de fuertes barras cilíndricas de hierro y los hombres de la SS, amantes de lo sensacional, estaban de pie y colgándose de ella como uvas en un racimo. Algunos de ellos hasta se habían trepado en las barras transversales para ver mejor. Sus ojos no estaban llenos solo de curiosidad, sino también de sed de sangre. Algunos rostros revelaban cierto horror, porque todos sabían lo que pronto sucedería.

Acompañado por varios agentes encumbrados de la SS, August fue conducido a aquel lugar, con las manos esposadas al frente. A todos les impresionó su tranquilidad y compostura, como la de quien ya hubiera ganado la batalla. Había aproximadamente seiscientos hermanos presentes, y su hermano carnal Heinrich estaba a solo pocos metros de distancia.

Súbitamente hubo el sonido característico de altavoces que comenzaban a funcionar cuando se hizo que los micrófonos entraran en operación. Se pudo oír la voz de “Cuadrangular” decir: “¡Prisioneros escuchen!” Inmediatamente hubo silencio. Solo se oyó la respiración ligeramente asmática de este monstruo, y entonces continuó:

“El prisionero August Dickmann, de Dinslaken, nacido el 7 de enero de 1910, rehúsa prestar servicio militar, alegando que es ‘ciudadano del reino de Dios.’ Ha dicho: El que derrame sangre humana verá derramada su sangre. Se ha colocado fuera de la sociedad y según las instrucciones procedentes del líder de la SS, Himmler, ha de ser ejecutado.”

Mientras reinaba un silencio sepulcral en todo el patio, “Cuadrangular” continuó: “Le notifiqué a Dickmann hace una hora que su miserable vida le sería quitada a las seis en punto.”

Uno de los oficiales se acercó y preguntó si al prisionero se le había de preguntar de nuevo si había cambiado de opinión y estaba dispuesto a firmar los papeles del reclutamiento, a lo cual contestó “Cuadrangular”: “Sería inútil.” Volviéndose a Dickmann, ordenó: “Da la vuelta, cerdo,” y entonces dio la orden de disparar. Tres hombres de la SS dispararon entonces contra la espalda de Dickmann. Un líder encumbrado de la SS entonces fue a donde estaba y le hizo un disparo en la cabeza, de modo que la sangre le corrió por la mejilla. Después que un hombre de la SS de rango inferior le había quitado las esposas, a cuatro hermanos se les dieron instrucciones de ponerlo en un ataúd negro y llevarlo a la cuadra.

Mientras que a todos los demás prisioneros se les permitió ahora romper filas e ir a sus cuarteles, los testigos de Jehová tuvieron que permanecer allí. Ahora era el tiempo en que “Cuadrangular” iba a realizar lo que había alegado. Con gran énfasis preguntó quién estaba ahora dispuesto a firmar la declaración... no solo un rechazamiento de la fe de uno, sino también indicando que uno estaba dispuesto a hacerse soldado. ¡Nadie respondió! ¡Entonces dos dieron un paso adelante! Pero no para firmar la declaración. ¡Pidieron que la firma que ambos habían dado aproximadamente un año antes fuera anulada!

Esto fue demasiado para “Cuadrangular.” Furioso, salió del patio. Como se podía esperar, los hermanos pasaron muy mal tiempo aquella noche y durante los días siguientes. Pero permanecieron firmes.

La ejecución de Dickmann fue anunciada varias veces por la radio durante los días siguientes, aparentemente con la esperanza de intimidar a otros Testigos que todavía estaban libres.

Tres días después su hermano Heinrich fue llamado al “departamento político.” Dos agentes encumbrados de la Gestapo habían venido de Berlín para averiguar qué efecto había tenido en él la ejecución de su hermano. Según el propio informe de él, se produjo la siguiente conversación:

“‘¿Vio el fusilamiento de su hermano?’ Mi respuesta fue: ‘La vi.’ ‘¿Qué aprendió de esto?’ ‘Soy y seguiré siendo testigo de Jehová.’ ‘Entonces usted será el próximo que será fusilado.’ Pude contestar varias preguntas bíblicas, hasta que finalmente un agente gritó: ‘No quiero saber lo que está escrito, quiero saber lo que usted piensa.’ Y mientras trataba de mostrarme la necesidad de defender la patria, seguía incluyendo oraciones como: ‘Usted será el siguiente que será fusilado . . . la próxima cabeza que rueda . . . el siguiente que caerá.’ Hasta que el otro agente dijo: ‘Es inútil. Toma, termina los registros.’”

De nuevo se colocó la declaración delante del hermano Dickmann para que la firmara. Él rehusó, diciendo: “Si reconociera al Estado y al gobierno firmando esto estaría dando a entender que estoy de acuerdo con la ejecución de mi hermano. No puedo hacer eso.” La respuesta: “Entonces puede empezar a calcular lo que le queda de vida.”

Pero, ¿qué le sucedió a “Cuadrangular,” que se había expresado en burla y desafiado a Jehová como pocos hombres lo han hecho alguna vez? Después de eso fueron solo pocas las veces que se le vio en el campo, y después no se le vio más. Los prisioneros descubrieron, sin embargo, que poco después de la ejecución de August Dickmann lo hirió una terrible enfermedad. Murió cinco meses más tarde sin jamás haber tenido una oportunidad de expresarse en burla de Jehová o de sus testigos de nuevo. “He emprendido una pelea con Jehová. Veremos quién es el más fuerte, yo o Jehová,” había dicho “Cuadrangular” el 20 de marzo de 1938, cuando colocó a los hermanos en la “cuadrilla aislada.” La batalla había sido decidida. “Cuadrangular” había perdido. Y mientras que nuestros hermanos fueron soltados de la “cuadrilla aislada” unos meses después, y, en algunos casos, recibieron cierta cantidad de alivio, continuó circulando por el campo el rumor de que “Cuadrangular” estaba seriamente enfermo y que cuando los agentes lo visitaban en su lecho de enfermo murmuraba gimiendo: “¡Los Estudiantes de la Biblia me están matando por medio de sus oraciones, porque dejé que fusilaran a aquel hombre de ellos!” También es un hecho que, después de la muerte de él, su hija, cuando le preguntaban por qué había muerto su padre, siempre contestaba: “Los Estudiantes de la Biblia mataron a mi padre con sus oraciones.”

DACHAU

El hermano Friedrich Frey, de Röt, informa acerca del trato que se daba en el “grupo en aislamiento” en Dachau: “Casi no se puede describir el hambre, el frío, los tormentos. Un agente me dio una patada en el estómago con sus botas en cierta ocasión, por lo cual enfermé seriamente. En otra ocasión el puente de la nariz me quedó tan deformado por las golpizas repetidas que hasta este día se me hace difícil respirar. Una vez un hombre de la SS me sorprendió consumiendo dos mendrugos secos de pan durante las horas de trabajo para calmar el hambre. Me pateó en el estómago con su bota y me derribó al suelo. Como castigo añadido me colgaron en un palo de tres metros de alto con mis brazos encadenados detrás. Esta posición anormal del cuerpo y su peso hicieron que la circulación de la sangre se me estorbara y me causó tremendo dolor. Un hombre de la SS agarró mis dos piernas y las movió de un lado a otro, gritando: ‘¿Eres todavía testigo de Jehová?’ Pero yo no podía contestar debido al sudor de muerte que ya estaba empezando a brotar en mi frente. Hasta este día me queda una contracción espasmódica nerviosa debido a esto. No pude evitar pensar en las últimas horas que nuestro Amo y Señor pasó con sus manos y pies traspasados por clavos.”

En Dachau, poco antes de las “Navidades,” levantaron un gran árbol de Navidad y lo decoraron con velas eléctricas y otros tipos de decoraciones. Los 45.000 prisioneros del campo, incluso más de cien testigos de Jehová, esperaban que podrían disfrutar de unos cuantos días de paz. Pero, ¿qué sucedió? A las ocho de la víspera de la Navidad cuando todos los prisioneros estaban en sus cuarteles, súbitamente las sirenas del campamento empezaron a sonar; los prisioneros habían de salir marchando al patio tan rápidamente como fuera posible. Se podía oír la banda de la SS tocando música. Cinco compañías de tropas de la SS plenamente equipadas entraron marchando. El comandante del campo, acompañado de oficiales de la SS, pronunció un corto discurso en que dijo a los prisioneros que querían celebrar la Navidad con ellos esta noche a su propio modo particular. Entonces sacó una lista de nombres de su maletín y por casi una hora leyó los nombres de prisioneros que habían sido recomendados para castigo durante las últimas semanas. Sacaron el bloque y lo prepararon y el primer prisionero fue atado a él. Después dos hombres de la SS equipados con un látigo de acero ocuparon sus posiciones a la derecha y a la izquierda del bloque y empezaron a golpear al prisionero mientras la banda tocaba “Noche de paz”; se esperaba que todos los prisioneros cantaran mientras se tocaba la música. Al mismo tiempo el prisionero que recibía los veinticinco azotes estaba obligado a contarlos en voz alta. Cada vez que ataban a un nuevo prisionero al bloque, otros dos hombres de la SS pasaban adelante a administrar el castigo. ¡Verdaderamente una digna manera de celebrar la Navidad una “nación cristiana”!

Ante aquel trato nuestros hermanos necesitaban fuerte fe, una fe fortalecida por un estudio cuidadoso de la Palabra de Dios. Por experiencia Helmut Knöller supo que la falta de estudio puede ser peligrosa y puede dejar a la persona sin preparación para esa clase de prueba. Que él cuente su propia experiencia:

“Mis primeros días en Dachau fueron muy difíciles. A los veinte años, era el más joven de los que acababan de llegar. Me asignaron a una cuadrilla especial que tenía que trabajar hasta los domingos. Mi superintendente fue especialmente duro conmigo. Yo tenía que hacer los trabajos más difíciles, a los cuales no estaba acostumbrado, a paso rápido. Varias veces caí rendido, pero me revivificaban cada vez colocándome en el sótano con agua hasta las caderas y entonces haciendo que me derramaran agua sobre la cabeza.

“Casi quedaba completamente exhausto físicamente. Esto pasaba día tras día y yo estaba a punto de desesperar, sabiendo que esto podría continuar por semanas, y hasta por meses. . . . Pero las dificultades se hicieron tan grandes que finalmente fui a ver a los líderes del campo y firmé la declaración que indicaba que ya no tendría nada que ver con los Estudiantes Internacionales de la Biblia. El que yo firmara esto fue el resultado directo de no haber estudiado suficientemente en casa. Mis padres mismos habían estudiado muy poco y nosotros los hijos habíamos recibido solo instrucción incompleta de ellos. . . . Se me había dicho que podíamos firmar aquella declaración, puesto que, en primer lugar, nada se decía acerca de los testigos de Jehová en ella, sino solo acerca de los Estudiantes de la Biblia, y, en segundo lugar, no era malo engañar al enemigo si esto resultaba en que se nos pusiera en libertad para que pudiéramos servir mejor a Jehová afuera.” Fue solo más tarde, mientras estaba en Sachsenhausen, que hermanos maduros le ayudaron a comprender el significado de la integridad cristiana y edificaron su fe.

MAUTHAUSEN

Aunque en Dachau muchas personas murieron en las cámaras de gases o fueron muertas cruelmente, sin embargo Mauthausen era un verdadero campo de destrucción. El comandante del campo, Ziereis, muchas veces dijo que solamente estaba interesado en ver certificados de defunción. De hecho, dentro de un período de seis años 210.000 hombres fueron incinerados en los dos modernos incineradores que tenían allí, un promedio de cien por día.

Cuando se hacía que los prisioneros trabajaran, si alguna vez, era por lo general en la cantera. Los de la cruel SS llamaban a un empinado farallón en aquel lugar el “muro de los paracaidistas.” Centenares de prisioneros eran empujados farallón abajo en este lugar y entonces quedaban inmóviles abajo. O los mataba la caída o se ahogaban en un pozo lleno de agua de lluvia. Muchos prisioneros desesperados hasta saltaban al abismo por decisión propia.

Otra atracción era la llamada “escalera de la muerte.” Un amontonamiento de 186 bloques sueltos de varias alturas puestos unos encima de otros era llamado una escalera. Después que los prisioneros habían cargado piedras pesadas sobre sus hombros hasta la cima, a los hombres de la SS les divertía causar derrumbes grandes dándoles patadas o golpeándolos con la culata de sus rifles, derribándolos así de espaldas “escaleras” abajo. Esto resultaba en muchas muertes, y el número de muertos aumentaba debido a las rocas que caían desde arriba. Valentin Steinbach, de Francfort, recuerda que de grupos de 120 hombres formados en la mañana, al regresar por la noche solo unos 20 todavía estaban vivos.

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN PARA MUJERES

No solo se establecieron campos de concentración para hombres, sino también para mujeres. Uno de éstos empezó a funcionar tan temprano como en 1935 en Moringen cerca de Hannover. Cuando la presión sobre los testigos de Jehová se hizo más intensa en 1937, el campo de Moringen empezó a ser evacuado. En diciembre unas 600 prisioneras, incluso varias hermanas, fueron llevadas al campo de Lichtenburgo. Puesto que los esfuerzos que se hacían por persuadir a nuestras hermanas a abandonar su firme proceder fracasaron, se formó una “cuadrilla penal.” Sus superintendentes les daban muy poco de comer y constantemente trataban de hallar razones para castigarlas. El comandante del campo les dijo: ‘Si quieren seguir viviendo, entonces vengan a mí y firmen.’

Ilse Unterdörfer informa acerca de un método que se usó para tratar de hacer que nuestras hermanas quebrantaran su integridad: “Cierto día llamaron a la hermana Elisabeth Lange, de Chemnitz, para que fuera a ver al director. Ella se negó resueltamente a firmar la declaración, por lo cual la llevaron a una celda en el sótano de este castillo antiguo. Como se puede imaginar cualquiera que esté familiarizado con los castillos antiguos y sus mazmorras, esto era extremadamente angustioso. Las celdas eran hoyos oscuros que tenían una ventanilla con barras. La cama era de piedra y muchas veces la persona encerrada allí se veía obligada a acostarse sobre esta fría y dura ‘cama’ sin siquiera un saco lleno de paja. La hermana Lange pasó medio año en encierro solitario en este hoyo en el sótano. Aunque sufrió físicamente, la experiencia no sacudió su determinación de permanecer fiel.”

Otro método que se empleaba era el de tratar de quebrantar la firmeza de nuestras hermanas con arduo trabajo físico. Por esta razón varias hermanas fueron llevadas a Ravensbrück. Fue el 15 de mayo de 1939 que llegó el primer grupo, seguido pronto por otros. El campo pronto llegó a incluir 950 mujeres, unas 400 de las cuales eran testigos de Jehová. De todas se exigía que hicieran el más difícil trabajo de construcción y limpieza, trabajo que normalmente se exigía solo de hombres. El nuevo comandante del campo, que era especialmente conocido por su trato brutal, pensaba que podría agotar a las hermanas haciendo que ejecutaran trabajo físico fuerte.

Ese trato, naturalmente, resultó en muchas muertes. Además, grupos completos fueron llevados a Auschwitz, un campo que, como Mauthausen, estaba especialmente equipado para destrucción en masa. Las mujeres que eran ancianas, que tenían mala salud o que no satisfacían las normas de los hombres de la SS como mujeres que podían producir una “raza superior” se encaraban a la muerte. Berta Mauerer nos dice lo que sucedía allí:

“Se nos obligó a estar de pie desnudas ante una comisión que seleccionaba. Inmediatamente después, el primer grupo partió para Auschwitz. Entre ellas había varias hermanas a las cuales engañosamente se les había hecho pensar que las llevaban a un campo donde estarían en mejor situación, aunque todo el mundo sabía que Auschwitz era todavía más insoportable. A las que formaron el segundo grupo se les dijo lo mismo. En este grupo había muchas hermanas débiles y enfermizas.” Poco después se les avisó a sus parientes que éstas habían muerto. En la mayoría de los casos se anotó ‘enfermedad del sistema circulatorio’ coma la causa de la muerte.

Otra cosa que pudiera haber presentado una prueba a las hermanas es la que informa Auguste Schneider, de Bad Kreuznach:

“Cierto día una prisionera vino a mí y me dijo: ‘¡Sra. Schneider, me voy de aquí!’ Le pregunté adónde iba y respondió: ‘Hay tantos hombres aquí que se está estableciendo un burdel para los prisioneros. Nos preguntaron en cuanto a esto, y unas veinte a treinta mujeres se han ofrecido voluntariamente. ¡Nos van a dar buena ropa y nos van a poner bonitas!’ Le pregunté dónde sería esto, y respondió: ‘En el campo de los hombres.’

“Difícilmente se puede describir lo que acontecía allí. Pero cierto día un líder de la SS me dijo: ‘Sra. Schneider, usted debe haber sabido de lo que está sucediendo en el campo de los hombres. ¡Solo quería decirle que ninguna de las testigos de Jehová ha participado en eso!’”

Ravensbrück llegó a ser extensamente conocido como el de peor fama entre todos los campos de concentración para mujeres. Cuando estalló la segunda guerra mundial, el número de hermanas allí había aumentado a aproximadamente quinientas.

Un día a varias hermanas les ordenaron súbitamente que salieran de sus celdas y las pusieron a trabajar limpiando todo el edificio, puesto que Himmler había indicado que vendría a inspeccionar el lugar. Pero pasó el día y él no se presentó. Nuestras hermanas ya se habían preparado para acostarse, es decir, se habían quitado los zapatos, que servían de almohadas, pero debido al frío dormían con la ropa puesta. Se acostaban lo más cerca posible para mantenerse calientes. De vez en cuando cambiaban de posición para que cada una pudiera estar una vez hacia el exterior, donde, naturalmente, era más frío. Súbitamente se escucharon ruidos fuertes en los corredores y las puertas de las celdas empezaron a ser abiertas. Nuestras hermanas ahora se vieron de pie delante del hombre que en Alemania decidía entre la vida y la muerte. Himmler examinó a las hermanas críticamente, les hizo algunas preguntas y se vio obligado a darse cuenta de que no estaban dispuestas a hacer concesión alguna.

Aquella misma noche, después que Himmler y sus servidores habían partido, un gran número de prisioneras fueron llamadas de sus celdas y otras prisioneras pudieron oír sus gritos. Himmler había introducido el castigo “intensificado” también para las mujeres; recibían veinticinco azotes con el látigo de acero en las asentaderas desnudas.

Una hermana nos menciona el valor con que muchas se enfrentaban a sus problemas: “En mi bloque había una judía que había aceptado la verdad. Cierta noche a ella también la despertaron. Oí cuando se levantó y traté de suministrarle una palabra de consuelo. Pero ella dijo: ‘Sé lo que me espera. Pero me alegro de haber aprendido acerca de la maravillosa esperanza de la resurrección. Espero la muerte tranquila.’ Y valerosamente salió.”

LAS DIVISIONES EMPEORAN LA DIFICULTAD

Cortados de comunicación con los hermanos del exterior, los que estaban en los campos de concentración sentían un gran deseo de alimento espiritual. Los hermanos les preguntaban a los que acababan de llegar para saber qué se había publicado en La Atalaya. A veces se les comunicaba con exactitud la información, y a veces no. También hubo hermanos que trataron de usar la Biblia para fijar la fecha en que serían librados, y, aunque los argumentos eran débiles, algunos se afianzaban con esperanza de estas “pajas.”

Durante este tiempo un hermano que tenía una memoria excepcional fue puesto en Buchenwald. Al principio su habilidad de recordar y compartir con otros las cosas que había aprendido fue una fuente de estímulo para los hermanos. Pero con el tiempo se hizo un ídolo, “la maravilla de Buchenwald,” y sus declaraciones, hasta su opinión personal, eran consideradas como lo final. Desde diciembre de 1937 hasta 1940 pronunció un discurso cada noche, unos mil en total, y muchos de estos fueron anotados en taquigrafía para mimeografiarlos. Aunque en el campamento había muchos hermanos de más edad que él que podían pronunciar discursos, este hermano era el único que lo hacía. A los que no estaban de acuerdo completo con él se les llamaba “enemigos del Reino” y “la familia de Acán,” que había de ser evitada por los “fieles.” Casi cuatrocientos hermanos apoyaron este arreglo más o menos anuentemente.

Los que así eran llamados “enemigos” eran también hermanos que habían estado dispuestos a arriesgar la vida por promover los intereses del Reino según mejor podían. Ellos, también, habían sido puestos en el campo debido a su resolución de probar su integridad, hasta la muerte misma. Es verdad que algunos de ellos no estaban aplicando plenamente los principios bíblicos. Sin embargo, cuando se esforzaron por establecer comunicación con los responsables para poder beneficiarse del alimento espiritual que se hacía disponible en Buchenwald, éstos consideraban como cosa “que les restaría dignidad” el considerar asuntos con ellos.

Wilhelm Bathen, de Dinslaken, quien todavía sirve a Jehová, relata el efecto que esto tuvo en él personalmente: “Cuando me di cuenta de que yo también había sido expulsado quedé tan sacudido y deprimido espiritualmente que me pregunté cómo podía ser posible tal cosa. . . . A menudo caía de rodillas y oraba a Jehová que me diera una señal. Me preguntaba si la situación era culpa mía y si él también me había expulsado. Tenía una Biblia y la leía bajo la luz opaca y me consolaba mucho con el pensamiento de que esto me venía como prueba, pues de otro modo ya hubiera sido destruido, porque esto de estar separado completamente de los hermanos era un tremendo dolor.”

Así las imperfecciones humanas y un punto de vista exagerado de la propia importancia del individuo llevaron a divisiones entre el pueblo de Jehová, con el resultado de que hubo pruebas severas para algunos.

VENCIDOS POR LA PREOCUPACIÓN POR “SOBREVIVIR”

Algunos que fueron puestos en los campos de concentración, resueltos a no transigir, más tarde permitieron que la preocupación por la “supervivencia” eclipsara su amor a Jehová y a sus hermanos. Si alguno podía alcanzar algún puesto responsable en la organización del campo, en que se le confiara la superintendencia de alguna esfera de actividad, ya no tendría que gastar su fuerza en trabajo arduo. Pero esto era peligroso. En muchos casos exigía que el individuo trabajara en estrecha cooperación con la SS, que empujara a los prisioneros a trabajar a un paso más rápido y que informara en cuanto a los prisioneros —hasta de sus propios hermanos— para que fueran castigados.

Un hermano llamado Martens se encontró en esa posición mientras estaba en el campo de Wewelsburgo. Al principio superentendía a 250 Estudiantes de la Biblia. Constantemente se esforzó por ser un muy buen “anciano del campo” a los ojos de la SS. Con el tiempo, muchos prisioneros políticos y otros fueron añadidos al campo. Martens no quiso perder su posición, de modo que tuvo que defender los intereses de la SS y emplear sus métodos.

No pasó mucho tiempo antes que estuviera prohibiendo a los hermanos considerar el texto diario u orar juntos. Pronto estaba cacheándolos y golpeando con una manguera de caucho a los que se sorprendía con un ejemplar del texto diario. Cierta mañana, mientras varios hermanos oraban juntos, saltó en medio de ellos y desbarató la sesión, diciendo: “¿No conocen las reglas del campo? ¿Creen que quiero meterme en dificultades solo por ustedes?” Así, mucho sufrimiento adicional causaron a una gran cantidad de hermanos fieles unas cuantas personas que perdieron de vista su meta.

EL PROBLEMA DEL HAMBRE

Después de comenzar la segunda guerra mundial el alimento disponible se enviaba a los frentes. Las comidas en los campos de concentración consistían en su mayor parte en un tipo de nabo que, por lo general, se usaba solo para alimentar animales. Todo se preparaba con tanta falta de amor que a menudo se oía a los prisioneros decir que hasta los cerdos hubieran rehusado comerse el alimento. Pero no era cuestión de tener alimento que despertara el apetito, era sencillamente una cuestión de supervivencia. Muchos murieron de hambre. “Mi mayor prueba fue la del hambre,” escribe el hermano Kurt Hedel, y explica diciendo: “Yo mido unos 2 metros de estatura y normalmente peso unos 104 kilogramos. Pero en el invierno de 1939/1940 pesé solo 40 kilos y hasta menos. Era pellejo y huesos nada más. A pesar de mi tamaño no me daban más de comer que a los que eran más pequeños que yo. A menudo me hundía los puños en el estómago debido al dolor hasta que un hermano maduro me aconsejó que llevara mi problema a Jehová en oración y le pidiera que me ayudara a soportar el dolor. Pronto me di cuenta de la gran ayuda que es la oración en esas situaciones.” Otro hermano recuerda que muchas veces se echaba arena en la boca para combatir las punzadas del hambre.

¡Qué consoladora era la asociación fraternal en aquellas situaciones! Sí, era muy emocionante ver a hermanos que estaban señalados para morir dar parte de sus escasas raciones de pan a los que estaban teniendo más dificultades que ellos. Con frecuencia eran solo mendrugos que escondían secretamente bajo las almohadas de los que por una razón u otra no habían recibido nada de comer o que habían sido obligados a estar de pie en el patio en medio de un frío despiadado con casi ninguna ropa encima. ¡Qué alivio era para aquellos a quienes el enemigo casi había “aplastado” oír de boca de un hermano maduro palabras animadoras que fluían como aceite a una herida y suministraban nuevas fuerzas en un tiempo en que tenían la sensación de que su situación era insoportable! ¡Y qué poderosa resultaba ser la oración de un grupo unido! Frecuentemente, en las noches, cuando se cerraban los cuarteles y todo estaba en silencio en los dormitorios, los problemas se presentaban como de un grupo unido a Jehová en oración. Muchas veces eran asuntos que tenían que ver con todos ellos, pero con similar frecuencia con problemas de hermanos como individuos. En todo caso en que Jehová —como lo hizo en muchos casos— inmediatamente producía un cambio que representaba una mejora, esto era causa para una oración unida de gracias el día siguiente. Enfrentándose a una situación que una persona no hubiera podido dominar sola, los hermanos se dieron cuenta una vez más de que “nunca estamos solos.”

LO QUE LES SUCEDIÓ A LOS QUE TRANSIGIERON

Es interesante el hecho de que los de la SS, que a menudo usaban las tretas más sucias para tratar de hacer que alguien firmara la declaración, frecuentemente se volvían contra los que de hecho firmaban una vez que lo hacían y los hostigaban más después que antes. Karl Kirscht confirma esto: “Nadie era más víctima de triquiñuelas en los campos de concentración que los testigos de Jehová. Se pensaba que de este modo se les persuadiría a firmar la declaración. Repetidamente se nos pedía que lo hiciéramos. Algunos sí firmaron, pero, en la mayoría de los casos, tuvieron que esperar más de un año antes que se les pusiera en libertad. Durante este tiempo con frecuencia los de la SS los insultaban públicamente llamándolos hipócritas y cobardes y se les obligaba a dar un llamado ‘paseo de honor’ alrededor de sus hermanos antes que se les permitiera salir del campo.”

Wilhelm Röger recuerda que un hermano firmó la declaración cuando su esposa e hija vinieron a visitarlo, pero que no les dijo a los hermanos lo que había hecho. “Varias semanas después se le informó que se preparara para ser puesto en libertad. (Por lo general éstos tenían que pararse a la entrada hasta que se les llamaba.) Este hermano estuvo parado a la entrada todo el día y todavía estaba parado allí aquella noche, de modo que tuvo que regresar a donde estaban los hermanos en el cuartel. Después de haberse pasado la lista por la noche, lo cual hizo un capitán muy temido que llevaba el nombre de Knittler, enviaron a este hermano a conseguir un banquillo del cuartel y entonces lo obligaron a pararse sobre él en el patio delante de los hermanos, que entraron marchando. Knittler ahora dirigió la atención al hermano y, dándonos a todos una mirada intensa y dura, dijo: ‘Miren a este cobarde suyo; ¡ha firmado sin decirle nada a ninguno de ustedes!’ En realidad a la SS le hubiera gustado que todos nosotros firmáramos. Pero el respeto que secretamente nos tenían desaparecía cuando alguien lo hacía.”

La hermana Dietrichkeit recuerda a dos hermanas que firmaron la declaración. Cuando regresaron, le dijeron a la hermana Dietrichkeit que habían firmado porque temían que se morirían de hambre. No escondieron el hecho de que la SS les había preguntado: “Ahora que han negado a su Dios, Jehová, ¿a qué Dios servirán?” Pronto las dos hermanas fueron puestas en libertad, pero cuando los rusos invadieron el país ambas fueron arrestadas de nuevo por una razón u otra y llevadas a prisión por los rusos y allí realmente murieron de hambre. En otro caso una hermana que firmó fue violada por los rusos durante los últimos días de la guerra y entonces asesinada por ellos.

Muchos de los hermanos que firmaron la declaración fueron reclutados para el servicio militar y llevados al frente, donde la mayoría de ellos perdieron la vida.

Aunque hay suficiente prueba de que los hermanos que firmaron se colocaron así fuera de la protección de Jehová, no resultó cierto en la mayoría de los casos que ellos fueran “traidores.” Antes de ser puestos en libertad muchos hicieron que se anulara la firma que habían dado, una vez que hermanos maduros, comprensivos, les habían ayudado a darse cuenta de lo que habían hecho. Con arrepentimiento le pidieron a Jehová que les diera otra oportunidad de probar su fidelidad, y muchos de éstos, después del desplome del régimen de Hitler, espontáneamente se unieron a las filas de los publicadores y comenzaron a trabajar como publicadores de congregación, con el tiempo como precursores, como superintendentes, hasta como superintendentes viajantes, promoviendo de manera ejemplar los intereses del reino de Jehová. Muchos recibieron consuelo de la experiencia de Pedro, que también había negado a su Amo y Señor, pero había sido recibido de nuevo en Su favor.—Mat. 26:69-75; Juan 21:15-19.

TRAICIÓN

Mientras que algunos perdieron temporáneamente su equilibrio espiritual debido a los métodos sutiles que se usaron o debido a las debilidades humanas, hubo otros que se hicieron traidores y causaron mucho sufrimiento a sus hermanos.

Julius Riffel informa que en 1937/1938 “un hermano Hans Müller, de Dresde, vino al Betel de Berna y trató de comunicarse con hermanos de Alemania, teniendo la meta, según alegó, de ‘reedificar la organización clandestina en Alemania en vista de que tantos hermanos habían sido arrestados.’

“Naturalmente, yo indiqué que estaba dispuesto a cooperar, y lo mismo hicieron otros hermanos. Lamentablemente, en aquel tiempo no sabíamos que este ‘hermano’ Müller estaba trabajando con la Gestapo en Alemania. Sin sospechar nada hicimos planes en Berna y empezamos nuestra obra. Yo había de encargarme de Baden Wurtemberg. En febrero de 1938 penetré en Alemania por la frontera y traté de reorganizar la actividad poniéndome en comunicación con los hermanos que todavía estaban libres. Dos semanas más tarde fui arrestado. . . . La Gestapo conocía nuestra actividad con todo detalle, y esto por medio de este falso hermano que ayudó a reconstruir la organización clandestina, solo para traicionarla a la Gestapo después. Este ‘hermano’ hizo lo mismo un año después en los Países Bajos y también en Checoslovaquia. . . .

“En 1939 me llevaron en el camión de la prisión a Coblenza, donde había de testificar en el juicio de tres hermanas con las cuales había trabajado clandestinamente en Stuttgart. Allí yo mismo oí a un agente de la Gestapo decirle a un oficial de la corte que sabían todos los detalles de nuestra obra, cosas como las direcciones usadas para encubrir nuestros verdaderos lugares y los apodos que usábamos, así como la estructura de la organización. En cierta ocasión cuando esperábamos afuera en el corredor este mismo agente de la Gestapo me dijo que no hubieran podido penetrar dentro de nuestra actividad tan fácilmente si no hubiera sido por el hecho de que teníamos unos bribones en nuestras filas. Era lamentable, pero yo no podía negar esto. De vez en cuando pude advertir desde la prisión a los hermanos acerca de este ‘hermano’ traicionero, pero el hermano Harbeck pasó por alto la advertencia, pues sencillamente no podía creerlo. Opino que este Müller fue responsable de que centenares de hermanos fueran arrojados en prisión.”

CONTINÚA FLUYENDO LA CORRIENTE

Aunque el enemigo abría repetidamente nuevas brechas en las filas del pueblo de Dios y decimaba el número de los que todavía estaban libres, siempre había otros que reconocían la necesidad de suministrar a los hermanos alimento espiritual. Hicieron esto a pesar de que ponían su vida en peligro. Uno de los hermanos que reconstruyó el sistema de distribución de La Atalaya entre los hermanos, mientras Müller seguía haciendo su obra nefaria en Dresde, fue Ludwig Cyranek. Él hizo esto hasta que fue arrestado y sentenciado a dos años de prisión. Entonces, tan pronto que había dejado atrás las puertas de la prisión, el hermano Cyranek empezó de nuevo a trabajar.

Muchas hermanas gozosamente ocuparon los lugares que quedaron desocupados debido al arresto de los hermanos, aunque se daban cuenta de que de acuerdo con las leyes de la guerra, que eran más severas, podían perder la vida si se les capturaba. Entre las que fueron utilizadas para distribuir La Atalaya, por ejemplo, estuvieron la hermana Neuffert, en Holzgerlingen, la hermana Pfisterer en Stuttgart y la hermana Franke en Maguncia. El hermano Cyranek escribía a estas hermanas cartas que contenían información inocente, cartas que las hermanas planchaban para leer el mensaje secreto que él había escrito debajo con jugo de limón, diciéndoles dónde deberían llevar las Atalayas y en qué cantidad.

De vez en cuando el hermano Cyranek iba a Stuttgart, donde Maria Hombach trabajaba para él como secretaria. Él le dictaba informes acerca de la obra en Alemania, los cuales entonces enviaba a Arthur Winkler en los Países Bajos, quien atendía a Alemania y Austria. La hermana Hombach escribía estas cartas con jugo de limón, también, de modo que la información importante no cayera en manos no autorizadas.

El que esta actividad clandestina funcionara por lo menos por un año se puede atribuir solo a la guía de Jehová. A menudo él se encargó de que su pueblo fuera conducido de maneras extrañas, de que se les supliera alimento espiritual al tiempo debido. Müller pronto pensó que había llegado el tiempo oportuno para entregar traicioneramente a la Gestapo nuestra entera red organizada de actividad. Todo el que tuvo que ver con este arreglo fue arrestado en unos cuantos días. En el juicio en Dresde, el hermano Cyranek fue sentenciado a muerte y los otros recibieron largos términos de prisión. El 3 de julio de 1941, pocas horas antes de su ejecución, él escribió a sus parientes la siguiente carta:

“Mis queridos hermano, cuñada, padres, e incluso todos los otros hermanos:

“¡Teman a Dios y atribúyanle la honra! Tengo que escribirles las dolorosas nuevas de que cuando reciban esta carta ya no estaré vivo. Por favor no se entristezcan demasiado. Recuerden que es cosa sencilla para el Dios Todopoderoso levantarme de entre los muertos. Sí, él puede hacer todas las cosas y si él me permite beber esta amarga copa, entonces ciertamente tiene un propósito. Sepan que traté de servirle en mi debilidad y que estoy completamente convencido de que él ha estado conmigo hasta el mismo fin. Me pongo bajo Su cuidado. Mis pensamientos durante estas últimas horas están con ustedes, mis amados. Que el corazón no se les desmaye, sino, más bien, que mantengan su compostura, porque es mucho mejor que el que supieran que yo estuviera sufriendo en prisión, lo cual sería una preocupación continua para ustedes. Y ahora, mis queridos madre y padre, quiero darles gracias a ambos por todas las cosas buenas que han hecho por mí. Solo puedo tartamudear un débil gracias. Que Jehová les pague todo lo que han hecho. Oro que los proteja y bendiga, porque solo su bendición enriquece. Querido Toni, muy bien creo que tú hubieras hecho todo lo posible por rescatarme de la ‘guarida de los leones,’ pero es en vano. Esta noche recibí notificación de que la petición de clemencia ha sido rechazado y que mi sentencia se ejecutará mañana por la mañana. No he hecho súplica de ninguna clase ni he pedido misericordia de manos del hombre. Aprecio, sin embargo, tu buena voluntad de ayudarme y te doy gracias así como a Luise desde el fondo de mi corazón por todas las cosas buenas que me han dado. Los renglones de simpatía que me escribiste me hicieron bien. Muchos saludos a todos ustedes y reciban todos de mí un beso. Especialmente tengo un lugar en mi corazón para Karl. Que Dios esté con ustedes hasta que nos encontremos de nuevo. Los abrazo en partida. [firmado] Ludwig Cyranek.”

Julius Engelhardt, que mimeografiaba las Atalayas con la hermana Frey en Bruchsal, había trabajado en estrecha cooperación con el hermano Cyranek en la parte meridional de Alemania. Se había planeado que en caso de que el hermano Cyranek fuera arrestado él continuaría con la obra. Lamentablemente, Müller lo traicionó a la Gestapo también, y pronto hallaron su escondite en su pueblo de Carlsruhe. Pero el hermano Engelhardt siempre había estimulado a las hermanas diciéndoles que ‘no nos puede costar más que solo la cabeza,’ y estuvo resuelto a vender su libertad al más alto precio posible. Aunque el agente de la Gestapo ya lo había detenido, súbitamente se escapó a gran velocidad por las escaleras, desapareciendo tan rápidamente entre las muchedumbres que había en la calle que la policía no pudo detenerlo. Es interesante lo que dicen historiadores seglares acerca de la actividad del hermano Engelhardt en el libro Widerstand und Verfolgung in Essen 1933-1945 (Oposición y persecución en Essen 1933-1945), según se obtuvo de los archivos de la Gestapo:

“Con el arresto de Cyranek, Noernheim y otros, no se detuvo de ningún modo la distribución de publicaciones ilegales, porque Engelhardt, quien al principio había estado activo en el sudoeste. se había visto obligado a huir al territorio del Ruhr en 1940 cuando se vio amenazado de arresto en su base anterior de Carlsruhe. Después de una breve estadía en Essen encontró un lugar ilegal donde vivir en Oberhausen-Sterkrade, donde desde el principio de 1941 hasta abril de 1943 produjo 27 diferentes números de La Atalaya en una tirada de 240 y más tarde de 360 ejemplares. Desde el territorio del Ruhr hizo arreglos para bases en Munich, Mannheim, Espira y Dresde así como Freiberg en Sajonia y sirvió de tesorero para todo el país. . . . El 18 de septiembre de 1944, el tribunal superior de Hamm dio sentencias de largos términos de prisión contra miembros del grupo de Essen que celebraban reuniones y con regularidad distribuían La Atalaya con relación a la actividad de Engelhardt. . . . A muchos se les dio muerte.”

Christine Hetkamp también nos da un animador informe acerca de la actividad del hermano Engelhardt: “Mi esposo, que estaba bautizado, se convirtió en un malicioso opositor. . . . Yo no me había perdido ninguna de las reuniones que se habían celebrado alternativamente en la casa de mi madre, en la mía y en la de mi hermano. Podía tenerlas en mi casa porque mi esposo salía el lunes y permanecía en la casa de su hermana hasta el sábado; ella vivía a poca distancia del pueblo. La familia de ella era extremadamente nazi y él encontraba refugio allí, puesto que ya no podía soportar nuestro espíritu, lo cual se puede comprender. De modo que durante su ausencia se imprimió La Atalaya en nuestra casa por casi tres años. Un hermano (el hermano Engelhardt) que vivió con nosotros por tres años preparaba originalmente los papeles de mimeógrafo en una máquina de escribir y entonces los usaba para hacer ejemplares mimeografiados de La Atalaya. Después él viajaba con mi madre a Berlín, a Maguncia, Mannheim, etc., donde entregaban las revistas a personas dignas de confianza que entonces les daban mayor distribución. El hermano Engelhardt y mi madre estaban a cargo de todo el arreglo, mientras que yo cocinaba y lavaba según tenía que hacerse. Cuando mi madre fue puesta en prisión yo me encargué del trabajo de entregar La Atalaya a Maguncia y Mannheim. . . . En abril de 1943, mi madre fue arrestada por segunda vez, esta vez para siempre. Poco después el hermano Engelhardt, que había estado a cargo de la obra por tanto tiempo y que había dirigido la obra clandestina, también fue arrestado.”

Más tarde, la hija de la hermana Hetkamp, su cuñado, su hermana, su cuñada y su tía fueron arrestados. Todos fueron sometidos a juicio el 2 de junio de 1944. El hermano Engelhardt y otros siete acusados, incluso la madre de la hermana Hetkamp, fueron sentenciados a muerte. Todos fueron decapitados poco tiempo después.

Desde entonces en adelante las condiciones en Alemania continuaron haciéndose más confusas. Ya no era posible determinar con seguridad dónde se mimeografiaban las Atalayas, pero se estaban produciendo.

FIELES HASTA LA MUERTE

Las muchas ejecuciones que se efectuaron durante el Tercer Reich ocuparon un lugar especial en la historia de la persecución. Por lo menos 203 hermanos y hermanas, según informes incompletos, fueron o decapitados o fusilados. Esta cifra no incluye a los que murieron de hambre, enfermedad y tratamiento brutal de otra índole.

Acerca de un hermano que fue sentenciado a muerte, el hermano Bär informa: “Todos los prisioneros y también los oficiales de la prisión lo consideraban con admiración. Era cerrajero y hacía reparaciones por toda la prisión. Hacía su trabajo diario sin señal alguna de desaliento ni tristeza; al contrario, mientras trabajaba cantaba cánticos de alabanza a Jehová.” Un día como al mediodía se lo llevaron del taller, y le dieron muerte aquella noche.

El hermano Bär continúa su informe, diciendo: “Mi esposa vio cierta vez en la prisión de Potsdam a una hermana a quien no conocía. Pasó al lado de ella en el patio de la prisión. Cuando la hermana vio a mi esposa levantó los dos brazos esposados y le envió un saludo gozoso. Aunque estaba sentenciada a muerte, no había visos de dolor ni de tristeza en su mirada.” Esta calma y paz que emanaba de nuestros hermanos y hermanas sentenciados a muerte recibe realce adicional cuando se recuerda lo que tenían que soportar en sus celdas.

Mientras que nuestros hermanos y hermanas se mostraban resueltos y resignados, y, de hecho, hasta gozosos ante la senda difícil que tenían que seguir, otros que no eran Testigos a menudo se desplomaban o, por el intenso temor a la muerte, daban fuertes alaridos hasta que se les restringía forzosamente.

Jonathan Stark, de Ulm, sin embargo, no mostró tal temor. Es verdad que solo tenía diecisiete años de edad cuando la Gestapo lo arrestó, y, sin formalidades legales, fue enviado a Sachsenhausen, donde lo colocaron en el cuartel de los condenados a muerte. ¿Por qué ofensa? Por rehusar efectuar trabajo premilitar. Emil Hartmann, de Berlín, supo que Jonathan había sido enviado a aquel cuartel y, aunque esto pudo haber resultado en que recibiera severo castigo, el hermano Hartmann logró entrar donde estaba este joven hermano y hablarle y fortalecerlo. Para ambos estas visitas breves fueron muy animadoras. Jonathan siempre estaba muy contento. Aunque se enfrentaba a la muerte, consoló a su madre con la maravillosa esperanza de la resurrección. Cuando el comandante del campo lo llevó al lugar de ejecución solo dos semanas después de su llegada, las últimas palabras de Jonathan fueron “Por Jehová y por Gedeón.” (Gedeón fue un siervo fiel de Jehová y representación profética de Jesucristo.)—Jue. 7:18.

Elise Harms, de Wilhelmshaven, recuerda que a su esposo le pidieron siete veces que se retractara después de haber sido sentenciado y, cuando él rehusó, a ella le ofrecieron permiso para visitarlo con la condición de que hiciera todo lo posible por hacerle cambiar de opinión. Pero ella no pudo hacer esto. Cuando él fue decapitado, ella se alegró de que él hubiese permanecido fiel a Jehová y de que ya no estuviera bajo presión para que fuera infiel. Mientras tanto el padre de él, Martin Harms, había sido arrestado por tercera vez y puesto en Sachsenhausen. Profundamente conmovedora es la carta que su hijo le escribió poco antes de ser ejecutado el 9 de noviembre de 1940:

“Querido padre:

“Todavía tenemos tres semanas hasta el 3 de diciembre, el día en que nos vimos hace dos años por última vez. Todavía puedo ver tu amada sonrisa cuando trabajabas en el sótano de la prisión y yo estaba afuera caminando en el patio de la prisión. En las primeras horas de la mañana no sospechábamos que mi querida Lieschen (su esposa) y yo seríamos puestos en libertad aquella tarde ni que tú, mi querido padre, para dolor nuestro, serías llevado aquel mismo día a Vechta y más tarde a Sachsenhausen. Todavía tengo indeleblemente grabados en la memoria aquellos últimos momentos cuando estuvimos solos en la sala de visitas de la prisión de Oldenburgo, que te eché el brazo y te prometí que cuidaría de mamá y de ti hasta donde pudiera hacerlo. Mis últimas palabras fueron: ‘¡Permanece fiel, mi querido padre!’ Durante los últimos un año y tres cuartos (21 meses) de ‘esclavitud en libertad’ he cumplido mi promesa. Cuando me prendieron el 3 de septiembre pasé la responsabilidad a tus otros hijos. Te he considerado con orgullo durante este tiempo y también con sorpresa por la manera en que has estado llevando tu carga con fidelidad al Señor. Y ahora yo, también, he recibido una oportunidad de probar mi fidelidad al Señor hasta la muerte, sí, en fidelidad no solo hasta la muerte, sino hasta dentro de la muerte. Ya ha sido anunciada mi sentencia de muerte y estoy encadenado noche y día —las marcas (en el papel) son de las esposas— pero todavía no he vencido hasta el grado de la plenitud. El permanecer fiel no se le facilita al testigo de Jehová. Todavía tengo una oportunidad de salvar mi vida terrestre, pero solo perdiendo la verdadera vida. Sí, al testigo de Jehová le dan una oportunidad de quebrantar su pacto hasta cuando está con la horca a la vista. Por lo tanto, todavía estoy en medio de la pelea y todavía tengo muchas victorias que ganar antes que pueda decir que ‘he peleado la excelente pelea, he observado la fe, me está reservada la corona de la justicia que Dios, el justo juez, me dará.’ No hay duda de que la pelea es difícil, pero estoy agradecido de todo corazón al Señor porque no solo me ha dado la fuerza necesaria para estar firme hasta ahora frente a la muerte, sino que me ha dado un gozo que quisiera compartir con todos mis amados.

“Mi querido padre, tú todavía eres prisionero, también, y no sé si esta carta te llegará o no. Si alguna vez sales libre, sin embargo, entonces permanece tan fiel como hasta ahora, porque sabes que cualquiera que haya puesto la mano al arado y mira atrás no es digno del reino de Dios. . . .

“Cuando tú, querido padre, estés en casa de nuevo, entonces asegúrate de dar cuidado particular a mi querida Lieschen, porque será particularmente difícil para ella saber que su amado no regresará. Yo sé que harás esto y te expreso agradecimiento de antemano. Mi querido padre, en espíritu te pido que permanezcas fiel, como yo he tratado de permanecer fiel, y entonces nos veremos el uno al otro de nuevo. Estaré pensando en ti hasta lo último.

“Tu hijo Johannes

“Auf Wiedersehen!”

PALABRAS DE ESTÍMULO A LOS DE AFUERA

No solo estimulaban los hermanos que estaban afuera a los que iban a morir; los que estaban afuera en libertad mucha veces recibían más estímulo de sus hermanos que estaban en prisión. La hermana Auschner, de Kempten, confirma esto. El 28 de febrero de 1941 ella recibió de su hijo de veintiún años una carta, que tenía los siguientes renglones breves dirigidos a su hermano de dieciocho años y medio: “Mi querido hermano. En mi última carta te llamé atención a un libro y espero que hayas tomado en serio lo que dije, porque solo puede ser para beneficio tuyo.” Dos años y medio después la hermana Auschner recibió de este hijo, su hijo más joven, una carta de despedida. Había tomado en serio lo que su hermano mayor había escrito y lo había seguido fielmente a la muerte.

Los dos hermanos Ernst y Hans Rehwald, de Stuhm, Prusia Oriental, también se ayudaron el uno al otro de manera semejante. Después que Ernst fue llevado a un tribunal militar y sentenciado a muerte, escribió desde su celda de condenado a muerte una carta a su hermano Hans que estaba en prisión en Stuhm: “Querido Hans: En caso de que lo mismo te suceda a ti, entonces recuerda el poder de la oración. No conozco el temor, porque la paz de Dios está dentro de mi corazón.” Poco tiempo después su hermano estuvo en la misma situación y, aunque solo tenía diecinueve años de edad en aquel tiempo, fue ejecutado.

UNA PRUEBA DE LEALTAD PARA CÓNYUGES

Fue impresionante ver cómo los parientes cercanos estimulaban a sus amados a no vacilar en su integridad. La hermana Höhne, de Francfort/Oder, fue una que acompañó a su esposo a la estación del tren cuando él recibió su orden de reclutamiento, y nunca más lo volvió a ver. Las últimas palabras de ella fueron: “Sé fiel”... palabras que el hermano Höhne mantuvo en mente hasta su muerte.

En muchos casos los hermanos eran recién casados y, si el amor a Jehová y a Cristo Jesús no hubiera sido tan fuerte, ciertamente no hubieran podido soportar el rompimiento de los lazos de comunicación con sus amados. Dos hermanas, que han sido viudas ya por más de treinta y dos años, recuerdan aquellos tiempos turbulentos con agradecimiento por la ayuda que Jehová les suministró. Las hermanas Bühler y Ballreich, de Neulosheim cerca de Espira, ambas se casaron para cuando la proscripción principió y aprendieron la verdad aproximadamente al mismo tiempo. En 1940 los esposos de ambas recibieron su llamada al reclutamiento y, al rehusar rendir servicio militar, fueron arrestados.

La hermana Ballreich fue a ver a los oficiales del reclutamiento del distrito en Mannheim, donde se le informó que los dos hermanos habían sido enviados a Wiesbaden para comparecer ante un tribunal militar. La hermana Ballreich recibió permiso para visitar a su esposo con la condición de que tratara de persuadirlo para que cambiara de opinión. La hermana Bühler recibió permiso para visitar a su esposo con la misma condición. Ambas hermanas inmediatamente fueron a Wiesbaden. La hermana Bühler informa lo siguiente:

“Apenas puedo describir lo triste que fue el encuentro. Él (el esposo de ella) preguntó: ‘¿Por qué has venido?’ Respondí que se suponía que tratara de influir en él. Pero él me consoló, me dio consejo bíblico y me dijo que no estuviera triste como los demás que no tienen esperanza, sino que cifrara toda mi confianza en nuestro gran Dios, Jehová. . . . Un joven auxiliar del tribunal, que nos había acompañado a la prisión, nos aconsejó que nos quedáramos en Wiesbaden hasta el martes, que era el día en que el caso recibiría audiencia. Si estuviéramos allí ciertamente se nos permitiría asistir. Por eso, permanecimos allí hasta el martes. Esperamos afuera en la calle hasta que nuestros esposos, acompañados por dos soldados con las armas cargadas, fueron conducidos por la calle como criminales profesionales. Verdaderamente un espectáculo para hombres y ángeles. La hermana Ballreich y yo los seguimos. Pudimos asistir al juicio. Duró menos de una hora, y terminó cuando aquellos dos hombres sin tacha y valerosos fueron sentenciados a muerte. Después pudimos estar con ellos por aproximadamente dos horas en un cuarto del piso principal. Pero después que salimos del tribunal caminamos por las calles de Wiesbaden como dos ovejas perdidas.”

Poco tiempo después las dos jóvenes hermanas recibieron notificación de que sus esposos habían sido fusilados el 25 de junio de 1940, con estas palabras en sus labios: “¡Jehová para siempre!”

PADRES E HIJOS PONEN PRIMERO A JEHOVÁ

Un caso que no solo atrajo la atención de los tribunales, fiscales de distrito y defensores, sino también del público, tuvo que ver con dos hermanos de apellido Kusserow, de Paderborn. Teniendo como base la buena instrucción en los caminos de Jehová que habían recibido en su hogar, estaban dispuestos a entregar la vida sin temor. Y la madre de ellos usó la muerte de sus hijos como otra oportunidad para hablar a otros de su comunidad acerca de la esperanza de la resurrección. Un tercer hermano, Karl, fue arrestado tres meses después y llevado a un campo de concentración; murió cuatro semanas después de ser puesto en libertad. Había trece miembros de esta familia, doce fueron aprisionados, sentenciados a un total de sesenta y cinco años, de los cuales sirvieron cuarenta y seis.

Parecido al caso de los Kusserows, en el cual, no solo los padres, sino también los hijos pusieron los intereses del Reino por encima de lo personal, fue el de la familia Appel, de Süderbrarup. Estos tenían allí un tallercito de imprenta. Escuchemos ahora mientras la hermana Appel nos cuenta lo que sucedió:

“En 1937 cuando la gran ola de arrestos arrollaba sobre Alemania, mi esposo y yo fuimos separados de nuestros cuatro hijos tarde en la noche del 15 de octubre. Ocho personas (agentes de la Gestapo y de la policía) entraron en nuestro hogar y sometieron a un registro la casa entera desde el sótano hasta la buhardilla. Entonces nos llevaron consigo. . . . Después que fuimos sentenciados mi esposo fue llevado a Neumünster y yo a la prisión de mujeres en Kiel. . . . En 1938, después de una serie de amnistías nos soltaron. . . . Cuando estalló la segunda guerra mundial, sin embargo, sabíamos lo que nos esperaba, porque mi esposo estaba resuelto a mantener la neutralidad. Hablamos con nuestros hijos acerca de todo y llamamos su atención a las declaraciones formales de la Biblia en cuanto a la persecución.

“Hasta donde fue posible hicimos arreglos para tener suficiente ropa a mano para los niños de modo que en este respecto tuvieran lo necesario. Después que mi esposo les había dicho a los oficiales del reclutamiento sus razones bíblicas que le impedían participar en la guerra, arregló lo restante de sus asuntos personales. Diariamente presentábamos todos nuestros problemas a Jehová en oración. El 9 de marzo de 1941, a las ocho de la mañana sonó el timbre de la puerta y dos soldados vinieron a llevarse a mi esposo. Esperaron afuera y le dieron quince minutos para que se despidiera de nosotros. Nuestro hijo Walter ya se había ido a la escuela. Llamamos a los otros tres niños y a la hermana Helene Green, que trabajaba en nuestra imprenta, para que vinieran al apartamento inmediatamente. La última solicitud de mi esposo fue que cantáramos la canción ‘Los que son fieles, los que son leales, no dan su alma al temor.’ Aunque las palabras se nos atragantaban, cantamos. Después de una oración, los soldados entraron y se llevaron a mi esposo. Esa fue la última vez que los niños vieron a su padre. Fue llevado a Lübeck, donde un funcionario encumbrado habló con él por largo tiempo de manera paternal, tratando de convencerlo para que se pusiera el uniforme. Pero la ley inmutable de Jehová estaba tan firmemente anclada en el corazón de mi esposo que no hubo un volverse. . . .

“Fue temprano en la mañana del 1 de julio de 1941 que oficiales de la policía me entregaron una carta . . . notificándome que nuestro automóvil estaba siendo confiscado como propiedad comunista y que la policía estaba cerrando el taller de imprenta. Entonces me entregó otra carta que decía: ‘Usted ha de traer sus hijos al ayuntamiento de la ciudad en la mañana del 3 de julio de 1941. Debe traer también ropa y zapatos.’ Fue un rudo golpe.

“Así fue que en la mañana del 3 de julio supervisores de dos hogares juveniles vinieron a llevarse a nuestros hijos. La señora que se llevó a mis dos hijas de quince y diez años, Christa y Waltraud, me dijo: ‘He sabido por varias semanas que tenía que llevarme a sus hijas, pero no he podido dormir de noche desde que lo supe, pues sé que estoy sacando niñas de una familia bien organizada. Pero tengo que hacerlo.’

“Algunos de los vecinos no se abstuvieron de mostrar que no les gustaba lo que se estaba haciendo, pero pronto las autoridades responsables hicieron circular una advertencia que decía que ‘¡cualquier persona que hable acerca del caso Appel está cometiendo sedición nacional!’ Solo para asegurarse, tres agentes de la policía fueron enviados a superentender el asunto de llevarse a los niños. . . . Mi esposo, naturalmente, recibió notificación de los oficiales en cuanto a los pasos que se habían tomado con relación al negocio y los niños. Esperaban que esto lo ablandaría. Fue acusado de no ser honrado y de ser persona sin escrúpulos por haber dejado en mala situación a la familia. Mi esposo me escribió una carta muy amorosa diciendo que se había levantado muy temprano la mañana siguiente, y se había puesto de rodillas y en oración encomendó el cuidado de su familia a Jehová. . . .

“El mismo día que se llevaron a los niños recibí notificación del tribunal militar de Berlín-Charlottenburgo para que me presentara allí. Me llevaron ante el fiscal público principal, que me pidió que tratara de influir en mi esposo para que se pusiera el uniforme. Cuando le di la razón bíblica por la cual no podía hacer esto, gritó lleno de cólera: ‘¡Entonces le van a cortar la cabeza!’ A pesar de eso, pedí permiso para hablar con mi esposo. No me respondió, pero tocó un timbre al que respondió un soldado que me llevó al piso de abajo donde varios agentes me recibieron con miradas frías y acusaciones. Cuando salí, uno de ellos me siguió, me tomó de la mano y dijo: ‘Sra. Appel, sea siempre tan firme como está ahora. Está haciendo lo correcto.’ Quedé verdaderamente sorprendida. Lo que era importante, sin embargo, fue que pude hablar con mi esposo.

“Mientras estuve en Berlín los nazis ya habían vendido nuestro negocio. Me obligaron a firmar la escritura de venta porque —como se me dijo— si no lo hacía me encerraban en un campo de concentración.

“Después que hube visitado a mi esposo en Berlín varias veces, fue sentenciado a muerte. El abogado que lo ‘defendió’ dijo: ‘A su esposo se le ha dado una oportunidad magnífica de salir de esto, pero él ha rehusado usarla.’ A lo cual mi esposo respondió: ‘Yo he tomado mi decisión a favor de Jehová y su reino y con eso termina el asunto.’

“El 11 de octubre de 1941 mi esposo fue decapitado. En su última carta, que se le permitió escribir pocas horas antes de su ejecución, dijo: ‘Cuando recibas esta carta, mi amada Maria y mis cuatro hijos, Christa, Walter, Waltraud y Wolfgang, todo habrá pasado ya y habré ganado la victoria por medio de Jesucristo y mi esperanza es que habré sido vencedor. Desde el corazón les deseo una bendita entrada en el reino de Jehová. ¡Permanezcan fieles! Tres jóvenes hermanos, que irán por el mismo camino que yo mañana por la mañana, están aquí al lado mío. ¡Sus ojos están fulgurantes!’

“Poco tiempo después me vi obligada a salir de mi casa en Süderbrarup. Los muebles estaban almacenados en cinco diferentes lugares. Personalmente fui a parar sin un centavo en casa de mi madre.

“Mi hijo Walter fue sacado de la escuela por el hogar juvenil y enviado a Hamburgo, donde comenzó un aprendizaje en impresión. En 1944 fue reclutado, aunque tenía solo diecisiete años de edad. De manera muy maravillosa había llegado a poseer el libro El Arpa de Dios antes de esto y había aprendido mucho de él durante las noches de los bombardeos en Hamburgo en su cuartito de la buhardilla. Su deseo era dedicarse a Jehová. Después de muchas dificultades pudo ir a Malente, el día de Año Nuevo de 1943/1944, donde, en una lavandería a oscuras, un hermano lo bautizó en secreto. . . .

“Pudo ponerse en comunicación conmigo secretamente y esperé en las calles de Hamburgo varias horas hasta que él vino, porque se me prohibía ver a mis hijos sin importar las circunstancias.

“Para su estímulo le pude decir que había recibido una carta de los hermanos de Sachsenhausen que se habían enterado de lo que nos había pasado. El hermano Ernst Seliger escribió que después que el campo se aquietaba en la noche varios centenares de hermanos de varias naciones doblaban las rodillas a Jehová y nos mencionaban en sus oraciones. Entonces mi hijo fue llevado a la fuerza a Prusia Oriental al grupo militar al cual había sido asignado. En el frío helado le quitaron la ropa y pusieron su uniforme en el suelo enfrente de él, pero él rehuso ponérselo. Pasaron dos días antes que le dieran algo caliente de comer. Pero permaneció firme.

“En Hamburgo nos habíamos despedido. Él me dijo que le pasaría lo mismo que a su padre. Unos siete meses después, habiendo sido falsificados sus documentos para que pareciera de más edad, de hecho lo decapitaron, sin que jamás se le hubiera celebrado juicio. Según la ley, todavía era menor de edad y estaba bajo jurisdicción de lo juvenil.

“Un policía de Süderbrarup me visitó y me leyó el informe policíaco de Prusia Oriental. A mí misma no me dieron nada en absoluto. Aunque en realidad yo no había contado con que mi hijo tuviera que pasar por la misma experiencia que su padre, puesto que era tan joven y el fin de la guerra estaba tan cerca, a pesar del gran dolor que sentí ofrecí una oración de gracias a Jehová. Ahora podía decir: ‘Gracias, Jehová, de que ha caído en el campo de batalla por ti.’

“Entonces vino la conmoción de 1945. Gozosamente di la bienvenida a mis tres hijos restantes a mis brazos. Las dos hijas más jóvenes habían sido sacadas del hogar juvenil y habían estado viviendo con un director de la oficina del trabajo durante los últimos tres años, para que se les criara en el sentido del nacionalsocialismo. A mí se me permitía visitarlas solamente una vez cada catorce meses y hablarles por varias horas, pero siempre con otra persona presente. A pesar de esto, mis dos hijas en cierta ocasión pudieron susurrarme que tenían un pequeño testamento que mantenían cuidadosamente escondido. Cuando estaban solas una de ellas escuchaba al lado de la puerta para asegurarse de que nadie viniera y la otra leía varios versículos. ¡Qué alegre me puso esto!

“Ahora en 1945 los hermanos fieles comenzaron a regresar de su aprisionamiento. A Flensburgo llegó un barco con muchos hermanos y hermanas principalmente del Este. En aquel tiempo comenzó un período de actividad intensa. Allí fue que conocí a mi esposo actual, el hermano Josef Scharner. A él, también, le habían despojado de nueve años de libertad. En verdad, nosotros dos habíamos pasado por tiempos difíciles y los dos teníamos el mismo deseo de pasar los últimos años que nos quedaban sirviendo a Jehová con todas nuestras fuerzas.”

HACIENDO DISCÍPULOS HASTA EN LA CELDA DE LOS CONDENADOS A MUERTE

Parece difícil creer que sería posible hacer discípulos hasta en la celda de los condenados a muerte, pero el hermano Massors informa una experiencia de esa índole en una carta a su esposa con fecha de 3 de septiembre de 1943:

“Durante 1928/30/32 fui precursor en Praga. Presentamos discursos públicos y trabajamos la ciudad con literatura. En aquel tiempo conocí a un conferenciante político del gobierno llamado Anton Rinker. Le hablé por largo tiempo. Aceptó una Biblia y varios libros, pero explicó que no tenía tiempo para estudiar aquellas cosas, puesto que tenía que atender a su familia y ganarse la vida. No obstante, dijo que sus parientes eran muy religiosos, aunque no iban a la iglesia.

“Debe haber sido en 1940/41 cuando enviaron a mi celda un nuevo compañero, cosa que acontecía a menudo. Se sentía muy abatido, pero al principio todo el mundo esta así. Solo cuando la puerta de la celda se cierra fuertemente detrás de uno es que uno súbitamente se da cuenta de dónde está. ‘Me llamo Anton Rinker y soy de Praga,’ me dijo mi nuevo compañero de celda. Lo reconocí inmediatamente y dije: ‘Anton, sí, Anton, ¿no me conoce?’ ‘Sí, hay algo familiar en usted, pero . . .’ Le tomó poco tiempo recordar que yo había estado en su casa en 1930/32 y que en aquella ocasión él había aceptado de mí una Biblia y varios libros. ‘¡Qué!’ dijo Anton, ‘¿usted está aquí debido a su fe? Eso no lo puedo entender; ninguno de los ministros hace una cosa así. ¿Qué cree usted realmente?’ Estaba por aprenderlo.

“‘Pero, ¿por qué no nos dice estas cosas el clero?’ preguntó él. ‘Esta es la verdad. Ahora sé por qué tenía que venir a esta prisión. Tengo que decir, querido Franz, que antes de entrar en esta celda le pedí a Dios en oración que me enviara a una persona creyente, porque de otro modo pensaba cometer suicidio. . . .’

“Pasaron semanas y meses. Entonces Anton me dijo: ‘Antes de partir de este mundo, que Dios ayude a mi esposa e hijos a hallar la verdad, para poder dejarlo en paz.’ . . . Cierto día recibió una carta de su esposa en la cual ella escribió:

“‘ . . . ¡Cuánto nos alegraría el que siquiera pudieras leer la Biblia y los libros que compraste de aquel alemán hace unos años. Todo ha sucedido tal como los libros dijeron. Esta es la verdad para la cual nunca tuvimos tiempo.’”

[Ilustración de la página 171]

Patio a la entrada del campo de concentración de Mauthausen, con grupo de entrantes desnudos