Ecuador
Ecuador
A CABALLO sobre el ecuador, la línea imaginaria que divide el planeta en hemisferio norte y hemisferio sur, se encuentra Ecuador. Las húmedas junglas de las tierras bajas contrastan con las “ciudades de la eterna primavera”, ubicadas en los niveles superiores de las rocosas montañas de los Andes. A lo largo de la costa del Pacífico, dos corrientes oceánicas pugnan por refrescar el país. La fresca corriente peruana, que aporta un clima fresco y seco a las regiones centrales, es la que domina de mayo a diciembre. Luego, de enero a abril prevalece la cálida corriente denominada El Niño, que aporta calor y humedad, pero que al mismo tiempo refresca el país con nuevas lluvias estacionales.
La población ecuatoriana es igual de variopinta que su país. Entre las docenas de tribus indias que habitan esta zona, probablemente la más conocida sea la de los indios otavalos. Los hombres de esta tribu suelen llevar su larga cabellera recogida en una trenza, y su atavío consiste en un oscuro sombrero de fieltro de ala ancha y un poncho de color azul marino sobre pantalones y camisa blancos. Algunos viajan por todo el mundo, vendiendo sus mantas, chales y ponchos de lana tejida. En contraste, los indios colorados van escasamente vestidos. A los hombres de esta tribu se les identifica por su corte de pelo en forma de tazón invertido y por untarse el cabello con una pasta de color naranja de tono muy vivo que se lo deja aplastado.
Otra importante sección de la población la componen los negros, quienes pueden trazar sus raíces directamente hasta Jamaica y África. Además, como resultado de la influencia de los conquistadores que acudieron en busca de oro, España también dejó su marca tanto en los rasgos faciales como en la arquitectura de los ecuatorianos. Si a eso añadimos nutridos
grupos de mercaderes orientales, judíos, árabes y europeos, nos encontramos con el Ecuador de nuestros días. Los ecuatorianos son un pueblo hospitalario que suele saludar a la gente con un apretón de manos y una afectuosa sonrisa en los labios. Esa amigabilidad ha ayudado a muchos de ellos a abrazar el mensaje que tanto ha enriquecido su vida.Las buenas nuevas llegan a Ecuador
La primera vez que por lo menos algunos ecuatorianos oyeron las buenas nuevas del Reino de Dios fue en 1935. En ese año, Theodore Laguna y su compañero, dos testigos de Jehová que iban de camino a Chile, pasaron diez meses predicando en Ecuador. Con el tiempo, en 1946 llegaron a la ciudad portuaria de Guayaquil unos misioneros de la Escuela de Galaad que habían sido asignados a servir en este país. Se trataba de Walter y Willmetta Pemberton y Thomas y Mary Klingensmith.
Tan pronto como cumplieron con las formalidades legales necesarias, estos primeros misioneros se pusieron en camino hacia Quito, la capital, ubicada sobre una meseta de cenizas volcánicas a más de dos mil ochocientos metros sobre el nivel del mar. Como no había carreteras transitables que condujesen hasta esa altitud, tomaron el tren que va de Guayaquil a Quito. Recordando aquel viaje, ellos contaron: “Tuvimos la suerte de no tener que viajar sobre el techo o colgando de los laterales, como fue el caso de muchos. Bastantes personas llevaban plátanos, piñas y pollos para venderlos durante el viaje”.
A fin de salvar el abrupto desnivel creado por lo que recibía el nombre de La Nariz del Diablo, las vías del tren iban en zigzag. Daba la impresión de que el tren circulaba por un estrecho saliente excavado en la ladera de un peñasco. El tren subía en ángulo por la empinada ladera en una dirección, se detenía y empezaba a subir marcha atrás otro trecho del zigzag en el otro sentido. Esta maniobra se repetía
hasta que se alcanzaba la cima. Después de dos días, cuando empezaba a caer la noche, llegaron a las cercanías de su destino. Llenos de admiración, contemplaron ante sí cimas volcánicas coronadas de nieve, siendo Cotopaxi —que con sus 5.897 metros es uno de los volcanes activos más altos del mundo— la que más se destacaba.Ahora iba a empezar la verdadera vida misional. Tenían que alquilar una vivienda. Compraban la comida todos los días porque no había frigoríficos. Para cocinar, utilizaban una
cocina de leña. ¿Cómo lavaban la ropa? No usaban una lavadora automática; la lavaban a mano, pieza por pieza, frotándola contra una tabla de lavar. Pero como dijo uno de los misioneros: “No recuerdo que nos quejásemos mucho. Simplemente nos concentramos en la obra de predicar”.Esto también representaba un desafío para ellos, pues su español era muy limitado. No obstante, con fe en Jehová empezaron a ir de casa en casa, para lo que utilizaban una tarjeta de testimonio, discos fonográficos y un montón de señas inventadas por ellos mismos. Al poco tiempo se empezó a ver el fruto.
El primer ecuatoriano halla la verdad
Una noche, Walter Pemberton bajaba por una estrecha callejuela de Quito a fin de explorar el territorio, cuando un muchachito salió corriendo de una casa para preguntarle la hora y volvió a meterse corriendo. Walter se asomó por la puerta y vio a un hombre que estaba haciendo zapatos. En su español chapurreado, se presentó, le explicó que era misionero y le preguntó si le interesaba la Biblia. “No, pero tengo un hermano al que le interesa mucho”, respondió. El hermano de aquel hombre resultó ser Luis Dávalos, un adventista que empezaba a tener serias dudas sobre su religión.
A primera hora de la mañana del día siguiente, Walter visitó a Luis. Walter explica: “Con el poco español que sabía le expliqué que Dios tenía el propósito de hacer de la Tierra un paraíso donde la humanidad viviera para siempre bajo el Reino de Dios”.
Al oír esto, Luis respondió: “¿Cómo puede ser eso? Jesús dijo que se iba al cielo a fin de preparar un lugar para ellos”.
Walter le enseñó que con aquellas palabras Jesús se refería a un rebaño pequeño, y que aquel rebaño pequeño estaba limitado a 144.000. (Luc. 12:32; Rev. 14:1-3.) También le explicó que Jesús habló de otras ovejas que no eran de este redil, pero que tendrían la esperanza de vivir aquí en la Tierra. (Juan 10:16.)
“Toda la vida me han enseñado que los buenos van al cielo —dijo Luis—. Necesito más pruebas para creer eso de este grupo terrenal.” Así que juntos buscaron otros textos bíblicos, y después Luis exclamó: “¡Es la verdad!”. (Isa. 11:6-9; 33:24; 45:18; Rev. 21:3, 4.)
Luis era como un hombre que se está muriendo de sed en un desierto; pero en su caso, lo que anhelaba era las aguas de la verdad. En seguida quiso saber lo que la Biblia enseñaba sobre la Trinidad, la inmortalidad del alma, el fuego del infierno y otras doctrinas. Ni que decir tiene que Walter no pudo partir de su casa hasta ya adentrada la noche. Al día siguiente, Luis no paró de testificar a todos sus amigos y de decirles: “¡He encontrado la verdad!”.
“La respuesta a mi oración”
Para esas fechas, Ramón Redín, uno de los fundadores del movimiento adventista de Ecuador, también se sentía desilusionado con su religión. Le preocupaban las divisiones que veía en la Iglesia. En realidad, Ramón dudaba de todas las religiones. Un día dijo a Dios en oración: “Por favor, muéstrame dónde está la verdad. Si lo haces, te serviré fielmente por el resto de mi vida”.
Poco después, Luis Dávalos, uno de sus amigos, le dijo que tenía algo muy importante que contarle. “Ramón, ¿sabías que los adventistas del séptimo día no tienen la verdad?”, le dijo. Ramón respondió: “Luis, agradezco que te preocupes por mí, pero lo cierto es que ninguna religión enseña la verdad de la Biblia, y por esa razón no hay ninguna que me interese”. No obstante, Ramón sí aceptó una revista La Atalaya y la dirección del hogar misional, y prometió que por lo menos hablaría con los misioneros para ver si podían contestar sus preguntas. Su aparente indiferencia no reflejaba sus verdaderos sentimientos; él tenía un profundo deseo de descubrir si
existía tal cosa como el verdadero cristianismo. Así que cuando salió de la casa de su amigo, pasó dos horas buscando el hogar misional.Walter Pemberton, quien todavía seguía luchando con su español, hizo lo que pudo para responder las preguntas que le formuló Ramón. Algunas fueron: “¿Conceden los testigos de Jehová libertad a las personas para que razonen sobre las Escrituras?”. Walter respondió: “No obligamos a nadie a que actúe en contra de su conciencia. Queremos que las personas razonen sobre las Escrituras, pues esa es la manera de llegar a conclusiones correctas”.
“Otra cosa: ¿guardan el sábado los Testigos?”, preguntó Ramón. “Nosotros acatamos lo que la Biblia dice sobre el sábado”, respondió Walter. (Mat. 12:1-8; Col. 2:16, 17.)
Sorprendentemente, a pesar del poco inglés de Ramón y el limitado español de Walter, la verdad comenzó a cristalizar en la mente de Ramón. Este recuerda: “Quedé tan impresionado por lo que oí en aquella primera entrevista de una hora, que recuerdo que me dije: ‘Esto tiene que ser la respuesta a mi oración’”.
Las consideraciones continuaron día tras día. Walter buscaba los textos en su Biblia en inglés, mientras que Ramón seguía la lectura en la suya en español. Quince días después de su primera visita, Ramón Redín, junto con Luis Dávalos y otros tres ecuatorianos, formó parte del primer grupo que se organizó en Ecuador para testificar. Dios había contestado su oración, le había enseñado dónde estaba la verdad, y el hermano Redín ha hecho todo lo posible por cumplir el voto que hizo de servir a Dios fielmente por el resto de su vida. En la actualidad, a la edad de ochenta y siete años, el hermano Redín sirve gozosamente de precursor especial.
Pedro encuentra la respuesta
A este grupo, que aunque pequeño, aumentaba con rapidez, pronto se le unió un joven que había estado
buscando la verdad por más de diecisiete años. Cuando Pedro Tules tenía diez años de edad, oyó a un sacerdote tratar de explicar la Trinidad. Como no entendió nada, Pedro le preguntó cómo era posible que tres personas fuesen un solo dios. La respuesta del sacerdote fue un golpe en la cabeza con una regla y una serie de insultos. Pedro se dijo: “Algún día me enteraré de la respuesta”.Algunos años más tarde, después de haberse asociado durante algún tiempo con los adventistas, empezó a asistir a las reuniones de los testigos de Jehová. El “misterio” de la Trinidad quedó desvelado casi de inmediato. Aprendió que no se trataba de un misterio, sino de una falsedad. Jesucristo no es, como dicen algunos, “Dios el Hijo”, sino “el Hijo de Dios”. (Juan 20:31.) Le impresionó descubrir que todos los Testigos predicaban de casa en casa; tiempo atrás él había intentado convencer a los adventistas de que debería hacerse esa obra. Él creía que a fin de seguir el ejemplo de los apóstoles, era necesario practicar esa forma de evangelización. (Hech. 5:42; 20:20.) Así y todo, en el campo religioso Pedro nadaba entre dos aguas.
Durante cuatro o cinco meses, seguía asistiendo a las reuniones adventistas a la vez que se asociaba con los Testigos. Finalmente, Walter Pemberton le dijo: “Pedro, tienes que tomar una determinación. Si los adventistas están en lo cierto, ve con ellos. Pero si los testigos de Jehová tienen la verdad, entonces apégate a ellos. La verdad debería estar por encima de todo”. (Compárese con 1 Reyes 18:21.)
“Esto me ayudó a tomar la mejor decisión de mi vida —dice Pedro—, así que me bauticé en símbolo de mi dedicación el 10 de agosto de 1947.” Al año siguiente, Pedro empezó el precursorado, y desde entonces ha continuado fielmente en el servicio de tiempo completo. Fue el primer ecuatoriano que recibió instrucción en la Escuela de Galaad, después de lo cual regresó a Ecuador para ayudar en el adelanto de la obra en el país.
Más ayuda procedente de la central
En 1948 la obra de predicar recibió un verdadero empuje cuando otros doce misioneros fueron asignados a Ecuador: seis a Guayaquil, la ciudad más grande y el puerto más importante del país, y los otros seis a Quito. Albert y Zola Hoffman estuvieron entre los que fueron asignados a Guayaquil. Jamás habían visto a tantas personas que sintieran curiosidad e interés. Albert Hoffman describe así aquellos comienzos:
“El domingo por la tarde participamos por primera vez en la obra de testificar en grupo por la ribera del río, donde solía encontrarse a la gente. Utilizamos el fonógrafo con discos en español. Primero les dijimos que teníamos un bonito e importante mensaje, y luego pusimos en marcha el fonógrafo. En un momento se reunió una gran cantidad de personas para escuchar.”
De modo similar, cuando los misioneros participaban en la obra con las revistas en la calle, si se quedaban parados en las bulliciosas zonas comerciales, rápidamente se veían rodeados por una muchedumbre amigable. Algunos tenían preguntas que hacer y otros querían obtener las revistas. Aquello era una experiencia emocionante para los nuevos misioneros, puesto que no estaban acostumbrados a ver semejantes muestras de interés.
Algo que aquellos primeros misioneros recuerdan de un modo especial fue lo que ocurrió en marzo de 1949. ¿Qué fue? La primera visita de zona a Ecuador de N. H. Knorr, el
presidente de la Watch Tower, y M. G. Henschel, su secretario. En Quito, 82 personas se reunieron para escuchar el discurso “Es más tarde de lo que usted piensa”. En Guayaquil se programó el mismo discurso. Cuando el hermano Knorr se dio cuenta del entusiasmo con que los nuevos misioneros anunciaban el discurso, dijo: “No se desanimen demasiado si no acuden muchas personas”. Al fin y al cabo, solo habían estado predicando en esa zona dos meses y medio. Pero todos se quedaron sorprendidos al ver que se presentaron 280 personas y que muchas otras escucharon el discurso por la radio.Un terremoto cambia una asignación misional
En 1949 parecía oportuno dirigir la atención a algunas ciudades cercanas a Quito, en la región montañosa de los Andes. Se escogió Ambato. Pero en el mes de agosto, esta ciudad y los pueblos circundantes sufrieron los efectos del terremoto más devastador que se había producido en Ecuador desde hacía generaciones. Desaparecieron aldeas enteras. Según cálculos, perdieron la vida más de seis mil personas. Ambato estaba en ruinas.
La desolación fue tal, que durante el siguiente año todavía no había disponible ninguna vivienda adecuada para los nuevos misioneros. De modo que se decidió enviarlos a Riobamba, la siguiente ciudad en dirección al sur. Jack Hall y Joseph Sekerak tuvieron la tarea de abrir este territorio virgen. Pero el progreso fue lento en esta ciudad aislada y sumamente católica.
Aplicaron lo que aprendieron
Un día, mientras testificaba en Riobamba, Jack dejó el libro “Sea Dios Veraz” a César Santos, un joven casado. Cuando este empezó a leer el libro, disfrutó tanto de su lectura, que no pudo dejarlo en toda aquella noche hasta que terminó de leerlo entero. El capítulo que le motivó a tomar acción inmediata fue “El uso de imágenes en la adoración”. Éxo. 20:3-5, Mod.) Ahora bien, César era muy devoto de San Antonio, un santo católico, y tenía una imagen de él en su casa. Pero durante la lectura, echó una mirada ceñuda a la imagen de aquel santo que había sido de su devoción y dijo: “Dentro de nada te voy a quitar de ahí”. Terminó de leer el capítulo, tomó la imagen, la sacó afuera y la tiró.
Leyó lo siguiente: “No tendrás otros dioses delante de mí. No harás para ti escultura [...]: no te inclinarás a ellas ni les darás culto”. (Cuando empezó a decir a sus parientes y amigos lo que
había aprendido, pensaron que se había vuelto loco. Pero a la semana siguiente, visitó a Jorge, su hermano menor, y le pidió que leyese el libro. Jorge quedó impresionado por la lógica de los razonamientos expuestos en él y se sintió profundamente conmovido ante la perspectiva de una Tierra paradisiaca. Al cabo de un mes ya estaba participando en el servicio del campo con los misioneros.Pero Jorge todavía tenía que aprender algunas cosas. Un día recibió la visita de Jack Hall a la hora de comer. Su madre le estaba sirviendo sangre frita, un plato común en aquella parte del país. Cuando preguntó a Jack si gustaba, este rechazó cortésmente la invitación y aprovechó la oportunidad para explicar lo que la Biblia dice sobre la sangre. (Gén. 9:4; Hech. 15:28, 29.) Jorge lo tomó a pecho inmediatamente. Ante la sorpresa de su madre, rehusó terminar lo que le quedaba en el plato.
Pronto iban a beneficiarse de la verdad aún más miembros de esta familia.
Decidida a servir a Dios
En cierta ocasión, Orffa, una joven de dieciocho años que era cuñada de César, había pedido a un sacerdote católico que le dijese quién creó a Dios. Como no lo sabía, ella se lo preguntó al pastor evangélico. Este tampoco le pudo dar una respuesta. Entonces ella le planteó la pregunta a César, y él Sal. 90:2.) Esta sencilla verdad fue suficiente para despertar el interés de Orffa, un interés que también se despertó en sus dos hermanas. A pesar de la enconada oposición familiar, ella y su hermana menor, Yolanda, empezaron a estudiar la Biblia y a asistir a escondidas a las reuniones. Pero siempre que regresaban a casa de las reuniones, sus padres les daban una paliza.
le explicó con la Biblia que Jehová no tiene ni principio ni fin. (Hasta entonces, Lucía —la esposa de César y hermana de Orffa— se había mostrado indiferente al urgente mensaje de la Biblia. Pero un día Orffa censuró su actitud y le dijo: “¡Mira todo lo que tengo que pasar por la verdad!”, descubriéndose la espalda para que viera las señales y moraduras que le habían hecho. A partir de ese momento, Lucía progresó rápidamente.
Mientras tanto, el sacerdote dijo a la madre de Orffa que la echase de casa, y esta obedeció. Pero esto resultó ser una bendición. Ahora que estaba sola, Orffa empezó a prepararse para el bautismo, y lo mismo hizo Lucía. En la siguiente asamblea, Yolanda, su hermana menor, se les unió como candidata para el bautismo. Sin preocuparse por cómo la recibieran cuando regresase a casa, viajó más de ciento sesenta kilómetros en autobús para bautizarse con sus hermanas. Las tres se levantaron juntas y expresaron su determinación de servir a Jehová sin importar lo que ocurriese.
Objeciones a la oposición del clero
Con la llegada de más misioneros a principios de la década de los cincuenta, la predicación de las buenas nuevas empezó a esparcirse rápidamente hacia las ciudades aisladas de las tierras bajas costeras: Manta, La Libertad, Milagro, Machala y otras. El rápido crecimiento y los grandes grupos de publicadores que participaban en el ministerio hicieron que la iglesia católica se alarmara. Esta había dominado aquel
territorio con la ayuda de los conquistadores, y no estaba dispuesta a tolerar ninguna rivalidad. Por otro lado, los cristianos verdaderos tienen el respaldo del invencible espíritu de Jehová, y no hay persecución que pueda reprimir su ardiente deseo de diseminar las buenas nuevas del Reino de Dios. ¿Qué sucedería?Pedro Tules recuerda: “Un sacerdote había agitado una chusma contra nosotros en los suburbios de Quito, en la zona llamada Magdalena. Entonces salió un hombre y dijo: ‘Señor Cura, ¿qué hace usted aquí?’. El sacerdote respondió: ‘Estoy protegiendo a mi rebaño de esta gente. Soy el único que tiene el derecho de instruirles acerca de Dios’. El hombre replicó: ‘No, usted tiene el derecho de enseñar dentro de la iglesia, pero aquí fuera, en las calles y los parques, ellos tienen completa libertad para enseñar la Biblia. No hacen daño a nadie. Hasta ahora no conocía a estas personas, pero ahora quiero que todos ustedes sepan que ellos siempre serán bienvenidos en mi casa’”.
En otra comunidad próxima a Quito, un sacerdote trató de expulsar a los Testigos de la ciudad. Cuando estaban cruzando un puente, el sacerdote y su chusma amenazaron a los publicadores con tirarlos al río. En ese preciso momento apareció un hombre a quien Pedro había visitado varias veces. “Hola, Pedro —le dijo—, ¿qué pasa aquí?”
Pedro le respondió: “Estamos enseñando pacíficamente la Biblia a la gente, pero este hombre ha agitado a las personas en contra nuestra y quiere echarnos de la ciudad”.
Al oír esto, el hombre sacó un revólver, caminó hacia el sacerdote y gritó: “¡Eh! ¿Qué está haciendo? ¿No sabe que estas personas tienen los mismos derechos que usted? Lo que usted hace es una violación de la ley”. El sacerdote trató de justificar sus acciones, pero el hombre replicó: “Lo que ha ocurrido aquí aparecerá en El Comercio mañana”. Resultó que trabajaba para ese periódico y, como había prometido, la
conducta no cristiana de aquel sacerdote apareció al día siguiente en los titulares del periódico de más tirada de Quito.El gobierno advierte a los opositores
Alfred Slough recuerda otro incidente que tuvo lugar mientras servía de misionero: “Un ‘valentón’ aparentaba mostrar interés, pero entonces le quitó de las manos una revista La Atalaya a una de las misioneras y con aire altivo la hizo trizas. En ese momento vi que el sacerdote llegaba a toda prisa en su bicicleta, con la falda de su sotana ondeando al aire, para comprobar nuestra presencia.
”Al poco tiempo de llegar él, se formó una chusma encabezada por el hombre que había roto la revista y apoyada por dos monjas. El resto eran en su mayoría jóvenes, a los que se veía llenarse los bolsillos de piedras. Todos juntos empezamos a caminar lentamente hacia la parada del autobús, que quedaba a varias manzanas de distancia, con la chusma pisándonos los talones. Durante aquellos tensos momentos, se contentaron con tirarnos piedras pequeñas. Afortunadamente, ninguno sufrimos heridas serias. Cuando se detuvo el autobús, la chusma finalmente se envalentonó y cargó contra nosotros, arrojándonos piedras mientras se nos acercaban. Para cuando llegaron junto al autobús, todas las hermanas y los jovencitos ya habían subido, así que, de un salto, me metí yo también. El autobús arrancó bajo una lluvia de piedras y barro, mientras los demás pasajeros, que también residían en aquella zona, gritaban furiosos a la chusma y les llamaban salvajes. Los que iban en el autobús nos cedieron bondadosamente sus asientos y nos ayudaron a limpiarnos el barro, lo que demostraba que lo que había ocurrido era solo la acción de unos pocos, que, mal aconsejados, habían hecho la voluntad del sacerdote. Tuvimos una maravillosa oportunidad de testificar durante todo el trayecto.”
La reacción de la prensa fue inmediata, y se publicaron titulares como: “SACERDOTE INSTIGA A ACTIVIDAD
CRIMINAL”, “FANÁTICOS ATACAN EN MAGDALENA A MIEMBROS DE LA SECTA DE LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ”, “INTOLERANCIA RELIGIOSA”.Por supuesto, el sacerdote negó toda participación en la chusma, y dijo que había estado en otra parte del barrio. Algunos comités y sociedades católicos de esa zona también firmaron una declaración en la que afirmaban su inocencia. Pero el Ministerio del Gobierno mandó al jefe de policía que respondiese lo siguiente: “La Constitución y las leyes de la República conceden libertad de religión, y por esta razón, nosotros, como autoridades, tenemos la obligación de estar en guardia para asegurarnos de que no se amenacen los derechos de los ciudadanos. [...] Sería muy conveniente que de ahora en adelante no se repitiesen incidentes similares al que tuvo lugar el día seis del presente mes; en caso contrario, esta autoridad se verá obligada a castigar a los responsables de acuerdo con lo que dicte la ley”.
No obstante, iban a producirse más hostigamientos, pues la Iglesia no estaba dispuesta a dejar que sus cautivos se fueran.
La difícil Cuenca
Cuenca, la tercera ciudad más grande de Ecuador, con una población de 152.000 personas, era un verdadero baluarte de la iglesia católica. Como aquellas personas todavía no habían recibido un testimonio, Pedro Tules y Carl Dochow —un graduado de Galaad más reciente— fueron asignados a Cuenca en octubre de 1953. Aquella era una asignación muy difícil y, a menudo, desmoralizadora.
Carl recuerda a una fanática sirvienta que dijo acaloradamente: “Ustedes no creen en la Virgen”. Cuando él abrió la Biblia para leerle Mateo 1:23, la mujer empezó a temblar, y dijo: “Tenemos prohibido leer la Biblia”. Entonces se metió súbitamente en la casa y dejó a Carl en la puerta. En otra ocasión, una sirvienta escuchaba con interés, pero cuando la señora de la casa llegó y vio lo que estaba sucediendo, tiró de una patada la cartera de libros de Carl escaleras abajo. En otra ocasión, un amo de casa airado lo echó de un patio blandiendo un pedazo de leña. Cada vez que los misioneros testificaban en la zona de San Blas, el sacerdote tocaba las campanas; y cuando los niños acudían corriendo, les instaba a que tirasen piedras a los misioneros.
En tres años, ni una sola persona de Cuenca tuvo el valor de ponerse a favor de la verdad. Muchas veces, Carl paseaba triste junto al río y oraba a Jehová para que le diese una asignación más productiva. Finalmente fue asignado a la ciudad costera de Machala, cuyos habitantes eran personas abiertas y de buena disposición. Pero aquel no iba a ser el último contacto que Cuenca tendría con los testigos de Jehová.
Una chusma ataca una asamblea
En 1954 llegó a ser noticia Riobamba, la ciudad a la que habían sido enviados Jack Hall y Joseph Sekerak en el año 1950 para que abrieran el territorio. En marzo se celebró allí una asamblea de circuito en el teatro Iris. Todo fue bien hasta
que un sacerdote jesuita denunció a los testigos de Jehová por la radio y dijo que no tenían derecho a celebrar una asamblea en la “católica ciudad de Riobamba”. Instó a la gente a que tratase de impedir la reunión pública programada para el día siguiente. Pero los hermanos pusieron sobre aviso a la policía de sus amenazas.El discurso público titulado “El amor, práctico en un mundo egoísta” comenzó a la hora programada, con una asistencia de 130 personas. Pero a los diez minutos se podían oír a lo lejos gritos de “¡Viva la iglesia católica!” y “¡Abajo con los protestantes!”. Según pasaban los minutos, los gritos se oían más y más fuertes a medida que la chusma se acercaba al teatro.
Ocho policías bloquearon la entrada al teatro. Cuando estos vieron que la furiosa muchedumbre de opositores aumentaba en número, sacaron sus espadas y les hicieron retroceder hasta el cruce; desde allí, la muchedumbre siguió arrojando piedras a la entrada del local. No obstante, a pesar de esta conmoción, el programa siguió adelante hasta que concluyó. Apropiadamente, el discurso final se titulaba “Aguante hasta el fin”.
Cuando los asistentes salieron del local, encontraron a unos cuarenta policías para protegerlos. Pero a medida que los hermanos se alejaban de la zona de protección policial, la situación se iba poniendo más tensa. Todo el mundo conocía la ubicación del hogar misional y el Salón del Reino, y allí se había reunido una chusma de todavía mayores proporciones. De nuevo fue necesario solicitar protección policial. Los policías acompañaron a los misioneros hasta su casa y la rodearon toda la noche. Al no poder llegar a donde los Testigos, la enloquecida chusma desfogó su furia contra el edificio de apartamentos, arrojando piedras y rompiendo prácticamente todas las ventanas que daban a la calle, con lo que provocaron la indignación de las otras seis familias que también vivían allí y que no eran testigos de Jehová.
Protesta nacional contra la intolerancia
Al día siguiente, cuando los hermanos caminaban por la calle, fueron abordados repetidas veces por personas que, a pesar de tener poco interés en su obra, deseaban expresar su desaprobación por lo que había sucedido la noche anterior. Pero al segundo día, se levantaron protestas a escala nacional. Una avalancha de artículos en favor de la libertad de religión y en defensa de los derechos de los testigos de Jehová aparecieron durante toda una semana en los periódicos del país.
El Comercio, el periódico de mayor prestigio de la capital de la nación, describió el ataque y luego trajo a la memoria la Inquisición, las matanzas de Hitler y otros salvajismos de la historia.
Un columnista del principal periódico de Guayaquil, El Universo, en un artículo sobre los “Frutos de la intolerancia” escribió:
“Mi propósito al escribir este artículo es formular de manera directa una pregunta al rector del Instituto San Felipe, donde enseñan intolerancia hasta el punto de mandar a sus jóvenes estudiantes que ataquen con palos y piedras a los pacientes [...] testigos de Jehová. El reverendo padre jesuita que ocupa el puesto de rector debería responder a esta pregunta, si es un hombre capaz de afrontar las consecuencias de sus acciones. La pregunta, muy sencilla, es la siguiente: ¿qué le parecería al rector que en las naciones donde los católicos son la minoría se actuase de la manera que él hace que actúen sus estudiantes con los protestantes? [...] Los católicos de todo el mundo, encabezados por el Supremo Pontífice, piden tolerancia. La piden en todos los tonos; la piden en las Naciones Unidas, en la Conferencia de Berlín y en todas las convenciones y reuniones donde confluyen Oriente y Occidente. El Santo Pontífice y cabeza del catolicismo, en estrecho acuerdo con Churchill (protestante) y Eisenhower (protestante), pide a Rusia y a sus países
satélites tolerancia, la libertad de los arzobispos y cardenales encarcelados [...].”¿Qué diferencia hay entre un grupo de comunistas de Checoslovaquia que, armados con palos, atacan a católicos que oran en un templo, y los estudiantes de San Felipe que, armados con palos, atacan en Riobamba a testigos de Jehová reunidos para escuchar un sermón sobre ‘Amor en esta era egoísta’?”
Como Jehová estaba con Su pueblo, las maldiciones del sacerdote jesuita de Riobamba se habían convertido en una bendición, tal como sucedió en el caso de Balaam. (Núm. 22:1–24:25.)
Mayor cariño a Cristo
Entre tanto, Carlos Salazar, un joven ecuatoriano que había aprendido la verdad en Estados Unidos, emprendió el ministerio de tiempo completo.
Carlos solo tenía dieciséis años cuando una precursora de la ciudad de Nueva York dejó una Biblia y el libro “Esto significa vida eterna” en manos de su madre, quien luego se los dio a Carlos para que los leyese. Puesto que a él no le interesaba la religión, los colocó en la estantería. Pero un día que estaba jugando en Central Park, se rompió la pierna, por lo que tuvo que quedarse una temporada en casa. Como ahora disponía de tiempo, aceptó a regañadientes la oferta de la
precursora de estudiar la Biblia, pero solo con la condición de que le enseñase algo de inglés. Él dice: “Cuanto más leía el libro, más me convencía de que era la verdad”.Pronto empezó a asistir a las reuniones y a participar en el servicio del campo, y hasta se paraba en las esquinas de las calles para ofrecer las revistas. Es cierto que fue su madre quien le dio el libro, pero cuando se dio cuenta de que lo leía en serio, se enfadó tanto que lo amenazó con enviarlo de regreso a Ecuador. Se imaginaba que en Ecuador no había Testigos. Así que en 1953, Carlos regresó a Ecuador acompañado de su tía abuela Rosa, una devota católica romana.
“Carlos, ahora que has vuelto a Ecuador, tienes que empezar a asistir a misa de nuevo”, le dijo su tía abuela.
Pero Carlos no estaba dispuesto a renunciar a algo tan valioso como la esperanza de la vida eterna. (Juan 3:36.) Las palabras de Jesús: “El que le tiene mayor cariño a padre o a madre que a mí no es digno de mí” tenían un verdadero significado para él. (Mat. 10:37.) Él respondió: “Tía Rosa, en estos momentos no entiendes lo que estoy haciendo. Pero ahora que estoy aquí en Ecuador, quiero ser testigo de Jehová, y has de respetar mis deseos”.
Después de bautizarse en 1954, empezó a servir de precursor. En 1958 llegó a ser el segundo ecuatoriano que fue invitado a la Escuela de Galaad. Se le asignó a su país natal, donde ha continuado en el servicio de tiempo completo. Finalmente, después de diez años de paciente testificación por su parte, su tía abuela también aceptó la verdad, y en la actualidad, cuando tiene ochenta y cuatro años, continúa siendo una Testigo activa.
Hermanas valerosas defienden las buenas nuevas
En 1958 dos hermanas graduadas de la Escuela de Galaad también fueron enviadas a Ecuador. La noruega Unn
Raunholm y su compañera Julia Parsons, de Terranova, fueron asignadas a Ibarra, una hermosa ciudad situada en el fondo de un valle al norte de Quito. Allí se llevó a cabo otra valiente defensa en favor de la libertad de religión. Unn guarda vívidas memorias de lo que sucedió:“Cuando empezamos a abarcar nuestro territorio en la ciudad de Ibarra, nos dimos cuenta de que allí cerca había unos pequeños pueblos que no podíamos predicar, como era el caso de San Antonio, donde hacían unas hermosas tallas de madera y también muchas imágenes religiosas. Tan pronto como llegaba a oídos del sacerdote local que estábamos allí, acudía, bien a caballo o bien corriendo con un río de gente detrás, y causaba tal alboroto que teníamos que partir. Así que decidimos concentrarnos en un pequeño pueblo cercano llamado Atuntaqui.
”Un día, mientras predicábamos cerca de la iglesia, vimos que fuera había un grupo de personas, pero no les prestamos atención hasta que apareció el alguacil. Él era un hombre amigable al que había visitado antes; hasta había aceptado algunas publicaciones. Sin embargo, en esa ocasión estaba muy excitado y me pidió con insistencia: ‘Señorita, por
favor, ¡váyase del pueblo en seguida! El sacerdote está organizando una manifestación contra usted y no tengo suficientes hombres para defenderla’. Resultó que el sacerdote de San Antonio había sido trasladado a Atuntaqui, y otra vez estaba haciendo de las suyas.”Como aquel día éramos cuatro las que predicábamos en el pueblo, tardamos un poco en reunirnos todas para partir. Entonces nos enteramos de que el autobús para Ibarra no saldría hasta al cabo de una hora. Así que nos fuimos a un hotel, con la confianza de que allí hallaríamos protección hasta que llegase el autobús. En camino al hotel empezamos a oír gritos. ¡La muchedumbre venía por nosotras! La bandera del Vaticano, de color blanco y amarillo, ondeaba delante del grupo, mientras el sacerdote gritaba consignas como ‘¡Viva la iglesia católica!’, ‘¡Abajo con los protestantes!’, ‘¡Viva la virginidad de la Virgen!’, ‘¡Viva la confesión!’. Cada vez que el sacerdote gritaba una consigna, la muchedumbre la repetía palabra por palabra.
”Ya nos estábamos preguntando qué íbamos a hacer, cuando dos hombres se acercaron a nosotras y nos invitaron a entrar en la Casa de los Obreros. El local pertenecía al sindicato, y nos aseguraron que allí dentro nadie nos haría daño. Así que mientras la chusma seguía fuera gritando consignas como ‘¡Abajo con los masones!’, ‘¡Abajo con los comunistas!’, nosotras estábamos dentro testificando diligentemente; al mismo tiempo, algunos curiosos entraban para ver lo que pasaba. Colocamos todas las publicaciones que llevábamos.
”En vista de todo el interés que encontramos en Atuntaqui, decidimos volver, pero esta vez empezamos a predicar con cautela en las afueras del pueblo. Sin embargo, alguien debió fijarse en nosotras, pues las campanas de la iglesia empezaron a sonar frenéticamente y pronto oímos una voz que nos advertía que el sacerdote venía a nuestro encuentro
seguido de una chusma. El sacerdote se dirigió a mí, y me dijo muy alterado: ‘Señorita, ¿cómo se atreve a volver después de lo que sucedió la última vez?’. Traté de razonar con él, explicándole que la Constitución del país garantizaba la libertad de religión. ‘¡Pero este es mi pueblo!’, dijo. ‘Sí —respondí—. Pero yo tengo el derecho de hablar a estas personas y ellas tienen el derecho de escuchar si así lo desean. ¿Por qué no se limita a decir a su gente que si no quieren escuchar, no tienen que abrir la puerta cuando llamemos a su casa, y nosotras pasaremos a la siguiente?’”Entonces, el sacerdote se volvió hacia la muchedumbre y dijo: ‘Si estas personas dan un solo paso más, pueden tener la seguridad de que me voy de este pueblo’. Ante esto, varias de las personas que estaban escuchando nos instaron a continuar con nuestra obra y prometieron defendernos del sacerdote. Sin embargo, puesto que no queríamos empezar una guerra civil, decidimos que sería mejor marcharnos y volver otro día.”
Otra vez a San Antonio
“Como vimos que aquel sacerdote que echaba fuego por la boca había sido trasladado a este último pueblo, decidimos visitar de nuevo el otro: San Antonio —continúa la hermana Raunholm—. Habíamos llamado a solo unas pocas casas cuando empezaron a sonar las campanas de la iglesia y varias mujeres comenzaron a reunirse en las calles blandiendo palos y escobas. Un amo de casa nos invitó a entrar en su hogar, y mientras hablábamos, llamaron con insistencia a su puerta. Era el alguacil de la localidad. Insistió en que nos marchásemos del pueblo, y dijo: ‘Ya saben lo que pasó en Atuntaqui, y también saben que no hay necesidad de venir aquí, porque ya somos cristianos’. Le pregunté si pensaba que el amenazar a personas con palos era lo que se esperaba de los verdaderos cristianos, y le sugerí que saliese y pidiese a aquellas personas que se fueran a sus casas. Me contestó que lo intentaría, pero volvió casi de inmediato y dijo que no querían escucharle.
”Entonces, otro vecino nos invitó a su casa para que hablásemos a su familia, y hasta nos escoltó durante el camino. Una vez dentro, de nuevo oímos llamar insistentemente a la puerta; en esta ocasión, resultaron ser varios policías armados con rifles. El alguacil los había mandado venir de Ibarra. Dijeron: ‘Nos han notificado los problemas que tienen. Ustedes sigan yendo de casa en casa y nosotros las acompañaremos para protegerlas’. Les agradecimos su amabilidad y les sugerimos que visitasen al sacerdote de la localidad, ya que él era el instigador de todo aquello.”
La policía siguió la sugerencia. Desde entonces, nuestras hermanas ya no tuvieron más problemas para predicar en el pueblo de San Antonio.
Regiones de la costa
Otros dos misioneros, Ray y Alice Knoch, fueron asignados para llevar el mensaje del Reino a las aldeas de la costa del Pacífico. Para llegar a Manta, una aldea de pescadores con una población de unas diez mil personas, viajaron en autobús durante dieciséis horas desde Guayaquil. En el camino tuvieron que vadear corrientes de agua donde no había puentes. En algunos trechos la carretera estaba
tan resbaladiza debido a la vegetación que había crecido sobre ella, que los pasajeros tenían que salir y empujar para que el autobús pudiese subir las empinadas cuestas.La predicación de casa en casa era totalmente distinta a lo que estaban acostumbrados. Docenas de niños curiosos, que nunca antes habían visto a un extranjero, les seguían de casa en casa. Como la gente era receptiva al mensaje de la Biblia, en poco tiempo se estableció una congregación.
A continuación, Ray y Alice se trasladaron a La Libertad, otra aldea pesquera que está más al sur. Para poder llegar a ella, había que viajar en barcazas para el ganado. Cuando llegaron, la ropa, los muebles y todo lo demás olía a establo. Pero fue aquí, en La Libertad, donde encontraron a Francisco Angus, un hombre de origen jamaicano que escuchó el mensaje con interés. Aceptó un estudio de la Biblia, y unos seis meses después, tanto él como su esposa, Olga, estaban listos para participar en el servicio del campo. Alice comenta: “Lo que más me impresionó de Francisco es que después de trabajar toda la noche, volvía a casa por la mañana, se aseaba y ya estaba dispuesto para salir al servicio”. Posteriormente empezó la obra de precursor con su esposa, luego llegó a ser superintendente de circuito y actualmente forma parte del Comité de Sucursal.
Machala produce fruto
Mientras tanto, en Machala, la capital ecuatoriana del plátano, Carl Dochow y Nicolás Wesley, otro misionero, también empezaron a encontrar personas que escuchaban. Joaquín Palas, un hombre fornido que era propietario de una taberna, escuchó con profundo interés las explicaciones de Carl sobre la esperanza de vivir en una Tierra paradisiaca. En seguida aceptó un estudio. Su aprecio era tal que a la hora de dar el estudio, cerraba la taberna. Cuando aprendió que no había un infierno de fuego, se entusiasmó tanto que empezó a visitar a algunos de sus vecinos para compartir con
ellos lo que había aprendido. Sin embargo, quedó un poco desconcertado cuando un vecino le dijo: “Joaquín, primero deberías limpiar tu propia casa antes de venir hablándonos de la Biblia. Ni siquiera estás casado con la mujer con la que vives”.Cuando Joaquín le preguntó a Carl qué debía hacer, la respuesta fue que tenía que casarse legalmente. Al mismo día siguiente, él y su compañera fueron a las autoridades para arreglar los papeles. La siguiente decisión que tomó fue la de cambiar de ocupación. Vendió la taberna de cerveza y empezó a hacer carbón vegetal para mantenerse él y su esposa. Después, ambos emprendieron el precursorado.
El Salón del Reino de Machala era una construcción modesta; las paredes estaban hechas de cañas de bambú, por entre las que pasaba libremente la luz y el aire. Sin que los hermanos lo supieran, una vecina que sentía curiosidad había hecho una pequeña abertura en la pared para observar lo que hacían. Durante dos meses vio a los hermanos saludarse y disfrutar de charlar antes y después de las reuniones. Este ambiente amigable y amoroso era algo que jamás había experimentado en las religiones a las que había pertenecido. Ella también quería vivirlo. Así que Floricelda Reasco empezó a asistir a las reuniones y pronto llegó a ser una hermana en la fe y después, una celosa precursora.
Ardua oposición en Portovelo
A unos pocos kilómetros de Machala, rodeado de las colinas que se elevan al pie de los Andes, se encuentra Portovelo, un pueblo minero de cuyas minas se extrae oro. Allí vivía Vicenta Granda, una católica devota de las que con más asiduidad asistían a misa. Cuando llegaba la llamada Semana Santa, seguía estrictamente el ritual de rezar el vía crucis. Durante siete días seguidos rezaba delante de doce pinturas en las que se representaban los sufrimientos de Jesús desde que lo arrestaron hasta su muerte. A los devotos se les
enseñaba que al cumplir con este ritual, se les perdonaban totalmente todos sus pecados cometidos durante el año.Pues bien, Vicenta Granda quería saber más acerca de Dios, así que se compró dos traducciones de la Biblia: la Valera y la Torres Amat. Ya las había leído enteras dos veces, y ahora estaba llena de preguntas. Cuando Alice Knoch llamó a su puerta y le ofreció el libro “Sea Dios Veraz”, lo aceptó en seguida e inmediatamente quedó tan enfrascada en su lectura, que se olvidó por completo de la presencia de Alice. Cuando esta volvió a visitarla, Vicenta apenas podía esperar a formular sus preguntas. “¿Tuvo la ‘Virgen María’ otros hijos?” “¿Cuál es el nombre del Padre? Siempre lo he querido saber, pero nuestro sacerdote dice que su nombre no es Jehová.” Con solo mostrarle unos pocos versículos en su propia Biblia, quedaron respondidas sus preguntas. Estaba satisfecha. (Mat. 13:53-56; Sal. 83:18.) Una visita que ocasionalmente le hicieron el superintendente de circuito y su esposa sirvió para proporcionarle más ayuda personal.
Cuando el sacerdote vio que había abandonado la religión católica, la expulsó de la Iglesia públicamente. Un día, al ir al mercado, algunas de sus anteriores amigas la rodearon y estuvieron a punto de darle una paliza por dejar su religión. Pero una persona valiente que lo vio llamó a la policía. Era prácticamente imposible testificar de casa en casa en este pueblo sin ser apedreado. Pero Vicenta Granda dijo: “Aunque me cueste la vida, ¡jamás dejaré de estudiar la Biblia!”.
Con el tiempo, se mudó a Machala, donde le fue más fácil progresar espiritualmente. En 1961 se bautizó, y ese mismo año empezó el precursorado; desde entonces siempre ha continuado en el servicio de tiempo completo.
Posteriormente, a Joaquín Palas y a su esposa se les asignó a Portovelo como precursores especiales. No fueron ninguna excepción. Ellos también sufrieron encarnizada oposición por
parte del sacerdote, que creía ser quien mandaba en el pueblo. En una ocasión, le dijo a Joaquín que si no se marchaba del pueblo para cierta fecha, iba a enviar a la gente para que prendiesen fuego a su casa. Pero antes de que el sacerdote pudiese cumplir con su amenaza, ¡su propia casa fue presa de las llamas!A pesar de los esfuerzos por detener la obra del Reino en este pueblo, a principios de la década de los setenta se estableció una congregación, y hoy día nuestros hermanos pueden reunirse y llevar a cabo su obra salvavidas en paz.
No todos aceptan la verdad
En un lugar de impresionante belleza ubicado en las laderas occidentales de los Andes, se encuentra la pequeña aldea de Pallatanga. Fue allí donde Maruja Granizo tuvo su primer contacto con la verdad hace veinticuatro años, cuando recibió la visita de su hermana. Lo que esta le habló sobre ‘el fin del mundo’ le llamó la atención, pero no reaccionó tan favorablemente cuando le dijo que el nombre de Dios es Jehová. De todas formas, ella quería saber más cosas acerca de temas espirituales. De modo que le preguntó al sacerdote de su localidad sobre la condición de
los muertos y la resurrección. Despectivamente, el sacerdote dio de lado su pregunta, y le respondió que las únicas personas que creían en la resurrección eran las que tenían pesadillas por la noche debido a haber comido demasiado. Pero aquella observación sarcástica no apagó su interés.Posteriormente, su hermana regresó con Nancy Dávila, una hermana joven de Machala. Nancy era tan amable y cariñosa que Maruja se sintió motivada a pensar: “Esta es la clase de amistad que quiero para mis hijos”. Entre las primeras preguntas que Maruja formuló, estuvieron: “¿Dónde están los muertos?, ¿hay una resurrección?”. Ella recuerda que cuando le dieron la respuesta de que los muertos están inconscientes en la sepultura a la espera de ser resucitados, su alegría fue tal que deseaba compartir esta verdad recién hallada con todo el mundo. (Ecl. 9:5; Juan 5:28, 29.) Así que le pidió a Nancy que la acompañase a visitar a sus vecinos de las montañas.
Pero como sucedía en otras zonas, en estas aldeas se veía al sacerdote como si fuese un rey. Así que cuando llegaron a la aldea natal de Maruja, una aldea perdida entre las montañas, no les quedó ninguna duda de que las órdenes del sacerdote habían llegado antes que ellas. En una casa fueron recibidas con un gran letrero en el que se habían garabateado palabras obscenas.
En otra, un pariente les dijo: “El sacerdote dice que a los que van por ahí predicando habría que matarlos a palos y a pedradas”. Maruja respondió: “Si ustedes nos matan, ¿quiénes irán a la cárcel: ustedes o el sacerdote?”.
“Nosotros”, respondió el pariente.
“Pero piensen en sus hijos —razonó Maruja—. ¿Quién cuidará de ellos cuando los metan en la cárcel? Al sacerdote no le preocupa quiénes son aquellos a los que ordena matar, pues él no es quien tendrá que responder por ello. Nosotros
no somos perros. Si se nos mata, alguien va a presentar cargos, y ustedes tendrán que responder por ello.”Un registro de aguante
Después de pasar dos meses en Pallatanga, Nancy tuvo que regresar a Machala, y Maruja de nuevo se quedó sola con sus cuatro hijos y su anciana madre. Pero sentía una urgente necesidad de asociarse con el pueblo de Jehová. De modo que fue a Riobamba en busca de los Testigos. Allí pudo asistir a una asamblea de circuito y bautizarse.
Durante un tiempo, siempre que disponía del dinero para hacerlo, viajaba a Riobamba a fin de tener asociación con los hermanos. Después, a pesar de las amenazas de los vecinos de hacer daño a los Testigos o hasta de darles muerte, los hermanos empezaron a ayudarla a predicar en Pallatanga.
La situación llegó al límite un día que los hermanos de Riobamba proyectaron presentar una de las películas de la Sociedad en la plaza de Pallatanga. Todo estuvo tranquilo hasta que se mencionó por primera vez el nombre de Jehová. De repente, las personas empezaron a gritar: “Maruja Granizo haría bien en salir de aquí o no respondemos por su vida”. Alguien rasgó la sábana que se había colgado como pantalla para la proyección. Las campanas de la iglesia empezaron a sonar frenéticamente, y las personas comenzaron a salir de sus casas armadas con palos y piedras. Así que los hermanos recogieron rápidamente su equipo y subieron al autobús para salir del pueblo. Cuando el autobús se puso en marcha, se pasó lista y se vio que uno de los Testigos, Julio Santos, no estaba. ¿Habría caído en manos de la chusma?
Entonces vieron a un hombre corpulento que encabezaba la chusma y que corría hacia el autobús mientras arrojaba piedras y gritaba: “¡Vamos a darles una buena con palos y piedras!”. ¡Era Julio! De alguna manera la chusma le había cerrado el paso hacia el autobús, y al ver su vida en peligro, su instinto de conservación hizo que se valiera de la treta de
hacerse pasar por uno de ellos. Cuando alcanzó el autobús, subió de un salto y se fueron a toda marcha hacia Riobamba.Maruja y su familia también habían subido al autobús en busca de protección. Pero una vez fuera de la aldea, bajaron y se dirigieron a su casa. ¿Cómo lograrían llegar? La chusma les estaba buscando. Varias veces tuvieron que esconderse para que no los vieran. Pero finalmente, a altas horas de la noche llegaron a su casa sanos y salvos.
¿En qué han resultado estos veinticuatro años de aguante en este territorio aislado? En primer lugar, veinte años después, el sacerdote que había provocado tantos problemas en Pallatanga fue echado del pueblo por los mismos habitantes bajo la acusación de inmoralidad y robo. Poco a poco la gente se ha ido haciendo muy receptiva al mensaje de la Biblia. Aunque en ese pueblo aún no hay más que un
pequeño grupo aislado, Maruja conduce personalmente once estudios bíblicos. En 1987 se consiguió disponer de un gran restaurante para la Conmemoración, y hubo una asistencia de 150 personas. Sí, Pallatanga, al abrigo de impresionantes y pintorescas montañas, es una Macedonia del día moderno que ruega que alguien pase y ayude a este pequeño grupo a predicar las buenas nuevas por todo su vasto territorio.‘La única religión que tiene la verdad’
Algunas personas, como fue el caso de Jorge Salas, de Ibarra, hasta buscaban a los testigos de Jehová. Dio la casualidad de que leyó un libro titulado La gran obra, escrito por un tal doctor Berrocochea, que vivía en Uruguay por aquel tiempo. Entre otras cosas, el libro decía que la única religión que tenía la verdad era la de los testigos de Jehová. Eso es lo que Jorge quería. Así que decidió ir a Quito y buscar a los Testigos, y si no los podía encontrar allí, iría a Guayaquil o hasta a Uruguay, si fuese necesario.
En Quito empezó a buscarlos a partir de las 5.30 de la mañana. Cuando se cansó de caminar, tomó un taxi. Cuando el taxista se cansó de llevarlo, tomó otro taxi. Al mediodía, el segundo taxista empezaba a sentir apetito y quería dejarlo. Pero Jorge insistió en continuar.
Finalmente, alguien le indicó dónde vivía un Testigo, y desde allí le acompañaron hasta la puerta del hogar misional. Arthur Bonno, a quien le tocaba cocinar aquel día, salió a la puerta con el delantal puesto, y lo invitó a pasar. Jorge se dijo para sus adentros: “Si el cocinero es un gringo y va tan bien vestido, ¿cómo será el misionero que me atienda?”. Al poco rato llegó un misionero con marcados rasgos indios. Se trataba de Pedro Tules. De nuevo se preguntó: “¿Qué clase de religión puede ser esta, una religión en la que los indios son servidos por personas de piel clara?”. Iba a descubrir que eso no es lo único que hace diferentes a los testigos de Jehová. Al poco tiempo, él mismo abandonó su vida inmoral,
volvió a casarse con la mujer de la que se había divorciado y pudo ayudarla a ella y a la mayor parte de sus hijos a aceptar la verdad.A diferencia de Jorge, hubo algunas personas que al principio hubiesen preferido que los Testigos se marchasen.
Un hombre de negocios polaco
John y Dora Furgala, emigrantes polacos, llevaban una ferretería muy conocida entre todos los constructores, carpinteros y fontaneros de la ciudad de Guayaquil. Zola Hoffman dejó un tratado a Dora y volvió a visitarla durante el fin de semana. Sin embargo, a John, su esposo, no le gustó que le molestasen durante su día de descanso. De modo que aceptó todos los libros que Zola llevaba en su bolso de predicar, pues pensaba que así, como no tendría nada más que ofrecerles, no volvería a visitarlos. Pero Zola envió a un misionero que hablaba polaco, y se empezó un estudio con Dora.
Algún tiempo más tarde, cuando invitaron a este matrimonio a las reuniones de la congregación, John respondió: “Que vaya Dora y me explique lo que aprende”. John no demostró mucho interés por la Biblia hasta que sufrió un leve ataque cardiaco y el doctor le ordenó que guardase cama durante quince días. A fin de entretenerse, empezó a leer la Biblia y las publicaciones. De repente, se sintió como si por primera vez se le abriesen los ojos. Todos los días llamaba a su esposa y decía: “¡Eh! ¡Mira! ¡He descubierto algo nuevo!”. Pronto ambos se bautizaron. Pero en vista del negocio que llevaba, ¿pondría John el servicio de Jehová en primer lugar?
Para John Furgala, el ser un prominente hombre de negocios no era un impedimento, porque él no se avergonzaba de las buenas nuevas. (Mat. 10:32, 33.) Junto a sus herramientas y demás artículos, colocó un atractivo puesto en el que exponía las publicaciones de la Watch Tower. John testificaba a los clientes mientras su ayudante les preparaba los pedidos. En aquellos días era costumbre hacer un descuento a los clientes que compraban cierta cantidad de mercancía. En lugar de eso, John les ofrecía una suscripción gratuita a nuestras revistas. Era bastante común que en un mes colocase sesenta suscripciones o más.
Un político abraza la justicia verdadera
A personas de toda condición social —los ricos y los pobres, los que están en prisión y los que son prominentes en este sistema de cosas— les hace falta recibir la oportunidad de escuchar la verdad. Rafael Coello había estado buscando justicia social desde su juventud. Esto le llevó a hacerse miembro del Partido Comunista en el año 1936. Durante siete años participó en motines y protestas. Desilusionado, dejó a los comunistas y militó en otros varios partidos. Ocupó puestos de notoriedad y prominencia. En cierta ocasión, el presidente de Ecuador le nombró embajador para una reunión especial dirigida por las Naciones Unidas. Sin embargo, en otra ocasión, cuando estaba en el poder el partido de la oposición, le enviaron a prisión. Fue entonces cuando Albert Hoffman le visitó y le dejó el libro “Sea Dios Veraz”.
Siete años después, un hombre de aspecto bondadoso llamó a la casa de Rafael Coello. Él nos relata: “Al instante me di cuenta de que era alguien a quien había estado esperando sin saberlo. Albert Hoffman me estaba buscando de nuevo”. Se empezó un estudio con el libro “Esto significa vida eterna”. Rafael no tardó mucho tiempo en encontrar lo que había estado buscando todos aquellos años: llegar a comprender que la verdadera justicia vendría únicamente por medio del Reino de Dios. Su bautismo en 1959 fue muy sonado, pues por más de veinte años había sido un político muy conocido.
Tal como había sido un vigoroso luchador en favor de la justicia humana, ahora se convirtió en un firme defensor de la justicia divina. Echando una mirada retrospectiva a aquellos años, el hermano Coello recuerda: “He tenido el privilegio de hablar de la justicia de Jehová a hombres de todos los niveles sociales, desde ex presidentes hasta humildes trabajadores”. Como en el Palacio de Justicia de Guayaquil lo conocían bien porque había ejercido de juez del Tribunal de Apelaciones, volvió para dar testimonio a cada uno de los muchos jueces y abogados que allí trabajan. Como resultado, estableció una amplia ruta de revistas con anteriores compañeros.
Una hermandad internacional
Debido a que los hermanos han trabajado mucho para plantar y regar las semillas de la verdad del Reino, las buenas nuevas han llegado a oídos de personas de toda clase. Pero el aumento lo ha dado Jehová. (1 Cor. 3:6.) Ha sido el espíritu de Dios, que obra sobre su entera organización visible, el que lo ha hecho posible.
Gracias al estímulo recibido en la asamblea internacional “Voluntad Divina”, celebrada en 1958 en Nueva York, muchos hermanos vinieron a Ecuador para servir en un lugar de mayor necesidad. Cuando el presidente de la Sociedad
visitó el país en 1959, dirigió la palabra a 120 hermanos que habían venido de otros países. Muchas personas nuevas llegaron a un conocimiento de la verdad gracias a los esfuerzos de estos hermanos. Algunos contribuyeron a formar congregaciones nuevas y a adiestrar eficazmente a los hermanos locales para que llegaran a asumir responsabilidades de congregación.En 1967 los Testigos ecuatorianos palparon lo genuino de nuestra hermandad internacional en todavía otro aspecto. Fue con ocasión de la asamblea internacional “Hijos de libertad de Dios”, celebrada en Guayaquil. En esta asamblea estuvieron presentes los directores de la Sociedad junto con unos cuatrocientos hermanos procedentes de diversos países. ¡Qué compañerismo tan gozoso disfrutaron con los más de dos mil setecientos hermanos ecuatorianos y personas interesadas! Se oyeron tantas expresiones de aprecio de boca de los hermanos nativos como de los que venían de otros países.
Una actitud diferente en Cuenca
En el año 1967 pareció apropiado hacer un nuevo intento por establecer las buenas nuevas en Cuenca, la tercera ciudad más grande de Ecuador. ¿Cómo se haría? Primero se envió a un precursor especial, Carlos Salazar. Poco después también llegaron cuatro graduados de una reciente clase de Galaad: Ana Rodríguez y Delia Sánchez, de Puerto Rico, junto con Harley y Cloris Harris, de Estados Unidos.
En aquel tiempo, el único Testigo ecuatoriano que había en esa ciudad de más de 100.000 habitantes era Carlos Sánchez, un joven que estaba paralítico de la cintura hacia abajo como resultado de un accidente de tráfico que había sufrido algunos años antes de conocer la verdad. Para cada reunión, los misioneros lo bajaban a pulso por las escaleras de su casa, lo acomodaban en el asiento trasero de un escúter
y luego lo subían a pulso hasta el Salón del Reino. Su rostro sonriente y su actitud optimista fueron un verdadero estímulo para este pequeño grupo.Recordemos que Cuenca tenía la reputación de ser la ciudad ecuatoriana donde más arraigado estaba el catolicismo. Una de las primeras cosas que captó la atención de los misioneros fue la sorprendente cantidad de iglesias. Parecía que había una cada cuatro o cinco manzanas. Y por encima de todas ellas sobresalía la enorme catedral, situada en la plaza mayor. Todas las mañanas, mucho antes del amanecer, a los misioneros les despertaban las campanas de las iglesias, que llamaban a la gente para la primera misa de la mañana. Durante lo que se conoce como la Semana Santa, se sacaban las imágenes de las diferentes iglesias y se llevaban en procesión por las calles de Cuenca. Esa procesión duraba un día entero.
Así que el pequeño grupo de Testigos empezó a predicar de casa en casa con gran cautela. Todavía perduraban en el recuerdo las historias de chusmas que arrojaron piedras a los Testigos cuando en el pasado estos trataron de predicar en ciertas secciones de la ciudad. Sin embargo, en contra de lo que los misioneros esperaban, no sucedió nada parecido. Al contrario: la gente les hacía pasar en la primera visita y aceptaban muchas publicaciones. Aquellas personas tenían hambre espiritual.
Sobre uno de los sacerdotes más populares de Cuenca, Harley Harris relata: “Constantemente oíamos hablar de un sacerdote español llamado Juan Fernández. Él estaba enfrentado al obispo de Cuenca porque rehusaba cobrar precios diferentes por las diversas categorías de misas. Para él, todas las misas eran iguales. El problema radicaba en que no conseguía el dinero suficiente para satisfacer al obispo. Por otro lado, había quitado casi todas las imágenes de su iglesia,
acción que aplaudieron los católicos liberales, pero que escandalizó a los más conservadores.”Un día una señora nos contó que su vecina había rehusado escucharnos y se lo había dicho al sacerdote Fernández. Para sorpresa suya y de otros, él la censuró públicamente en la misa, y dijo a los presentes que si alguien iba a su puerta para hablarles de la Biblia, deberían escucharle, pues la Biblia contiene la verdad.
”Decidí conocer a este sacerdote, y después de algún esfuerzo, conseguí su dirección. Le invité a nuestra casa y tuve el gusto de que nos visitara durante unas dos horas. Me sorprendió ver que tenía bastante conocimiento de algunas enseñanzas básicas de la Biblia. Cuando le pregunté qué posición creía él que debería adoptar el cristiano cuando existen conflictos políticos entre dos naciones, inmediatamente respondió: ‘Solo hay una posición que un cristiano puede adoptar, y esa es la de neutralidad, porque uno no puede obedecer el mandato de Jesús de amar al prójimo y al mismo tiempo matarlo’. Terminamos la conversación de manera agradable y amigable, y él pidió varias de nuestras publicaciones.”
Sin embargo, debido a su disputa con el obispo, fue relevado de sus responsabilidades sacerdotales y enviado de vuelta a España aquella misma semana. Pero sus comentarios habían aflojado los grilletes mentales de muchas personas de la ciudad, quienes más tarde prestaron oído al mensaje de la Biblia.
De todas formas, aún había algo que parecía retener a las personas de ponerse firmemente a favor de la verdad. Muchas estudiaban la Biblia y venían a las reuniones; pero cuando llegaba el momento de participar en el servicio del campo, casi nadie tenía el valor de hacerlo. Llegamos a la conclusión de que se trataba de temor al qué dirán. ¿Qué les podría ayudar a superar esta barrera?
“Mamá, todavía no me puedo morir”
Bob y Joan Isensee, quienes habían sido misioneros, decidieron criar a su familia en Cuenca. Un día, cuando su hija Mimi, de diez años de edad, estaba jugando en la escuela, le pasó por encima un camión volquete cargado. La llevaron apresuradamente a una clínica, donde se hicieron desesperados esfuerzos por salvarle la vida. Cuando llegó su alarmada madre, Mimi todavía estaba consciente y susurró: “Mamá, todavía no me puedo morir. Ni siquiera he conducido un estudio bíblico”. Y por propio impulso, la niña dijo a las enfermeras que no quería que le pusiesen sangre. Esta era la
primera experiencia que tenía la clínica con los testigos de Jehová. Y resultó ser inolvidable.Llegó el médico. Dijo que se necesitaría una intervención quirúrgica para determinar los daños internos. El padre dio su conformidad, pero añadió: “Nada de sangre, por favor, porque la Biblia prohíbe el uso de todo tipo de sangre”. (Hech. 15:28, 29.) Aquello fue una sacudida para el médico. Jamás se había enfrentado a la situación de que se le pidiese que no utilizase sangre en una operación de tanta gravedad como aquella. El hermano dijo que siendo él el padre, la responsabilidad era suya, y no del cirujano, de modo que estaba dispuesto a responder por lo que sucediese. Lo único que pedía es que, sin violar la ley de Dios sobre la sangre, el médico hiciese todo lo posible por salvar la vida de la niña.
Humildemente, el doctor respondió: “Yo también tengo mis propias convicciones religiosas y quiero que se respeten, así que respetaré las suyas. Haré todo lo que esté en mis manos”.
Justo antes de que la trasladaran al quirófano en camilla, Mimi dijo a su padre: “No te preocupes, papá. Ya he orado a Jehová”.
Transcurrieron más de cinco largas horas. Durante todo ese tiempo, muchas personas que conocían a la familia o que habían oído del accidente acudieron a la clínica a esperar los resultados de la operación. Mientras tanto, los padres les explicaban que si su hija moría, tenían la seguridad de verla de nuevo en la resurrección. ¿Qué efecto produjo esto en los demás?
Se oyeron comentarios como los siguientes: “Yo también soy padre y sé lo que significa perder un hijo; pero ustedes manifiestan una calma que yo no tendría”. Otro dijo: “Si pudiese tener una fe como la de estas personas, sería el hombre más feliz del mundo”. Una vecina que vivía al lado de ellos, cuyo marido había muerto hacía un tiempo, acudió a consolarlos, pero fue ella la que se marchó consolada. Más
tarde, dijo: “He estado deprimida durante los dos años que lleva muerto mi marido; pero el verles a ustedes y ver la fe que tienen en Dios y la esperanza que abrigan me ha ayudado a sentirme feliz por primera vez”.Pero, ¿qué fue de la niña? Cuando por fin terminó la larga operación, los preocupados padres abordaron al médico para conocer el estado de su hija. Los órganos internos habían sufrido graves lesiones. La arteria que va al diafragma había sido cortada, y la niña había perdido más de la mitad de la sangre. El hígado tenía laceraciones por varias partes. La tremenda presión a la que Mimi se vio sometida hizo que el estómago atravesara el diafragma. El camión se había detenido justo antes de reventarle el corazón.
El doctor dijo que agradecía la actitud calmada de los padres, pues le había permitido empezar la operación con un estado de ánimo más tranquilo. Para alegría de todos, Mimi se recuperó en poco tiempo. Esta experiencia resultó en un tremendo testimonio, pues la noticia corrió por toda la ciudad de Cuenca. La emisora de radio habló de la sobresaliente fe y la tranquilidad manifestadas por la familia Isensee. Un prominente doctor le dijo al padre: “Quiero que sepa que entre los círculos médicos se habla de este caso como de un verdadero milagro”.
Un ciclista emprende una carrera diferente
Mario Polo, quien había residido toda la vida en Cuenca, era famoso por haber ganado la vuelta ciclista a su país varios años seguidos y haberse retirado invicto. Con buena razón, la ciudad de Cuenca se sentía orgullosa de este hijo suyo.
Cuando Norma, la esposa de Mario, empezó a estudiar con los Testigos, él decidió estar presente en el estudio por lo menos una vez para ver si hallaba respuesta a alguna de sus preguntas. Lo primero que quería saber era lo siguiente: “¿Quién es la ramera que se menciona en el libro de Revelación?”. (Rev. 17:3-5.) El misionero respondió que por lo general empezamos con verdades bíblicas más sencillas. Pero como Mario había hecho surgir la pregunta, le explicó que la Biblia utiliza el símbolo de una mujer inmoral llamada Babilonia la Grande para representar a la asociación mundial de religiones que no se mantienen separadas del mundo. (Sant. 4:4; Rev. 18:2, 9, 10.)
A partir de aquel momento, Mario se interesó profundamente en el estudio de la Biblia e hizo un gran esfuerzo por estar presente a pesar de que su trabajo quedaba algo alejado de la ciudad. Una noche fue a la casa misional con una gran preocupación reflejada en el rostro. Había obtenido de los evangelistas algunas publicaciones en las que se hacían graves acusaciones contra los testigos de Jehová. El misionero respondió que si aquellas acusaciones contra nosotros le preocupaban, la mejor manera de responder a ellas sería pedir la presencia de un evangelista para ver si podía sostenerlas. Eso le pareció bastante justo a Mario, así que él y el hermano visitaron al pastor protestante que distribuía las publicaciones.
Mario pidió al pastor que fuese a su casa para defender lo que había dicho contra los testigos de Jehová. Este se vio
obligado a aceptar, pues de otro modo, su ausencia hubiese equivalido a admitir que las acusaciones eran falsas.Cuando el pastor, acompañado por otro predicador de su iglesia, se presentó en la casa de Mario, se encontró con que había allí diez personas esperándole, entre ellas, algunos amigos y parientes de Mario. Se escogió el tema de la Trinidad. Cada vez que se citaba un texto para apoyar esta doctrina, Mario, su esposa o uno de sus amigos le mostraban al pastor por qué no aplicaba al caso. El misionero apenas tuvo que decir nada.
Después de una media hora, el pastor miró su reloj y dijo que tenía otra cita. “Pero señor, todavía no ha probado nada”, protestó uno de los presentes. “¡No nos diga que nos deja a la merced de estos lobos, como usted los llama!” El pastor se marchó, aunque dijo que procuraría reunirse de nuevo con ellos, pero no se quiso comprometer en cuanto a cuándo iba a ser.
Un día sí volvió, y le dijo a Norma Polo que regresaría... pero cuando no estuviese presente ningún testigo de Jehová. Esto no le pareció justo a Mario, de modo que fue a la casa del pastor y le comunicó que únicamente sería bienvenido en su casa cuando los testigos de Jehová estuviesen presentes para defenderse. Ahora Mario veía muy claro quiénes tenían la verdad y el valor de defenderla.
A partir de entonces, Mario continuó progresando sin cesar. Al poco tiempo, ya participaba en el ministerio del campo allí mismo en su propia comunidad, y luego se le unieron su esposa y su hija.
El que varios vecinos de la ciudad empezaran a identificarse como testigos de Jehová influyó positivamente en otros. Hoy día, centenares de personas, médicos, abogados, joyeros, granjeros —personas de toda condición social de Cuenca—, han abrazado la verdad. Hace veinte años no había ninguna congregación en Cuenca. Actualmente hay once en todo este territorio. En las calles donde las procesiones religiosas
duraban todo un día durante la llamada Semana Santa, ahora solo se necesitan unos minutos para ver lo que transportan: las reliquias de una era pasada. En contraste, en este tiempo el nombre de Jehová se conoce de un extremo a otro de la provincia.Lo que se necesitaba era estímulo
A finales de los años sesenta y principios de los setenta, la obra del Reino en Ecuador disfrutó de un período de pacífica expansión. La influencia de otras religiones, así como su capacidad para instigar a la gente, disminuyó. Los publicadores estaban trabajando arduamente para esparcir las buenas nuevas del Reino hasta todo rincón del país.
En 1963 había 1.000 publicadores activos en el ministerio del campo. Cinco años después, se llegó a los 2.000. Para 1971, el total había aumentado a 3.000. Dos años después informamos 4.000 proclamadores del Reino; al año siguiente, 5.000, y para octubre de 1975, alcanzamos el máximo de 5.995.
Pero entonces, por primera vez en varios años, la cantidad empezó a disminuir. Para el año 1979, el total de predicadores activos de las buenas nuevas había descendido a poco más de 5.000. ¿Qué estaba sucediendo? Parece que algunos de los nuevos se habían dejado llevar por el entusiasmo de una fecha en lugar de basarse en un verdadero aprecio por Jehová y Sus caminos. De todas formas, en 1980 volvió a verse un ligero aumento, y lo mismo ocurrió en 1981, aunque el progreso era lento.
¿Qué era lo que frenaba el crecimiento, cuando por esas fechas casi todos los países informaban un considerable aumento en su territorio? Aquí no se conocía la apostasía. Al parecer, no había inmundicia que pudiese hacer que Jehová retuviese su espíritu. Se meditó y se oró mucho al respecto. Las perspectivas de aumento eran excelentes, pues para la Conmemoración de 1981 asistieron 26.576, lo que significa una
proporción de cinco personas interesadas por cada publicador del Reino.Se llegó a la conclusión de que lo que nuestros hermanos realmente necesitaban era estímulo. A los ancianos y siervos ministeriales había que recordarles su responsabilidad de llevar la delantera en el campo. Era necesario conducir un estudio de la Biblia con los que se habían hecho inactivos a fin de que se volviese a despertar su aprecio por las cosas espirituales.
Así que después de compilar el informe del año de servicio de 1981, el Comité de Sucursal invitó a todos los ancianos y siervos ministeriales a unas breves reuniones que se celebrarían en ciudades claves por todo el país. Los hermanos salieron rebosantes de gozo por la información que recibieron. Todos partieron con un espíritu renovado para la obra. Aquel año de servicio hubo un aumento de un 14% en la cantidad de publicadores y un 19% en el número de estudios bíblicos de casa. La asistencia a la Conmemoración subió de golpe un 28%: ¡hubo 34.024 personas presentes! Verdaderamente, los campos estaban blancos para la siega.
Lluvias torrenciales
Entonces se presentó otro obstáculo. Durante diez meses seguidos, desde octubre de 1982 hasta julio de 1983, hubo en el país fuertes lluvias e inundaciones como las que no se habían visto en los últimos cien años. En la zona de Guayaquil y las regiones circundantes, las precipitaciones que se registraron en unos pocos meses superaron los 2.500 milímetros. Desaparecieron puentes, por lo que algunos pueblos quedaron aislados. La comunicación se hizo extremadamente difícil. Los Salones del Reino y las casas de nuestros hermanos sufrieron daños.
Pero los hermanos estaban resueltos a continuar celebrando sus reuniones. En Babahoyo, para poder ir a las reuniones, algunos tuvieron que vadear la corriente de agua, que les llegaba hasta la cintura. Más hacia el sur, en Milagro, el agua
llegaba casi hasta las rodillas en el propio Salón del Reino. Pero los hermanos simplemente se subían las perneras del pantalón y disfrutaban de las reuniones a pesar de la inundación.Se hicieron grandes esfuerzos por mantener la comunicación con nuestros hermanos, incluso con los que vivían en zonas aisladas. Cuando se sabía que a algunos les faltaba alimento u otras necesidades básicas, la sucursal informaba a las congregaciones, y nuestros hermanos locales respondían con generosidad. Los hermanos de todo el país suministraron bondadosamente 2 Tim. 4:2.)
el dinero, el alimento, la ropa y los medicamentos necesarios. Fue precisamente en medio de aquel período de incesantes lluvias que la sucursal programó otra reunión con los ancianos y siervos ministeriales. Se compartieron experiencias animadoras y se ofrecieron sugerencias sobre la manera de llevar a cabo la obra de predicar a pesar de aquel tiempo tan inclemente. Las palabras de Pablo parecían muy apropiadas: “Predica la palabra, ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso”. (¿En qué resultó todo aquello? Muchas congregaciones que se habían visto afectadas adversamente por las lluvias informaron
sobresalientes aumentos. A finales del año de servicio de 1983, nuestros hermanos tuvieron un promedio de aumento del 17% en la cantidad de publicadores y habían alcanzado un nuevo máximo de 7.504, y eso, a pesar de las lluvias. Durante ese mismo período de tiempo, la cantidad de estudios bíblicos aumentó de golpe en un 28%. Cuanto más trabajaban el territorio, más producía.Se necesitan mayores instalaciones para la sucursal
La obra del Reino en Ecuador es relativamente nueva, en comparación con muchos otros países. Solo hace poco más de cuarenta años que se empezó a predicar de manera ininterrumpida. Tal como un niño necesita ropa mayor a medida que crece, la expansión de la obra en este país ha hecho que sea necesario conseguir unas instalaciones mayores para la sucursal.
Al principio, la oficina sucursal dirigía la obra desde un hogar misional. Para 1957 se construyeron unas nuevas instalaciones en Guayaquil, instalaciones que con el tiempo hubo que ampliar. En el año 1977, durante su visita de zona, el hermano Grant Suiter sugirió que se empezase a buscar un terreno mayor en las afueras de Guayaquil. Un día vino un hermano a la oficina sucursal y preguntó si estaríamos interesados en un terreno que le gustaría donar a la Sociedad. Se encontraba justo a las afueras de Guayaquil. ¡Qué contentos estuvimos de aceptar aquel regalo!
Otra necesidad urgente que había en aquel tiempo era la de disponer de un lugar para celebrar una de las asambleas de distrito, aunque fuese al aire libre. Después de despejar y limpiar un poco aquel nuevo terreno, se celebró en él la primera asamblea. La ladera de la colina servía de anfiteatro natural, y los hermanos tendieron mantas en el suelo para sentarse. Durante varios años este terreno se ha utilizado para celebrar asambleas de distrito y circuito en la zona de la costa.
A finales de 1984, se empezaron en este terreno los
trabajos de construcción de un hermoso Salón de Asambleas. Tendría capacidad para 3.000 personas sentadas. Se disponía de más de treinta y dos hectáreas para su construcción. Sin embargo, se necesitaba algo más que un Salón de Asambleas. Con la aprobación del Cuerpo Gobernante, a principios de 1985 se empezó a construir un nuevo edificio para la sucursal en otra parte del mismo terreno. ¡Qué emocionante fue ver cómo los hermanos experimentaban la bendición de Jehová sobre sus esfuerzos para terminar aquellos trabajos! Las obras empezaron poco antes de que comenzase a funcionar el programa internacional de construcción de la Sociedad, pero el edificio se terminó bajo su dirección. Los hermanos estuvieron muy contentos de recibir la ayuda profesional de trabajadores de construcción voluntarios procedentes de catorce países. ¡Qué bendición resultó ser esa ayuda! Expresamos nuestro profundo agradecimiento a todos y cada uno de los que colaboraron con nosotros.Cambios en la administración
En 1949 Albert Hoffman llegó a ser el primer superintendente de sucursal, e hizo mucho por ayudar a organizar la obra en este país desde sus comienzos. Luego, en 1950, esa superintendencia pasó a John McClenahan, también graduado de Galaad. Con el tiempo, en el año 1970 fue necesario hacer algunos cambios en la administración. Otro graduado de Galaad, Harley Harris, fue nombrado superintendente de sucursal, y ha continuado sirviendo en la sucursal desde entonces. Actualmente la sucursal está al cargo de un comité de cinco hombres: Francisco Angus, Arthur Bonno, Harley Harris, Vern McDaniel y Laureano Sánchez.
Millares de sacrificios
Durante la historia de la obra del Reino en Ecuador, nuestros hermanos han efectuado cientos de miles de sacrificios, algunos tan pequeños que a nosotros, como humanos, se nos pasan desapercibidos, pero a Jehová, nunca. A todos esos Hebreos 6:10: “Dios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre”.
siervos leales les aplica la garantía registrada enLos que vinieron de otros países para servir aquí recordarán por mucho tiempo las frustraciones de tratar de expresarse en un idioma que tan solo estaban empezando a aprender. La lengua nativa del país les sonaba como una andanada de palabras que la gente les disparaba a la velocidad de una ametralladora. Un misionero dijo: “Me sentía como un niñito que aprendía a hablar otra vez”.
¿Y qué hay de aquellas ocasiones en que pensaban que estaban empezando a dominar el idioma, pero decían algo muy distinto a lo que deseaban? Por ejemplo: un hermano fue a una ferretería, y después de consultar su diccionario inglés-español, dijo: “Quiero medio kilogramo de uñas” (la palabra inglesa para uña es la misma que para clavo). Una hermana estaba de pie en un autobús cuando el conductor arrancó bruscamente, echándola hacia atrás hasta caer sentada sobre las rodillas de un hombre. Ella pensaba que se estaba disculpando al decir: “Con su permiso”. Los demás pasajeros soltaron una fuerte carcajada cuando el hombre respondió de buen grado: “Siéntase cómoda, señora”.
A la hermana Zola Hoffman, quien se mantuvo en su asignación misional en Ecuador hasta que terminó su carrera terrestre, se la recuerda mucho por su intrepidez al testificar. ¿Había alguien capaz de acobardarla a la hora de predicar las buenas nuevas? Difícilmente. Su territorio favorito era la zona comercial de Guayaquil. Allí la conocía casi todo el mundo: ejecutivos, abogados, jueces y muchos otros. A su funeral asistieron muchas personas de la ciudad a quienes ella había testificado. El Salón del Reino estaba abarrotado, y fuera había gente de pie hasta el otro lado de la calle. Entre los presentes estuvieron algunos de los noventa y cuatro a los que ella había ayudado personalmente a dedicar su vida a Jehová.
La voz del hermano Albert Hoffman, en su día poderosa,
ahora no es más que un grave susurro. ¿Qué sucedió? Una noche, cuando conducía su automóvil de regreso de una reunión, se detuvo ante un semáforo. Un desconocido se le acercó, le apuntó en la garganta con una pistola y dijo algo; probablemente pedía dinero. Como Albert era duro de oído, no respondió de inmediato. Enfadado, el hombre apretó el gatillo. La bala le atravesó el cuello y quedó alojada en su hombro derecho, pero en el trayecto le cortó las cuerdas vocales. A pesar de haber perdido prácticamente la voz, Albert continúa alabando a Jehová, aunque ahora solo puede hacerlo susurrando en tono grave. Lleva casi sesenta años en el servicio de tiempo completo.Otro hermano que se destaca por su determinación es Herman Gau, quien vino de Alemania con su esposa para servir donde hubiese mayor necesidad. Le gusta conseguir que las cosas se hagan, y que se hagan deprisa, sin importar las dificultades que puedan surgir. Como en el pueblo de Puyo, situado en plena jungla, hacía falta un Salón del Reino para la pequeña congregación, el hermano Gau dijo a uno de los hermanos: “Vayamos a la jungla y cortemos algunos árboles para conseguir madera”. Vio uno que a sus ojos parecía muy derecho y bueno, pero el hermano nativo le advirtió: “Si fuera yo, no cortaría ese árbol. Tiene hormigas”.
“¡No existe hormiga que pueda impedirme cortar este árbol tan bueno para un Salón del Reino!”, dijo Herman. Así que empezaron a talarlo con sus machetes. Cuando este tronco parcialmente hueco cayó al suelo, salieron miles de airadas hormigas que cubrieron a los hermanos de pies a cabeza. Los hermanos corrieron desesperadamente hacia el río y se lanzaron al agua con ropa y todo. A partir de entonces, Herman siempre prestaba mucha atención cuando un nativo le hablaba de árboles. “Pero —dice soltando una fuerte carcajada— ¡logramos construir aquel Salón del Reino!”
Jóvenes abrazan la verdad
No obstante, hay algo que representa mucho más esfuerzo que construir Salones del Reino. Hablamos de criar a los hijos Pro. 22:6.)
en la verdad. Jorge y Orffa Santos han pasado casi treinta años en el servicio de tiempo completo. Durante esos años, también han criado a cinco hijos, todos los cuales, siguiendo el buen ejemplo que han puesto sus padres, están actualmente en el servicio de tiempo completo. La suya es solo una de las muchas experiencias que demuestran la importancia que tiene el buen ejemplo de los padres a la hora de educar a los hijos en el camino en que deben andar. (Pero Carlos Salazar no tuvo esa clase de crianza espiritual. Al contrario, cuando decidió servir a Jehová, su madre lo echó de casa y sus hermanos y hermanas le dieron de lado. Sin embargo, durante los treinta y cuatro años que ha dedicado al servicio de tiempo completo, ha conseguido más de doce mil hermanos y hermanas espirituales tan solo en su país natal de Ecuador, sin mencionar los más de tres millones que componen la hermandad internacional. ¡Cuánto ha llegado a apreciar el cuidado amoroso que Jehová otorga a los que han llegado a ser “huérfanos” por causa de las buenas nuevas!
El matrimonio de misioneros Jim y Frances Woodburn han manifestado mucho celo en sembrar la semilla del Reino por todas partes. Han visitado un gran número de institutos para presentar el libro Tu juventud... aprovechándola de la mejor manera. Este libro ha satisfecho una gran necesidad en las escuelas en lo referente a ayudar a los jóvenes a aprender normas morales más elevadas, a respetar a sus profesores y a tener conciencia del peligro de las drogas. También han ofrecido el libro La vida... ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación? Lo han presentado como una obra singular, como el único libro que al tratar el tema de la evolución, explica los dos lados de la cuestión. Tanto profesores como autoridades escolares han permitido que el matrimonio Woodburn entre directamente en las clases y presente las publicaciones a los estudiantes. Hasta encontraron buena acogida en escuelas religiosas dirigidas por sacerdotes y monjas. Un sacerdote reunió a todos los estudiantes en el auditorio de la escuela y dijo: “Este es
precisamente el libro que necesitan, y yo les animaría a todos ustedes a que obtuviesen un ejemplar”. De las más de sesenta y cinco escuelas que visitaron, ¡ni siquiera una les negó el permiso para que ofreciesen esta vital información a los estudiantes! A veces colocaban más de mil libros en un mes.Perspectivas para el futuro
Cuando uno camina hoy por las calles de Quito, Cuenca, Riobamba y San Antonio, le resulta difícil imaginarse que hace poco en esos lugares se libraron enérgicas batallas en favor de la libertad para predicar las buenas nuevas. Las chusmas alborotadoras han sido reemplazadas por personas pacíficas que escuchan con profundo respeto el mensaje de la Biblia. Actualmente, por todas partes pueden encontrarse monumentos dedicados a la victoria que Jehová nos ha concedido: Salones del Reino donde se reúnen 188 congregaciones para alimentarse de la Palabra de Dios.
Este año se ha experimentado otro aumento en la cantidad de publicadores: hemos llegado al máximo de 13.352. El número de estudios bíblicos es casi dos veces mayor que el de publicadores, y para la Conmemoración de la muerte de Cristo, hubo una asistencia de 66.519, todo lo cual indica que todavía hay mucho trabajo que hacer para ayudar a más personas a que también abracen la verdad.
¡Qué alentador fue que durante el fragor de la persecución hubiese ecuatorianos de buen corazón que salieran en defensa de los hermanos para darles “un vaso de agua fría”! Como dijo Jesús, esas personas de ninguna manera perderán su galardón. (Mat. 10:42.) Miles de personas que viven a lo largo de la línea del ecuador, desde las llanuras tropicales pobladas de bosques hasta las cumbres de las montañas coronadas de nieve, ya han recibido su galardón en la forma de las refrescantes aguas de la verdad. Es nuestro sincero deseo que miles de personas más se beneficien antes de que este sistema llegue a su fin.
[Recuadro y mapa de la página 201]
Datos de Ecuador:
Capital: Quito
Idioma oficial: español
Religión mayoritaria: catolicismo romano
Población: 10.054.000
Publicadores: 13.352
Precursores: 1.978
Congregaciones: 188
Asistencia a la Conmemoración: 66.519
Oficina sucursal: Guayaquil
[Mapa]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
OCÉANO PACÍFICO
COLOMBIA
ECUADOR
Ibarra
Atuntaqui
San Antonio
LÍNEA ECUATORIAL
Quito
Manta
Ambato
Riobamba
Babahoyo
Guayaquil
Milagro
La Libertad
Andes
Cuenca
Machala
PERÚ
[Ilustración a toda plana de la página 199]
[Ilustración de la página 202]
Thomas y Mary Klingensmith (a la izquierda), junto con Willmetta y Walter Pemberton, fueron los primeros misioneros de la Escuela de Galaad asignados a Ecuador (año 1946)
[Ilustración de la página 207]
Pedro Tules, el primer ecuatoriano que recibió instrucción en la Escuela de Galaad
[Ilustración de la página 209]
N. H. Knorr (a la izquierda), tercer presidente de la Sociedad Watch Tower, y de pie junto a él M. G. Henschel, también de la central mundial, cuando visitaron Ecuador en marzo de 1949. Albert Hoffman (a la derecha) fue el primer superintendente de sucursal de Ecuador. Posteriormente sobrevivió a un disparo
[Ilustración de la página 210]
César Santos dejó la adoración de ídolos para hacerse Testigo
[Ilustración de la página 215]
Carl Dochow, misionero instruido en Galaad, se topó con la resistencia de los habitantes de la ciudad de Cuenca
[Ilustración de la página 218]
Carlos Salazar, el segundo ecuatoriano que asistió a la Escuela de Galaad
[Ilustración de la página 220]
Unn Raunholm fue enviada a Ecuador como misionera en 1958
[Ilustración de la página 223]
Ray y Alice Knoch, misioneros asignados a las aldeas de la costa del Pacífico
[Ilustración de la página 227]
Maruja Granizo (a la izquierda), con sus nietos y su nuera
[Ilustración de la página 230]
John Furgala (a la izquierda), en la puerta de su tienda
[Ilustración de la página 233]
Rafael Coello, en su día juez del Tribunal de Apelaciones, testifica a sus anteriores compañeros en el Palacio de Justicia de Guayaquil
[Ilustración de la página 238]
Bob y Joan Isensee, en su día misioneros, junto a sus hijos. Se encararon a la cuestión de las transfusiones de sangre
[Ilustraciones de la página 241]
Mario Polo, después de ganar una carrera ciclista nacional. Mario y su esposa, Norma, ahora se esfuerzan por defender la verdad de la Biblia
[Ilustraciones de la página 245]
El nuevo hogar Betel de Ecuador con su recepción
[Ilustración de la página 246]
El nuevo Salón de Asambleas al aire libre y, al fondo, la nueva sucursal