Ir al contenido

Ir al índice

El mensaje que debemos proclamar

El mensaje que debemos proclamar

Jehová ha puesto sobre nuestros hombros un deber y un gran honor al decirnos: “Ustedes son mis testigos [...], y yo soy Dios” (Isa. 43:12). Así pues, no somos meros creyentes, sino testigos que predican las trascendentales verdades de su Palabra divinamente inspirada. ¿Qué mensaje nos manda transmitir? Información que se centra en Jehová Dios, Jesucristo y el Reino mesiánico.

“TEME AL DIOS VERDADERO Y GUARDA SUS MANDAMIENTOS”

SIGLOS antes de la era cristiana, Jehová mencionó al fiel Abrahán el medio que utilizaría para que se bendijeran “todas las naciones de la tierra” (Gén. 22:18). También inspiró a Salomón a poner por escrito una obligación fundamental del ser humano: “Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque este es todo el deber del hombre” (Ecl. 12:13). Pero ¿cómo llegaría a saber de estas cosas la gente del mundo entero?

Aunque siempre ha habido quienes han creído en los dichos de Dios, la Biblia indica que la predicación intensa de las buenas nuevas en todas las naciones se efectuaría durante “el día del Señor”, que empezó en 1914 (Rev. 1:10). Con referencia a este período, Revelación 14:6, 7 predijo que bajo la dirección de los ángeles se llevaría a cabo una importantísima proclamación “a toda nación y tribu y lengua y pueblo”. Se les dirigiría la siguiente exhortación: “Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora del juicio por él, de modo que adoren al que hizo el cielo y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas”. La voluntad divina es que dicho mensaje se difunda, y nosotros tenemos el privilegio de colaborar en esta obra.

“El Dios verdadero.” La declaración de Jehová “ustedes son mis testigos” se enmarca en el contexto de un debate sobre la cuestión de la divinidad (Isa. 43:10). Por lo tanto, el mensaje que debemos divulgar no enseña que basta con pertenecer a una religión y creer en algún dios. Más bien, hemos de brindar a nuestros oyentes la oportunidad de aprender que el Creador del cielo y la Tierra es el único Dios verdadero (Isa. 45:5, 18, 21, 22; Juan 17:3). Solo él puede predecir el futuro con certeza, y tenemos el privilegio de mostrarles que el cumplimiento de la palabra de Jehová en tiempos pasados nos da sólidas razones para confiar en que todas sus promesas para el futuro también se harán realidad (Jos. 23:14; Isa. 55:10, 11).

Ahora bien, muchos amos de casa dan culto a otros dioses o dicen no adorar a ninguno. Para interesarlos, tal vez deba comenzar mencionando asuntos de mutuo interés. A este respecto, resulta muy útil el ejemplo que refiere Hechos 17:22-31, en el que el apóstol Pablo, aunque demostró tacto, señaló claramente que el ser humano rendirá cuentas al Creador del cielo y la Tierra.

Dé a conocer el nombre de Dios. Tenemos que presentar al Dios verdadero por su ilustre nombre, Jehová, un nombre que él ama (Éxo. 3:15; Isa. 42:8). De hecho, él se encargó de que este apareciera en la Biblia más de siete mil veces, pues desea que las personas lo conozcan. Nuestra obligación es enseñárselo (Deu. 4:35).

El futuro de todos los seres humanos depende de que conozcan a Jehová y lo invoquen con fe (Joel 2:32; Mal. 3:16; 2 Tes. 1:8). Sin embargo, la mayoría carece de tal conocimiento, incluidos muchos que dicen adorar al Dios de las Santas Escrituras. Aunque posean una Biblia y la lean, tal vez ignoren cuál es Su nombre personal, pues este se ha suprimido en numerosas versiones modernas. Lo único que saben algunos feligreses tocante al nombre Jehová es que sus guías religiosos les han dicho que no lo utilicen.

¿Cuál es la forma más eficaz de enseñar el nombre divino? Mostrándolo en una Biblia, preferiblemente la del oyente. En algunas versiones aparece miles de veces, pero en otras, solo en pasajes como Salmo 83:18 o Éxodo 6:3-6, o en notas a pie de página en Éxodo 3:14, 15 ó 6:3. Cada vez que se usa en el texto original, muchas Biblias lo sustituyen con términos tales como “Señor” y “Dios” escritos en letra especial. En los casos en que los traductores modernos lo han omitido por completo, tal vez le convenga remitirse a una versión más antigua para desenmascarar tal supresión. Además, hay países donde es posible mostrar el nombre divino en himnos religiosos o inscripciones de monumentos.

El pasaje de Jeremías 10:10-13, citado de la Traducción del Nuevo Mundo, puede ayudar incluso a quienes adoran a otras deidades, pues no solo menciona el nombre de Dios, sino que explica quién es.

No esconda el nombre Jehová tras los títulos “Dios”, “Señor” u otros semejantes, como hace la cristiandad. Sin embargo, no tiene porqué utilizarlo al principio de cada conversación. Si lo hiciera, el prejuicio llevaría a algunas personas a poner fin al diálogo. Ahora bien, una vez sentadas las bases de la conversación, no se retraiga de usarlo.

Cabe destacar que la Biblia emplea el nombre divino más veces que varias designaciones juntas (como “Señor” y “Dios”). No obstante, en vez de tratar de incluirlo en todas las frases, los escritores bíblicos lo usaron con naturalidad, espontaneidad y respeto: un ejemplo digno de imitar.

La Persona designada por el nombre. El que Dios tenga un nombre personal constituye en sí una verdad profunda. Sin embargo, aprender este hecho no es más que el principio.

Para amar a Jehová e invocarlo con fe, es preciso saber qué clase de Dios es. Cuando él dio a conocer su nombre a Moisés en el monte Sinaí, hizo mucho más que repetir la palabra Jehová. Destacó algunas de Sus principales cualidades (Éxo. 34:6, 7). Así nos dejó un ejemplo que imitar.

Sea que dé testimonio a personas recién interesadas o pronuncie un discurso ante la congregación, cuando hable de las bendiciones del Reino, señale qué nos indican sobre el Dios que las promete. Al mencionar los mandamientos divinos, subraye la sabiduría y el amor que revelan. Deje claro que tales normas no son una carga, pues persiguen nuestro bien (Isa. 48:17, 18; Miq. 6:8). Explique lo que cada una de las manifestaciones del poder de Dios nos enseña sobre su personalidad, normas y propósitos. Destaque el equilibrio que manifiesta Jehová en el ejercicio de sus cualidades. Hable de sus propios sentimientos hacia el Creador, pues su amor por él puede transmitirse al prójimo.

El mensaje urgente que llevamos insta a toda persona a temer a Dios. Por lo tanto, debemos procurar que nuestras expresiones infundan ese sano temor piadoso, es decir, profunda reverencia hacia la persona de Jehová (Sal. 89:7). Tal sentimiento nos hace tener conciencia de que él es el Juez supremo y de que nuestro futuro depende de que contemos con su aprobación (Luc. 12:5; Rom. 14:12). Así pues, este temor está ligado indisolublemente al profundo amor que le profesamos y, por ende, a un intenso deseo de agradarle (Deu. 10:12, 13). El temor piadoso también nos incita a odiar el mal, obedecer los mandamientos divinos y adorarle con corazón completo (Deu. 5:29; 1 Cró. 28:9; Pro. 8:13). Nos protege contra caer en el error de tratar de servir a Dios y al mismo tiempo amar las cosas del mundo (1 Juan 2:15-17).

El nombre de Dios es “una torre fuerte”. Quien llega a conocer de verdad a Jehová disfruta de gran protección. Pero no solo porque emplee Su nombre personal o sepa enumerar algunas cualidades divinas, sino porque confía en Él. Con respecto a tal persona dice Proverbios 18:10: “El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo, y se le da protección”.

Aproveche toda ocasión para instar a sus oyentes a confiar en Jehová (Sal. 37:3; Pro. 3:5, 6). Tal confianza es evidencia de nuestra fe en él y en sus promesas (Heb. 11:6). La Palabra de Dios garantiza que se salvarán quienes invoquen el nombre de Jehová, siempre que lo hagan porque tienen conciencia de que es el Soberano Universal, aman Sus decisiones y creen con firmeza que es la única fuente de salvación (Rom. 10:13, 14). Al enseñar a otras personas, ayúdelas a demostrar esa fe en toda faceta de la vida.

Muchos seres humanos se enfrentan a problemas personales muy difíciles, quizá sin ver la salida. Exhórtelos a aprender la voluntad de Jehová, a confiar en él y poner por obra la instrucción que reciban (Sal. 25:5). Anímelos a implorarle que los ayude y a agradecerle sus bendiciones (Fili. 4:6, 7). Cuando realmente conozcan a Jehová, no solo por haber leído ciertos pasajes bíblicos, sino por haber constatado el cumplimiento de sus promesas en su propia vida, disfrutarán de la seguridad que brinda comprender bien lo que representa Su nombre (Sal. 34:8; Jer. 17:7, 8).

No pasemos por alto ninguna oportunidad de ayudar a las personas a apreciar que es sabio temer a Jehová, el Dios verdadero, y guardar sus mandamientos.

“DAR TESTIMONIO DE JESÚS”

DESPUÉS de resucitar y antes de regresar al cielo, Jesucristo dio las siguientes instrucciones a sus discípulos: “Serán testigos de mí [...] hasta la parte más distante de la tierra” (Hech. 1:8). Así mismo, la Biblia indica que hoy los siervos leales de Dios “tienen la obra de dar testimonio de Jesús” (Rev. 12:17). ¿Con cuánta diligencia participa usted en dicha labor?

Muchas personas sinceras dicen creer en Jesús, pero desconocen que existió antes de ser hombre y que cuando estuvo en la Tierra fue realmente humano. Apenas entienden las implicaciones de que sea el Hijo de Dios, ni el cometido que desempeña en el cumplimiento del propósito divino. Ignoran qué está haciendo en la actualidad y cómo influirá en su vida lo que él haga en el futuro. Tal vez hasta piensen que los testigos de Jehová no creen en Cristo. Es preciso, por tanto, dar a conocer la verdad sobre estos asuntos, y ese es nuestro privilegio.

Por otro lado, hay quienes sostienen que el Jesús descrito en la Biblia ni siquiera existió. Algunos lo consideran meramente un gran hombre y rechazan que sea el Hijo de Dios. “Dar testimonio de Jesús” a tales personas exige grandes dosis de esfuerzo, paciencia y tacto.

Prescindiendo de lo que crean nuestros oyentes, tienen que adquirir conocimiento de Jesucristo para beneficiarse de la dádiva de vida eterna que Dios ofrece (Juan 17:3). Él ha señalado su clara voluntad de que todo el que viva “reconozca abiertamente [...] que Jesucristo es Señor” y acate su autoridad (Fili. 2:9-11). Por lo tanto, no podemos limitarnos a eludir el tema cuando nos encontremos con gente aferrada a puntos de vista erróneos o prejuicios muy tajantes. Es cierto que a veces nos será posible hablar con toda libertad acerca de Jesús incluso en la primera visita, pero en otras ocasiones tendremos que hacer comentarios prudentes para ir dando la debida orientación a sus opiniones sobre Cristo. Quizás debamos plantearnos formas de incluir otros aspectos del tema en sucesivas visitas. Con todo, es posible que no logremos tratar todas las implicaciones hasta que no establezcamos un estudio bíblico con el interesado (1 Tim. 2:3-7).

El cometido trascendental de Jesús en el propósito divino. Hemos de ayudar a las personas a ver que la fe en Jesús es imprescindible para tener una buena relación con Dios, pues Cristo es “el camino” y “nadie viene al Padre sino por [él]” (Juan 14:6). A menos que comprendan el papel fundamental que Jehová ha asignado a su Hijo primogénito, es imposible que entiendan la Biblia. ¿Por qué? Porque Jehová ha hecho de su Hijo la figura clave en la realización de Sus designios (Col. 1:17-20). Las profecías bíblicas giran en torno a esta realidad (Rev. 19:10). Él es el medio para solucionar todos los problemas suscitados por la rebelión de Satanás y el pecado de Adán (Heb. 2:5-9, 14, 15).

Para apreciar en su justa medida las funciones de Cristo, hay que reconocer que los seres humanos se encuentran en una situación lamentable, de la que no pueden librarse por sí solos. Todos nacemos en pecado, hecho que nos afecta de modos muy diversos a lo largo de nuestra vida, y que tarde o temprano desencadena la muerte (Rom. 3:23; 5:12). Ayude a aquellos a quienes dé testimonio a reflexionar en esta realidad, y luego señale que Jehová brinda amorosamente la liberación del pecado y la muerte a cuantos demuestren fe en el sacrificio redentor de Jesucristo (Mar. 10:45; Heb. 2:9). Si así lo hacen, tendrán la perspectiva de vivir por toda la eternidad en perfección (Juan 3:16, 36). No hay otra forma de lograr este objetivo (Hech. 4:12). Pero cuando enseñe, sea en privado o en la congregación, no se conforme con enunciar estas verdades. Con paciencia y bondad, inculque gratitud por el papel de Cristo como Redentor. El agradecimiento por esta dádiva puede tener una gran influencia en las actitudes, acciones y objetivos de las personas (2 Cor. 5:14, 15).

Ahora bien, aunque Jesús entregó su vida en sacrificio una sola vez, actualmente desempeña con celo sus funciones de Sumo Sacerdote (Heb. 9:28). Ayude a sus oyentes a comprender lo que esto entraña. ¿Les abruman las tensiones, los desengaños, los sufrimientos o la desconsideración de quienes los rodean? Durante su vida humana, Jesús experimentó todas estas situaciones, de modo que entiende cómo nos sentimos. Dado que somos imperfectos, ¿vemos la necesidad de implorar la misericordia divina? Si pedimos perdón a Dios en virtud del sacrificio de su Hijo, Jesús obra como “ayudante para con el Padre” y “aboga por nosotros” compasivamente (1 Juan 2:1, 2; Rom. 8:34). Gracias al sacrificio de Jesús y a sus servicios sacerdotales, podemos acercarnos al “trono de la bondad inmerecida” de Jehová para recibir ayuda al tiempo apropiado (Heb. 4:15, 16). Aunque somos imperfectos, la ayuda del sumo sacerdote Jesucristo nos permite servir a Dios con conciencia limpia (Heb. 9:13, 14).

Además, Jesús ostenta gran autoridad, pues Dios lo ha designado Cabeza de la congregación cristiana (Mat. 28:18; Efe. 1:22, 23). En tal capacidad, la dirige según sea necesario y de acuerdo con la voluntad divina. Cuando enseñe, ayude al prójimo a comprender que el Cabeza de la congregación es Jesús, y no ningún ser humano (Mat. 23:10). Desde la primera conversación con una persona interesada, invítela a las reuniones, donde estudiamos la Biblia valiéndonos de la información provista mediante “el esclavo fiel y discreto”. Explíquele quién es este “esclavo” y también quién es el amo, para que tenga conciencia de la jefatura de Cristo (Mat. 24:45-47). Preséntele a los ancianos y menciónele los requisitos bíblicos que deben satisfacer (1 Tim. 3:1-7; Tito 1:5-9). Señale que la congregación no pertenece a tales hermanos, sino que ellos tan solo nos ayudan a seguir los pasos de Jesús (Hech. 20:28; Efe. 4:16; 1 Ped. 5:2, 3). Hágale ver que hay una hermandad mundial que funciona organizadamente bajo la dirección de Cristo.

Los Evangelios nos enseñan que al entrar Jesús en Jerusalén, poco antes de su muerte, sus discípulos lo aclamaron como “El que viene como Rey en el nombre de Jehová” (Luc. 19:38). Cuando los estudiantes profundizan en la Biblia, aprenden que Jesús ha recibido autoridad regia sobre personas de todas las naciones (Dan. 7:13, 14). Tanto en sus intervenciones en la congregación como al dirigir estudios bíblicos, ayude a entender y valorar lo que debe significar para nosotros el dominio de Jesús.

Para ello, destaque que nuestro modo de vivir demuestra si de verdad creemos que Jesucristo es Rey y si nos sometemos de buen grado a su autoridad. Céntrese en la obra que Jesús, después de recibir la unción real, comisionó a sus discípulos (Mat. 24:14; 28:18-20). Hable de lo que él, el Maravilloso Consejero, enseñó acerca de las prioridades en la vida (Isa. 9:6, 7; Mat. 6:19-34). Dirija la atención al espíritu que manifestarían los seguidores del Príncipe de Paz, según él mismo indicó (Mat. 20:25-27; Juan 13:35). Tenga cuidado de no erigirse en juez y dictaminar si los demás hacen todo lo que debieran; más bien, anímelos a analizar si sus acciones reflejan sumisión a la realeza de Cristo. Al destacar todo lo anterior, reconozca que usted también tiene que obrar igual.

Ponga a Cristo como fundamento. La Biblia asemeja la formación de discípulos a la construcción de un edificio que tiene a Jesús por fundamento (1 Cor. 3:10-15). Por tanto, hemos de ayudarles a conocerlo tal y como lo describen las Escrituras. Evite que se consideren seguidores suyos y dirija la atención a Cristo (1 Cor. 3:4-7).

Si el fundamento está bien colocado, los estudiantes comprenderán que Cristo dejó un modelo para que “sigan sus pasos con sumo cuidado y atención” (1 Ped. 2:21). A fin de continuar la edificación, anímelos a leer los Evangelios viéndolos no solo como relatos verídicos, sino como una guía para la vida. Ayúdelos a tener muy presentes las actitudes y cualidades que caracterizaron a Jesús, así como a analizar lo que sentía hacia su Padre, su modo de afrontar las pruebas y tentaciones, su sumisión a Dios y su manera de tratar a las personas en diversas circunstancias. Destaquemos la actividad que llenó la vida de Cristo. De este modo, cuando los estudiantes se enfrenten a decisiones y pruebas, se preguntarán: “¿Cómo habría actuado él en esta situación? ¿Demostraré que agradezco lo que ha hecho por mí?”.

Al dirigirse a la congregación, no debe razonar que, como sus hermanos ya tienen fe en Cristo, no es preciso centrar la atención en él. Las palabras que pronuncie serán más significativas si logran fortalecerles la fe. Cuando hable de las reuniones, relaciónelas con el papel de Cabeza de la congregación que desempeña Jesús. Si diserta sobre la evangelización, destaque el espíritu con que Cristo la llevó a cabo, y preséntela a la luz de lo que él está haciendo ahora, en su puesto de Rey, para reunir a las personas que entrarán vivas en el nuevo mundo.

Como es obvio, no basta con aprender algunos hechos básicos acerca de Jesús. Para ser un verdadero cristiano, hay que ejercer fe en él y amarlo de corazón. Dicho amor se traduce en obediencia leal (Juan 14:15, 21). Además, motiva a las personas a mantenerse firmes en la fe a pesar de las adversidades, a seguir los pasos de Cristo toda la vida y a demostrar la madurez cristiana propia de quienes están firmemente “arraigados y establecidos sobre el fundamento” (Efe. 3:17). Tal derrotero glorifica a Jehová, el Dios y Padre de Jesucristo.

“ESTAS BUENAS NUEVAS DEL REINO”

ENTRE los varios aspectos que mencionó Jesús en la profecía de la señal de su presencia y de la conclusión del sistema de cosas, figura el siguiente: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14).

En concreto, ¿a qué se refiere este mensaje que debe recibir tanta publicidad? Al gobierno que Jesús nos enseñó a pedir a Dios con las palabras: “Venga tu reino” (Mat. 6:10). En Revelación 11:15 se le denomina “el reino de nuestro Señor [Jehová] y de su Cristo”, dado que la autoridad para reinar proviene de Jehová, quien se la otorga a Cristo. Observe que el mensaje que hoy proclamamos, en cumplimiento de las palabras de Jesús, supera en contenido al que predicaron sus discípulos del siglo primero, los cuales anunciaron: “El reino de Dios se ha acercado a ustedes” (Luc. 10:9). En efecto, Jesús, a quien se había ungido por Rey, se hallaba entre ellos. Pero como indica Mateo 24:14, él previó el anuncio mundial de otro paso adelante en el cumplimiento del propósito divino.

El profeta Daniel tuvo una visión de este avance: contempló a “alguien como un hijo del hombre” (a Jesucristo) recibiendo del “Anciano de Días” (Jehová Dios) “gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él” (Dan. 7:13, 14). Tras este suceso de trascendencia universal, que tuvo lugar en el cielo en el año 1914, se arrojó a la Tierra al Diablo y sus demonios (Rev. 12:7-10). El viejo sistema de cosas entró en sus últimos días. Sin embargo, antes de que se elimine por completo, se está proclamando por todo el mundo que el Rey Mesiánico de Jehová ya gobierna desde su trono celestial. Reciben el aviso personas de todo lugar, y su reacción revela la actitud con que acogen que el Altísimo sea Gobernante en “el reino de la humanidad” (Dan. 4:32).

Ciertamente, aún ocurrirán más cosas, muchas más. Seguimos rogando “venga tu reino”, pero no porque pensemos que la instauración del Reino celestial de Dios todavía quede en el futuro, sino con la idea de que actuará de modo decisivo para cumplir profecías como Daniel 2:44 y Revelación 21:2-4. Transformará la Tierra en un paraíso lleno de personas que amen a Dios y al prójimo. Cuando predicamos “estas buenas nuevas del Reino”, llamamos la atención a dichas perspectivas, pero también señalamos con confianza que Jehová ya ha concedido plena autoridad real a su Hijo. ¿Destaca usted estas buenas nuevas cuando da testimonio del Reino?

Explique el Reino. ¿Cómo puede desempeñar su comisión de anunciar el Reino de Dios? Aunque despierte el interés hablando de temas muy diversos, enseguida debe verse que su mensaje se centra en dicho gobierno.

Un aspecto importante de esta obra es leer o citar pasajes bíblicos que se refieran al Reino. Cuando hable de este, asegúrese de que sus interlocutores entiendan de qué se trata. Es posible que no baste con aclarar que es un gobierno, pues a algunas personas les cuesta concebir que un gobierno sea invisible. En este sentido, es posible seguir diversas líneas de razonamiento. Podría mencionar, por ejemplo, que la gravedad es invisible y sin embargo ejerce una influencia determinante en nuestra vida. Aunque no veamos al Creador de esta fuerza, es obvio que posee gran poder. La Biblia lo llama “Rey de la eternidad” (1 Tim. 1:17). Otra posibilidad es indicar que en un país grande, muchos ciudadanos no han visitado nunca la capital ni tampoco han visto al primer mandatario en persona. Saben de ello a través de los servicios informativos. De igual modo, la Biblia, que se publica en más de dos mil doscientos idiomas, nos habla del Reino de Dios; nos indica quién ha sido investido de autoridad y qué está haciendo dicho gobierno hoy día. La Atalaya, la publicación periódica que se edita en más idiomas que cualquier otra, señala en la portada su misión con el subtítulo “Anunciando el Reino de Jehová”.

Otra forma de ayudar a los oyentes a comprender qué es el Reino consiste en mencionar algunos frutos que desearían que produjesen los gobiernos: seguridad económica, paz, eliminación del delito, trato imparcial a todos los grupos étnicos y buenos servicios médicos y educativos. Muéstreles que tanto estos como los demás deseos legítimos de la humanidad se satisfarán gracias al Reino de Dios (Sal. 145:16).

Procure avivar su deseo de ser súbditos del Reino, cuyo cabeza es Jesucristo. Indique que los milagros que él realizó son un anticipo de lo que hará como Rey celestial. Mencione con frecuencia las atrayentes cualidades que demostró (Mat. 8:2, 3; 11:28-30). Explique que entregó su vida por nosotros y que luego Dios lo resucitó a la vida inmortal en los cielos, la sede de su trono (Hech. 2:29-35).

Debe subrayar que el Reino de Dios ya está gobernando desde el cielo. No obstante, tenga en cuenta que la mayoría de sus oyentes no ven que se den las condiciones que considerarían indicios de la existencia de tal gobierno. Por ello, admita este hecho y pregúnteles si saben lo que Jesucristo dijo al respecto. Destaque algunos rasgos de la señal compuesta consignada en los capítulos 24 de Mateo, 13 de Marcos y 21 de Lucas. Luego pregúnteles por qué daría pie la entronización de Cristo en el cielo a que existieran tales condiciones y entonces acuda a Revelación 12:7-10, 12.

Como muestra palpable de la actuación del Reino de Dios hoy día, lea Mateo 24:14 y describa el programa internacional de educación bíblica que se está llevando a cabo (Isa. 54:13). Mencione las diversas escuelas de las que se benefician los testigos de Jehová, indicando que siempre se basan en las Escrituras y son gratuitas. Señale que, además del ministerio de casa en casa, ofrecemos instrucción bíblica gratuita a domicilio a las personas y familias de más de doscientos treinta países. ¿Hay algún gobierno humano capaz de llevar a cabo un programa educativo tan extenso, no solo entre sus ciudadanos, sino en el mundo entero? Invite a sus oyentes a asistir al Salón del Reino y a las asambleas de los testigos de Jehová para constatar por sí mismos el efecto de tal instrucción en la vida de la gente (Isa. 2:2-4; 32:1, 17; Juan 13:35).

Ahora bien, ¿comprenderá su interlocutor las repercusiones que el Reino puede tener en su vida? Tal vez desee comentarle con tacto que el objetivo de su visita es hablar de la oportunidad que se brinda a todos los seres humanos: escoger la vida como súbditos del Reino de Dios. ¿De qué manera realizan esta elección? Aprendiendo los requisitos divinos y obedeciéndolos ahora (Deu. 30:19, 20; Rev. 22:17).

Ayude al prójimo a poner el Reino en primer lugar. Después de aceptar el mensaje del Reino, todavía hay que tomar decisiones. ¿Qué importancia concederá la persona al Reino de Dios en su vida? Jesús instó a sus discípulos a ‘seguir buscando primero el reino’ (Mat. 6:33). ¿Cómo podría ayudar a sus hermanos cristianos a obedecer esta exhortación? Dándoles un buen ejemplo y comentando las oportunidades que existen para hacerlo. Pregúnteles si han pensado en ciertas posibilidades y cuente experiencias que muestren lo que otros hermanos hacen al respecto. Explique relatos bíblicos de tal modo que fomente el amor por Jehová. Además, destaque la realidad del Reino y la importancia de proclamarlo. Por lo general, los mejores resultados no se obtienen diciendo lo que debe hacerse, sino cultivando el deseo de hacerlo.

No cabe duda de que el trascendental mensaje que todos hemos de proclamar se centra principalmente en Jehová Dios, Jesucristo y el Reino. Las esenciales verdades que comprende se tienen que destacar en la predicación pública, en la congregación y en nuestra propia vida. Así demostraremos que nos estamos beneficiando a plenitud de la Escuela del Ministerio Teocrático.