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La singularidad del ser humano

La singularidad del ser humano

Capítulo 4

La singularidad del ser humano

ANTES de empezar las actividades del día, ¿nos miramos al espejo para ver nuestra apariencia? Como esos no son momentos para la reflexión, pausemos un poco ahora y meditemos sobre la imagen que vemos reflejada y todo lo que esta percepción implica.

Los ojos permiten que nos veamos a todo color, aunque la visión en color no es esencial para la vida. La posición de las orejas nos dota de audición estereofónica: así podemos ubicar la procedencia de los sonidos, como la voz de un ser querido. Aunque es posible que demos todo ello por sentado, un libro para ingenieros acústicos comenta: “Ahora bien, al estudiar el sistema auditivo humano en detalle, es difícil no llegar a la conclusión de que sus intrincadas funciones y estructuras son resultado del diseño de una mano benefactora”.

Asimismo, la nariz está diseñada maravillosamente para respirar el aire que nos mantiene vivos. Posee millones de receptores olfatorios que nos permiten distinguir entre unos diez mil olores diferentes. Cuando tomamos una comida, entra en juego otro sentido. Miles de papilas gustativas nos transmiten los sabores. Otros receptores ubicados en la lengua nos ayudan a saber si los dientes están limpios.

En efecto, tenemos cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Es cierto que algunos animales disponen de una mejor visión nocturna, un olfato más sensible o un oído más agudo, pero el equilibrio de esos sentidos en el ser humano lo hacen superior de muchas maneras.

Veamos primero por qué podemos beneficiarnos de estas funciones. Todas ellas dependen de un órgano de 1,4 kilogramos de peso ubicado en el interior de la cabeza. Los animales también poseen cerebro, pero el cerebro humano es muy superior y nos convierte en seres innegablemente únicos. ¿De qué manera? Y ¿qué relación tiene esta singularidad con nuestro interés por gozar de una vida significativa y duradera?

El admirable cerebro

Por años se ha comparado el cerebro humano a una computadora, pero descubrimientos recientes demuestran que este símil no hace justicia a la realidad. “¿Cómo se empieza a comprender el funcionamiento de un órgano que tiene unos cincuenta mil millones de neuronas con mil billones de sinapsis (conexiones) y con un promedio general de diez mil billones de transmisiones por segundo?”, preguntó el doctor Richard M. Restak. ¿Cuál fue su respuesta? “La computadora más avanzada de redes neuronales [...] tiene una diezmilésima parte de la capacidad mental de una mosca común.” El ordenador, por tanto, está muy por debajo del cerebro humano, tan notablemente superior.

¿Qué computadora hecha por el hombre puede repararse a sí misma, reescribir sus programas o mejorar con el paso de los años? Cuando hay que ajustar un ordenador, el programador debe escribir nuevas instrucciones codificadas e introducirlas en el sistema. El cerebro realiza este trabajo automáticamente, tanto en los primeros años de la vida como en la vejez. No sería exagerado decir que las computadoras más avanzadas son muy primitivas comparadas con el cerebro humano. Los científicos han llamado a este órgano “la estructura más compleja conocida” y “la más enrevesada del universo”. Repasemos algunos descubrimientos que han llevado a muchas personas a concluir que el cerebro humano es el producto de un Creador bondadoso.

Lo que no se usa se pierde

Los inventos útiles como los automóviles y los aviones están básicamente limitados por los mecanismos y sistemas eléctricos fijos que el hombre idea e instala en ellos. En cambio, el cerebro es, cuanto menos, un sistema o mecanismo biológico de gran flexibilidad. Puede cambiar en función de cómo se le use (o se abuse de él). Dos factores principales que influyen en cómo se desarrolla el cerebro a lo largo de la vida son: lo que permitimos que entre en él a través de los sentidos y aquello en lo que concentramos nuestro pensamiento.

Aunque los factores hereditarios tienen una incidencia en el comportamiento del cerebro, la investigación moderna muestra que este no viene determinado por los genes en el momento de la concepción. “Nadie sospechaba que el cerebro fuera tan reformable como ahora la ciencia sabe que lo es”, escribe el premio Pulitzer Ronald Kotulak. Después de entrevistar a más de trescientos investigadores, llegó a la siguiente conclusión: “El cerebro no es un órgano estático; es una masa de conexiones celulares en constante cambio muy influida por la experiencia” (Inside the Brain [El interior del cerebro]).

En cualquier caso, la experiencia no es el único factor que incide en el cerebro. También influye en este órgano el pensamiento. Los científicos han comprobado que el cerebro de la gente que está mentalmente activa tiene hasta un 40% más de conexiones (sinapsis) entre las células nerviosas (neuronas) que los cerebros mentalmente perezosos. Los neurocientíficos han llegado a la siguiente conclusión: “Lo que no se usa se pierde”. Pero ¿qué puede decirse de las personas mayores? Parece que al envejecer se pierden algunas neuronas, y que con la edad avanzada la memoria se debilita. De todos modos, la diferencia es mucho menor de lo que en un tiempo se pensaba. Un informe de National Geographic sobre el cerebro humano dijo: “La gente mayor [...] conserva la capacidad de generar nuevas conexiones y mantener las antiguas mediante la actividad mental”.

Hallazgos recientes sobre la flexibilidad del cerebro concuerdan con el consejo bíblico. Ese libro de sabiduría insta a los lectores a ‘transformarse rehaciendo su mente’ o a ‘hacerse nuevos’ introduciendo en la mente “conocimiento exacto” (Romanos 12:2; Colosenses 3:10). Los testigos de Jehová han observado esta transformación cuando las personas estudian la Biblia y ponen en práctica su consejo. Muchos miles de personas, de todos los antecedentes sociales y niveles de educación, han experimentado esa transformación. Conservan su identidad personal, pero son más felices y equilibradas, y demuestran lo que un escritor del siglo primero llamó “buen juicio” (Hechos 26:24, 25). Mejoras como estas resultan, en buena medida, del uso adecuado que se le da a la corteza cerebral, situada en la parte frontal de la cabeza.

El lóbulo frontal

La mayor parte de las neuronas situadas en la capa exterior del cerebro, la corteza cerebral, no están relacionadas directamente con músculos ni órganos sensoriales. Un ejemplo de ello son los miles de millones de neuronas que componen el lóbulo frontal (véase el dibujo de la página 56). Los escáneres del cerebro demuestran que el lóbulo frontal se activa cuando pensamos en una palabra o evocamos recuerdos. La parte frontal del cerebro tiene mucho que ver con la identidad personal.

“La corteza prefrontal [...] desempeña un papel muy importante en la elaboración del pensamiento, la inteligencia, la motivación y la personalidad. Relaciona las experiencias necesarias para la formación de las ideas abstractas, el juicio, la perseverancia, la planificación, el interés por los demás y la consciencia. [...] La elaboración que tiene lugar en esta zona distingue al ser humano de los demás animales.” (Human Anatomy and Physiology, de Marieb.) Vemos prueba de esta distinción en lo que el ser humano ha conseguido en disciplinas como las matemáticas, la filosofía y el derecho, en las que interviene principalmente la corteza prefrontal.

¿Por qué tiene el ser humano una corteza prefrontal grande y flexible que contribuye a funciones mentales más elevadas, mientras que en el animal esta zona es rudimentaria o inexistente? El contraste es tan grande que los biólogos que sostienen la evolución del hombre hablan de la “misteriosa explosión del tamaño del cerebro”. El profesor de Biología Richard F. Thompson admite con respecto al extraordinario crecimiento de la corteza cerebral humana: “Aún no entendemos con claridad por qué sucedió así”. ¿Podría deberse a que se hubiera creado al hombre con esa capacidad cerebral sin par?

Comunicación inigualable

Otras partes del cerebro contribuyen también a la singularidad del ser humano. Detrás de la corteza prefrontal se encuentra una franja que se extiende de un lado a otro de la cabeza: la corteza motora. Contiene miles de millones de neuronas conectadas con los músculos. También posee características que nos hacen tan diferentes de los simios y otros animales. La corteza motora primaria nos da “1) una capacidad excepcional para usar la mano, los dedos y el pulgar para efectuar tareas manuales de gran destreza, y 2) emplear boca, labios, lengua y músculos faciales para hablar” (Tratado de fisiología médica, de Guyton, séptima edición).

Veamos brevemente cómo la corteza motora controla el habla. Más de la mitad está dedicada a los órganos de la comunicación, lo que ayuda a explicar la aptitud sin par de comunicarse que tiene el ser humano. Aunque las manos desempeñan un papel en la comunicación (en la escritura, en la gesticulación o en el lenguaje de señas), el papel principal lo desempeña normalmente la boca. El habla humana, desde la primera palabra de un niño hasta la voz de un anciano, es sin lugar a dudas una maravilla. Unos cien músculos de la lengua, los labios, la mandíbula, la garganta y el pecho cooperan para producir una variedad interminable de sonidos. Reflexionemos sobre este contraste: una célula cerebral puede controlar 2.000 fibras del músculo de la pantorrilla de un atleta, pero las células cerebrales que controlan la laringe se concentran solo en dos o tres fibras musculares. ¿No indica este hecho que el cerebro está especialmente preparado para la comunicación?

Toda frase corta que pronunciamos requiere un patrón específico de movimientos musculares. El significado de una sola expresión puede cambiar según el grado de movimiento y precisa coordinación de decenas de músculos. “A un ritmo normal —explica el doctor William H. Perkins— pronunciamos unos catorce sonidos por segundo. Esto representa el doble de la velocidad a la que podemos controlar la lengua, los labios, la mandíbula o cualquier otra parte del mecanismo del habla cuando los movemos por separado. Pero al combinarlos todos para producir el habla funcionan como dedos de expertos mecanógrafos o concertistas de piano. Sus movimientos se traslapan en una sinfonía de exquisita coordinación.”

La información que se necesita para formular la simple pregunta “¿Cómo está hoy?” se almacena en la parte del lóbulo frontal del cerebro llamada área de Broca, que algunos piensan que es el centro del habla. Sir John Eccles, neurocientífico ganador del premio Nobel, escribió: “No se ha encontrado en los simios ninguna parte que corresponda [...] al área de Broca del habla”. Aun si se encuentran zonas similares en los animales, el hecho es que los científicos no pueden lograr que los simios produzcan más que unos pocos sonidos simples. El ser humano, en cambio, puede producir un lenguaje complejo. Para ello, unimos las palabras según las normas gramaticales de nuestro idioma. El área de Broca nos ayuda a hacerlo, tanto al hablar como al escribir.

Por supuesto, no podemos ejercitar el milagro del habla si no sabemos al menos un idioma y entendemos lo que significan sus palabras, lo cual depende de otra parte especial del cerebro, conocida como área de Wernicke. En ella miles de millones de neuronas interpretan el significado de las palabras habladas o escritas. El área de Wernicke nos ayuda a comprender lo que oímos o leemos: de este modo podemos conseguir información y responder con sensatez.

Hay más implicado en el habla fluida. A modo de ilustración, un sencillo “hola” puede comunicar una gran cantidad de significados. El tono de la voz refleja si estamos alegres, emocionados, aburridos, apurados, disgustados, tristes o atemorizados, e incluso puede revelar diferentes grados de tales estados emocionales. Otra zona del cerebro alimenta la vertiente emocional del habla. De modo que en la comunicación entran en juego varias partes del cerebro.

Se ha enseñado a los chimpancés un lenguaje de señas limitado, pero su uso se circunscribe esencialmente a simples reclamos de alimento u otras necesidades básicas. Después de enseñar a los chimpancés una comunicación sencilla no verbal, el doctor David Premack concluyó: “El lenguaje humano es un escollo para la teoría evolutiva porque es mucho más complejo de lo que puede explicarse”.

Podemos reflexionar en lo siguiente: “¿Por qué tiene el ser humano esta maravillosa capacidad de comunicar ideas y sentimientos, de preguntar y responder?”. La obra The Encyclopedia of Language and Linguistics dice que “el lenguaje [humano] es especial”, y admite que “la búsqueda de formas precursoras en la comunicación animal no ayuda mucho a salvar la enorme brecha que separa el lenguaje y el habla de las conductas no humanas”. El profesor Ludwig Koehler resumió la diferencia del siguiente modo: “El habla humana es un secreto; es un don divino, un milagro”.

¡Qué diferencia hay entre las señas de un simio y la compleja capacidad lingüística de un niño! Sir John Eccles se refirió a lo que la mayoría de nosotros hemos observado, una capacidad “que demuestran incluso niños de tres años con su avalancha de preguntas en su deseo de entender el mundo”. Y añadió: “Por el contrario, los simios no formulan preguntas”. Únicamente el ser humano se plantea preguntas, entre ellas, preguntas sobre el sentido de la vida.

Mucho más que memoria

Cuando nos miramos al espejo, podemos pensar en el aspecto que teníamos cuando éramos más jóvenes, e incluso comparar nuestra apariencia con la que quizá tengamos dentro de unos años, o después de aplicarnos algunos cosméticos. Es posible que estos pensamientos surjan casi inconscientemente. En cualquier caso, está ocurriendo algo muy especial, algo que ningún animal puede experimentar.

A diferencia de los animales, que actúan principalmente sobre la base de sus necesidades presentes, el ser humano puede contemplar el pasado y planear el futuro. Un factor clave para ello es la capacidad casi ilimitada de memoria que tiene el cerebro humano. Es verdad que los animales tienen cierto grado de memoria, de modo que les es posible regresar a su hogar o recordar dónde encontrar alimento. Sin embargo, la memoria humana es muy superior. Un científico calculó que el cerebro puede almacenar información que “llenaría unos veinte millones de volúmenes, como en las mayores bibliotecas del mundo”. Algunos neurocientíficos han calculado que en toda una vida se utiliza solo una diezmilésima parte (0,0001) del potencial del cerebro. Bien podemos preguntarnos: “¿Por qué tenemos un cerebro con tanta capacidad si solo utilizamos una pequeña fracción de ella durante toda la vida?”.

Tampoco el cerebro es tan solo un lugar donde almacenar gran cantidad de información, como una supercomputadora. Los profesores de Biología Robert Ornstein y Richard F. Thompson escribieron: “La capacidad de aprendizaje de la mente humana —de almacenar y recordar información— es el fenómeno más notable del universo biológico. Todo lo que nos hace humanos —el lenguaje, el pensamiento, el conocimiento y la cultura— es el resultado de esta extraordinaria facultad”.

Además, tenemos una mente consciente. Esta afirmación puede parecer elemental, pero sintetiza algo que nos hace incuestionablemente singulares. La mente comprende las funciones de discriminación perceptiva, adquisición de recuerdos, razonamientos, resolución de problemas, así como la conciencia del yo. Tal como los arroyos, riachuelos y ríos desembocan en el mar, así los recuerdos, pensamientos, imágenes, sonidos y sentimientos fluyen de continuo hacia la mente o a través de ella. La consciencia, dice una definición, es “la percepción de lo que pasa en la propia mente de un hombre”.

Los investigadores modernos han adelantado mucho en la comprensión de la composición física del cerebro y algunos de los procesos electroquímicos que en él tienen lugar. También pueden explicar los circuitos y el funcionamiento de una computadora avanzada. Sin embargo, hay una gran diferencia entre el cerebro y la computadora. El cerebro nos permite tener conciencia de nuestro ser, mientras que el ordenador no es consciente de sí mismo. ¿Por qué la diferencia?

El hecho es que todavía es un misterio la manera en que los procesos físicos del cerebro dan lugar a la consciencia. “No veo cómo la ciencia pueda explicarlo”, dijo un neurobiólogo. También, el profesor James Trefil comentó: “Qué significa exactamente el hecho de que el hombre sea consciente [...] es la única cuestión principal de las ciencias que ni siquiera sabemos cómo plantear”. Una razón es que los científicos usan el cerebro para intentar entender el mismo cerebro. Y puede que no sea suficiente estudiar solo la fisiología cerebral. La consciencia es “uno de los misterios más profundos de la existencia —observó el doctor David Chalmers—. Pero el mero conocimiento del cerebro quizá no les lleve [a los científicos] hasta el fondo del problema”.

No obstante, todos nosotros somos conscientes, lo que en parte quiere decir que los recuerdos vívidos de sucesos del pasado no están sencillamente almacenados, como los bits informáticos. Podemos reflexionar sobre nuestras experiencias, aprender lecciones de ellas y utilizarlas para encauzar el futuro. Podemos sopesar varias alternativas y evaluar los posibles efectos de cada una de ellas. Tenemos la capacidad de analizar, crear, apreciar y amar. Podemos disfrutar de conversaciones agradables acerca del pasado, el presente y el futuro. Tenemos valores éticos de conducta y los usamos al tomar decisiones que producen o no beneficios inmediatos. Nos atrae la belleza del arte y la moralidad. Podemos conformar y refinar las ideas en la mente y prever cómo reaccionará la gente si las llevamos a cabo.

Tales factores producen un estado de consciencia que separa al ser humano de todas las demás formas de vida que hay en la Tierra. Cuando un perro, un gato o un pájaro se miran al espejo, responden como si estuvieran viendo a un semejante. Pero cuando nosotros nos miramos al espejo, somos conscientes de nosotros mismos, de nuestra identidad personal con las facultades antes mencionadas. Podemos reflexionar sobre dilemas, como: “¿Por qué viven algunas tortugas ciento cincuenta años y algunos árboles más de mil años, pero nos sorprendemos cuando el hombre inteligente alcanza los cien años?”. El doctor Richard Restak responde: “El cerebro humano, y solo el cerebro humano, supervisa su propio funcionamiento, y así consigue un grado de trascendencia. De hecho, la capacidad de reescribir nuestro propio guión y redefinirnos en el mundo es lo que nos distingue de todas las demás criaturas”.

La consciencia humana desconcierta a algunos estudiosos. El libro Life Ascending defiende una explicación meramente biológica, pero admite: “Cuando preguntamos cómo un proceso [la evolución] que parece un juego de azar, con temibles penas para los perdedores, pudo haber generado cualidades como el amor a la belleza y la verdad, la compasión, la libertad y, sobre todo, la magnanimidad del espíritu humano, quedamos perplejos. Cuanto más reflexionamos sobre nuestros recursos espirituales, más se profundiza nuestro asombro”. No cabe duda. Podemos completar ahora el análisis de la singularidad del ser humano repasando algunos hechos de la consciencia que ilustran por qué muchas personas están convencidas de que debe haber un Creador inteligente que se interesa por nosotros.

Arte y belleza

“¿Por qué apasiona tanto el arte a la gente?”, preguntó el profesor Michael Leyton en el libro Symmetry, Causality, Mind (Simetría, causalidad, mente). En su obra explica que puede decirse que ciertas actividades mentales, como los cálculos matemáticos, confieren beneficios claros al hombre, pero ¿y el arte? En apoyo de su argumento, Leyton hace mención de las grandes distancias que la gente está dispuesta a recorrer para asistir a exposiciones de arte y a conciertos. ¿Qué sentido interno la impulsa? De igual modo, la gente de todas partes del mundo cuelga cuadros o fotografías para decorar la casa o la oficina. O piense en la música. A la mayoría de la gente le gusta escuchar algún estilo de música en casa o en el automóvil. ¿Por qué? Está claro que no es porque la música haya contribuido en algún tiempo pasado a la supervivencia del más apto. Leyton dice: “El arte posiblemente sea el fenómeno más inexplicable de la especie humana”.

En cualquier caso, todos sabemos que disfrutar del arte y de la belleza es parte de lo que nos hace sentir “humanos”. Un animal puede sentarse en una colina y mirar una puesta de sol, pero ¿le atrae tal belleza? A nosotros sí nos cautiva la belleza del trémulo reflejo de los rayos del Sol en un arroyo cristalino, de la asombrosa diversidad de la selva tropical, de una playa ribeteada de palmeras o de un aterciopelado firmamento tachonado de estrellas, hasta el grado de sentirnos sobrecogidos. La belleza nos conmueve el corazón y nos eleva el espíritu. ¿Por qué?

¿Por qué tenemos un deseo innato de cosas que, en realidad, contribuyen poco materialmente a nuestra supervivencia? ¿De dónde proceden nuestros valores estéticos? Si no se tiene en cuenta a un Hacedor que haya implantado estos valores en el hombre al crearlo, estas preguntas carecen de respuestas satisfactorias. Esto también es cierto con relación a la belleza de los valores morales.

Valores morales

Muchas personas reconocen que el máximo exponente de la belleza son las buenas acciones. Por ejemplo, la lealtad a los principios ante la persecución, la ayuda altruista que alivia el sufrimiento ajeno o el perdón cuando se nos perjudica, son acciones que satisfacen el sentido moral de la gente reflexiva de todo el mundo. Esta es la clase de belleza mencionada en el proverbio bíblico: “La perspicacia del hombre ciertamente retarda su cólera, y es hermosura de su parte pasar por alto la transgresión”. Y otro proverbio dice: “La cosa deseable en el hombre terrestre es su bondad amorosa” (Proverbios 19:11, 22).

Sabemos que algunas personas, y también organizaciones, pasan por alto los principios morales e incluso los desacreditan, pero la mayoría no actúa así. ¿De qué fuente proceden los valores morales que han existido prácticamente en todo lugar y en todo tiempo? Si no hay una Fuente de moralidad, un Creador, ¿nació de la misma gente, de la sociedad humana, el sentido del bien y del mal? Por ejemplo: la mayoría de las personas y organizaciones consideran malo el asesinato. Pero podríamos preguntarnos: “¿malo en comparación con qué?”. Obviamente, en la sociedad humana en general subyace un sentido moral, que ha inspirado las leyes de muchos países. ¿Cuál es la fuente de este nivel de moralidad? ¿No puede ser un Creador inteligente con valores morales quien dotó al ser humano con la facultad de la conciencia o con sentido ético? (Compárese con Romanos 2:14, 15.)

Podemos pensar en el futuro y planearlo

Otra faceta de la consciencia humana es la capacidad de pensar en el futuro. Cuando se preguntó al profesor Richard Dawkins si el ser humano tiene características que lo distinguen de los animales, reconoció que el hombre posee cualidades únicas. Destacó “la capacidad de planear con previsión consciente e imaginación”, y añadió: “Los beneficios a corto plazo siempre han sido lo único que ha contado para la evolución; la recompensa a largo plazo no ha contado nunca. Nunca ha sido posible que algo evolucionara si iba en detrimento del bien a corto plazo del individuo. Por primera vez es posible que al menos alguien diga: ‘Olvídate del hecho de que puedas conseguir un beneficio a corto plazo talando este bosque; piensa en las consecuencias a largo plazo’. Creo que esto es auténticamente nuevo y singular”.

Otros investigadores también reconocen que nuestra facultad de planear conscientemente a largo plazo no tiene paralelo. El neurofisiólogo William H. Calvin observa: “Aparte de la preparación para la estación invernal y la cópula, de carácter hormonal, los animales dan muy escasas muestras de planificar con más de unos pocos minutos de antelación”. Los animales almacenan alimento para el invierno, pero ellos no planean ni piensan las cosas. En cambio, el ser humano piensa en el futuro, aun en el futuro distante. Algunos científicos contemplan lo que puede sucederle al universo de aquí a miles de millones de años. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué el hombre, a diferencia de los animales, puede pensar en el futuro y planearlo?

La Biblia dice del ser humano: “Aun el tiempo indefinido ha puesto [el Creador] en el corazón de ellos”. La versión de Agustín Magaña traduce así este texto: “Puso también la eternidad en la mente del hombre” (Eclesiastés 3:11). Nos valemos de esta distintiva aptitud todos los días, aun en el simple acto de mirarnos al espejo e imaginarnos qué aspecto tendremos dentro de diez o veinte años. Y confirmamos lo que dice Eclesiastés 3:11 cuando pensamos, aunque solo sea por un momento, en conceptos como la infinitud del tiempo y del espacio. El mero hecho de tener esta capacidad armoniza con la aseveración de que un Creador ha puesto “la eternidad en la mente del hombre”.

Atraídos hacia un Creador

Sin embargo, a muchas personas no les llena la belleza, el altruismo y la visión de futuro. “Paradójicamente —dice el profesor de Filosofía C. Stephen Evans—, aun en los momentos más felices y preciados de amor, sentimos que falta algo. Queremos algo más, y no sabemos qué es eso más que queremos.” En efecto, los seres humanos conscientes, a diferencia de los animales con quienes compartimos este planeta, sentimos otra necesidad.

“La religión está profundamente arraigada en la naturaleza humana y se experimenta en todo nivel económico y educativo.” Esta idea sintetiza la investigación que expone el profesor Alister Hardy en The Spiritual Nature of Man (La naturaleza espiritual del hombre). Confirma lo que han demostrado muchos otros estudios: el hombre es religioso por naturaleza. Aunque hay individuos ateos, no existen naciones completas que sean ateas. El libro Is God the Only Reality? (¿Es Dios la única realidad?) observa: “La búsqueda religiosa de significado [...] es la experiencia común de todas las culturas y todas las edades desde la aparición del hombre”.

¿De dónde procede esta conciencia de Dios aparentemente innata? Si el hombre fuera una agrupación accidental de ácidos nucleicos y moléculas de proteínas, ¿por qué deberían tales moléculas cultivar amor al arte y a la belleza, hacerse religiosas y concebir la eternidad?

Sir John Eccles concluyó que una interpretación evolutiva de la existencia del hombre “falla en un aspecto de máxima importancia. No puede explicar la existencia de cada uno de nosotros como seres únicos y conscientes de sí mismos”. Cuanto más aprendemos sobre el funcionamiento de nuestro cerebro y de nuestra mente, más fácil es ver por qué millones de personas han llegado a la conclusión de que el hombre consciente es prueba de la existencia de un Creador que se interesa por nosotros.

En el siguiente capítulo analizaremos por qué personas de toda extracción social han visto que esta razonable conclusión permite responder de manera satisfactoria a las preguntas elementales “¿Por qué estamos aquí y adónde vamos?”.

[Recuadro de la página 51]

Campeón de ajedrez contra computadora

Cuando la supercomputadora Deep Blue derrotó al campeón mundial de ajedrez, se planteó la pregunta: “¿No nos obliga esto a admitir que Deep Blue es inteligente?”.

El profesor David Gelernter, de la Universidad de Yale, contestó: “No. Deep Blue es solo una máquina. No es más inteligente que un florero. [...] La conclusión principal es esta: el ser humano es un gran inventor de máquinas”.

El profesor Gelernter destacó la diferencia principal: “El cerebro es una máquina capaz de crear un ‘Yo’. El cerebro puede imaginar, y las computadoras no”.

Y concluyó: “La brecha entre el ser humano y [la computadora] es permanente, nunca se salvará. Las máquinas seguirán haciendo la vida más fácil, más saludable, más gratificante y más interesante. Pero los seres humanos seguirán preocupándose, en última instancia, por las mismas cosas de siempre: por ellos mismos, por los demás y, en el caso de muchos, por Dios. En lo que a esto respecta, las máquinas nunca han conseguido nada. Y nunca lo conseguirán”.

[Recuadro de la página 53]

Se compara a una supercomputadora con un caracol

“Las computadoras actuales ni siquiera se acercan a la facultad que tiene un niño de cuatro años de ver, hablar, moverse o actuar por sentido común. Es una simple cuestión de capacidad. Se ha calculado que la capacidad de procesar información de la supercomputadora más potente es equivalente a la del sistema nervioso de un caracol, una ínfima parte de la que tiene la supercomputadora que llevamos en el interior de la cavidad craneal.”—Steven Pinker, director del Centro de Neurociencia Cognitiva del Instituto Massachusetts de Tecnología.

[Recuadro de la página 54]

“El cerebro humano está compuesto casi exclusivamente por la corteza cerebral. El cerebro de un chimpancé, por ejemplo, también tiene corteza, pero en una proporción muy inferior. La corteza nos permite pensar, recordar, imaginar. Somos seres humanos, esencialmente en virtud de nuestra corteza cerebral.”—Edoardo Boncinelli, director de investigación en Biología Molecular de Milán (Italia).

[Recuadro de la página 55]

De la física de partículas al cerebro

El profesor Paul Davies reflexionó sobre la capacidad que tiene el cerebro de concebir el mundo abstracto de las matemáticas. “Las matemáticas no son algo que uno se encuentre tirado en el patio trasero. Son producto de la mente humana. Y si preguntamos dónde se utiliza más esta ciencia, hay que responder que en campos como la física de partículas y la astrofísica, campos de la ciencia fundamental que están muy lejos de la vida cotidiana.” ¿Qué implica esto? “Me hace pensar en que la consciencia y la capacidad matemática no son mero accidente, ningún detalle nimio, ningún subproducto insignificante de la evolución.” (Are We Alone? [¿Estamos solos?])

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 56 y 57]

Lóbulo frontal

Corteza prefrontal

Área de Broca

Área de Wernicke

Corteza motora

La corteza cerebral es la superficie del cerebro, que guarda una estrecha relación con la inteligencia. Si la alisáramos, cubriría la superficie de cuatro hojas de papel para máquina de escribir, la del chimpancé abarcaría solo una; y la de una rata, tan solo un sello de correos (Investigación y Ciencia). 

[Recuadro de la página 58]

Todo el mundo tiene uno

A lo largo de la historia, siempre que se ha descubierto a un pueblo, este ya hablaba algún idioma. El libro The Language Instinct (El instinto del lenguaje) comenta: “Nunca se ha descubierto a una tribu muda, y no hay prueba de que una región en particular fuera la ‘cuna’ del lenguaje, desde donde este se hubiera extendido a pueblos que no tuvieran ninguno. [...] La universalidad del lenguaje complejo es un descubrimiento que asombra a los lingüistas, y es la primera razón para sospechar que el lenguaje es [...] producto de un instinto especialmente humano”.

[Recuadro de la página 59]

Lenguaje e inteligencia

¿Por qué es tan superior la inteligencia del ser humano a la de los animales, como los monos? Un factor es el uso de la sintaxis, es decir, combinar los sonidos para formar palabras, y utilizar las palabras para componer frases. El neurofisiólogo teórico doctor William H. Calvin explica:

“En su estado salvaje los chimpancés emplean unas tres docenas de vocalizaciones distintas para comunicar unas tres docenas de significados diferentes. Pueden repetir un sonido para intensificar su significación, pero jamás juntarán tres sonidos para añadir a su vocabulario una voz nueva.

”Los humanos empleamos también unas tres docenas de vocalizaciones, o fonemas. Pero solo sus combinaciones poseen sentido: juntamos sonidos sin significación para hacer palabras significativas.” El doctor Calvin señaló que “nadie ha explicado aún” el salto del sistema “un sonido/un significado” de los animales a nuestra singular capacidad sintáctica.

[Recuadro de la página 60]

Podemos hacer más que garabatear

“¿Solamente es capaz de comunicarse mediante el lenguaje el hombre, el homo sapiens? Es obvio que la respuesta a esta pregunta dependerá de lo que se esté dando a entender con la palabra ‘lenguaje’, porque, por supuesto, todos los animales superiores se comunican con una gran variedad de signos tales como gestos, olores, llamadas, gritos y cantos, e incluso la danza[, como en el caso] de las abejas. Sin embargo, los animales distintos del hombre no parecen tener un lenguaje gramatical estructurado. Y los animales no dibujan imágenes con capacidad de representación, lo cual puede ser muy significativo. En el mejor de los casos solamente hacen garabatos.”—Profesores R. S. y D. H. Fouts.

[Recuadro de la página 61]

“Volviendo a la mente humana, también encontramos estructuras de una complejidad maravillosa”, observa el profesor A. Noam Chomsky. “El lenguaje es un ejemplo al respecto, pero no el único. Considérese la capacidad de tratar con propiedades abstractas del sistema numérico [...], que, según parece, es una característica única del género humano.”

[Recuadro de la página 62]

“Dotados” para preguntar

Con respecto al futuro del universo, el físico Lawrence Krauss escribió: “Nos envalentonamos a formular preguntas sobre cosas que quizá nunca veamos directamente porque podemos preguntarlas. Nuestros hijos, o sus hijos, las contestarán algún día. Estamos dotados de imaginación”.

[Recuadro de la página 69]

Si el universo y nuestra existencia son accidentales, nuestra vida no tiene ningún significado duradero. Pero si nuestra vida en el universo ha sido planeada, debe tener un significado satisfactorio.

[Recuadro de la página 72]

¿Resultado de esconderse de felinos prehistóricos?

John Polkinghorne, de la Universidad de Cambridge (Inglaterra), observó:

“El físico teórico Paul Dirac descubrió algo llamado teoría cuántica, que es fundamental para entender el mundo físico. No puedo creer que la capacidad de Dirac para concebir esta teoría ni la de Einstein para formular la teoría de la relatividad sea el resultado de que nuestros antepasados tuvieran que esconderse de felinos prehistóricos. Tiene que deberse a algo mucho más profundo, mucho más misterioso. [...]

”Cuando observamos el orden racional y la transparente belleza del mundo físico, que la ciencia física ha revelado, vemos un mundo impregnado de señales de inteligencia. Para el creyente religioso, es la inteligencia del Creador que así se percibe.” (Commonweal.)

[Ilustración de la página 63]

Solo el ser humano formula preguntas. Algunas son preguntas sobre el significado de la vida

[Ilustración de la página 64]

A diferencia de los animales, el ser humano es consciente de sí mismo y del futuro

[Ilustración de la página 70]

Solo el ser humano valora la belleza, piensa en el futuro y se siente atraído hacia un Creador