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Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador

Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador

Capítulo 9

Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador

EN EL siglo primero, la gente que vivía en Palestina estaba “en expectación”. ¿De qué? Del “Cristo” o “Mesías” que los profetas de Dios habían predicho siglos antes. El pueblo sabía que Dios había dirigido la escritura de la Biblia y que esta contenía muchas predicciones. Una de ellas, recogida en el libro de Daniel, apuntaba a la llegada del Mesías en la primera parte de aquel siglo (Lucas 3:15; Daniel 9:24-26).

No obstante, se requería cautela, pues iban a presentarse mesías autoproclamados (Mateo 24:5). El historiador judío Josefo menciona a algunos: Teudas, que condujo a sus seguidores al río Jordán y dijo que dividiría sus aguas; un egipcio que llevó a la gente al monte de los Olivos, asegurando que el muro de Jerusalén caería a una orden suya; y un impostor del tiempo del gobernador Festo que prometió una vida libre de problemas (compárese con Hechos 5:36; 21:38).

A diferencia de los decepcionados seguidores de estos falsos mesías, un grupo de personas, a las que se conoció más tarde por el nombre de “cristianos”, reconocieron que Jesús de Nazaret era un gran maestro y el verdadero Mesías (Hechos 11:26; Marcos 10:47). Jesús no era un impostor: tenía claras referencias, como confirman ampliamente los cuatro libros históricos llamados Evangelios. * Por ejemplo, los judíos sabían que el Mesías nacería en Belén, pertenecería al linaje de David y ejecutaría obras maravillosas. Jesús cumplió todas estas profecías, como indica incluso el testimonio de sus opositores. Efectivamente, en Jesús se cumplieron todos los requisitos del Mesías bíblico (Mateo 2:3-6; 22:41-45; Juan 7:31, 42).

Muchedumbres de personas se convencieron de que Jesús era el Mesías cuando lo conocieron y observaron sus sobresalientes obras, oyeron sus singulares palabras de sabiduría y advirtieron su previsión del futuro. En el transcurso de su ministerio (29-33 E.C.) se acumularon las pruebas de su identidad como Mesías. De hecho, demostró ser más que el Mesías. Un discípulo que conocía bien los hechos llegó a la conclusión de que “Jesús [era] el Cristo el Hijo de Dios” * (Juan 20:31).

Puesto que Jesús tuvo esta estrecha relación con Dios, podía explicar y revelar cómo era el Creador (Lucas 10:22; Juan 1:18). Jesús enseñó que su relación íntima con el Padre empezó en el cielo, donde colaboró con él en la creación de todas las demás cosas, animadas e inanimadas (Juan 3:13; 6:38; 8:23, 42; 13:3; Colosenses 1:15, 16).

La Biblia dice que se transfirió al Hijo del ámbito espiritual al físico y “llegó a estar en la semejanza de los hombres” (Filipenses 2:5-8). Ese no es un suceso normal, pero ¿es posible? Los científicos han comprobado que un elemento natural, como el uranio, puede convertirse en otro; incluso han calculado el resultado de la transformación de la materia en energía (E=mc2). Así, ¿por qué deberíamos dudar de que la Biblia diga que una criatura espiritual se transformó para vivir como ser humano?

Veámoslo desde otro ángulo. La medicina ha conseguido la fecundación in vitro. Una vida que comienza en un tubo de ensayo se transfiere a una mujer y luego nace como un bebé. En el caso de Jesús, la Biblia dice que su vida fue transferida por el “poder del Altísimo” a una virgen llamada María. Esta mujer pertenecía al linaje de David, de manera que Jesús podía ser el heredero permanente del Reino Mesiánico que se prometió a aquel monarca (Lucas 1:26-38; 3:23-38; Mateo 1:23).

Debido a esta relación íntima y semejanza con el Creador, Jesús aseguró: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también” (Juan 14:9). Dijo asimismo: “Nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo esté dispuesto a revelarlo” (Lucas 10:22). Por consiguiente, lo que Jesús enseñó e hizo en la Tierra nos ayuda a conocer mejor la personalidad del Creador. Centrémonos para ello en algunas de las experiencias que tuvieron hombres y mujeres con quienes Jesús trató directamente.

La samaritana

“¿Acaso no es este el Cristo?”, se preguntó una samaritana después de conversar un rato con Jesús (Juan 4:29). Esta mujer incluso instó a otras personas de la cercana población de Sicar a conocerlo personalmente. ¿Qué la movió a aceptar a Jesús como el Mesías?

La samaritana se encontró con Jesús cuando este descansaba después de haber andado toda la mañana por los caminos polvorientos de las colinas de Samaria. Aunque Jesús estaba fatigado, habló con ella. Al observar su sincero interés espiritual, le comunicó verdades profundas sobre la necesidad de “[adorar] al Padre con espíritu y con verdad”. Después le reveló que en realidad era el Cristo, hecho que todavía no había confesado en público (Juan 4:3-26).

Para la samaritana, este encuentro con Jesús fue muy significativo. Sus anteriores prácticas religiosas se habían centrado en el culto que se rendía en el monte Guerizim, y se fundamentaban solo en los cinco primeros libros de la Biblia. Los judíos evitaban a los samaritanos, muchos de los cuales descendían del mestizaje entre las diez tribus de Israel y otros pueblos. Pero Jesús actuó de modo muy diferente. Estuvo dispuesto a enseñar a la samaritana, aunque su misión iba dirigida a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24). En este caso reflejó la disposición de Jehová para aceptar a personas sinceras de todas las naciones (1 Reyes 8:41-43). Tanto Jesús como Jehová están por encima de la intolerante hostilidad religiosa que impregna el mundo actual. Este hecho debería acercarnos al Creador y a su Hijo.

Hay otra lección que aprender de que Jesús estuviera dispuesto a enseñar a la samaritana. Para entonces ella estaba viviendo con un hombre que no era su esposo, lo cual no fue óbice para que Jesús le hablara (Juan 4:16-19). Es fácil comprender que esta mujer debió sentirse agradecida de que se la tratara con dignidad. Y su experiencia no fue única. Cuando algunos líderes judíos (fariseos) criticaron a Jesús por comer con pecadores arrepentidos, él les dijo: “Las personas en salud no necesitan médico, pero los enfermizos sí. Vayan, pues, y aprendan lo que esto significa: ‘Quiero misericordia, y no sacrificio’. Porque no vine a llamar a justos, sino a pecadores” (Mateo 9:10-13). Jesús ayudó a la gente que sufría debido a la carga de sus pecados, es decir, la violación de las leyes o normas de Dios. Es muy reconfortante saber que Dios y su Hijo desean ayudar a aquellos que sufren las consecuencias de su conducta pasada (Mateo 11:28-30). *

No pasemos por alto que la persona a la que Jesús habló amablemente y ayudó en Samaria era una mujer. ¿Por qué es eso relevante? En aquel tiempo se enseñaba a los varones judíos que no debían hablar con una mujer en la calle, ni siquiera con su propia esposa. Los rabinos judíos no consideraban a las mujeres capaces de recibir una educación espiritual profunda, pues las tenían por “poco inteligentes”. Algunos decían: “Es mejor quemar las palabras de la ley antes que dárselas a las mujeres”. Los discípulos de Jesús se habían criado en este ambiente; de modo que cuando regresaron, “se [admiraron] de que hablara con una mujer” (Juan 4:27). Este relato, entre otros muchos, ilustra que Jesús era la imagen de su Padre, quien creó tanto al hombre como a la mujer con la misma dignidad (Génesis 2:18).

Posteriormente, la samaritana convenció a sus conciudadanos de que debían escuchar a Jesús. Muchos examinaron los hechos y se hicieron creyentes. Dijeron: “Sabemos que este hombre es verdaderamente el salvador del mundo” (Juan 4:39-42). Como somos parte “del mundo” de la humanidad, Jesús también es fundamental para nuestro futuro.

La visión de un pescador

Ahora veamos a Jesús por los ojos de dos de sus compañeros íntimos: Pedro y Juan. Estos pescadores estuvieron entre sus primeros discípulos (Mateo 4:13-22; Juan 1:35-42). Los fariseos los consideraban “hombres iletrados y del vulgo”, gente de la tierra (ʽam-ha·ʼá·rets), a quienes se menospreciaba porque no tenían la educación de los rabinos (Hechos 4:13; Juan 7:49). Muchas de estas personas, que ‘se afanaban y estaban cargadas’ bajo el yugo de los religiosos tradicionalistas, anhelaban la iluminación espiritual. El profesor Charles Guignebert, de la Sorbona, comentó que “su corazón pertenecía por entero a Yahvé [Jehová]”. Jesús no dio la espalda a estas personas humildes, en favor de los ricos o influyentes. Más bien, les reveló al Padre por medio de su enseñanza y actuación (Mateo 11:25-28).

Pedro experimentó personalmente el interés altruista de Jesús. Poco después de unirse a él en su ministerio, su suegra enfermó y le dio fiebre. Jesús fue a la casa de Pedro, tomó de la mano a esta mujer y la fiebre le desapareció. No sabemos cómo se efectuó esta curación, tal como los médicos de hoy en día a veces no pueden explicar cómo se producen algunas curaciones, pero a la mujer le bajó la fiebre. Más importante que saber cómo sanaba Jesús es entender que sus curaciones revelaban la compasión que sentía por los enfermos y afligidos. Al igual que su Padre, quería ayudar a la gente (Marcos 1:29-31, 40-43; 6:34). Las experiencias que vivió Pedro al lado de Jesús le ayudaron a entender que para el Creador toda persona merece atención (1 Pedro 5:7).

Más tarde, Jesús se hallaba en el atrio de las mujeres del templo de Jerusalén observando a la gente que echaba sus contribuciones en las arcas de la tesorería. Los ricos depositaban muchas monedas. Pero Jesús se fijó especialmente en una viuda pobre que echó dos monedas de muy poco valor, y dijo a Pedro, a Juan y a los demás: “En verdad les digo que esta viuda pobre echó más que todos los que están echando dinero en las arcas de la tesorería; porque todos ellos echaron de lo que les sobra, pero ella, de su indigencia, echó cuanto poseía” (Marcos 12:41-44).

Podemos ver que Jesús buscaba lo bueno que había en la gente, y valoraba el esfuerzo de todos. ¿Qué efecto tuvo esta actitud en Pedro y en los demás apóstoles? El ejemplo de su Maestro les ayudó a percibir la personalidad de Jehová. Pedro posteriormente escribió, citando de un salmo: “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y sus oídos están hacia su ruego” (1 Pedro 3:12; Salmo 34:15, 16). Siendo que el Creador y su Hijo quieren hallar lo bueno que hay en nosotros y están dispuestos a escuchar nuestros ruegos, es natural que nos sintamos atraídos hacia ellos.

Después de unos dos años de relacionarse con Jesús, Pedro estaba seguro de que era el Mesías. En una ocasión Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy?”, y estos le dieron diferentes respuestas. Entonces les preguntó: “Pero ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Pedro respondió convencido: “Tú eres el Cristo”. Puede parecer extraño lo que Jesús hizo a continuación: “Les ordenó con firmeza que no [se lo] dijeran a nadie” (Marcos 8:27-30; 9:30; Mateo 12:16). ¿Por qué? Jesús estaba allí, entre la gente, de modo que no quería que esta llegara a conclusiones solo de oídas. ¿No es eso lógico? (Juan 10:24-26.) Del mismo modo, el Creador también desea que lo conozcamos por medio de nuestra propia investigación de pruebas sólidas. Espera que nuestras convicciones estén basadas en hechos (Hechos 17:27).

Como cabe imaginar, algunos de los contemporáneos de Jesús no lo aceptaron, pese a las muchas pruebas de que el Creador lo respaldaba. Muchos estaban preocupados por su posición o sus metas políticas, de forma que no les convenció un Mesías humilde, por muy sincero que fuera. Al acercarse el fin de su ministerio, Jesús dijo: “Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella..., ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos [...!] Pero ustedes no lo quisieron. ¡Miren! Su casa se les deja abandonada a ustedes” (Mateo 23:37, 38). Este cambio en la situación de Israel supuso un paso importante en la realización del propósito de Dios para bendecir a todas las naciones.

Poco después, Pedro y otros tres apóstoles oyeron a Jesús pronunciar una profecía detallada sobre “la conclusión del sistema de cosas”. * Lo que Jesús predijo tuvo un cumplimiento inicial durante el ataque romano a Jerusalén y su destrucción final (66-70 E.C.). La historia da testimonio de que las predicciones de Jesús se cumplieron. Pedro vio muchos de los sucesos que Jesús profetizó, según se refleja en las cartas que escribió: 1 y 2 de Pedro (1 Pedro 1:13; 4:7; 5:7, 8; 2 Pedro 3:1-3, 11, 12).

Jesús trató a los judíos con paciencia y bondad durante su ministerio, pero no se retuvo de condenar su iniquidad. Este hecho ayudó a Pedro, y también debería ayudarnos a nosotros a entender mejor al Creador. Cuando Pedro vio que se cumplía la profecía de Jesús, escribió en su segunda carta que los cristianos deberían tener “muy presente la presencia del día de Jehová”. Pedro también dijo: “Jehová no es lento respecto a su promesa, como algunas personas consideran la lentitud, pero es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. Luego animó a sus lectores con la esperanza de unos ‘nuevos cielos y una nueva tierra en los que morará la justicia’ (2 Pedro 3:3-13). ¿Apreciamos nosotros, como Pedro, las cualidades de Dios reflejadas en Jesús, y confiamos en sus promesas para el futuro?

¿Por qué murió Jesús?

La última noche que Jesús estuvo con los apóstoles compartió con ellos una cena especial. En una comida como aquella, el anfitrión judío hospitalario lavaba los pies a sus huéspedes, que posiblemente habían andado por caminos polvorientos calzados con sandalias. Sin embargo, nadie ofreció a Jesús ese servicio. De modo que él humildemente se levantó, tomó una toalla y una palangana, y empezó a lavarles los pies a los apóstoles. Cuando le llegó el turno a Pedro, este se sintió avergonzado, y le dijo: “Tú ciertamente no me lavarás los pies nunca”. “A menos que te lave —respondió Jesús—, no tienes parte conmigo.” Jesús sabía que iba a morir pronto, de modo que añadió: “Si yo, aunque soy Señor y Maestro, les he lavado los pies a ustedes, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque yo les he puesto el modelo, que, así como yo hice con ustedes, ustedes también deben hacerlo” (Juan 13:5-17).

Décadas más tarde, Pedro instó a los cristianos a que imitaran a Jesús, no en un lavatorio ritual, sino en el servicio humilde al prójimo sin ‘enseñorearse’ de él. Pedro también se apercibió de que el ejemplo de Jesús probó que “Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes”. ¡Qué gran lección sobre el Creador! (1 Pedro 5:1-5; Salmo 18:35.) Pero esa no fue la única lección que Pedro aprendió.

Después de la cena, Judas Iscariote, un apóstol que se hizo ladrón, condujo a una banda de hombres armados hasta Jesús para que lo arrestaran. Pedro intentó defenderlo. Sacó la espada e hirió con ella a un hombre de la muchedumbre. Jesús corrigió a Pedro con estas palabras: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada”. A continuación, ante los ojos de Pedro, tocó al hombre y lo curó (Mateo 26:47-52; Lucas 22:49-51). Jesús fue coherente con su enseñanza de ‘amar a los enemigos’, imitando a su Padre, que “hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:44, 45).

En el transcurso de esa tensa noche, el tribunal supremo judío juzgó con precipitación a Jesús. Fue acusado falsamente de blasfemia, llevado ante el gobernador romano y entregado injustamente para su ejecución. Tanto los judíos como los romanos se burlaron de él. Fue azotado con brutalidad y fijado en un madero. Gran parte de ese maltrato cumplió profecías escritas con siglos de antelación. Aun los soldados que observaron a Jesús en el madero de tormento admitieron: “Ciertamente este era Hijo de Dios” (Mateo 26:57–27:54; Juan 18:12–19:37).

Es fácil entender que Pedro y otros discípulos se preguntaran: “¿Por qué tenía que morir el Cristo?”. Con el paso del tiempo comprendieron la razón. Por una parte, aquellos sucesos cumplieron la profecía del capítulo 53 de Isaías, que muestra que el Cristo no haría posible la liberación solo para los judíos, sino también para toda la humanidad. Pedro escribió: “Él mismo cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, para que acabáramos con los pecados y viviéramos a la justicia. Y ‘por sus heridas ustedes fueron sanados’” (1 Pedro 2:21-25). El apóstol captó el sentido de la verdad que Jesús había enseñado: “El Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate en cambio por muchos” (Mateo 20:28). En efecto, Jesús debía entregar su derecho a la vida como ser humano perfecto para recomprar a la humanidad, liberándola así del pecado heredado de Adán. Esta es una de las enseñanzas fundamentales de la Biblia: el rescate.

¿Qué implica el rescate? Puede verse del siguiente modo: Supongamos que tenemos una computadora, y alguien introduce en un programa perfecto un error (o virus) que corrompe un archivo electrónico. Esto ilustra el efecto de lo que Adán hizo al desobedecer voluntariamente a Dios, es decir, cuando pecó. Volvamos a la ilustración. Todas las copias que se hagan del archivo corrompido se verán afectadas. Sin embargo, no está todo perdido. Puede detectarse el error con un programa especial y eliminarlo de los archivos y del ordenador. Del mismo modo, la humanidad ha recibido un “virus” (pecado) de Adán y Eva, y necesita ayuda exterior para erradicarlo (Romanos 5:12). Según la Biblia, Dios hizo posible esta limpieza mediante la muerte de Jesús. Es una provisión amorosa de la que todos podemos beneficiarnos (1 Corintios 15:22).

El reconocimiento de lo que Jesús hizo motivó a Pedro a “vivir el resto de su tiempo en la carne, ya no para los deseos de los hombres, sino para la voluntad de Dios”. Para Pedro esto significó evitar los hábitos corruptos y los estilos de vida inmorales, y lo mismo significa para nosotros hoy en día. Hay quienes intentan dificultar la vida a aquellos que se esfuerzan por hacer “la voluntad de Dios”. Sin embargo, estos experimentan una vida más gratificante, con más sentido (1 Pedro 4:1-3, 7-10, 15, 16). Así fue en el caso de Pedro, y puede serlo en el nuestro, si ‘encomendamos nuestras almas a un fiel Creador mientras hacemos el bien’ (1 Pedro 4:19).

Un discípulo que valoró el amor

El apóstol Juan fue otro discípulo que tuvo una estrecha relación con Jesús y que, por tanto, puede ayudarnos a entender mejor al Creador. Juan escribió un evangelio y también tres cartas (1, 2 3 Juan). En una de las cartas nos indica: “Nosotros sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado capacidad intelectual para que adquiramos el conocimiento del verdadero [el Creador]. Y estamos en unión con el verdadero, por medio de su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y vida eterna” (1 Juan 5:20).

Para llegar a conocer al “verdadero”, Juan tuvo que emplear su “capacidad intelectual”. ¿Qué percibió en cuanto a las cualidades del Creador? “Dios es amor —escribió Juan—, y el que permanece en el amor permanece en unión con Dios.” ¿Por qué podía tener esa seguridad? “El amor consiste en esto, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo” para rescatarnos por medio de su sacrificio (1 Juan 4:10, 16). El amor que Dios mostró al enviar a su Hijo para que muriera por nosotros conmovió a Juan, así como había conmovido a Pedro.

La estrecha relación de Juan con Jesús le permitió conocer bien sus emociones. Un incidente que tuvo lugar en Betania, cerca de Jerusalén, lo impresionó profundamente. Habían informado a Jesús de que su amigo Lázaro estaba muy enfermo. Jesús viajó a Betania, pero cuando llegó con sus apóstoles, Lázaro llevaba ya al menos cuatro días muerto. Juan sabía que el Creador, la Fuente de la vida humana, respaldaba a Jesús. De modo que ¿podía este resucitar a Lázaro? (Lucas 7:11-17; 8:41, 42, 49-56.) Jesús dijo a Marta, la hermana de Lázaro: “Tu hermano se levantará” (Juan 11:1-23).

Luego Juan vio a María, la otra hermana de Lázaro, acercarse a Jesús. ¿Cómo reaccionó este? “Gimió en el espíritu y se perturbó.” Para describir la reacción de Jesús, Juan usó una palabra griega (traducida por “gimió” en español) que comunicaba una emoción profunda y espontánea. Juan pudo ver que Jesús estaba ‘perturbado’, es decir, conmocionado, muy afligido. Jesús no se mostró indiferente ni distante, sino que “cedió a las lágrimas” (Juan 11:30-37). Está claro que Jesús tenía sentimientos profundos y tiernos, que ayudaron a Juan, y pueden ayudarnos a nosotros, a entender mejor los sentimientos del Creador.

Juan vio que los sentimientos de Jesús se traducían en acciones cuando le oyó gritar: “¡Lázaro, sal!”. Y así sucedió. Lázaro resucitó y salió de la tumba. ¡Qué alegría debieron sentir sus hermanas y demás observadores! Muchos pusieron fe en Jesús. Sus enemigos no pudieron negar que había ejecutado esta resurrección, pero cuando se extendió la noticia “entraron en consejo para matar [a Jesús y] también a Lázaro” (Juan 11:43; 12:9-11).

La Biblia dice que Jesús es ‘la representación exacta del mismo ser del Creador’ (Hebreos 1:3). Así, el ministerio de Jesús demuestra claramente el intenso deseo tanto suyo como de su Padre de reparar los estragos que han causado la enfermedad y la muerte, lo cual supone mucho más que las pocas resurrecciones recogidas en la Biblia. De hecho, Juan oyó a Jesús decir: “Viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán [la] voz [del Hijo] y saldrán” (Juan 5:28, 29). Juan no utiliza en este pasaje la palabra que suele emplear la Biblia para sepulcro, sino un término que se traduce por “tumbas conmemorativas”. ¿Por qué?

Porque la memoria de Dios está implicada. No cabe duda de que el Creador del inmenso universo puede recordar todos los detalles de nuestros seres queridos que han muerto, tanto las características heredadas como las adquiridas (compárese con Isaías 40:26). Y no es solo que pueda recordarlas. Tanto él como su Hijo quieren hacerlo. Con respecto a la maravillosa esperanza de la resurrección, el fiel Job dijo de Dios: “Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú [Jehová] llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo” (Job 14:14, 15; Marcos 1:40-42). Tenemos, sin duda, un Creador maravilloso, que merece nuestra adoración.

Jesús resucitado: la clave para que la vida tenga sentido

Juan, el discípulo amado de Jesús, observó de cerca a su Maestro hasta la muerte de este. Es más, puso por escrito la mayor resurrección de todos los tiempos, un acontecimiento que coloca un sólido fundamento para una vida permanente y significativa.

Los enemigos de Jesús lo habían ejecutado, fijándolo en un madero como un delincuente común. Los observadores, entre ellos los líderes religiosos, se burlaron de él por horas mientras agonizaba en el madero. Pese a sus sufrimientos, al ver a su madre, le dijo con respecto a Juan: “Mujer, ¡ahí está tu hijo!”. Para entonces, María con toda probabilidad había enviudado, y sus otros hijos aún no eran discípulos. * De modo que Jesús confió el cuidado de su madre anciana a su discípulo Juan. Jesús demostró una vez más el modo de pensar del Creador, que siempre fomentó el cuidado de las viudas y los huérfanos (Juan 7:5; 19:12-30; Marcos 15:16-39; Santiago 1:27).

Pero una vez muerto, ¿cómo podía ser la “descendencia” a través de la cual ‘se bendecirían todas las naciones de la tierra’? (Génesis 22:18.) Al morir aquella tarde de abril del año 33 E.C., Jesús entregó su vida como rescate. Debió dolerle mucho al Padre la agonía de su Hijo inocente. Pero de este modo se proveyó el precio de rescate necesario para liberar a la humanidad de la esclavitud al pecado y a la muerte (Juan 3:16; 1 Juan 1:7). Se había colocado el fundamento para un feliz desenlace.

Como Jesucristo desempeña un papel principal en la realización de los propósitos de Dios, era imperativo que resucitara. Así sucedió, y Juan fue un testigo presencial. Cuando comenzaba el tercer día después de la muerte y el entierro de Jesús, algunos discípulos fueron a la tumba y la hallaron vacía. No entendieron lo que había sucedido hasta que Jesús se apareció a algunos de ellos. María Magdalena les dijo: “¡He visto al Señor!”. Los discípulos no aceptaron su testimonio. Más tarde, estando reunidos en una habitación con las puertas cerradas, Jesús se les apareció de nuevo y hasta conversó con ellos. Al cabo de unos días, más de quinientos hombres y mujeres fueron testigos oculares de que Jesús en realidad estaba vivo. La gente escéptica de aquel tiempo tenía la posibilidad de hablar con estos testigos presenciales y verificar su testimonio. Los cristianos podían tener la seguridad de que Jesús había resucitado y estaba vivo como espíritu, al igual que el Creador. Las pruebas eran tan abundantes y confiables que muchos estuvieron dispuestos a afrontar la muerte antes que negar la resurrección de Jesús (Juan 20:1-29; Lucas 24:46-48; 1 Corintios 15:3-8). *

El apóstol Juan fue perseguido por dar testimonio de la resurrección de Jesús (Revelación 1:9). Pero estando en el exilio, recibió una insólita recompensa. Jesús le dio una serie de visiones que nos muestran con más claridad al Creador y revelan lo que el futuro depara. Estas se encuentran en el libro de Revelación (Apocalipsis), que emplea muchos simbolismos. En él se representa a Jesús como un Rey victorioso que pronto completará su victoria sobre sus enemigos. Entre estos enemigos se cuentan la muerte (un enemigo de todos nosotros) y la pervertida criatura espiritual llamada Satanás (Revelación 6:1, 2; 12:7-9; 19:19–20:3, 13, 14).

Poco antes del final de este mensaje apocalíptico, Juan tuvo una visión del tiempo en que la Tierra se convertirá en un paraíso. Una voz explicó las condiciones que imperarán entonces: “Dios mismo estará con [la humanidad]. Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado” (Revelación 21:3, 4). Estas condiciones cumplirán la promesa que Dios le hizo a Abrahán con relación a Su propósito (Génesis 12:3; 18:18).

La vida entonces será la que “realmente lo es” (1 Timoteo 6:19). La humanidad no buscará más a tientas a su Creador ni le será difícil comprender su relación con él. Ahora bien, cabe preguntarse: “¿Cuándo será eso realidad?” y “¿por qué ha permitido el Creador amoroso el mal y el sufrimiento hasta nuestros días?”. El próximo capítulo responderá a estas preguntas.

[Notas]

^ párr. 5 Mateo, Marcos y Juan fueron testigos presenciales. Lucas hizo un estudio serio de documentos y testimonios de primera mano. Los Evangelios tienen la impronta del relato honrado, exacto y confiable (véase el folleto Un libro para todo el mundo, páginas 16, 17, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc).

^ párr. 6 El Corán dice: “Su nombre es el Ungido, Jesús, hijo de María, que será considerado en la vida de acá y en la otra” (sura 3:45). Como ser humano, Jesús fue hijo de María. Pero ¿quién fue su padre? El Corán explica: “Para Dios, Jesús es semejante a Adán” (sura 3:59). Las Santas Escrituras llaman a Adán “hijo de Dios” (Lucas 3:23, 38). Ni Adán ni Jesús tuvieron un padre humano; ninguno de los dos provino de la unión de un hombre y una mujer. De modo que, tal como Adán fue un hijo de Dios, así también lo fue Jesús.

^ párr. 15 Al leer el Salmo 103 e Isaías 1:18-20 puede verse cómo se asemeja la actitud de Jesús a la de Jehová.

^ párr. 45 Al menos dos de ellos llegaron a ser más tarde discípulos y escribieron cartas de estímulo que se encuentran en la Biblia, Santiago y Judas.

^ párr. 47 Un alto oficial romano oyó el testimonio ocular de Pedro: “Ustedes conocen el tema acerca del cual se habló por toda Judea [...]. Dios levantó a Este al tercer día y le concedió manifestarse [...], nos ordenó que predicáramos al pueblo y que diéramos testimonio cabal de que este es Aquel de quien Dios ha decretado que sea juez de vivos y de muertos” (Hechos 2:32; 3:15; 10:34-42).

[Recuadro de la página 150]

Pueden compararse los relatos paralelos de la curación de la suegra de Pedro (Mateo 8:14-17; Marcos 1:29-31; Lucas 4:38, 39). El médico Lucas incluyó el detalle de que tenía “fiebre alta”. ¿Por qué pudo Jesús curar a esa mujer y a otras personas? Lucas reconoció que “el poder de Jehová estaba allí para que [Jesús] hiciera curaciones” (Lucas 5:17; 6:19; 9:43).

[Recuadro de la página 152]

El sermón más relevante de todos los tiempos

El líder hindú Mohandas Gandhi dijo que cuando sigamos las enseñanzas de este sermón “habremos resuelto los problemas [...] del mundo entero”. El afamado antropólogo Ashley Montagu escribió que los hallazgos modernos sobre la importancia psicológica del amor son “una confirmación” del mencionado sermón.

Estos hombres se referían al Sermón del Monte de Jesús. Gandhi también dijo que “la enseñanza del Sermón es aplicable a todos los seres humanos”. El profesor Hans Dieter Betz observó hace poco: “La influencia del Sermón del Monte por lo general trasciende con mucho los límites del judaísmo y del cristianismo, o hasta de la cultura occidental”. Añadió que este sermón tiene “un atractivo excepcionalmente universal”.

¿Por qué no leer este discurso relativamente corto y absorbente? Se halla en los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo y en Lucas 6:20-49. Estas son algunas de las cuestiones principales que se tratan en este gran sermón:

Cómo ser feliz: Mateo 5:3-12; Lucas 6:20-23.

Cómo conservar la autoestima: Mateo 5:14-16, 37; 6:2-4, 16-18; Lucas 6:43-45.

Cómo mejorar las relaciones interpersonales: Mateo 5:22-26, 38-48; 7:1-5, 12; Lucas 6:27-38, 41, 42.

Cómo reducir los problemas en el matrimonio: Mateo 5:27-32.

Cómo enfrentarse a la ansiedad: Mateo 6:25-34.

Cómo reconocer el engaño religioso: Mateo 6:5-8, 16-18; 7:15-23.

Cómo hallar el sentido de la vida: Mateo 6:9-13, 19-24, 33; 7:7-11, 13, 14, 24-27; Lucas 6:46-49.

[Recuadro de la página 159]

Hombre de acción

Jesucristo no fue un hombre solitario y pasivo. Fue un resuelto hombre de acción. Viajó a “las aldeas en circuito, enseñando” para ayudar a las personas que estaban “desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor” (Marcos 6:6; Mateo 9:36; Lucas 8:1). A diferencia de muchos caudillos religiosos adinerados de la actualidad, Jesús no acumuló riquezas; ni siquiera tenía “dónde recostar la cabeza” (Mateo 8:20).

Aunque se centró en la curación y alimentación espirituales, no pasó por alto las necesidades físicas de la gente. Curó a los enfermos, a los minusválidos y a los endemoniados (Marcos 1:32-34). En dos ocasiones alimentó a miles de sus entusiastas oyentes porque se compadeció de ellos (Marcos 6:35-44; 8:1-8). Ejecutaba milagros movido por su interés en la gente (Marcos 1:40-42).

Jesús actuó con decisión cuando echó del templo a los codiciosos mercaderes. Quienes lo observaron recordaron las palabras del salmista: “El celo por tu casa me consumirá” (Juan 2:14-17). No escatimó palabras a la hora de condenar a los hipócritas líderes religiosos (Mateo 23:1-39). Tampoco cedió ante la presión de políticos importantes (Mateo 26:59-64; Juan 18:33-37).

Es emocionante leer el dinámico ministerio de Jesús. Muchos de los que lo hacen por primera vez empiezan por el Evangelio de Marcos, un relato corto y ágil de este hombre de acción.

[Recuadro de la página 164]

Jesús los motivó a actuar

En el libro de Hechos hallamos el relato del testimonio que dieron Pedro, Juan y otros cristianos acerca de la resurrección de Jesús. Gran parte del libro se centra en la vida de un inteligente hombre de leyes llamado Saulo, o Pablo, que se había opuesto violentamente al cristianismo hasta que Jesús resucitado se le apareció (Hechos 9:1-16). Con esta prueba indisputable de que Jesús estaba vivo en el cielo, Pablo dio un celoso testimonio a los judíos y los gentiles, entre ellos filósofos y gobernantes. Es impresionante leer lo que les dijo a estos hombres educados e influyentes (Hechos 17:1-3, 16-34; 26:1-29).

Pablo escribió a lo largo de varias décadas muchos libros del llamado Nuevo Testamento, o Escrituras Griegas Cristianas. La mayoría de las Biblias tienen un índice de los libros que la componen. Pablo escribió catorce de ellos, de Romanos a Hebreos. Estos contenían verdades profundas y consejos prácticos para los cristianos de aquel tiempo. Pero aún son más valiosos para nosotros hoy, pues no tenemos entre nosotros ni a los apóstoles ni a otros testigos presenciales de las enseñanzas, obras y resurrección de Jesús. Los escritos de Pablo pueden ayudarnos en la relación familiar, en el trabajo y en la comunidad, y también a dirigir la vida de modo que esta sea gratificante y tenga verdadero sentido.

[Ilustración de la página 146]

Los científicos llevan a cabo la fecundación in vitro. El Creador transfirió la vida de su Hijo para que naciera como ser humano

[Ilustración de la página 148]

Muchas de las personas que escucharon a Jesús y vieron cómo trató a la gente llegaron a conocer mejor al Padre

[Ilustración de la página 154]

Jesús les lavó los pies a los apóstoles, dando así un ejemplo de humildad que el Creador valora

[Ilustración de la página 157]

Un error (o virus) informático puede eliminarse de la computadora. Así mismo, la humanidad necesita el rescate de Jesús para liberarse de la imperfección heredada

[Ilustración de la página 163]

Varios testigos vieron cómo se introducía a Jesús en una tumba (semejante a esta), de donde resucitó al tercer día